sábado, 31 de marzo de 2018

Sábado santo: la soledad y el dolor de María, madre del Amor crucificado

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Sermón del siervo de Dios, el agustino recoleto padre Mariano Gazpio (+1989) –cuyo proceso de beatificación-canonización está en su andadura–, que invita a contemplar a la virgen María, en pie junto a la Cruz, unida al sacrificio redentor de su Hijo Jesús y como consoladora de los afligidos.

"Stabant autem iuxta crucem Jesu mater eius et soror matris eius Maria Cleophæ et Maria Magdalena. Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25).

El sagrado Evangelio, con la sencillez y sublimidad propia del Espíritu Santo, nos presenta a nuestro divino Redentor, Cristo Jesús, pendiente de la cruz y, en expresión del apóstol San Pablo, "ofreciendo al eterno Padre plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas".

A la vez nos presenta a María santísima, madre de Jesús, acompañada del discípulo amado san Juan, de María de Cleofás y de María Magdalena, puesta de pie junto a la cruz de Jesús con santa modestia y gravedad, atenta a cuanto su amado Hijo hacía y decía, fija su mente en el divino misterio que se realizaba, y tomando con el corazón traspasado de pena y de dolor pero en todo sumisa a la divina voluntad y repitiendo desde lo íntimo de su ser como en otro tiempo: "Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum - He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra", la parte que le correspondía en aquella divina ofrenda y santo sacrificio. (...).

Mucha e importante es la materia que nos ofrece este inolvidable misterio, pero tan solo voy a hablarles brevemente del martirio de María santísima, de su conformidad con la divina voluntad y de su oficio de consoladora de los afligidos. 

Imploremos antes la ayuda de la divina gracia 
por mediación de nuestra Reina y Señora, 
saludándola con el ángel… Ave María.


Martirio de María santísima
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Las palabras, que un día dirigió en Jerusalén el anciano Simeón a la madre de Jesús, "Mira, este niño está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para blanco de contradicción, y una espada traspasará tu propia alma", cumpliéronse fielmente durante toda la vida de nuestro Señor Jesucristo y sobre todo en el tiempo de su sacratísima pasión y muerte de cruz.

Quién podrá apreciar y comprender, fuera de Dios, nuestro Señor, la extensión, la profundidad y la amargura de los sufrimientos del corazón de la santísima virgen María, al ver a Jesús niño perseguido por el rey Herodes, al no encontrar a su hijo Jesús entre los suyos a la vuelta de Jerusalén pasada la fiesta, al contemplar a Jesús en su casita de Nazaret ignorado de todos y por tanto tiempo; y en la vida pública, viendo a Jesús pasar por todas partes haciendo el bien y, sin embargo, ser espiado y criticado, blasfemado y perseguido por escribas y fariseos, príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo; y en el tiempo de su pasión y muerte de cruz lo ve escupido y abofeteado, escarnecido y vilipendiado, flagelado y coronado de espinas como rey de burlas, pospuesto a Barrabás, condenado a muerte, cargando él mismo con la cruz a cuestas, crucificado y pendiente de la cruz.

Otra causa además, amadísimos fieles, contribuía a aumentar su pena y dolor sin límites: ver la situación que tomaba su propio pueblo, el pueblo llamado de Dios, el pueblo de los patriarcas y de los profetas, que, cifrando su gloria en el Esperado de las gentes, en el anunciado Mesías, ahora, lleno de odio y enloquecido, clama y grita contra Jesús: "Crucifícale, crucifícale… Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos…"

El apóstol san Pablo, enamorado del misterio de Cristo crucificado, exclamaba diciendo: "No soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí"; pues este santo apóstol, al palpar en su predicación evangélica la incredulidad y dureza de corazón de los judíos, con gran sentimiento y pena nos dice en su epístola a los Gálatas: "estoy poseído de una profunda tristeza y de continuo dolor en mi corazón, hasta desear yo mismo el ser apartado de Cristo por mis hermanos, los israelitas"; consideren ahora, amadísimos fieles, qué tristeza, angustia y congoja sentiría el bondadoso corazón de María santísima al presenciar este crimen tan horrendo de su pueblo, esta apostasía tan cínica de su gente, por lo cual la divina Justicia le enviaría un castigo ejemplar y "tribulación tal que no la hubo semejante desde el principio del mundo".

Esta fue la espada de dos filos que traspasó el alma de esta Virgen dolorosísima, a quien con sobrada razón nuestra santa madre Iglesia titula en la letanía con el nombre de "Regina martirum, Reina de los mártires".

"Mide la grandeza de sus dolores y tormentos", dice san Jerónimo, por la grandeza de su amor y de aquí infiere que, habiendo amado María santísima a su hijo Jesús más que todos los mártires, debió padecer al pie de la cruz más dolor que todos ellos. Además advierte que "los mártires lo fueron muriendo por Cristo, pero la madre de Jesús lo fue sufriendo juntamente con Cristo".

"No se admiren, amadísimos fieles, exclama san Bernardo, que se diga que María, madre de Jesús, fue mártir en el alma, pues la fuerza del dolor traspasó su santísima alma, y con sobrada razón la llamamos Reina de los mártires".

El martirio de la santísima virgen María fue lento, pues duró toda su vida; fue penosísimo por ser martirio del corazón; y fue intensísimo en proporción al amor que profesaba a Cristo Jesús, su Hijo amado y único, su Creador y Redentor, su Dios y Señor, su Vida, su Amor.

La caridad infinita que nos profesaba el Hijo de María hízole morir en una cruz por librarnos del pecado y de la muerte eterna, y alcanzarnos la dicha de ser hijos de Dios con derecho a la patria celestial; y la caridad de María, madre de Dios, le condujo al martirio del corazón por amor a su Hijo y compasión de todo el género humano. Agradezcamos a Cristo Jesús tal fineza de amor y a María, nuestra madre, su generosísima compasión. Veamos ahora cómo soportó esta Virgen dolorosísima el martirio del corazón.

Conformidad con la voluntad de Dios: Leemos en la epístola [de san Pablo] a los Hebreos estas palabras: "El Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dice a su eterno Padre: Heme aquí que vengo, según está escrito de mí… para cumplir, oh Dios, tu voluntad"; y en el evangelio de san Juan dice Jesús a sus apóstoles: "mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado y dar cumplimiento a su obra"; en la oración del Huerto repetidas veces dice Jesús a su eterno Padre: "Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya"; y poco antes de morir dijo: "Todo se ha cumplido", a saber, "se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz". La norma o regla de vida de nuestro Señor Jesucristo fue la obediencia, "factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis", como dice el apóstol san Pablo.

De igual manera, la norma o regla de vida de la santísima Virgen fue la expresión dirigida al arcángel san Gabriel, dando su consentimiento para ser Madre de Dios: "Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum - He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".

La Madre de Dios durante toda su vida, copiando en sí todas y cada una de las virtudes que su divino hijo Jesús practicaba en la vida retirada de Nazaret, en la vida pública de evangelización y en su sacratísima pasión, cumplió perfectísimamente la voluntad del Altísimo; por eso la invoca nuestra santa madre Iglesia en la letanía con el título de "Speculum justitiæ - Espejo de justicia", en que se refleja perfectamente la vida y virtudes del divino maestro Jesús.

María santísima, estando al pie de la cruz de su Hijo, supo entrelazar admirablemente sus angustias y aflicciones, sus penas y dolores, su admirable martirio del corazón, con el ejercicio de virtudes sublimes y caridad suma de Dios y del prójimo. En medio de tantas injurias, desprecios, sarcasmos y tormentos, que veía sufrir a su divino Redentor, Cristo Jesús, esta Virgen Dolorosa, asemejándose al divino maestro, muestra profunda humildad, heroica paciencia, inalterable fortaleza, completa resignación a la voluntad de Dios y compasión del género humano ilimitada, diciendo en su bondadoso corazón al eterno Padre a una con Jesucristo, rogando por todos los pecadores: "Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

Nuestro divino Redentor, que en la última cena se nos da como manjar y bebida, que en su sacratísima pasión derrama por nosotros toda su preciosísima sangre, que estando pendiente en la cruz ruega encarecidamente a su Padre por nosotros pecadores, no contento aún de tales finezas de amor para con el hombre, estando para morir y dirigiéndose al discípulo amado san Juan, mostrándole a su amadísima madre, le dice: "Ecce mater tua" y a María santísima le dice: "Ecce filius tuus", constituyendo a la santísima virgen María en refugio de los pecadores y consoladora de los afligidos. ¿Cabe mayor amor en Jesús y en María?

Veamos cómo ha cumplido siempre este oficio de consoladora de afligidos esta madre dolorosísima.

Consoladora de afligidos: Los apóstoles, los discípulos del Señor, aquellas piadosas mujeres que seguían al divino Maestro, todos aquellos fieles de la primitiva Iglesia, en las horas de prueba y de tribulación, ¿dónde encontraron alivio a sus penas, consuelo a su aflicción, consejo a sus dudas, sino en María, madre de Jesús, y madre cariñosa de todos los apenados y atribulados?

Qué escenas tan tiernas y consoladoras presentaría el Cenáculo los días del viernes santo, sábado santo y domingo de Resurrección, en que la santísima Virgen consolaría a cada uno de los apóstoles, de los discípulos, de las piadosas mujeres, recordándoles las enseñanzas del divino maestro, animándoles a esperar el gran triunfo de la Resurrección, prometido por nuestro señor Jesucristo al predecirles su pasión y muerte, terminando siempre con esta sentencia: "et tertia die resurget - y resucitará al tercer día", palabras que la santísima Virgen las conservaba en su corazón sacratísimo.

Después de la Resurrección de Jesús, de su Ascensión a los cielos y de la venida del Espíritu Santo, la virgen María fue la maestra de los apóstoles y de los discípulos del Señor, la compañera de las piadosas mujeres, la madre de toda la naciente Iglesia, el paño de lágrimas de todos los atribulados; y, subida en cuerpo y alma a los cielos, ha continuado siendo no solo la reina y señora de todo lo creado, sino la madre de misericordia y la consoladora de todos cuantos acuden a ella solicitando alguna gracia.

Si estudiamos con detención la liturgia de la santa madre Iglesia, notamos en seguida la piedad y confianza de todas las almas buenas de todos los tiempos, para con esta singular criatura, digna madre de Dios y madre nuestra.

¿Y por qué nuestra santa madre Iglesia tiene tanto cuidado en enseñar a sus fieles desde la más tierna edad, además del Padre nuestro, dos oraciones dedicadas a nuestra amadísima madre celestial, a saber, el Ave María y la Salve, y los cristianos de todo el mundo sienten verdadero fervor al recitar estas dos santas oraciones, sino por ser María el "consuelo de los afligidos" en sus necesidades, tribulaciones y angustias, como lo testifican sus gracias y favores concedidos en todo lugar y tiempo?

Cuántas veces, amadísimos fieles, habréis recitado con fervor y confianza la oración atribuida a san Bernardo, "Acordaos, oh piadosísima Madre, que jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de vos"; y la razón nos la da mi gran padre san Agustín al decirnos: "como es mejor que todos los santos, así es más solícita de nuestro bien que todos ellos".

Acudamos, amadísimos fieles, con entera confianza y filial amor en todas nuestras necesidades a esta madre de misericordia, consoladora de afligidos; imitemos su paciencia, su resignación y conformidad con la voluntad divina, y de ese modo sentiremos la ayuda de Dios, nuestro Señor, y la consolación espiritual, concedida por mediación de María santísima.

Han oído brevemente cómo María santísima es reina de los mártires por haber sufrido al pie de la Cruz el martirio del corazón; han visto cómo aprendió de Jesús la conformidad con la voluntad de Dios, nuestro Señor; y últimamente han visto qué maternalmente cumple su oficio de consoladora de afligidos…

Oh madre dolorosísima… Grandes favores y prerrogativas os concedió el Altísimo en su milagrosa concepción y grandes aflicciones habéis soportado con vuestro divino hijo Jesús el día de su memorable pasión y muerte… proporcionándoos el Altísimo de esta manera una corona de inmensa gloria para que, así como estuvisteis sufriendo las ignominias de vuestro divino Hijo en la tierra, participéis hoy en el cielo de sus triunfos y sus glorias… Alcanzadnos también a todos nosotros, tus hijos, la gracia de seguir vuestros santos ejemplos en vida, para conseguir en el cielo la dicha de cantar por eternidad de eternidades las misericordias de Dios, nuestro Señor, y vuestras glorias. 

Gracia que a todos les deseo.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén".



Novena a la Divina Misericordia

 Novena a la  Divina Misericordia

La novena a la Divina Misericordia comienza 
el Viernes Santo.

La novena consiste en rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, la que presentamos es la novena particular que Jesús le dio a Sor Faustina que también se puede rezar.

CELEBRACIÓN DE LA FIESTA DE LA MISERICORDIA

El Señor Jesús desea que ese día la imagen de la Misericordia sea bendecida solemnemente y venerada en público, es decir, litúrgicamente; que los sacerdotes hablen a las almas de esta inmensa e insondable misericordia de Dios.

Los fieles, para recibir estos grandes dones con los cuales el Señor Jesús desea colmar a cada hombre y a toda la humanidad, tienen que estar en el estado de la gracia santificante (después de confesarse), cumplir las condiciones de la devoción a la Divina Misericordia, es decir, confiar en Dios y amar activamente al prójimo, y beber de la Fuente de Vida, es decir, recibir la santa Comunión.

De acuerdo con el deseo del Señor Jesús, la fiesta ha de celebrarse el primer domingo después de Pascua, lo que indica una estrecha relación que hay entre el misterio de redención y esta fiesta. La liturgia de ese día alaba con la máxima plenitud a Dios en el misterio de su misericordia.

DESEO- dijo el Señor a Sor Faustina- que durante esos nueve días lleves a las almas a la fuente de mi misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de mi misericordia. Y a todas estas almas yo las introduciré en la casa de mi Padre (…) Cada día pedirás a mi Padre las gracias para estas almas por mi amarga pasión.
1er. día - 2do. día - 3er. día - 4to. día - 5to. día - 6to. día  -7mo. día - 8vo. día - 9no. día 

Novena a la 
Divina Misericordia
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La novena a la Divina Misericordia comienza el Viernes Santo.

La novena consiste en rezar la CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA.
La que presentamos es la novena particular que Jesús le dio a Sor Faustina que también se puede rezar.

CELEBRACIÓN DE LA FIESTA DE LA MISERICORDIA

El Señor Jesús desea que ese día la imagen de la Misericordia sea bendecida solemnemente y venerada en público, es decir, litúrgicamente; que los sacerdotes hablen a las almas de esta inmensa e insondable misericordia de Dios.

Los fieles, para recibir estos grandes dones con los cuales el Señor Jesús desea colmar a cada hombre y a toda la humanidad, tienen que estar en el estado de la gracia santificante (después de confesarse), cumplir las condiciones de la devoción a la Divina Misericordia, es decir, confiar en Dios y amar activamente al prójimo, y beber de la Fuente de Vida, es decir, recibir la santa Comunión.

De acuerdo con el deseo del Señor Jesús, la fiesta ha de celebrarse el primer domingo después de Pascua, lo que indica una estrecha relación que hay entre el misterio de redención y esta fiesta. La liturgia de ese día alaba con la máxima plenitud a Dios en el misterio de su misericordia.

PRIMER DÍA

Hoy, tráeme a toda la humanidad y especialmente a todos los pecadores, y sumérgelos en el mar de mi misericordia. De esta forma, me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas.

Jesús misericordiosísimo, cuya naturaleza es la de tener compasión de nosotros y de perdonarnos, no mires nuestros pecados, sino la confianza que depositamos en tu bondad infinita. Acógenos en la morada de tu compasivísimo Corazón y nunca los dejes escapar de él. Te lo suplicamos por tu amor que te une al Padre y al Espíritu Santo.

Padre Eterno, mira con misericordia a toda la humanidad y especialmente a los pobres pecadores que están encerrados en el compasivísimo Corazón de Jesús y por su dolorosa pasión muéstranos tu misericordia para que alabemos la omnipotencia de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


SEGUNDO DÍA

Hoy, tráeme a las almas de los sacerdotes y los religiosos, y sumérgelas en mi misericordia insondable. Fueron ellas las que me dieron fortaleza para soportar mi amarga pasión. A través de ellas, como a través de canales, mi misericordia fluye hacia la humanidad.

Jesús misericordiosísimo, de quien procede todo bien, aumenta tu gracia en nosotros para que realicemos dignas obras de misericordia, de manera que todos aquellos que nos vean, glorifiquen al Padre de misericordia que está en el cielo.

Padre eterno, mira con misericordia al grupo elegido de tu viña, a las almas de los sacerdotes y a las almas de los religiosos; otórgales el poder de tu bendición. Por el amor del Corazón de tu Hijo, en el cual están encerradas, concédeles el poder de tu luz para que puedan guiar a otros en el camino de la salvación y a una sola voz canten alabanzas a tu misericordia sin límite por los siglos de los siglos. Amén.


TERCER DÍA

Hoy, tráeme a todas las almas devotas y fieles, y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Estas almas me consolaron a lo largo del vía crucis. Fueron una gota de consuelo en medio de un mar de amargura.

Jesús misericordiosísimo, que desde el tesoro de tu misericordia les concedas a todos tus gracias en gran abundancia, acógenos en la morada de tu compasivísimo Corazón y nunca nos dejes escapar de él. Te lo suplicamos por el inconcebible amor tuyo con que tu Corazón arde por el Padre celestial.

Padre Eterno, mira con misericordia a las almas fieles como herencia de tu Hijo y por su dolorosa pasión, concédeles tu bendición y rodéalas con tu protección constante para que no pierdan el amor y el tesoro de la santa fe, sino que con toda la legión de los ángeles y los santos, glorifiquen tu infinita misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


CUARTO DÍA

Hoy, tráeme a aquellos que no creen en Dios y aquellos que todavía no me conocen. También pensaba en ellos durante mi amarga pasión y su futuro celo consoló mi Corazón. Sumérgelos en el mar de mi misericordia.

Jesús compasivísimo, que eres la luz del mundo entero. Acoge en la morada de tu piadosísimo Corazón a las almas de aquellos que no creen en Dios y de aquellos que todavía no te conocen, pero que están encerrados en el compasivísimo Corazón de Jesús. Atráelas hacia la luz del Evangelio. Estas almas desconocen la gran felicidad que es amarte. Concédeles que también ellas ensalcen la generosidad de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


QUINTO DÍA

Hoy, tráeme a las almas de los hermanos separados y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Durante mi amarga pasión, desgarraron mi cuerpo y mi Corazón, es decir, mi Iglesia. Según regresan a la Iglesia, mis llagas cicatrizan y de este modo alivian mi pasión.

Jesús misericordiosísimo que eres la bondad misma, tú no niegas la luz a quienes te la piden. Acoge en la morada de tu compasivísimo Corazón a las almas de nuestros hermanos separados y llévalas con tu luz a la unidad con la Iglesia y no las dejes escapar de la morada de tu compasivísimo Corazón sino haz que también ellas glorifiquen la generosidad de tu misericordia.

Padre eterno, mira con misericordia a las almas de nuestros hermanos separados, especialmente a aquellos que han malgastado tus bendiciones y han abusado de tus gracias por persistir obstinadamente en sus errores. No mires sus errores, sino el amor de tu Hijo y su amarga pasión que sufrió por ellos, ya que también ellos están encerrados en el compasivísimo Corazón de Jesús. Haz que también ellos glorifiquen tu gran misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


SEXTO DÍA

Hoy, tráeme a las almas mansas y humildes y las almas de los niños pequeños y sumérgelas en mi misericordia. Estas son las almas más semejantes a mi Corazón. Ellas me fortalecieron durante mi amarga agonía. Las veía como ángeles terrestres que velarían al pie de mis altares. Sobre ellas derramo torrentes enteros de gracias. Solamente el alma humilde es capaz de recibir mi gracia; concedo mi confianza a las almas humildes.

Jesús misericordiosísimo, tú mismo has dicho: Aprended de mí que soy manso y humilde de Corazón. Acoge en la morada de tu compasivísimo Corazón a las almas mansas y humildes y a las almas de los niños pequeños. Estas almas llevan a todo el cielo al éxtasis y son las preferidas del Padre celestial. Son un ramillete perfumado ante el trono de Dios, de cuyo perfume se deleita Dios mismo. Estas almas tienen una morada permanente en tu compasivísimo Corazón y cantan sin cesar un himno de amor y misericordia por la eternidad.

Padre eterno, mira con misericordia a las almas de los niños pequeños que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son las más semejantes a tu Hijo. Su fragancia asciende desde la tierra y alcanza tu trono. Padre de misericordia y de toda bondad, te suplico por el amor que tienes por estas almas y el gozo que te proporcionan.

Bendice al mundo entero para que todas las almas canten juntas las alabanzas de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


SÉPTIMO DÍA

Hoy, tráeme a las almas que veneran y glorifican mi misericordia de modo especial y sumérgelas en mi misericordia. Estas almas son las que más lamentaron mi pasión y penetraron más profundamente en mi Espíritu. Ellas son un reflejo viviente de mi Corazón compasivo. Estas almas resplandecerán con una luz especial en la vida futura. Ninguna de ellas irá al fuego del infierno. Defenderé de modo especial a cada una en la hora de la muerte.

Jesús misericordiosísimo, cuyo Corazón es el amor mismo, acoge en la morada de tu compasivísimo Corazón a las almas que veneran y ensalzan de modo particular la grandeza de tu misericordia. Estas almas son fuertes con el poder de Dios mismo. En medio de toda clase de aflicciones y adversidades siguen adelante confiadas en tu misericordia y unidas a ti, ellas cargan sobre sus hombros a toda la humanidad. Esta almas no serán juzgadas severamente, sino que tu misericordia las envolverá en la hora de la muerte.

Padre eterno, mira con misericordia a aquellas almas que glorifican y veneran tu mayor atributo, es decir, tu misericordia insondable y que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son un Evangelio viviente, sus manos están llenas de obras de misericordia y sus corazones desbordantes de gozo cantan a ti, oh Altísimo, un canto de misericordia. Te suplico, oh Dios, muéstrales tu misericordia según la esperanza y la confianza que han puesto en ti. Que se cumpla en ellas la promesa de Jesús quien les dijo que: a las almas que veneren esta infinita misericordia mía, yo mismo las defenderé como mi gloria durante sus vidas y especialmente en la hora de la muerte.


OCTAVO DÍA

Hoy, tráeme a las almas que están en la cárcel del purgatorio y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Que los torrentes de mi sangre refresquen el ardor del purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a mi justicia. Está en tu poder llevarles el alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de mi Iglesia y ofrécelas en su nombre. Oh, si conocieras los tormentos que ellas sufren ofrecerías continuamente por ellas las limosnas del espíritu y saldarías las deudas que tienen con mi justicia.

Jesús misericordiosísimo, tú mismo has dicho que deseas la misericordia, he aquí que yo llevo a la morada de tu compasivísimo Corazón a las almas del purgatorio, almas que te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa adecuada a tu justicia. Que los torrentes de sangre y agua que brotaron de tu Corazón, apaguen el fuego del purgatorio para que también allí sea glorificado el poder de tu misericordia.

Padre eterno, mira con misericordia a las almas que sufren en el purgatorio y que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Te suplico por la dolorosa pasión de Jesús, tu Hijo, y por toda la amargura con la cual su sacratísima alma fue inundada, muestra tu misericordia a las almas que están bajo tu justo escrutinio. No las mires sino a través de las heridas de Jesús, tu amadísimo Hijo, ya que creemos que tu bondad y tu compasión no tienen límites. Amén.


NOVENO DÍA

Hoy, tráeme a las almas tibias y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Estas almas son las que más dolorosamente hieren mi Corazón. A causa de las almas tibias, mi alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos. A causa de ellas dije: Padre, aleja de mí este cáliz, si es tu voluntad. Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a mi misericordia.

Jesús misericordiosísimo, que eres la compasión misma, te traigo a las almas tibias a la morada de tu piadosísimo Corazón. Que estas almas heladas que se parecen a cadáveres y te llenan de gran repugnancia se calienten con el fuego de tu amor puro. Oh Jesús compasivísimo, ejercita la omnipotencia de tu misericordia y atráelas al mismo ardor de tu amor y concédeles el amor santo, porque tú lo puedes todo.

Padre eterno, mira con misericordia a las almas tibias que, sin embargo, están encerradas en el piadosísimo Corazón de Jesús. Padre de la misericordia, te suplico por la amarga pasión de tu Hijo y por su agonía de tres horas en la cruz, permite que también ellas glorifiquen el abismo de tu misericordia. Amén. (1209-1229)



El lavado de los pies y la fuente de bronce: significado

El lavatorio de los pies. Significado y consecuencias.

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Lavar los pies de los huéspedes o visitas, era una labor que debía realizar un sirviente de la casa cuando llegaba algún invitado. Nuestro Señor Jesucristo, como lo hubiera hecho el más humilde de los esclavos, tomó un lebrillo (vasija de barro más ancha por el borde que por el fondo, comúnmente llamado lavatorio; se quitó su manto y tomando una toalla comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Pedro, confundido, sin poder entender realmente tal acto, resistió esta actitud de su Maestro, no era posible que Jesús realizara una tarea propia de un esclavo. Pero era necesario que Jesús, Dios hecho hombre, les mostrara tan vital enseñanza.

En más de una ocasión este pasaje bíblico se ha prestado para diversas interpretaciones y no menos debates;… sin embargo, más que la humildad, el Señor nos está enseñando la práctica del servicio. El Señor dijo: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,. Vosotros también hagáis” (Juan 13:15) No hay dudas que como discípulos del Maestro, debemos estar también dispuestos a servir; …servir de cualquier forma que glorifique a Dios..

El Señor dijo: “Me llamáis Maestro”; pues bien, quienes lo reconocemos así como Maestro, nos estamos colocando en el lugar del discípulo, y como tales, debemos estar de acuerdo en que el servicio humilde es característico de Cristo y por lo tanto, también debe ser el nuestro.

Pedro no comprendía todavía, que para ser líder, necesitaba ser siervo; como le dijo el Señor, “lo entendió después”. Para aquellos que están sobre otros, es difícil servir a los que están bajo su dirección o autoridad; pero el Señor dijo: “Debéis lavar los pies los unos a los otros” (vers. 14); pues el servicio debe ser no solo a algunos, sino;… despojándonos de “puestos”, “nombres”, “títulos”, “categorías” etc., debemos servirnos los unos a los otros. (“lavarnos los pies los unos a los otros”)

Nuestro Señor Jesucristo no lavó los pies de sus discípulos con el solo propósito de promover entre ellos la amabilidad o el servicio humilde; sino también para dejarnos conscientes de una enseñanza mucho mayor, y por cierto, más necesaria aún.

Para entender esto, lo que tampoco Pedro podía entender todavía (“Lo que yo hago, tu no entiendes ahora; más lo entenderás después” vers. 7); debemos remitirnos a lo que era el Tabernáculo en el tiempo de Moisés.

La “fuente de bronce” estaba ubicada entre el altar de bronce y el Tabernáculo, ésta, no servía para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella. Dios lo estableció como estatuto perpetuo: “También se lavarán las manos y los pies, y no morirán. Y lo tendrán por estatuto perpetuo” (Exodo 30:21), de modo que Aarón y sus hijos (como sacerdote) debían lavar allí sus pies cada vez que entraban al tabernáculo o al altar para ministrar (ofrecer sacrificio)

La necesidad del mandato de lavarse los pies era un acto de purificación, el sacerdote no podía entrar al Santuario, si no se lavaba o purificaba antes sus pies. El sacerdote antes de entrar o presentarse ante Dios, debía lavarse de cualquier contaminación, tanto de sus manos, (actitudes incorrectas provocadas voluntaria o involuntariamente) como de los pies (consecuencias de la contaminación adquirida en ocasiones involuntariamente al “andar” sobre esta tierra); literalmente en la misma forma que al andar podemos ensuciar nuestros pies o calzados, así también en un sentido espiritual, ensuciamos nuestra condición espiritual.

El acto ceremonial de lavarse los pies en la Fuente de bronce, permitía que el sacerdote pudiera entrar a gozar de la presencia y comunión con Dios; para luego, oficiar con libertad por sí mismo y por todo el pueblo. 

El lavado de pies era un requisito indispensable, es decir, si el sacerdote no se lavaba los pies, no podía entrar al Santuario. Como esa ordenanza fue dada como estatuto perpetuo, es necesario que así sea, pero ahora, en el “Santuario divino o celestial”; se practica como el Señor Jesucristo dejó establecido la lavar los pies a sus discípulos. Así como el Bautismo es continuidad de la circuncisión;… el reposo del Señor, lo es del día sábado;… la cena del Señor lo es de la pascua, etc. Así también el lavado de pies, es la continuidad de la ceremonia de lavarse en la Fuente de bronce.

Volvamos a nuestro Maestro;… sabiendo él, que le quedaba poco tiempo para morir en la cruz; enseñó a sus discípulos esta vital necesidad; lavarse los pies; cuando Pedro no quiso aceptar que el Señor le lavara los pies, él le respondió: “Si no te lavares, no tendrás parte conmigo” (vers. 8), semejantemente a como el sacerdote no podía entrar a oficiar a Dios sin antes lavarse los pies; ahora el creyente no puede entrar ante la presencia de Dios, gozar de la comunión y armonía con Dios, si antes no se lavare de contaminaciones que haya podido adquirir en el “camino”.

Hasta ese momento; antes de morir; el Señor Jesús había estado con sus discípulos; toda relación con Dios, había sido a través de su persona para los discípulos; pero ahora que el no estaría ya más con ellos; les correspondería a ellos, individualmente, relacionarse con Dios, y por tanto, debían aprender a lavarse antes de entrar a la presencia de Dios. Ahora, con la muerte de Jesús, quedaría el camino abierto al “Santuario celestial”; y les correspondería a ellos entrar a una relación directa y personal con Dios; por lo tanto, era necesario que ellos; cuales sacerdotes; aprendieran la necesidad del lavado de pies para entrar a la presencia de Dios y realizar también el oficio del sacerdocio a favor de la Iglesia de Cristo.

Cuando Pedro escucho de su Maestro que “Si no te lavaba no tendría parte con él”, a pesar de no entender el significado de aquel acto del Maestro (“Lo que yo hago, tu no entiendes ahora, más lo entenderás después” vers. 7), le pidió: “Señor, no solo mis pies, más aún las manos y la cabeza”; Jesús le responde: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, más está todo limpio” (vers. 10).

Aquel que fue “lavado” por la Sangre de Jesucristo (todo su ser), no es necesario repetir lo que fue hecho una vez y para siempre; pero acontece a veces, que a causa de la naturaleza (carne) que está en el creyente lavado, ha faltado, ha pecado, ha manchado sus pies en el camino; … pero no se trata de ser convertido de nuevo (crucificando de nuevo a Cristo), sino se trata ahora de que sus pies sean lavados, tantas veces como sea necesario hacerlo, y aún cada vez que necesitemos allegarnos a Dios; debemos pedir al Señor que nos lave (nuestros pies) con su Sangre , de toda contaminación, para poder “tener parte con el”; … para entrar al “Santuario” y adorarle, pedirle e interceder.

El Señor Jesucristo es quien lava nuestros pies; solamente su sangre limpia toda contaminación de carne y de espíritu, de pecado en nosotros; es un acto que solo le corresponde a él. Al decir: “Debéis lavar los pies los unos a los otros” (vers. 14) no quiere decir que tengamos nosotros la facultad de limpiarnos de pecados los unos a los otros; no, (más que “a quien remitiereis los pecados o retuviereis”, que es tema aparte), sino que es aquí, donde entra nuestra parte: el “servir unos a otros” (“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”) … el instruir a nuestros hermanos de la necesidad de lavarnos los pies, de que nadie minimice las faltas que en ocasiones llevamos, y con las cuales no podemos acercarnos a Dios, sin antes habernos arrepentido;… de instruir en cuanto a la gran diferencia de “contaminarse o ensuciarse” los pies mientras caminamos peregrinando sobre este mundo;… y la de pecar voluntariamente.. que es hacer lo malo, vivir en pecado y por tanto en abierta oposición a Dios y sin temor o arrepentimiento;… y es en éste caso, que se aplica el “ya no queda ofrenda por el pecado” (Heb. 10:26 Heb. 6:4-6)

Instruir en estas cosas, enseñar de la eficacia del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo para ser restaurado; recordando siempre, sin embargo, que todos los recursos divinos están; a nuestra disposición para no ceder al pecado, como está escrito: “estas cosas os escribo para que no pequéis (1 Juan 2:1) ; ayudar a nuestros hermanos que cayeren en falta, servirles en beneficio del reino de Dios; honrara nuestros hermanos;… esa es nuestra parte del mandato “lavaos los unos a los otros”.

La “Fuente de bronce”, había sido construida con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del Tabernáculo (Ex. 38:8) Aún lo que es objeto de vanidad, debe ser considerado y dejado antes de entrar a la presencia de Dios; lo que ha sido preferentemente en la mujer motivo de debilidad (la vanidad) debe ser considerado una “contaminación” de la cual es necesario limpiarse y apartarse –aunque el oficio del sacerdocio es exclusivo del varón- la mujer debe presentarse a Dios “en ornato agradable, … porque así se ataviaban las santas mujeres que esperaban en Dios” (1 Pedro 3:5)

La práctica literal del lavado de pies como se hacía en el Antiguo testamento, se puede hacer ocasionalmente cuando Dios nos concede la oportunidad. En el tiempo de los apóstoles se practicaba con las visitas, misioneros, huéspedes, peregrinos etc. Las viudas debían contar con la experiencia de “haber lavado los pies de los santos” (1 Tim. 5:10) El lavado de pies físicamente, es una experiencia maravillosa; que solo puede valorizar quien la haya vivido; sentir la presencia del Señor en los momentos que se está lavando los pies de algún creyente, es lo menos que se habrá de experimentar. Ojalá todo cristiano viva esta experiencia a lo menos una vez en su vida.

El lavado de pies de los “santos” (espiritualmente) tiene un sentido muy cierto: solo un creyente que ha experimentado la obra de Dios dentro de su corazón, que ha nacido de nuevo, y que por lo tanto es “santo”; puede lavarse los pies; esto es un privilegio y una restauradora experiencia reservada solo a los santos; quien no ha sido partícipe de la obra de Dios, antes tiene que “lavarse todo” en la Sangre del Cordero de Dios.
Pretender gozar de lo que está reservado exclusivamente para los santos, es una falacia y un engaño del corazón.

Reunir hombres; mendigos, pordioseros, pobres etc. etc. (como lo hace cierta religión) para lavarles los pies, haciendo alarde de “humildad”; es más bien para satisfacer la necesidad de “ser vistos”, ya que el lavado de pies físicamente, es la experiencia de una ocasión fortuita (sin haberla provocado) y no un acto o show preparado a propósito y con gente que lo más probable, nunca han experimentado el perdón de sus pecados ni el oficio de la Sangre de Cristo; por lo tanto mal podrían acceder a un privilegio dado a los santos, y mucho menos tendrán lugar de “lavarse los pies” si PREVIAMENTE la sangre de nuestro Señor Jesucristo no les ha “lavado todo el cuerpo: “quien está limpio, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Los dolores morales de Cristo


Dice Fulton Sheen, en “Vida de Cristo”:

“Sólo hay un pasaje en la historia de nuestro Señor en que se nos diga que entonó un cántico, y ello fue después de la última cena, cuando salió de la casa para encaminarse hacia la muerte, y sufrir su agonía y congoja en el huerto de Getsemaní. “Y cuando hubieron cantado un himno, salieron al monte de los Olivos”. Mc 14, 26

Los cautivos de Babilonia colgaron sus arpas en los sauces porque sus corazones eran incapaces de hacerles entonar un cántico en tierra extraña. El manso cordero no abre la boca cuando es conducido al matadero, pero el verdadero Cordero de Dios, cantó lleno de gozo ante la perspectiva de la redención del mundo. (...)
“Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea”. Mt 26, 32. “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba hágase tu voluntad”. Mt 25. 39

En esta plegaria estaban envueltas sus dos naturalezas, la divina y la humana. Él y el Padre eran uno; no se trataba de «Padre nuestro», sino de «Padre mío». Seguía inquebrantable la conciencia del amor de su Padre. Pero, por otro lado, su naturaleza humana sentía miedo a la muerte como castigo por el pecado. La natural aversión que el alma humana experimentó ante el castigo que el pecado merece fue sobrellevada por la divina sumisión a la voluntad del Padre. (…)

Esta escena queda envuelta en el halo de un misterio que ninguna mente humana puede penetrar de un modo adecuado. Sólo podemos suponer de una manera vaga el horror psicológico de los momentos progresivos de temor, ansiedad y tristeza que le dejaron postrado antes de que se hubiera descargado un solo golpe sobre su cuerpo. Se ha dicho que los soldados temen más la muerte antes de la hora cero del ataque, que durante el ardor de la batalla. La lucha activa suprime el temor a la muerte, temor que se presenta al ánimo cuando uno lo contempla en la inactividad. (…) Es muy verosímil que la agonía en el huerto le ocasionara mayores sufrimientos incluso que el dolor físico de la crucifixión, y quizá sumió a su alma en regiones de más obscuras tinieblas que ningún otro momento de la pasión, con la excepción tal vez de cuando en la cruz clamó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)

Sus sufrimientos humanos eran completamente diferentes de los de un simple hombre, puesto que, sobre tener inteligencia humana, Jesús poseía una inteligencia divina. (…) En el caso de nuestro Señor debemos mencionar dos cosas que le diferencian de nosotros.
Primeramente, lo que predominó en su mente no era el dolor físico, sino el mal moral o el pecado.

Había ciertamente ese natural temor a la muerte debido a su naturaleza humana, pero no era un temor tan vulgar como éste el que dominaba en su agonía. Era algo mucho más mortal que la muerte.

Sobre su corazón gravitaba el peso del misterio de la iniquidad del mundo. En segundo lugar, además de su entendimiento humano, que se había desarrollado por medio de la experiencia, poseía el entendimiento infinito de Dios, que conoce todas las cosas y ve como presente tanto el pasado como el futuro.

Los pobres humanos llegan a estar tan acostumbrados al pecado, que no se dan cuenta de su horror. Los inocentes comprenden el horror del pecado mucho mejor que los pecadores. La única cosa de la que el hombre nunca aprende algo por experiencia es pecar. Un pecador se infecta con el pecado. Llega a compenetrarse tanto con el pecado, que incluso puede considerarse a sí mismo virtuoso, de la misma manera que el que tiene fiebre puede creer que no está enfermo. Únicamente la persona virtuosa, que se encuentra fuera de la corriente del pecado, es la que puede mirar hacia el mal de la misma manera que un médico observa una enfermedad, y comprende todo el horror del mal.

Lo que nuestro Señor contempló en aquellos momentos de agonía no eran precisamente los -azotes que le darían los soldados o los clavos con que taladrarían sus manos y sus pies, sino más bien el terrible peso del pecado del mundo y el hecho de que el mundo se disponía a renegar de su Padre al rechazarle a Él, su divino Hijo.

¿Hay ciertamente algo peor que la exaltación de la propia voluntad
contra la amorosa voluntad de Dios, el deseo de ser un dios para sí mismo, tachar de locura la sabiduría de Jesús, y su amor de falta de ternura? La aversión que sentía no era por el duro lecho de la cruz, sino hacia la participación que el mundo tenía en construirla. Quería que el mundo pudiera ser salvado de perpetrar: la más negra acción jamás llevada a cabo por los hijos de los hombres, la de matar a la Bondad Suprema, a la Verdad y al Amor. 

Los grandes caracteres y las grandes almas son como las montañas: atraen las tormentas. Sobre sus cabezas retumban los truenos; en torno a sus cimas brillan los relámpagos y lo que parece ser la ira de Dios. Allí, en aquellos momentos, se encontraba el alma más solitaria y triste que el mundo había conocido, el Señor en persona. Más alto que todos los hombres, alrededor de su cabeza parecía azotar la tormenta de la iniquidad. Parecía un camafeo en el que se hubiera resumido la historia de toda la humanidad, el conflicto entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre. Darse cuenta de cómo experimentó Dios la oposición de las voluntades humanas, es algo que trasciende el poder humano. Tal vez lo que más se aproxima a ello es lo que un padre siente ante el extraño poder de la obstinada voluntad de sus hijos, que se oponen y desprecian la persuasión, el cariño, la esperanza o el temor del castigo. Un poder tan intenso reside en un cuerpo tan ligero y en una mente tan pueril; sin embargo, es la débil imagen de los hombres cuando han pecado voluntariamente. 

¿Qué otra cosa es el pecado, sino un principio independiente de sabiduría y una fuente de felicidad que trabaja por su cuenta, como si no hubiera Dios? El Anticristo no es sino el desarrollo incontrolado de la propia voluntad. Éste fue el momento en que nuestro Señor, en obediencia a la voluntad de su Padre, tomó sobre sí las iniquidades del mundo y se convirtió en víctima expiatoria. 

Sintió toda la agonía y tortura de aquellos que niegan la culpa o pecan impunemente y no hacen penitencia. Era el preludio de la terrible deserción que Él había de soportar y pagar a la justicia de su Padre, la deuda debida por nosotros; ser tratado como un pecador. Fue tratado como un pecador aunque en Él no había pecado. Fue esto lo que ocasionaba su agonía, la agonía más grande que jamás ha visto el mundo.

Así como los que sufren miran el pasado y el futuro, también el Redentor miraba el pasado y todos los pecados que en todo tiempo se habían cometido; miraba también el futuro, todo pecado que se cometería hasta el fin del mundo. No era el pasado dolor lo que traía al momento presente, sino más bien todo acto manifiesto de maldad y todo oculto pensamiento vergonzoso. Allí estaba el pecado de Adán, cuando como cabeza de la humanidad perdió para todos los hombres la herencia de la divina gracia; allí estaba Caín, teñido con la sangre de su hermano; allí estaban las abominaciones de Sodoma y Gomorra; la ingratitud de su propio pueblo, que había adorado a las falsas deidades; la grosería de los paganos, que se habían revelado incluso contra la ley natural; todos los pecados: los
pecados cometidos en el campo, que hicieron sonrojarse a la naturaleza entera; los pecados cometidos en la ciudad, en la fétida atmósfera de pecado de la ciudad; pecados de los jóvenes, por los cuales estaba traspasado el tierno corazón de Jesús; pecados de los viejos, que ya debían haber dejado la edad de pecar; pecados cometidos en la obscuridad, donde se creía que no llegaba la mirada de Dios; pecados cometidos a la luz y que hacían incluso estremecer a los malvados; pecados que se resisten por su horror a toda descripción, demasiado terribles para que se les pueda nombrar:  ¡Pecado! ¡pecado! ¡pecado! (...)

Vio los votos matrimoniales quebrantados, las mentiras, las calumnias, los adulterios, los homicidios, las apostasías... Todos estos crímenes se acumularon en sus manos como si hubieran sido cometidos por Él. Los malos deseos pesaban sobre su corazón cual si Él los hubiera concebido. Las mentiras y los cismas gravitaban sobre su mente como si de ella fueran producto. En sus labios parecía haber blasfemias como si realmente las hubiera proferido. Desde los cuatro puntos cardinales las pútridas miasmas del pecado del mundo venían, sobre Él a modo de inundación; como un nuevo Sansón, tomó sobre sus espaldas toda la culpa del mundo como si fuera culpable, pagando la deuda en nuestro nombre a fin de que pudiéramos una vez más tener acceso al Padre. Se estaba preparando mentalmente, por así decir, para el gran sacrificio, poniendo sobre su alma sin pecado los pecados de un mundo delincuente. "Para la mayoría de los hombres el peso del pecado es algo tan natural como el de los vestidos que llevan, pero para Jesús el contacto de lo que los hombres tan fácilmente aceptan era la más terrible de las agonías. " (...)

Él pecado se halla en la sangre. Todos los médicos lo saben: incluso los no iniciados pueden darse cuenta de ello. La embriaguez brilla en los ojos, en las mejillas. La avaricia está escrita en las manos y en la boca. La lujuria aparece también en los ojos. No hay libertino, criminal, fanático o perverso que no tenga su odio o su envidia impresos en cada centímetro de su cuerpo, en cada célula de su cerebro.

Si el pecado está en la sangre, debe ser derramado. (...)

Cualquier alma puede imaginar, aunque no sea más que vagamente, la clase de lucha que Jesús tuvo que librar aquella noche de luna en el huerto de Getsemaní. Todo corazón sabe algo de esto. Nadie llega a cierta edad sin que haya reflexionado sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea, y sin  conocer la terrible tensión que el pecado ha causado en su alma. Las faltas y locuras cometidas no se borran del registro de la memoria; las píldoras somníferas no pueden imponerles silencio; los psicoanalistas no pueden suprimirlas con sus explicaciones. Puede que la alegría propia de la juventud las haga perderse en un recuerdo vago, desdibujado, pero nunca faltarán instantes de silencio, en un lecho de enfermo, en noches de insomnio, en alta mar, un momento de tranquilidad, un instante en que la inocencia se refleja en el rostro de un niño, cuando estos pecados, como espectros o fantasmas, aparecerán con todo su horror en nuestras conciencias. (...) 

Por terribles que sean las agonías y torturas de un alma, no serán más que una gota perdida en el océano de la culpa humana que el Salvador sintió como propia en el huerto. “
Fulton Sheen, “Vida de Cristo”, Nº 41


Coloquio: Oh Corazón de Jesús, Oh Vos todo amor, os ofrezco estas humildes oraciones por mí mismo y por todos aquellos que se unen en espíritu a mí para adoraros. Oh Santísimo Corazón de Jesús me propongo renovar estos actos de adoración por mí mismo, miserable pecador, y por todos aquellos que se han asociado a vuestra adoración hasta el último suspiro. Os encomiendo, Oh Jesús, la Santa Iglesia vuestra querida Esposa y nuestra dulce Madre, a los que practican la justicia, todos los pobres pecadores, los afligidos, los moribundos y todo el género humano. No sufráis que vuestra sangre se haya derramado en vano por ellos, y dignaos aplicar sus méritos al alivio de las benditas almas del purgatorio, en particular por aquellos que en su vida os han devotamente adorado. (P. Hurtado)

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...


martes, 27 de marzo de 2018

Meditación Martes Santo



IMITACIÓN DE CRISTO 
(Kempis)

Libro Segundo - Capítulo XI: 

Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo. 

1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación. 

Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia. Todos quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El.

Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión. Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz. 

Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de El algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego se quejarían o desesperarían mucho. 

2. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del corazón, tan bien como en consolación. Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le alabarían, y le querrían dar gracias. 

3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o amor! ¿No se pueden llamar propiamente mercenarios a los que siempre buscan consolaciones? ¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo piensan en sus provechos y ganancias? ¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera servir a Dios de balde? 

4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas. Pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura? Es tesoro inestimable y de lejanas tierras. Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es más necesaria. Y esta ¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, se deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio. Y cuando ha hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense no haber hecho nada. 

5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, mas llámese en la verdad siervo sin provecho, como dice Jesucristo. Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho. Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el profeta: Porque uno solo y pobre soy. Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo lugar. 

Libro Segundo - Capítulo XII: 

Del camino real de la Santa Cruz 

1. Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a Jesús. Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación. Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar. Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza. 

2. Pues que así es, por qué teméis tomar la cruz, por la cual se va al reino? En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la cruz. Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna. Él vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la lleves, y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El. Y si fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria. 

3. Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en ella. Y no hay otra vía para la vida, y para la verdadera entrañable paz, sino la vía de la santa cruz y continua mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz. Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu. 

4. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá el prójimo: lo que peor es que muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado, ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere. Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo, y que te sujetes del todo a El, y te hagas más humilde con la tribulación. Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo, como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes. Así que la cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que estuvieres, porque dondequiera que huyas, llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior, y merecer perpetua corona. 

5. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, cargaste, y hácestela más pesada: y sin embargo conviene que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave. 

6. ¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria. Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz? 

7. Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio<, y tú ?buscas para ti holganza y gozo? Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones; porque toda esta vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada de cruces. Y cuanto más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más graves cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor. 

8. Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz. Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se esfuerza el espíritu por la gracia interior. Y algunas veces tanto es confortado del afecto de la tribulación y adversidad, por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y tribulación: porque se tiene por más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por El. Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu. 

9. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir toda cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz de Cristo. 

10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor crucificado por tu amor. Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas. Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males, sino sufrir. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo, y tener parte con El. Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que más le agradaré. Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas. 1

11. Cuando llegares a tanto, que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien; porque hallaste el paraíso en la tierra. 

12. Cuando te parece grave el padecer, y procuras huírlo, crees que te va mal, y dondequiera que fueres, te seguirá la tribulación.  Si te dispones para hacer lo que debes, es a saber, sufrir y morir, luego te irá mejor, y hallarás paz. Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo (dice Jesús) le mostraré cuántas cosas le convendrán padecer por mi nombre. Debes, pues, padecer, si quieres amar a Jesús, y servirle siempre. 

13. ¡Ojalá que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús! ¡Cuán grande gloria te resultaría! ¡Cuánta alegría a todos los Santos de Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo! Todos alaban la paciencia, pero pocos quieren padecer. Con razón debieras sufrir algo de buena gana por Cristo; pues hay muchos que sufren graves cosas por el mundo. 

14. Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza vivir para Dios. Ninguno es suficiente para comprender cosas celestiales, si no se humilla a sufrir adversidades por Cristo. No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable, que padecer de buena voluntad por Cristo. Y si te diesen a escoger, más debieras desear padecer cosas adversas por Cristo, que ser recreado con muchas consolaciones; porque así le serías más semejante, y más conforme a todos los Santos. No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro estado en las muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes penalidades y tribulaciones. 

15. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle, a que lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea esta la postrera conclusión: Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios.