domingo, 6 de abril de 2025

San Agustín: Misericordia Divina - Capítulos 3 y 4

 


MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulos 3 y 4
Capítulo 3. LA DESOBEDIENCIA IMPIDE QUE EL HOMBRE 
SEA OÍDO POR DIOS

Señor, mi luz y mi salvación, te he pedido las gracias que necesito; pero tiemblo al pedírtelas, porque me remuerde la conciencia y los secretos reproches de mi corazón se alzan contra mí. El temor que yo siento oscurece los dones de tu amor, y ese mismo temor turba el amor que yo siento por ti. Mi vida pasada me llena de espanto, pero tu misericordia infunde confianza a mi corazón. Tu divina bondad me exhorta y me anima, pero el mal que hay en mí frena los efectos de tu exhortación. Y para decir toda la verdad, los desórdenes pasados asedian mi memoria, como otros tantos fantasmas que reprimen la audacia de las almas presuntuosas.

Cuando uno es digno de odio, ¿con qué cara se atreverá a pedir gracias?, ¿no es temerario desear la gloria cuando uno merece el castigo? Injuria al juez quien le pide la recompensa antes de haber reparado el delito. Cuando uno es digno de suplicio constituye un insulto al rey solicitar su generosidad sin haberla merecido. Exacerba el suave afecto de su padre el hijo insensato que, después de haberlo ultrajado y sin haber mostrado ningún arrepentimiento, pretende disponer de su herencia. ¡Cuántos pecados he cometido yo contra ti, Padre mío! He merecido la muerte, y te pido la vida. Irrito a mi rey, y ahora desvergonzadamente pido su apoyo. Desprecié al juez, cuya ayuda ahora imploro temerariamente. Insolente me negué a oír a mi padre, y tengo ahora la presunción de considerarle como protector. ¡Ay de mí, cuán tarde vengo! ¡Ay de mí, qué tarde me apresuro! ¡Ay de mí, que corro tras las heridas estando todavía sano y pudiendo librarme de las saetas! No me preocupé por verlas de lejos, y ahora me angustia la muerte cercana. Añadiendo crímenes sobre crímenes, añadí también heridas sobre heridas. Con las faltas nuevas hice revivir las antiguas, y de ese modo enconé mis heridas apenas cicatrizadas, y las heridas curadas por la divina medicina, las abrió de nuevo mi frenético prurito. Semejantes a una piel ligera que recubría mis llagas y ocultaba la enfermedad que irrumpiendo destruyó esa piel, los pecados en que recaí destruyeron en mí los efectos de tu misericordia. Porque sé que está escrito: En cualquier día que peque el justo me olvidaré de todas sus justicias 7. Pero si un solo pecado del justo basta para destruir su justicia, ¿cuánto más quedará destruida la penitencia del pecador que recae en la iniquidad? Y yo, Señor, ¿cuántas veces he vuelto, como un perro a mis vómitos, y cuántas veces como el cerdo volví a revolcarme en el fango? 8

¡Me es imposible explicar y recordar a cuántos desgraciados que ignoraban el pecado les enseñé yo a pecar y a cuántos les aconsejé mal contra su voluntad; a cuántos infortunados impulsé al mal a pesar de su resistencia, y a cuántos con mi consentimiento moví a querer el mal! ¡Cuántos lazos o trampas tendí a los que caminaban por la vía del bien! Muchas veces encubrí y disfracé esas trampas para hacer caer en ellas a quien buscaba el buen camino. No tuve miedo a cometer esos crímenes, y ni siquiera temí olvidarlos. Pero tú, juez justo, los has marcado con tu sello, como la plata conservada en un saco. Tú has observado y contado todos mis pasos y todos mis senderos. Hasta ahora has guardado silencio. Has tenido paciencia, pero al fin hablarás, y yo miserable escucharé tu voz semejante a los gritos de la mujer parturienta 9.

Capítulo 4. EL TEMOR DEL JUICIO ÚLTIMO

Oh Señor, Dios de los dioses, que eres superior a toda malicia, sé que vendrás un día manifiestamente, y sé que no siempre guardarás silencio. Vendrá delante de ti un fuego devorador 10, y estallará en torno a ti una gran tempestad, cuando llames a los cielos superiores y a la tierra para juzgar a tu pueblo. Entonces todas las iniquidades serán puestas al descubierto en presencia de miles de pueblos. Delante de la milicia celestial de los ángeles serán desvelados todos los crímenes cometidos por mí con actos, pensamientos y palabras. Entonces, privado de todo apoyo y ayuda, tendré como jueces a todos los que caminaron por la senda del bien, senda por la que yo jamás caminé. Me acusarán y me confundirán todos los que me habían dado el ejemplo de una buena y santa vida. Darán testimonio contra mí, y me convencerán de mis pecados todos los que me habían dado buenos consejos y amonestaciones, y que por su justicia y por la santidad de sus obras eran como modelos que yo debía imitar. Señor Dios mío, no sé qué decir y no encuentro qué responder. Mi conciencia me atormenta como si estuviera yo ya presente en ese terrible juicio. Desde el fondo de mi corazón se elevan mil voces secretas que me atormentan: la avaricia y el orgullo me acusan, la envidia me consume, la concupiscencia me abrasa, la lujuria me hostiga, la gula me envilece, la ebriedad me embrutece, la detracción me hace herir a los demás, la ambición me inclina a suplantar a otros. Asimismo la rapacidad me atormenta, la discordia me destruye, la ira me perturba, la ligereza me rebaja, la pereza me oprime, la hipocresía me impulsa al fingimiento, la adulación me quebranta, la alabanza me enorgullece, la calumnia me apuñala.

¡Oh Señor que me has librado de mis enemigos iracundos, con los que viví desde los días de mi nacimiento, con los que trabajé, y a los que guardé fe! Todos a los que yo amé y alabé, se alzan ahora contra mí para acusarme y condenarme. Estos son los amigos a los que yo estuve unido, los maestros a los que obedecí y a los que me sometí como esclavo, los consejeros a los que escuché, con los que viví en la misma ciudad, los domésticos con los que yo envejecí. Ay de mí, Rey mío y Dios mío, qué largo es el tiempo de mi peregrinar. Ay de mí, luz mía, porque he habitado en las tiendas de Cedar 11. Si el santo profeta creía largo el tiempo de su peregrinar, con cuánta mayor razón puedo exclamar por mi parte: mi alma vivió por largos años en el exilio 12. Oh Dios, fortaleza mía, ningún viviente será justificado en tu presencia. Mi esperanza no está puesta en los hijos de los hombres. Ninguno de éstos será considerado justo por ti, si tu piedad no templa el rigor de tu juicio; y si tu misericordia no prevalece sobre la impiedad, a ninguno glorificarás como piadoso. Pues creo, oh salvación mía, que es tu benignidad la que me llama a la penitencia 13. Tú eres la torre de mi fortaleza, y tus labios divinos dijeron: nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió 14. Tú me has instruido y formado con tanta bondad, y por eso te pido desde lo más profundo de mi corazón, y con todas las fuerzas de mi espíritu, a ti Padre todopoderoso, y a tu Hijo dilectísimo, así como al serenísimo Paráclito, atráeme a ti, de modo que todo mi gozo consista en seguirte y en aspirar el olor de tus perfumes

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

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