sábado, 12 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 13 y 14

 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 13 y 14
Capítulo 13. EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

Trinidad omnipotente y único Dios, que ves y que penetras hasta el fondo de mi corazón, he confesado la omnipotencia de tu majestad, y la majestad de tu omnipotencia. Quiero ahora confesar, en tu divina presencia, todo lo que has hecho por el género humano en la plenitud de los tiempos. Como, para ser justificado, lo creo con mi corazón, así lo confieso con la boca delante de ti para mi salvación. Dios Padre omnipotente, tu Escritura no dice en ninguna parte que tú fueras enviado, mientras que de tu Hijo escribe así el Apóstol: Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo 32. Al decir el Apóstol que Dios envió a su Hijo muestra claramente que, naciendo de la bienaventurada siempre Virgen María, fue enviado al mundo, y se mostró en carne mortal como verdadero y perfecto hombre. Pero ¿qué quiere dar a entender el más grande de los evangelistas cuando dice del Hijo de Dios: estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por Él 33, sino que fue enviado como hombre al mundo, porque como Dios siempre ha estado, está y estará en él? Y yo creo con todo mi corazón y con mi boca confieso que esa misión es obra de toda la santa Trinidad.

¡Cómo nos amaste, oh Padre santo y bueno; cuánto nos amaste, Creador piadoso, que ni siquiera perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste a la muerte por nosotros, hombres pecadores! 34 Sujeto por nosotros a la muerte, y muerte de cruz, clavó en esa cruz el acta de condenación merecida por nuestros pecados, y así crucificó al mismo pecado y triunfó sobre la cruz 35. Único libre entre los muertos, y único con poder para renunciar a la vida y volverla a tomar, fue a la vez por nosotros víctima y vencedor de la muerte, y fue vencedor precisamente por ser la víctima. Fue también ante ti sacerdote y sacrificio por nosotros, y fue sacerdote porque fue sacrificio.

En él tengo puesta mi firme esperanza de que sanarás todos mis males por los méritos del que está sentado a tu derecha y suplica por nosotros 36. Pues nuestras enfermedades, oh Señor, son grandes y numerosas. Reconozco y confieso que el príncipe de este mundo tiene mucho dominio sobre mí. Te ruego, Dios mío, que me libres en atención a quien está sentado a tu diestra, nuestro divino Redentor, en quien el príncipe de este mundo nada pudo encontrar que le perteneciera 37. Justifícame por los méritos de quien no conoció pecado, y cuya boca jamás profirió alguna mentira. Por nuestra misma cabeza, en la que no hay ninguna mancha, libra a su miembro insignificante y enfermo. Líbrame, te lo ruego, de mis pecados, vicios, culpas y negligencias. Lléname de tus santas virtudes, y haz que me distinga por las buenas costumbres. Haz que persevere en las buenas obras hasta el fin, por tu santo nombre y según tu santa voluntad.

Capítulo 14. LA ENCARNACIÓN NOS DEBE LLENAR DE CONFIANZA Y GRATITUD

El número excesivo de mis pecados y de mis negligencias podrían haberme hecho desesperar, si tu Verbo, que es Dios como tú, no se hubiera hecho carne y no hubiera habitado entre nosotros. Pero ya no oso desesperarme; porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados por la muerte de tu Hijo, ¿cuánto más ahora que ya hemos sido salvados de la ira por él mismo? Así pues, toda mi esperanza y toda la certeza de mi confianza están en la sangre preciosa que tu Hijo derramó por nuestra salvación. En él y sólo en él siento plena confianza, y aspiro con todo el ardor de mi alma a llegar hasta ti. N o por mi propia justicia, sino por la de tu Hijo amado y nuestro Señor Jesucristo.

Por lo cual, oh Dios clementísimo y benignísimo amador de los hombres, tú nos creaste con mano poderosa, cuando todavía no existíamos, por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, y cuando estábamos perdidos por nuestra culpa, nos redimiste de modo maravilloso. Y por eso doy gracias por tu piedad, y desde el fondo de mi corazón quiero agradecerte abundantemente a ti, que por un afecto de tu inefable caridad te dignaste amarnos a todos, siendo, malvados e indignos de tu admirable bondad, hasta enviarnos desde el seno de tu divinidad a ese mismo Hijo Único para nuestro bien, para salvar a los pecadores, y a los hijos miserables de la ira y de la perdición. Te doy gracias por su santa encarnación y por su divino nacimiento. Te doy gracias por su gloriosa Madre en cuyo seno se dignó tomar nuestra carne mortal, por nosotros y por nuestra salvación, de modo que como es verdaderamente Dios y engendrado por Dios, también se hizo verdadero Hombre, por haber asumido la naturaleza humana en el seno virginal de su Madre. Te doy gracias por su pasión, por su cruz, por su muerte y por su resurrección, por su ascensión al cielo, y por el puesto que ocupa a tu derecha. Porque cuarenta días después de su resurrección se elevó a lo más alto del cielo en presencia de sus discípulos 38, y sentado a tu derecha, envió, como había prometido, el Espíritu Santo a sus hijos de adopción 39. Te doy también gracias por la sacratísima efusión de su preciosa sangre, por la que fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, por el que diariamente en tu Iglesia recibimos alimento y bebida, como lavados y purificados, y nos hacemos partícipes de la única y soberana divinidad. También te doy gracias por la admirable e inefable caridad con la que nos amaste y salvaste por medio de tu Hijo amado.

Porque tanto amaste al mundo, que le diste tu Hijo único 40 para que quien crea en él no perezca, sino que posea la vida eterna. Y en esto consiste la vida eterna, en que te conozcamos a ti como verdadero Dios y a tu enviado Jesucristo 41, con una fe sincera y con las obras dignas de esa fe.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

viernes, 11 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 11 y 12

 




MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 11, 12 
Capítulo 11. PROFESIÓN DE FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD

A ti, Dios Padre no engendrado; a ti, Hijo unigénito; a ti, Espíritu Santo Paráclito; santa e indivisible Trinidad: con todo el corazón y con toda la boca, te confesamos, te alabamos, y te bendecimos; a ti la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.

Capítulo 12. CONTEMPLACIÓN DE LAS PERFECCIONES DE DIOS

Oh Trinidad soberana, única virtud y majestad indivisible, nuestro Dios omnipotente: a ti te confieso, yo, el último de tus siervos y el menor miembro de tu santa Iglesia. Te confieso y te glorifico con el debido sacrificio de alabanza, según el conocimiento y el poder que te has dignado conceder a tu siervo. Y como no tengo dones exteriores que pueda presentarte, te ofrezco lo que hay dentro de mí, y que debo a tu misericordia, los votos de alabanza y de gloria de tu santo nombre provenientes de una fe sincera y de una conciencia pura. Creo con todo mi corazón, Rey del cielo y Señor de la tierra, y te confieso con mi boca Padre, Hijo y Espíritu Santo, trino en las personas y único en la sustancia, verdadero Dios omnipotente, cuya naturaleza es una, santa, espiritual, invisible e infinita. En ti todo es perfecto y sin defecto. Tu grandeza es independiente de toda extensión, y tu bondad de toda cualidad. Tu eternidad no está sujeta al tiempo, ni tu vida a la muerte, ni tu poder y tu fuerza a alguna debilidad, ni tu verdad a alguna mentira. Estás todo en todas partes y sin lugar; estás presente en todo lugar sin ninguna posición; todo lo llenas sin extensión. Estás en todas partes sin que nada te encierre; llenas todo el espacio sin hacer ningún movimiento. Estás en todas las cosas y lugares sin pararte en ellos. Creaste todos los seres sin tener necesidad de nada, y lo que has creado lo gobiernas sin trabajo ni fatiga. Sin comienzo, tú eres el comienzo de todo. Sin sufrir ningún cambio, eres el hacedor de todo lo que está sujeto a cambio. Tú eres infinito en tu grandeza, omnipotente en tu poder y en tu fuerza, supremo en tu bondad, inapreciable en tu sabiduría, terrible en tus consejos o designios, justo en tus juicios, impenetrable en tus pensamientos, verdadero en tus palabras, santo en tus obras, abundante en tus misericordias, paciente con los pecadores y clemente con los arrepentidos. Tú eres siempre el mismo desde toda la eternidad, siempre inmortal y siempre inmutable. No hay espacio que pueda dilatarte, ni hay lugares o receptáculos que puedan contenerte o contraerte. Tu voluntad es invariable, de modo que ninguna necesidad puede corromperte, ni ninguna tristeza turbarte, ni ningún gozo ablandarte. Nada olvidas, y la memoria no tiene nada que recordarte. Para ti no pasa el pretérito, ni el futuro se sucede, porque no has tenido inicio ni crecimiento, ni tampoco tendrás fin, ya que vives antes de todos los siglos, y deberás vivir eternamente por los siglos de los siglos. Eres eternamente digno de toda alabanza, de toda gloria y de todo honor. Tu reino y tu poder no tendrán fin, sino que durarán infinitos, inalterables e inmortales por los siglos de los siglos. Así sea.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

Evangelio del día: "Difundamos con valentía que Cristo es Dios"| Viernes, V Sem. de Cuaresma| 11-04-25| P. Santiago M.

 

miércoles, 9 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 9 y 10

 

MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 9 y 10
Capítulo 9. INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

¡Oh Amor divino del Padre todopoderoso, y del Hijo amado, con el que formas una sola y santa comunión! Espíritu Santo, consolador de los afligidos, infunde en lo más hondo de mi corazón tu fuerza y tu virtud, fija ahí tu morada, y alumbra con tu brillante resplandor los lugares más recónditos y oscuros de esa morada tanto tiempo abandonada. Que desde ahora la abundancia de tu rocío fecunde la sequedad y la esterilidad de mi alma. Que las saetas de tu amor penetren en los repliegues más secretos de mi corazón y curen todas mis heridas. Que tu fuego saludable reanime mi tibieza e indiferencia, y que todo mi ser sea abrasado por tus divinas llamas. Haz que beba del torrente de tus delicias para que después no sienta ningún gusto por las dulzuras ponzoñosas del mundo. Júzgame, Señor, y separa mi causa de la del pueblo no santo 29Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios 30. Creo que en el corazón donde desciendes a habitar, allí estableces también la morada del Padre y del Hijo. Feliz, por lo tanto, quien merece tenerte por huésped, porque el Padre y el Hijo establecerán en él su morada 31. Ven, pues, cuanto antes, consolador benignísimo del alma dolorida, su auxilio en el tiempo próspero y en la tribulación. Ven a purificarnos de nuestros crímenes y a curar nuestras heridas. Ven, tú que sostienes a los débiles y que levantas a los caídos. Ven, Señor, a enseñarnos la humildad y a librarnos del orgullo. Ven, Padre de los huérfanos, protector de las viudas, esperanza de los pobres y confortador de los decaídos. Ven, estrella de los navegantes, puerto y refugio de los náufragos. Ven, singular ornato de todos los vivientes, y única salvación de los que mueren. Ven, el más santo de los espíritus, ven y compadécete de mí; haz que me ajuste enteramente a ti, y dígnate descender hasta mí, a fin de que, según la multitud de tus misericordias, tu grandeza no desprecie mi nada, ni tu omnipotencia mi debilidad. Te lo pido en nombre de Jesucristo, mi Salvador, que Dios como el Padre y como tú, vive y reina contigo en tu santa unidad, por los siglos de los siglos. Así sea.

Capítulo 10. ORACIÓN DEL ALMA HUMILDE

Oh Señor, sé y confieso que no merezco tu amor, mientras que tú sí mereces el mío. No merezco ser tu servidor, mientras que tú mereces ser servido por tus criaturas. Concédeme, Señor, que yo sea digno de ti, así como he sido indigno hasta este día. Haz, según tu santa voluntad, que deje de ofenderte con mis pecados, para que pueda servirte según es mi deber. Concédeme conservar, regular y terminar mi vida, de modo que pueda dormir en paz y descansar. Haz que mi muerte no sea más que un reposado sueño, un descanso con seguridad y una seguridad en la eternidad. Así sea.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

martes, 8 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 7 y 8

 




MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 7 y 8
Capítulo 7. EL HOMBRE COMO CAUSA DE LA PASIÓN DE CRISTO

¿Qué pecado cometiste, oh dulcísimo Jesús, para ser juzgado así?, ¿qué falta cometiste, oh amantísimo Salvador, para ser tratado de ese modo?, ¿qué crimen o qué iniquidad pudo causar tu muerte, y dar lugar a tan terrible condena?

¡Ay de mí, yo fui la causa de tus dolores, y por culpa mía tú sufriste la muerte! Sobre mí recae el dolor de tu pasión y el dolor de tu tormento, era yo quien merecía la muerte que tú sufriste, y la venganza que cayó sobre ti. ¿Quién podrá entender la maravilla de este juicio, y comprender este inefable misterio? Peca el malvado, y es castigado el justo; el culpable comete el delito, y es flagelado el inocente; el impío comete la ofensa, y el bueno es condenado.

La pena merecida por el malvado la sufre el justo; el crimen del siervo es expiado por el señor; en una palabra, los pecados cometidos por el hombre los soporta y expía el mismo Dios. Oh Hijo de Dios, ¿a qué grado de humildad has descendido?, ¿cuál ha sido el ardor de tu caridad?, ¿hasta dónde te han llevado tu piedad, tu benignidad y tu amor por los hombres?, ¿hasta dónde ha llegado tu compasión? Obré yo inicuamente, y tú sufres la pena. Cometí yo el crimen, y tú eres torturado. Estaba yo lleno de orgullo, y eres tú el humillado. Trataba yo de elevarme y te rebajaban a ti. Rehusaba yo obedecer, y tú sufres el castigo de mi desobediencia. Cedí yo a la gula y tú eres mortificado con ayunos. Fui yo arrastrado por el deseo de comer del fruto del árbol prohibido, y tu caridad perfecta te llevó hasta el suplicio de la cruz. Yo no me abstuve de lo que me está prohibido y tu sufriste el castigo. Yo busco el placer en los alimentos y tú sufres en el patíbulo. Yo busco los deleites y tú eres atravesado con clavos. Yo saboreo la dulzura del fruto prohibido, y tú gustas el amargor de la hiel. Eva sonriendo se alegra conmigo y María llorosa se compadece de ti. En esto, oh Rey glorioso, consiste mi impiedad, y en esto brilla tu piedad. En eso consiste mi injusticia y en eso se manifiesta tu justicia.

Así pues, oh Rey mío y Dios mío, ¿cómo te podré pagar por todos los bienes que me has concedido? Porque nada hay en el corazón del hombre con lo que se pueda corresponder dignamente a tantos beneficios. ¿Puede acaso la sabiduría humana imaginar alguna cosa comparable a la misericordia divina? No pertenece a la criatura encontrar algún medio para agradecer debidamente los auxilios recibidos del Creador. Pero tal es, oh Hijo de Dios, la admirable disposición de tus gracias, que cualquiera que sea la fragilidad de mi naturaleza, puede ella sufrir su impotencia, si lleno por tu visitación divina de penitencia y de arrepentimiento, crucifico mi carne con sus vicios y concupiscencias 25. Si me concedes este favor yo comenzaré a compartir en cierto modo los dolores que tú sufriste por mí, tú que te dignaste morir por nuestros pecados. Así, por esa victoria interior me prepararé, ayudado con tu auxilio, a vencer al mundo, y después de haber triunfado en esa lucha espiritual podré superar, por tu amor, todas las persecuciones exteriores y cruentas. Ciertamente mi naturaleza débil y frágil podrá así corresponder, ayudada con tu auxilio, y según la medida de sus fuerzas a las infinitas bondades recibidas de su Creador. Esta gracia, oh buen Jesús, es a la vez un remedio celestial y un antídoto de tu amor. Te suplico por tu antigua misericordia, que extiendas sobre mis heridas ese saludable y divino remedio, para que liberado del veneno contagioso y viperino, mi alma recobre su primera salud. Que el divino néctar de tu amor, una vez saboreado, me haga despreciar sinceramente los falsos encantos de este mundo y no temer ninguna de sus adversidades. Pensando en la grandeza perpetua del hombre sólo sentiré disgusto por todo lo que es pasajero, y que llena nuestro corazón de vanidad y orgullo. Haz, Señor, que sólo encuentre en ti dulzura y consuelo, de modo que sin ti nada me parezca bello y precioso, sino que por el contrario, todo lo terrestre aparezca como vil y despreciable ante mis ojos. Concédeme que lo que a ti te desagrada me desagrade también a mí, y que lo que tú amas sea también objeto de mi amor. Que me resulte tedioso gozar sin ti, y que entristecerme por ti me resulte deleitoso. Que tu santo nombre me sirva de apoyo y de fortaleza, que tu recuerdo sea mi único consuelo; que mis lágrimas me sirvan de pan, meditando día y noche todo lo que me puede justificar en tu presencia 26.

La ley de tu boca sea para mí un bien superior a mil monedas de oro y plata 27. Que me resulte amable el amarte y execrable el resistirte. Te ruego, mi única esperanza, por todas tus potencias, que tengas piedad de mis iniquidades. Abre los oídos de mi corazón a tus divinos mandatos, y no permitas que recurra a palabras maliciosas para excusar mis faltas. Te lo suplico por tu santo nombre. Te pido también, por tu admirable humildad, que no se acerquen a mí los pasos de la soberbia, y que no actúen sobre mí las manos de los pecadores.

Capítulo 8. LA CONFIANZA EN LA PLEGARIA Y LOS MÉRITOS DE CRISTO

Dios omnipotente, Padre de nuestro Señor Jesucristo, mírame benignamente y ten piedad de mí. Todo lo que encontré de más precioso te lo ofrecí devotamente a ti. Lo que era más querido lo ofrecí humildemente en tu presencia. Nada me he reservado; todo lo puse ante tu divina majestad; nada me queda por ofrecerte, e incluso he puesto entre tus manos todas mis esperanzas. He escogido a tu Hijo amado para que sea mi abogado ante ti, y le he nombrado mediador entre ti y entre mí, y como un intercesor para obtener, según espero, el perdón de mis faltas. Pues ese mismo que yo te he enviado es tu Verbo que tú mismo enviaste antes a la tierra para borrar mis pecados. Te he puesto delante los dolores y la muerte de ese Hijo divino, sufridos por mí como lo confiesa mi fe. Creo también firmemente que ese Verbo, Dios como tú y enviado por ti mismo, se revistió de nuestra humildad, en la cual se dignó sufrir las ataduras, las bofetadas, los esputos, las befas y la muerte de cruz, así como ser atravesado por los clavos y por la lanza. Se sujetó a la naturaleza humana al venir al mundo, gimió como un niño, fue envuelto en pañales, ya de joven sufrió trabajando, su carne fue macerada con los ayunos y con las vigilias, y su cuerpo se fatigó en los caminos; más tarde sufrió oprobios, y suplicios crueles y fue contado en el número de los muertos. Esa misma naturaleza fue revestida al fin con el resplandor de su resurrección gloriosa, y colocada a tu derecha fue hecha partícipe del gozo celestial. En esto consiste mi consuelo, y eso es lo que puede hacer venir sobre mí tu misericordia.

Considera misericordiosamente en este caso qué Hijo has engendrado, y qué esclavo has rescatado. Mira al Hacedor, y no desprecies la obra de sus manos. Abraza benigno al pastor y recibe misericordiosamente la oveja que él trae sobre sus propios hombros 28. Durante mucho tiempo la buscó como un pastor fiel con infinitos trabajos, en las altas montañas y en los profundos valles. La oveja estaba a punto de morir; sus fuerzas la habían abandonado en su largo y errado caminar. Feliz por haberla encontrado, el pastor la lleva sobre sus espaldas; en su calidad inefable no se contenta con haberla sacado del abismo donde había caído, sino que la abraza con ternura y la coloca de nuevo entre las noventa y nueve que habían permanecido en el redil.

Oh Señor, mi Rey, Dios omnipotente, he aquí que el Buen Pastor te devuelve la oveja que tú le habías confiado. Siguiendo tus eternos designios se revistió de la naturaleza humana para salvar al hombre, al que purificó y al que ahora te ofrece puro y sin mancha. Es ese Hijo queridísimo quien te reconcilia con tu criatura, que se había alejado de ti. Es el Pastor manso que devuelve al rebaño la oveja que el enemigo había robado de tu redil. El mismo pone otra vez en tu presencia al esclavo, que su conciencia había hecho fugitivo, para que quien por sus faltas merecía ser castigado, obtenga el perdón por los méritos de su divino protector, y a fin de que quien por sus pecados sólo merecía el fuego eterno del infierno obtenga la esperanza de llegar a la patria celestial bajo la guía de tu Hijo.

Por mí mismo, oh Padre santo, pude ofenderte; pero no pude por mí mismo aplacar tu ira. Tu amado Hijo, oh Dios, vino en mi ayuda, y se hizo partícipe de mi humanidad para curar mi enfermedad. Te ofreció un sacrificio de alabanza en expiación de mis ofensas y para atraer sobre mí tu piedad y tu misericordia, el que está sentado a tu derecha no se desdeñó de participar de mi propia sustancia. En esto consiste mi esperanza, en esto toda mi confianza. Si por mis iniquidades merezco tu desprecio, considera por lo menos para perdonarme la inefable caridad de tu Hijo amado. Que los méritos de tu Hijo te hagan favorable a tu siervo. Por el misterio de su encarnación, perdona el reato de nuestra carne. Que la vista de sus divinas llagas haga desaparecer ante tus ojos nuestros pecados y crímenes. Que la sangre preciosa que mana de su costado limpie las manchas de mi alma. Si mi carne mortal ha excitado tu ira, que su carne divina la calme y me atraiga tu misericordia. Como mi carne corrompida me hizo caer en el pecado, así su carne inocente me consiga el perdón de mis faltas. Confieso que mi impiedad merece grandes castigos, pero es todavía mayor el perdón que piden para mí los méritos de mi Redentor. Mi iniquidad es inmensa, pero la justicia misericordiosa de mi Salvador es infinita. Porque como Dios es superior a los hombres, así la bondad de mi Salvador sobrepasa en cualidad y cantidad toda la malicia existente en mí. ¿Qué pecado podrá cometer el hombre, del que no pueda ser redimido por el Hijo de Dios hecho Hombre? ¿Qué orgullo, por grande que sea, no caerá ante la humildad de Dios? ¿Qué imperio puede tener la muerte que no sea destruido por la muerte de Dios sobre la Cruz?

Oh Dios mío, si se pusieran sobre una misma balanza todos los pecados del hombre y la misericordia del Redentor, la clemencia del Salvador superaría a la iniquidad humana como el oriente está lejos del occidente y como lo más alto del cielo se eleva sobre el infierno profundo. Dígnate, pues, óptimo Creador de la luz, perdonar mis culpas por los sufrimientos inmensos de tu Hijo amado. Que su piedad cure mi impiedad, su modestia mi perversidad, y su mansedumbre mi violencia. Que su humildad remedie mi soberbia, su paciencia mi impaciencia, su benignidad mi dureza, su obediencia mi desobediencia, su tranquilidad mi desasosiego, su dulzura mi amargor, su suavidad mi ira y su caridad mi crueldad.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

Evangelio del día: Homilía│ Martes, V semana de Cuaresma 08.04.2025 │Pbro. Javier Martín FM│ www.magnificat.tv│

 

lunes, 7 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 5 y 6

 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 5 y 6
Capítulo 5. EFICACIA DE LA INVOCACIÓN DEL PADRE 
POR MEDIO DEL HIJO

Yo te invoco, Dios mío. Te invoco a ti, porque estás cerca de todos los que te invocan, y te invocan con verdad, porque eres la misma Verdad. Enséñame, te lo ruego, oh santa Verdad, a invocar tu clemencia, ya invocarte a ti en ti mismo, y porque no sé cómo debe hacerse esto, por eso te pido humildemente que me lo enseñes, oh Verdad bienaventurada. Sin ti, en efecto, la sabiduría no es más que locura, y conocerte constituye la más perfecta ciencia. Instrúyeme, oh Sabiduría divina, y enséñame tu ley. Pues creo con certeza que será feliz el instruido por ti, y aquel a quien hayas enseñado tu ley. Mi deseo es invocarte, mas quiero hacerlo en la verdad misma. Pero ¿qué es invocar a la verdad en la misma verdad, sino invocar al Padre en el Hijo? Tu palabra, oh Padre santo, es la verdad misma, y la verdad es el principio de tu palabra. Porque el principio de tu palabra está en el Verbo, que ya existía en el principio y antes del comienzo de todas las cosas, y en ese principio te adoro a ti, sumo Principio. En ese Verbo de verdad, te invoco a ti, oh Verdad, Verdad perfecta, y te pido que en la misma verdad me dirijas y me instruyas. ¿Qué hay más dulce que invocar al Padre en el nombre de su Hijo único? ¿Qué hay más capaz de conmoverme que rogarle por la memoria de su divino Hijo? Para calmar la ira del rey nada mejor que invocar su clemencia en nombre del hijo querido. De ese modo los criminales son liberados de la prisión, y los esclavos de los grilletes. De ese modo los condenados a muerte no sólo se libran de la pena capital, sino que incluso son objeto de especiales favores, al ser dominada la cólera de los príncipes por la ternura que ellos sienten por el hijo querido. Así también los amos perdonan a sus esclavos culpables gracias a la intercesión de sus hijos, objetos de su ternura. También yo, oh Padre omnipotente, te ruego por el amor de tu Hijo, omnipotente como tú mismo, que saques mi alma de la prisión donde gime, para que pueda alabar tu santo nombre 15. Líbrame de las cadenas del pecado, pues te lo pido por tu Hijo que es igual a ti desde toda la eternidad. Que la intercesión de tu divino Hijo, sentado a tu derecha, atraiga tu clemencia sobre mí, que merezco la muerte, y me conceda la vida. ¿Pues, qué intercesor más poderoso podría yo invocar para moverte a compasión 16 que aquel, que con su divina sangre nos redimió del pecado, el Redentor divino que está sentado a, tu derecha y que te suplica sin cesar por nosotros? 17 Ese es mi abogado ante Dios y ante el Padre. Ese es el soberano Pontífice, que no tiene necesidad de sangre ajena para expiar sus faltas, sino que brilla con la gloria de su propia sangre derramada por nuestros pecados, Esta es la víctima sagrada que es siempre agradable y perfecta, ofrecida y aceptada en olor de suavidad. Este es el Cordero sin mancha, que enmudeció delante, de sus trasquiladores, y que herido a bofetadas, escupido, lleno de afrentas nunca abrió su boca 18. Este es quien, libre de todo pecado, se dignó cargar con los míos, y con sus sufrimientos sanó mis enfermedades 19.

Capítulo 6. SE PRESENTA AL PADRE LA PASIÓN DE SU DIVINO HIJO

Mira, oh Padre piadoso, a tu Hijo piadosísimo que por mí padeció tantas indignidades. Mira, Rey clementísimo, quién es, el que padece, y acuérdate benignamente de por quién padece. Oh Señor mío, ¿no es acaso aquel Hijo amado, a quien, a pesar de su inocencia, entregaste a la muerte para redimir a un indigno esclavo?, ¿no fue el mismo autor de la vida quien como oveja fue llevado al matadero 20, y obedeciéndote hasta la muerte 21 no temió sufrir un género de muerte cruelísima? Señor, tú que preparas la salvación de todos, recuerda que aquel a quien hiciste partícipe de las enfermedades de nuestra naturaleza es el mismo Hijo que tú engendraste de tu misma sustancia. Sin embargo, ese divino Hijo, Dios como tú, habiendo tomado la naturaleza humana, subió al patíbulo de la cruz y en la carne de que se había dignado revestir, sufrió los más atroces suplicios. Señor Dios mío, vuelve los ojos de tu majestad a la obra inefable de tu piedad. Mira a tu Hijo muy amado con el cuerpo tendido sobre la cruz; mira sus manos inocentes de las que emana la sangre, y perdona los crímenes que cometieron mis manos. Considera su costado inerte, cruelmente atravesado por la lanza, y renueva mi vida en aquella sagrada linfa que de allí procedió. Mira sus pies atravesados por los clavos, esos pies que no sólo no pisaron la senda del pecado 22, sino que caminaron siempre en tu ley; afirma mis pies en tus caminos, concédeme benignamente que tenga odio a todos los caminos de la iniquidad. Dígnate, Dios de misericordia, apartar de mí la vía de la iniquidad, y haz que escoja solamente el camino de la verdad. Te suplico, Rey de los santos, por el Santo de todos los santos, y por mi divino Redentor, no permitas que me aparte nunca de tus santos mandamientos, a fin de que pueda unirme espiritualmente con quien no se desdeñó vestirse de mi carne humana. ¿No ves, Padre piadoso, a tu Hijo amado, con la cabeza inclinada sobre el pecho, sufriendo una muerte tan preciosa y meritoria? Mira, Creador mansísimo, la santa humanidad de tu Hijo, objeto de tu amor, y compadécete de la debilidad de tu criatura enferma. Su cuerpo está desnudo, su costado ensangrentado, sus entrañas tensas y resecas, sus bellos ojos están apagados, su rostro real está pálido. Sus brazos rígidos por el sufrimiento, sus rodillas penden como el mármol, sus pies atravesados por clavos están manando sangre.

Mira, Padre glorioso, los miembros desgarrados de tu Hijo amado y acuérdate misericordiosamente de cuál es mi pobre sustancia humana. Considera los dolores del Dios hecho Hombre, y remedia la miseria del hombre que tú has creado. Mira el suplicio del Redentor, y perdona los delitos del hombre redimido. Este es al que tú, Dios mío, heriste por causa de los pecados de tu pueblo, aunque el mismo era el Hijo amado en quien te habías complacido 23. Éste es el Hijo inocente, en el cual no había ningún engaño y que, sin embargo, fue contado entre los malvados 24.

domingo, 6 de abril de 2025

San Agustín: Misericordia Divina - Capítulos 3 y 4

 


MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulos 3 y 4
Capítulo 3. LA DESOBEDIENCIA IMPIDE QUE EL HOMBRE 
SEA OÍDO POR DIOS

Señor, mi luz y mi salvación, te he pedido las gracias que necesito; pero tiemblo al pedírtelas, porque me remuerde la conciencia y los secretos reproches de mi corazón se alzan contra mí. El temor que yo siento oscurece los dones de tu amor, y ese mismo temor turba el amor que yo siento por ti. Mi vida pasada me llena de espanto, pero tu misericordia infunde confianza a mi corazón. Tu divina bondad me exhorta y me anima, pero el mal que hay en mí frena los efectos de tu exhortación. Y para decir toda la verdad, los desórdenes pasados asedian mi memoria, como otros tantos fantasmas que reprimen la audacia de las almas presuntuosas.

Cuando uno es digno de odio, ¿con qué cara se atreverá a pedir gracias?, ¿no es temerario desear la gloria cuando uno merece el castigo? Injuria al juez quien le pide la recompensa antes de haber reparado el delito. Cuando uno es digno de suplicio constituye un insulto al rey solicitar su generosidad sin haberla merecido. Exacerba el suave afecto de su padre el hijo insensato que, después de haberlo ultrajado y sin haber mostrado ningún arrepentimiento, pretende disponer de su herencia. ¡Cuántos pecados he cometido yo contra ti, Padre mío! He merecido la muerte, y te pido la vida. Irrito a mi rey, y ahora desvergonzadamente pido su apoyo. Desprecié al juez, cuya ayuda ahora imploro temerariamente. Insolente me negué a oír a mi padre, y tengo ahora la presunción de considerarle como protector. ¡Ay de mí, cuán tarde vengo! ¡Ay de mí, qué tarde me apresuro! ¡Ay de mí, que corro tras las heridas estando todavía sano y pudiendo librarme de las saetas! No me preocupé por verlas de lejos, y ahora me angustia la muerte cercana. Añadiendo crímenes sobre crímenes, añadí también heridas sobre heridas. Con las faltas nuevas hice revivir las antiguas, y de ese modo enconé mis heridas apenas cicatrizadas, y las heridas curadas por la divina medicina, las abrió de nuevo mi frenético prurito. Semejantes a una piel ligera que recubría mis llagas y ocultaba la enfermedad que irrumpiendo destruyó esa piel, los pecados en que recaí destruyeron en mí los efectos de tu misericordia. Porque sé que está escrito: En cualquier día que peque el justo me olvidaré de todas sus justicias 7. Pero si un solo pecado del justo basta para destruir su justicia, ¿cuánto más quedará destruida la penitencia del pecador que recae en la iniquidad? Y yo, Señor, ¿cuántas veces he vuelto, como un perro a mis vómitos, y cuántas veces como el cerdo volví a revolcarme en el fango? 8

¡Me es imposible explicar y recordar a cuántos desgraciados que ignoraban el pecado les enseñé yo a pecar y a cuántos les aconsejé mal contra su voluntad; a cuántos infortunados impulsé al mal a pesar de su resistencia, y a cuántos con mi consentimiento moví a querer el mal! ¡Cuántos lazos o trampas tendí a los que caminaban por la vía del bien! Muchas veces encubrí y disfracé esas trampas para hacer caer en ellas a quien buscaba el buen camino. No tuve miedo a cometer esos crímenes, y ni siquiera temí olvidarlos. Pero tú, juez justo, los has marcado con tu sello, como la plata conservada en un saco. Tú has observado y contado todos mis pasos y todos mis senderos. Hasta ahora has guardado silencio. Has tenido paciencia, pero al fin hablarás, y yo miserable escucharé tu voz semejante a los gritos de la mujer parturienta 9.

Capítulo 4. EL TEMOR DEL JUICIO ÚLTIMO

Oh Señor, Dios de los dioses, que eres superior a toda malicia, sé que vendrás un día manifiestamente, y sé que no siempre guardarás silencio. Vendrá delante de ti un fuego devorador 10, y estallará en torno a ti una gran tempestad, cuando llames a los cielos superiores y a la tierra para juzgar a tu pueblo. Entonces todas las iniquidades serán puestas al descubierto en presencia de miles de pueblos. Delante de la milicia celestial de los ángeles serán desvelados todos los crímenes cometidos por mí con actos, pensamientos y palabras. Entonces, privado de todo apoyo y ayuda, tendré como jueces a todos los que caminaron por la senda del bien, senda por la que yo jamás caminé. Me acusarán y me confundirán todos los que me habían dado el ejemplo de una buena y santa vida. Darán testimonio contra mí, y me convencerán de mis pecados todos los que me habían dado buenos consejos y amonestaciones, y que por su justicia y por la santidad de sus obras eran como modelos que yo debía imitar. Señor Dios mío, no sé qué decir y no encuentro qué responder. Mi conciencia me atormenta como si estuviera yo ya presente en ese terrible juicio. Desde el fondo de mi corazón se elevan mil voces secretas que me atormentan: la avaricia y el orgullo me acusan, la envidia me consume, la concupiscencia me abrasa, la lujuria me hostiga, la gula me envilece, la ebriedad me embrutece, la detracción me hace herir a los demás, la ambición me inclina a suplantar a otros. Asimismo la rapacidad me atormenta, la discordia me destruye, la ira me perturba, la ligereza me rebaja, la pereza me oprime, la hipocresía me impulsa al fingimiento, la adulación me quebranta, la alabanza me enorgullece, la calumnia me apuñala.

¡Oh Señor que me has librado de mis enemigos iracundos, con los que viví desde los días de mi nacimiento, con los que trabajé, y a los que guardé fe! Todos a los que yo amé y alabé, se alzan ahora contra mí para acusarme y condenarme. Estos son los amigos a los que yo estuve unido, los maestros a los que obedecí y a los que me sometí como esclavo, los consejeros a los que escuché, con los que viví en la misma ciudad, los domésticos con los que yo envejecí. Ay de mí, Rey mío y Dios mío, qué largo es el tiempo de mi peregrinar. Ay de mí, luz mía, porque he habitado en las tiendas de Cedar 11. Si el santo profeta creía largo el tiempo de su peregrinar, con cuánta mayor razón puedo exclamar por mi parte: mi alma vivió por largos años en el exilio 12. Oh Dios, fortaleza mía, ningún viviente será justificado en tu presencia. Mi esperanza no está puesta en los hijos de los hombres. Ninguno de éstos será considerado justo por ti, si tu piedad no templa el rigor de tu juicio; y si tu misericordia no prevalece sobre la impiedad, a ninguno glorificarás como piadoso. Pues creo, oh salvación mía, que es tu benignidad la que me llama a la penitencia 13. Tú eres la torre de mi fortaleza, y tus labios divinos dijeron: nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió 14. Tú me has instruido y formado con tanta bondad, y por eso te pido desde lo más profundo de mi corazón, y con todas las fuerzas de mi espíritu, a ti Padre todopoderoso, y a tu Hijo dilectísimo, así como al serenísimo Paráclito, atráeme a ti, de modo que todo mi gozo consista en seguirte y en aspirar el olor de tus perfumes

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

Evangelio del día: "Hacer introspección y no juzgar a los demás" | V Domingo de Cuaresma | 06-04-25 | P. Santiago M. FM