domingo, 30 de diciembre de 2018

Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret

Fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, desde la que se proponen santísimos ejemplos a las familias cristianas y se invocan los auxilios oportunos.

Esta festividad se celebra el domingo que cae entre la Octava de Navidad (25 de diciembre al 1 de enero), o el 30 de diciembre, si no hay un domingo entre estos dos días. En 2018 coincide que el domingo entre la octava de Navidad es el día 30 de diciembre.

En la festividad de la Sagrada Familia, recordamos y celebramos que Dios quiso nacer dentro de una familia para que tuviera alguien que lo cuidara, lo protegiera, lo ayudara y lo aceptara como era.

Al nacer Jesús en una familia, el Hijo de Dios ha santificado la familia humana. Por eso nosotros veneramos a la Sagrada Familia como Familia de Santos.

¿Cómo era la Sagrada Familia?

María y José cuidaban a Jesús, se esforzaban y trabajaban para que nada le faltara, tal como lo hacen todos los buenos padres por sus hijos.

José era carpintero, Jesús le ayudaba en sus trabajos, ya que después lo reconocen como el “hijo del carpintero”.

María se dedicaba a cuidar que no faltara nada en la casa de Nazaret.

Tal como era la costumbre en aquella época, los hijos ayudaban a sus mamás moliendo el trigo y acarreando agua del pozo y a sus papás en su trabajo. Podemos suponer que en el caso de Jesús no era diferente. Jesús aprendió a trabajar y a ayudar a su familia con generosidad. Él siendo Todopoderoso, obedecía a sus padres humanos, confiaba en ellos, los ayudaba y los quería.

¡Qué enseñanza nos da Jesús, quien hubiera podido reinar en el más suntuoso palacio de Jerusalén siendo obedecido por todos! Él, en cambio, rechazó todo esto para esconderse del mundo obedeciendo fielmente a María y a José y dedicándose a los más humildes trabajos diarios, el taller de San José y en la casa de Nazaret.

Las familias de hoy, deben seguir este ejemplo tan hermoso que nos dejó Jesús tratando de imitar las virtudes que vivía la Sagrada Familia: sencillez, bondad, humildad, caridad, laboriosidad, etc.

La familia debe ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de su vida y donde se aprende a ser un buen cristiano. Es en la familia donde se formará la personalidad, inteligencia y voluntad del niño. Esta es una labor hermosa y delicada. Enseñar a los niños el camino hacia Dios, llevar estas almas al cielo. Esto se hace con amor y cariño.

“La familia es la primera comunidad de vida y amor el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios.” (Juan Pablo II, Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990).

El Papa Juan Pablo II en su carta a las familias nos dice que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentre en Él la fuerza para renovarse continuamente en el amor.

Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y respetuosos con todos, ser estudiosos obedecer a sus padres, confiar en ellos, ayudarlos y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia.

Recordemos que “la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”.
La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Es la célula de la sociedad.

Oración

“Oremos hoy por todas las familias del mundo para que logren responder a su vocación tal y como respondió la Sagrada Familia de Nazaret.
Oremos especialmente por las familias que sufren, pasan por muchas dificultades o se ven amenazadas en su indisolubilidad y en el gran servicio al amor y a la vida para el que Dios las eligió” (Juan Pablo II)

“Oh Jesús, acoge con bondad a nuestra familia que ahora se entrega y consagra a Ti, protégela, guárdala e infunde en ella tu paz para poder llegar a gozar todos de la felicidad eterna.”

“Oh María, Madre amorosa de Jesús y Madre nuestra, te pedimos que intercedas por nosotros, para que nunca falte el amor, la comprensión y el perdón entre nosotros y obtengamos su gracia y bendiciones.”

“Oh San José, ayúdanos con nuestras oraciones en todas nuestras necesidades espirituales y temporales, a fin de que podamos agradar eternamente a Jesús. Amén.”

Fuente: Catholic.net

domingo, 23 de diciembre de 2018

El nacimiento de Cristo

Desde el momento de la encarnación del Hijo de Dios, 
el mundo no ha sido igual. 
Llegó la Luz a vencer las tinieblas.

Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net 
             

Las “preferencias” de Cristo: humildad, pobreza, pureza, obediencia...


Fruto

Dios se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados y abrirnos el camino al Cielo.

Debemos maravillarnos con el hecho de la encarnación e imitar a Cristo en su pobreza, humildad y pureza.


 1. Dios se hizo hombre para salvar a los hombres.

Por primera vez Dios entra a formar parte de la historia humana. Desde ese año en adelante, la historia se dividió en dos: antes y después de Cristo.

Desde el momento de la encarnación del Hijo de Dios, el mundo no ha sido igual. Llegó la Luz a vencer las tinieblas morales del hombre, llegó la Vida para imponerse a la “cultura de la muerte”, llegó el Camino para mostrar a los hombres, errantes en este “valle de lágrimas”, el rumbo al Cielo.

Hay nacimientos que han afectado todo un país o un imperio como fue el caso del Emperador Cesar Augusto, pero este nacimiento sólo tuvo repercusiones sobre los hombres de su tiempo. El nacimiento de Cristo afectó a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Él es el Salvador universal.

El Catecismo nos lo recuerda en muchos números:

El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios. (457);

El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad. (n.459);

El Verbo se encarnó para hacernos participes de la naturaleza divina. (n.460).

Nos lleva a pensar en nuestra vida, tan pobre en comparación con la de Cristo. También tiene su trascendencia, pues Dios nos da una misión. Tenemos “nuestras” almas que salvar. Estas almas son las personas que Dios ha decidido salvar a través de nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestra actividad apostólica.

Hoy más que nunca la Iglesia necesita a hombres generosos, dispuestos a dar todo por la causa de Cristo; hombres decididos a predicar la verdad; hombres verdaderamente santos, imitadores de Jesucristo e ilusionados por darle a conocer a los demás; hombres conquistadores, fieles a la Iglesia en todo y convencidos de su misión vital en el mundo de hoy.

2. Dios Padre escogió la pobreza para su Hijo

Es desconcertante y avasallador, -casi supera nuestra capacidad de sorpresa-, contemplar a Dios hecho Niño, acompañado de María y de José, rodeado de unos animales y metido en una cueva excavada en la montaña, en una noche fría de invierno. El que hizo el universo, el que abrió los labios y fue obedeciendo en todo, el que dio a los demás la existencia, el que pudo escoger su forma de nacimiento, ahí está pobre, rodeado de pobreza, gozoso en la pobreza de sus padres.

Esta decisión de Dios de escoger la pobreza pone en jaque la manera de pensar y especialmente de vivir de muchos hombres hoy en día. Es de suponer que Dios, sabiduría infinita, siempre escoge lo mejor. Al escoger la pobreza margina la riqueza. Más tarde Cristo iba a explicar esta opción cuando puso como primera bienaventuranza la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3). La pobreza que exigió Cristo a sus seguidores no se refería a una condición socio-económica, sino a una actitud religiosa.

El “pobre de espíritu” es aquel que no pone su esperanza en las riquezas de este mundo sino en Dios. No hay duda de que las riquezas pueden atar el corazón humano y bloquearle de tal manera que ya no busca la dicha en Dios sino en las cosas. El hombre se enamora de las creaturas y se olvida del Creador. También cierra su corazón a las necesidades de los demás.

En este mundo donde el hombre lucha por poseer más y más, por acumular más y más, por tener más y más, siguiendo los instintos de su avaricia y ambición; en este mundo en que los hombres sólo se preocupan por almacenar sus bienes sin compartirlos; en este mundo en donde el pobre no es tenido en cuenta, Belén es un signo y una profecía para todos nosotros. Signo en cuanto que nos descubre que la pobreza, desde el punto de vista divino, es riqueza, es salvación, es bendición; y profecía en cuanto que nos abre a la
verdad de la pobreza como senda de felicidad y de realización personal.

3. Dios Padre escogió la pureza para su Hijo

Esta pureza brilla no sólo en Cristo sino también en su Virgen Madre y en San José, el casto esposo de María. En el pantano de la impureza del mundo nacen unos lirios blancos y puros. El mundo de hoy busca los placeres con avaricia. Los persigue y después siente náuseas al hartarse del amargo placer de la concupiscencia de la carne. Belén nos recuerda que la pureza excluye la impureza y que el sendero de la felicidad pasa por la fidelidad al sexto mandamiento de Dios.

¡Qué bella lección, también para este mundo, tan ávido de placeres fáciles, tan hundido en los goces de los sentidos, tan exultante ante lo carnal y material, nos procura la pureza de Belén! Los ojos humanos se ciegan ante tanta luz de pureza. Ojalá que la pureza de Belén quemara hoy la impureza de nuestro mundo para hacerlo más respirable y luminoso.

Más tarde Cristo explicó el por qué de esta opción: "Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). ¿Por qué muchas personas no “ven” a Dios, no creen en Él, no lo aceptan...? Las personas impuras más difícilmente pueden ver a Dios.

Somos testigos de la triste realidad de la producción, exhibición y venta de material pornográfico por todas partes. Podemos decir, guardando las debidas distancias, que la muerte de la pureza lleva a la “muerte” de Dios en el corazón del hombre.

El Catecismo invita a la purificación del ambiente en el n.2525:

La pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los medios de comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de la discreción. La pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.

4. Dios Padre escogió la obediencia para su Hijo

El hombre de hoy está orgulloso de su autonomía. Se siente libre, pero habría que poner en tela de juicio este concepto de libertad. La mayor parte de las veces la libertad humana es tragada por el libertinaje. El hombre moderno dice: “Soy libre para hacer lo que quiero”.

Pero el libertinaje lleva a remolque la verdadera libertad y el hombre termina en la peor esclavitud, la de ser prisionero de si mismo.

También aquí hay que contemplar quién es el que obedece: es el Hijo Amado del Padre, es el Verbo Eterno por quien todo se hizo, es aquel cuyo hablar nos supera, es, como el Padre, el Omnipotente, el Omnisciente, el Eterno, el Santo. Verdaderamente, ¡qué misterio y qué lección para este mundo que ha confundido libertad con el libertinaje, que se agarra a su soberbia como a su principio creador, que ha convertido el egoísmo en inspiración de sus actos, que ha canonizado el orgullo y la autosuficiencia, que sigue apegado al pecado con tal de no someterse a la providencia de Dios!

El hombre debe someterse a la autoridad, no como un esclavo que obedece a su señor porque no hay más remedio, sino como un hijo de Dios que obedece a su Padre. El Catecismo nos recuerda este origen divino de la autoridad en el n.2238:

Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones.

El Catecismo a continuación cita a San Pablo:

«Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana... Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto de maldad, sino como siervos de Dios». (Rom 13, 1-2)

En la encarnación, Dios Padre escogió los tres “consejos evangélicos”, pobreza, castidad y obediencia, para su Hijo como la mejor manera de redimir a la humanidad. Tal vez corramos el peligro de aplicar estos consejos únicamente a los religiosos, dado que son ellos quienes los profesan oficialmente. Sin embargo, estos consejos evangélicos son para todos los cristianos. Ciertamente cada uno tiene que practicarlos según su estado y condición de vida.

Unas preguntas

1. ¿Procuramos imitar a Cristo siendo humildes y obedeciendo su ley o tenemos una moral “pragmática” que ajusta todo a nuestros propios gustos y caprichos?

2. ¿Damos importancia a la pureza de corazón como requisito para tener una relación de íntima unión con Dios?

3. ¿Somos pobres de espíritu o nuestro corazón está “atado” por algo?

miércoles, 12 de diciembre de 2018

12 de diciembre: Fiesta de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México y Emperatriz de América



HISTORIA DE LAS APARICIONES 
DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE


Personas que intervinieron en las apariciones Guadalupanas

Los principales personajes que intervinieron en las apariciones de la Virgen Santísima de Guadalupe, fueron, además de Ella misma, el Elmo. Sr. Fr. Juan de Zumárraga, 0. F. M., Juan Diego, y un tío suyo llamado Juan Bernardino:

Fray Juan de Zumárraga era un Sacerdote Religioso Franciscano, español, vizcaíno, que tenía 55 años de edad en la época de las apariciones, sabio y virtuoso, a quien S. S. el Papa Clemente VII había nombrado primer Obispo de México.

Juan Diego era un pobre indio natural y vecino de Cuautitlán, ya de edad madura, viudo de María Lucía sin instrucción ninguna, y recién bautizado, sencillo, piadoso y de muy buenas costumbres.

Juan Berdardino era tío de Juan Diego y como éste un indio también piadoso y bueno.


Primera Aparición




Tuvo lugar la primera aparición el sábado 9 de diciembre de 1531.  Juan Diego, de 57 años de edad, caminaba los 14 km que lo separaban de Cuautitlán a la Iglesia de Tlatilolco, cuando al pasar hacia el amanecer por el cerro del Tepeyac escuchó desde lo alto un mágico canto de aves y voces. El hacía este camino muy temprano en la madrugada para recibir su instrucción religiosa, por lo cual dudaba de lo que estaba oyendo:

“¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?”

Y luego de estos primeros cuestionamientos que se hizo, se produjo un silencio y escuchó claramente: 

“Juanito, Juan Dieguito.”  

 Se atrevió Juan Diego a ir donde lo llamaban y al llegar a la cumbre del cerro vio una Señora de singular hermosura, de pie entre las rocas, cuyas vestiduras irradiaban resplandores que hacían aparecer los nopales, los mezquites y las demás hierbas que ahí crecían silvestres, como si fueran esmeraldas.

Juan Diego se inclinó delante de Ella, embelesado, y oyó estas palabras de la magnífica Señora:  

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.” 

Juan Diego contestó:


“Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.” 

Y de allí se dirigió directamente al palacio del Obispo y pidió ver al Fray Juan de Zumárraga que hacía pocos años había llegado y estaba a cargo.       



Juan Diego ante Mons. Zumárraga

Juan Diego obedeció inmediatamente lo que la Virgen le había mandado, pero el Sr. Obispo, naturalmente, no creyó su mensaje, pues ninguna persona prudente hubiera creído que la Virgen María se le había aparecido, a pesar de que todo cristiano sabe bien que, como decía San Pablo, Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios, y a los débiles para confundir a los fuertes. Así pues tan solo le dijo. "Déjame pensarlo. Por ahora anda con Dios y ya veremos otro día".


Segunda Aparición

La segunda aparición tuvo lugar ese mismo día. Al regresar Juan Diego por el mismo camino dirigiéndose donde había visto a la Virgen, volvió a verla y le dio la respuesta del Señor Obispo, participándole que éste, según él pensaba, no había dado crédito a sus palabras y rogando a la Virgen que mejor se sirviera de otro mensajero que valiera más que él que no valía nada, ya que era tan sólo un pobre indio despreciable. A lo que la Virgen Santísima le respondió:

 “Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Juan Diego le prometió volver la noche siguiente con una nueva respuesta.

Segunda entrevista de Juan Diego con Monseñor Zumárraga

Cumpliendo con lo prometido, Juan Diego llevó el mismo mensaje al Señor Obispo el domingo 10, después de haber oído Misa en Tlaltelolco y de haber asistido al Catecismo. Cuando consiguió, con dificultad, que el obispo lo atendiese, se arrodilló ante él y llorando expresó la voluntad de la Santa Madre, rogando por que le creyeran. En esta vez llamó la atención del señor Obispo la firmeza con que Juan Diego daba el mensaje y describió a la Señora que lo mandaba, pero no se vio muy conmovido. Le dijo que además de sus palabras era necesaria una señal para confirmar que era verdaderamente la Virgen María quien solicitaba esto. Juan Diego le preguntó qué señal quería para decírselo así a la Señora, pero el Obispo no lo precisó y despidió a Juan Diego, mandando a unas personas de su confianza que lo siguieran con disimulo para averiguar dónde entraba y con quien hablaba. Los que lo siguieron no lo vieron hablar con nadie, pero al pasar el puente que había al terminar la calzada, se les perdió de vista y no pudieron hallarlo por ninguna parte: Por lo que los encargados de seguirlo, juzgaron que era algún hechicero y lo dijeron así al Obispo para que no le creyera.


Tercera Aparición

Juan Diego, que no se había dado cuenta de que lo seguían, cuando llegó al puente siguió su camino hasta el lugar donde solía ver a la Santísima Virgen, ahí la encontró, y con toda naturalidad le hizo saber que el Señor Obispo pedía una señal para cerciorarse de que era Ella quien lo mandaba. La Virgen María mandó entonces a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11, fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyeran:

“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”


Cuarta Aparición: 

"¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?"

Pero Juan Diego no fue al Tepeyac el lunes 11, porque el domingo, al llegar a su casa, halló a su tío Juan Bernardino muy grave del "cocolixtle", que era una forma del tifo, por lo que llamó a un indio curandero cuyas, medicinas no produjeron ningún efecto; así que en la noche del mismo lunes rogó el enfermo a Juan Diego que muy de mañana fuera a Tlaltelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de morir de esa enfermedad.

Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día 12, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro y así, en vez de seguir derecho su camino, subió por entre el Tepeyac y el cerro al que estaba unido, pensando rodear el Tepeyac por la ladera que mira al oriente hasta llegar donde ahora queda el frente de la Basílica y tomar ahí el camino de Tlaltelolco.

Pero no logró su propósito, porque al llegar al sitio donde se levanta ahora la Capilla del Pocito, vio a la Señora del Cielo bajar de donde solía verla y salirle al encuentro.

Juan Diego al verla no se mostró admirado, ni trató de huirla, sino que con toda sencillez le hizo saber que su tío estaba gravemente enfermo e iba en busca de un confesor, después de lo cual iría con gusto a llevar el mensaje y la señal que le dieron para el Señor Obispo.

A esto respondió la Virgen María con estas palabras que debemos grabar muy hondamente en nuestra memoria y en nuestro corazón:

"Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene, ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella: está seguro de que ya sanó".

Estas palabras produjeron en Juan Diego un gran consuelo, quedó contento y convencido y sin ocuparse más en buscar un confesor para su tío, que en ese mismo punto y hora quedó sanado de su enfermedad, le pidió a la Virgen Santa que le diera la señal y el mensaje para llevarlos al Señor Obispo.


Dijo entonces la Virgen:

“Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”


Y Juan Diego, que sabía perfectamente que en ese cerrito no se daban ninguna clase de flores y menos en el mes de diciembre, en el que la helada secaba cualquiera hierba que creciera, obedeciendo al punto, subió a donde le dijo la Señora y encontró la cumbre convertida en un jardín florido en el que habían brotado las mas variadas y exquisitas rosas y se puso a cortar de ellas cuantas pudieron caber en su tilma.

Y después de haberlas cortado bajó a donde estaba la Virgen y se las mostró.

María tomó las flores entre sus manos y le dijo:

 Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

 
La milagrosa aparición de la imagen

Al llegar al templo los criados del obispo salieron a su encuentro, el les rogó una nueva visita pero lo ignoraron y le hicieron esperar largo rato. Pero al ver que traía en su tilma anudada al cuello diversas flores frescas, fragantes y preciosas fuera de la época tradicional de las flores, se asombraron y dieron aviso al Obispo quien lo recibió y escuchó de boca Juan Diego lo siguiente:

“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí: recíbelas.”

 Y al abrir Juan Diego el manto donde guardaba las flores se produjo el gran milagro, una imagen de La Virgen María apareció dibujada en su manto. Tan pronto como la vio, Monseñor Zumárraga y todos los presentes se avergonzaron. 

El Obispo se arrodilló, lloró y pidió perdón por no haber creído y con lágrimas en los ojos prometió obedecer el mandato de la Virgen. Después se puso de pie, desató la manta del cuello de Juan Diego y la llevo a su oratorio. 

Al día siguiente se pusieron en marcha las tareas para erigir el templo solicitado por la Virgen María. Esa misma manta es la que reposa hoy en templo de Tepeyac bajo el nombre de la Virgen de Guadalupe. 

Esto acontecía el día 12 de diciembre del año de 1531.
NOTA: Basado en la descripción del hecho que se encuentra en el Nican Mopohua, relato en lengua náhuatl contenido dentro del Tlamahuizoltica omonexiti in ilhuícac tlatohcacihuapilli Santa María Totlazonantzin Guadalupe in nican huei altepenáhuac México itocayocan Tepeyácac (en náhuatl, “Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyacac”) de 1649.


Quinta Aparición

Origen del nombre de Guadalupe

El Señor Zumárraga tuvo otra comprobación de la presencia de la Virgen Santísima en el Tepeyac y ella fue la curación maravillosa del tío de Juan Diego, que fue quien reveló el nombre que habría que dar a la Virgen María, he aquí como aconteció todo esto:

Juan Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el Señor Obispo lo detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: "Ve a mostrarnos dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su Templo".

Juan Diego condujo a las personas que el Señor Obispo dispuso que lo acompañaran al lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse su Santuario y pidió permiso de irse, pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa, al llegar a la cual vieron que su tío estaba perfectamente sano; Juan Diego explicó a éste el motivo por el que él llegaba tan bien acompañado y le refirió las apariciones y que la Virgen le había dicho que él estaba curado.

Este al oír el relato de Juan Diego, manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, pues que él mismo la había visto del mismo modo en que se apareció a su sobrino y añadió que le habla dicho que dijera al Señor Obispo que era su voluntad se le llamara LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE.




La primera ermita y el primer milagro

Monseñor Zumárraga levantó en honor de la Virgen María una pequeña ermita en el lugar donde ahora está la sacristía de la Parroquia de la Virgen de Guadalupe.

No levantó desde luego un templo suntuoso, porque no quería que el culto a la imagen fuera provocado por actos suyos, prefiriendo que la Virgen María se encargara de acrecentar y aumentar su culto y que así éste no fuera obra de los hombres sino de Dios.

Y pronto obró la Virgen su primer milagro. Precisamente cuando su imagen fue trasladada de la residencia del Señor Zumárraga a su primera ermita, en la forma siguiente: acompañaban a la imagen, danzando, guerreros que en medio de su alegría iban disparando flechas. Una de éstas atravesó el cuello de uno de ellos, dejándolo muerto en el acto. Llevaron el cadáver a los pies de la imagen pidiéndole le devolviera la vida y la Virgen lo resucitó.




Hechos que comprueban la verdad de las apariciones

Además de los milagros que se han multiplicado, prueban la verdad de las apariciones principalmente estos 4 hechos:

1º.- La prodigiosa propagación de la Fe: en 10 años de heroicos esfuerzos, los virtuosos Misioneros que vinieron a propagarla, sólo consiguieron bautizar a muy pocos indios, y de ellos la mayor parte fueron niños pequeñitos o recién nacidos; después de la venida de la Virgen, los indios pedían el bautismo en tal número, que no se daban abasto los Ministros del Señor para bautizarlos. Se dice que se convirtieron en su tiempo nueve millones después de las apariciones.

2º.- La universalidad y el arraigo de la creencia en las apariciones de la Virgen Santísima: Puede decirse que todos los mexicanos de todas las partes y de todos los tiempos, han tenido en las apariciones de la Virgen, una fe firmísima, que no han podido debilitar las contradicciones de algunos impugnadores ni los ataques de sus enemigos; antes cada día se arraiga más esta creencia y se aumenta la devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe; ya en los siglos XVII y XVIII se había extendido a Centroamérica y Filipinas.

3º.- La conservación de la sagrada imagen a través de los grandes peligros de destrucción: a que ha estado expuesta y entre los que hay que citar el haber sido dinamitada en noviembre de 1921; la bomba, colocada junto a la sagrada imagen, causó diversos perjuicios en el templo; un pesado crucifijo de bronce que estaba sobre el Altar fue lanzado a distancia y quedó doblado en arco, el cuadro de San Juan Nepomuceno, que está detrás del altar y es muy pesado quedó casi desplazado, pero ni el vidrio del cuadro que guarda la imagen se rompió.





Cumplimiento de las promesas de la Virgen y Correspondencia del pueblo a sus favores

La Santísima Virgen, tal cual lo dijo a Juan Diego, ha sido verdaderamente especialísima Madre de todos y cada uno de los moradores de México, y ha prodigado sin medida tanto su amor, como su compasión, auxilio y defensa en innumerables y constantes favores otorgados a ellos y a todos los que la invocan y en Ella confían. Ella está siempre atenta para escuchar sus lamentos y remediar sus miserias, penas y dolores.

Y el dichoso pueblo mexicano ha correspondido a tan alta predilección de la Madre de Dios:

- Amándola con todo su corazón, pues no hay un amor más tierno y delicado que el que la mayoría de los mexicanos tienen a María Santísima de Guadalupe.

- Erigiéndole el templo que pedía y que de la ermita del Señor Zumárraga, se ha convertido en la magnífica Basílica en que hoy se la venera.

- Multiplicando sus Santuarios, pues son innumerables los que se han levantado por todos los rumbos de esta tierra, multiplicando sus altares, pues los tiene prácticamente en todos los templos del mundo entero y además son pocos los hogares mexicanos en que no se tenga su bendita imagen con amor y devoción.

- En medio del más grande regocijo, el pueblo mexicano, por concesión de S. S. León XIII la coronó como su Reina el 12 de octubre de 1895.

La Iglesia entera rinde culto a la Virgen de Guadalupe.

La Santa Iglesia ha establecido Misa propia de la Virgen de Guadalupe con rito doble de primera clase y oficio propio.

Y ha fijado el libre diciembre, fecha en que apareció la imagen en la tilma de Juan Diego, fiesta de guardar en la República Mexicana.

El culto de la Virgen Santísima de Guadalupe tiende a extenderse por toda la tierra, habiéndose extendido ya a toda la América Latina, hasta tal grado que a petición del V. Episcopado Hispano-Americano, S. S. Pío X la declaró Patrona de la América Latina el 24 de agosto de 1910.



sábado, 8 de diciembre de 2018

8 de diciembre: Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María (Fiesta de precepto)


“YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN”

Así se identificó la Santísima Virgen María a Santa Bernardita en sus apariciones en Lourdes, Francia en 1858. Hoy en día este nombre no parece extraordinario, pero el que la Virgen haya usado precisamente el término de “Inmaculada Concepción” para responder quién era Ella a una campesinita de un pequeño poblado del sur de Francia, fue en aquel momento algo muy especial. Y fue muy especial por que justamente cuatro años antes el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

















¿En qué consiste ese dogma que cada 8 de diciembre celebramos los Católicos como una de las Fiestas grandes de la Iglesia? Significa que María fue preservada desde el primer instante de su existencia, desde su concepción en el vientre de su madre Santa Ana, del pecado original y de sus consecuencias. Pero el privilegio de la Madre de Dios no se queda allí, sino que sabemos que fue también llena de gracia desde el primer momento de su existencia. Fue “inmaculada” desde su “concepción”.


Dios deseó, entonces, que la Virgen María, la que iba a ser su Madre, fuera concebida en estado de gracia y santidad, libre de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores. Eso significa que María no estuvo nunca sometida a la esclavitud del demonio, ni tenía inclinación al mal, ni oscurecimiento de su entendimiento, consecuencias del pecado original, con las cuales todos los demás mortales somos concebidos. Tampoco estaba sujeta a dos consecuencias adicionales, cuales son el sufrimiento y la muerte. Ella, por cierto, experimentó estas dos cosas, no porque estuviera sujeta a ellas, sino que las padeció como colaboración para nuestra salvación. El anuncio de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios se encuentra muy al comienzo de la Biblia (Gen. 3, 9-15.20) cuando al ser descubiertos Adán y Eva en su pecado de rebeldía contra Dios, el Creador acusa a la serpiente, es decir, a Satanás, y le anuncia:

“Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza”.


"Su descendencia aplastará
 la cabeza del demonio"

Con María comienza la lucha entre la descendencia de la Mujer (Jesucristo) y la de la serpiente, lucha que se resolverá con la victoria definitiva del que es descendiente de la Virgen y también Hijo de Dios.

De allí que en el momento de la Anunciación, cuando tuvo lugar la concepción del Hijo de Dios, el Arcángel Gabriel saludara a María con aquel “llena de gracia” (Lc. 1, 26-38). ¡Claro! Ella es “llena de gracia” porque está llena de la Gracia misma que es Dios y porque nunca el pecado la tocó. De otra manera no hubiera podido ser saludada así. Es la mayor prueba de la Inmaculada Concepción de María.


"Salve llena de Gracia"

La Santísima Virgen María es la primera redimida. Es redimida, inclusive, antes de la llegada de su Hijo, el Redentor. Con Ella comienza la redención, porque nos trae al Salvador del mundo. De allí que San Pablo (Ef. 1, 3-6.11-12) alabe a “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en El, con toda clase de bienes espirituales y celestiales ... para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos”.

Ese maravilloso plan divino ya se sucedió en María por ese privilegio inmensísimo de su concepción sin mancha, pero también -y muy especialmente- por su sí constante y permanente a la Voluntad Divina. Ese mismo plan se va realizando en cada uno de nosotros también con nuestro sí constante y permanente. Para ello el Bautismo ha borrado el pecado original y, además, tenemos a lo largo de nuestra vida todas las gracias necesarias para poder dar nuestro sí en todo momento, como Ella lo dio. 

Que así sea. 
Fuente: BUENA NUEVA Círculo Bíblico


Ave, María

Santa María  
Madre de Dios 
y Madre nuestra, 
De los asesinos de tu Divino Hijo,
De quienes, salvajes, 
nos burlamos de Él 
y comerciamos sus vestidos, 
hoy nos atrevemos a pedirte: 
¡Ruega por nosotros! 

Ruega por nosotros ahora, 
En el duro y vertiginoso vivir actual, 
¡Invoca a Dios! 

Dile que sus pobres pecadores son malos, 
que envenenaron su propio mundo.

Dile que son tontos, 
que buscan la Felicidad en la senda errada. 

Y pídele al Señor que,
cerca del momento final,
vayamos por el camino de la Verdad. 

Que en la hora de nuestra muerte 
un ángel luminoso nos susurre: 
"Ven, tu Padre te aguarda. 
El Paraíso que una vez, cegado, buscaste en la tierra, 
hoy está al alcance de tus manos".

Entonces te veremos abrazarnos,
en nuestros labios brillará una dulce, 
postrer sonrisa.
Y la gente dirá: 
"En vida, nunca pareció tan feliz". 





martes, 4 de diciembre de 2018

Novena a la Virgen de Guadalupe


El 12 de diciembre la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México, que dejó su imagen desde ese día en una sencilla “tilma” como señal del Amor de Dios para creyentes y no creyentes.
Cercanos a esta gran solemnidad mariana les dejamos una Novena para pedir la intercesión de la Virgen María ante Dios.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
"Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, creador y redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. Propongo enmendarme y confesarme a su tiempo y ofrezco cuanto hiciere en satisfacción de mis pecados, y confío por vuestra bondad y misericordia infinita, que me perdonaréis y me daréis gracia para nunca más pecar. Así lo espero por intercesión de mi Madre, nuestra Señora la Virgen de Guadalupe. Amén".
Primer Día
"¡Oh Santísima Señora de Guadalupe! Esa corona con que ciñes tus sagradas sienes publica que eres Reina del Universo. Lo eres, Señora, pues como Hija, como Madre y como Esposa del Altísimo tienes absoluto poder y justísimo derecho sobre todas las criaturas.
Siendo esto así, yo también soy tuyo; también pertenezco a ti por mil títulos; pero no me contento con ser tuyo por tan alta jurisdicción que tienes sobre todos; quiero ser tuyo por otro título más, esto es, por elección de mi voluntad.
Ved que, aquí postrado delante del trono de tu Majestad, te elijo por mi Reina y mi Señora, y con este motivo quiero doblar el señorío y dominio que tienes sobre mí; quiero depender de ti y quiero que los designios que tiene de mí la Providencia divina, pasen por tus manos.
Dispón de mí como te agrade; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Confío en tu benignidad, que todos se enderezarán al bien de mi alma y honra y gloria de aquel Señor que tanto complace al mundo. Amén.
Se dicen las intenciones de la novena y se reza un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.
Oración de San Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe
¡Oh Virgen Inmaculada
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponernos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas,
te pedimos por todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos
de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda
hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes
vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe
y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza.
Con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,
para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos
a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas
y pecados en el sacramento de la penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos
que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Aciprensa