MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulo 13. EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
Trinidad omnipotente y único Dios, que ves y que penetras hasta el fondo de mi corazón, he confesado la omnipotencia de tu majestad, y la majestad de tu omnipotencia. Quiero ahora confesar, en tu divina presencia, todo lo que has hecho por el género humano en la plenitud de los tiempos. Como, para ser justificado, lo creo con mi corazón, así lo confieso con la boca delante de ti para mi salvación. Dios Padre omnipotente, tu Escritura no dice en ninguna parte que tú fueras enviado, mientras que de tu Hijo escribe así el Apóstol: Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo 32. Al decir el Apóstol que Dios envió a su Hijo muestra claramente que, naciendo de la bienaventurada siempre Virgen María, fue enviado al mundo, y se mostró en carne mortal como verdadero y perfecto hombre. Pero ¿qué quiere dar a entender el más grande de los evangelistas cuando dice del Hijo de Dios: estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por Él 33, sino que fue enviado como hombre al mundo, porque como Dios siempre ha estado, está y estará en él? Y yo creo con todo mi corazón y con mi boca confieso que esa misión es obra de toda la santa Trinidad.
¡Cómo nos amaste, oh Padre santo y bueno; cuánto nos amaste, Creador piadoso, que ni siquiera perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste a la muerte por nosotros, hombres pecadores! 34 Sujeto por nosotros a la muerte, y muerte de cruz, clavó en esa cruz el acta de condenación merecida por nuestros pecados, y así crucificó al mismo pecado y triunfó sobre la cruz 35. Único libre entre los muertos, y único con poder para renunciar a la vida y volverla a tomar, fue a la vez por nosotros víctima y vencedor de la muerte, y fue vencedor precisamente por ser la víctima. Fue también ante ti sacerdote y sacrificio por nosotros, y fue sacerdote porque fue sacrificio.
En él tengo puesta mi firme esperanza de que sanarás todos mis males por los méritos del que está sentado a tu derecha y suplica por nosotros 36. Pues nuestras enfermedades, oh Señor, son grandes y numerosas. Reconozco y confieso que el príncipe de este mundo tiene mucho dominio sobre mí. Te ruego, Dios mío, que me libres en atención a quien está sentado a tu diestra, nuestro divino Redentor, en quien el príncipe de este mundo nada pudo encontrar que le perteneciera 37. Justifícame por los méritos de quien no conoció pecado, y cuya boca jamás profirió alguna mentira. Por nuestra misma cabeza, en la que no hay ninguna mancha, libra a su miembro insignificante y enfermo. Líbrame, te lo ruego, de mis pecados, vicios, culpas y negligencias. Lléname de tus santas virtudes, y haz que me distinga por las buenas costumbres. Haz que persevere en las buenas obras hasta el fin, por tu santo nombre y según tu santa voluntad.
Capítulo 14. LA ENCARNACIÓN NOS DEBE LLENAR DE CONFIANZA Y GRATITUD
El número excesivo de mis pecados y de mis negligencias podrían haberme hecho desesperar, si tu Verbo, que es Dios como tú, no se hubiera hecho carne y no hubiera habitado entre nosotros. Pero ya no oso desesperarme; porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados por la muerte de tu Hijo, ¿cuánto más ahora que ya hemos sido salvados de la ira por él mismo? Así pues, toda mi esperanza y toda la certeza de mi confianza están en la sangre preciosa que tu Hijo derramó por nuestra salvación. En él y sólo en él siento plena confianza, y aspiro con todo el ardor de mi alma a llegar hasta ti. N o por mi propia justicia, sino por la de tu Hijo amado y nuestro Señor Jesucristo.
Por lo cual, oh Dios clementísimo y benignísimo amador de los hombres, tú nos creaste con mano poderosa, cuando todavía no existíamos, por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, y cuando estábamos perdidos por nuestra culpa, nos redimiste de modo maravilloso. Y por eso doy gracias por tu piedad, y desde el fondo de mi corazón quiero agradecerte abundantemente a ti, que por un afecto de tu inefable caridad te dignaste amarnos a todos, siendo, malvados e indignos de tu admirable bondad, hasta enviarnos desde el seno de tu divinidad a ese mismo Hijo Único para nuestro bien, para salvar a los pecadores, y a los hijos miserables de la ira y de la perdición. Te doy gracias por su santa encarnación y por su divino nacimiento. Te doy gracias por su gloriosa Madre en cuyo seno se dignó tomar nuestra carne mortal, por nosotros y por nuestra salvación, de modo que como es verdaderamente Dios y engendrado por Dios, también se hizo verdadero Hombre, por haber asumido la naturaleza humana en el seno virginal de su Madre. Te doy gracias por su pasión, por su cruz, por su muerte y por su resurrección, por su ascensión al cielo, y por el puesto que ocupa a tu derecha. Porque cuarenta días después de su resurrección se elevó a lo más alto del cielo en presencia de sus discípulos 38, y sentado a tu derecha, envió, como había prometido, el Espíritu Santo a sus hijos de adopción 39. Te doy también gracias por la sacratísima efusión de su preciosa sangre, por la que fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, por el que diariamente en tu Iglesia recibimos alimento y bebida, como lavados y purificados, y nos hacemos partícipes de la única y soberana divinidad. También te doy gracias por la admirable e inefable caridad con la que nos amaste y salvaste por medio de tu Hijo amado.
Porque tanto amaste al mundo, que le diste tu Hijo único 40 para que quien crea en él no perezca, sino que posea la vida eterna. Y en esto consiste la vida eterna, en que te conozcamos a ti como verdadero Dios y a tu enviado Jesucristo 41, con una fe sincera y con las obras dignas de esa fe.