jueves, 24 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 29 y 30

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 29 y 30
Capítulo 29. LAS INNUMERABLES PERFECCIONES DE DIOS

Oh Señor soberano, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo, secretísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo, siempre el mismo e incomprensible, invisible y que ve todas las cosas, inmutable y que todo lo cambia, inmortal, no sujeto a lugar ni a ningún término o limitación, infinito, inestimable, inefable, inescrutable. Siendo inmutable, eres el principio de todo movimiento. Tu grandeza es impenetrable e indecible. Eres un Dios terrible, que inspira temor y pavor, pero digno de honor, veneración y respeto. En ti nada se renueva y nada envejece. Sin embargo, tú renuevas todas las cosas, y dejas que envejezcan en sus extravíos los impíos y los soberbios, sin que de ello se den cuenta. Siempre estás en acción, y al mismo tiempo en reposo. Reúnes y conservas todas las cosas sin tener necesidad de ellas. Sostienes el mundo universo sin sentir ningún peso. Encierras en ti todas las cosas, sin ser encerrado por nada. Eres el creador de todo lo existente, y todo lo creado lo proteges, lo conservas y lo perfeccionas. Nada te falta, y estás siempre buscando. Amas sin pasión; tienes celos, pero sin turbación; te arrepientes, pero sin dolor; te miras, pero con tranquilidad; cambias tus obras, pero nunca tus designios. Tomas lo que encuentras, aunque nunca has perdido nada. Libre de toda necesidad y de toda pobreza, deseas sin embargo ganar, y sin ser avaro exiges los intereses debidos a tus dones. Aunque nada tenemos que no venga de ti, quieres deber todo lo que se te debe sin sufrir ninguna pérdida. Tú eres el único principio vital de todo lo creado por ti. Estás todo entero en todas partes. Puedes ser percibido por el espíritu, pero no puedes ser visto por los ojos corporales. Aunque presente en todas partes, estás lejos del espíritu de los impíos y de los malvados, y a pesar de estar lejos sigues estando allí, porque donde no estás presente por la gracia lo estás por la justicia.

Estás en contacto con todas las criaturas, pero no lo estás del mismo modo con todas. A unas les das el ser, pero no la vida ni la sensación; das a otras el ser y la vida, pero no la sensación y el discernimiento; otorgas a otras el ser, la vida y la sensación, pero no la inteligencia; y a otras les concedes el ser, la vida, el sentir y el entender. Aunque nunca eres diverso de ti mismo, obras diversamente en las diversas cosas. Estás presente en todas partes, y no se puede encontrar en ti parte alguna. Estás en nosotros y nosotros te buscamos en nosotros sin poderte alcanzar. Posees todas las cosas, las llenas, las abrazas y las sobrepasas y las sostienes sin cesar. Pero no las sostienes ni las llenas con una parte de tu sustancia, y con otra parte las abrazas y sobrepasas; sino que las llenas abrazándolas totalmente, y llenándolas las abrazas, así como sosteniéndolas las sobrepasas, y sobrepasándolas las sostienes. Tú instruyes los corazones de los fieles sin necesidad del sonido de las palabras. Llegas desde un extremo hasta el otro con fortaleza, y dispones todas las cosas con suavidad 98. Ningún lugar te encierra, y no estás sometido a los cambios del tiempo. Siempre presente todo entero y en todas partes, nunca te acercas ni te alejas de ninguna cosa. Habitas en una luz inaccesible, que ningún hombre ha visto ni podrá ver jamás 99. Recorres sin cesar la obra de tu creación sin abandonar nunca la inefable quietud de tu eterno reposo. Tu naturaleza es una y simple, y por lo mismo indivisible. No puedes ser partido o dividido, porque estás todo entero en todas las cosas, a las que posees enteramente, y las que participan de ti su belleza y resplandor. El espíritu humano nunca podría concebir toda la profundidad de este inefable misterio. Ninguna boca humana, por elocuente que fuere, podría expresar eso mismo, y todos los escritos y los libros publicados sobre la tierra serían insuficientes para explicarlo. El universo entero se llenaría con esos escritos, y tu grandeza y sabiduría seguirían siendo inexplicables. Porque, ¿qué escrito puede explicar lo que la boca no puede expresar? Tú, oh Dios, eres la fuente de la luz divina, y el sol de la eterna justicia. Tu grandeza no tiene medida, y por eso es infinita; tu bondad no puede ser cualificada, y por eso eres el verdadero y sumo bien. Nadie es bueno sino tú solo, cuya voluntad es omnipotente y todo lo que quiere lo puede. Tú creaste todas las cosas de la nada, y basta tu voluntad para hacerlo todo. Sin tener necesidad de tus criaturas, tú las posees; las gobiernas sin sentir fatiga, y las riges sin sentir tedio; nada hay que perturbe el orden de tu imperio ni en las cosas más grandes ni en las más pequeñas. Estás en todos los lugares, sin que ninguno te contenga. Lo abarcas todo, sin que nada te circunscriba. Estás presente en todas partes sin cambiar de lugar, y sin que se pueda decir dónde estás en particular. Aunque puedes hacerlo todo, no eres el autor del mal, porque no podrías hacerlo. Nunca te has arrepentido de haber creado alguna de tus obras. Ninguna turbación de ánimo puede alterar tu eterna seguridad; tu poder se extiende a todas partes, y tu reino no está limitado a ninguna parte del universo. Jamás apruebas u ordenas la comisión de algún crimen o de alguna falta. Nunca mientes, porque tú eres la verdad eterna. Por tu bondad hemos sido creados, por tu justicia castigados, y por tu misericordia liberados. Nada de lo que está en el cielo, nada de lo que brilla ante nuestros ojos, nada de lo existente sobre la tierra, ni nada de lo cognoscible por nuestros ojos merece ser adorado. Tú sólo, oh Dios mío, eres digno de adoración. Sólo tú eres verdaderamente el que eres, sin sufrir el más mínimo cambio. Con razón los griegos te llaman el ὤυ , y los latinos el est, es decir, aquel que es, porque tú eres siempre el mismo, y tus años nunca terminarán 100.

Estas verdades y otras muchas nos las enseña la santa madre Iglesia, de la que yo soy miembro, por el auxilio de tu gracia. La Iglesia me enseñó que tú eres el único Dios vivo y verdadero, incorpóreo, impasible e impalpable. La misma me enseñó que nada puede ser alterado o cambiado en tu sustancia o en tu naturaleza, sino que todo en ti es simple y perfectamente verdadero, y por eso es imposible verte con los ojos de cuerpo, y ningún mortal te ha podido contemplar alguna vez en tu esencia. Lo que nos hace creer que después de esta vida podemos disfrutar de tu vista es el hecho, de que los ángeles poseen ya esa felicidad, aunque no te pueden contemplar absolutamente tal como tú eres. Únicamente tú mismo, oh Dios mío, puedes conocer perfectamente tu Trinidad omnipotente.

Capítulo 30. PLURALIDAD DE LAS PERSONAS Y UNIDAD DEDIOS

Tú no eres más que un solo y mismo Dios en diversas personas, y tu unidad, al igual que la divina esencia, supera todo número, todo peso y toda medida. Tú eres la suma bondad, el principio del que proceden todas las cosas, el ser por el cual y en el cual todo existe, y nosotros reconocemos que tú mismo no procedes de nada y que todo viene de ti. Tu sustancia ha sido y será siempre inmaterial, y de ti recibe su forma totalmente divina, increada, perfecta y principio de todas las demás formas. Aunque todas las obras que salen de tus manos llevan como el sello de esa forma divina, sin embargo están lejos de ser semejantes a ti, y al imprimir sobre ellas ese signo de tu poder no sufres en ti ningún cambio, ni de aumento ni de detrimento. Todo lo existente en la naturaleza lo has creado tú, oh santa Trinidad, que eres un solo y único Dios, cuya omnipotencia posee, gobierna y llena todas las obras creadas por él. Cuando decimos que llenas todas las cosas, no queremos decir que esas cosas te contienen, sino que son contenidas por ti. Y no llenas todas por partes, de suerte que cada criatura reciba una porción de ti mismo según la proporción de su grandeza: o sea, las más grandes una parte mayor y las más pequeñas una parte menor, porque tú estás en todas y todas están en ti. Tu poder infinito abarca todas las cosas y nada de lo que abarcas puede escapar a tu poder. Quien no ha sabido aplacarte no podrá evitar tu ira, porque está escrito: Ni del oriente, ni del occidente, ni del lado del desierto os llegará algún auxilio, pues Dios mismo es vuestro Juez 101. Y en otro lugar: ¿Dónde iré yo para librarme de tu espíritu, y dónde me esconderé de tu rostro?  102 Es tal la inmensidad de tu divina grandeza, que estás dentro de todas las cosas, sin ser abarcado por ninguna, y a la vez estás fuera de todas las cosas sin estar excluido de ninguna. Estás dentro de todo para llenarlo todo, y estás fuera de todo para abarcarlo todo con la inmensidad de tu grandeza. Así pues, por el hecho de estar fuera de todas las cosas muestras que eres el Creador de todo, mas por el hecho de estar dentro de todo, muestras que todo lo gobiernas. Si estás en todo y fuera de todo lo creado por ti, es para que tus criaturas no estén nunca sin ti, y para que todo esté encerrado en ti, no por la grandeza del espacio y de la extensión, sino por tu soberana presencia, porque tú estás presente en todo, como todo está presente ante ti, aunque algunos entiendan esto, y otros no lo entiendan.

La inseparable unidad de tu naturaleza hace imposible toda separación de personas, porque como tú no eres más que un Dios en tres personas, así también esas tres personas no forman más que un solo y único Dios. Cada una de esas personas es a veces designada con nombres diferentes; pero tú, oh santa Trinidad, no eres más que un solo Dios, y eres tan inseparable en tus personas divinas que ninguna de ellas puede ser nombrada sin indicar la relación que tiene con las demás. Porque, ¿se puede pronunciar el nombre del Padre sin relacionarle realmente con el del Hijo, o el nombre del Hijo sin referirlo al Padre, y el del Espíritu Santo sin relación con el Padre y el Hijo? Esos nombres expresan tu poder y tu esencia divina o todo lo que se llama propiamente Dios, convienen igualmente a cada una de las tres personas, como cuando se dice que Dios es grande, omnipotente, eterno, y todo lo que podemos saber de tu naturaleza, oh Dios. Así pues, no hay ningún nombre que designe tu naturaleza y que te convenga a ti, oh Padre omnipotente, sin convenir igualmente a tu Hijo y al Espíritu Santo. Decimos que tú, Padre, eres Dios por naturaleza, pero tu Hijo también es Dios naturalmente como tú, y lo mismo hay que afirmar del Espíritu Santo. Sin embargo, no sois tres Dioses, sino que por esencia y naturaleza sois un solo y único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Eres, pues, oh Santa Trinidad, un solo Dios inseparable en tus divinas personas, aunque según el lenguaje humano esas personas sean llamadas con nombres diversos. Pero no hay más que un solo nombre para expresar tu naturaleza divina. De lo cual se infiere claramente que las tres personas son inseparables en la Santa Trinidad, que es un solo y verdadero Dios, porque el nombre de cada persona se refiere al de las otras dos. Porque no puedo hablar del Padre sin apuntar al Hijo, ni del Hijo sin recordar al Padre, ni del Espíritu Santo sin dar a entender que es el Espíritu de alguno, a saber, del Padre y del Hijo. Tal es la fe verdadera que viene de la sana doctrina. Tal es la fe católica y ortodoxa, que tu gracia me enseñó, oh Dios, en el seno de la madre Iglesia.

Fuente: Agustinus.it

martes, 22 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 27 y 28

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 27 y 28

Capítulo 27. EL CANTO DE LAS ALABANZAS DE DIOS JUNTO CON LOS
BIENAVENTURADOS

Bendice, alma mía, al Señor, y todo lo que hay dentro de mí bendiga a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no te olvides nunca de sus beneficios. Bendecid al Señor todas su obras, y en todos los lugares a donde se extiende su poder, bendice alma mía al Señor. Alabemos al Señor a quien alaban los Ángeles, adoran las Dominaciones, temen las Potestades; a quien los, Querubines y Serafines gritan sin cesar: Santo, Santo, Santo. Unamos nuestras voces a las voces de los santos Ángeles, y alabemos al común Señor según lo permite nuestra debilidad. Aquéllos alaban al Señor de modo purísimo e incesante, porque están siempre contemplando a Dios, no mediante algún espejo o como en enigma, sino directamente cara a cara.

¿Quién podrá expresar con palabras o concebir en su pensamiento cuál es esa multitud de espíritus bienaventurados y de virtudes celestiales que están siempre en la presencia del Señor; cuál es su inmensa e interminable alegría al ver a Dios; su gozo sin deficiencia, y el ardor de su amor que no atormenta sino que deleita; su ardiente deseo de contemplar a Dios y de saciar su alma con esa inefable visión; su deseo que aumenta con la misma satisfacción y que no va acompañado por ninguna pena y cuya saciedad jamás produce fastidio? ¿Quién podrá decir o concebir, cómo su unión con la suma felicidad les hace bienaventurados; cómo su unión con la verdadera luz les convirtió en luz; cómo contemplando sin cesar la inmutable Trinidad pasaron a un estado de inconmutabilidad?

Pero, ¿cómo podremos comprender la gran excelencia de los ángeles, nosotros que ni siquiera somos capaces de conocer la naturaleza de nuestra alma? Para nosotros en esta cuestión todo es misterio. ¿Qué es esa alma que puede animar una carne mortal, pero que es impotente para limitarse solamente a los pensamientos santos, esa alma que es a la vez tan fuerte y tan débil, tan grande y tan pequeña; esa alma que penetra en las verdades más ocultas, contempla las cosas celestes e inventa innumerables artes, tan maravillosas como útiles para la vida? ¿Qué es, pues, esa alma cuyo conocimiento se extiende a tantas cosas, y que, sin embargo, no sabe cómo ha sido hecha ella misma? Aunque algunos autores han formulado opiniones dudosas e inciertas sobre su naturaleza y sobre su origen, sabemos que es una sustancia espiritual o inteligente, creada por el poder de Dios, que es inmortal por la misma condición de su naturaleza, principio de la vida, que anima y sostiene el cuerpo mortal, sujeta a diversos cambios, al olvido, a las agitaciones del temor y de la exaltación del gozo. Es algo maravilloso y que produce un gran estupor. Sobre Dios creador de todas las cosas, y que es incomprensible e inefable, leemos, decimos y escribimos, sin sentir duda ni incertidumbre, cosas sublimes y dignas de admiración; pero cuando se trata de los ángeles o de nuestras propias almas no podemos dar pruebas evidentes y positivas de nuestros asertos.

Que mi alma se aparte de estas cosas, trascienda todo lo creado, corra y se eleve, vuele y atraviese el espacio, y en la medida de sus fuerzas dirija los ojos de la fe al Creador de todas las cosas. Estableceré en mi corazón diversos escalones, y a través de mi misma alma, subiré hasta mi Dios, que reina eternamente sobre mí. Que el espíritu se aleje de todo lo visible por los ojos, y de todo lo representable por la imaginación, y se eleve puro y simple, y en rápido vuelo, hasta el Creador de los ángeles, de las almas y de todo el universo.

Bienaventurada el alma que despojada de todas las cosas terrestres sólo ama las del cielo, y que fija su morada en lo más alto del cielo, y desde la cima de las rocas escarpadas puede, como el águila, fijar y mantener su mirada en el resplandor del sol de la justicia: ¿Hay, efectivamente, algo más bello y más deleitoso que contemplar a Dios con la sola intuición de la mente y la avidez del corazón; que ver invisiblemente y de modo tan maravilloso al Dios invisible de la naturaleza; que ver esa luz divina y no la luz de aquí abajo? Esta luz que alumbra la tierra, y que está cerrada en el espacio, esta luz que termina con el tiempo y que la noche cubre de tinieblas, esta luz que es común a los hombres, a las bestias y a los más humildes gusanos, ¿qué es más que una verdadera noche en comparación con la luz suprema de Dios?

Capítulo 28. LA LUZ INCREADA NO PUEDE SER VISTA EN ESTA VIDA

No está permitido al hombre ver en esta vida la esencia de esa luz suprema e inmutable, esa luz única y verdadera que brilla con eternal resplandor, esa luz que alumbra a los ángeles y que es el premio reservado a los santos y a los elegidos; sin embargo, el creer en ella y el entenderla y el anhelarla con gran deseo equivale en cierto modo a verla y a poseerla.

Así pues, que nuestra voz se eleve sobre la de los ángeles. Que el hombre contemple atentamente las maravillas de Dios; y que las celebre con todas sus fuerzas, porque es justo que la criatura alabe a su Creador. Dios nos creó para alabarle, aun cuando no tenga necesidad de nuestras alabanzas. El poder divino es incomprensible, de nada necesita, y para todo se basta a sí mismo. Porque grande es su poder, y su sabiduría no tiene límites 96grande es el Señor y muy digno de alabanza 97. El debe ser el único objeto de nuestro amor, el único ser cuya gloria celebre nuestra boca, el único sobre cuyas maravillas escriba nuestra mano, el único ser que llene nuestro corazón, y ocupe la mente de los fieles. Que todo hombre animado de estos santos deseos y que desea contemplar y estudiar las cosas del cielo, se alimente siempre de este delicioso manjar, a fin de que fortalecido con este celestial alimento, pueda gritar aún desde lo más hondo del corazón con júbilo y con ardientes deseos.

Fuente:


lunes, 21 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 25 y 26

 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 25 y 26
Capítulo 25. DESEO ARDIENTE DEL CIELO

¡Oh Jerusalén, madre nuestra, ciudad santa de Dios, esposa queridísima de Cristo: mi corazón te ama y mi mente desea ardientemente tu belleza! ¡Qué hermosa, qué gloriosa y qué noble eres tú! Eres toda hermosa y en ti no hay ninguna mancha 86. Salta de gozo y alégrate, hermosa hija del príncipe, porque el rey está prendado de tu belleza, y se enamoró de tu hermosura el más bello de todos los hijos de los hombres. Pero ¿cuál es el más querido entre todos los amados por ti, oh la más bella de las mujeres? Tu amado es blanco y rubio, escogido entre miles 87. Como el manzano entre los árboles del bosque, así es tu amado entre los hijos de los hombres. He aquí que estoy sentado alegremente a la sombra del que amo, y sus frutos son dulces para mi boca 88. Mi amado pasó la mano por la abertura de la puerta, y mis entrañas se conmovieron con su contacto 89. ¡En mi lecho busqué durante la noche a mi amado; lo busqué y conseguí encontrarlo 90; lo tengo junto a mí y no le dejaré marchar hasta que me lleve a tu casa y a tu morada, oh Jerusalén, gloriosa madre mía! Allí me amamantarás 91 abundante y perfectamente de la leche de tus pechos castísimos, y me saciaré con una maravillosa saciedad, de modo que ya nunca más sienta ni hambre ni sed. Feliz sería, alma mía, y eternamente feliz, si yo fuera digno de contemplar tu gloria, oh ciudad celestial, y de admirar tu felicidad y tu belleza, tus puertas, tus murallas y tus plazas, tus magnificas moradas y tus nobles ciudadanos, así como ver en todo su esplendor y su belleza a tu rey fortísimo, nuestro Señor Jesucristo.

Pues tus murallas están hechas con piedras preciosas, tus puertas con las perlas más finas, y tus plazas con oro purísimo, y en ellas suenan sin cesar cantos de amor y de gozo. Los fundamentos de tus moradas son piedras cuadradas de zafiro, cubiertas con planchas de oro. Nada impuro hay en esas mansiones, y están cerradas para todos los hombres malvados. ¡Qué bella y llena de delicias la Jerusalén celestial, nuestra madre Jerusalén! Nada hay en ti de las penas que aquí padecemos, nada de los males que vemos en esta miserable vida. No hay en ti tinieblas, ni noche, ni cualquier otra diversidad de tiempos. No brilla en ti luz de lámparas, ni luz de luna, ni el esplendor de las estrellas, sino solamente el Hijo de Dios, luz de luz y sol de justicia que siempre te ilumina: el Cordero inmaculado, brillante y bellísima es tu luz. La inefable contemplación de la belleza de tu reyes tu único y soberano bien, y el sol que te ilumina. Ese mismo Rey de reyes, está en medio de ti, rodeado por sus hijos. Allí los coros de los ángeles y la asamblea de los bienaventurados entonan sin cesar a tu gloria cánticos de reconocimiento y de amor. Se celebra allí solemnemente el retorno de los que, después de su triste peregrinar sobre la tierra, han sido llamados a disfrutar de tus delicias. Allí están ya reunidos los profetas a quienes Dios iluminó con su Espíritu, los doce Apóstoles que deben juzgar al mundo, el innumerable y victorioso ejército de los mártires, los santos confesores de Cristo, los verdaderos y perfectos anacoretas, las santas mujeres que triunfaron sobre los placeres del mundo y sobre la debilidad de su sexo, los muchachos y muchachas cuya santidad de costumbres fue superior a su número de años. Se encuentra allí la grey feliz de las ovejas y de los corderos que no cayeron en las trampas que les tendieron las voluptuosidades de este mundo. Todos los habitantes de esta ciudad tienen mansiones especiales o diferentes grados de gloria, pero el gozo de cada uno es el gozo de todos. Pues reina allí únicamente la caridad plena y perfecta, porque Dios está todo en todos 92; ese Dios que ellos contemplan sin cesar, y cuya visión les mantiene encendidos siempre en el amor. Aman y alaban a Dios sin fin. Su única y constante ocupación consiste en celebrar eternamente la gloria divina.

¡Qué felicidad, qué felicidad perpetua la mía, si después de la disolución de este cuerpo mortal pudiera escuchar la melodía celestial de estos santos himnos cantados en honor del rey eterno por los habitantes de la patria celeste y por los coros de los espíritus bienaventurados! Feliz y muy feliz sería yo si pudiera unir mi voz a la suya, acercarme a mi Rey, mi Dios y mi Jefe soberano, y contemplarle en todo el esplendor de su gloria, como él mismo nos lo prometió cuando dijo: Padre, quiero que los que me diste estén conmigo, para que vean el esplendor que tuve en tu presencia antes de la creación del mundo 93; y en otro lugar: Quien me sirva que me siga y donde yo estoy, allí estará también mi servidor 94; y en otro pasaje: Quien me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él  95.

Capítulo 26. HIMNO A LA GLORIA DEL PARAÍSO

Mi alma reseca tiene sed de la fuente del agua perenne y quiere romper las cadenas que la retienen cautiva en esta prisión carnal. Todos sus deseos, anhelos y esfuerzos tienden al gozo de la patria de la que está desterrada. Abrumada de dolor y de tristeza, gime contemplando la gloria perdida por el pecado, y el recuerdo de esa pérdida hace todavía mayor su mal presente.

Pues ¿quién podrá expresar toda la alegría y la paz que se siente en la patria divina? Allí las moradas están construidas con perlas brillantes: el oro brilla en los techos y brilla también en el interior. Toda la estructura del edificio está hecha de piedras preciosas. Las calles de esa maravillosa ciudad están pavimentadas con un oro tan puro como el cristal Nada en ella hay impuro, y nada que pueda molestar a la vista.

Son desconocidos en ella los rigores del invierno y los calores ardientes del verano. Una primavera eterna hace brillar las rosas, blanquear los lirios y que las flores desplieguen los colores rutilantes de la púrpura y los aromas más suaves. Allí hay praderas siempre verdeantes, y mieses siempre florecientes. Por doquier mana la miel, y se respiran los perfumes y los aromas más deliciosos, y de las ramas de los árboles, siempre en flor, cuelgan frutos que nunca caen a tierra.

No sucede el brillar de la luna al lucir del sol, ni la luz del sol al brillo de las lunas y de las estrellas. El Cordero puro y sin mancha es la luz eterna de esa dichosa morada. No hay allí ni las tinieblas de la noche ni la variación de los tiempos, y brilla siempre un continuo día. Cada uno de los santos habitantes de esa ciudad brilla con una luz tan viva como la del sol. Con la frente ceñida por una corona triunfal narran entre sí, con alegría común y con perfecta seguridad, los combates que libraron contra los enemigos por ellos vencidos.

Purificados de toda mancha, ya no tienen que luchar contra los deseos de la carne, porque su carne se ha hecho espiritual, y Dios es el único objeto de sus pensamientos. Viven en una paz inalterable, en la que no están sujetos a los escándalos del pecado, y despojados de todo lo que en ellos había de cambiante y perecedero viven en el estado primitivo de la naturaleza. Su felicidad consiste ahora en contemplar la belleza de la verdad inmortal, yen disfrutar abundantemente de la dulzura vital de la fuente de agua viva.

Reciben un nuevo modo de existencia que permanece siempre igual. Brillantes, vivos, alegres, ya no están expuestos a los accidentes ni a la enfermedad. Gozan en su ancianidad de las fuerzas y de la salud de la juventud. Todo su ser se ha convertido en inmortal, y en ellos es imposible en adelante cualquier mutación. Lo que en ellos había de corruptible ha desaparecido, y la inmortalidad ha triunfado sobre la muerte.

¿Qué pueden ignorar ahora los que conocen a quien todo lo sabe? Conocen mutuamente los secretos más escondidos de su corazón, y lo que cada uno quiere o no quiere todos lo quieren o no lo quieren. Aunque es diferente el mérito de cada uno según sus obras sobre la tierra, la caridad que los anima mueve a uno a deleitarse en lo que ama el otro, y lo que es propio a cada uno se convierte en común a todos.

Donde está el cuerpo, allí con razón se congregan las águilas. Allí con los ángeles y con los santos se recrean las almas. Con el mismo pan viven los ciudadanos de una y de otra patria. A pesar de estar siempre saciados, tienen siempre deseo de ese pan. Ni la saciedad les produce fastidio, ni les atormenta el hambre; comen siempre deseosos, y comiendo siguen teniendo deseo.

Armonías siempre nuevas y deliciosas melodías y cánticos de gozo suenan dulces sin cesar en los oídos de los felices habitantes de la patria celestial, que celebran sin fin la gloria de quien les concedió la victoria. Feliz el alma que puede así contemplar a su Rey presente, y que ve moverse debajo de su trono la máquina del universo, y que puede seguir los movimientos del sol, de la luna y de todas las estrellas y de los planetas.

¡Oh Cristo, palma y corona de los santos guerreros, haz que después de cumplir yo mi deber aquí abajo en tu sagrada milicia, pueda entrar en tu gloriosa ciudad, y hazme partícipe de la suerte de sus felices ciudadanos! Dame nuevas fuerzas en los combates que todavía he de sostener, a fin de que habiendo servido fielmente bajo tus banderas disfrute del reposo debido a un soldado emérito, y sea digno de poseerte como premio eterno. Así sea.

Fuente: Agustinus.it

viernes, 18 de abril de 2025

Hoy comienza la Novena a la Divina Misericordia

 Novena a la Divina Misericordia

El Viernes Santo del año 1937, Jesús le pidió a Santa Faustina que rezara una novena especial antes de la Fiesta de la Misericordia

Por: Santa Faustina Kowalska | Fuente: Catholic.net


El Viernes Santo del año 1937, Jesús le pidió a Santa Faustina que rezara una novena especial antes de la Fiesta de la Misericordia, desde el Viernes Santo. Él mismo le dictó las intenciones para cada día. Por medio de una oración específica, ella traería a su Corazón a diferentes grupos de almas cada día y las sumergería en el mar de su misericordia. Entonces, suplicaría al Padre, por el poder de la Pasión de Jesús, que les concediera gracias a estas almas.


Celebración de la Fiesta de la Misericordia

Para observar la Fiesta de la Misericordia, debemos:

1.- Celebrar la Fiesta el domingo después de la Pascua de Resurrección.

2.- Arrepentirnos sinceramente de todos nuestros pecados.

3.- Confiar por completo en Jesús.

4.- Confesarnos preferiblemente antes de ese domingo.

5.- Recibir la Santa Comunión el día de la Fiesta.

6.- Venerar (hacer un acto o demostración de profundo respeto religioso hacia ella por la persona a quien representa, en este caso a nuestro Señor Jesucristo) la Imágen de la Divina Misericordia.

7.- Ser misericordioso con los demás a través de nuestras acciones, palabras y oraciones a nombre de ellos.


Deseo

Dijo el Señor a Sor Faustina: Durante esos nueve días lleva a las almas a la fuente de mi misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de mi misericordia. Y a todas estas almas yo las introduciré en la casa de mi Padre (…) Cada día pedirás a mi Padre las gracias para estas almas por mi amarga pasión.


NOVENA A LA DIVINA MISERICORDIA

Se recomienda que se recen las siguientes intenciones y oraciones de la novena junto con la Coronilla de La Divina Misericordia, ya que Nuestro Señor pidió específicamente una novena de Coronillas, especialmente antes de la Fiesta de la Misericordia.


Cómo rezar la Coronilla a la Divina Misericordia (en un rosario común)


1.- Un Padre nuestro.


2.- Un Ave María.

3.- Un Credo de los Apóstoles.

4.- En la cuenta grande antes de cada decena:


Padre Eterno,

te ofrezco

el Cuerpo y la Sangre,

el Alma y la Divinidad

de tu Amadísimo Hijo,

nuestro Señor Jesucristo.

para el perdón de nuestros pecados

y los del mundo entero.


5.- En las diez cuentas pequeñas de cada decena:


Por su dolorosa Pasión,

ten misericordia de nosotros

y del mundo entero.


6.- Al final después de las cinco decenas:


Santo Dios

Santo Fuerte

Santo Inmortal,

ten piedad de nosotros

y del mundo entero.

(tres veces)




PRIMER DÍA


Hoy, tráeme a toda la humanidad y especialmente a todos los pecadores, y sumérgelos en el mar de mi misericordia. De esta forma, me consolarás de la amarga tristeza en que me sume la pérdida de las almas.


Jesús misericordiosísimo, cuya naturaleza es la de tener compasión de nosotros y de perdonarnos, no mires nuestros pecados, sino la confianza que depositamos en tu bondad infinita. Acógenos en la morada de tu Compasivísimo Corazón y nunca los dejes escapar de él. Te lo suplicamos por tu amor que te une al Padre y al Espíritu Santo.


Padre Eterno, mira con misericordia a toda la humanidad y especialmente a los pobres pecadores que están encerrados en el Compasivísimo Corazón de Jesús y por su dolorosa Pasión muéstranos tu misericordia para que alabemos la omnipotencia de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia



SEGUNDO DÍA


Hoy, tráeme a las almas de los sacerdotes y los religiosos, y sumérgelas en mi misericordia insondable. Fueron ellas las que me dieron fortaleza para soportar mi amarga pasión. A través de ellas, como a través de canales, mi misericordia fluye hacia la humanidad.


Jesús Misericordiosísimo, de quien procede todo bien, aumenta tu gracia en nosotros para que realicemos dignas obras de misericordia, de manera que todos aquellos que nos vean, glorifiquen al Padre de misericordia que está en el Cielo.


Padre Eterno, mira con misericordia al grupo elegido de tu viña, a las almas de los sacerdotes y a las almas de los religiosos; otórgales el poder de tu bendición. Por el amor del Corazón de tu Hijo, en el cual están encerradas, concédeles el poder de tu luz para que puedan guiar a otros en el camino de la salvación y a una sola voz canten alabanzas a tu misericordia sin límite por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia




TERCER DÍA


Hoy, tráeme a todas las almas devotas y fieles, y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Estas almas me consolaron a lo largo del vía crucis. Fueron una gota de consuelo en medio de un mar de amargura.


Jesús Misericordiosísimo, que desde el tesoro de tu misericordia les concedas a todos tus gracias en gran abundancia, acógenos en la morada de tu Compasivísimo Corazón y nunca nos dejes escapar de él. Te lo suplicamos por el inconcebible amor tuyo con que tu Corazón arde por el Padre Celestial.


Padre Eterno, mira con misericordia a las almas fieles como herencia de tu Hijo y por su dolorosa Pasión, concédeles tu bendición y rodéalas con tu protección constante para que no pierdan el amor y el tesoro de la santa fe, sino que con toda la legión de los ángeles y los santos, glorifiquen tu infinita misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia



CUARTO DÍA


Hoy, tráeme a aquellos que no creen en Dios y aquellos que todavía no me conocen. También pensaba en ellos durante mi amarga pasión y su futuro celo consoló mi Corazón. Sumérgelos en el mar de mi misericordia.


Jesús Compasivísimo, que eres la Luz del mundo entero, acoge en la morada de tu Piadosísimo Corazón a las almas de aquellos que no creen en Dios y de aquellos que todavía no te conocen. Que los rayos de tu gracia las iluminen para que también ellas, unidas a nosotros, ensalcen tu misericordia admirable y no las dejes salir de la morada de tu Compasivísimo Corazón.


Padre Eterno, vuelve tu mirada misericordiosa sobre las almas de aquellos que no creen en ti y de los que todavía no te conocen, pero que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Atráelas hacia la luz del Evangelio. Estas almas desconocen la gran felicidad que es amarte. Concédeles que también ellas ensalcen la generosidad de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia



QUINTO DÍA


Hoy, tráeme a las almas de los hermanos separados y sumérgelas en el mar de mi misericordia. Durante mi amarga Pasión, desgarraron mi Cuerpo y mi Corazón, es decir, mi Iglesia. Según regresan a la Iglesia, mis llagas cicatrizan y de este modo alivian mi Pasión.


Jesús Misericordiosísimo, que eres la Bondad Misma, tú no niegas la luz a quienes te la piden. Acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas de nuestros hermanos separados y llévalas con tu luz a la unidad con la Iglesia y no las dejes escapar de la morada de tu Compasivísimo Corazón, sino haz que también ellas glorifiquen la generosidad de tu misericordia.


Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de nuestros hermanos separados, especialmente a aquellos que han malgastado tus bendiciones y han abusado de tus gracias por persistir obstinadamente en sus errores. No mires sus errores, sino el amor de tu Hijo y su amarga Pasión que sufrió por ellos, ya que también ellos están encerrados en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Haz que también ellos glorifiquen tu gran misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia




SEXTO DÍA


Hoy, tráeme a las almas mansas y humildes y las almas de los niños pequeños y sumérgelas en mi misericordia. Estas son las almas más semejantes a mi Corazón. Ellas me fortalecieron durante mi amarga agonía. Las veía como ángeles terrestres que velarían al pie de mis altares. Sobre ellas derramo torrentes enteros de gracias. Solamente el alma humilde es capaz de recibir mi gracia; concedo mi confianza a las almas humildes.


Jesús Misericordiosísimo, tú mismo has dicho: "Aprended de mí que soy manso y humilde de Corazón". Acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas mansas y humildes y a las almas de los niños pequeños. Estas almas llevan a todo el cielo al éxtasis y son las preferidas del Padre Celestial. Son un ramillete perfumado ante el trono de Dios, de cuyo perfume se deleita Dios mismo. Estas almas tienen una morada permanente en tu Compasivísimo Corazón y cantan sin cesar un himno de amor y misericordia por la eternidad.


Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de los niños pequeños que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son las más semejantes a tu Hijo. Su fragancia asciende desde la tierra y alcanza tu trono. Padre de misericordia y de toda bondad, te suplico por el amor que tienes por estas almas y el gozo que te proporcionan, bendice al mundo entero para que todas las almas canten juntas las alabanzas de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia



SÉPTIMO DÍA


Hoy, tráeme a las almas que veneran y glorifican mi misericordia de modo especial y sumérgelas en mi misericordia. Estas almas son las que más lamentaron mi Pasión y penetraron más profundamente en mi Espíritu. Ellas son un reflejo viviente de mi Corazón compasivo. Estas almas resplandecerán con una luz especial en la vida futura. Ninguna de ellas irá al fuego del infierno. Defenderé de modo especial a cada una en la hora de la muerte.


Jesús Misericordiosísimo, cuyo Corazón es el Amor mismo, acoge en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas que veneran y ensalzan de modo particular la grandeza de tu misericordia. Estas almas son fuertes con el poder de Dios mismo. En medio de toda clase de aflicciones y adversidades siguen adelante confiadas en tu misericordia y unidas a ti, ellas cargan sobre sus hombros a toda la humanidad. Esta almas no serán juzgadas severamente, sino que tu misericordia las envolverá en la hora de la muerte.


Padre Eterno, mira con misericordia a aquellas almas que glorifican y veneran tu mayor atributo, es decir, tu misericordia insondable y que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son un Evangelio viviente, sus manos están llenas de obras de misericordia y sus corazones desbordantes de gozo cantan a ti, oh Altísimo, un canto de misericordia. Te suplico, oh Dios, muéstrales tu misericordia según la esperanza y la confianza que han puesto en ti. Que se cumpla en ellas la promesa de Jesús quien les dijo que: "a las almas que veneren esta infinita misericordia mía, yo Mismo las defenderé como mi gloria durante sus vidas y especialmente en la hora de la muerte. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia




OCTAVO DÍA


Hoy, tráeme a las almas que están detenidas en el purgatorio y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Que los torrentes de mi Sangre refresquen el ardor del Purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a mi Justicia. Está en tu poder llevarles el alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de mi Iglesia y ofrécelas en su nombre. Oh, si conocieras los tormentos que ellas sufren ofrecerías continuamente por ellas las limosnas del espíritu y saldarías las deudas que tienen con mi Justicia.


Jesús Misericordiosísimo, tú mismo has dicho que deseas la misericordia, he aquí que yo llevo a la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas del Purgatorio, almas que te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa adecuada a tu Justicia. Que los torrentes de Sangre y Agua que brotaron de tu Corazón, apaguen el fuego del Purgatorio para que también allí sea glorificado el poder de tu misericordia.


Padre Eterno, mira con misericordia a las almas que sufren en el Purgatorio y que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Te suplico por la dolorosa Pasión de Jesús, tu Hijo, y por toda la amargura con la cual su Sacratísima Alma fue inundada, muestra tu misericordia a las almas que están bajo tu justo escrutinio. No las mires sino a través de las heridas de Jesús, tu amadísimo Hijo, ya que creemos que tu bondad y tu compasión no tienen límites. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia



NOVENO DÍA


Hoy, tráeme a las almas tibias y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Estas almas son las que más dolorosamente hieren mi Corazón. A causa de las almas tibias, mi alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos. A causa de ellas dije: Padre, aleja de mí este Cáliz, si es tu voluntad. Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a mi misericordia.


Jesús Misericordiosísimo, que eres la compasión misma, te traigo a las almas tibias a la morada de tu Piadosísimo Corazón. Que estas almas heladas que se parecen a cadáveres y te llenan de gran repugnancia se calienten con el fuego de tu amor puro. Oh Jesús Compasivísimo, ejercita la omnipotencia de tu misericordia y atráelas al mismo ardor de tu amor y concédeles el amor santo, porque tú lo puedes todo.


Padre Eterno, mira con misericordia a las almas tibias que, sin embargo, están encerradas en el Piadosísimo Corazón de Jesús. Padre de la Misericordia, te suplico por la amarga Pasión de tu Hijo y por su agonía de tres horas en la cruz, permite que también ellas glorifiquen el abismo de tu misericordia. Amén.


Coronilla de la Divina Misericordia


Sor Faustina y la Divina Misericordia

En la Pasión del Señor - Jesús en el Viernes Santo

 En la Pasión del Señor

Viernes Santo. Ciclo A. Dios se ha hecho tan débil, que ha aceptado sufrir la mayor debilidad: ha muerto.


Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



1. La muerte de una persona siempre es un misterio incomprensible. A medida que se va sumergiendo en las aguas del mar de la muerte, su experiencia se va haciendo más impenetrable: se nos hace impenetrable lo que siente, lo que sufre lo que piensa, lo que está pasando El misterio es mayor en la muerte de Cristo. Imposible penetrar en su hondura.

2. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios grande, poderoso, vencedor de sus enemigos. En una teofanía grandiosa en el imponente macizo rocoso del Sinaí, precedido por la solemne manifestación cósmica del retumbar de los truenos, del fulgurar de los relámpagos y de la oscuridad de la nube espesa en el monte humeante, se manifestó Dios tres veces santo, al pueblo aterrorizado en el campamento. Hoy se conocen las leyes físicas de estos fenómenos naturales causados por descargas eléctricas, pero en aquellos tiempos impresionaban a los pueblos extraordinariamente. El Dios del Exodo es el Dios que se manifiesta en la zarza ardiente, y que hace vacilar los fundamentos de los montes, que tronó desde los cielos, que hizo sonar su voz, que lanzó sus saetas y los desbarató, fulminó sus rayos y los consternó (Sal 18,7). Es el Dios que arranca los cedros de raiz, que se sienta sobre el aguacero. El Dios de las plagas de Egipto, el que mata a los primogénitos del país, el Dios que separa las aguas del mar Rojo. El Dios que hace caer serpientes en el desierto, el Dios que hace brotar agua de la roca.

3. Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca pudieron comprender que tuviera un Hijo, Jesús, se convierte en un Dios débil y humillado, anonadado. Vendido por Judas, negado por Pedro, juzgado por el Sanedrín, por Herodes y Pilato, preferido por los judíos a Barrabás, un bandido, abofeteado, azotado, escupido por los soldados, coronado de espinas, abochornado y burlado con un manto escarnio de púrpura, mofado como rey de burla, pedido para ser crucificado. Condenado a muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos Sacerdotes: "Si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la Cruz". Movían la cabeza. Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar. El Dios Jesús callaba. Ofrecía su mejilla a los que le golpeaban y soportaba que se mofasen de él. Y Dios muere, no con una muerte heroica y grande, sino humillante y dolorosa, escandalosa. Muere crucificado, tormento horrible, condena de esclavos.

4. La inspiración del gran poeta ha intuido la inmensa e infinita angustia del hombre Jesús:

"El subía bajo el follaje gris, - todo gris y confundido con el olivar, - y metió su frente llena de polvo - muy dentro de lo polvoriento de sus manos calientes”. (Rilke).

5. El velo del Templo se rasgó. Ante la debilidad espantosa de Dios, debe rasgarse también nuestro concepto del Dios del Antiguo Testamento. Debemos aceptar a un Dios humillado, que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor de todos y el que está en los pequeños, en los sin cultura, en los marginados y en los torturados de todas las sociedades: "lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis".

6. Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús, no son extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Y esta reflexión nos ayuda a aceptar que nos puedan negar, vender, juzgar, traicionar, abandonar, y crucificar, las personas normales que están junto a nosotros. Podemos ponerles nombres y apellidos y hasta fechas, pero también podemos poner nuestros nombres como sujetos activos de esas deslealtades.

7. Uno de vosotros me va a entregar. ¡Es tan fácil! ¡Les había dado tanta confianza! Ni tenía cajones cerrados con llave, ni las cuentas escondidas. Iba con el corazón en la mano. Se confiaba fácilmente y confiaba ciegamente. El que no es capaz de hacerlo, nunca sospecha porque no le nace. Pero hay gente recelosa, buscona, aprovechada. Satanás se aprovecha del que tiene tendencias oscuras y vengativas. El otro, éste es el momento. Le hemos cogido. Que se acuerde de que cuando nos hablaba duro y exigente... Nunca tendrá paz. Se quitará la vida, o vivirá con la amargura emponzoñándole el alma incesantemente. A veces le apretará más, a veces se agudizará más, pero no será capaz de dar un paso atrás, que sería su salvación.

8. ¿No eres tú también discípulo de ese hombre? Pedro contestó: Yo no. Le debía la vocación, la predilección, la confianza, la formación. Todo lo olvida el miedo, le quiere pero con reservas, si cuenta conmigo sí, si le pospone le guarda en el fondo un rincón oscuro de rencor. Te venden, dices las cosas y te las interpretan y divulgan, las comentan, hombres, mujeres...piadosos, consagrados, desleales, Superiores. Te hacen perder la confianza. No se puede ser tan sincero, te repliegas a la fuerza. Te tienes que replegar, amargado. Te hacen desconfiado. A veces por alardear de mayor confianza.

9. –“¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?- Volvieron a gritar: A ese no, a Barrabás”. Nueva humillación para Jesús. Nunca lo hubiera pensado, y era Dios, ¿como podemos pensar los hombres, que un hijo nuestro no prefiera a un criminal? ¿A un falsario? A un traidor. A un desleal que lo ha recibido todo de Jesús?

10. “Si suelta a ese no eres amigo del César”. Todo menos pasar por amigo del discutido. No yo no estoy con el discutido; estoy con el que discute, que parece que se está abriendo un camino nuevo. Quizá con él tenga más autoridad, más seguridad, menos representación, menor exigencia, más tolerancia. Pues, que lo crucifiquen, pero pronto, que yo ¡eso sí, no lo puedo ver! y me duele subir las escaleras empinadas y difíciles. Que se acabe pronto esto, pero yo no daré la cara por él, no sea que la carguen conmigo, que la cargarán, porque saben que yo soy amigo suyo y soy de los primeros llamados por él. Esto no puede seguir así. Con qué prontitud se ha creído la acusación, sin el beneficio de la presunción de inocencia. Terrible... Y se entregan en manos del enemigo, aunque por poco tiempo.

11. “Tengo sed”. Y le dieron vinagre. ¿Por qué te damos vinagre, Señor? Amargura para ti, que eres el más dulce de los hijos de los hombres. “Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tu no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”... Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio”. Sin penetrar en la mística terrible del Mysterium iniquitatis se comprende un poco que se admita la muerte de Jesucristo como sola una voluntad perversa de los que no le admitieron, y entonces no sé qué exégesis correcto podrá hacerse del texto revelado de la carta a los Hebreos 10,1-18.

11. ¿Por qué tanto dolor, Señor? ¿Por qué tanta humillación? Tantas palabras, tanta formación, tantos desvelos, tanto amor malbaratado, tanta angustia y zozobra, pobreza y sufrimiento, cobardía y mediocridad, ¿Por qué tanta tibieza en defender lo que sabes que es la verdad, cuando tienes tantas agallas para ponerte en tu sitio cuando tu amor propio te empuja? ¿Por que tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu Padre, que te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y feliz por siempre! Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz has redimido al mundo.

Los novillos de Basán se han desbocado,

los mastines en jauría me acorralan,

la soledad es total, cruda y sarcástica,

cual la hiel de la Cruz, retama amarga.



¡Ay si me descubrieses por un tiempo,

aunque breve, tu faz de amor dulcísimo,

Jesús del terremoto, Jesús de mi agonía!

¡Ay si tus. ojos deslumbrantes me miraran!



Pero no, es la hora inexorable

del misterioso poder de las tinieblas,

la de la angustia y dolor sin analgésico,

la del frenesí y de la locura sin fronteras.



Getsemani y lluvia de sangre,

Señor Jesús, no es poesía.

Getsemaní es amar, morder el polvo,

como un mar sin riberas en tus brazos.



Los pies y las manos taladrados,

ya en la Cruz, me horrorizan y me aterran,

alrededor se oyen gritos y golpes de martillos.

Martillos y puñales y lanzadas.



y palabras y palabras y palabras,

envenenadas con caridad por vaselina.

Pretextando y juzgando LEY en mano,

Por no haber asimilado su doctrina.



Y se levanta la Cruz majestuosa,

en un silencio escalofriante

de dolor y de ignominia.

Allí estás Tú, mi Jesucristo,



Maestro, Redentor, hecho un gusano.

Tiritando de fiebre y despojado,

sin honor, sin amor, hecho un leproso,

te me acercas y me eclipsan tus tinieblas,



y me quemas, y me incendias y...te alejas.

Jesús- Dios en el cepo y ultrajado.

¡No hay piedad para Ti, Tú que la diste

a inagotables chorros a cualquiera!



-¡Blasfemo!- oyes que te gritan, y Tú callas...

Cierras tus ojos bellos para mirar al Padre,

y pides perdón para los deicidas...

Otra vez los abres y nos das

a tu hermosa Madre traspasada,

y le prometes al ladrón la VIDA.



Tienes sed y la sufres, Tú, la fuente,

eres Pastor y te quedas sin ovejas,

y al morir, tu Iglesia es María y Juan y Magdalena.

Y aunque Pedro te negó, no lo desechas.



Les disculpas y rocías con tu Sangre.

A tu Padre le dices que qué saben...

Ese es el Amor, el de tu Reino,

el que nos dejas como Ley, Valor Supremo.



Todo está ya cumplido, ¿qué más queda?...

Que tu Cuerpo consumido dé cosecha,

de flores y esmeraldas

y olorosas Primaveras.



El Ungido está aquí, el Seducido espera.

¿Qué hay en tu corazón que, triturado,

sigue, mientras sangra y llora a gritos, perdonando?

Dime ¿Qué hay en tu corazón, Maestro,

que soy un aprendiz y no comprendo?



El Padre te abandona y Tú le gritas,

tu garganta reseca balbucea,

el clamor del populacho se desploma

sobre tu Cuerpo Santo y tu alma bella.



Y Tú en la Cruz sigues y sigues,

sin huir, ni maldecir, ni fulminar un rayo...

¡Esa fuerza, Señor, no es la de un hombre!

¡Esa fuerza es la de un Dios Crucificado!



La Transfiguración y la Cruz

 La transfiguración del Señor: la casa encendida

Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



Dice San León que: “El fin principal de la transfiguración era desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz”.

Por eso los llevó a un monte alto, para ilustrarlos acerca de su pasión, para hacerles ver que era necesario que el Cristo padeciese antes de entrar en su gloria, conforme a lo anunciado por los profetas (Lc 24,25); para sostener aquellos corazones atribulados y desfallecidos”.

El escenario será el monte Tabor. El Tabor es un monte redondo, gracioso, solitario, que con sólo trescientos metros de altura, destaca por su figura excepcional y su separación de otras montañas.

Situado en el extremo nordeste de la llanura de Esdrelón, dista de Cesarea setenta kilómetros. Es uno de los montes con más personalidad de toda Palestina. Su verdor contrasta con la desnudez de las alturas cercanas.


La subida

El camino, siguiendo la vía del mar, es fácil y placentero. Bordeando el lago, se llega al pie del monte. Acompañan a Jesús Pedro, Santiago y Juan.

Los mismos testigos de su agonía en Getsemaní, pues la glorificación del Tabor y el anonadamiento del huerto son la cara y la cruz de todo el evangelio. Para que la correspondencia sea más rica, la cruz está presente en la glorificación y el consuelo no faltará en la cruz.

Una reacción es igual, los discípulos se duermen en ambos escenarios. Casi siempre será lo mismo. Jesús solo en su luz inaccesible, en su dolor mortal. Al otro lado quedan los discípulos, incapaces por el sueño de ingresar en la esfera purísima de la aparición, y de compartir la gloria y la angustia del Señor.

Paradojas: La agonía y la transfiguración. El bautismo y la transfiguración. La tesis y la antítesis se funden y se transparentan. No es posible encontrar un episodio de la vida de Jesús que sea sólo cruz o sólo gloria. Todos sus pasos llevan el sello de esa ambivalencia que llegará al extremo en el instante final de su vida, de supremo anonadamiento y exaltación.

“Cristo se hizo obediente hasta la muerte de cruz y por eso el Padre lo exaltó”. A la humillación del bautismo, el Padre se hizo presente con la alabanza suprema: “Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco”.

Son las mismas palabras que resuenan en el aire estremecido del Tabor, en la gloria de su rostro como el sol, de sus vestidos luminosos, pero acibaradas por su alusión al sufrimiento y a la ignominia. ¿Los apóstoles estaban acongojados por la atroz predicción de su Maestro?

Su ternura compasiva aligera cada momento de su programa de obediencia al Padre, para que sirva de provecho y enseñanza y aliento a aquellos hombres débiles que tanto ama.


El relato de Lucas

“Unos ocho días después de este discurso cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos refulgían de blancos. De pronto hubo dos hombres conversando con El, Moisés y Elías, que aparecían resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; pero se espabilaron, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

-Maestro, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía. Mientras hablaba se formó que los cubría. Salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo elegido. Escuchadlo. Cuando cesó la voz, Jesús estaba solo” (Lc 9,28).


Moisés y Elías. En medio, Jesús.

La Ley y los Profetas, flanqueando el Evangelio, como en la mente de Dios y en su voluntad de salvación, que se había de cumplir en el tiempo. Igual que en el triunfo escatológico, cuando Jesucristo sea exaltado como rey y centro de todas las edades. Jesús, resplandeciente sobre un monte de la tierra.

A diez kilómetros de Nazaret, por donde había caminado vestido de humildad, y de carne opaca. Ahora, desanuda el vigor y la belleza de su ser, reprimidos por las leyes de la encarnación, y permite que aparezcan, y fulguren, y fascinen a quienes los contemplan.

Quiere que su alma, unida al Verbo y gozando la visión beatífica de Dios, desborde su gloria hasta redundar en el cuerpo, como hubiera sido siempre su estado connatural, si él no hubiera querido oscurecer sus efectos.


La nube

Una nube los cubría. Es la nube. La nube de larga historia: aquella historia de Dios enlazada con la historia de los hombres, que denota la presencia del Señor. La nube cubrió el tabernáculo (Ex 40,34).

La nube garantizaba todas las intervenciones divinas: "El Señor dijo a Moisés: Yo vendré a ti en una nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tengan siempre fe en ti” (Ex 19,9). Esa nube cubre ahora a Jesucristo y de ella brota la voz poderosa: “Este es mi Hijo elegido, escuchadlo”.

La nube que se había cernido sobre María en la Encarnación: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso al que va a nacerlo llamarán consagrado, Hijo de Dios” (Lc 1,35).

La nube que delata y oculta; la nube, esa sombra que, como dice San Agustín, se produce siempre que la luz de Dios se encuentra con un cuerpo para alguna encarnación. La nube que acreditará el triunfo de Jesús en su ascensión (Hech 1,9), y en su retorno (Mc 13,26), cuando los que le hayan seguido se le incorporen, envueltos en nubes de victoria (1 Tes 4,17).


“No tengáis miedo”

Añade Mateo: “Los discípulos cayeron sobre su rostro, presos de un gran temor. Se acercó a ellos Jesús y, tocándoles, dijo: Levantaos. No tengáis miedo” (Mt 17,6). Jesús provoca el temor y luego lo disipa. Es un temor que despierta al alma purificándola. Temor necesario para que no rebajemos la grandeza de Dios hasta el nivel de nuestra rutina o de nuestros proyectos mundanos.

Jesús rectifica la imagen común del Reino hablando de padecimientos y muerte; después se lleva a los apóstoles hasta un monte y, entre nubes, manifiesta su gloria. Porque él es el Señor, cuyos pensamientos distan de los nuestros como el cielo de la tierra, y porque siempre busca el modo de consolar, no atemperando sus planes a nuestros deseos, sino haciéndonos levantar los ojos por encima de este mundo.

El libro del Apocalipsis, libro de consolación escrito al final de la era apostólica, tras la persecución de Nerón y en vísperas de la de Domiciano, sigue este mismo método, no prometiendo milagros que eviten el dolor; sino definiendo la fugacidad de este tiempo y proclamando, contra los emperadores terrenos de pies de barro, la certidumbre del Cristo poderoso, transfigurado ya para siempre, anunciado ya anteriormente por la profecía de Daniel.


La caducidad de este mundo

Baltasar, rey de Babilonia aún estaba temblando, por la visión de la mano que escribía sobre la pared su perdición, en medio del banquete sacrílego en el que habían profanado el rey y sus cortesanos y sus mujeres, los vasos sagrados del Templo de Jerusalén. Daniel le reveló el sentido de las fatídicas y enigmáticas palabras.

Baltasar fue asesinado aquella misma noche. Le sucedió Darío y en su tiempo, Daniel tiene la visión que vamos a interpretar. Para comprender su mensaje, hemos de situarnos histórica y psicológicamente en el mundo del autor y en su mentalidad judía, profética y apocalíptica.

Daniel combina la historia y la mitología, con la tradición y el futurismo mesiánico, para crear la convicción de que al final de los tiempos el reino de Dios será entregado al pueblo de los santos de Dios, el resto de Israel, presidido por su Cabeza.

Como al principio de la creación todo fue obra del "viento", del Espíritu, así ahora los cuatro vientos del cielo agitan el océano de modo que lo que salga de él será obra del "ruah" de Yahvé. Y aparecen cuatro bestias, identificadas con los cuatro imperios: babilónico, medo, persa y griego, manejados, en su espectacular poderío, por la providencia de Dios.

Vio Daniel cuatro fieras que salían del océano: La primera, el león con alas de águila, rey del mundo animal, corresponde a la cabeza de oro de la estatua del capítulo segundo.

Esta bestia, Darío, tiene "corazón de hombre", porque reconoció al Dios de Daniel, con lo cual dejó de ser una fiera que luchaba contra el reino de Dios: "El rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel.

Él es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta por siempre. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. El salvó a Daniel de los leones".

La segunda fiera, es un oso, que corresponde al pecho de plata de la estatua. Esta era el imperio medo. La tercera, el leopardo, que equivale a las piernas de bronce, es el imperio persa.

Sus cuatro alas simbolizan la celeridad de sus conquistas en todas las direcciones, y sus cuatro cabezas la representación de los cuatro reyes de Persia que conoce la Biblia: Ciro, Jerjes, Astrajerjes y Darío el persa. La cuarta, horrible y espantosa, corresponde a los pies de hierro y de barro de la estatua, y representa el imperio griego, en cuyo tiempo vivía Daniel.

Sus diez cuernos eran diez reyes contemporáneos. El undécimo, que "blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la Ley", era Antíoco IV Epífanes.

Todos estos reinos habían sido reflejos de la acción de Dios en la tierra e instrumentos punitivos de su Providencia.


La profecía escatológica de Daniel 7,9

Hasta aquí la historia. A partir de este momento viene la profecía escatológica. La visión continúa. Un anciano de muchos años, sin principio ni fin, de blanca túnica y cabellera blanca, símbolo de la pureza y rectitud, a quien sirven miles y miles, se sienta en un trono de fuego purificador.

Comienza el juicio y el insolente undécimo cuerno es matado, descuartizado y echado al fuego. A los demás se les deja vivos durante un tiempo. Cuando todo parece concluido, aparece la más sorprendente novedad, desenlace de toda esta visión apocalíptica.

Entre las nubes del cielo viene como un hombre a quien se le da "poder, honor y reino". Extraordinario contraste porque mientras todos los reinos de la tierra vinieron del océano, el reino de Dios viene de arriba, del mismo Dios.

No es como una fiera sino semejante a un ser humano. Es el rey mesiánico a quien se le da el "poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo". Daniel identifica a este Mesías, hijo de hombre, con el pueblo de los santos. Es un mesianismo colectivo, definitivo y eterno.

Profetiza el triunfo del Cristo total en su tensión escatológica, la gloria del Cuerpo Místico de Cristo, el fulgor de la Iglesia, como se lo aplicó a sí mismo Jesús al identificarse con el Hijo del Hombre, que vendría sobre las nubes del cielo y con cuantos creen en El.

"¿Por qué me persigues?", le dirá a Pablo. Este es el rey de quien "Una voz desde la nube dice en el Tabor: “Escuchadle”" (Mc 9, 1).

¿El hombre Jesús necesitaba Confirmación?

¿El hombre Jesús ha quedado afectado por su opción por el camino de la cruz? A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre?

Jesús necesita afirmarse y afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso: "Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro.

Entrar en oración es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue confortador y estimulante. Glorificador.

Dos hombres conversan con él de su "Éxodo". Los dos guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado, ahora, como compañeros suyos, conversan con él de su muerte: "Yo para esto he venido" (Jn 12,27). Es el tema de mayor importancia y el que más preocupa a Jesús y a sus discípulos. Desde este momento Jesús ve su muerte como un éxodo al Padre.

La transfiguración es una victoria oculta. Es como una luz que ilumina la tiniebla de la pasión, como esperanza que desvela el sentido del camino de la muerte de Jesús y de los suyos. He ahí la pedagogía de la transfiguración y el punto culminante del evangelio.

Viviremos siempre. “Si con él morimos, viviremos con él” (2 Tm 2,11). La muerte sólo es un episodio, un tramo necesario del camino, sin el cual no podemos llegar a la meta. Un túnel después del cual está la luz. "Somos ciudadanos del cielo". La transfiguración de Jesús es la transfiguración del hombre.


Visión de Santa Teresa

Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo".

Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder.

Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible.

Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo desde Jerusalén, irá de la muerte a la resurrección. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice:

"El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: “Este es mi hijo, a quien yo amo, mi predilecto”. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18).

La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).


¿Qué hay después de esta vida temporal?

Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).

La Transfiguración del Señor da respuesta a estas preguntas, porque “Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo", para que la humanidad pueda salvarse.

Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar por la muerte. San Agustín, ante el deseo de Pedro, le dice:

“Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra... Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed”.


Por eso canta gozosa la Iglesia

En la transfiguración, prenda de gloria, canta la Iglesia el Salmo 96: “El Señor reina, la tierra goza”. El Señor, se alegra la tierra entera y toda la naturaleza participa en la alegría general; todo el cosmos va a ser bendecido con el reinado del Señor. Toda la tierra, hasta las islas lejanas, que son los pueblos ribereños del Mediterráneo.

El Señor aparece entre nubes y tinieblas para velar su majestad, pero precedido de fuego purificador y aislante entre el Santo y las criaturas contaminadas. El fuego anuncia que nadie puede oponerse a la obra de su santidad y justicia.

Este salmo, anterior naturalmente al monte Tabor, reproduce la escena del Sinaí y recuerda la profecía de Habacuc 3,3. Pero su fuego y sus tinieblas no presagian calamidades y catástrofes, sino serenidad y equilibrio, justicia y sosiego. Exaltación y grandeza.

Hemos sido y estamos siendo testigos de tantas injusticias, cataclismos y desmanes y abusos de los poderosos y corruptos, que, ante el anuncio de la paz del Señor y de su justa justicia, manifestada en la Transfiguración de su Hijo Jesús, sentimos un estremecimiento de gozo.

Al contemplar la transfiguración celebramos su vida resucitada. Al celebrar la Eucaristía, velado por los accidentes del pan y del vino, comemos y bebemos al Jesús que se transfiguró y cuyos vestidos aparecieron blancos como la nieve, como los del anciano que describe Daniel: "Sus cabellos como lana limpísima, su trono llamas de fuego, que son los caracteres de Dios Padre".

Su acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de entonces. "Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8), preparando el lugar eterno y transfigurado que nos ha prometido. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!


Descubrir la ternura

Augusto Valensín, jesuita francés, escribe sobre la Transfiguración a la luz de los pensamientos que vivía esperando la muerte: “Estos son los sentimientos que me gustaría tener a la hora de la muerte: pensar que voy a descubrir la ternura.

Yo sé que es imposible que Dios me decepcione. ¡Sólo esa hipótesis es absurda! Yo iré hasta él y le diré: No me glorío de nada más que de haber creído en tu bondad. May es donde está mi fuerza. Si esto me abandonase, si me fallase la confianza en tu amor, todo habría terminado. Porque no tengo el sentimiento de valer nada sobrenaturalmente. No, cuanto más avanzo por la vida, mejor veo que tengo razón al presentarme a mi Padre como indulgencia infinita.

Aunque los maestros de la vida espiritual digan lo que quieran, aunque hablen de justicia, de exigencias, de temores, el juez que yo tengo es aquel que todos los días se subía a la terraza para ver si por el horizonte asomaba el hijo pródigo de vuelta a casa. ¿Quién no querría ser juzgado por él? San Juan escribe; "Quien teme, no ha llegado a la plenitud del amor” (1 Jn 4, 18).

Yo no temo a Dios, y el motivo no es tanto que yo le ame, como el que sé que me ama él. Y no siento necesidad de preguntarme por qué me ama mi Padre o qué es lo que él ama en mí.

Me costaría mucho responder a estas preguntas. Sería totalmente incapaz de responder. Pero yo sé que él me ama porque es amor; y basta que yo acepte ser amado por él, para que me ame efectivamente. Basta con que yo realice el gesto de aceptar.

Padre mío, gracias porque me amas. No seré yo el que grite que soy indigno. Porque, efectivamente, amarme a mí tal como soy, es digno de tu amor esencialmente gratuito. Este pensamiento de que me amas porque te da la gana, me encanta. Y así puedo librarme de todos los escrúpulos, de la falsa humildad que descorazona, de la tristeza espiritual, de todo miedo a la muerte.


Fue como un relámpago

Jesús se encamina a la muerte con serenidad, seguro de que el triunfo culminará su vida, porque su muerte será provisional y pasajera. Jesús descubre que, cuando habla a sus apóstoles de su muerte, éstos se entristecen y tratan de disuadirle.

No entienden que resucitará a los tres días. Ellos creían, como la mayoría de sus contemporáneos, en una resurrección al final de los tiempos. Aunque habían visto la resurrección del hijo de la viuda de Naín y de la niña de Jairo, no podían imaginar que regresara a la vida después de la muerte.

Si moría ¿quién iba a resucitarle a él? Por eso Jesús decide anticiparles una hora de gloria, un relámpago de luz antes de que llegue la noche, como un “anticipo” de la resurrección. ¿Pero, por qué no quiso mostrar su gloria a todos, sino que reservó este regalo a solos tres? ¿Podrían guardar un secreto tan grande entre los doce? Que lo vean tres, para que puedan testimoniarlo en la oscuridad.

Los elegidos verán también de cerca la hora de su agonía en el huerto de los Olivos. Getsemaní y Tabor son como los dos extremos de la vida de Jesús. Allí es el estallido de la humanidad de Jesús, aquí es el estallido de su divinidad. Allí, el miedo y el dolor parecen sumergir la fuerza sobrenatural de Jesús.

Aquí, es la luz de su gloria la que parece situarle fuera de las fronteras humanas. Conviene que sean los mismos testigos los que presencien estas dos horas extremas de su vida.


La maravilla del Tabor

Una gran calma rodeaba al Tabor. En el cielo no había ni una nube. Las zarzas y los cardos, ya desflorados ya y casi secos. Cuando llegaron a la cima, el Maestro comenzó su oración. Ellos, pronto se durmieron. No eran fáciles para la contemplación. También se dormirán en Getsemaní. De repente, les deslumbró un resplandor. Abrieron sus ojos y vieron que la luz procedía de Jesús. Su rostro brillaba.

Los tres evangelistas cuentan la escena con detalles. Mateo ve al Maestro como más hermoso que el sol y vestido de luz. Pero los tres subrayan que la luz sale de él. Le pertenece como algo de su propia sustancia: no es un rayo que viene de lo alto; sale de él, emana de él, radica en él. Vestido de luz se encuentra en su verdadero elemento. Es su estado más normal, dice Bernard. Fue como si hubiera desatado al Dios que era y lo tenía velado en su humanidad.

Su alma de hombre, unida a la divinidad, desborda en este momento e ilumina su cuerpo. Si la alegría de un enamorado es capaz de transformar a un hombre, ¿qué no sería aquella tremenda fuerza interior de amor en llamas que Jesús contenía para no cegar a los que le rodeaban? Jesús levanta el velo que cubría su rostro y su fuerza interior desborda en su mirada, en su gesto, en sus vestidos.

Los discípulos se sienten deslumbrados. Muchos años más tarde, san Pedro, como ya hemos dicho, recordará esta hora: “Con nuestros ojos hemos visto su majestad” (2 Pe 1, 16).


No estaba solo

Aún no habían salido de su asombro ante aquel rostro refulgente cuando advirtieron que Jesús no estaba solo. Con él conversaban dos personalidades: Moisés y Elías. Los representantes de la ley y de los profetas.

Moisés era el padre del pueblo judío cuyo rostro había visto el pueblo brillar cuando descendía del Sinaí. Elías era el profeta que había de anunciar la venida del Mesías. Hablaban. Y los apóstoles podían escuchar la conversación sobre su muerte y le animaban al dolor redentor. Su presencia anticipaba la del ángel consolador en el Huerto de la agonía.

Los tres suplirán el aliento que no le dan los discípulos, entre quienes “busqué quien me consolara y no lo hallé”. Casi siempre será así.

Pedro generoso, decidido, presuntuoso también, quiere vivir, hacerse notar, desea cumplir con los invitados, llenar su papel de entrega, de servicio y de protagonismo. Pero es generoso: ni piensa en él ni en los otros apóstoles, sino en Jesús y sus acompañantes.

Los señores duermen en los palacios o, al menos, en tiendas. Los tres esclavos dormirán ante la puerta de las tiendas.


La grandeza de Dios estalla como una tempestad

Comenta Lanza del Vasto: Entonces, en la cumbre del cielo, estalla la grandeza de Dios de manera que ni siquiera nos hubiéramos atrevido a soñar. Estalla como una tempestad, pero como una tempestad que habla.

Barre las resistencias, hace callar todo delirio y todo pensamiento y toda visión. Y toda figura se borra en la nube luminosa y ya nada subsiste en el abismo tonante, salvo la sombra luminosa de la revelación.

Los tres apóstoles comprenden que están ante algo definitivo y terrible. Por eso caen al suelo, “se prosternaron rostro en tierra, sobrecogidos de un gran temor” (Mt 17,6). Han entrado en contacto con la divinidad. Caen en oración. La zarza ardiendo está ante sus ojos, dice Martín Descalzo.


Jesús solo

Les toca el hombro y, cuando alzan la cabeza y abren los ojos, ya no ven a nadie sino a Jesús solo. Como sigue diciendo Lanza del Vasto, “ven la parte de él que está a su alcance. Porque Jesús ha vuelto a velarse con su carne para no abrasarles totalmente”.

Todo vuelve a ser familiar y sencillo: el gesto de tocarles el hombro, su soledad entre los arbustos de la montaña, la sonrisa que acoge sus rostros aterrados.

Al verle, se sienten felices de que la nube no les haya arrebatado a su Maestro como se llevó a Moisés y a Elías. Ni siquiera preguntan por ellos. Casi se sienten aliviados de que haya cesado la tremenda presencia y la luz de momentos antes.

Este es su Jesús de cada día, con él se sienten protegidos. Pero están aturdidos. No vieron venir a los dos profetas, no los han visto marcharse. Muchas cosas se han aclarado en sus corazones. Ahora entienden mejor el porvenir. Con su transfiguración, se ha transfigurado también su destino. Si muere, no morirá del todo.

Ellos han visto un retazo de su gloria. Ahora ya saben lo que su Maestro quiere decir cuando les habla de resurrección. Será algo como lo que ellos han tocado hoy con sus manos y sus ojos han visto.

Han oído, además, la voz del Padre certificando todo lo que ellos ya intuían. Han interpretado esa voz como una consagración.

Pedro lo recordará en su carta porque sabe que ha visto con sus ojos su grandeza y no sigue fábulas inventadas. Sabe que el Padre le ha dado el honor y la gloria y se siente feliz de que Dios le haya hecho conocer el poder y la manifestación de nuestro Señor Jesucristo (1 Pe 1, 16). Y los apóstoles ya no sabían si estaban llenos de terror o de entusiasmo. Sólo sabían que habían vivido una de las horas más altas de sus vidas.


Escriben Guardini y Martín Descalzo

“Nos sentimos inclinados a creer que fue una visión. Sería lo justo si sólo nos atuviéramos a la interpretación del fenómeno. Esta nos diría que es una realidad trascendente a la experiencia humana. La índole de la aparición sugiere tal interpretación: la "luz”, no es la del universo, sino la de la esfera interior, luz espiritual; o la “nube”, palabra que designa una formación meteorológica conocida de nosotros, sino una claridad velada y celestial que se manifiesta, pero resulta inaccesible.

La irrupción súbita del fenómeno nos hace pensar también que se trata de una visión: los personajes se presentan y desaparecen de repente, sentimos el abandono de este lugar de la tierra visitado y abandonado después por el cielo. Pero visión no significa un fenómeno subjetivo, una imagen cualquiera producida por el yo, sino la manera en la que captamos una realidad superior a nosotros”.


Comenta Martín Descalzo:

“No fue pues una invención, ni un sueño, fue una realidad percibida por los apóstoles en su mundo interior, fue el descorrimiento de un velo que mil veces habían intuido y nunca comprendido”.

El mismo Guardini llama a este descubrimiento el fuego, esa unión misteriosa que hay entre el Hijo de Dios humano de Jesús y que hace de él un hombre hiperviviente en plenitud de vida humana pero elevada a dimensiones que jamás podremos los hombres entender.

Su vida no es sólo la de un hombre que ama a Dios, ni siquiera la de un hombre invadido por Dios, sino la de un hombre que es verdaderamente Dios. Esto, que nosotros creemos y sólo a medias entendemos, fue entrevisto por un momento en la cima del Tabor.

Esa unión misteriosa estalló en el rostro de Jesús, y los tres apóstoles vieron algo de lo que nosotros sólo veremos en el día final, cuando contemplaremos a Jesús enteramente, descubriendo ese arco de fuego que iluminaba y elevaba más allá de lo humano su humanidad.

La transfiguración fue un rápido relámpago de la luz de la resurrección, de la verdadera vida que a todos nos espera, de esa gracia de la que tanto hablamos y nunca comprendemos. Esa noche los apóstoles no podrían dormir ni un momento, rumiando su visión.

Jesús les prohibió contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos (Mt 9,9). Les hubiera gustado hablar de ello y profundizar en lo ocurrido. ¿Cómo compaginar lo que han visto con esa muerte a la que Jesús sigue aludiendo? ¿Y qué resurrección es ésa que parece más una súper vida que un simple volver a vivir?

Ellos creen que un día los muertos volverán a vivir, han visto volver a levantarse de la muerte a dos muchachos llamados a la vida por Jesús, pero lo que acaban de ver es mucho más. Y no logran descubrir la naturaleza de esa resurrección con la que Jesús será favorecido. Pero por qué si esta luz existe ya, hay que pasar por la muerte para llegar a ella.

“Esto se les quedó grabado -dice Marcos-, aunque discutían qué querría decir aquello de resucitar de la muerte” (9, 10). Sólo después de la resurrección contaron lo que en este glorioso atardecer habían entrevisto.


El Jesús de la tarde

Hacia ese horizonte de dolor se encamina ahora Jesús. Sus años de predicación han terminado. Ha expuesto ya a los hombres su mensaje con palabras. Tiene que demostrar, en una última semana trágica, que todo lo que ha dicho es verdad.

Será necesario dejar las palabras, para que se vea sólo a la Palabra. Y Jesús se encamina hacia la muerte. Ya no es el muchacho feliz, que comenzó a predicar hace sólo dos años. ¡Cuánto ha envejecido! ¡Qué cruel ha sido su choque con la iniquidad humana!

A ese Jesús de la noche al que todos nos encontraremos en la frontera de nuestra muerte y nuestra resurrección, rezaba Santa Gertrudis:

“¡Oh Jesús, amor mío, amor de la noche de mi vida! Alégrame con tu vista en la hora de mi partida. ¡Oh Jesús de la noche!

Haz que duerma en ti un sueño tranquilo y que saboree el descanso que tú has preparado para los que te aman”.


Jesús Martí Ballester

jmarti@ciberia.es