Vamos, mísero mortal, escápate por un breve tiempo de tus ocupaciones, deja un poco tus tumultuosos pensamientos.
Aleja en este momento los graves afanes y aparta tu fatigosa actividad. Atiende un poco a Dios y descansa en El.
Entra en la intimidad de tu alma, excluye todo excepto a Dios y aquello que te ayuda a buscarlo y, cerrada la puerta, búscalo. Di a Dios con todo tu ser: Busco tu Rostro, tu Rostro busco, ¡oh Señor! Enséñale a mi corazón dónde y cómo buscarte; dónde y cómo encontrarte.
Como ocurre el contacto espiritual con el Dios vivo es siempre un misterio, una cosa nueva e impredecible. Pero dos cosas preceden y acompañan siempre ese momento, gracia y libertad.
Dios, ha escrito un gran místico, es como un mar que se eleva y desciende. Extiende ininterrumpidamente su fluir hacia todos aquellos que lo aman y en su reflujo atrae hacia sí a todos aquellos que han sido colmados.
El mar los circunda y los acaricia casi invitándolos a seguirlo, pero algunos barquitos están atados con una soga a un palo enterrado en la tierra.
Por un momento se dejan elevar y flotan pero, atados como están no siguen al mar en su reflujo, se quedan en tierra, mientras otros barquitos, que se encuentran libres, se escapan bajo el sol, en el mar tranquilo.
Asi sucede con Dios, el manda su palabra y su gracia como una ola benéfica que envuelve al alma y la invita a seguirlo en su inmensidad. Algunas almas están sueltas, listas y lo siguen con alegría, se dejan arrastrar con mucho gusto por el.
Por el contrario, otros están atados por las sogas de los viejos hábitos o por miedo a lo desconocido, por un momento se dejan elevar y mecer pero cuando se trata de tomar la decisión de irse, no lo hacen y se quedan en tierra. ¿Qué será de ellos? ¿Conocerán un día la ebriedad del mar abierto o serán como aquellos barquitos que se quedan en la playa para ser consumidos por el salitre?
“Amigo, basta ya. Si quieres leer más sobre el Dios vivo, ve y conviértete tú mismo en su libro y su escritura"
... Está escrito que cuando Moisés bajó del monte... no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante ( Ex 34,29).
El no lo sabía, pero los otros si y era precisamente esa misteriosa luz sobre el rostro y los ojos de Moisés la que hablaba a los Israelitas sobre el Dios vivo que caminaba en medio de ellos. Era una sombra y una imagen, en espera de que gloria divina refulgiese sobre otro rostro, el de Cristo (cf. 2Co 4,6).
Después de haber escuchado a Dios que lo llamaba al Sinaí con las palabras " Sube hasta Mí" llegó el momento en que Moisés escuchó otra orden: "Anda, baja, y luego subes tú y Aarón contigo" ( Ex 19,24 ).
La misma orden es dirigida ahora a nosotros Debemos contar sobre el Dios vivo y animar a otros a subir al Sinaí Nuestro Aarón con el cual comenzar, podría ser el compañero o compañera que vive a nuestro lado, el colaborador, la persona que Dios ponga en el camino.
El Sinaí la primera vez se escala solo, la segunda junto a otro, ya no como simple escalador, sino como guía.