lunes, 25 de diciembre de 2017
viernes, 22 de diciembre de 2017
Relatos de un misionero en Asia - P. Miguel Soler (IVE)
Entonces les dijo:
"Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará.
El que no crea, se condenará"
(Marcos, 16, 15-16)
Wufeng,
Taiwán, 4 de noviembre de 2017.
1. Mediaciones
Más o menos en febrero, según recuerdo, estuvieron de paso por
aquí las reliquias de san Luis y santa Celina Martin, los padres santos de
Santa Teresita de Lisieux.
Fueron más conocidos por su ilustre hija, pero hay
que decir que aunque su camino a los altares fue más largo, llegaron antes al
cielo; y no menor fue su parte en el altísimo grado de santidad al que fue
elevado su retoño. Sus vidas son de lo más ejemplares, muy recomendable
conocerlas. No hay cruz o dificultad, de ésas tan cercanas a la vida de nuestras
familias, en que no haya triunfado la gracia de Dios y los dones del Espíritu
Santo. Enfermedades mentales incluidas. Decíamos que pasaron sus reliquias, en
una gran urna de plata, por distintas parroquias y conventos de la diócesis. El
día en que el recorrido incluía la puerta de nuestro Seminario (en que se
detuvo para algunos cantos y oraciones) de camino hacia la Catedral, me tocó ir
a celebrar una Misa al centro de la ciudad. O sea que hice ese mismo trayecto
una media hora antes que las reliquias, que venían en un gran carro,
acompañadas por el obispo. Y aquí las sorpresas. Apenas salido de casa, a un
par de kilómetros, una cincuentena de personas, de una capilla, esperando con
pancartas, camisetas y banderas alusivas el paso de las reliquias. Fue el
primer grupo de los muchos, muchos, que encontré. La gran mayoría niños y
jóvenes de escuelas y colegios, con sus uniformes y de a cientos, esperando ver
pasar las ilustres visitas.
Fue una más de entre tantas muestras de devoción. El domingo siguiente
fuimos al Carmelo para tener allí la Misa con las reliquias, que debían llegar
de nuevo a la ciudad, desde otro pueblo. La iglesia, muy grande, llena a
reventar de fieles esperando desde horas antes entre oraciones y gran
expectación. En Filipinas es parte del orden providencial actual que sea
el tráfico el que permita o no cualquier actividad o encuentro que precise
traslados, y es tan caprichoso e imprevisible como podía parecer a los antiguos
la peor de las deidades paganas. Y ese día no permitió que las reliquias
llegaran a la hora programada, sino más de hora y media más tarde.
Fue entre
tantas esperas, expectaciones y esperanzas finalmente cumplidas, que una niña
pequeña de un barrio pobre de por allí le dijo a la religiosa que la
acompañaba, cuando finalmente pudieron ver y venerar la urna: “Y… ¿todo esto
para los restos de dos muertos?”. Como pudo la buena hermana le dio una
catequesis sobre quiénes son los santos, y cómo Dios sigue aceptando peticiones
y prodigando gracias por la intercesión de ellos por medio de sus
reliquias.
Todo esto, sumado al momento emocionante en que finalmente
estuvimos un buen rato ante ellas pidiendo a este santo matrimonio por todos
los matrimonios y familias, recordando rostros bien caros, fue lo que me llevó
a recordar ese torrente caudaloso de realidades salvíficas que son reflejo
y consecuencia del hecho de la Encarnación del Hijo de Dios, y que podríamos
llamar “mediaciones”. O sea, todo aquello en lo creado, aún físico, histórico y
material, de lo que Dios se sirve para transmitir su Vida divina a los hombres
o para conducirlos hacia ella. A todo lo cual en cierto sentido se ata. Y lo
primero, lo sabemos, es la misma Humanidad de Cristo, en cada movimiento de su
alma y en cada célula de su Cuerpo, que recibe primero y luego causa en
nosotros la vida del alma. “Con tocar la orla de su manto quedaban curados”,
cuenta asombrado el evangelista. Y sus palabras…, y sus gestos, su mirada y su
presencia. Su pasión dolorosa, su muerte redentora y resurrección vivificadora.
El misterio todo del Dios hecho hombre en el tiempo, para la eternidad.
Pues de allí brota ese torrente de mediaciones que atraviesa y
purifica la historia de la humanidad, y que son las maneras que Él eligió de
extender en el tiempo y el espacio su Obra libertadora de cautivos… y en ello y
por ello mismo, cautivadora de libertades. La predicación, los sacramentos, el
testimonio cristiano y el martirio, los sacramentales, la caridad, las
oraciones… todo lo cual surge de y conduce al Misterio Eucarístico, “fuente y
culmen de la vida de la Iglesia”, como dice el Concilio Vaticano II. La Santa
Misa es la mediación factual, histórica y temporal por excelencia, allí donde
no solamente encontramos la gracia de Dios sino al Autor mismo de la gracia, en
presencia y en sacrificio, en palabras de Tomás de Aquino. Que agrega: “lo que
hizo la cruz para toda la humanidad lo hace la Eucaristía en cada hombre”, casi
nada. Nos une a Cristo durante estos nuestros días de vida, que son los únicos
que tenemos.
Recibiendo vida de la Eucaristía, entre estas mediaciones en el
tiempo están las “nuevas encarnaciones del Verbo” que son los santos, y que
debemos querer ser todos los demás. Con la acción del Espíritu Santo en sus
almas que les hace obrar “al modo divino” y como “pulsaciones del Cuerpo
Místico en la historia” (p. Cornelio Fabro dixit), con la concreción e
historicidad de su cuerpo y de sus días, y con la escandalosa presencia
mediadora de sus despojos, las reliquias. Pensaba entonces en la cantidad de
gracias y más gracias, de conversión, de fervor, de santidad, que Dios daba
esos días a tanta gente aquí, por el solo ver, rezar y tocar estos restos
mortales de un santo matrimonio, ruinas de lo que fueron Templos vivos de Dios
y piedras de la futura Jerusalén. Y pensaba en cuántas gracias estaba Dios
derramando ahora por medio de ellas, y en las gracias que recibirán por su
medio aún aquellos que ahora no lo saben o no se dan cuenta. Él lo sabe, pero
no poco es lo que podemos nosotros vislumbrar.
¿Y por qué tantas reflexiones sobre esto, desde Oriente?
Por dos cosas principales, que aquí se perciben con mayor
intensidad: primera, el espectáculo innegable de los millones y millones de
personas que no conocen a Cristo, que no han oído su palabra, seguido sus pasos
ni comido su Cuerpo que da vida, y que quizás no podrán hacerlo. Eso que sabemos
en todas partes, aquí en Asia nos da en la cara a cada momento. Entonces viene
lo segundo, relacionado, que es una insidiosa tentación a la que hay que
oponer toda la fuerza de nuestro espíritu. Porque de esa primera experiencia,
no pocos “misioneros” de por aquí y de por el mundo, y entre ellos algunos
“teólogos” y pastores, han pensado y concluido que, como el Concilio Vaticano
enseña que quienes no han conocido suficientemente a Cristo y su evangelio
pueden acceder a la salvación “en la forma sólo de Dios conocida” (GS,22; vaya
con “la novedad”, que ya está al menos explícita, en San Pablo, e implícita
como poco, en los Evangelios, y de allí hasta ahora en toda la Tradición), pues
qué mejor que dejarlos librados a esos caminos desconocidos, en los que no faltará
la Bondad infinita, antes que andar predicándoles y “poniéndoles en crisis” su
inocente paganismo o lo que sea, recurriendo a “mediaciones concretas
insuficientes” (que significa para ellos innecesarias e inútiles), y encima
echándoles a las espaldas el fardillo de la práctica y moral cristianas, cuando
tan felices pueden seguir retozando en su ignorancia y además… salvarse. Y
entonces, qué mejor que “ayudar a cada uno a ser buen…”… lo que sea. Y
sanseacabó, a cerrar las misiones. O diluirlas y desvirtuarlas. Y esto porque
sacamos a colación a quienes aún hablan de “salvación”, que hay también quienes
no se animan a “tanto”;…será que están con temas más importantes (¡¿…?!). Y hay
montones de teorías o posturas, ¡ay, entre los cristianos!, que por aquí o por
allá reconducen a este mismo río.
Y así, estos “misioneros” y sus pupilos, han abandonado la
predicación misma del Evangelio y el anuncio de Cristo; y con este primer medio
que el Señor Jesús ordenó usar y San Pablo tiene por indispensable, se han ido
perdiendo todos los demás medios y se han disuelto las demás mediaciones.
Quienes más o menos, cuando más o menos, extendiendo sobre ellos si no siempre
el manto del desprecio (…y no pocas veces) sí el de un silencio ensordecedor. Y
han “caído” la predicación (y una sana apologética) y la propuesta positiva y
directa de la fe para los no cristianos, y con ello todo lo demás… ¡también
para los cristianos mismos!: sacramentos y los sacramentales, oración y
devociones, los elementos de la piedad popular, el uso de las reliquias, los
medios de santificación y un largo etcétera. Porque sucede que… si nada de esto
es conveniente o necesario como parece para “los demás”, al fin de cuentas…
¿por qué lo habría de ser para uno mismo y para nuestros cristianos?
Perdonen sinceramente que me haya ido tanto por las ramas en esto
que deberían ser “relatos misioneros”, pero es que, entenderán, es de vida o
muerte. Literalmente. Por lo que seguiremos un poco por estas ramas. Es que
esto no puede quedar así, hay que responder. No podemos hacer, ni seríamos
capaces, un tratado sobre el tema, pero al menos hay que decir tres palabras.
Ya otros han dicho y dirán más y mejor.
La primera, y realmente espanta el pensarlo, es que sólo se puede
hablar y pensar así desde un desconocimiento total del misterio de Cristo y
desde una nula experiencia de Él, en quien “se encuentran todas las riquezas de
la divinidad” (Col 1,9;2,3) y la respuesta a toda legítima aspiración de la
humanidad (CVII, GS 22), nada menos ¡Como si fuera lo mismo conocer a Cristo
que no conocerlo, tener o no tener una íntima relación con Él, acceder a su
perdón o no, hacer experiencia de Él y de su salvación y su gracia en nosotros
o no hacerla! ¿Y la voluntad del Padre, y el deseo de Cristo de vivificar cada
alma y “cenar con ella” (Ap 3,20)? ¿Y el derecho de ellas a conocerle…?
¿Y… y… y tantos “y” más…? Vemos esta carencia tan grave, además, en quienes Él
llamó y eligió “para que estuviesen con Él y para enviarlos a predicar” (Mc
3,14). Es que dejado lo primero se cae lo segundo. Qué rápido se han “aburrido”
y hundido en los lodos de la superficialidad. El cuadro, en un alma consagrada,
estremece. Tristeza sin nombre ni medida. Si es que las treinta monedas del
Iscariote se antoja una fortuna comparadas con el precio en que tasan éstos a
Nuestro Señor.
Kyrie, eléison: Señor, ¡ten piedad!
La segunda palabra, es que esto viene de otra ignorancia, en
muchos difícilmente excusable, y es el desconocimiento de lo que se llama la
“economía de la salvación”, o sea del modo por el que Dios en su Sabiduría ha
dispuesto que la salvación llegue a los hombres y actúe en ellos. Toda gracia,
todo don, todo lo que al hombre lo acerque a Dios, proviene de Cristo. A nadie
salva Dios si no es por medio de la Humanidad de Cristo. Y la extensión
temporal y ampliación local de esta Humanidad es su Cuerpo Místico, la Iglesia
Misterio, que somos nosotros; y el bien que Dios nos conceda hacer para acercar
a más y más personas a Jesús. La predicación, además, es una invitación a la libre
aceptación del mensaje de Dios, y por eso a la obligación nuestra de predicar
se corresponde el derecho de todos a la Verdad… ¡es cuestión de dignidad
humana, de respeto de la libertad! Derechos humanos y dignidad humana no se
promueven cacareando ni con pomposas declaraciones.
La tercera y última palabra, ahijada de las primeras dos. En el
texto del Vaticano II en cuestión se habla de un “forma que sólo Dios conoce”
por la cual muchos que no conocen a Cristo, porque no han tenido oportunidad de
encontrarle con suficiente nitidez, serán salvos. Lo misterioso no es en virtud
de qué Dios los salvará, que es siempre y sólo por el misterio pascual de
Cristo. Lo misterioso es la manera en la cual de hecho se unen a ese misterio,
y por lo tanto, en la cual se unen al Misterio de la Iglesia. O sea, de qué se
sirve la Misericordia de Dios para ser en concreto la plenitud de la justicia.
Y aquí es donde entramos nosotros y donde retornamos al punto de partida. Lo
misterioso del modo no niega ni relativiza el hecho de la mediación histórica
de la Iglesia, esposa de Cristo, y los cristianos, sus miembros. Lo misterioso
es cuál es concretamente esta mediación en unión al misterio de Cristo de la
que Dios se sirve para la salvación de esta alma que no ha podido conocer a
Cristo ni profesar la fe. Podemos bien pensar: ¿fue por una Misa devota en una
choza perdida, por las ristras de rosarios de una viejecita que se duerme en
medio de ellos, por los dolores de un pobre cristo crucificado al lecho de
su enfermedad… o por los actos de devoción de niños y “como-niños” al pasar
ante unas reliquias de santos…? ¿Fue por la sacrificada e infructuosa
predicación y lágrimas de un misionero, por las “noches” de un alma atribulada
vividas en fe y amor, por la lucha generosa de un cristiano por serlo “de
cuerpo entero”, o por las proezas de las pequeñas fidelidades de un alma
contemplativa? ¿Por las obras buenas de quienes son parte del alma de la
Iglesia… hechas bajo la acción del Espíritu Santo? ¿Fue quizás por tus pobres
oraciones de esta mañana, o las más pobres mías… por estar unido todo ello a
los méritos de Cristo?
Debería hacernos pensar en la eficacia de nuestras oraciones y
sacrificios el que la Virgen en Fátima encargue a tres niños, ignorantes y
sencillos “de colección”, que se dediquen a salvar al mundo con rosarios
y sacrificios ofrecidos en el silencio. Geopolítica del más alto nivel desde
bajo una encina en el últimoc lugarejo de la vieja Europa, porque “la debilidad
de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”. La “manera misteriosa”
no es una invitación a cruzarnos de brazos, al contrario, es un llamado
inaplazable a nuestra responsabilidad, a reconocer nuestra misión en este
mundo, a asumirla y agradecerla.
En sustancia y esencia pensaba estas cosas ante el cofre de plata
con unos pocos huesos y cenizas en su interior.
Hace un par de días estuve en un aeropuerto, conducta que repito
muy frecuentemente, casi un vicio, digamos. Montones de los miles de almas que
crucé no conocen aún a Jesucristo. De nuestro testimonio cristiano, de nuestra
fidelidad a la misión y de nuestra predicación depende que tantos de ellos
lleguen a conocerlo y puedan sumergirse en las inagotables riquezas del Señor,
de nuestros sacrificios y oraciones el que tantos de ellos sean salvados por Él
“de una manera misteriosa”.
2. El rebaño del 1%
Mientras escribo esto llegan por la ventana los cantos, griterío y
batahola de una treintena larga de niños los cuales participan en esta tarde de
sábado del “Oratorio parroquial” aquí en Taiwán. Música, arte, ayudas
extraescolares, formación humana y según su medida cristiana, y muchos juegos
para esta ruidosa cuadrilla de chinitos, la gran mayoría de los pueblos
originarios de Taiwán, lo que llaman los “aborígenes” (suena algo así como
“iuen-chu-mín”), normalmente los más pobres y olvidados. En este momento han
comenzado a practicar algunas canciones navideñas. Son los mismos que vienen
cada tarde de la semana para recibir apoyo escolar, pero hoy… es especial,
porque es sábado y no hay estudio, y el ambiente es mucho más festivo.
Pues bueno, de ellos sólo una niñita es bautizada. El resto,
paganitos de familias paganas. Estamos en Taiwán, donde ser misionero y pastor
es cuidar ese “pequeño rebaño” de católicos, que es menor al 1% de la población
total.
Y entonces aquí van un par de trazos del día a día de uno de estos
pastores, siguiéndolo en un par de sus correrías.
Se trata de “Fu-Shen Fú”, o sea, “el padre Fu”. Para los
lingüistas, diremos que el primer “Fu” es el apellido chino del cura en
cuestión, y el segundo es parte de la palabra “Padre”. Cuál de las partes… ni
idea, pero es más o menos así. Pues bien, Fu-Shen Fú lleva la pila de años en
estas tierras. Cada día tiene la Misa en dos parroquias, con un puñadito de
personas en cada una, hasta las del fin de semana, en que podríamos decir que
llega a ser un “atado”, o sea, un par de decenas.
Sus parroquias comprenden dos notables ciudades, con más de cien
mil personas en total, y poquísimos católicos. Cada jueves a mediodía, va con
su furgón al mercado de verduras y lo llena con todo lo que le donan, siempre
paganos, para repartir en un barrio pobre. El viernes toca lo mismo con el pan,
de la mejor panadería de la ciudad, quienes le buscaron a él para donarle cada
semana excesos de producción para que reparta a los pobres. También paganos.
El sábado, día de subir al furgón para un recorrido de más de una
hora recogiendo niños en los lugares más distantes para el Oratorio en
una de las parroquias (con su correspondiente recorrido al terminar), y el
domingo otro tanto, a veces más largo, para aquellos de la otra parroquia, la
más pobre, ayudado a veces por otros dos vehículos que conducen las hermanas y
alguno de los catequistas. Llegado a la iglesia, a cocinar el mismo cura alguna
cosa para los chicos, luego las catequesis y las clases de música (esto último,
sin duda, no está a cargo de Fu-Shen Fú…), y la Misa al cómodo horario de las
14:30, para que puedan jugar algo después y volver a casa.
El resto de los días, siempre toca algún viaje con niños
para las escuelitas de apoyo, o subirse a la moto para unciones de los enfermos
a más de 20 kilómetros, comuniones de ancianos y enfermos aquí y allá, o
funerales cristianos. Y el resto de la vida parroquial.
Quiero decir, ser pastor de ese 1% aquí es salir a buscar la oveja
perdida, pero es salir a buscar también a la que jamás estuvo en el rebaño… y
es salir para que la que está en él no lo abandone. Es morir como el grano de
trigo cada día, mes tras mes y año tras año, por esa almita por la que murió
Jesús.
Dios bendiga a Fu-Shen Fú.
3. Lluvia del cielo
Y Dios bendice, sin duda. Ayer Fú-Shen Fú debía celebrar la Misa
de la tarde en la parroquia más distante, pero como estaba yo de visita,
Cháng-Shen Fú se ofreció a reemplazarlo. A la hora exacta de esa Misa lo llaman
al móvil para pedirle la Unción para una cristiana moribunda, en el hospital de
la Ciudad, a unas decenas de kilómetros. Allí va Fu-Shen Fú en su moto.
Los familiares paganos de esta fiel cristiana encontraron el número de Fu-Shen
Fú en su móvil, y por eso llamaron, siendo el único número que tenían. La
Providencia se encargó de que él estuviera disponible a esa hora, en una más de
sus delicadezas. Por ella bien le han valido a Fu-Shen Fú sus añares de misión.
Un caso más de los incontables con que puede encontrarse un
sacerdote que ama y vive su ministerio, que se crucifica y que no conoce la
palabra “no puedo”, sobre todo apenas vislumbra que lo que está en juego es un
alma. Muchas veces Fu-Shen Fú me ha comentado de las almas a las que ha
asistido en su último viaje, varios de ellos los jóvenes que tantas veces llevó
en su furgón, padres y abuelos de alguno de los niños convertidos a Cristo,
paganos poco antes bautizados o que entran al rebaño en el lecho de muerte.
Muchos de los niños de estos oratorios y escuelas irán pidiendo a sus padres
poder recibir el catecismo y bautizarse, y no pocos van atrayendo también a los
suyos.
Y Dios bendice. Entre tantas anécdotas que por estos lados se
escuchan, termino estas líneas con una muy especial.
Hace un par de meses Fu-Shen Fú me contó lo que le había pasado el
mediodía de un sábado, durante el “Oratorio” parroquial. Sucedió que “Chin”,
por poner un nombre al simpático paganito de 9 años protagonista de la
historia, lo llamó aparte muy serio diciendo que tenía que hablar con él.
Se sentaron en un banco de la iglesia, y nuestro chinito señalando
hacia el sagrario soltó a quemarropa:
– Hoy Jesús me habló.
El Shen Fú, repuesto de la inicial y agradecida sorpresa, procedió
con los pasos elementales del “discernimiento de fenómenos extraordinarios”,
que se dice. O sea, con total naturalidad, siguió el diálogo:
– ¿Ah, sí…? –dijo como quien habla de la lluvia–, ¿y qué te dijo?
– Que necesito la gracia.
Él no recordaba haberles hablado jamás de esto, al menos con esos
términos. Con la mejor de las composturas y la misma naturalidad que la
sencillez de ambos exigía, es decir, del niño y de la gracia, procedió:
– Y… ¿sabes qué es eso?
– Sí.
– Y entonces… ¿sabes qué tienes que hacer?
– Sí –siguió el chinito con la certidumbre de las almas puras–,
bautizarme.
P. Miguel Soler (IVE)
miércoles, 20 de diciembre de 2017
El secreto de los "pequeños" - Heraldos del Evangelio
EL SECRETO DE LOS “PEQUEÑOS”
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). De hecho, la mayor prueba del amor de Dios por nosotros nos fue dada en Belén y, tres décadas después, en el Gólgota. ¿Qué más podría haber hecho por nosotros? ¿Qué ejemplos, qué milagros, qué enseñanzas podría habernos dado Jesús y no nos dio?
Nos espanta la incomprensible ingratitud de los hombres de aquella época con relación a Dios Redentor; ¡más aún la furia de sus enemigos! Pero si consideramos que Él era omnisciente y, por tanto, conocía en los mínimos detalles su propio destino, la excelencia de su amor por cada uno de nosotros queda probada todavía más. Cristo pasó su vida “haciendo el bien y curando a todos” (Hechos 10, 38) mientras preveía la persecución y la ingratitud de aquellos a los que había venido a proporcionarles toda clase de beneficios, y aún así ¡se nos presenta con los brazos abiertos en un pobre pesebre!
Ahora bien, si “amor con amor se paga”, nos encontramos en una situación aparentemente irresoluble: por mucho que lo queramos, nunca podremos amar al Creador en la misma medida en que Él nos ama, pues su amor es infinito y el nuestro, limitado. Dios, sin embargo, no le exige lo imposible a la naturaleza humana: se contenta con recibir la totalidad de nuestro amor, aunque éste sea pequeño. Desea que el hombre, por así decirlo, se ponga de puntillas y alcance el pináculo de sí mismo.
Si así lo hacemos, hallaremos en el punto auge de nuestro espíritu la verdadera devoción a la Virgen, toda hecha de entrega, desapego y confianza filial. Y cuando dicha situación es obtenida, se convierte en un trampolín para ascender aún más, porque, mediante la práctica de la verdadera devoción, María nos introduce en el “ciclo” de sus virtudes, haciéndonos partícipes de su misma santidad.
En efecto, nunca ha habido, ni habrá jamás, alma alguna que consiga amar a Dios tanto como lo ama su Madre Santísima. Vaso de elección, cúmulo de todas las perfecciones posibles, fue dotada de una capacidad de amar que excede la humana comprensión. San Luis María Grignion de Montfort enseña que si hiciéramos recaer en un único hijo el amor de todas las madres de la Historia, no se lograría ni de lejos el amor que Ella tiene por cada uno de nosotros. ¿Cuál será, pues, la inmensidad de su amor por su Hijo perfectísimo, el propio Dios encarnado?
Aquellos que suben por sí mismos hasta el pináculo de la caridad no llegan siquiera a los pies de la Virgen en materia de perfección de amor; pero el que a Ella se arrima con verdadera devoción puede elevarse mucho más alto. Este es el “secreto” de santificación reservado a los “pequeños”. Dios se complace en engrandecer a los humildes (cf. Mt 23, 12), y en los brazos de María es donde se forjan aquellos a quienes les está reservada la mayor santidad de la Historia.
Publicado en la revista "Heraldos del Evangelio", No. 173, Diciembre 2017, Editorial.
SI DESEA DESCARGAR LA REVISTA COMPLETA PUEDE HACERLO AQUI
Fuente: heraldosdelevangelio.org
lunes, 18 de diciembre de 2017
martes, 12 de diciembre de 2017
Solemnidad de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe
¿Por qué el nombre de Guadalupe?
El origen del nombre Guadalupe siempre ha sido motivo de controversias
Por: www.sancta.org | Fuente: www.sancta.org
"Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al Obispo. También entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al Obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe". (Nican Mopohua)
¿Por qué habría la Virgen María, apareciéndose a un indio en el recientemente conquistado México y hablándole en su idioma nativo, Náhuatl, querer llamarse "de Guadalupe", un nombre español?
¿Quiso ella en todo caso ser llamada de Guadalupe por la estatua de Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura, España?
En sus apariciones a lo largo de los siglos la Santísima Virgen María se identificó a sí misma con su nombre o uno de sus Títulos, y fue generalmente luego conocida con el nombre del lugar donde ocurrieron las apariciones (Fátima, Lourdes, etc.).
¿Entonces por qué la Virgen, apareciéndose a un indio en el México recién invadido y hablándole en su idioma nativo, hubiera querido ser llamada con el nombre en español de Guadalupe?
¿Estaba Ella quizás refiriéndose a la milagrosa estatua de Nuestra Señora de Guadalupe, la que fue otorgada por el Papa Gregorio el Grande al Arzobispo de Sevilla, que estuvo perdida por 600 años y fue encontrada por Gil Cordero guiado por una aparición de Nuestra Señora? La milagrosa y muy venerada estatua fue nombrada de Guadalupe porque así se llamaba el poblado ubicado cerca al lugar del descubrimiento.
El origen del nombre Guadalupe siempre ha sido motivo de controversias, y muchas posibles explicaciones han sido dadas. Se cree sin embargo como la más acertada que el nombre es el resultado de la traducción del náhuatl al español de las palabras usadas por la Virgen durante su aparición a Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan Diego.
Se cree que Nuestra Señora usó el término azteca (náhuatl) de coatlaxopeuh, el cual es pronunciado "quatlasupe" y suena extremadamente parecido a la palabra en español Guadalupe. Coa significando serpiente, tla el artículo "la", mientras xopeuh significa aplastar. Así Nuestra Señora se debió haber referido a ella misma como "la que aplasta la serpiente."
Debemos recordar que los aztecas ofrecían anualmente más de 20,000 hombres, mujeres y niños como sacrificios humanos a sus dioses, ritos que en muchos casos incluían el canibalismo de los cuerpos de las víctimas. En 1487, debido a la dedicación de un nuevo templo en Tenochtitlán, unos 80,000 cautivos fueron inmolados en sacrificios humanos en una sola ceremonia que duró cuatro días.
Ciertamente en México, con la conversión de millones de los habitantes al cristianismo, Ella aplastó la serpiente.
¡Feliz día, queridísima Madre,
Santa María de Guadalupe,
patrona de México
y Emperatriz de las Américas!
¡BENDICE AL CONTINENTE AMERICANO
Y AL MUNDO ENTERO!
sábado, 9 de diciembre de 2017
viernes, 8 de diciembre de 2017
8 de diciembre:Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
El don más excelso de todo el orden de la creación
En María, Dios quiso unir la insuperable dignidad de la maternidad divina con el mayor don de la gracia, el cual restauró la belleza del universo creado e inició la Historia de nuestra Redención
En aquel tiempo, 26 en el mes sexto, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 El Ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30 El Ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Con-cebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin”.
34 Y María dijo al Ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”.
35 El Ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible”.
38 María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
Y el Ángel se retiró (Lc 1, 26-38).
I – La visión acertada de las cosas es la de Dios
Contemplar los acontecimientos a partir de una perspectiva divina es difícil para nosotros, criaturas humanas, mientras vivimos en la tierra. Por estar sujetos a las leyes del tiempo, nuestro raciocinio es discursivo, diferente del modo de pensar proprio de Dios, para quien sólo existe el presente. Pero cuando lleguemos a la eternidad y nos encontremos cara a cara con Él, todo será mucho más sencillo, porque nuestra inteligencia se volverá deiforme.
En este mundo, por el contrario, conocemos las cosas por los sentidos y tendemos a considerar como realidad sólo lo que ellos captan, porque pensamos que ése es el medio más eficaz para analizarla. Sin embargo, esa idea no es correcta, porque todo está en Dios, como enseñó San Pablo en el Areópago de Atenas: “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Cada criatura estuvo en Dios desde siempre y al crearla también lo hizo dentro de sí mismo, pues nada existe fuera de Dios. Mientras nosotros vemos las cosas desde el exterior, Dios lo ve todo en sí mismo con absoluta perfección.
Dos modos de ver la realidad
Nada mejor que un ejemplo para ayudarnos a comprender esto. En el pasado, los observatorios astronómicos estaban equipados con grandes y pesadas lentes, también llamadas telescopios refractores. Además de ser de difícil manejo, su fabricación era bastante costosa por la necesidad de lentes apropiadas. Con los avances tecnológicos, esos aparatos fueron siendo sustituidos por otros más sencillos, eficientes y menos costosos, los telescopios reflectores, compuestos sobre todo por espejos en vez de lentes. Con este sistema, el observador no examina directamente los astros con las lentes, sino las imágenes de los cuerpos celestes reflejadas en los espejos. El resultado es un análisis más esmerado y preciso de la bóveda celeste.
Con nosotros sucede algo parecido: cuando nos atenemos a nuestra pobre visión humana, es como si estuviésemos usando una arcaica lente; si intentamos interpretar los hechos en Dios, en Él veríamos todo con mayor claridad y exactitud. He aquí la razón por la cual debemos empeñarnos en discernir las cosas en función de Dios, en vez de concluir por nosotros mismos.
La Historia vista desde la perspectiva divina
Ahora bien, está claro que vemos la Historia de un modo cronológico. Por ejemplo: se dio la creación de los Ángeles, uno de ellos se rebeló, arrastró tras de sí a una tercera parte de los espíritus celestiales y todos ellos fueron arrojados al infierno. Después fueron creados Adán y Eva e introducidos en el Paraíso, donde vivían felices hasta el momento en que, engañados por la serpiente, desobedecieron a Dios, manchando el universo con el pecado. Más tarde el Señor nos redimió. Tal sucesión de acontecimientos es verdadera, pero insuficiente y muy distante de la realidad completa. ¿Y ésta cuál es?
Evidentemente, lo que pasa en el seno de la Santísima Trini-dad es impenetrable para nosotros. ¿Cómo alcanzar la extraordinaria altura del pensamiento divino? Son tres Personas idénticas y, no obstante, se entretienen en una inmensa felicidad. Por más que queramos, nunca podremos formarnos una noción exacta de cómo se dio la idealización del orden del universo con todas las maravillas que lo componen. Sin embargo, nada nos impide meditar a ese respecto. Debido a nuestra naturaleza tenemos la necesidad de imágenes para entender mejor las cosas y, por eso, precisamos casi que “humanizar” a Dios. Imaginemos, pues, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo planeando la creación, durante una conversación entablada desde toda la eternidad. Concebir una cosa que no ha tenido principio, para nosotros ya es algo bastante complicado...
Los fundamentos del universo
Dios tiene en sí —usamos a propósito la palabra “tiene” porque, como hemos dicho, para Él no hay pasado ni futuro— infinitos universos posibles, Ángeles y hombres que no fueron creados, así como infinitas posibilidades de relaciones de los hombres entre sí, de los hombres con los Ángeles, etc. No obstante, elige y crea el mundo en el cual vivimos, ciertamente el mejor para la realización de sus designios, pues siendo Dios la Perfección no podría preferir algo inferior a lo que existe.1 Según nuestro concepto, la formación de ese universo sería semejante al proceso de construcción de un edificio: empezamos por los cimientos, afincados en el seno de la tierra, y sobre ellos alzamos las paredes, para sólo entonces preocuparnos de las partes más nobles. En la mente de Dios, al contrario, los cimientos son el punto más alto y sublime. Por ese motivo, el plan de la creación parte de la criatura princeps, Cristo, y en función de Él todo se construye, como enseña San Pablo en la segunda Lectura de hoy: “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante Él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos” (Ef 1, 4-5).
Ahora bien, es doctrina común de la Iglesia que en el pro-yecto divino Jesús y la Virgen ocupan el mismo lugar.2 Por tanto, a partir de ambos Dios constituye el universo.
La más sublime de las criaturas
Siendo Jesús la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada, Hombre Dios, no tiene personalidad humana, sino divina; es el proprio Hijo, engendrado y no creado, consubstancial con el Padre, aunque haya asumido nuestra naturaleza. María, la Madre de Dios, sólo tiene personalidad humana, pero es la más sublime de las criaturas, la máxima realización en el mundo creado e incluso en el mundo de las criaturas posibles que no llegaron a ser creadas. Desde toda la eternidad fue causa de alegría para las tres Personas Divinas. Podemos imaginar que, al contemplarla, el Padre exclamase: “¡Ella será mi Hija!”; el Hijo dijese: “¡Ella será mi Madre!”; y el Espíritu Santo: “¡Ella será mi Esposa!”. Y, deteniéndose en el amor a Ella, la colmaron de todo cuanto le convenía entre las bellezas de la creación y de los tesoros de la gracia, coronándola con un singularísimo don: la Inmaculada Concepción.
Es importante recordar aquí que ésta, como todas las demás prerrogativas de la Santísima Virgen, fluye de su privilegio esencial, la maternidad divina, insuperable dignidad que la eleva de forma relativa, pero auténtica, al séptimo plan de la creación, o sea, el orden hipostático. Estos presupuestos nos permitirán comprender mejor la Liturgia de esta Solemnidad, la cual nos muestra en la primera Lectura y en el Evangelio, respectivamente, dos pasajes de la Sagrada Escritura alusivos a la Inmaculada Concepción: el célebre versículo del Génesis llamado Protoevangelio (cf. Gen 3, 15) y la salutación del Ángel a la Virgen (cf. Lc 1, 28). Como el texto de San Lucas3 ya ha sido comentado en otras ocasiones, aprovechemos para hilar algunas consideraciones sobre la Inmaculada Concepción a partir del episodio narrado en la primera Lectura (Gen 3, 9-15.20). En el plan de la creación trazado por Dios, este hecho también estaba incluido como antípoda de Aquella que hoy celebramos.
II – “Pondré enemistad entre ti y la mujer”
El amor es eminentemente comunicativo: si alguien, por amor a Dios, ama a otro, desea darse por entero a quien ama. Así pues, Dios nos ama desde toda la eternidad.
Por eso, además de erigir al hombre como rey de la creación, poniendo a las criaturas bajo su dominio, le concedió toda suerte de dones naturales, preternaturales y sobrenaturales. Adán y Eva, con todo, aceptaron la oferta del demonio —“seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal” (Gen 3, 5)— y probaron el fruto prohibido, sufriendo enseguida las consecuencias de su desobediencia. Al sentirse vacíos —es decir, frustrados, una sensación inevitable derivada del pecado mortal—, intentaron esconderse de Dios. He aquí un error, consecuencia del pecado original, en el cual la humanidad viene incurriendo de generación en generación: huir de Dios cuando se comete una falta. Tal actitud es un verdadero suicidio espiritual. El ejemplo de David, de Santa María Magdalena, de San Agustín y de tantos otros Santos en la Historia, que fueron atendidos superabundantemente cuando, arrepentidos de sus errores, se presentaron ante Dios para pedir perdón, nos muestra qué equivocada fue la reacción de nuestros primeros padres. Dios está en todo momento a nuestra disposi-ción para perdonarnos.
El pecador siempre quiere justificarse
El Creador entonces le preguntó al hombre: “¿Dónde estás?” (Gen 3, 9). Está claro que Dios ya lo sabía... ¡Adán estaba dentro de Él! Pero era un modo de increpar a su conciencia llevándole a reconocer el pecado. Y Adán intentó explicarse: “Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo” (Gen 3, 10).
Una vez más el Señor le preguntó, a pesar de que conocía todo lo que estaba sucediendo: “¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?” (Gen 3, 11). Por medio de este diálogo, Dios se adaptaba al modo de raciocinar humano para hacer caer en sí a Adán, porque a esas alturas ya estaba intentando olvidar su culpa. El que comete un pecado mortal —en este caso, en ma-teria de obediencia— tiene la tendencia a crear enseguida una justificación de su acto. Nadie practica el mal por el mal.4 Adán y su mujer pecaron con la ilusión de obtener un bien: ser iguales a Dios. Por eso Adán se excusó: “¡La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí!” (Gen 3, 12). O sea, en vez de pedir perdón, atribuye a Dios la responsabilidad del cri-men, como diciendo: La culpa es tuya y no mía. Creaste a esta mujer, ella me trajo el fruto y comí. Eva, a su vez, tuvo la misma reacción al ser interpelada por Dios: “La serpiente me sedujo y comí” (Gen 3, 13). Cuando uno no asume su proprio error, termi-na por echarle la culpa a otro.
Las consecuencias del pecado... y el plan de Dios
Terribles son las consecuencias del pecado original para la humanidad. Por haber entrado en la vía de la enemistad con Dios, Adán y Eva perdieron la gracia santificante y, con ella, todos los demás dones sobrenaturales. Y también los dones preternaturales, como, por ejemplo, el de la inmortalidad, el de la integridad —perfecto equilibrio entre las pasiones, la razón y la voluntad— y, en el caso de Adán, la ciencia infusa. Incluso la naturaleza humana se debilitó,5 pues la inteligencia se oscureció y la voluntad quedó con tendencia a elegir el mal. Adán y Eva se volvieron débiles en la lucha contra las tentaciones. Ésta es la herencia que recibimos de ellos, porque somos sus descendientes.
No existía ni una sola criatura humana capaz de saldar esa deuda. Y aunque Dios bien podría haber perdonado el pecado gratuita y libremente, puesto que Él es el ofendido y el juez, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad quiso ofrecer una reparación al Padre, encarnándose para obrar la Redención. Por eso, inmediatamente después de maldecir a la serpiente, usada por el demonio como instrumento de la tentación, Dios declaró: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gen 3, 15). En estas palabras se encuentra sintetizado el mensaje del Evangelio, porque “con este divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios, Cristo Jesús, y designada la Santísima Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. [...] la Santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo, hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado”.6
¿Cómo aplastó la Santísima Virgen la cabeza del demonio? Es lo que leemos en el Evangelio. Si Eva, al aceptar la petición de la serpiente, atrajo la maldición sobre el género humano, María, al decir “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) —consintiendo en ser utilizada como escenario de la lucha entre el Hijo de Dios y satanás— venció no sólo al pecado, sino también a la muerte.
III – La gloria de la Inmaculada Concepción
Según la expresión repetida por muchos santos, de Maria nunquam satis, de María nunca sabremos lo suficiente.7 Y así como nunca nos sentimos lo suficientemente satisfechos al oír hablar de Ella, tampoco nos contentaremos nunca cuando se trata de glorificarla. Establecida la Solemnidad de la Inmaculada Concepción en el tiempo de Adviento, la Iglesia suspende el carácter de austeridad de este tiempo litúrgico para celebrarlo con gran pompa y alegría. Entre la abundancia de comentarios a que tal conmemoración da lugar, recordemos que este don especialísimo de María es un triunfo del mismo Jesús, pues todo lo que Ella posee se debe al hecho de ser su Madre. Por tal razón, las alabanzas que tributamos a la Madre tienen como causa y término final al Hijo.
Y la maternidad divina fue precisamente uno de los argumentos en los cuales la piedad popular se apoyó para sustentar la Concepción Inmaculada, mucho antes de la proclamación del dogma. Por el proceso natural de la gestación, la Santísima Virgen dio su sangre para la constitución física del Salvador, de modo que la Carne y la Sangre de Jesús son la carne y la sangre de María. Sería absurdo imaginar al Hombre Dios siendo formado a partir de sangre impura, en un claustro materno manchado por el pecado original, porque de una fuente impura no puede brotar lo que es puro. En virtud de la Encarnación del Verbo, María tenía que estar exenta del pecado. Y si defendemos la divinidad de Jesucristo, es forzoso que defendamos también la Inmaculada Concepción de su Madre.
Otro hermoso aspecto de ese privilegio es la gloria que éste significa para la Iglesia, de la cual la Santísima Virgen es Madre. Siendo misión de la Iglesia combatir el pecado, disminuir sus efec-tos y distribuir la gracia a las almas, no puede haber honor más grande para ella que tener una Madre y Reina Inmaculada y llena de gracia. Pero, también con relación a María la Iglesia ejerció la función de santificar con una perfección imposible de ser igualada en cualquier otra criatura: durante los años en que la Santísima Virgen vivió después de la Ascensión de Jesús, orientando y amparando maternalmente a la Iglesia naciente, Ella se benefició del sacramento de la Eucaristía, y cada comunión aumentaba en Ella, en proporciones inmensas, el extraordinario tesoro de gracia recibido en su Concepción Inmaculada.
La proclamación del dogma
Le correspondió al Beato Pío IX —cuyo largo pontificado transcurrió en un período de gran tensión contra la Iglesia— incluir este título mariano entre los dogmas de Fe. El ambiente católico ya se encontraba preparado, sobre todo porque el Santo Padre y varios de sus predecesores desde hacía mucho venían promoviendo la devoción a la Inmaculada Concepción, incluso con prohibición de que se difundiesen tesis contrarias a esta doctrina. Se cuenta que, en cierta ocasión, estando el Papa desterrado en Gaeta, el Cardenal Lambruschini le dijo: “Santo Padre, Su Santidad no cambiará el mundo si no es declarando el dogma de la Inmaculada Concepción”. Poco después de esto, el 2 de febrero de 1849, el Papa lanzó la encíclica Ubi Primum, dirigida a los Patriarcas Primados, Arzobispos y Obispos de la Iglesia Universal, consultándoles sobre esta cuestión.8 Salvo poquísimas excepciones —menos del diez por ciento de un total de más de 600 cartas enviadas—, las respuestas fueron todas favorables. Y cuando volvió a Roma, en 1850, Pío IX convocó a todos los Obispos del mundo para que contribuyesen en el trabajo de la comisión encargada de preparar la bula de definición del dogma.9
Finalmente, el 8 de diciembre de 1854, a las once de la mañana, se reunieron en la Basílica de San Pedro doscientos dignatarios eclesiásticos, entre Cardenales, Arzobispos y Obispos, para la solemne Misa pontifical, durante la cual se llevó a cabo la ceremonia de definición del dogma. Antes del Ofertorio, el Cardenal Macchi, decano del Sacro Colegio, se acercó al trono pontificio donde se encontraba el Papa y, en nombre de la Iglesia, le dirigió la súplica, como prescribía el ceremonial: “Santísi-mo Padre, dignaos levantar vuestra voz apostólica en medio de la celebración del sacrificio incruento comenzado y pronuncie el decreto dogmático de la Inmaculada Concepción, que hará nacer nuevo júbilo en el Cielo y llenará de alegría todo el mundo”. Levantándose, Pío IX ordenó que se entonase el Veni Creator Spiritus, acompañado al unísono por todos los presentes. Concluido el cántico, el pueblo se puso de rodillas y el Papa, en pie, inició la lectura de la Bula Ineffabilis Deus, cuyo auge fueron las siguientes palabras:
“Después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda la corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu Paráclito, e inspirándonoslo Él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la Fe Católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra:
“Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Je-sucristo, Salvador del género humano”.10
Terminada la proclamación, el cañón del Castillo de Sant’Angelo tronó en salvas y las campanas de la Ciudad Eterna repicaron para festejar el reconocimiento oficial de la Iglesia a esta prerrogativa mariana, la cual hace que el Cielo se regocije, los infiernos tiemblen, llena de consolación a sus hijos en la tierra y de tristeza a sus adversarios. En una palabra, es un dogma que evidencia la enemistad entre el linaje de la Virgen y el de satanás.
Algunas consideraciones sobre la fórmula del dogma
Admirables son la belleza y la precisión de los términos usados en la fórmula dogmática. Por ejemplo, la expresión “en el primer instante de su concepción” indica que María fue exenta del pecado en el momento en que, por así decirlo, Dios pronunció el fiat para su creación y Ella empezó a existir en el tiempo tal como había sido idealizada desde toda la eternidad. Ya las palabras “por singular gracia y privilegio de Dios omni-potente” dejan claro que lo normal hubiera sido que la Santísima Virgen fuese concebida con la mancha del pecado, como cualquier hijo de Adán y Eva; pero como para Dios no hay nada imposible, Él quiso dispensar a su Madre de esa herencia de muerte. Y el argumento teológico fundamental del dogma se expresa así: “fue preservada inmune de toda mancha de culpa original [...] en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Explicando esta doctrina, la teología recurre a una expresiva analogía:
Las dos maneras de redimir a un cautivo. Hay casos en que éste está en la cárcel y mediante el pago de un rescate es puesto en libertad. Sin embargo, hay otros en los que el individuo corre el riesgo de ser encarcelado, y antes que esto ocurra alguien paga el rescate. Llevando nuestra imaginación a aquella eterna conversación de la Santísima Trinidad, podemos suponer que el Hijo se habría dirigido al Padre, diciendo: “Antes que el pecado original toque a mi Madre, le aplico el precio de mi Sangre que será derramada en el Calvario”. Por haber sido objeto de esa Redención preventiva, “María tiene algo en común con todos los hombres, el haber sido rescatada por la Sangre de su Hijo; pero tiene de particular, que esa Sangre ha sido sacada de su casto cuerpo. [...] Tiene en común con nosotros que esa Sangre cae sobre Ella para san-tificarla; pero tiene de particular que Ella es la fuente. De tal modo que podemos decir que la concepción de María es como que el primer origen de la Sangre de Jesús. Aquí es donde este hermoso río comienza a extenderse, este río de gracias que corre en nuestras venas por los Sacramentos y que lleva el espíritu de vida a todo el cuerpo de la Iglesia”.11
Por consiguiente, en la concepción de la Santísima Virgen empezó la Historia de nuestra Redención. La solemnidad de hoy es la fiesta de la liberación de quien era esclavo del demonio y se entrega enteramente a Jesucristo, por las manos de la Santísima Virgen. ¡Somos hijos de María Inmaculada! Y si tenemos aprecio por nuestra madre natural, mucho mayor debe ser nuestro amor por la que es Madre de nuestra vida sobrenatural. Llenos de gratitud, pidámosle a Ella que, así como triunfó sobre el pecado, triunfe en nuestra alma, infundiéndole un rayo de su inmaculabilidad. Y que, purificados de todas nuestras miserias, seamos asistidos por su Divino Esposo y nos transformemos en instrumentos eficaces para la promoción de otro triunfo, por Ella prometido en Fátima y tan deseado por nosotros: el triun-fo de su Sapiencial e Inmaculado Corazón.
Fuente: Heraldos del Evangelio
ORACIÓN A LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Inmaculada Madre de Dios, Reina de los cielos, Madre de misericordia, abogada y refugio de los pecadores: he aquí que yo, iluminado y movido por las gracias que vuestra maternal benevolencia abundantemente me ha obtenido del Tesoro Divino, propongo poner mi corazón ahora y siempre en vuestras manos para que sea consagrado a Jesús.
A Vos, oh Virgen santísima, lo entrego, en presencia de los nueve coros de los ángeles y de todos los santos; Vos, en mi nombre, consagradlo a Jesús; y por la filial confianza que os tengo, estoy seguro de que haréis ahora y siempre que mi corazón sea enteramente de Jesús, imitando perfectamente a los santos, especialmente a San José, vuestro purísimo esposo. Amén.
San Vicente Pallotti (1)
ORACIÓN
¡Virgen Santísima, que agradaste al Señor y fuiste su Madre; inmaculada en el cuerpo, en el alma, en la fe y en el amor! Por piedad, vuelve benigna los ojos a los fieles que imploran tu poderoso patrocinio. La maligna serpiente, contra quien fue lanzada la primera maldición, sigue combatiendo con furor y tentando a los miserables hijos de Eva. ¡Ea, bendita Madre, nuestra Reina y Abogada, que desde el primer instante de tu concepción quebrantaste la cabeza del enemigo! Acoge las súplicas de los que, unidos a ti en un solo corazón, te pedimos las presentes ante el trono del Altísimo para que no caigamos nunca en las emboscadas que se nos preparan; para que todos lleguemos al puerto de salvación, y, entre tantos peligros, la Iglesia y la sociedad canten de nuevo el himno del rescate, de la victoria y de la paz. Amén.
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JACULATORIA
Bendita sea la santa e Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Madre de Dios. Avemaría.
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EJERCICIO PIADOSO A LA INMACULADA VIRGEN
Oh Dios, que por la Inmaculada Virgen, preparasteis digna morada a vuestro Hijo; os suplicamos que, así como a ella la preservasteis de toda mancha en previsión de la muerte del mismo Hijo, nos concedáis también que, por medio de su intercesión, lleguemos a vuestra presencia puros de todo pecado. Por el mismo Jesucristo, nuestro señor. Amén.
1. Bendita sea la santa e inmaculada Concepción de la gloriosa Virgen María, Madre de Dios. Avemaría.
2. Oh María, que entrasteis en el mundo sin mancha de culpa, obtenedme de Dios que pueda yo salir de él sin pecado. Avemaría.
3. Oh Virgen María, que nunca estuvisteis afeada con la mancha del pecado original, ni de ningún pecado actual, os encomiendo y confío la pureza de mi corazón. Avemaría.
4. Por vuestra Inmaculada Concepción, oh María, haced puro mi cuerpo y santa el alma mía. Avemaría.
5. Oh María, concebida sin pecado, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos. Avemaría.
1. San Vicente Pallotti (Roma, 1795-1850) fue presbítero y fundador de la Sociedad del Apostolado Católico. El fin de esta sociedad era la de animar a todos los fieles católicos a emprender labores de apostolado entre los no católicos y católicos alejados de la fe. Fue beatificado en 1950 y canonizado por el papa Juan XXIII en 1963.