domingo, 27 de marzo de 2016

Jesús está vivo entre nosotros. Hoy, gracias al Espíritu Santo, la divinidad del Hijo, Jesús de Nazaret, resplandece ante el mundo.


1. 'Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre' (Jn 16, 28). Jesucristo tiene el conocimiento de su origen del Padre: es el Hijo porque proviene del Padre. Como Hijo ha venido al mundo, mandado por el Padre. Esta misión (missio) que se basa en el origen eterno del Cristo) Hijo, de la misma naturaleza que el Padre, está radicada en El. Por ello en esta misión el Padre revela el Hijo y da testimonio de Cristo como su Hijo, mientras que al mismo tiempo el Hijo revea al Padre. Nadie, efectivamente 'conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo' (Mt 11, 27). El Hijo, que 'ha salido del Padre', expresa y confirma la propia filiación en cuanto 'revea al Padre' ante el mundo. Y lo hace no sólo con las palabras del Evangelio, sino también con su vida, por el hecho de que El completamente 'vive por el Padre', y esto hasta el sacrificio de su vida en la cruz.

2. Esta misión salvífica del Hijo de Dios como Hombre se lleva a cabo 'en la potencia' del Espíritu Santo. Lo atestiguan numerosos pasajes de los Evangelios y todo el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, la verdad sobre la estrecha relación entre la misión del Hijo y la venida del Espíritu Santo (que es también su 'misión') estaba escondida, aunque también, en cierto modo, ya anunciada. Un presagio particular son las palabras de Isaías, a las cuales Jesús hace referencia al inicio de su actividad mesiánica en Nazaret: 'El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor' (Lc 4,17-19; cfr. Is 61, 1-2).

Estas palabras hacen referencia al Mesías: palabra que significa 'consagrado con unción' ('ungido'), es decir, aquel que viene de la potencia del Espíritu del Señor. Jesús afirma delante de sus paisanos que estas palabras se refieren a El: 'Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír' (Cfr. Lc 4, 21).

3. Esta verdad sobre el Mesías que viene en el poder del Espíritu Santo encuentra su confirmación durante el bautismo de Jesús en el Jordán, también al comienzo de su actividad mesiánica. Particularmente denso es el texto de Juan que refiere las palabras del Bautista: 'Yo he visto el Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre El. Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo vi, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios' (Jn 1, 32)34).

Por consiguiente, Jesús es el Hijo de Dios, aquel que 'ha salido del Padre y ha venido al mundo' (Cfr. Jn 16, 28), para llevar el Espíritu Santo: 'para bautizar en el Espíritu Santo' (Cfr. Mc 1, 8), es decir, para instituir la nueva realidad de un nuevo nacimiento, por el poder de Dios, de los hijos de Adán manchados por el pecado. La venida del Hijo de Dios al mundo, su concepción humana y su nacimiento virginal se han cumplido por obra del Espíritu Santo. El Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, en su potencia.

4. El testimonio que Juan da de Jesús como Hijo de Dios está en estrecha relación con el texto del Evangelio de Lucas donde leemos que en la Anunciación María oye decir que Ella 'concebirá y dará a luz en su seno un hijo que será llamado Hijo del Altísimo' (Cfr. Lc 1, 31-32). Y cuando pregunta: '¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?', recibe la respuesta. 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios' (Lc 1, 34-35).

Si, entonces, el 'salir del Padre y venir al mundo' (Cfr. Jn 16, 28) del Hijo de Dios como hombre (el Hijo del hombre), se ha efectuado en el poder del Espíritu Santo, esto manifiesta el misterio de la vida trinitaria de Dios. Y este poder vivificante del Espíritu Santo está confirmado desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús, como aparece en los textos de los Evangelios, sea de los sinópticos (Mc 1, 10; Mt 3, 16; Lc 3, 22) como de Juan (Jn 1, 32-34).

5. Ya en el Evangelio de la infancia, cuando se dice de Jesús que 'la gracia de Dios estaba en El' (Lc 2, 40), se pone de relieve la presencia santificante del Espíritu Santo. Pero es en el momento del bautismo en el Jordán cuando los Evangelios hablan mucho más expresamente de a actividad de Cristo en la potencia del Espíritu: 'enseguida (después del bautismo) el Espíritu le empujó hacia el desierto' dice Marcos (Mc 1, 12). Y en el desierto, después de un período de cuarenta días de ayuno, el Espíritu de Dios permitió que Jesús fuese tentado por el espíritu de las tinieblas, de forma que obtuviese sobre él la primera victoria mesiánica (Cfr. Lc 4, 1-14). También durante su actividad pública, Jesús manifiesta numerosas veces la misma potencia del Espíritu Santo respecto a los endemoniados. El mismo lo resalta con aquellas palabras suyas: 'si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios' (Mt 12, 28). La conclusión de todo el combate mesiánico contra las fuerzas de las tinieblas ha sido el acontecimiento pascual: la muerte en cruz y la resurrección de Quien ha venido del Padre en la potencia del Espíritu Santo.

6. También, después de la ascensión, Jesús permaneció, en la conciencia de sus discípulos, como aquel a quien 'ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder' (Hech 10, 38). Ellos recuerdan que gracias a este poder los hombres, escuchando las enseñanzas de Jesús, alababan a Dios y decían: 'un gran profeta se ha levantado entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo' (Lc 7, 16),' Jamás hombre alguno habló como éste' (Jn 7, 46), y atestiguaban que, gracias a este poder, Jesús 'hacia milagros, prodigios y señales' (Cfr. Hech 2, 22), de esta manera 'toda la multitud buscaba tocarle, porque salía de El una virtud que sanaba a todos' (Lc 6, 19). En todo lo que Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, hacía o enseñaba, se cumplían las palabras del profeta Isaías (Cfr. Is 42, 1 ) sobre el Mesías: 'He aquí a mi siervo a quien elegí; mi amado en quien mi alma se complace. Haré descansar asar mi espíritu sobre él...' (Mt 12, 1 8).

7. Este poder del Espíritu Santo se ha manifestado hasta el final en el sacrificio redentor de Cristo y en su resurrección. Verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios 'que el Padre santificó y envió al mundo' (Cfr. Jn 10, 36). Respondiendo a la voluntad del Padre, El mismo se ofrece a Dios mediante el Espíritu como víctima inmaculada y esta víctima purifica nuestra conciencia de las obras muertas, para que podamos servir al Dios viviente (Cfr. Heb 9,14). El mismo Espíritu Santo (como testimonio al Apóstol Pablo) 'resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos' (Rom 8, 11), y mediante este 'resurgir de los muertos'. Jesucristo recibe la plenitud de la potencia mesiánica y es definitivamente revelado por el Espíritu Santo como 'Hijo de Dios con potencia' (literalmente): 'constituido Hijo de Dios, poderoso según el Espíritu de Santidad a partir de la resurrección de entre los muertos' (Rom 1, 4).

8. Así pues, Jesucristo, el Hijo de Dios, viene al mundo por obra del Espíritu Santo, y como Hijo del hombre cumple totalmente su misión mesiánica en la fuerza del Espíritu Santo. Pero si Jesucristo actúa por este poder durante toda su actividad salvífica y al final en la pasión y en la resurrección, entonces es el mismo Espíritu Santo el que revela que El es el Hijo de Dios. De modo que hoy, gracias al Espíritu Santo, la divinidad del Hijo, Jesús de Nazaret, resplandece ante el mundo. Y 'nadie (como escribe San Pablo) puede decir: 'Jesús es el Señor', sino en el Espíritu Santo' (1 Cor 12,3).

Jesucristo trae al Espíritu Santo (12.VIII.87)

1. Jesucristo, el Hijo de Dios, que ha sido mandado por el Padre al mundo, llega a ser hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de María, la Virgen de Nazaret, y en la fuerza del Espíritu Santo cumple como hombre su misión mesiánica hasta la cruz y la resurrección.

En relación a esta verdad (que constituía el objeto de la catequesis precedente), es oportuno recordar el texto de San Ireneo que escribe: 'EL Espíritu Santo descendió sobre el Hijo de Dios, que se hizo Hijo del hombre; habituándose junto a El a habitar en el género humano, a descansar asar en los hombres, y realizar las obras de Dios, llevando a cabo en ellos la voluntad del Padre, transformando su vetustez en la novedad de Cristo' (Adv. haer. III, 17,1).

Es un pasaje muy significativo que repite con otras palabras lo que hemos tomado del Nuevo Testamento, es decir, que el Hijo de Dios se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo y en su potencia ha desarrollado la misión mesiánica, para preparar de esta manera el envío y la venid las almas humanas de este espíritu, que 'todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios' (1 Cor 2, 10), para renovar y consolidar su presencia y su acción santificante en la vida del hombre. Es interesante esta expresión de Ireneo, según la cual, el Espíritu Santo, obrando en el Hijo del hombre, 'se habituaba junto a El a habitar en el género humano'.

2. En el Evangelio de Juan leemos que 'el último día, el día grande de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó diciendo: !Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Al que cree en mi, según dice la Escritura, ríos de agua viva manarán de sus entrañas!. Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en El, pues aún no había sido dado el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado'. (Jn 7, 37)39).

Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo, sirviéndose de la metáfora del 'agua viva', porque 'el espíritu es el que da la vida...' (Jn 6, 63). Los discípulos recibirán este Espíritu de Jesús mismo en el tiempo oportuno, cuando Jesús sea 'glorificado': el Evangelista tiene en mente la glorificación pascual mediante la cruz y la resurrección.

3. Cuando este tiempo )o sea, la 'hora' de Jesús) está ya cercana, durante el discurso en el Cenáculo, Cristo repite su anuncio, y varias veces promete a los Apóstoles la venida del Espíritu Santo como nuevo Consolador (Paráclito).

Les dice así: 'yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros' (Jn 14, 16)17). 'El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho' (Jn 14, 26). Y más adelante: 'Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí...' (Jn 15, 26).

Jesús concluye así: 'Si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros: pero, si me fuere, os lo enviaré. Y al venir éste, amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio...' (Jn 16, 7-8).

4. En los textos reproducidos se contiene de una manera densa la revelación de la verdad sobre el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. (Sobre este tema me he detenido ampliamente en la Encíclica 'Dominum et Vivificantem'). En síntesis, hablando a los Apóstoles del cenáculo, la vigilia de su pasión, Jesús une su partida, ya cercana, con la venida del Espíritu Santo. Para Jesús se da una relación casual: El debe irse a través de la cruz y de la resurrección, para que el Espíritu de su verdad pueda descender sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia entera como el Abogado. Entonces el Padre mandará el Espíritu 'en nombre del Hijo', lo mandará en la potencia del misterio de la Redención, que debe cumplirse por medio de este Hijo, Jesucristo. Por ello, es justo afirmar, como hace Jesús, que también el mismo Hijo lo mandará: 'el Abogado que yo os enviaré de parte del Padre' (Jn 15,26).

5. Esta promesa hecha a los Apóstoles en la vigilia de su pasión y muerte, Jesús la ha realizado el mismo día de su resurrección. Efectivamente, el Evangelio de Juan narra que, presentándose a los discípulos que estaban aún refugiados en el cenáculo, Jesús los saludó y mientras ellos estaban asombrados por este acontecimiento extraordinario, 'sopló y les dijo: !Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quien se los retuviereis, les serán retenidos!' (Jn 20, 22 -23).

En el texto de Juan existe un subrayado teológico, que conviene poner de relieve: Cristo resucitado es el que se presenta a los Apóstoles y les 'trae' el Espíritu Santo, el que en cierto sentido lo 'da' a ellos en los signos de su muerte en cruz ('les mostró las manos y el costado': Jn 20, 20). Y siendo 'el Espíritu que da la vida' (Jn 6, 63), los Apóstoles reciben junto con el Espíritu Santo la capacidad y el poder de perdonar los pecados.

6. Lo que acontece de modo tan significativo el mismo día de la resurrección, los otros Evangelistas lo distribuyen de alguna manera a lo largo de los días sucesivos, en los que Jesús continúa preparando a los Apóstoles para el gran momento, cuando en virtud de su partida el Espíritu Santo descenderá sobre ellos de una forma definitiva, de modo que su venida se hará manifiesta al mundo.

Este será también el momento del nacimiento de la Iglesia: 'recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra' (Hech 1,8). Esta promesa, que tiene relación directa con la venida del Paráclito, se ha cumplido el día de Pentecostés.

7. En síntesis, podemos decir que Jesucristo es aquel que proviene del Padre como eterno Hijo, es aquel que 'ha salido' del Padre haciéndose hombre por obra del Espíritu Santo. Y después de haber cumplido su misión mesiánica como Hijo del hombre, en la fuerza del Espíritu Santo, 'va al al Padre' (Cfr. Jn 14, 21). Marchándose allí como Redentor del Mundo, 'da' a sus discípulos y manda sobre la Iglesia para siempre el mismo Espíritu en cuya potencia el actuaba como hombre. De este modo Jesucristo, como aquel que 'va al Padre' por medio del Espíritu Santo conduce 'al Padre'' a todos aquellos que lo seguirán en el transcurso de los siglos.

8. 'Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, (Jesucristo) le derramó' (Hech 2, 33), dirá el Apóstol Pedro el día de Pentecostés. 'Y, puesto que sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá!, Padre!' (Gal 4, 6), escribía el Apóstol Pablo. El Espíritu Santo, que 'procede del Padre' (Cfr. Jn 15, 26), es, al mismo tiempo, el Espíritu de Jesucristo: el Espíritu del Hijo.

9. Dios ha dado 'sin medida' a Cristo el Espíritu Santo, proclama Juan Bautista, según el IV Evangelio. Y Santo Tomás de Aquino explica en su claro comentario que los profetas recibieron el Espíritu 'con medida', y por ello, profetizaban 'parcialmente' Cristo, por el contrario, tiene el Espíritu Santo 'sin medida': ya como Dios, en cuanto que el Padre mediante la generación eterna le da el espirar (soplar) el Espíritu sin medida; ya como hombre, en cuanto que, mediante la plenitud de la gracia, Dios lo ha colmado de Espíritu Santo, para que lo efunda en todo creyente (Cfr Super Evang S Ioannis Lectura, c. III, 1.6, nn. 541-544). El Doctor Angélico se refiere al texto de Juan (Jn 3, 34): 'Porque aquel a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios, pues Dios no le dio el espíritu con medida' (según la traducción propuesta por ilustres biblistas)

Verdaderamente podemos exclamar con íntima emoción, uniéndolos al Evangelista Juan: 'De su plenitud todos hemos recibido' (Jn 1, 16); verdaderamente hemos sido hechos participes de la vida de Dios en el Espíritu Santo

Y en este mundo de hijos del primer Adán, destinados a la muerte, vemos erguirse potente a Cristo, el 'último Adán', convertido en 'Espíritu vivificante' (1 Cor 15, 45).

Jesucristo revela la Trinidad (19.VIII.87)

1. Las catequesis sobre Jesucristo encuentran su núcleo en este tema central que nace de la Revelación: Jesucristo, el hombre nacido de la Virgen María, es el Hijo de Dios. Todos los Evangelios y los otros libros del Nuevo Testamento documentan esta fundamental verdad cristiana, que en las catequesis precedentes hemos intentado explicar, desarrollando sus varios aspectos. El testimonio evangélico constituye la base del Magisterio solemne de la Iglesia en los Concilios, el cual se refleja en los símbolos de la fe (ante todo en el niceno-constantinopolitano) y también, naturalmente, en la constante enseñanza ordinaria de la Iglesia, en su liturgia, en la oración y en la vida espiritual guiada y promovida por ella.

2. La verdad sobre Jesucristo, Hijo de Dios, constituye, en la autorrevelación de Dios, el punto clave mediante el cual se desvela el indecible misterio de un Dios único en la Santísima Trinidad. De hecho, según la Carta a los Hebreos, cuando Dios, 'últimamente en estos días, nos habló por su Hijo' (Heb 1, 2), ha desvelado la realidad de su vida íntima, de esta vida en la que El permanece en absoluta unidad en la divinidad, y al mismo tiempo es Trinidad, es decir, divina comunión de tres Personas. De esta comunión da testimonio directo el Hijo que 'ha salido del Padre y ha venido al mundo (Cfr. Jn 16, 28). Solamente El. El Antiguo Testamento, cuando Dios 'habló por ministerio de los profetas' (Heb 1, 1), no conocía este misterio íntimo de Dios. Ciertamente, algunos elementos de la revelación veterotestamentaria constituían la preparación de la evangélica y, sin embargo, sólo el Hijo podía introducirnos en este misterio. Ya que 'a Dios nadie lo vio jamás': nadie ha conocido el misterio íntimo de su vida. Solamente el Hijo: 'el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocen' (Jn 1, 18).

3. En el curso de las precedentes catequesis hemos considerado los principales aspectos de esta revelación, gracias a la cual la verdad sobre la filiación divina de Jesucristo nos aparece con plena claridad. Concluyendo ahora este ciclo de meditaciones, es bueno recordar algunos momentos, en los cuales, junto a la verdad sobre la filiación divina del Hijo del hombre, Hijo de María, se desvela el misterio del Padre y del Espíritu Santo.

El primero cronológicamente es ya en el momento de a anunciación, en Nazaret. Según el Ángel, de hecho quien debe nacer de la Virgen es el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. Con estas palabras, Dios es revelado como Padre y el Hijo de Dios es presentado como aquel que debe nacer por obra del Espíritu Santo: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti' (Lc 1, 35). Así, en la narración de a anunciación se contiene el misterio trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Tal misterio está presente también en la teofanía ocurrida durante el bautismo de Jesús en el Jordán, en el momento que el Padre, a través de una voz de lo alto, da testimonio del Hijo 'predilecto', y ésta v acompañada por el Espíritu 'que bajó sobre Jesús en forma de paloma' (Mt 3, 16). Esta teofanía es casi una confirmación 'visiva' de las palabras del profeta Isaías, a las que Jesús hizo referencia en Nazaret, al inicio de su actividad mesiánica: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió... me envió...' (Lc 4, 18; cf. Is 61, 1).

4. Luego, durante el ministerio, encontramos las palabras con las cuales Jesús mismo introduce a sus oyentes en el misterio de la divina Trinidad, entre las cuales está la 'gozosa declaración' que hallamos en los Evangelios de Mateo (11, 25)27) y de Lucas (10, 21)22). Decimos 'gozosa' ya que, como leemos en el texto de Lucas, 'en aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo' (Lc 10, 21 ) y dijo: 'Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Si, Padre, porque así te plugo. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo' (Mt 11, 25)27).

Gracias a esta inundación de 'gozo en el Espíritu Santo', somos introducidos en las 'profundidades de Dios', en las 'profundidades' que sólo el Espíritu escudriña: en la íntima unidad de la vida de Dios, en la inescrutable comunión de las Personas.

5. Estas palabras, tomadas de Mateo y de Lucas, armonizan perfectamente con muchas afirmaciones de Jesús que encontramos en el Evangelio de Juan, como hemos visto ya en las catequesis precedentes. Sobre todas ellas, domina la aserción de Jesús que desvela su unidad con el Padre: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 10, 30). Est afirmación se toma de nuevo y se desarrolla en la oración sacerdotal (Jn 17) y en todo el discurso con el que Jesús en el cenáculo prepara a los Apóstoles para su partida en el curso de los acontecimientos pascuales.

6. Y propiamente aquí, en la óptica de esta 'partida', Jesús pronuncia las palabras que de una manera definitiva re velan el misterio del Espíritu Santo y la relación en la que El se encuentra con respecto al Padre y el Hijo El Cristo que dice: 'Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí', anuncia al mismo tiempo a los Apóstoles la venida del Espíritu Santo y afirma: Este es 'el Espíritu de verdad, que procede del Padre' (Jn 15, 26). Jesús añade que 'rogará al Padre o para que este Espíritu de verdad sea dado a los Apóstoles, para que 'permanezca con ellos para siempre' como 'Consolador' (Cfr. Jn 14,16). Y asegura a los Apóstoles: 'el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre' (Cfr. Jn 14, 26). Todo ello, concluye Jesús, tendrá lugar después de su partida, durante los acontecimientos pascuales, mediante la cruz y la resurrección: 'Si me fuere, os lo enviaré' (Jn 16, 7).

7. 'En aquel día vosotros sabréis que yo estoy en el Padre', afirma aún Jesús, o sea, por obra del Espíritu Santo se clarificará plenamente el misterio de le unidad del Padre y del Hijo: 'Yo en el Padre y el Padre en mí'. Tal misterio, de hecho, lo puede aclarar sólo 'el Espíritu que escudriña las profundidades de Dios' (Cfr. 1 Cor 2, 10), donde en la comunión de las Personas se constituye la unidad de la vida divina en Dios. Así se ilumina también el misterio de la Encarnación del Hijo, en relación con los creyentes y con la Iglesia, también por obra del Espíritu Santo. Dice de hecho Jesús: 'En aquel día (cuando los Apóstoles reciban el Espíritu de verdad) conoceréis (no solamente) que yo estoy en el Padre, (sino también que) vosotros (estáis) en mi y yo en vosotros' (Jn 14, 20). La Encarnación es, pues, el fundamento de nuestra filiación divina por medio de Cristo, es la base del misterio de la Iglesia como cuerpo de Cristo.

8. Pero aquí es importante hacer notar que la Encarnación, aunque hace referencia directamente al Hijo, es 'obra' de Dios Uno y Trino (Concilio Lateranense IV). Lo testimonia ya el contenido mismo de a anunciación (Cfr. Lc 1, 26-38). Y después, durante todas sus enseñanzas, Jesús ha ido 'abriendo perspectivas cerradas a la razón humana' (Gaudium et Spes, 24), las de la vida íntima de Dios Uno en la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Finalmente, cumplida su misión mesiánica, Jesús, al dejar definitivamente a los Apóstoles, cuarenta días después del día de la resurrección, realizó hasta el final lo que había anunciado: 'Como me envió mi Padre, así os envío yo' (Jn 20, 21). De hecho, les dice: 'Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo' (Mt 28, 19).

Con estas palabras conclusivas del Evangelio, y antes de iniciarse el camino de la Iglesia en el mundo, Jesucristo entregó a ella la verdad suprema de su revelación: la indivisible Unidad de la Trinidad.

Y desde entonces, la Iglesia, admirada y adorante, puede confesar con el evangelista Juan, en la conclusión del prólogo del IV Evangelio, siempre con la íntima conmoción: 'A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer' (Jn 1, 18).

Catequesis Juan Pablo II

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