martes, 24 de septiembre de 2013

Novena a la Virgen de la Merced

El 24 de septiembre se conmemora a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced: ver historia aquí.   


 NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES

Por la señal de la Santa Cruz...
Señor mío, Jesucristo...


ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

Soberana Virgen María, Reina de los Ángeles, Emperatriz de los cielos, elegida Madre de Dios, concebida en gracia, a quien rinden veneración todos los coros de los Ángeles y Santos del cielo. A Ti me acerco para rogarte que, puesto que bajaste del cielo a la tierra declarando que eres Madre de Merced y de las Misericordias, usa tu piedad con este humilde devoto tuyo. Y para más obligarte, Madre de pecadores, consuelo de los afligidos, socorro de todas las necesidades, me consagro una vez más a ti, como esclavo y servidor tuyo. Dirígeme, encamíname y ampárame, Señora y Madre mía, para que acierte a servirte y logre lo que en esta novena pido y deseo, si es del agrado de tu precioso Hijo Jesús, que vive y reina con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén

Rezar a continuación la oración del día que corresponda: 
DÍAS: 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9
DÍA PRIMERO[Ir al principio de esta página]
Señor, Dios Omnipotente y Misericordioso, que así para librar a tu pueblo escogido de la esclavitud de Egipto hablaste a Moisés en el monte Horeb, desde una zarza que ardía sin consumirse, así mismo hablaste en Barcelona al Patriarca San Pedro Nolasco para que rescatase a los cautivos cristianos, siendo la mensajera tu Santísima Madre, la Virgen María, que bajó del cielo y desde el primer instante de su vida fue como zarza milagrosa, pues jamás la tocó la llama de la culpa, ni perdió la hermosura de la gracia, ni su original pureza; te ruego que por la intercesión de la misma Santísima Madre tuya, no se abrase mi cuerpo en las llamas de la impureza, ni se manche mi alma con el pecado de la sensualidad, para que, a imitación de esta celestial Señora, exhale mi corazón fragancias de pureza.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA SEGUNDO[Ir al principio de esta página]

Rey soberano, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo, que con la virtud de la vara de Moisés diste a conocer al Faraón la eficacia de tu Divino Poder, pues con ella fue quebrantada la dureza de aquel perverso corazón y consiguió la libertad tu pueblo escogido; humildemente te rogamos, por la intercesión de la virgen Santísima de la Merced, refrenes mis pasiones y ablandes la dureza de mi pobre corazón, para que, logrando con tu gracia quebrantar las cadenas de mis culpas, me vea libre de la esclavitud del pecado; y concediéndome la merced de tu caridad y justicia, me des también el don de la perseverancia final, para merecer y lograr la gloria eterna. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA TERCERO[Ir al principio de esta página]

Poderosísimo Señor y Padre compasivo que después de librarlos del cautiverio, diste a los israelitas una columna de esperanza y consuelo, pues durante el día, en forma de nube los defendía de los rayos y ardores del sol, y por la noche, en figura de fuego, les iluminaba para librarlos de todo riesgo y peligro; humildemente te suplico por mediación de María Santísima de la Merced, que consigamos vernos libres de los rigores de tu justicia y merezcamos, por tu piedad, el fuego del divino amor que abrase siempre nuestros corazones y sirva de luz que disipe las sombras de nuestra ignorancia para que no perdamos nunca el camino del cielo. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA CUARTO[Ir al principio de esta página]

¡Dulcísimo Jesús, Dios infinito, hijo Unigénito de María!; pues manifestaste a los hombres que te es agradable el título de la Merced con que veneramos a tu Santísima Madre: haz, Señor, que experimentemos el Poder de este celestial nombre y singular devoción, y que la Reina del cielo y tierra nos defienda del enemigo infernal y de todas sus asechanzas y tentaciones, para que acertemos a servirte en esta vida y después podamos cantarte himnos de alabanza por toda la eternidad. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA QUINTO[Ir al principio de esta página]

Clementísimo Señor, Padre amoroso y benignísimo creador nuestro, somos pecadores y por ellos merecedores de castigo en este mundo y en el otro, más por tu infinita misericordia, nos concedes un refugio seguro en la protección de tu Santísima Madre; continúa derramando sobre cuantos la veneramos como a Madre de Merced y Misericordia tus divinas bendiciones, para que, libres de los peligros de este mundo, lleguemos con su protección, al Puerto seguro de la Gloria. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA SEXTO[Ir al principio de esta página]

Señor, Dios de la Misericordia, que por medio de la reina Esther libraste a los israelitas de la sentencia de muerte dictada por Asuero; te rogamos, piadoso dueño de nuestras almas, que por la intercesión de la Santísima Virgen María de la Merced, nos libres de la muerte del pecado, concediéndonos la libertad de los Hijos de Dios y vivir en gracia hasta que podamos gozar eternamente en la gloria. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA SÉPTIMO [Ir al principio de esta página]

Eterno y Omnipotente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que coronaste a la Santísima Virgen María de estrellas y la vestiste de Gloria y Majestad, dándole poder contra todos nuestro enemigos; te suplicamos con la mayor confianza, nos otorgues el favor de considerarnos como devotos y esclavos de tan esclarecida Señora, pues la invocamos como Madre de la Merced y Misericordia, para que así nos veamos libres de las asechanzas del enemigo infernal ahora y en la hora de nuestra muerte y podamos conseguir la Gloria eterna. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA OCTAVO[Ir al principio de esta página]

Amantísimo Dios y piadoso Señor, que para librar del castigo de la muerte a tu siervo Nabal, dispusiste que bajara del monte la prudente Abigail, para postrarse ante el Rey David; te suplicamos rendidamente que por los ruegos de la hermosísima y prudente Virgen María de la Merced, tu Madre, que bajó del monte de la gloria a la ciudad de Barcelona para dar consuelo a todos los afligidos y libertad a los cautivos cristianos, nos libres de todo peligro de cuerpo y alma y nos concedas entrada segura en la gloria celestial. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.

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DÍA NOVENO[Ir al principio de esta página]

Dios y Señor de todo el Universo, que compadecido de nuestras miserias te dignaste bajar a redimirnos de la esclavitud del pecado haciéndote hombre en las purísimas entrañas de María; te rogamos por ese infinito amor tuyo, que pues elegiste a la Virgen Madre tan pura y tan misericordiosa, hagas que ella derrame sobre todos tus devotos la lluvia de sus bondades, para que mereciendo subir pro la senda de las virtudes, logremos, por la intercesión de la virgen María de la Merced, gozar de la Bienaventuranza Eterna, adorándote en tus moradas celestiales, donde vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Pídase la gracia que se desea obtener.Terminar con las oraciones finales para todos los días.

    
ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS

Salutaciones
Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Hija del Eterno Padre y te consagro mi alma con todas sus potencias. Dios te salve, María...

Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Madre de Dios Hijo y te consagro mi cuerpo con todos sus sentidos. Dios te salve, María...

Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Esposa del Espíritu Santo y te consagro mi corazón con todos sus afectos, pidiéndote que me obtengas de la santísima trinidad todos los medios y gracias que necesito para mi salvación eterna. Dios te salve, María...


Oración
¡Oh, Bendita Virgen María de la Merced! ¿Quién podrá darte las debidas gracias y alabanzas por la solicitud tan maternal con que siempre has atendido a todas las almas? ¿Qué alabanzas podrá tributarte el frágil mortal que no haya aprendido de ti, Madre mía?

Dígnate aceptar nuestras plegarias que con todo fervor te dirigimos para agradecerte tantos y tan grandes favores que hemos recibido de tu maternal bondad. Son pobres y desproporcionadas a tus beneficios, pero no pongas tus ojos en ellos, piensa más bien que somos tus hijos y que, como hijos muy amantes te las dirigimos. A recibirlas alcánzanos el perdón de nuestros pecados y redímenos del castigo por ellos tenemos merecido. Escucha propicia nuestras plegarias y haz que consigamos la dicha eterna.

Recibe nuestras ofrendas, accede a nuestras súplicas, disculpa nuestras faltas, pues eres la única esperanza de los pecadores. Por tu intercesión ante tu Hijo esperamos el perdón de nuestros pecados y en ti, oh Madre celestial, tenemos toda nuestra esperanza. Virgen excelsa de la Merced; socorre a los desgraciados, fortalece a los débiles, consuela a los tristes, ruega por nuestra Patria, intercede por el Papa, por los Obispos, por los Sacerdotes, por los presos y sus familias; que experimenten tu protección maternal todos cuantos se acerquen a ti con devoción y confianza. Está siempre dispuesta a escuchar las oraciones de los que acuden a tus plantas, de manera que vean siempre cumplidos sus deseos. Ruega sin cesar por todo el pueblo cristiano tú, oh Virgen dichosa, que mereciste llevar en tus entrañas purísimas al Redentor del mundo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Devocionario.com 

sábado, 21 de septiembre de 2013

PURGATORIO: ROSARIO - CORONILLA POR LAS BENDITAS ALMAS (ANIMAS)


María, Reina del Purgatorio: te pedimos por las almas más abandonadas, necesitadas y olvidadas ¡Socórrelas más!


Les presentamos esta coronilla por las Almas del Purgatorio, breve y simple de rezar, para que nos unamos cada día al pedido que Jesús le hizo a tres almas Santas: 

1) a Santa Gertrudis la grande, 
2) a Santa Faustina Kowalska 
3) y a Sor Maria Consolata Betrone. 

A estas tres esposas Jesús les pidió:

a) ESPECIAL devoción por las almas purgantes, 

b) Les mostró los sufrimientos de las almas en el lugar de la purificación,

c) Les enseñó el Misterio del Purgatorio, 

d) y también les entregó Oraciones para rezar por las almas.


Conjugando las revelaciones que Jesús hizo a estas tres almas es que surge esta Coronilla:


Se reza con las cuentas de un Rosario tradicional.


OREMOS:

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 

JACULATORIA DE INTRODUCCION: 

"Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, en tí confío". (3 veces al iniciar)

PADRE NUESTRO:

Padre nuestro que estás en el Cielo, Santificado sea tu Nombre; 
venga a nosotros tu reino; hágase tu Voluntad en la Tierra como en el Cielo. 

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del Mal. Amen.

AVE MARÍA:

Dios te salve María, llena eres de Gracia, El Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

-Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

CREDO: 

Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue Crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al Cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a, vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas.

Creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén. 


Se inicia con la Jaculatoria de Introducción, un Padre Nuestro, Ave María y Credo.

En las cuentas del Padre Nuestro: 

"Padre Eterno, te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Tu Amadisimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en unión con las Misas celebradas hoy en todo el mundo, por las Benditas Almas del Purgatorio, y por los pecados y pecadores del mundo entero."

En las cuentas del Ave Maria: 

"JESUS, MARIA OS AMO, SALVAD ALMAS". (10 veces en cada una de las 5 decenas)

Al final del Rosario: 

"SANTO DIOS, SANTO FUERTE, SANTO INMORTAL,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS Y DEL MUNDO ENTERO". (3 veces)

San José es el Santo Patrón de la Iglesia Universal: también de la Iglesia Purgante! San José: Ruega por ellas.




ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS (dictada a María Valtorta):


Escrito del 24 de octubre de 1944.

...escribo todo lo que Jesús dicta:

"Llega el mes dedicado a los difuntos. Ruega así por ellos:

¡Oh Jesús!, que con tu gloriosa Resurrección nos has mostrado cómo serán eternamente los 'hijos de Dios', concede la santa resurrección a nuestros seres queridos, fallecidos en tu Gracia, y a nosotros, en nuestra hora. Por el sacrificio de tu Sangre, por las lágrimas de María, por los méritos de todos los Santos, abre tu Reino a sus espíritus.

¡Oh Madre!, cuya aflicción finalizó con la alborada pascual ante el Resucitado y cuya espera de reunirte con tu Hijo cesó en el gozo de tu gloriosa Asunción, consuela nuestro dolor librando de las penas a quienes amamos hasta más allá de la muerte, y ruega por nosotros que esperamos la hora de volver a encontrar el abrazo de quienes perdimos.

Mártires y Santos que estáis jubilosos en el Cielo, dirigid una mirada suplicante a Dios, y una fraterna a los difuntos que expían, para rogar al Eterno por ellos y para decirles a ellos: 'He aquí que la paz se abre para vosotros'.

Amados, tan queridos, no perdidos sino separados, que vuestras oraciones sean para nosotros el beso que añoramos, y cuando por nuestros sufragios estaréis libres en el beato Paraíso con los Santos, protegednos amándonos en la Perfección, unidos a nosotros por la invisible, activa, amorosa Comunión de los Santos, anticipo de la perfecta reunión de los 'benditos' que nos concederá, además de gozarnos con la visión de Dios, el encontraros como os tuvimos, pero sublimados por la gloria del Cielo".

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Misterios del Más Allá: El Juicio de Dios. Juicio Particular. La resurrección de la carne y el Juicio Universal


EL MISTERIO DEL MÁS ALLÁ 
Antonio Royo Marín, O.P. 

AL LECTOR 

Las siguientes páginas contienen el texto íntegro de una serie de Conferencias Cuaresmales pronunciadas por el autor en la Real Basílica de Atocha, de Madrid, que fueron retransmitidas a toda España por Radio Nacional en conexión con varias emisoras de provincias. 

La resonancia verdaderamente nacional que alcanzaron aquellas conferencias, nos ha impulsado a ofrecerlas en su texto taquigráfico, a fin de conservar en lo posible la espontaneidad y el ritmo oratorio con que fueron pronunciadas. 


EXISTENCIA DEL MÁS ALLÁ

Comenzamos hoy, bajo el manto y la mirada maternal de la Santísima Virgen de Atocha, esta serie de conferencias cuaresmales, cuyo tema central lo constituye El misterio del más allá. 

Y, ante todo, os voy a decir por qué he escogido este tema. Son tres las principales razones que me han movido a ello:
En primer lugar, por su trascendencia soberana. Ante él, todos los demás problemas que se pueden plantear a un hombre sobre la tierra, no pasan de la categoría de pequeños problemas sin importancia. No voy a invocar una conversación tenida con un alto intelectual. Salid simplemente a la calle. Preguntadle a ese obrero que se dirige a su trabajo: 

–¿Adónde vas? 
Os dirá: ¿Yo?, a trabajar. 
–¿Y para qué quieres trabajar? 
–Pues para ganar un jornal. 
–Y el jornal, ¿para qué lo quieres? 
–Pues para comer. 
–¿Y para qué quieres comer? 
–Pues..., ¡para vivir! 
–¿Y para qué quieres vivir? 

Se quedará estupefacto creyendo que os estáis burlando de él. Y en realidad, señores, esa última es la pregunta definitiva; ¿para qué quieres vivir?, o sea, ¿cuál es la finalidad de tu vida sobre la tierra?, ¿qué haces en este mundo?, ¿quién eres tú? No me interesa tu nombre y tu apellido como individuo particular: ¿quién eres tú como criatura humana, como ser racional?, ¿por qué y para qué estás en este mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿adónde vas?, ¿qué será de ti después de esta vida terrena?, ¿qué encontrarás más allá del sepulcro? 

Señores: éstas son las preguntas más trascendentales, el problema más importante que se puede plantear un hombre sobre la tierra. Ante él, vuelvo a repetir, palidecen y se esfuman en absoluto esa infinita cantidad de pequeños problemas humanos que tanto preocupan a los hombres. El problema más grande, el más trascendental de nuestra existencia, es el de nuestros destinos eternos. 

La segunda razón que me impulsó a escoger este tema es su enorme eficacia sobrenatural para orientar a las almas en su camino hacia Dios. Este tema interesantísimo no puede dejar indiferente a nadie, porque plantea los grandes problemas de la vida humana. No se trata de una cosa fugaz y perecedera. Se trata de nuestros destinos inmortales, y esto, a cualquier hombre reflexivo tiene que llegarle forzosamente hasta lo más hondo del alma. Para encogerse de hombros ante él es menester ser un loco o un insensato irresponsable. 

La tercera razón, señores, es su palpitante actualidad. Porque si este tema no puede envejecer jamás, por tratarse del problema fundamental de la vida humana, de una manera especialísima en estos tiempos que estamos atravesando adquiere caracteres de palpitante actualidad. No hay más que contemplar el mundo, señores, para ver de qué manera camina desorientado en las tinieblas por haberse puesto voluntariamente de espaldas a la luz. 

Es inútil que se reúnan las cancillerías, que se organicen asambleas internacionales. No lograrán poner en orden y concierto al mundo hasta que lo arrodillen ante Cristo, ante Aquél que es la Luz del mundo; hasta que, plenamente convencidos todos de que por encima de todos los bienes terrenos y de todos los egoísmos humanos es preciso salvar el alma, se pongan en vigor, en todas las naciones del mundo, los diez mandamientos de la Ley de Dios. 

Con sola esta medida se resolverían automáticamente todos los problemas nacionales e internacionales que tienen planteados los hombres de hoy; y sin ella será absolutamente inútil todo cuanto se intente. 

Precisamente porque el mundo de hoy no se preocupa de sus destinos eternos, porque no se habla sino del petróleo árabe, de la hegemonía económica mundial de ésta o de la otra nación, o de cualquier otro problema terreno materialista, en el horizonte cercano aparecen negros nubarrones que, si Dios no lo remedia, acabarán en un desastre apocalíptico bajo el siniestro resplandor y el estruendo horrísono de las bombas atómicas. 


Examinemos, señores, los datos fundamentales del problema. 

Desde la más remota antigüedad se enfrentan y luchan en el mundo dos fuerzas antagónicas, dos concepciones de la vida completamente distintas e irreductibles: la concepción materialista, irreligiosa y atea, que no se preocupa sino de esta vida terrena, y la concepción espiritualista, que piensa en el más allá. 

La primera podría tener como símbolo una sala de fiestas, un salón de baile, un cabaret, y sobre su frontispicio esta inscripción, estas solas palabras: No hay más allá. Por consiguiente, vamos a gozar, vamos a divertirnos, vamos a pasarlo bien en este mundo. Placeres, riquezas, aplausos, honores... ¡A pasarlo bien en este mundo! Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Concepción materialista de la vida, señores. 

Pero hay otra concepción: la espiritualista, la que se enfrenta con los destinos eternos, la que podría tener como símbolo una grandiosa catedral en cuyo frontispicio se leyera esta inscripción: ¡Hay un más allá! O si queréis esta otra más gráfica y expresiva todavía: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma para toda la eternidad?

He aquí, señores, la disyuntiva formidable que tenemos planteada en este mundo. No podemos encogernos de hombros. No podemos permanecer indiferente ante este problema colosal, porque, queramos o no, lo tenemos todos planteado por le mero hecho de haber nacido: “estamos ya embarcados” y no es posible renunciar a la tremenda aventura. 

Yo comprendo perfectamente la risa y la carcajada volteriana del incrédulo irreflexivo que se hunde totalmente en el cieno, que no vive más que para sus placeres, sus riquezas y sus comodidades temporales. Lo comprendo perfectamente, porque es un insensato, un loco, que no se ha planteado nunca en serio el problema del más allá. Pero una persona que tenga un poquito de fe y otro poco de sentido común, que sepa reflexionar y que se plantee el problema del más allá, y se encoja de hombros ante él y diga: “La eternidad, ¿qué me importa eso?”, señores, eso no lo comprendo, eso no lo concibo. Ante el problema pavoroso del más allá no podemos permanecer indiferentes, no podemos encogernos de hombros. Tenemos que tomar una actitud firme y decidida, si no queremos renunciar, no ya a la fe cristiana, sino a la simple condición de seres racionales. 

Precisamente estos días vengo a hablaros de este gran problema de nuestros destinos eternos: del misterio del más allá.

Esta tarde, en las primeras de mis conferencias, voy a ceñirme exclusivamente a poner en claro la existencia del más allá. Nada más. 

No vengo en plan apologético. Tengo muy poca fe en la apologética, señores, como instrumento apto para convencer al que no está dispuesto a aceptar la verdad aunque brille ante él más clara que el sol. Ya lo supo decir admirablemente uno de los genios más portentosos que ha conocido la humanidad, una de las inteligencias más preclaras que han brillado jamás en el mundo: San Agustín. Un hombre que conocía maravillosamente el problema, que sabía las angustias, la incertidumbre de un corazón que va en busca de la luz de la verdad sin poderla encontrar, porque vivió los primeros treinta años de su vida en las tinieblas del paganismo. Conocía maravillosamente el problema y sabía muy bien que no hay ni pueden haber argumentos válidos contra la fe católica. No los hay, ni los puede haber, porque la verdad no es más que una, y esa única verdad no puede ser llamada al tribunal del error, para ser juzgada y sentenciada por él. Es imposible, señores, que haya incrédulos de cabeza, de argumentos, incrédulos que puedan decir con sinceridad: “yo no puedo creer porque tengo la demostración aplastante, las pruebas concluyentes de la falsedad de la fe católica”. ¡Imposible de todo punto! 

No hay incrédulos de cabeza, pero sí muchísimos incrédulos de corazón. No tienen  argumentos contra la fe, pero sí un montón de cargas afectivas. No creen porque no les conviene creer. Porque saben perfectamente que si creen tendrán que restituir sus riquezas mal adquiridas, renunciar a vengarse de sus enemigos, romper con su amiguita o su media docena de amiguitas, tendrán, en una palabra, que cumplir los diez mandamientos de la Ley de Dios. Y no están dispuestos a ello. Prefieren vivir anchamente en este mundo, entregándose a toda clase de placeres y desórdenes. Y para poderlo hacer con relativa tranquilidad se ciegan voluntariamente a sí mismos; cierran sus ojos a la luz y sus oídos a la verdad evangélica. ¡No les da la gana de creer! No porque tengan argumentos, sino porque les sobran demasiadas cargas afectivas. 

Señores: cuando el corazón está sano, cuando no tenemos absolutamente nada que temer de Dios, no dudamos en lo más mínimo de su existencia. ¡Ah, pero cuando el corazón está corrompido...! ...

San Agustín conocía maravillosamente esta psicología del corazón humano y por eso escribió esta frase lapidaria y genial: “Para el que quiere creer, tengo mil pruebas; para el que no quiere creer, no tengo ninguna”. 

Maravillosa frase, señores. Para el que quiere creer, para el hombre honrado, para el hombre sensato, para el hombre que quiere discurrir con sinceridad, tengo mil pruebas enteramente demostrativas de la verdad de la fe católica. Pero para el que no quiere creer, para el que cierra obstinadamente su inteligencia a la luz de la verdad, no tengo absolutamente ninguna prueba. 

A ese incrédulo del “corazón”, a ése que lanza su carcajada volteriana porque “no le interesan las cosas de los curas y de los frailes”, a ése no tengo que decirle absolutamente nada. Pero que no olvide, sin embargo, la frase magistral de San Agustín: “Para el que quiere creer, tengo mil pruebas; para el que no quiere creer, no tengo ninguna”. 

No me dirijo al incrédulo volteriano. Me dirijo, sencillamente, al hombre de la calle, que vive quizá olvidado de Dios, pero que posee un fondo honrado y un corazón recto; a ese hombre bueno, honrado, de corazón sincero, de corazón naturalmente cristiano, pero irreflexivo y atolondrado, que no se ha planteado nunca en serio el problema del más allá. Con éste quiero hablar. Con éste quiero entablar diálogo, y le digo: “amigo, escúchame, que estoy completamente seguro de que llegaremos a un acuerdo, porque te voy a hablar a la 
inteligencia y al corazón y tú tienes una inteligencia sana y un corazón noble y me vas a escuchar con sincera rectitud de intención”. 

Te voy a hablar de la existencia del más allá. Voy a proponerte tres argumentos. Sencillos, claros, al alcance de todas las fortunas intelectuales. En el primero, nos moveremos en el plano de las meras posibilidades. En el segundo, llegaremos a la certeza natural, o sea, a la que corresponde al orden puramente humano, filosófico, de simple razón natural. Y en tercero, llegaremos a la certeza sobrenatural, en torno a la existencia del más allá. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

15-09-89: Nuestra Señora de los Dolores


AVEMARÍA DOLOROSA
Dios te salve, María, llena eres de dolores; Jesús crucificado está contigo; digna eres de ser llorada y compadecida entre todas las mujeres, y digno es de ser llorado y compadecido Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Santa María, Madre del Crucificado, da lágrimas a nosotros crucificadores de tu Hijo, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOLORES DE MARÍA

Practicamos esta devoción rezando, todos los días, siete veces el Avemaría mientras meditamos los siete dolores de María (un Avemaría en cada dolor).

María quiere que meditemos en sus dolores. Por eso al rezar cada Avemaría es muy importante que cerrando nuestros ojos y poniéndonos a su lado, tratemos de vivir con nuestro corazón lo que experimentó su Corazón de Madre tierna y pura en cada uno de esos momentos tan dolorosos de su vida. Si lo hacemos vamos a ir descubriendo los frutos buenos de esta devoción: empezaremos a vivir nuestros dolores de una manera distinta y le iremos respondiendo al Señor como Ella lo hizo.

Comprenderemos que el dolor tiene un sentido, pues ni a la misma Virgen María, la Madre “tres veces admirable”, por ser Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, Dios la libró del mismo.

Si María, que no tenía culpa alguna, experimentó el dolor, ¿por qué no nosotros?


PROMESAS DE LA VIRGEN A LOS DEVOTOS DE SUS DOLORES

Siete gracias que la Santísima Virgen concede a las almas que la honran diariamente (considerando sus lágrimas y dolores) con siete Avemarías, reveladas a Santa Brígida:  

1º. Pondré paz en sus familias.

2º. Serán iluminados en los Divinos Misterios.

3º. Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.

4º. Les daré cuanto me pidan con tal que no se oponga a la voluntad de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.

5º. Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y los protegeré en todos los instantes de sus vidas.

6º. Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el rostro de su Madre.

7º. He conseguido de mi Divino Hijo que los que propaguen esta devoción (a mis lágrimas y dolores) sean trasladados de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos “su eterna consolación y alegría”.  


LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN

 1º. La profecía de Simeón (Lc. 2, 22-35) ¡Dulce Madre mía! Al presentar a Jesús en el templo, la profecía del anciano Simeón te sumergió en profundo dolor al oírle decir: “Este Niño está puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel, y una espada traspasará tu alma”. De este modo quiso el Señor mezclar tu gozo con tan triste recuerdo. Rezar Avemaría.

2º. La persecución de Herodes y la huída a Egipto (Mt. 2, 13-15) ¡Oh Virgen querida!, quiero acompañarte en las fatigas, trabajos y sobresaltos que sufriste al huir a Egipto en compañía de San José para poner a salvo la vida del Niño Dios. Rezar Avemaría.

3º. Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lc. 2, 41-50) ¡Virgen Inmaculada! ¿Quién podrá pasar y calcular el tormento que ocasionó la pérdida de Jesús y las lágrimas derramadas en aquellos tres largos días? Déjame, Virgen mía, que yo las recoja, las guarde en mi corazón y me sirva de holocausto y agradecimiento para contigo. Rezar Avemaría.

4º. María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4ª estación) Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer. ¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor. Rezar Avemaría.

5º. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Jn. 19, 17-30) María, Reina de los mártires, el dolor y el amor son la fuerza que los lleva tras Jesús, ¡qué horrible tormento al contemplar la crueldad de aquellos esbirros del infierno traspasando con duros clavos los pies y manos del salvador! Todo lo sufriste por mi amor. Gracias, Madre mía, gracias. Rezar Avemaría.

6º. María recibe a Jesús bajado de la Cruz (Mc. 15, 42-46) Jesús muerto en brazos de María. ¿Qué sentías Madre? ¿Recordabas cuando Él era pequeño y lo acurrucabas en tus brazos?. Por este dolor te pido, Madre mía, morir entre tus brazos. Rezar Avemaría.

7º. La sepultura de Jesús (Jn. 19, 38-42) Acompañas a tu Hijo al sepulcro y debes dejarlo allí, solo. Ahora tu dolor aumenta, tienes que volver entre los hombres, los que te hemos matado al Hijo, porque Él murió por todos nuestros pecados. Y Tú nos perdonas y nos amas. Madre mía perdón, misericordia. Rezar Avemaría.

 María en San Nicolás, nos dio este mensaje sobre sus siete dolores de hoy:

 15-09-89 (fiesta de Ntra. Señora de los Dolores):

“Hija mía, en estos días, son Mis Dolores: 
el rechazo hacia Mi Hijo, 
el ateísmo, 
la falta de caridad, 
los niños que no nacen, 
la incomprensión en las familias, 
el gran egoísmo de muchos hijos en el mundo, 
los corazones aún cerrados al Amor de esta Madre...”


En el libro "Las Glorias de María" de San Alfonso María de Ligorio se dice lo siguiente:

"El mismo Jesús reveló a la beata Mónica de Binasco que él se complace mucho en ver que se siente compasión por su Madre, y así le habló: Hija, agradezco mucho las lágrimas que se derraman por mi pasión; pero amando con amor inmenso a mi Madre María, me es sumamente grata la meditación en los dolores que ella padeció en mi muerte.

 Por eso son tan grandes las gracias prometidas por Jesús a los devotos de los dolores de María. Refiere Pelbarto haberse revelado a Santa Isabel, que San Juan, después de la Asunción de la Virgen, ardía en deseos de verla; y obtuvo la gracia pues se le apareció su amada Madre y con ella Jesucristo. Oyó que María le pedía a su divino Hijo, gracias especiales para los devotos de sus dolores. Y Jesús le prometió estas gracias especiales:

1ª. Que el que invoque a la Madre de Dios recordando sus dolores, tendrá la gracia de hacer verdadera penitencia de todos sus pecados.

2ª. Que los consolará en sus tribulaciones, especialmente en la hora de la muerte.

3ª. Que imprimirá en sus almas el recuerdo de su Pasión y en el cielo se lo premiará.

4ª. Que confiará estos devotos a María para que disponga de ellos según su agrado y les obtenga todas las gracias que desee".

jueves, 12 de septiembre de 2013

Fiesta del Dulce Nombre de María, Universal ( 12 de septiembre)

María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico.
Los que le invocaren con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que le estimaren y pronunciaren con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna”




EL NOMBRE DE MARÍA

María es el nombre que se usa en los evangelios para referirse a la madre de Jesús de Nazaret. Para los cristianos católicos, ortodoxos, anglicanos y otros grupos cristianos orientales, son más usadas las expresiones «Santísima Virgen María», «Virgen María» y «Madre de Dios». En el Islam se usa el nombre árabe Maryam.

Sabiendo la importancia que tiene el nombre para los Israelitas, es innegable que el nombre de María le fue impuesto a la Santísima Virgen por sus padres Joaquín y Ana; muy comúnmente se admite que este nombre le fue sugerido por inspiración divina, es decir que, movidos ellos interiormente por el Espíritu Santo prefirieron este nombre a todos los demás.

Una sola mujer encontramos en el A. T. que lleva este nombre, es la hermana de Moisés, en tiempos de Jesús aparecen muchas mujeres con el nombre de María.

Para los hebreos el nombre no era un simple apelativo, estaba íntimamente ligado a la persona, por ello usaban nombres que describirían la personalidad, el carácter, así es muy usada la expresión “su nombre será tal” cuando se quería designar una misión o carácter especial al niño por nacer.

María es un nombre conocido en el Antiguo Testamento por haber sido nombre de la hermana de Moisés y Aarón, originalmente escrito como Miryam, la versión de los Setenta lo menciona como Mariám, el cambio en la primera vocal señala tal vez la pronunciación corriente, la del arameo, que se hablaba en Palestina antes del nacimiento de Cristo. Al igual que con los nombres de Moisés y Aarón, que fueron tomados con sumo respeto, el de María no se usó más como nombre común, pero la actitud cambió con el tiempo y fueron puestos como señal de esperanza por la era mesiánica. En el texto griego del Nuevo Testamento, en la versión de los Setenta, el nombre usado era Mariám. María sería probablemente la forma helenizada de la palabra.

¿Qué significados tiene según la etimología, ese nombre cuyo misterioso sentido sólo Dios nos podría explicar?

Si, como algunos creen, deriva del idioma egipcio, su raíz es mery, o meryt, que quiere decir muy amada. Según otros, la significación sería Estrella del mar. Si el nombre de María proviene del siríaco, la raíz es mar, que significa Señor.

El padre Lagrange opina que los hebreos debieron utilizar el nombre de María con el significado de Señora, Princesa. Nada más conforme a la noble misión de la humilde Virgen nazarena.

Otro tercer grupo de filólogos e intérpretes sostienen que la palabra María es de origen estrictamente hebreo. Y sus diversas y preciosas significaciones son las siguientes:

Primera. Mar amargo, de la raíz mar y jam. María fue un verdadero mar de amargura, desde que en el templo, cuando la presentación de su Hijo, vislumbró la silueta cárdena y dolorida del Calvario. Y un mar de amargura desbordante en la pasión y muerte de Jesús.

Segunda. Rebeldía, de la raíz mar. Ella, la omnipotencia suplicante, vence a las satánicas huestes. “El nombre de María —escribe el padre Campana— es de una energía singular y tiene en sí una fuerza divina para impetrar en favor nuestro la ayuda del cielo.”

Tercera. Estrella del mar. Le cantamos ¡Ave, Maris Stella! ¡Y con qué arrebatador encanto glosa y profundiza San Bernardo esta expresiva metonimia!

Cuarta. Señora de mi linaje. Frase muy justa y apropiada a la prerrogativa nobilísima de ser Madre de Dios, Reina de todo lo creado.

Quinta. Esperanza. Significado más alegórico que etimológico, pero lleno de inefable consuelo. Porque Ella, Spes nostra, es el camino de la felicidad, el arco iris que señala un pacto de armonía entre Dios y los hombres. “Bienaventurado el que ama vuestro nombre, oh María —exclama San Buenaventura—, porque es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace reportar frutos de justicia.”

Sexta. Elevada, grande, de ram. San Agustín y San Juan Crisóstomo coinciden en adjudicarle el excelso sentido de “Señora y Maestra”.

Séptima. Iluminada, iluminadora. Está llena de luz. Sostiene en sus brazos la luz del mundo. Es pura y diáfana. “El nombre de María indica castidad”, dice San Pedro Crisólogo.


LA VENERACIÓN DEL NOMBRE DE MARÍA

Deliciosamente narra sor María Jesús de Agreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad, en divino consistorio, determina. dar a la “Niña Reina” un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba:

“María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que le invocaren con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que le estimaren y pronunciaren con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna”.

Y a ese nombre, suave y fuerte, respondió durante su larga, humilde y fecunda vida, la humilde Virgen de Nazaret, la que es Madre de Dios y Señora nuestra. Y ese nombre, “llave del cielo”, como dice San Efrén, posee en medio de su aromática dulzura, un divino derecho de beligerancia y una seguridad completa de victoria. Por eso su fiesta lleva esa impronta: Acies ordinata.

La veneración que muchos santos tienen por esto nombre nos lo reflejan en sus recomendaciones, por ejemplo, S. Pedro Canisio nos dice: “Si hay entre los mortales algún nombre tan hermoso, preclaro y lleno de gracia que merece ser escrito, leído, alabado, pintado y esculpido, es el de María, ya que es digno de estar siempre ante los ojos, en los oídos y en las mentes de todos los hombres y de ser pronunciado privada y públicamente con inmensa reverencia”.

San Estanislao de Kostka escribía el nombre de María al margen de la página de los cuadernos con esta jaculatoria: “¡Oh María, sedme propicia!”

San Germán, patriarca de Constantinopla nos invita a que pronunciemos frecuentemente el nombre de María: “Como la respiración es indicio cierto de vida para nuestro cuerpo, así tu nombre Santísimo, proferido incesantemente por los labios de tus siervos, es, no sólo indicio seguro, sino también causa de vida, de alegría y de auxilio”.

Se nos recomienda que pronunciemos el nombre de María como jaculatoria, San Bernardino de Siena dice que “por esto nombre se purifica el corazón, se ilumina la mente, se inflama el alma, se ablanda el pecho, se endulza el gusto y el afecto se hermosea”.

La Iglesia nos invita a que pensemos, veneremos y apreciemos este nombre por eso el 12 de septiembre se celebra el Santísimo nombre de María.


MARÍA: EL PODER DE SU NOMBRE
por San Alfonso María de Ligorio

Ricardo de San Lorenzo dice “que no hay ayuda más poderosa en ningún nombre, ni hay ningún otro nombre dado a los hombres, después, del de Jesús, desde el cual se brinde tanta salvación a los hombres como desde el nombre de María.” Continúa diciendo “que la invocación con devoción de este dulce y sagrado nombre conduce a la adquisición de gracias superabundantes en esta vida y un muy alto estado de gloria en la próxima.”

Luego del muy sagrado nombre de Jesús, el nombre de María es tan rico en bondades, que no hay otra forma de que las almas devotas reciban tanta gracia, esperanza y ternura el la tierra y en el cielo.

Por eso Ricardo de San Lorenzo “invita a los pecadores a servirse de este gran nombre,” porque esto sólo bastará para curarlos de todos los males y “no hay trastorno, por malo que sea, que no se someta inmediatamente al poder del nombre de María.” El beato Raimundo Jordano dice “que no importa lo endurecido y falto de confianza que pueda estar un corazón, el nombre de esta Bendita Virgen tiene tanta eficacia que con tan sólo pronunciarlo ese corazón de ablandará maravillosamente.”

Además se sabe muy bien y lo experimentan día a día los seguidores de María, que su nombre poderoso tiene la fortaleza particular que se necesita para superar las tentaciones contra la pureza.

En suma, “Tu nombre, Oh Madre de Dios, está lleno de gracias y bendiciones divinas.” como dice San Metodio. Tanto es así que San Buenaventura declara, “que tu nombre, Oh María, no puede pronunciarse sin traer alguna gracia a aquel que lo hace con devoción... permítenos, Oh Señora, que a menudo podamos acordamos de nombrarte con amor y confianza; ya que esta práctica muestra la posesión de la gracia divina, o bien es una petición para que la recobremos pronto.

Por otro lado, Tomas a Kempis afirma “que los demonios temen a la Reina del cielo a tal punto que sólo con oír pronunciar su gran nombre, huyen de la persona que lo dice como si se tratara del fuego ardiente.” La misma Virgen Bendita reveló a Santa Brígida “que no hay pecador en la tierra, por más apartado que pueda estar del amor de Dios, del cual el demonio no esté inmediatamente obligado a huir, si se invoca su sagrado nombre con la determinación de arrepentirse.” En otra ocasión repitió lo mismo al santo, diciendo “que todos los demonios veneran y temen su nombre hasta tal punto que al oíirlo inmediatamente aflojan las garras con las cuales sujetan el alma cautiva.” Nuestra Señor Bendita también le dijo a Santa Brígida “que del mismo modo que los ángeles rebeldes huyen de los pecadores que invocan el nombre de María, los ángeles buenos se aproximan a las almas justas que pronuncian su nombre con devoción.”



PROMESAS

Las promesas de ayuda que hizo Jesucristo son un verdadero consuelo para aquellos que tienen devoción por el nombre de María; porque un día según lo oyó Santa Brígida. Prometió a Su santísma Madre que concedería tres gracias especiales a quienes invocaran ese nombre sagrado con confianza: primero, que El les concedería la contrición perfecta por sus pecados; segundo, que sus pecados serian expiados y tercero, que El les daría la fortaleza para alcanzar la perfección y a la larga, la gloria del paraíso. Y luego nuestro Divino Salvador agregó “porque tus palabras, Oh Madre Mía, son tan dulces y agradables para Mi, no puedo negarte lo que me pides.”


San Efrén llega a decir “que el nombre de María es la llave de las puertas del cielo,” en las manos de aquellos que la invocan con devoción. Y por eso no es casualidad que San Buenaventura diga “que María es la salvación de todos los que recurren a ella.” “¡Oh Dulcísimo Nombre! Oh María, quién serás Tú que tu nombre sólo es tan amable y lleno de gracia,” exclama el beato Enrique Suso.


Déjanos por lo tanto, aprovechar siempre los hermosos consejos que nos da San Bernardo en estas palabras: “En los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María, recurre a María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu corazón.”


NOMBRES DE JESÚS Y MARÍA

Cuando haya peligro de perder la gracia divina, debemos pensar en María invocar su nombre junto con el de Jesús; PORQUE ESOS DOS NOMBRES SIEMPRE VAN JUNTOS. Oh, entonces nunca permitamos que esos dos nombres tan dulces abandonen nuestro corazón o se alejen de nuestros labios, porque nos darán la fortaleza, no sólo para no dejarnos vencer, sino también para conquistar todas nuestras tentaciones.

“La invocación de los nombres sagrados de Jesús y María,” dice Tomas a Kempis, “es una oración breve que es tan dulce para la mente como poderosa para proteger a aquellos que la usan contra los enemigos de su salvación, así como también es fácil de recordar.”


LA HORA DE LA MUERTE

Así vemos que el santísimo nombre de María es tan dulce para sus seguidores durante la vida, debido a las abundantes gracias que Ella les consigue. Pero será aún más dulce para ellos en la muerte debido al final tranquilo y santo que les asegurará.

Permítenos entonces, devoto lector, que le roguemos a Dios nos conceda que en la muerte, el nombre de María sea la última palabra en nuestros labios. Esta fue la oración de San Germano; “Que el último movimiento de mi lengua sea para pronunciar el nombre de la Madre de Dios;” qué dulce, qué segura es aquella muerte que está acompañada y protegida por la pronunciación de este nombre; ya que Dios sólo concede la gracia de invocarlo a aquellos a quienes El está por salvar.

El Padre Sertorio Caputo, de la compañía de Jesús, exhortó a todos aquellos a punto de morir a que pronuncien el nombre de María frecuentemente; porque este nombre de vida y esperanza, cuando se repite a la hora de la muerte es suficiente para hacer huir a los demonios y para confortar a dichas personas en su sufrimiento.

Bendito sea el hombre que ama Tu nombre, María,” exclama San Buenaventura. “¡Sí, verdaderamente bendito es aquel que ama tu dulce nombre, Oh Madre de Dios! Ya que” continúa diciendo, “tu nombre es tan glorioso y admirable que nadie que lo recuerda tiene temor alguno a la hora de la muerte.” Tal es su poder, que ninguno de aquellos que lo invocan a la hora de la muerte temen los ataques de sus enemigos.

San Camilo de Lellis instó a los miembros de su comunidad a recordarles a aquellos que están por morir que pronuncien a menudo los santos nombres de Jesús y María. Según era su costumbre al asistir a personas que estaban en su última hora.

Oh, que podamos terminar nuestras vidas como lo hizo el Padre Capuchino, Fulgencio de Ascoli, quien expiró cantando, “¡Oh María, Oh María, la más bella de las criaturas! Permitenos ir juntos.”

Permítenos concluir con la tierna oración de San Buenaventura: 


“Te Pido a Ti, oh María, por la gloria de tu nombre, 
que vengas y Te reúnas con mi alma 
cuando se vaya de este mundo 
y la lleves en tus brazos.”

Fuente: Foros de la Virgen

domingo, 8 de septiembre de 2013