viernes, 18 de septiembre de 2020

San José de Cupertino, el santo volador



P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

SAN JOSÉ DE CUPERTINO

EL SANTO VOLADOR


INTRODUCCIÓN

San José de Cupertino es considerado por muchos como el patrón de los aviadores, porque es el santo de los vuelos (en éxtasis) por excelencia. Eran tan frecuentes y tan espectaculares sus vuelos extáticos que dejaba admirados a grandes y chicos, hombres y mujeres de toda condición social. La gente venía de todas partes a asistir a su misa, no sólo por curiosidad, sino también para ver a un santo en persona, que hacía milagros por doquier.

Su devoción a María era tan grande que, al sólo escuchar su nombre, se quedaba extático. Su amor al Santísimo Sacramento era igualmente grande y se pasaba muchas horas en oración delante del sagrario. Casi todos los días, al celebrar la misa, tenía momentos de éxtasis y, a veces, se elevaba del suelo.

Sin embargo, no todo fue maravilloso en su vida. Tuvo mucho que sufrir de algunos, incluso eclesiásticos, que consideraban que todo era apariencia y falsedad. Lo denunciaron a la Inquisición y le hicieron un juicio del que salió liberado. No obstante, para evitar algunos excesos de la gente, que buscaba reliquias a toda costa y lo visitaba constantemente, trataron de ocultarlo en el convento de Pietrarubbia, después en Frossombrone y, por fin, en Ósimo donde murió. Algunos lo consideran como patrón de los estudiantes.

Leer su vida es una bocanada de aire fresco para nuestra vida espiritual. Era tan humilde que se llamaba a sí mismo fray asno, pero Dios hacía milagros extraordinarios por su intercesión, en vida y después de su muerte. Pidámosle que fortalezca nuestra fe para amar a Dios con todo nuestro corazón.


SU VIDA

SU FAMILIA

El pueblo de Cupertino donde nació nuestro santo pertenecía al reino de Nápoles, región italiana de la Puglia, que en su tiempo era gobernada por un virrey, dependiente del rey de España Felipe III. El pueblo tenía entonces unos 2.000 habitantes, dedicados casi exclusivamente a la agricultura.

Sus padres se unieron en matrimonio el año 1585. Su padre se llamaba Felipe Desa y su madre, de catorce años, era Franceschina Panaca. Los dos eran de familias económicamente modestas. Su padre era carpintero. El duque de Acerenza, Galeazzo Pinelli, lo nombró procurador del castillo que poseía en el pueblo por considerarlo un hombre de bien y de confianza. Por este motivo sus conciudadanos lo llamaban el castellano.

Tuvieron seis hijos, pero los cuatro primeros (Brígida, Pedro, Margarita y otro segundo Pedro) murieron muy pequeños. Sobrevivieron: Livia, nacida el 14 de octubre de 1601, y nuestro José María.

Su padre cometió un gravísimo error, que condicionaría la vida de nuestro futuro santo. Un día, por excesiva ligereza, avaló a algunos conocidos por el valor de 1.000 ducados, una suma enorme en aquellos tiempos. Los amigos no cumplieron su compromiso y él, como garante, debió responder del dinero o ir a la cárcel. En esta disyuntiva huyó del lugar y dejó abandonada a la esposa, que estaba embarazada de José María.

El día 17 de junio de 1603 llegaron algunos alguaciles a la casa, buscando al papá. Franceschina estaba a punto de dar a luz y huyó del hogar, refugiándose en casa de unos amigos y escondiéndose en el establo. Ese mismo día nació nuestro santo, José María Desa Panaca, en el establo, como Jesús.

Al nacer, su madre lo consagró a la Virgen y, por eso, al nombre de José le añadió el de María. Su madre solía decir: Yo lo consagré a María y sólo he sido su nodriza.


INFANCIA

José creció alto y fuerte, aunque no muy atractivo de rostro. La mamá era muy religiosa, pero a raíz de quedarse sola, cuidando de dos hijos sin el apoyo y compañía de su esposo y habiendo caído en la pobreza total, se volvió muy nerviosa y lo castigaba con frecuencia. No obstante, el niño mostraba siempre muchos deseos de amar a Dios, visitaba mucho las iglesias y pasaba muchos momentos del día y de la noche rezando el rosario y las letanías de la Virgen. En su propia casa colocó un altar, donde se entretenía rezando.

El mismo José refirió: Siendo niño, una vez, sintiendo tocar el órgano, me quedé largo tiempo abstraído, teniendo la boca abierta. Por eso, muchos (de mis amigos) se burlaban de mí y me llamaban bocca aperta, (boca abierta).

A los ocho años, en 1611, cayó gravemente enfermo de una úlcera cancerosa que lo obligó a guardar cama durante seis años, soportando el calor y la tiña, abandonado de todos, pues nadie quería visitarlo ya que la úlcera producía muy mal olor. Sólo su madre lo atendía, aunque a veces se dejaba llevar de su nerviosismo y le gritaba desesperada: Tú no eres mi hijo. Te he encontrado en el bosque, te tengo por amor de Dios. Él sufría todo con paciencia y aprendió a ser humilde, sintiendo que no era nada ni servía para nada. La mayor parte del tiempo lo pasaba solo. Así aprendió a rezar y a encomendarse a Dios como su único refugio en la adversidad; y Dios empezó a manifestarle su predilección y a darle visiones y consolaciones espirituales con algunos éxtasis. Su madre lo llevaba muchos días a misa en brazos.

Él dirá sobre este tiempo de enfermedad: Cuando era niño, era muy vivaz, pero después de tantas enfermedades padecidas, me quedé como pusilánime y miedoso, sobre todo cuando encontraba alguna persona importante, que llevaba sombrero.

Incluso, siendo ya sacerdote, al principio, cuando celebraba la misa, si había alguna persona importante, como yo había estudiado tan poco, tenía miedo de cometer errores, pero ahora Dios me ha bendecido y me ha cambiado, dándome un corazón grande para no tener miedo a nadie.

Dios fue para él la fuerza y la alegría de su vida. Después de seis años de inmovilidad obligatoria, pasó por Cupertino un anciano, medio religioso, que había ejercido la profesión de cirujano en el hospital de incurables de Nápoles. La mamá le pidió que hiciera algo por su hijo y él aceptó operarlo con la condición de que ella le firmara un documento en el que decía que se lo había entregado ya muerto.

Hizo la operación para sacarle el tumor, pero fue un fracaso. Entonces, el mismo anciano recurrió al último recurso, llevó a José al santuario de la Virgen de las Gracias de Galatone (Lecce), donde él vivía, y ungió la herida con el aceite de la lámpara que ardía ante la Virgen. Y sucedió instantáneamente el milagro, de modo que José pudo regresar a Cupertino caminando con la ayuda de un bastón y radiante de felicidad. Era el año 1617 y tenía 14 años.


ADOLESCENCIA

La larga enfermedad había cambiado el alma de José. Ahora tenía más paciencia para afrontar las dificultades de la vida, y era más humilde, pues había aprendido que él por sí solo no valía nada. Había perdido años preciosos de estudio y era casi un analfabeto, pero su fe se había incrementado enormemente y su vida de oración era admirable con éxtasis y consolaciones espirituales. Apenas pudo caminar, se dirigió al santuario de la Virgen de la Grottella, a unos tres kilómetros y medio de su casa, donde había una imagen de la Virgen, que toda la vida le sería muy querida, para agradecerle la curación. Después debió pensar en su futuro y se decidió a aprender el oficio de zapatero, pero pronto tuvo que dejarlo, porque no era muy hábil para ello. Pensó seriamente en ser religioso, siguiendo el camino de sus tres tíos franciscanos conventuales: Giovanni Caputo, hermanastro de su madre; Giambattista, hermano carnal de su madre, y Franceschino, hermano de su padre; pero ellos no lo apoyaron, pensando que no servía para esa vida, pues era muy distraído y estaba muy atrasado en los estudios.

Pidió el ingreso en los capuchinos, que lo recibieron en agosto de 1620, a sus 17 años, en el convento de Martina Franca. Pero sólo estuvo hasta marzo de 1621. Tenía poca aptitud para las cosas manuales y era muy tosco para manejar cosas frágiles. Fácilmente rompía platos, vasos y otras cosas útiles que caían de sus manos. Él era consciente de sus errores y se presentaba en el comedor ante la Comunidad con los pedazos rotos, pidiendo perdón a todos. Sin embargo, como eso sucedía con frecuencia, lo castigaban a ver si aprendía.

De pronto, le volvió a salir un tumor en una pierna y él, pensando en la experiencia de sus seis años de enfermedad y considerando que lo tendrían que expulsar por falta de salud, no quiso decir nada a nadie, sufriendo en silencio. Un día decidió sacar el tumor con un cuchillo de cocina, pero la hemorragia fue tanta que tuvo que pedir auxilio a gritos, porque se desangraba. Con este suceso, los Superiores consideraron que no servía para la vida religiosa y lo expulsaron.

Escribieron en el registro del convento: Totalmente inepto para la vida religiosa, inhábil e ignorante.

Lo peor para él fue la ceremonia de expulsión en la que le quitaban el hábito religioso y lo vestían de civil, poniéndolo en la puerta. Él dirá que cuando le quitaban el hábito, le parecía que le sacaban la piel. Ese mismo día, debía comenzar su caminata a Cupertino; unos 80 kilómetros que debía recorrer a pie con el miedo y la vergüenza de presentarse en casa como un expulsado. Por eso, pensó que era mejor ir a ver a su tío franciscano Giovanni Caputo, que estaba predicando la cuaresma en el pueblo de Avetrana.

Durante el camino tuvo que pedir limosna y algunos lo rechazaban pensando que era un bandido. Uno de los días, mientras caminaba muy cansado, sintió el galope desenfrenado de un caballo. Vio a un tenebroso caballero con armadura y un penacho de plumas en el yelmo que lo espantó, amenazándolo de muerte, para que se fuera, gritándole que era un espía.

El padre Roberto Nuti, que fue su primer biógrafo, asegura que el santo siempre estuvo convencido de que ese caballero tenebroso había sido el diablo, que se le presentó visiblemente por primera vez y, desde entonces, lo llamó Malatasca.

José encontró a su tío y con él estuvo unos días hasta la Pascua, pero al manifestarle que quería ser religioso y que había sido expulsado de los capuchinos, su tío decidió llevarlo a casa con su madre. En Cupertino se enteró de que su padre había muerto y que las deudas, no pagadas, recaían sobre él como heredero, lo que significaba que podía ser arrestado en cualquier momento. Su madre no lo recibió bien, pero trató de ayudarlo, pidiendo la ayuda de sus otros tíos, pero ellos tampoco lo consideraron apto para la vida religiosa y no lo quisieron recibir en el convento de la Grotella.

Sólo el modesto sacristán del convento lo recibió por caridad y lo escondió en un rincón oscuro del convento. Allí estuvo seis meses completamente aislado del mundo, pasando mucho calor en verano y mucho frío en invierno, con la poca comida que le procuraba el sacristán, tomando aire solamente por la noche, cuando nadie lo podía ver. En ese tiempo oraba con fervor y confiaba a Dios su oscuro porvenir y Dios lo animaba a seguir confiando, dándole consolaciones espirituales como cuando era niño.

Un día comió algo que no le hizo bien y le vino una fuerte disentería con grave peligro de muerte, si no era atendido con prontitud. El sacristán estaba angustiado y lleno de pánico. Lo sacó de aquel cuartucho fétido por los malos olores de su enfermedad y lo presentó, extenuado y casi acabado, ante su tío Giovanni Caputo, asumiendo la responsabilidad de haberlo ocultado.

Su tío se compadeció al verlo en ese estado extremo, habló con el Superior, que era su otro tío Franceschino Desa, lo hicieron curar y después lo recibieron como empleado para cuidar el establo y específicamente la mula del Superior. Ahora José ya se sentía mejor, pues no lo podían llevar a la cárcel por ser empleado del convento. Además lo aceptaron como terciario franciscano laico y podía tener algunas horas para estudiar, pensando siempre en su deseo de ser religioso.

RELIGIOSO Y SACERDOTE

Después de tres años de empleado, todos los religiosos del convento lo estimaban, porque era muy servicial y humilde con todos. Sus tíos decidieron aceptarlo como novicio y comenzó el noviciado el 19 de junio de 1625, a los 22 años, siendo aceptado para estudiar con miras al sacerdocio.

En enero de 1627 emitió sus votos perpetuos como religioso. Ese mismo mes recibió las órdenes menores y en febrero, el subdiaconado.

Su carrera al sacerdocio fue vertiginosa, casi milagrosa. En tres años de estudios superiores llegó a la cima, a pesar de no haber tenido una buena base previa. Su tío, el padre Giambattista Panaca, hermano de su madre, fue su guía durante el noviciado y quien lo ayudó mucho en sus estudios. Al dar su examen para el diaconado, tuvo, según algunos, ayuda celestial, pues le mandaron explicar el único párrafo de la Escritura que sabía a fondo. Otros autores prefieren hablar de que su tío, el padre Caputo, le echó una mano. Fue ordenado diácono en marzo de 1627.

Para el examen al sacerdocio recibió ciertamente una ayuda de lo alto. El obispo encargado de tomar examen era muy estricto y fray José tenía miedo por no estar bien preparado. Los primeros examinados respondieron muy bien y el obispo pensó que todos estaban igualmente bien preparados. Al ser llamado con urgencia para atender algunos asuntos importantes, decidió sin más aprobar a todos los candidatos. Para nuestro José fue una bendición del cielo y, a lo largo de toda su vida, lo consideró como un milagro de su madre querida, la Virgen del santuario de la Grottella. Fue ordenado sacerdote el 28 de marzo de 1628 a los 25 años de edad. Y comenzó su ministerio sacerdotal en su mismo pueblo de Cupertino.

APOSTOLADO SACERDOTAL

El primer apostolado del padre José fue su ejemplo de vida santa. Como relata Giuseppe Capocio que lo conoció: Caminaba con una túnica vieja y nunca aceptaba dinero de nadie… Muchas veces yo he comido con él y no lo he visto comer otra cosa que habas y cosas así. Siempre lo vi beber agua y se consideraba un gran pecador, llamándose a sí mismo “fray asno”.

Dormía sobre una estera, con la cabeza apoyada en una piedra o tronco de madera. El piso y las paredes de su celda estaban teñidos de sangre por las disciplinas que se daba cada día. Llevaba una vida de mucha penitencia. Según un testigo, cuando comía, ponía a la menestra una hierba amarga en polvo. Normalmente, sólo comía hierbas crudas y frutos secos a los que añadía esos polvos amargos para hacer la comida menos agradable.

El abad Rosmi escribió: Él mismo me manifestó que durante 10 años no comió más que hierbas crudas y bebía sólo agua. Durante cuatro o cinco años comió dos veces a la semana y durante una Cuaresma sólo frutas y agua, a pesar de transportar grandes piedras para hacer una construcción. Dormía en tierra sobre la piel de un animal. También hacía los servicios más humildes del convento por la noche sin ser visto y cogía la basura con sus manos. A los enfermos también los atendía, haciéndoles servicios indispensables como tirarles los orines, limpiar su habitación, etc.

En cuanto a la obediencia, muchos autores lo consideran como un mártir de la obediencia por todo lo que debió sufrir de sus Superiores, que le mandaban celebrar misa delante de gente importante para verlo en éxtasis, lo que a él le disgustaba, porque quería permanecer ignorado de todos.

El padre Nuti, su Superior, certificó: Muchas veces me dijo a mí y a otros que por obediencia se hubiera echado en un horno ardiente y que por el mérito de la obediencia esperaba haber salido sano y salvo.

En cuanto a su pureza era muy estricto y no hablaba con mujeres, sino lo estrictamente indispensable. Tenía el don de detectar a las personas deshonestas por el hedor que sentía en sus personas. De hecho, salía de él un olor de santidad, un perfume sobrenatural, que era una manifestación sobrenatural de su pureza interior.

Como apostolado externo, el Superior lo envió a pedir limosnas para la Comunidad por los pueblos cercanos. Iba con su saco a cuestas, pidiendo por las casas, y Dios empezó a manifestar a través de él grandes maravillas, a veces sin darse cuenta. Un día llegó a una casa y pidió limosna. Mientras la señora entraba en casa a buscar algo, vio a una niña de unos tres años que estaba llorando en un rincón. Él, para consolarla, le mostró el crucifijo y la invitó a venir a besarlo. La niña se levantó y fue hacia él. En ese momento salió la madre y, asombrada, dejó caer lo que llevaba y empezó a gritar: ¡Milagro! ¡Milagro! Su hija era paralítica de nacimiento y caminaba ahora normalmente. Las vecinas se reunieron a su alrededor y, a la fuerza, le cortaron a fray José pedazos de su hábito, considerándolo un santo.

Tuvo que volver apenado al convento con el hábito roto. Por ello le pidió al Superior que no le enviara más a pedir limosna, porque se sentía mal de que lo consideraran como un santo, pero el Superior se lo exigió por obediencia y debió obedecer. De nuevo regresó con el hábito roto por las devotas que contaban hechos milagrosos tanto en hombres como en animales.

Pronto se hizo famoso. Según algunos autores, su primer vuelo público tuvo lugar durante una procesión el 4 de octubre de 1630. Lanzó un grito y cayó en éxtasis. Poco a poco, se fue elevando de la tierra sobre las cabezas de la gente hasta posarse en el púlpito de la iglesia, permaneciendo allí un largo rato.

Ya desde que era estudiante de teología había tenido muchos éxtasis ante la Comunidad. Por ello, sus Superiores le habían prohibido asistir a los actos comunitarios para no interrumpirlos, ya que, a pesar de las llamadas de atención, era algo que no podía superar.

Los Superiores procuraban no enviarlo fuera del convento para que no llamara la atención de las gentes, que lo consideraban ya un santo. Durante los años 1630 a 1636 podemos decir que, fuera de algunos hechos aislados, pasó una vida tranquila en su convento, sin asistir a los actos de Comunidad y ayudado en todo por el hermano religioso fray Ludovico (1605-1676).

El año 1636 fue un año especialmente movido. El Prior provincial Antonio de san Mauro, decidió que lo acompañara durante un año por todos los conventos de la Provincia para que fuera un ejemplo para todos los religiosos por su vida de santidad. Él aceptó obligado por la obediencia. Visitaron unos 60 conventos, pero a sus misas públicas asistía mucha gente y él se extasiaba y volaba dejando en todos una inmensa alegría espiritual, aparte de los muchos milagros que Dios hacía por su intercesión.

GRAVES ACUSACIONES

El año 1636, estando en Giovinazzo (Bari), celebró la misa en la catedral por orden del provincial. Durante la misa, cuando comenzaba a caer en éxtasis, el Superior, por obediencia, le hacía volver en sí. Todo esto le causó una gran tortura interior, que se manifestó exteriormente al comenzar a temblar y tener una especie de convulsiones que, a los ojos de algunos presentes, era una simple pantomima o función teatral para hacerse pasar por santo.

A los pocos días, el 26 de mayo de 1636 fue denunciado por el fiscal de la curia episcopal. El vicario episcopal, por falta de obispo, tomó cartas en el asunto y preguntó a diferentes personas que lo habían visto en la misa de la catedral y durante la misa que celebró en el convento de las religiosas clarisas.

Sobre la misa en las clarisas un testigo manifestó: Vi que estaba arrodillado en la tercera grada del altar y, de pronto, lanzó un grito al igual que en la catedral y con los brazos abiertos, sin tocar nada, saltó hasta la última grada donde quedó inmóvil mientras las religiosas cantaban las letanías; y no hubiera vuelto en sí, si el padre Superior no le hubiera ordenado por obediencia que regresara. Todos quedaron admirados.

Pero algunos sacerdotes y seglares consideraron estas cosas como un querer llamar la atención. El arcipreste Giovanni Perillo declaró: Si hubiera sido un santo, hubiera huido de darse publicidad y de llamar la atención. Algunos testigos declararon que parecía querer hacerse el Mesías y aparentar ser santo sin serlo. Y que la gente del pueblo bajo lo tenía por santo por ser ignorante y dejarse engañar.

El vicario general recogió los testimonios negativos y envió una denuncia formal ante el tribunal de la Inquisición de Nápoles. Lo que no se decía en la denuncia era que el padre José no quería celebrar la misa en público para ser admirado y tenido como santo, sino todo lo contrario; y que era obligado por su Superior provincial, que fue quien lo llevó durante todo el año de viaje, lo que iba contra la humildad del siervo de Dios y le hacía sufrir mucho.

El mismo padre José dirá a los jueces de la Inquisición el 8 de diciembre de 1638 que un día, estando en el convento de la Grottella, fue al comedor con una cuerda al cuello y, postrado en tierra ante el Superior que estaba a la mesa con otros hermanos, le pidió por caridad no mandarle celebrar la misa en público o que ordenara por obediencia que no le vinieran esos raptos. El padre Superior le respondió que lo pensaría y, después de algunos días, le respondió que tuviera paciencia, porque Dios lo quería mortificar con aquellos raptos.

Él le pedía a Dios que se los quitara y en 1637 le concedió esta gracia por un año. El dos de agosto de 1637, celebrando la misa y después de haberse elevado, oyó una voz que le dijo: Te es concedida esa gracia (de no tener raptos), pero prepárate para la cruz. La cruz que le venía era la de tener que acudir y ser juzgado ante el tribunal de la Inquisición. Ante el tribunal manifestó: Bendita sea la Virgen María por esta gracia, que considero la mayor que Dios me ha dado. Y manifestó que muchos días debía correr después de la misa para ir a encerrarse a su celda, pues sentía que le venían los raptos y no quería que lo vieran en público. Sin embargo, la gracia de no tener raptos o vuelos fue temporal.

ANTE LA INQUISICIÓN

Le comunicaron que debía presentarse ante el tribunal en Nápoles. El 21 de octubre de 1638 partió de Cupertino, donde había vivido como sacerdote hasta entonces, acompañado de su fiel hermano Ludovico y de su confesor el padre Diego Galasso. Los hermanos del convento de Nápoles no lo recibieron muy bien, sabiendo que era un inculpado y podía ser condenado.

El padre Roberto Nuti, su primer biógrafo, refiere que el primer día que debió presentarse ante el tribunal, se le presentó san Antonio de Padua y lo acompañó por las calles de Nápoles hasta el tribunal de la Inquisición donde estuvo en prisión preventiva. San Antonio de Padua le había dicho: “No tengas miedo que Dios te ayudará, al igual que la Madre de Dios y nuestro seráfico padre san Francisco”. La Virgen María lo acompañó en el triple interrogatorio. Tuvo un vuelo ante los jueces, que le convenció de su inocencia, mientras él repetía: “Oh bienaventurada Virgen María, Oh bienaventurada Virgen María”.

Según los documentos del Archivo Secreto Vaticano, el 27 de noviembre de 1638, delante de los jueces de la Inquisición en Nápoles, terminada la misa que ellos quisieron que celebrara en su presencia, dio el acostumbrado grito y se elevó de la tierra. Al principio lentamente y después rápidamente hasta colocarse encima del altar, de modo que las religiosas presentes gritaban: “¡Que se quema, que se quema!” (debido a las velas encendidas), pero él voló hasta el ábside de la capilla sin quemarse y después cayó velozmente a tierra, de rodillas, en el centro de la capilla y comenzó a brincar, cantando alabanzas a María.

Las Actas del proceso de Nápoles fueron enviadas al tribunal de Roma y él mismo debió presentarse en esa ciudad. Hubo tres sesiones para tratar su caso. La última fue presidida por el mismo Papa Urbano VIII y fue absuelto de toda culpa el 18 de febrero de 1639. Sólo pidieron a los Superiores que lo tuvieran retirado en un convento desconocido.

Según las Actas del proceso de canonización, durante su estancia en Roma, hizo muchos milagros y todos acudían a él, porque lo consideraban un santo. Incluso grandes eclesiásticos lo visitaron. El padre general quiso presentarlo personalmente al Papa Urbano VIII y, en el momento de besarle los pies, al considerar que el Papa era el Vicario de Cristo, se elevó por los aires y así estuvo hasta que el padre general lo llamó a volver en sí.

De Roma le enviaron los Superiores al convento de Asís, a donde llegó el 30 de abril de ese año 1639.

ESTANCIA EN ASÍS

Cuando llegó al convento, lo primero que hizo fue visitar a Jesús sacramentado en la iglesia. Al ver la imagen de la inmaculada Concepción y la Virgen de Cimabue que le hacía recordar a la querida imagen de la Virgen de la Grottella, dio un grito diciendo: “Madre mía, me has seguido”, y se elevó hasta la imagen para abrazarla.

Durante los primeros años de Asís fue considerado sólo como un huésped, no como miembro oficial de la Comunidad. Por ello su celda era una de las habitaciones de la hospedería, un lugar alejado de las celdas de la Comunidad. También se le prohibió asistir a los actos de Comunidad para que no distrajera a todos con sus éxtasis y raptos. Al poco tiempo fue nombrado Superior del convento de Asís el que había sido su provincial y lo había llevado un año de viaje por los conventos, el padre Antonio de San Mauro, quien por haber sido amonestado seriamente por el Santo Oficio, lo trató con mucha dureza, llegando hasta insultarlo. El padre general, al enterarse de ello, cambió al padre Antonio de convento y nombró al padre Rafael Palma, que trató al siervo de Dios con mucha consideración.

Una de las mayores alegrías del padre José era hablar con los novicios y darles los consejos y pláticas espirituales. Los llamaba mis ovejitas. En este tiempo tuvo serios problemas de salud. Parecía vivir de puro milagro, pues no comía casi nada debido a sus problemas de estómago y del hígado. Su vista se deterioró y debieron comprarle unos lentes para leer.

Un día los Superiores lo mandaron a Roma para entrevistarse con el príncipe polaco Casimiro Waza, hermano del rey Wladislao de Polonia, que deseaba entrar en la Compañía de Jesús, pero el padre José lo desanimó: No serás ni sacerdote ni jesuita. Así sucedió, ya que, al morir su hermano, fue nombrado rey y, antes de hacer sus votos, tuvo que dejarlo todo, de acuerdo al consejo del padre José, para ser rey de Polonia.

Eran los días de Cuaresma y sus hermanos de la Comunidad de Roma le pidieron quedarse hasta la Pascua, lo que hizo de buena gana. Pasada la Pascua de 1644, regresó a Asís, pero ya con residencia oficial.

La ciudad entera se sintió feliz de su regreso y el 10 de abril de ese año 1644 fue nombrado ciudadano e hijo adoptivo de Asís. El día 13 fue declarado miembro oficial de la Comunidad religiosa de Asís. Y sus mismos hermanos lo aceptaron en Comunidad con todos los derechos y con toda la deferencia que les merecía su reconocida santidad.

La única salida que hizo durante su estancia en Asís fue a Casia. Un día el Superior le ordenó que fuera a Casia a hacer un exorcismo a una endemoniada, a quien liberó diciendo las letanías de la Virgen y la oración Si quaeris de san Antonio de Padua.

Después de 14 años de vivir en Asís, la opinión de santidad crecía cada vez más entre la gente que venía a verle celebrar su misa y a encomendarse a sus oraciones. A uno de sus éxtasis asistió el que sería Papa Inocencio XI. Eran tantos los éxtasis y vuelos que, en mayo de 1651, el padre general, Michelangelo Catalano, ordenó que nadie hablase con él sin permiso especial. Él, por su parte, estaba feliz y componía canciones espirituales.

En los dos últimos años que pasó en Asís estaba prácticamente recluido en su celda, pero los Superiores aceptaban que pudieran visitarlo personas importantes, civiles o eclesiásticas. Algunos religiosos repartían pedazos del cordón de su hábito, rosarios o pedazos de tela de sus ropas, como aquella tela de su hábito que el padre Roberto Nuti había regalado a sor Francesca María Apollonia, hija espiritual del siervo de Dios, con certificado de auténtica y sello de la provincia, como si se tratara ya de un santo canonizado. Por estos excesos lo volvieron a acusar de simulación de santidad.

NUEVAS ACUSACIONES

El gobernador de Asís lo denunció y envió una carta al inquisidor de Perugia, quien la envió a Roma. Después de leer las acusaciones del gobernador, el Papa mismo decidió que fuera trasladado de Asís a otro convento, concretamente al convento de capuchinos de Pietrarubbia para que estuviera oculto y desconocido, sin poder hablar con nadie de cualquier condición o sexo, ni poder escribir ni recibir cartas. Sólo podía hablar con los religiosos del convento. Y notemos que era un convento de capuchinos, no de su Orden de franciscanos conventuales. Alejarlo de su Orden ya era un gran castigo. Además sólo podía salir de su celda para celebrar misa o escucharla. Todo ello se debía al deseo de que no llamara la atención y viviera desconocido de todos.

El 22 de julio de 1653 se presentó en Asís el inquisidor de Perugia, el dominico fray Vicente María Peregrino, escoltado por algunos guardianes para llevárselo en secreto a Pietrarubbia.

Cuando el inquisidor le leyó la carta de traslado a otro convento desconocido, el padre José se postró ante él y le besó los pies en señal de obediencia. Dice el padre Roberto Nuti, que era su Superior en Asís: Al verlo temblar, pensando que iba a prisión, le dije: “Es necesario abrazar la cruz y practicar la obediencia”. Y él respondió: ¡Santa obediencia! y, sin decir más, avanzó corriendo hacia el carruaje sin haber siquiera recogido sus lentes ni su manto ni su breviario. Sin embargo, yo vi que había recuperado la serenidad y parecía alegre con una sonrisa en los labios.

ENVIADO A PIETRARUBBIA

En su viaje a Pietrarubbia se detuvieron en Città di Castello, en un convento de padres dominicos. Los trataron bien. El padre Libelli, que sería arzobispo de Avignon y que estaba en ese convento, fue a visitar a nuestro santo a su celda. Dice: Hablando de cosas espirituales, cayó en éxtasis con los brazos en cruz. Yo caí de rodillas. Intenté mover uno de sus brazos, pero parecía haber perdido sus facultades naturales. Después de un cuarto de hora, volvió en sí y me dijo: “Discúlpeme, padre, estaba dormido”. Él se sentó y me pidió que no le hiciera más preguntas espirituales.

Desde Città di Castello iban por senderos escarpados y el conductor del coche tenía miedo de no poder pasar, pero el santo le dijo: Ánimo, deja a las mulas ir por donde quieran, pues las guiará un ángel del cielo. De esta manera, el conductor pudo franquear los precipicios e ir por caminos impracticables como si fueran caminos llanos. Y el siervo de Dios se reía y decía: “¡Las buenas mulas!”. Y después agradecía a Dios.

Apenas llegados a Pietrarubbia encontraron a todos los religiosos reunidos en la puerta y él se dirigió, sin conocerlo, al padre Prior, se postró a sus pies y le pidió la bendición.

Estando en Pietrarubbia, como su misa duraba dos horas, el padre guardián le llamó la atención porque no habría cera para todos los días. Entonces él le aseguró que no habría problema, porque el viejo (así llamaba a san Félix de Cantalicio), en cuyo altar celebraba la misa, los ayudaría. Y así ocurrió, pues alguien llevó tanta cera como para no preocuparse más del tema.

En ese mismo convento de Pietrarubbia a veces mientras se paseaba por el jardín se elevaba por el aire en éxtasis, viendo las plantas que le recordaban la belleza de Dios o ante al oír el trino de los pájaros que le recordaban los cantos de los ángeles.

En Pietrarubbia, a pesar de no poder hablar con nadie de fuera, podía celebrar la misa en la iglesia. Mucha gente asistía a ella y de nuevo sucedían los acostumbrados vuelos. Un día, una señora de nombre Justina, que estaba inmovilizada desde hacía 28 meses y que era llevada a la iglesia en una silla, fue curada mientras asistía a su misa. Era el 19 de agosto de 1653.

Otros casos de curaciones se repitieron por medio de él o de objetos que le pertenecían, lo que, además de sus éxtasis en la misa, hicieron que la iglesia estuviera todos los días abarrotada de gente. Esto no cayó bien a algunas autoridades religiosas y enviaron un informe al Santo Oficio, quien envió un decreto, prohibiéndole celebrar misa en público. Sólo podía celebrar misa en una capilla privada sin presencia del pueblo, o en la iglesia muy de mañana, sin público y con las puertas cerradas.

Pero, como su fama de santidad se extendía por todas partes y mucha gente venía a verlo y reclamaba a veces de mala manera, el Santo Oficio decidió en setiembre cortar las cosas por lo sano y trasladarlo en secreto a otro convento donde nadie supiera de su existencia. El lugar era Fossombrone.

ENVIADO A FOSSOMBRONE

Durante el viaje de dos días de Pietrarubbia a Fossombrone Dios hizo al menos cuatro milagros, lo que no fue nada en comparación con tantos milagros que Dios hizo por su intercesión durante los tres años que permaneció en Fossombrone. A pesar de que todo se hizo con la máxima reserva, la gente del lugar se enteró de la llegada del padre José y muchos llegaban al convento a pedirle oraciones por sus necesidades. Todos dejaban limosnas para el convento, aunque no lo vieran ni pudieran hablar con él, porque tenía prohibido celebrar la misa en público.

El día del Corpus Christi, se quejaba ante Dios de que todo el mundo acompañaba a Jesús en procesión por las calles mientras él estaba en su celda sin poder salir. En ese momento, cayó en éxtasis y vio la procesión que iba por las calles de Fossombrone.

Cuando se celebró el Capítulo provincial de los capuchinos en Fossombrone, pidieron al Santo Oficio permiso para que el padre José pudiera ir a otro convento cercano durante esos días, lo que fue concedido. Lo vistieron de capuchino para despistar y, a lomo de mula, lo llevaron, mientras él decía: ¡Obediencia, obediencia! Durante estos días se le apareció el mismo san Félix de Cantalicio.

De regreso al convento de Fossombrone, un día se enfermó un niño, hijo de dos bienhechores del monasterio. El padre José abrazó al niño y le dio una imagen del beato Félix de Cantalicio para que lo protegiera. Y le puso al cuello un rosario que los familiares conservaron por ser milagroso. El niño se curó.

Mientras el padre José estuvo en Fossombrone fue elegido Papa en abril de 1655 Alejandro VII, que lo conocía. Aprovechando su buena disposición, el definitorio general de la Orden de franciscanos conventuales le pidió al Papa que enviara al padre José a un convento de su Orden y dejara el convento de capuchinos en que se encontraba. El Papa accedió y, por decreto del 12 de junio de 1656, concedió que fuera destinado a un convento de su Orden. El 22 de juliode ese año fue destinado al convento de conventuales de Ósimo, pero, por motivos de la peste bubónica que asolaba Italia, tuvo que retrasarse el viaje hasta el 9 de julio de 1657, en que llegó a Ósimo. Allí pasará los últimos años de su vida.

ENVIADO A ÓSIMO

Durante el viaje de Fossombrone a Ósimo una pobre señora se le presentó llorando y le dijo: He perdido todos los recursos de mi familia, ya que mis melones han sido destruidos por los insectos. Él extendió su mano sobre su terreno y dijo: “Que el poder del Padre, la sabiduría del Hijo y la virtud del Espíritu Santo te bendiga y te defienda. Amén”. Tal fue la eficacia de esta bendición que ese año la recolección de melones fue mayor que nunca antes.

En el camino, estando en una casa de campo antes de llegar a la ciudad de Ósimo, tuvo un éxtasis extraordinario a la vista de la cúpula del santuario de Loreto (distante 9 kilómetros de Ósimo), y decía: Oh ¿qué veo? ¡Cuántos ángeles van y vienen del cielo! ¿No los ven? Mirad, mirad. Allí mismo todos recitaron las letanías lauretanas (nombre que tiene su origen en Loreto, donde se formaron las primeras advocaciones marianas de las letanías).

En ese convento se le asignarán tres ambientes en la parte más alejada y oculta del convento. En el primero tenía una mesa para comer, una chimenea para el invierno y una cama para el asistente; en el segundo ambiente tenía un pequeño oratorio con un altar para celebrar la misa; y en el tercero una cama con una piel de oso como colchón, una almohada y una cubierta.

Fray José se sentía feliz de estar solo para dedicarse enteramente a Dios y a la oración y poder celebrar la misa a su gusto y sin la presión de las masas populares. El obispo de Ósimo, Monseñor Bichi, lo visitó el 26 de julio de 1657 y, estando hablando con él, dio un grito y cayó en éxtasis con los ojos abiertos hacia el cielo, los brazos en cruz y la boca medio abierta durante un cuarto de hora… Al volver en sí, le pidió perdón y dijo que había considerado la grandeza de Dios y su bajeza.

Con ocasión de una enfermedad del siervo de Dios, se permitió entrar a un médico con mucha reserva, guardando el secreto, porque nadie debía saber en el exterior que en ese convento estaba el padre José.

A los dos años de estar en Ósimo, se enfermó un empleado del convento y parecía que ya no había remedio; se le pidió oraciones y con un bonete suyo se curó milagrosamente, como lo reconoció el médico.

Estando en Ósimo, casi todas las tardes venían los hermanos a escuchar sus enseñanzas, a cantar con él los himnos que él componía y a pedirle consejos. De este tiempo declarará el padre Luca Macctelli: Puedo decir de haberlo visto con mis propios ojos tener éxtasis en sus habitaciones muchísimas veces.

En las Actas del proceso de canonización se manifiesta que tenía mucha devoción al niño Jesús, que se le apareció en Ósimo muchas veces. El padre José tomaba su imagen en los brazos y lo acariciaba con cariño. En Navidad construía un nacimiento en su celda e invitaba a los religiosos y novicios a cantar con él canciones religiosas y él caía en éxtasis todo emocionado. Al regresar del éxtasis, se sentía aturdido y se excusaba de su aturdimiento. Un día el padre maestro le trajo una imagen de cera del niño Jesús y él la tomó con tanto cariño y la apretó tanto contra su corazón que una imagen de madera no habría resistido tanta presión. El padre maestro le gritó, diciendo que la iba a romper, porque la imagen era de cera. Él le respondió: Hombre de poca fe, canta, canta conmigo. Después cayó en éxtasis y empezó a correr por su celda con el niño Jesús.

El padre Roberto Nuti fue a visitarlo en diciembre de 1662. Nos dice: Me confió, como desfogándose, que estaba contentísimo en el convento de Ósimo, especialmente por la soledad; pero que, a veces, le parecía que iba a morir de no poder contener los incendios de amor que le quemaban por dentro.

MUERTE

El 15 de agosto de 1663 celebró su última misa con mucha fatiga, pues estaba muy enfermo. El 8 de setiembre, fiesta de la Natividad de María, pidió que le dieran la unción de los enfermos. Al final de la celebración, exclamó: ¡Oh, el paraíso, el paraíso! Parece que tuvo alguna visión celestial. El 12 de setiembre le llevaron la comunión y cayó en éxtasis, diciendo: ¡Qué alegría, qué alegría! Uno de esos días recibió la bendición del Papa Alejandro VII y, para recibirla bien, quiso levantarse y recibirla de rodillas con la cabeza inclinada en señal de respeto, mientras rezaban las letanías de la Virgen. El día 17 recibió por última vez la comunión.

Ese mismo día Monseñor Onofri, vicario episcopal de la diócesis, escribía a la Secretaría de Estado del Vaticano que estaba muy enfermo, que no podía formar bien las palabras y que se sostenía con vida gracias a la comunión que había recibido esa misma mañana, manifestando que estaba absorto en las cosas de Dios.

Al día siguiente hacia medianoche, después de sonreír dos veces, entregó su alma al Creador. Era el 18 de setiembre de 1663. Tenía 60 años.

Los funerales tuvieron lugar el día 20. Su cuerpo fue colocado en un ataúd y sepultado en la capilla de la Inmaculada Concepción entre el altar mayor y la sacristía el día 21 sin ninguna demostración especial. Al año siguiente, el 26 de julio de 1664 fue nombrado ciudadano honorario de Ósimo. Cuando se reestructuró la iglesia en 1963, al celebrar el III centenario de su muerte, fue colocado en la cripta donde se encuentra actualmente, debajo del altar mayor. Actualmente, esa iglesia es el santuario de san José de Cupertino en Ósimo.

SEGUNDA PARTE

DONES Y ANÉCDOTAS

DONES SOBRENATURALES

a) BILOCACIÓN

Es el don de estar en dos lugares al mismo tiempo, aunque, según algunos teólogos, esto no es posible y en uno de los dos lugares está sólo en apariencia o un ángel hace sus veces. Lo cierto es que lo vieron en dos lugares a la vez en más de una ocasión.

Ottavio Piccio, un anciano enfermo, le pidió un día al padre José que encomendara su alma en el momento de su muerte. Le respondió: Aunque esté en Roma, vendré a hacerte la recomendación del alma. En efecto, el santo estaba en Roma y llegó a Cupertino en bilocación a asistir a su agonía como lo atestiguó Teresa Fatali, hermana de la Tercera Orden y otras personas que estuvieron en la casa.

Según el abad Rosmi: Me dijo que su madre, cuando estaba cerca de morir, lo llamaba diciendo: “Fray José” y a cada religioso de su Orden que iba a visitarle le decía fray José. Un día, según cuenta un sobrino suyo también religioso, declaró que vieron por tres veces un resplandor entrar por la ventana de la habitación donde estaba su madre enferma y, a la tercera vez, expiró. Fray José había venido a ayudar a su madre en los últimos momentos.

b) CONOCIMIENTO SOBRENATURAL

Es el conocimiento de cosas que no pueden saberse por medios puramente naturales.

En 1643 se desató un conflicto entre el Papa Urbano VIII y la República de Florencia. Los florentinos se acercaron a Asís en plan de atacarla. Toda la población se asustó. El obispo y el gobernador fueron a la celda de fray José a presentarle sus angustias. Él les dijo: Hombres de poca fe, confíen en Dios. San Francisco no permitirá que hagan daño a esta ciudad. Ese mismo día los florentinos se retiraron y el peligro desapareció.

Al padre Roberto Nuti, su Superior, le anunció la muerte del Papa Urbano VIII el 29 de julio de 1644. Parece que estuvo en espíritu en el cónclave para el nuevo Papa, pues confió a alguien el nombre del nuevo Papa, cardenal Giovanni Battista Pamphili, que tomó el nombre de Inocencio X.

En la vigilia de la Epifanía de 1655, estando en Fossombrone durante la misa, sintió algo extraordinario y le dijo al provincial: Ha muerto el Papa. Al momento del “Memento” de los muertos, Dios me ha hecho la gracia de ver al Papa mientras expiraba y yo lo he encomendado, aplicando la misa por el difunto.

Nicolás Albergati, que llegaría a ser cardenal con el nombre de Ludovisi, manifestó: La primera vez que vi al padre José fue en Roma… Yo quería conocerlo. Una mañana fui a su convento y subí las escaleras y me encontré frente a frente con un religioso que, sin haberlo visto nunca antes, me saludó: ¿Cómo un cardenal viene a visitar a un pobre fraile? Yo le dije que no era cardenal.

El abad Rosmi manifestó: El padre Michelangelo Catalano, general de la Orden, me contó que un día al pasar un río el mulo cayó al agua y él quedó en grave peligro de ahogarse. Consideraba que su salvación había sido un milagro del padre José porque, al llegar a Asís y contarle el suceso al siervo de Dios, él le había preguntado: ¿Tenía usted las bendiciones de san Francisco? Se refería a las bendiciones que el mismo siervo de Dios escribía y repartía. Le contestó que sí. Y añadió: “Usted cayó a las diez mientras yo celebraba la misa”. Y, haciendo el cálculo, se dio cuenta de que era la misma hora.

Yo mismo le pregunté al padre José sobre esto y me respondió: “Mientras celebraba la misa me vino a la mente el padre general y, rogando por él, me vino un gran llanto, creyendo que era por el peligro en que había estado de ahogarse”.

Tenía el don de penetrar los pensamientos y los corazones de las personas. Cesare Lezzi Morelli declaró en el Proceso: Nosotros éramos jovencitos y no nos atrevíamos a presentarnos ante él, si estábamos en pecado. Primero íbamos a confesarnos.

Don Rosmi manifestó: Tenía la gracia de ver el interior de los que iban a visitarlo. Un día fue a verlo cierto monje y me dijo que era un buen monje y que por el aspecto se conocían los buenos y me dijo: “También he conocido su interior”.

En una oportunidad se presentó un fraile que llevaba hábito de ermitaño y, según los demás, hacía mucho bien, pero hablando con él a solas, le hizo entender que estaba en pecado y en peligro (de condenación), lo que no pudo negar. Le exhortó a regresar a su Orden primera y así lo hizo.

Otro día me contó que, mientras daba la comunión, conoció que una señora estaba en pecado y la dejó para el último. Le dijo: “Ya no hay más hostias”. Y así no le dio la comunión.

También me manifestó que, a veces, algunas personas le parecían tan deformes que no podía mirarlas. Entre ellas a un ermitaño y a una mujer tenida por santa, pero todo era falso.

c) PERFUME SOBRENATURAL

Uno de los dones en que destacó el siervo de Dios fue en el del perfume sobrenatural de olor de santidad, tanto en vida como después de su muerte. Este perfume se impregnaba en su ropa y en sus cosas y en los lugares por donde pasaba.

Si entraba en un lugar cualquiera, el perfume sobrenatural duraba hasta 20 días. Algunos hábitos conservaron la fragancia durante 20 años.

Bastaba besarle simplemente la mano para sentir ese olor de santidad. Él no sabía cómo disimular que no era suyo. Por eso, consiguió tabaco perfumado para decir que él era el causante del olor.

El padre Michelangelo Panaca declaró en el Proceso que la gente cogía pedacitos de la pared exterior de su celda como reliquias, porque de su celda emanaba un perfume extraordinario. Según declaró el testigo Graziano Benini en el Proceso, la celda que tuvo el santo en Asís, conservó el perfume hasta trece años después de su muerte.

El padre Francisco María, franciscano conventual, declaró: La persona y los vestidos del padre José de Cupertino exhalaban un olor muy suave que no sabría comparar a ningún olor conocido natural o artificial, excepto al que sale del sepulcro de san Antonio de Padua… Su olor se extendía a su celda y a sus muebles y se expandía por todas partes. El siervo de Dios dejaba su huella por donde pasaba. Yo he sentido este olor durante toda mi estancia en el convento de Asís y he oído decir que este mismo olor fue hasta su muerte la señal de su pureza angelical.

El padre Pietro Francesco manifestó: Ese olor del padre José me recordaba el que sale del breviario de santa Clara de Asís, conservado en un relicario de la iglesia de san Damián. Lo sé por experiencia. Después de haber estado con el padre José me comunicaba su olor que me duraba 15 días, a pesar de lavarme las manos todos los días. Y esto, sin haberlo tocado, solamente me había sentado junto a él en su celda en una silla.

El abad Arcangelo Rosmi dice: Seis pasos antes de llegar a su celda cerrada, sentí un olor fragantísimo del paraíso. Sus manos eran también olorosas y yo me alegraba inmensamente.

Me decía que, saliendo de su celda para ir a celebrar misa, sentía un olor fragantísimo y cuanto más caminaba no sabía si el olor salía de su celda o de la capilla adonde iba. Cuando estaba cerca de la capilla, creía que provenía de la capilla y, cuando se acercaba a su celda, creía que venía de su celda. Y esto le había sucedido muchas veces como me ha contado. Yo creo que dicho olor lo llevaba él consigo, como yo y otros en más de cien ocasiones lo hemos sentido; y ese olor no es de cosas de la tierra, sino de cosas sobrenaturales.

d) MILAGROS

En los artículos del Proceso de canonización se dice que tenía tanta fe en Dios que en algunas oportunidades multiplicó el vino, la miel y el pan.

Dios le concedió el don de hacer milagros. Algunos sanaban, poniéndose el cordón del siervo de Dios. Otros se curaban, rezando la bendición de san Francisco, que había sido escrita personalmente por él. A veces, la sanación sucedía cuando él les hacía la señal de la cruz o ungía su parte enferma con aceite de la Virgen o de algún santo o colocándoles su crucifijo. Mucha gente hacía lo posible por conseguir alguna reliquia suya. Algunos sacaban pedacitos del muro exterior de su celda o cortaban pedazos de su hábito.

El abad Rosmi escribe: Él mismo me contó que en una ocasión estaba enferma su madre con la mejilla hinchada y con peligro de muerte. Fue a visitarla y ella le rogó que, no como hijo, sino como sacerdote, le hiciera la señal de la cruz sobre su mal y así se sanó.

También me contó que había un jovencito llamado Giacomo de Rifino que lo esperó en la iglesia junto a la pila de agua bendita. Tenía la mejilla con una venda, porque la tenía hinchada. Al pasar, lo tocó con un poco de agua bendita de la pila y le hizo la señal de la cruz. Al día siguiente regresó el joven sin venda y curado.

Laura Falconieri declaró que había una señora que no podía dar a luz y ella, que era comadrona, no podía hacer nada. Entonces el esposo se acordó que tenía una carta del padre José y se la colocó a su esposa. A la hora, más o menos, dio a luz un hijo que parecía muerto, pero que después vivió sano y ahora está vivo.

Nuestro santo tenía un carisma especial para los enfermos, por quienes sentía un cariño muy especial. Los iba a visitar a sus casas como hace un médico y así curaba a muchos, como a Lucrezia Bove que tenía una fiebre muy alta.

Él sanaba toda clase de enfermedades, pero parecía tener un carisma especial cuando se trataba de asuntos demoníacos como brujerías o maleficios. Podía descubrir los lugares donde se realizaban y las personas que los hacían o eran víctimas de ellos.

Un día sintió un olor fétido mientras hablaba con el padre Superior, pero supo que no procedía del Superior. Le pidió permiso para ir al pueblo (Cupertino) y se dirigió de frente a una casa, subió las escaleras y encontró un grupo de brujos, hombres y mujeres, que con ungüentos y aceites estaban haciendo brujería. Él, lleno de santa furia, rompió todos los envases y les recriminó sus malas acciones. En distintas ocasiones consiguió curar enfermedades producidas por la brujería.

Giuseppe Turi declaró en el Proceso que fray José le había advertido de no dejarse tocar su ojo enfermo por ninguna mujer, pero él se dejó convencer por su madre y se hizo curar por una bruja. Se quedó casi ciego, después de dejarse tocar. Entonces, arrepentido, se volvió al padre José para que lo perdonara y él tocándole los ojos, le devolvió la vista.

Giuseppe Gravilli certificó que su hija no podía comer ni beber y se iba acabando de día en día, estando ya para morir. El padre José diagnosticó la causa del mal, diciendo a la madre: “Tú no eres digna de ser perdonada por tantas supersticiones que has hecho”. La madre admitió que había usado magia, tratando de sanar a su hija.

Después de su muerte continuaron los milagros con sus reliquias o imágenes. En 1735 la religiosa Teresa Margarita de San José, carmelita de Lecce, había estado sufriendo durante ocho años de apoplejía, dolores de cabeza, fiebres altas, convulsiones y hasta le hicieron una trepanación en el cráneo sin éxito alguno; fue curada al aplicarle una imagen del venerable padre (Archivo Secreto Vaticano Nº 2045, fol 22).

JESÚS EUCARISTÍA

La Eucaristía era alimento para su cuerpo y para su alma. Él comía tan poco que humanamente era imposible que pudiera vivir así, pero la comunión diaria le dada fuerzas. Según certifica Domenico Bernino: Algunas veces estaba pálido y extenuado antes de la misa y, al terminarla, se sentía ágil y lleno de vigor.

Distinguía claramente dónde estaba Jesús Eucaristía. Un día, obedeciendo a su Superior, fue a visitar y curar a una posesa. Encontró en el camino una iglesia rural casi abandonada, donde la lámpara del sagrario estaba apagada. Pero sintió que allí estaba Jesús. En ese momento cayó en éxtasis y se elevó, yendo a abrazar el sagrario, donde sí estaba Jesús.

Según refiere el abad Rosmi: Una vez, estando en Cupertino, mientras hacían la oración de las 40 horas, él vio en la hostia santa a Jesucristo como un sol en forma de niño.

Otra vez, al dar la comunión a una jovencita, ella, con su aliento, la expulsó y la hostia quedó moviéndose en el aire. Él ponía la patena para que no cayese al suelo; pero, después de un cierto espacio de tiempo, la misma hostia se fue directamente a la boca de la joven, que era muy buena. Este hecho lo vieron muchas personas.

La celebración de la misa y las largas horas de adoración ante el Santísimo eran el punto central de su vida. Jesús Eucaristía era su amigo y en él encontraba la fortaleza y la serenidad que necesitaba para soportar las dificultades y tentaciones de cada día. Era un hombre cordial y afable con todos y componía muchas canciones espirituales para fomentar la devoción a Jesús Eucaristía y a María nuestra Madre.

LA VIRGEN MARÍA

Su amor a María fue extraordinario desde niño, cuando fue curado en el santuario de la Virgen de las Gracias de Galatone. Especialmente amaba a la Virgen del santuario de la Grottella y muchas veces se quedaba en éxtasis al contemplar su imagen o simplemente al oír hablar de ella.

Según cuenta el abad Rosmi: Me manifestó que, cuando encontraba una imagen de la Virgen, la saludaba. Me enseñó a saludarla, diciendo: “Refugio de los pecadores, madre de Dios, acuérdate de mí”. Me aseguró que a la Virgen le agradaba mucho que la llamáramos madre de Dios.

Me contó fray Ginepro que un día fueron los novicios a la celda del siervo de Dios y él les hizo cantar algunas canciones espirituales compuestas por él en honor de la Virgen María y, después de cantarlas cuatro o cinco veces, se quedó en éxtasis y quedó de rodillas. Estaba cerca de él fray Francesco Antonio, hijo del tesorero de la provincia de Abruzzo, y observó que sus rodillas no tocaban tierra, pasando las manos por debajo; y lo mismo constató el maestro de novicios. Así estuvo un cuarto de hora hasta que sintieron un golpe, cuando tocó tierra con las rodillas.

El día de la fiesta de la Natividad de la Virgen María, 8 de setiembre, celebró la misa por obediencia en la capilla del noviciado. A ella estuvieron presentes el maestro con los novicio; como tardaba mucho, salieron para las funciones de la iglesia, quedando solo el novicio Francesco Antonio. Al “Memento” (Acordaos) de los vivos cayó en éxtasis hacia atrás, quedando de rodillas con los brazos abiertos y los ojos fijos en el cielo por buen espacio de tiempo. Después de la consagración de la hostia, casi no podía levantarla en la elevación debido a la emoción, cantando en voz baja y tocando tierra como la punta de los pies. A la comunión, de nuevo entró en éxtasis como al principio y casi no podía decir “Domine, non sum dignus” (Señor, no soy digno). Comulgó y quedó nuevamente en éxtasis con las manos en el pecho y, por fin, besó el suelo y terminó la misa, que ese día duro tres horas.

El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, después del ofertorio, tuvo un rapto hacia atrás, quedando en pie con los brazos abiertos en el aire y los ojos fijos en la imagen de la Virgen durante media hora. Después quedó de rodillas con las manos juntas sobre el pecho, se levantó y comenzó a bailar cantando alegremente. Después de un rato continuó la misa y, cuando quiso decir la oración de la comunión, lanzó un grito y tuvo otro vuelo hacia atrás; y comenzó de nuevo a bailar en el aire con los ojos fijos en la imagen de María, cantando. Ese día la misa también duró tres horas.

Un vuelo espectacular fue el ocurrido el 30 de 1639 en la basílica de Asís, donde voló hasta tocar el fresco de la Virgen de Cimabue, que tenía mucha semejanza con su querida Virgen de la Grottella y que estaba a unos 8 metros de altura. La alcanzó después de un vuelo de unos 30 metros desde donde estaba. Era tanto su amor a la Virgen María que sólo con oír su nombre suspiraba y se elevaba en éxtasis.

EL ÁNGEL CUSTODIO

El padre José tenía mucha devoción a su ángel y nunca entraba en su celda sin saludarlo e invitarlo a pasar primero.

Una mañana en Pietrarubbia el ángel de Dios le dijo que celebrara la misa un poco más rápido (la celebraba en dos o tres horas), pues el servidor debía ir a pedir limosna para la Comunidad. Él obedeció y, al quitarse los ornamentos, le dijo al servidor de la misa: ¿Así que vas a pedir? El ángel me lo ha dicho. Este servidor, muerto en olor de santidad, declaró que algunas veces le decía el siervo de Dios: “Esta mañana he visto en la misa al Cordero de Dios”, lo que significaba que había visto a Nuestro Señor en el sacramento del altar.

En una oportunidad, estando de viaje, llegaron a un lugar donde había dos caminos. Uno en llano y otro que subía hacia la montaña; y preguntándole el Superior por dónde vamos, le respondió: “Camina, camina, que el ángel custodio nos guiará”. Y habiendo caminado diez pasos, oyó una voz muy suave que dijo: “Subid, subid”. No habiendo nadie por allí, el padre José dijo: “Vayamos hacia arriba, ¿no has oído al ángel custodio?”

El mismo santo refiere: La única túnica que tenía estaba inservible. No sabía qué hacer para obtener otra. Quizás Dios lo permitió para purificarme o quizás el religioso encargado no se preocupó, pero estaba apenado por esta situación que se prolongó largo tiempo. Yo me quejaba ante Dios. Esta lucha entre la bondad divina y sentirme culpable duró unos dos años. Al final de estos dos años, caí en una tristeza que me parecía que me iba a morir. Un día me retiré inconsolable a mi celda, cerré la puerta y la ventana, y me eché en mi camastro. Me quejé ante Dios, diciéndole muchas veces: “Señor ¿por qué me has abandonado?” Y lloré largo tiempo. Al ruido de mis sollozos, un religioso tocó mi puerta y, como la llave estaba en la cerradura, entró, se acercó y me dijo:

- Fray José, ¿qué tienes? Estoy aquí para servirte.

No lo conocía y le dije que me dejara solo, pero me respondió:

- No, quiero que ceses de llorar. Alégrate. He pensado que necesitas una túnica y te he traído una.

La dejó sobre mi cama y se fue. Yo, sorprendido, me levanté, me quité la túnica vieja e inservible y me puse la nueva. Me sentí alegre, se disiparon las ideas negativas que me envolvían y me arrepentí de haber desconfiado de Dios y de mi falta de fe. Me pregunté quién era ese religioso que me entregó la túnica. Nunca lo he sabido. Si no fue un ángel del cielo, fue alguien que hizo el oficio de ángel consolador.

El día después de la fiesta de san Francisco y en presencia del cardenal Pallotta y del padre general Berardicelli, mientras celebraba la misa en la capilla del Velo de la Virgen, en el “Memento” de los vivos sintió el sonido de un violín y quedó en éxtasis. Duraba tanto que fue necesario llamar a su confesor, el padre Caravaggio, para que lo hiciera volver en virtud de la obediencia. Ese violín debe creerse que fue cosa celestial, pues en esa parte de la iglesia o de la sacristía no había nadie. ¿Sería un ángel?

Sor Caterina de Catú declaró que cuando nuestro santo llegó a Asís, lo vio precedido de dos ángeles. Durante su viaje de Città del Castello a Pietrarubbia,cuando el conductor no sabía por donde ir, él le dijo: “Deja a las mulas ir por donde quieran, pues las guiará un ángel del cielo”. Y así fue.

LOS SANTOS

San José de Cupertino vivió plenamente el dogma de la comunión de los santos o común unión con los santos. Todos los santos eran sus amigos, pero algunos lo eran de modo especial, empezando por su padre san Francisco.

Según le contó él mismo al abad Rosmi: Muy frecuentemente, cuando besaba las gradas del altar de san Francisco en Asís, sentía un fuerte y agradable olor. Un detalle significativo de su amor a san Francisco era que él mismo hacía copias escritas de la bendición de san Francisco en latín y las repartía a sus amigos, que con ellas obtenían muchas bendiciones de Dios.

Ya hemos hablado anteriormente que cuando iba por las calles de Nápoles a presentarse ante el tribunal de la Inquisición se le apareció san Antonio de Padua que lo animó a confiar en Dios. En otra oportunidad, al llegar a Monopoli, los padres del convento le hicieron ver una imagen de san Antonio de Padua que acababan de colocar en la capilla del santo.

Llegado al pie del altar, dio un grito y echó a volar unos tres metros hasta la imagen del santo y de allí regresó de nuevo a su lugar, volviendo en sí. Pero, habiendo visto el altar de la Inmaculada Concepción, se elevó otra vez hasta ella y después volvió a su lugar.

El abad Rosmi refiere: Él mismo me contó que, al principio de estar en Asís, una noche, estando en el coro en oración, tuvo varias visiones especialmente sobre el nacimiento de Jesús y vio una persona que pensó era san Buenaventura, el cual le contó todo por extenso. Él preguntaba y el santo le respondía. El mismo padre José relata este hecho: Un día vi un bello cuadro de santa Cecilia con un ángel que tocaba el órgano y otro dirigiendo con la batuta en la mano. Me senté, haciendo que tocaba el órgano con las manos sobre la mesita y, de hecho, me parece que sonaba y yo cantaba alegremente por un buen espacio de tiempo, y después dudaba de si alguien me había sentido.

Otro santo al que tenía mucha devoción era san Felipe Neri. Un día le regalaron un cuadro de este santo. Cuando él vio de lejos al que lo traía, salió a su encuentro y dijo: Tú tienes el verdadero retrato de san Felipe Neri, y se emocionó. Según las Actas del proceso de canonización, san Felipe Neri se le apareció muchas veces y por este motivo lo nombró su principal patrón.

También era muy amigo de san Félix de Cantalicio, a quien llamaba el viejo, que se le apareció varias veces estando en Fossombrone. Incluso él curó al niño de dos bienhechores de ese convento con una imagen de este santo.

EL DIABLO

Al igual que en la vida de todos los santos, el diablo no lo dejaba tranquilo y trataba de hacerlo desesperar para que no hiciera tanto bien y no llevara tantas almas al cielo.

El hermano Ludovico declaró en el Proceso de Nardo: El padre José era atormentado por los demonios que lo arrastraban por el convento y hasta le colocaban encima piedras y mesas. Esto me lo contaron los padres de la Grottella y me preguntaron si yo podía acompañarlo de noche, pues ellos tenían miedo. Yo acepté y en la noche sentí un gran rumor de viento de puertas y ventanas y se apagaron todas las luces del dormitorio. Yo me levanté y, en la oscuridad, agarré a fray José y así aquella noche no lo fastidiaron.

Su amigo y confidente el abad Rosmi escribió: A principios de diciembre de 1645, mientras estaba una mañana reposando, vio una luz y al demonio en figura de un perro grande y negro que lo agarró por delante y no lo dejaba respirar hasta que desapareció84. Otro día me contó que el demonio le dio un grito en el oído mientras dormía y se despertó con gran temor, lanzando él mismo un grito que creyó se había oído en todo el convento. Algunas noches sentía golpear la puerta de su celda y me dijo: “Creo que eran los demonios que había expulsado de la señora Fenfranelli en Casia.

En 1644 el Superior le había ordenado ir a Casia para hacer exorcismo a la señora Sulpicia Fenfranelli. Y el padre José, acompañado de fray Ludovico y de Don Bennaducci, fue a Casia. Era invierno y en el camino los cogió una fuerte ventisca. El río Nera, que debían pasar, estaba muy crecido por las intensas lluvias. Pasó primero don Bennaducci sin novedad; pero, al pasar el siervo de Dios, cayó al agua con peligro de ahogarse. Lo ayudaron a salir, pero oyeron una voz ronca que decía: Muérete, hipócrita, tú que te haces el santo. Era el diablo que quería impedirle llegar a la ciudad.

Al llegar y hacer el exorcismo a la mujer, los diablos le dijeron: ¡Buena te la hemos hecho por el camino! Pero él les respondió que todo lo hacía por obediencia y, rezando las letanías de la Virgen, la señora quedó liberada y feliz.

Dice el abad Rosmi: Me contó que el martes 9 del mes de abril de 1647, en la noche, apenas se quedó dormido, vio entre el sueño y la vigilia mucha gente en su celda: Uno tenía cabeza de asno, otros formas de mujeres. Despertado, comenzaron a fastidiarlo de varias maneras: unos le tocaban las manos y sentía voces femeninas que lo tentaban. Él comenzó a hacerse la señal de la cruz, diciendo: “Les mando de parte de Dios que me digan quiénes son y qué quieren de mí”. Y decían: “Hemos sido enviados por un príncipe para inquietarte por lo que tú haces aquí y allá”… Creo que los malos espíritus querían significar el bien que el siervo de Dios hacía. Por ello le golpearon toda la noche.

También me manifestó que el diablo le ponía muchas tentaciones deshonestas. Una noche, mientras dormía, le dieron un golpe en el pecho y, como no pudo seguir durmiendo, se fue al oratorio a rezar y allí vio personas deshonestas que le decían cosas feísimas.

Otra noche en Asís estaba el siervo de Dios orando en la iglesia y oyó que la puerta se abría con violencia y vio aparecer a un hombre que parecía tener en sus pies unos zapatos de hierro. A medida que el hombre se acercaba se iban apagando todas las velas de la iglesia, quedando él solo con aquel desconocido en la oscuridad. Fray José se encomendó a san Francisco. El demonio se echó sobre él y lo agarró por el cuello. En ese momento vio salir de su tumba a san Francisco con una vela encendida y encender las otras lámparas. A medida que se encendían, el enemigo desaparecía. Por eso, a partir de este hecho, el santo acostumbraba llamar a su padre san Francisco lamparista de la Iglesia.

Cuando hacía exorcismos, expulsaba al demonio en virtud de la obediencia recibida. Un día fue enviado por el Superior a exorcizar a un poseído. Y le dijo al demonio: Yo no he venido aquí a echarte de este cuerpo. He venido aquí a obedecer una orden de mi Superior. Si quieres, sal; si no quieres, no salgas. Me basta con haber obedecido. Y con esta fórmula liberó a muchos poseídos.

CONVERSIÓN DE UN PRÍNCIPE

Dice Rosmi: Me contó hacia fines del mes de abril del año 1651 que unas semanas antes le había visitado el tercer hijo del Duque de Sajonia (Federico de Brunswick, de 25 años) y que permaneció algunos días en su convento. Este joven protestante había estado en Roma para el Año Santo y había hablado sobre la fe con muchas personas. Hablando con el siervo de Dios, le manifestó que le resultaba difícil creer algunas verdades de la fe católica. El padre José, pensando en las palabras del Señor “No penséis lo que tenéis que decir o cómo lo diréis, pues el Espíritu Santo hablará en vosotros” (Mat 10,19), le daba las respuestas adecuadas.

Este joven fue una mañana a oír la misa del siervo de Dios y, después de la consagración, la hostia salió de sus manos y se colocó en la última parte del corporal (paño que está sobre el altar, donde se coloca la hostia y el cáliz) y después de un rato retornó a su sitio y casi no podía cogerla para levantarla en la elevación. Conoció en espíritu que eso se debía a estar allí presente un protestante… Después de convertirse, le decía el siervo de Dios: “Ahora somos hermanos”. Y todo terminó con que en el tiempo oportuno haría pública demostración de su nueva fe y se fue muy consolado.

Según contaron algunos testigos en el Proceso de canonización, el siervo de Dios no había podido partir la hostia, porque estaba muy dura y conoció sobrenaturalmente que eso se debía a que allí había alguien que no creía en la presencia de Jesús en la Eucaristía, como era el príncipe y uno de sus consejeros. Al día siguiente, durante la misa, el príncipe y los otros presentes pudieron ver en la hostia una cruz negra. En ese momento, el siervo de Dios se elevó por el aire. A continuación de la misa, conversaron largo tiempo y, después de la comida de mediodía, el padre José le ciñó con el cordón de san Francisco, diciéndole: Yo te he atado para el paraíso. Y quedó en éxtasis. El príncipe se convirtió y prometió venir al año siguiente a Asís para la abjuración pública de su fe protestante, lo que hizo en realidad.

Pero el mismo día de la conversión del príncipe, el diablo se le apareció a nuestro santo y lo golpeó con violencia. El Superior le pidió por obediencia que le dijera qué había pasado. Le respondió: Malatasca (el diablo) ha venido a insultarme y a golpearme, queriendo asfixiarme, pero tomé la estola que estaba sobre el altar del oratorio y le golpeé con ella, quedando quemada parte de la estola.

El diablo me dijo: “¿Qué derecho tienes para ceñir el cordón de san Francisco a esa persona que no es tuya ni de tu Orden?” (refiriéndose al duque). Yo le respondí: “Lo he hecho por obediencia, por orden del Superior”. Y el demonio desapareció.

El padre José llamó siempre al duque mi hijo en Cristo. A lo largo de su vida fueron muchos los que se convirtieron al verle celebrar misa con sus éxtasis. Al verlo por los aires, muchos lloraban arrepentidos y pedían perdón a Dios.

AMIGOS ILUSTRES

Ya hemos hablado anteriormente que el siervo de Dios era visitado por grandes personajes de la Iglesia o de la Política, entre ellos varios cardenales. Uno de sus amigos fue el príncipe polaco Juan Casimiro Waza, hermano del rey de Polonia, que quería entrar en la Compañía de Jesús, pero no estaba seguro de su vocación. El cardenal Brancati le aconsejó hablar con el siervo de Dios, quien al verlo le dijo que la túnica que llevaba no le quedaba bien. Le manifestó claramente: Tú no serás sacerdote ni jesuita. El príncipe entró en el noviciado de los jesuitas el 24 de setiembre de 1643, pero le escribía y le manifestaba sus dudas. En 1644 lo llamó a Roma y el padre José le recomendó esperar la manifestación de la voluntad de Dios. De hecho, su hermano, el rey, murió el 20 de mayo de 1648 y él fue aclamado como rey de Polonia, debiendo renunciar al cargo de cardenal que había recibido sin ser sacerdote. Toda la vida quedó muy unido al siervo de Dios. Al morir la reina en 1667, renunció a la corona en 1668, muriendo exiliado en Francia en 1672.

Otra amistad muy santa y espiritual la tuvo el santo con la infanta María de Saboya, nueve años mayor que él, que era terciaria franciscana, y que había hecho voto de virginidad. Le parecía ser otra santa Clara. Dios permitió que ella tuviera una gran sordera; pero, cuando hablaba con el siervo de Dios, no necesitaba de la trompetilla para poder oír, sino que lo oía con toda normalidad.

En una ocasión, con permiso del Superior, ella comió con él en la parte de la sacristía, a imitación de san Francisco y santa Clara. Llevaba una cruz de oro con un pedacito de la santa cruz, la que colocó sobre el altar y el santo se extasió ante la presencia de esta cruz. La misma infanta contó que sentía un fuerte olor ante la persona del siervo de Dios, a pesar de que ella tenía la nariz obstruida y no podía oler normalmente. En los momentos del éxtasis sentía el olor con mayor fragancia. La misma señora me dijo que un día, al cerrar la puerta, se pilló el dedo que quedó adolorido y él tomó el cordón, lo envolvió en el dedo y cesó el dolor, aunque quedó la señal.

ANÉCDOTAS

Son muchas las anécdotas que se pueden contar de nuestro santo. Amaba entrañablemente a los animales al igual que su padre san Francisco y, por ello, Dios le concedió poder sobre los animales y la naturaleza en general.

El zapatero Benedetto Vetrano manifestó que un día fueron muchos fieles a la iglesia de la Grottella a pedir la lluvia. Fray José entró, se arrodilló ante la imagen de la Virgen y, después de unos momentos, comenzó a elevarse sobre el altar. Todos comenzamos a llorar y pedir misericordia. Después de la misa salimos de la iglesia y nos dimos cuenta con alegría de que estaba lloviendo.

Otra testigo ocular del suceso, Dorotea Zecca, certificó que, orando por el milagro de la lluvia, se elevó en vuelo a unos 10 metros del suelo y todos lloraban de emoción hasta el punto que la iglesia parecía estar en el día del juicio universal, pues pedían al Señor misericordia.

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El abad Rosmi escribió en su Diario: Un día estaba cerca de una fogata con otros sacerdotes y vino un seglar para convencerle de ciertas cosas espirituales. Él tomó con ambas manos unas brasas vivas del fuego sin quemarse. Al ver este hecho, el seglar, de enemigo, se volvió su admirador.

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Durante la carestía del año 1648, el Superior del convento de Asís no sabía cómo hacer para alimentar a sus religiosos. Pensaba que todos iban a morir de hambre, ya que para el día siguiente no había pan y no había signos de que pudiera haberlo. Fray José le dijo: Confíe en Dios y Dios nos ayudará. Se pusieron los dos de rodillas y recitaron juntos las letanías a la Virgen. No habían terminado de rezar cuando vinieron a avisarles que había llegado un cargamento inesperado de trigo, que era un regalo del cardenal Rapaccioli. Todos se alegraron y fueron al coro a cantar el Tedéum. Según las Actas del proceso, el siervo de Dios cayó en éxtasis al tercer o cuarto versillo.

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Un día su propia madre le dijo que no tenía pan para comer. José le dijo: Yo soy pobre, no tengo nada, pero pídele a la Virgen, que es nuestra madre, y ella te ayudará. Se despidió de su madre y ella, al entrar en casa, encontró todo el pan de que tenía necesidad.

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Durante un viaje que hizo nuestro santo con su compañero fray Ludovico, llegaron a Castellana, el pueblo de Ludovico. Llegados a una hora avanzada de la noche, se presentaron a la puerta del convento y nadie les abrió. Se fueron a la casa de Ludovico y tampoco les abrieron, por lo que retornaron al convento. El padre José tocó la puerta y se abrió por sí misma. Todos quedaron sorprendidos, especialmente el padre Superior que tenía las llaves en su poder.

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Dice el abad Rosmi: Amaba tanto a los pajaritos que, a veces, se subía donde había nidos de jilgueros y cogía con facilidad a las madres y padres de aquellos pajaritos y después los soltaba, pues hubiera sido incapaz de matar un pajarito.

También me contó que en la iglesia de la Virgen de la Grottella hacía los trabajos más humildes por la noche para no ser visto. A veces barría la iglesia y cogía la basura con las manos. Y una vez, mientras tenía la basura en las manos, vino un bellísimo pajarito, que nunca había visto ni lo vio después, que tenía las plumas amarillas y se puso en sus manos donde tenía la basura y después de un ratito se fue.

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Un día, hablando con las clarisas de Cupertino, les dijo que les enviaría un pajarito para animar el rezo del Oficio divino. Y ese día apareció en la ventana del coro un pajarito y todos los días en la mañana y en la tarde se aparecía en la ventana, cantando con una música extraordinaria. Acabado el Oficio, el pajarito desaparecía. Un día ya no vino más, porque una religiosa que estaba discutiendo con otra, al aparecerse el pajarito, le había dicho que se fuera. Las religiosas lo extrañaron y el padre José les prometió enviarlo de nuevo. Vino otra vez, pero con más confianza, ya que entraba al convento y se colocaba sobre las sillas, sobre las mesas y se dejaba acariciar. Una religiosa le puso una campanilla en la patita, pero el Jueves santo y Viernes santo no apareció. Las religiosas pensaron que ya no vendría. El padre José les dijo que era para no perturbarlas en los días de silencio de Semana Santa. Y el pajarito siguió viniendo durante cinco años hasta que el santo abandonó la ciudad de Cupertino.

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Un día encontró el siervo de Dios en unos olivares del convento dos liebres y les dijo: No se alejen de la iglesia de la Virgen, porque hay muchos cazadores que quieren cogerlas. Un día, una de ellas fue perseguida por los perros de unos cazadores y entró en la iglesia, pasó al convento y saltó a los brazos de fray José, quien le dijo: “¿No te había advertido?”. Mientras él la acariciaba, llegaron los cazadores a reclamarla, pero él les aclaró que la liebre estaba en el convento bajo la protección de la Virgen y ellos se marcharon.

El abad Rosmi declaró que el mismo siervo de Dios le refirió en una ocasión: Estando en el convento de Cupertino vio en el campo dos liebres: una grande y otra pequeña. La grande se quedó y le advirtió: “No te alejes, debes estar siempre cerca del convento”. Muchas veces los cazadores la persiguieron, pero nunca la pudieron atrapar.

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Un día, estando en Cupertino, se desató un temporal de lluvia tan grande que los pastores de un rebaño encontraron a todas sus ovejas muertas. Los pastores fueron al santuario de la Virgen de la Grottella a pedir a Dios misericordia y a hablar con el santo. El padre José se conmovió y fue con ellos al lugar del desastre. Iba tocando a las ovejas una por una, diciéndoles: En nombre de Dios, levántate. Todas se levantaron menos una. A ella tuvo que decirle varias veces: Levántate, en nombre de Dios. Al final ella también obedeció y los pastores quedaron agradecidos y admirados.

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Otra vez entre los inmensos olivares encontró unos pastores y los invitó a rezar con él las letanías de la Virgen, pero ellos le dijeron que tenían muchas cosas que hacer. Entonces el santo se dirigió a las ovejas y, en voz alta, les dijo: Como sus pastores no pueden dedicar un poco de tiempo al Señor, hacedlo vosotras. Y se dirigió a la vecina capilla, rezando en voz alta las letanías de la Virgen. Las ovejas respondían al unísono, bailando y siguiendo al santo en procesión. Los pastores asombrados, vieron que las ovejas entraban en la capilla, aunque muchas tuvieron que quedarse afuera, porque la capilla era muy pequeña, pero bailaban en unión con las demás.

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Onofrio Rizzo manifestó que un carnero había sido mordido por un perro rabioso y tuvieron que encerrarlo en el corral para que no mordiera a otros. Llamaron a fray José y, tocando al carnero, lo curó, asegurando que podían dejarlo ir con los demás animales, pues la Virgen lo había curado.


EL SANTO VOLADOR

San José de Cupertino es el santo por excelencia de los vuelos extáticos. Fácilmente caía en éxtasis. Bastaba con ver una imagen religiosa, especialmente de la Virgen, estar unos momentos ante el Santísimo sacramento u oír hablar de un misterio de la fe. Sobre todo entraba en éxtasis en el momento de la celebración de la misa, cuando veía con sus ojos a Jesús en la hostia santa.

Normalmente, antes de los éxtasis o vuelos lanzaba un grito fuerte y después quedaba inmóvil e insensible a los estímulos externos. Su rostro se transfiguraba y parecía el de un ángel, pues expresaba una inmensa alegría. En esos momentos tenía una fuerza increíble. En ocasiones transportó con él por los aires al Superior o a otras personas. También tenía una ligereza impresionante y se movía en un instante hacia delante o hacia atrás, hacia arriba o en vuelo rasante hacia lugares donde había alguna imagen. Todo ello iba evidentemente contra todas las leyes de la naturaleza. Algo digno de notar es que nunca se le descomponían los vestidos para dejar ver el interior de su cuerpo. Parecía que alguien velaba por su decencia. Según algunos, era su ángel, que lo acompañaba y cuidaba en todo momento.

Cuando regresaba del éxtasis, recordaba dónde había quedado y continuaba la misa o la conversación en el mismo punto donde estaba antes del éxtasis.

Durante la misa, si tenía el cáliz en sus manos y entraba en éxtasis, nadie podía arrancárselo por más fuerza que hiciera. Estando en el aire, parecía más ligero que una pluma y se movía de un lugar a otro con toda facilidad.

A veces bailaba en el aire, estando de pie o de rodillas, manifestando externamente su alegría interior y el amor tan intenso que ardía en su corazón. Refiere el abad Rosmi: Me contó que el primer vuelo público lo tuvo en la iglesia de las monjas de santa Clara de Cupertino por haber mirado una imagen de la Virgen María. El segundo fue en la iglesia de su Orden llamada de San Francisco, también en Cupertino. Se hizo la procesión y él llevaba puesta la capa pluvial. Todo el pueblo lo vio.

Eran tan frecuentes sus éxtasis y vuelos que los Superiores le prohibieron asistir a los actos de Comunidad. El cardenal Lauria manifestó: Yo lo he visto muchas veces en vuelos extáticos. Hay algunos cardenales y gente de Italia y de fuera de Italia que lo han visto también. El Papa Inocencio XI lo vio en éxtasis en Asís (antes de ser Papa). Estando en Asís, cuando celebraba la misa por la mañana él solo en una capilla del noviciado antiguo, había una verja por la que se le podía ver. Con frecuencia, yo y otros, sin ser vistos, veíamos que después de la consagración dejaba la hostia en el altar, daba un grito y, en un instante, volaba hasta la verja donde se arrodillaba por cerca de un cuarto de hora. Después daba otro grito y, volando, regresaba al altar sin descomponerse los ornamentos. Seguía la misa y, después de la comunión, de nuevo caía en éxtasis y volaba de rodillas alrededor, cantando en voz baja, no pudiendo oír lo que decía, porque estábamos lejos y asombrados de ver tales cosas, pero contentos hasta las lágrimas. Estas cosas sucedían ordinariamente en la misa que era muy larga. Una vez le pregunté qué significaba eso de bailar alrededor, estando de rodillas y cantando en voz baja, y me dijo que era un rapto jubiloso.

El jueves 7 de junio de 1646 vino de Roma a Asís el almirante de Castilla, virrey de Nápoles, Juan Alfonso Enríquez de Cabrera. Quería ver al siervo de Dios y el Superior lo llevó a su celda. El almirante le aseguró que él era muy devoto de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y que por defender esa verdad sería capaz de derramar su sangre. El padre José lo abrazó y, en ese momento, se quedó en éxtasis, de rodillas y con los brazos abiertos. El almirante se quedó admirado y el Superior lo hizo volver en sí por obediencia.

El almirante le pidió que fuera a la iglesia a dar la bendición a su esposa. Él fue, obedeciendo la orden del Superior. Al llegar al altar de la Inmaculada Concepción, donde estaba la esposa y otras señoras, les hizo una ligera reverencia con la cabeza y se arrodilló ante el altar de la Virgen. De pronto, le vino el rapto y se elevó hasta el altar y de allí al cuadro de la Virgen, y de allí regresó al altar, estando largo rato en éxtasis. Al volver en sí, sin hablar con nadie, se regresó a su celda como avergonzado y las señoras quedaron muy edificadas.

Según algunos testigos, la imagen de la Virgen estaba a unos 20 metros de altura y voló hacia ella sobre las cabezas de los presentes; y algunas mujeres se desmayaron.

El 24 de marzo de 1637 tuvo lugar uno de sus vuelos más famosos. Había mandado fabricar tres cruces al carpintero Turi para hacer una especie de Calvario en el camino que une el convento con el pueblo de Cupertino. Después de colocar las dos más pequeñas a los costados, faltaba colocar la del medio, que era más grande y más pesada. Diez hombres la llevaron con mucho esfuerzo hasta el lugar, pero no podían colocarla en el hueco. Entonces fray José, dejando su capa, dio un vuelo desde la puerta de la iglesia hasta el lugar, unos 20 metros, y él solo colocó la cruz en el hueco y, después de colocarla, se abrazó a ella un buen rato, estando sobre ella en éxtasis.

Un testigo del Proceso, Carlos Centonze, declaró: La víspera de Navidad el padre José nos invitó a pasar la noche con nuestras gaitas y tambores en la iglesia de la Grottella. Yo y otros quince pastores nos reunimos con él. El padre José estaba muy contento y nos salió a recibir. Entramos en la iglesia detrás de él. Tocamos y él se puso a bailar. De pronto dio un grito y se elevó por el espacio y voló como un pájaro desde el medio de la iglesia hasta el altar mayor; donde abrazó el sagrario. Lo curioso fue que el altar estaba rodeado de velas encendidas y él se posó sobre ellas sin quemarse. Al cuarto de hora volvió en sí y se alejó de nosotros con los ojos bañados en lágrimas, diciendo: “Hermanos, benditos sean”: Y yo decía: “Esto es un milagro”. Otro testigo del hecho, el pastor Giovanni Caputo, dice que mientras bailaba con ellos, se elevó por los aires.

Otro suceso espectacular. Había un caballero de apellido Rossi que era enfermo mental. La gente lo llamaba loco y era violento con todos. Sus padres se lo presentaron al santo, quien le puso las manos sobre su cabeza y le dijo: Ten confianza, encomiéndate a Dios y a su santa Madre. Entonces el siervo de Dios dio el grito acostumbrado cayó en éxtasis y se elevó por el espacio, llevando consigo al enfermo mental. Los dos estuvieron durante un cuarto de hora en el aire. Al retornar, el enfermo había recobrado la razón y alababa a Dios, agradeciendo a su siervo.

Otro suceso parecido había sucedido en Cupertino en el monasterio de las clarisas durante la ceremonia de vestición de una postulante. Mientras cantaban Ven, esposa de Cristo, él dio un grito y, tomando de la mano a un religioso presente, lo elevó por los aires. Todos quedaron admirados de verlos a los dos elevados, uno sostenido por Dios y el otro por un santo.

Una tarde del domingo del Buen Pastor en Fossombrone estaba el padre José con otros religiosos en el jardín y encontró un cordero. Se detuvo para mirarlo y un joven religioso se lo trajo y se lo colocó entre sus brazos. El siervo de Dios lo apretó contra su corazón con cariño y después se lo colocó a sus espaldas. De pronto, cayó en éxtasis y se elevó junto con el cordero por los aires, planeando a la altura de las copas de los árboles. Y estuvo así de rodillas en el aire unas dos horas.

El día de la fiesta de la Inmaculada Concepción del año 1642, estando en Asís, los novicios cantaron las vísperas. Durante las vísperas cayó en éxtasis y el padre Palma, el Superior, le preguntó: ¿Qué haces? Él le indicó la imagen de la Inmaculada Concepción, diciendo: Padre custodio, María es bella, María es bella. Después de un momento, lleno de alegría, dijo:

Padre Superior, di conmigo: “María es bella”. Y el padre Palma repetía: “María es bella”. Pero, como lo decía en voz baja, le insistió: “Más alto: María es bella”; y en ese momento se acercó al Superior, lo abrazó y gritó: “María es bella”, y se elevó por el aire, llevando consigo al Superior.

PATRONO DE LOS ESTUDIANTES

El Papa Juan Pablo II en la carta dirigida al general de la Orden de los Menores Conventuales el 23 de febrero de 2003 con motivo del IV centenario de su nacimiento, habla de él como patrono de los estudiantes.

Los primeros biógrafos no conocen este aspecto de su vida. Parece que el principio de esta devoción está en haber superado los exámenes para el diaconado y el sacerdocio de manera extraordinaria, por no decir milagrosa. Él no tenía una gran preparación teológica y sus estudios primarios habían sido muy bajos, dado que estuvo varios años enfermo en cama. Sus estudios filosóficos y teológicos no fueron muy buenos a pesar de su dedicación y empeño.

Para superar el examen del diaconado tenía gran preocupación, ya que debía explicar algún texto evangélico. Él se preparó especialmente el texto que dice: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron. Jesús replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 27-28). Y ese texto fue el escogido por el obispo examinante para que lo explicara. Este suceso fortuito lo atribuyó a la protección de la Virgen María.

Pero aún quedaba el examen más difícil, el necesario para recibir la ordenación sacerdotal. El obispo, que era muy exigente, examinó a algunos compañeros. Lo hicieron tan bien que, al ser llamado el obispo con urgencia para cumplir alguna misión, pensó que los que faltaban de examinarse estarían tan bien preparados como los primeros, y los aprobó a todos, incluido nuestro santo. Siempre lo consideró un milagro de la Virgen della Grottella, de la que era muy devoto.

El padre Roberto Nuti, que lo conoció personalmente, dijo de él: Fray José era muy sencillo y apenas sabía leer; y esto lo había aprendido, según él mismo decía, por gracia especial de la Virgen Santísima.

Su gran amigo Bernardino afirmó: El padre José, no sólo no era teólogo y versado en los dogmas sagrados, sino que sabía sólo leer lo que necesitaba para celebrar misa y rezar el Oficio divino. Sabía escribir malamente y casi siempre yo le ayudaba a completar las palabras.

Hablando humanamente, el padre José era de ciencia limitada, pero Dios suplió todas sus deficiencias y le dio un conocimiento sobrenatural de los misterios de la fe, que hasta los mejores teólogos se quedaban asombrados.

Un ejemplo: El padre Angeli, maestro de novicios del convento de Asís, declaró que, explicando el misterio de la Santísima Trinidad a los novicios, les propuso el ejemplo del fuego que produce luz y calor, diciendo: “De la misma manera, la naturaleza divina del Padre produce la luz de la sabiduría, que es el Hijo, y el calor del amor, que es el Espíritu Santo. Sabemos que en la Escritura, en Éxodo 3,2-3, se representa a Dios como fuego en la zarza ardiente que no se consumía.

Por eso, el padre Nuti certificó: A pesar de no haber estudiado ciencia alguna, él hablaba con tanta claridad de las cosas de Dios y de la Sagrada Escritura que era algo maravilloso. Y eso lo sé por haberlo experimentado muchas veces en discursos y conversaciones que he tenido con él.

El mismo cardenal Brancati declaró: A pesar de no haber estudiado mucho, y, entendiendo sólo el latín ordinario, no obstante, cuando era preguntado por alguno de nosotros sobre cualquier misterio difícil, respondía con claridad y con profunda doctrina, resolviendo cualquier dificultad.

Parece que el primer librito donde se habla de san José de Cupertino como patrono de los estudiantes fue un folleto escrito por Daniel Fontaine, sacerdote vicentino de París, titulado Neuvaine a Saint Joseph de Cupertino pour le succes des examens, que fue publicado en París en 1897. Al año siguiente, esta novena fue traducida y publicada en Italia como un apéndice de la biografía escrita por Filippo Gattari. Esta novena tuvo tanto éxito entre los estudiantes que se difundió en diferentes países, hasta el punto de que en Ósimo, donde murió, se fundó una Asociación Universal de Estudiantes con sede en la basílica-santuario para fomentar entre los estudiantes la vida cristiana a ejemplo de san José de Cupertino. Esta Asociación fue aprobada el 1 de diciembre de 1939.

PROCESO DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN

Para el Proceso de beatificación se tuvieron ocho procesos en distintos lugares: dos en Nardo (1664-1666), tres en Asís (1666-1669), uno en Roma y dos en Ósimo (1664-1668). Se presentaron 115 testigos eclesiásticos o religiosos a declarar, más 60 seglares. El Proceso apostólico tuvo lugar de 1684 a 1735.

Fue beatificado el 24 de febrero de 1753 y canonizado el 16 de julio de 1767. Su fiesta litúrgica se celebra el 18 de setiembre, día de su muerte. En la bula de canonización, el Papa Clemente XIII habla de centenares de vuelos, de los cuales 70 solamente en su ciudad de Cupertino.

Es el santo número uno en cuanto a vuelos y raptos se refiere. Ningún otro santo lo ha aventajado en este don de Dios. Y, por esta razón, es considerado amigo de los aviadores. Los aviadores italianos fueron los primeros en venerarlo e invocarlo como su protector, pero también lo hacen ya los de otros países, aunque la patrona oficial de los aviadores es la Virgen de Loreto. El Papa Pío IX lo llamó el santo de los éxtasis y de los vuelos. Pío XII, el santo de los vuelos místicos. Y Juan Pablo II, en la carta dirigida al general de la Orden Joachim Giermek, con motivo del IV centenario de su nacimiento (1603-2003) habla de él como del santo de los vuelos. Dice el Papa sobre su vida: Estaba enamorado del misterio de la Encarnación y contemplaba extasiado al Hijo de Dios nacido en Belén, llamándolo cariñosamente el niñito (il bambinello). Le manifestaba su ternura, abrazando una imagen de cera del niño Jesús, cantando y bailando ante él.

Por otra parte, era conmovedora su participación en el misterio de la Pasión de Cristo. El crucifijo estaba siempre presente en su mente y en su corazón. Las lágrimas le corrían por las mejillas ante el simple pensamiento de la muerte de Jesús.

Otro aspecto importante de su vida fue el amor a la Eucaristía. La celebración de la misa, como las largas horas de adoración ante el sagrario, constituían el corazón de su oración y de su contemplación. Consideraba a la Eucaristía como alimento de ángeles. De su contacto diario con Jesús Eucaristía sacaba la serenidad y la paz que después transmitía a cuantos encontraba, recordándoles que en este mundo somos todos peregrinos y forasteros en camino a la eternidad.

Se distinguió por su simplicidad y obediencia, abandonándose en todo momento en las manos de Dios. Amaba incondicionalmente al Papa. Se sentía miembro vivo y activo de la Iglesia. Aceptaba humildemente la voluntad de los Papas de su tiempo, dejándose llevar a donde la obediencia lo dirigía.

Y ¿qué decir de su amor filial a la Virgen María? Desde su juventud aprendió a quedarse mucho tiempo a los pies de la Virgen de las Gracias en el santuario de Galatone. También se quedaba largo tiempo contemplando la imagen tan querida para él de la Virgen de la Grotella que lo acompañó a lo largo de toda su vida. Y cuando estaba en Ósimo, dirigía muchas veces su mirada al santuario de Loreto (que estaba muy cerca). Para él la Virgen era una verdadera madre con la que tenía sus coloquios filiales, llenos de simplicidad y confianza…

Era el hombre de la alegría. Era afable y cordial con todos. Y conseguía transmitir su alegría mediante atrayentes composiciones musicales y versos populares que conmovían a los oyentes y reavivaba su devoción.

CONCLUSIÓN

Después de haber leído la vida de san José de Cupertino, lo primero que viene a nuestra mente es el deseo de tener una fe sencilla como él y creer sin dudar en las verdades de nuestra fe católica. Él creía en la presencia real de Jesús Eucaristía, y lo veía en el Santísimo Sacramento. Él amaba a María como a una madre, y Ella se le aparecía muchas veces y lo consolaba. Él vivía la comunión de los santos, porque los sentía cercanos y algunos de ellos hasta se le aparecían visiblemente.

Vivía tan desprendido de las cosas de la tierra que, cuando le obligaron a estar recluido lejos de la gente, se sentía feliz de poder estar a solas y en silencio como un ermitaño lejos del mundo. Hasta los últimos días de su vida tuvo éxtasis y vuelos maravillosos.

Algunos lo consideraban como otro san Francisco, porque hasta los animales le obedecían y lo seguían. Él nos enseña con su vida que vale la pena amar a Dios de todo corazón y sin condiciones, pues, al final, Dios paga bien, es decir, Dios no se deja ganar en generosidad y nos da más de lo que podemos pedir o imaginar (Ef 3, 20). Ojalá que aprendamos de él a tener una fe sencilla y a ser humildes de corazón.

Que Dios te bendiga por medio de María y de san José de Cupertino. Y no olvides que tienes un ángel, que es tu compañero, y que siempre te acompaña por el camino de la vida.

Saludos a tu ángel y saludos de mi ángel.

Tu hermano y amigo del Perú.

P. Ángel Peña O.A.R.

Parroquia La Caridad

Pueblo Libre - Lima - Perú

Fuente: autorescatolicos.org