MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulo 7. EL HOMBRE COMO CAUSA DE LA PASIÓN DE CRISTO
¿Qué pecado cometiste, oh dulcísimo Jesús, para ser juzgado así?, ¿qué falta cometiste, oh amantísimo Salvador, para ser tratado de ese modo?, ¿qué crimen o qué iniquidad pudo causar tu muerte, y dar lugar a tan terrible condena?
¡Ay de mí, yo fui la causa de tus dolores, y por culpa mía tú sufriste la muerte! Sobre mí recae el dolor de tu pasión y el dolor de tu tormento, era yo quien merecía la muerte que tú sufriste, y la venganza que cayó sobre ti. ¿Quién podrá entender la maravilla de este juicio, y comprender este inefable misterio? Peca el malvado, y es castigado el justo; el culpable comete el delito, y es flagelado el inocente; el impío comete la ofensa, y el bueno es condenado.
La pena merecida por el malvado la sufre el justo; el crimen del siervo es expiado por el señor; en una palabra, los pecados cometidos por el hombre los soporta y expía el mismo Dios. Oh Hijo de Dios, ¿a qué grado de humildad has descendido?, ¿cuál ha sido el ardor de tu caridad?, ¿hasta dónde te han llevado tu piedad, tu benignidad y tu amor por los hombres?, ¿hasta dónde ha llegado tu compasión? Obré yo inicuamente, y tú sufres la pena. Cometí yo el crimen, y tú eres torturado. Estaba yo lleno de orgullo, y eres tú el humillado. Trataba yo de elevarme y te rebajaban a ti. Rehusaba yo obedecer, y tú sufres el castigo de mi desobediencia. Cedí yo a la gula y tú eres mortificado con ayunos. Fui yo arrastrado por el deseo de comer del fruto del árbol prohibido, y tu caridad perfecta te llevó hasta el suplicio de la cruz. Yo no me abstuve de lo que me está prohibido y tu sufriste el castigo. Yo busco el placer en los alimentos y tú sufres en el patíbulo. Yo busco los deleites y tú eres atravesado con clavos. Yo saboreo la dulzura del fruto prohibido, y tú gustas el amargor de la hiel. Eva sonriendo se alegra conmigo y María llorosa se compadece de ti. En esto, oh Rey glorioso, consiste mi impiedad, y en esto brilla tu piedad. En eso consiste mi injusticia y en eso se manifiesta tu justicia.
Así pues, oh Rey mío y Dios mío, ¿cómo te podré pagar por todos los bienes que me has concedido? Porque nada hay en el corazón del hombre con lo que se pueda corresponder dignamente a tantos beneficios. ¿Puede acaso la sabiduría humana imaginar alguna cosa comparable a la misericordia divina? No pertenece a la criatura encontrar algún medio para agradecer debidamente los auxilios recibidos del Creador. Pero tal es, oh Hijo de Dios, la admirable disposición de tus gracias, que cualquiera que sea la fragilidad de mi naturaleza, puede ella sufrir su impotencia, si lleno por tu visitación divina de penitencia y de arrepentimiento, crucifico mi carne con sus vicios y concupiscencias 25. Si me concedes este favor yo comenzaré a compartir en cierto modo los dolores que tú sufriste por mí, tú que te dignaste morir por nuestros pecados. Así, por esa victoria interior me prepararé, ayudado con tu auxilio, a vencer al mundo, y después de haber triunfado en esa lucha espiritual podré superar, por tu amor, todas las persecuciones exteriores y cruentas. Ciertamente mi naturaleza débil y frágil podrá así corresponder, ayudada con tu auxilio, y según la medida de sus fuerzas a las infinitas bondades recibidas de su Creador. Esta gracia, oh buen Jesús, es a la vez un remedio celestial y un antídoto de tu amor. Te suplico por tu antigua misericordia, que extiendas sobre mis heridas ese saludable y divino remedio, para que liberado del veneno contagioso y viperino, mi alma recobre su primera salud. Que el divino néctar de tu amor, una vez saboreado, me haga despreciar sinceramente los falsos encantos de este mundo y no temer ninguna de sus adversidades. Pensando en la grandeza perpetua del hombre sólo sentiré disgusto por todo lo que es pasajero, y que llena nuestro corazón de vanidad y orgullo. Haz, Señor, que sólo encuentre en ti dulzura y consuelo, de modo que sin ti nada me parezca bello y precioso, sino que por el contrario, todo lo terrestre aparezca como vil y despreciable ante mis ojos. Concédeme que lo que a ti te desagrada me desagrade también a mí, y que lo que tú amas sea también objeto de mi amor. Que me resulte tedioso gozar sin ti, y que entristecerme por ti me resulte deleitoso. Que tu santo nombre me sirva de apoyo y de fortaleza, que tu recuerdo sea mi único consuelo; que mis lágrimas me sirvan de pan, meditando día y noche todo lo que me puede justificar en tu presencia 26.
La ley de tu boca sea para mí un bien superior a mil monedas de oro y plata 27. Que me resulte amable el amarte y execrable el resistirte. Te ruego, mi única esperanza, por todas tus potencias, que tengas piedad de mis iniquidades. Abre los oídos de mi corazón a tus divinos mandatos, y no permitas que recurra a palabras maliciosas para excusar mis faltas. Te lo suplico por tu santo nombre. Te pido también, por tu admirable humildad, que no se acerquen a mí los pasos de la soberbia, y que no actúen sobre mí las manos de los pecadores.
Capítulo 8. LA CONFIANZA EN LA PLEGARIA Y LOS MÉRITOS DE CRISTO
Dios omnipotente, Padre de nuestro Señor Jesucristo, mírame benignamente y ten piedad de mí. Todo lo que encontré de más precioso te lo ofrecí devotamente a ti. Lo que era más querido lo ofrecí humildemente en tu presencia. Nada me he reservado; todo lo puse ante tu divina majestad; nada me queda por ofrecerte, e incluso he puesto entre tus manos todas mis esperanzas. He escogido a tu Hijo amado para que sea mi abogado ante ti, y le he nombrado mediador entre ti y entre mí, y como un intercesor para obtener, según espero, el perdón de mis faltas. Pues ese mismo que yo te he enviado es tu Verbo que tú mismo enviaste antes a la tierra para borrar mis pecados. Te he puesto delante los dolores y la muerte de ese Hijo divino, sufridos por mí como lo confiesa mi fe. Creo también firmemente que ese Verbo, Dios como tú y enviado por ti mismo, se revistió de nuestra humildad, en la cual se dignó sufrir las ataduras, las bofetadas, los esputos, las befas y la muerte de cruz, así como ser atravesado por los clavos y por la lanza. Se sujetó a la naturaleza humana al venir al mundo, gimió como un niño, fue envuelto en pañales, ya de joven sufrió trabajando, su carne fue macerada con los ayunos y con las vigilias, y su cuerpo se fatigó en los caminos; más tarde sufrió oprobios, y suplicios crueles y fue contado en el número de los muertos. Esa misma naturaleza fue revestida al fin con el resplandor de su resurrección gloriosa, y colocada a tu derecha fue hecha partícipe del gozo celestial. En esto consiste mi consuelo, y eso es lo que puede hacer venir sobre mí tu misericordia.
Considera misericordiosamente en este caso qué Hijo has engendrado, y qué esclavo has rescatado. Mira al Hacedor, y no desprecies la obra de sus manos. Abraza benigno al pastor y recibe misericordiosamente la oveja que él trae sobre sus propios hombros 28. Durante mucho tiempo la buscó como un pastor fiel con infinitos trabajos, en las altas montañas y en los profundos valles. La oveja estaba a punto de morir; sus fuerzas la habían abandonado en su largo y errado caminar. Feliz por haberla encontrado, el pastor la lleva sobre sus espaldas; en su calidad inefable no se contenta con haberla sacado del abismo donde había caído, sino que la abraza con ternura y la coloca de nuevo entre las noventa y nueve que habían permanecido en el redil.
Oh Señor, mi Rey, Dios omnipotente, he aquí que el Buen Pastor te devuelve la oveja que tú le habías confiado. Siguiendo tus eternos designios se revistió de la naturaleza humana para salvar al hombre, al que purificó y al que ahora te ofrece puro y sin mancha. Es ese Hijo queridísimo quien te reconcilia con tu criatura, que se había alejado de ti. Es el Pastor manso que devuelve al rebaño la oveja que el enemigo había robado de tu redil. El mismo pone otra vez en tu presencia al esclavo, que su conciencia había hecho fugitivo, para que quien por sus faltas merecía ser castigado, obtenga el perdón por los méritos de su divino protector, y a fin de que quien por sus pecados sólo merecía el fuego eterno del infierno obtenga la esperanza de llegar a la patria celestial bajo la guía de tu Hijo.
Por mí mismo, oh Padre santo, pude ofenderte; pero no pude por mí mismo aplacar tu ira. Tu amado Hijo, oh Dios, vino en mi ayuda, y se hizo partícipe de mi humanidad para curar mi enfermedad. Te ofreció un sacrificio de alabanza en expiación de mis ofensas y para atraer sobre mí tu piedad y tu misericordia, el que está sentado a tu derecha no se desdeñó de participar de mi propia sustancia. En esto consiste mi esperanza, en esto toda mi confianza. Si por mis iniquidades merezco tu desprecio, considera por lo menos para perdonarme la inefable caridad de tu Hijo amado. Que los méritos de tu Hijo te hagan favorable a tu siervo. Por el misterio de su encarnación, perdona el reato de nuestra carne. Que la vista de sus divinas llagas haga desaparecer ante tus ojos nuestros pecados y crímenes. Que la sangre preciosa que mana de su costado limpie las manchas de mi alma. Si mi carne mortal ha excitado tu ira, que su carne divina la calme y me atraiga tu misericordia. Como mi carne corrompida me hizo caer en el pecado, así su carne inocente me consiga el perdón de mis faltas. Confieso que mi impiedad merece grandes castigos, pero es todavía mayor el perdón que piden para mí los méritos de mi Redentor. Mi iniquidad es inmensa, pero la justicia misericordiosa de mi Salvador es infinita. Porque como Dios es superior a los hombres, así la bondad de mi Salvador sobrepasa en cualidad y cantidad toda la malicia existente en mí. ¿Qué pecado podrá cometer el hombre, del que no pueda ser redimido por el Hijo de Dios hecho Hombre? ¿Qué orgullo, por grande que sea, no caerá ante la humildad de Dios? ¿Qué imperio puede tener la muerte que no sea destruido por la muerte de Dios sobre la Cruz?
Oh Dios mío, si se pusieran sobre una misma balanza todos los pecados del hombre y la misericordia del Redentor, la clemencia del Salvador superaría a la iniquidad humana como el oriente está lejos del occidente y como lo más alto del cielo se eleva sobre el infierno profundo. Dígnate, pues, óptimo Creador de la luz, perdonar mis culpas por los sufrimientos inmensos de tu Hijo amado. Que su piedad cure mi impiedad, su modestia mi perversidad, y su mansedumbre mi violencia. Que su humildad remedie mi soberbia, su paciencia mi impaciencia, su benignidad mi dureza, su obediencia mi desobediencia, su tranquilidad mi desasosiego, su dulzura mi amargor, su suavidad mi ira y su caridad mi crueldad.
Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm
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