SOLEMNIDAD DE
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
Breve
aclaración litúrgica:
Habiendo
consultado al Pbro. Lic. Alejandro Bóttoli me quedó claro que en nuestra
Arquidiócesis la celebración de la
Virgen del Rosario tiene el rango litúrgico de Solemnidad y
tiene preeminencia sobre la misa propia de este domingo. Vale decir que
litúrgicamente corresponde celebrar la
Misa de la
Solemnidad de la
Virgen del Rosario en lugar de la Misa propia del domingo XXVII
durante el año. También me informó el P. Bóttoli que en su momento se
establecieron las lecturas propias para esta Misa de la Virgen del Rosario. La
primera lectura está tomada del Eclesiástico 24, 1.3-4.8-12.19-21 y no coincide
con la que trae el tomo III del nuevo leccionario como propia para esta fiesta
(He 1,12-14). Como salmo se eligió el Magnificat y como segunda lectura Ef
1,3-6.11-12. El evangelio es la
Anunciación.
El origen,
una práctica de oración:
(Extractado
de L. Rivas, Jesús habla a su pueblo nº 8. Fiestas y Solemnidades de la Virgen , 129-131)
Así como los
clérigos y religiosos recitaban el Salterio de la Biblia , los 150 salmos, los
que no estaban obligados o no sabían leer acostumbraban rezar 150
padrenuestros. En cierto momento, por influjo de la devoción mariana, se
originó el Salterio de la
Virgen María que consistía en repetir 150 veces el saludo del
Ángel y el de Isabel a María (Lc 1,28 y40). De esta práctica hay testimonios en
el siglo XI.
Luego se le
cambió el nombre de Salterio por el Rosario, del latín rosarium que significa
florilegio, antología o compendio. Se entendía entonces el rezo del Rosario
como un "obsequio de rosas" a la Virgen.
Más adelante
se le agregan la meditación de los misterios y se completó el avemaría. Lo
cierto es que a fines del S. XV o principios del siglo XVI ya existía el rezo
del Rosario de modo muy similar al actual.
Una amplia
difusión de esta devoción se atribuye a Sto. Domingo de Guzmán (+1221) y a la Orden de Predicadores
(Dominicos) fundada por él, con una importante intervención del beato Alan de la Roche O.P. (+1475).
En 1571 el
Papa San Pío V (que era dominico) pidió que se rezara el Rosario para que se
frenara el avance de los turcos sobre Europa. El 7 de octubre de ese año tiene
lugar la batalla naval en el Golfo de Lepanto, en la cual la flota de la Liga Santa vence a la
de los turcos, muy superiores en número. Esta victoria militar que preservó la
cristiandad el Papa Pío V la atribuyó a la intercesión de la Virgen y al rezo del
Rosario, por lo que instituyó ese día, 7 de Octubre, como fiesta de Nuestra
Señora de las Victorias y determinó la forma en que se debía rezar el Rosario.
En el año
1573 el Papa Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra
Señora del Rosario y en 1716 el Papa Clemente XI extendió esta fiesta a toda la Iglesia.
(Extractado del
libro de Mons. Francisco Nuñez, Rosario y su Virgen Fundadora. Reseña
Histórica.)
Corría el año 1730 cuando el Cabildo
Eclesiástico de la Ciudad
de Buenos Aires, de cuyo Obispado dependía nuestro territorio, decide la
creación de la parroquia o curato del Pago de los Arroyos y le asigna como
Iglesia parroquial la Capilla
u oratorio familiar de la
Estancia de la
Concepción que había construido el Capitán Domingo Gómez
Recio. Dicha estancia estaba ubicada en la confluencia del arroyo Saladillo y
el río Paraná, y allí se encontraba la Capilla que fuera la primera sede parroquial del
Curato de los Arroyos. A su vez fue nombrado como primer párroco de la misma el
P. Ambrosio Alzugaray quien trae de la ciudad de Santa Fe, en préstamo, una
imagen de la Virgen
del Rosario como titular y patrona de la Capilla. El segundo cura de esta parroquia o
curato fue el P. Francisco de Cosio y Terán quien, considerando aquella imagen
como prestada, encarga una nueva a Cádiz, España, la cual llegó a estas tierras
y fue recibida con júbilo por los fieles del curato el 3 de mayo de 1773. Para
entonces la sede parroquial se había trasladado ya a la Iglesia construida en 1757
para tal fin donde se emplaza la actual Catedral de Rosario. En el año 1823 se
le concede a la ciudad de Rosario el título de Ilustre y fiel Villa y se
reconoce a Nuestra Señora del Rosario como Patrona Jurada de la misma. En 1925,
siendo párroco Mons. Nicolás Grenón, se construye el actual camarín debajo del
presbiterio de la
Iglesia Catedral donde se coloca para su veneración a la
imagen venida de España. La misma fue corona solemnemente el 5 de Octubre de
1941 por el Cardenal Luis Copello como delegado pontificio.
Por tanto es claro que Rosario nace,
crece y se desarrolla bajo la protección de la Santísima Virgen
del Rosario, nuestra patrona y fundadora. Que nuestra devoción hacia Ella sea a
la vez un signo de gratitud por el pasado y un firme compromiso para el
presente y el futuro.
ALGUNAS
REFLEXIONES
El texto del Eclesiástico nos dice que por orden de Yavé
En el marco de la fiesta mariana, es
una invitación a llegarnos a María para encontrarnos, en ella, con el Hijo de
Dios. Más aún, la intención divina de estar en medio de su pueblo, de acompañar
su peregrinar por este mundo, se prolonga en el tiempo y en la historia por
medio de María y del nuevo pueblo de Dios: la Iglesia. Así , podemos
decir que Dios ha querido y quiere estar presente y acompañar nuestra vida como
Iglesia que peregrina en Rosario. Y lo hizo y lo hace por medio de la Virgen del María del
Rosario. La historia nos permite afirmar que la Iglesia de Rosario ha
nacido con la presencia de María. Nuestra ciudad ha surgido bajo el amparo
maternal de la Virgen
del Rosario, quien también ha acompañado durante todos estos años la vida de
sus habitantes. La Virgen
ha protegido a esta villa "ilustre y fiel" quien la ha reconocido
como su Señora y Patrona. Es importante hacer memoria de esto para no perder
nuestra identidad y para renovar nuestra fidelidad a Dios y a nuestra Señora
del Rosario.
Si tomamos como primera lectura el
texto de He 1,12-14 pienso que es válida
la reflexión anterior. Aquí encontramos a María reunida en oración junto a los
apóstoles después de la
Ascensión. Es claro que María está presente en el mismo
nacimiento de la Iglesia
y acompaña su crecimiento y desarrollo. Cómo nos sugiere L. Rivas , esta
presencia de María en la
Iglesia naciente no tiene porqué reducirse a este momento
sino que puede extenderse a todas las veces en que el libro de los Hechos de
los Apóstoles nos dice que la primitiva comunidad se reunía para orar (cf. He
2,42; 4,24; 5,5; 6,4-6).
El evangelio de la Anunciación podemos
leerlo como la vocación de María, primera discípula de Jesús.
Poco y nada
nos cuentan los evangelios del pasado de la Virgen. El evangelio va
directamente al momento presente porque lo más importante es el tiempo de la
salvación. Lo que el griego llama kairos, momento de intervención de Dios en la
historia; momento único y de plenitud. Sólo nos dice donde vivía, la ciudad de
Nazareth en Galilea; su situación civil: era virgen, pero prometida o
comprometida con José; y su nombre: María. Sólo dos versículos de presentación,
pues la intención del evangelista es concentrarse en lo que sigue: la vocación
y elección de María. Por esto no cuenta tanto el pasado, sino más bien el
futuro: lo que ella está llamada a ser en el plan de Dios, su colaboración en
la misión redentora de su futuro Hijo.
La
anunciación significa un verdadero comienzo en la vida de María. Bien podríamos
decir: en el principio era la Gracia. Justamente uno de los motivos del
silencio sobre el pasado de María sería el poner de relieve la insuficiencia de
los méritos humanos. María recibe por pura e incomprensible gratuidad de Dios
esta llamada.
Dios
sorprendió a la Virgen
y a toda la humanidad con su decisión de hacerse hombre, con la Encarnación del Verbo.
Pero justamente para ello preparó a María con la gracia privilegiada de la Inmaculada Concepción.
Y junto con esta Gracia la adornó con la virtud de la humildad. Porque no es
suficiente, para responder plenamente a Dios, el carecer de pecado. Hace falta,
por sobre todo, ser humilde. Podemos decir, entonces, que la primera condición
para ser discípulo de Cristo es la humildad.
María, por su
Concepción Inmaculada, tiene desde el comienzo la humildad requerida para ser
discípulo. De allí su inmediata y espontánea respuesta al anuncio del ángel: He
aquí la esclava del Señor. Esta actitud humilde y sincera contrasta con la
grandeza del anuncio que le hizo el ángel. María se percibe espontáneamente
como instrumento de la Gracia
y no hay vanagloria en ella. En cambio los demás discípulos tendrán que hacer
el doloroso recorrido que los lleva al camino de la humildad. Podemos tomar el
ejemplo de Pedro, que recién después de haber llorado las negaciones aprendió a
no poner la confianza en sí mismo y entonces recibe la confirmación del su
misión por parte del Señor (cf. Mc 16). Sí, el Señor llevó a Pedro por el
camino de la humildad para que llegara a ser, de verdad, discípulo y misionero.
Toda vida encierra un misterio que
sólo se esclarece a la luz del Verbo Encarnado, de Jesucristo. Por eso para
entender a María y el misterio de su Persona, el evangelio nos remite a Cristo.
Ella ha sido elegida para ser su madre. Toda su vida se orienta a Él, a darle
la vida humana y todo lo demás que conlleva. Su vida oculta y tal vez rutinaria
de Nazareth se llena de sentido trascendente. Dios la elige, Dios la llama para
ser la Madre de
su Hijo.
Y como toda llamada, es una
invitación, no una imposición. Dios invita, golpea suavemente a la puerta y
aguarda esperando la libre respuesta del hombre.
Todo es
Gracia en la vida de María. Pero no sólo Gracia. Está también la aceptación
libre, la decisión personal; que en María no es otra cosa que su
correspondencia a esa Gracia inicial. Sí, en el principio era la Gracia , pero Gracia
recibida, aceptada, y, por tanto, fecunda. En María, diríamos, hasta
biológicamente fecunda. Concebirá en su seno, dará a luz, será la Madre del Salvador.
Pero esta "fecundidad
biológica" fue precedida por una fecundidad espiritual. Como hermosamente
nos dice san Agustín, antes de concebir en su seno, concibió la Palabra en su mente por la
fe. Recibió la palabra, aceptó la palabra de Dios; creyó en la Palabra de Dios. Por esto,
antes de ser Madre de la
Palabra hecha carne, fue discípula de la Palabra. Y al mismo tiempo,
misionera de la Palabra
ya que lo concibe para sí y para todo el mundo. Ella entenderá con el tiempo
que debe acompañar la entrega libre de su propio Hijo, entregándolo también
ella. Con dolor aceptará perderlo para que muchos encuentren en Él la vida. Sí,
pues esta intervención de Dios marca un giro no sólo en su vida sino en la de
todos los hombres, sin excepción.
Volvamos,
entonces, la mirada del corazón a María y admiremos la obra de Dios en ella.
Cómo el Señor la eligió, la preservó de todo pecado, la llamó confiándole la
misión de ser Madre de la
Palabra.
Ahora miramos nuestra vida y somos
invitados a descubrir que también en nosotros "en el principio está la Gracia de Dios".
Estamos aquí vivos porque fuimos pensados, amados, elegidos por Dios. Y hay que
animarse a bendecir a Dios por esto, como nos invita el himno a los Efesios en
la segunda lectura.
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