sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo: Vigilia y acompañar la soledad dolorosa de María

"Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".

Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."

El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.

Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).

Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:

"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".


viernes, 25 de marzo de 2016

Crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo


"El camino hacia el Calvario

Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, Romanos que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".

La crucifixión de Jesús

Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos". 

Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 

Injurias a Jesús crucificado

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!"

De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!" 

También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.

La muerte de Jesús

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;  y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías". Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".

Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. 

El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!"

Las mujeres que siguieron a Jesús

Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.  (Marcos 15:21-41)


El pueblo de Jerusalém, dirigido por sus sacerdotes, ancianos y gobernantes acababa de pedir a Pilato que condenase a muerte a un hombre inocente, nada más y nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios, y que soltase en su lugar a Barrabás, un activista político asesino. Y consiguieron lo que pidieron. Tristemente fue así y ahora vamos a ver cómo esta sentencia fue ejecutada.


Marcos, al igual que los otros evangelistas, nos presenta un relato sobrio de la crucifixión, sin entrar a describir la extrema crueldad de este método de ejecución. Aunque, por supuesto, la Escritura también se refiere al sufrimiento del Mesías, dejándonos un cuadro estremecedor, pero sin detenerse en cada tormento de una forma morbosa.

También tendremos que notar que todas las narraciones de la crucifixión de Jesús están llenas de alusiones y citas del Antiguo Testamento, con la intención de mostrarnos que todo cuanto estaba ocurriendo era llevado a cabo por "el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hch 2:23). De todos los textos citados, dos de ellos son de fundamental importancia porque sirven para arrojar luz sobre el acontecimiento de la Pasión. Estos son el Salmo 22 e Isaías 53. Recomendamos su lectura pausada y reflexiva.

"Y obligaron a uno que pasaba a que le llevase la cruz"

La última vez que vimos a Jesús estaba en el pretorio, es decir, en la residencia del gobernador romano en Jerusalén, y ahora iba a ser llevado hasta el Gólgota, un monte cercano a la ciudad, donde había de ser ejecutado.

En su recorrido tendría que pasar por algunas de las calles principales de la ciudad llevando la cruz en la que sería ejecutado. Esta era una costumbre que tenía el propósito de disuadir a los judíos de cualquier intención de rebelarse contra Roma.

Marcos nos dice que un hombre llamado Simón de Cirene fue entonces obligado a cargar con la cruz. Esto nos hace pensar en la debilidad física de Jesús en esos momentos. No sería de extrañar si tenemos en cuanta que desde la noche anterior, cuando había estado celebrando la cena pascual con sus discípulos, todo había ocurrido muy rápidamente y con mucha intensidad, sin que el Señor tuviera tiempo de descansar o de comer. Recordemos brevemente la secuencia de los acontecimientos: durante y después de la cena, Jesús estuvo enseñando ampliamente a sus discípulos, luego fue al huerto de Getsemaní donde oró con gran angustia y tristeza. Al cabo de un rato llegó Judas con mucha gente armada para detenerle y de allí le llevaron a casa del sumo sacerdote, donde fue interrogado a lo largo de la noche, hasta que se decidió su culpabilidad y entonces los alguaciles de los principales sacerdotes pasaron el resto de la noche burlándose de Jesús mientras lo custodiaban. Al amanecer fue llevado a Pilato para ser juzgado por él. Pero a lo largo de la mañana fue conducido también hasta Herodes, que además de interrogarlo también lo menospreció y escarneció con sus soldados. Luego fue remitido otra vez a Pilato, que en un intento de despertar la compasión de la gente hacia Jesús, lo hizo azotar brutalmente. Y cuando finalmente decidió condenarlo, lo entregó a sus soldados, que todavía tuvieron un rato para burlarse de él. Si tenemos en cuenta todo esto, no es de extrañar que en esos momentos Jesús estuviera realmente agotado y muy debilitado, al punto de no poder cargar con el peso de la cruz.

En cuanto a "Simón de Cirene" es muy poco lo que sabemos de él. Provenía de Cirene, una ciudad en el norte de África, pero desconocemos cuánto tiempo llevaba viviendo en Jerusalém. Sin embargo, resulta curioso la referencia a sus hijos, algo que no vemos habitualmente en la Biblia, donde lo normal es relacionar a la persona con su padre. Muchos han pensado que esto indica que los hijos, Alejandro y Rufo, eran creyentes conocidos por la primera comunidad cristiana de Roma, a donde Marcos dirigió inicialmente su evangelio, y asocian a Rufo con uno de los creyentes que Pablo conocía en esa ciudad (Ro 16:13). Sin embargo, no podemos dar a esto más crédito que el de una conjetura interesante.

Este Simón fue obligado a cargar la cruz, bueno, en realidad el madero transversal, pues la parte vertical solía estar ya en el lugar de la ejecución. Simón no podía negarse a hacerlo, porque los romanos tenían la facultad de requisar a cualquier hombre para que prestara un servicio como el de llevar una carga (Mt 5:41).

No sabemos cuáles serían los pensamientos de Simón en esos momentos. Por un lado, seguro que no le agradó que los romanos le obligaran a hacer esto, máxime porque un judío nunca se ofrecería a tocar una cruz, instrumento de maldición. Pero también por la vergüenza que pudiera sentir porque le pudieran confundir con el condenado.

En cualquier caso, este acontecimiento ha llegado a ser una buena ilustración para nosotros de lo que significa llevar la cruz.

"Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota"

"Gólgota" es una palabra aramea que significa "calavera". Tal vez derivaba el nombre de su forma. El sitio tradicional, aún apoyado por muchos, es donde hoy está la iglesia del Santo Sepulcro. Otros insisten en que es la colina llamada del Calvario de Gordon. 

Quizá lo más importante sea darnos cuenta de que el lugar estaba fuera de la ciudad. Al menos, esto fue en lo que se fijó el autor a los Hebreos cuando dijo:

(He 13:11-12) "Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta."

Este pasaje de Hebreos nos recuerda que la muerte de Cristo fue un sacrificio por el pecado de todo el pueblo. Para ello, el autor inspirado hace referencia al libro de Levítico, donde se nos explica que la ofrenda por el pecado era diferente a las otras porque el sacerdote la tenía que quemar fuera del campamento (Lv 4:13-21). Y vemos que Jesús fue el cumplimiento de esta ofrenda, puesto que él también sufrió fuera de la ciudad.

"Le dieron vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó"

Cuando llegaron al lugar en el que Jesús iba a ser crucificado, le ofrecieron vino mezclado con mirra, que servía como un estupefaciente para menguar en algo los dolores físicos, pero él no quiso beberlo, ya que tenía la firme intención de apurar aquella "copa" hasta las heces, agotando todo el sufrir y toda la muerte que correspondía a una humanidad perdida.

Y como veremos más adelante, el Señor permaneció consciente hasta el último momento cuando entregó su espíritu.

"Cuando le hubieron crucificado"

Eran tiempos difíciles, de muchas turbulencias y agitación en Palestina, por lo que eran muchos los condenados a ser crucificados. Seguramente estos soldados romanos ya tenían mucha experiencia en hacer su "trabajo", así que imaginamos que lo llevaron a cabo de forma rutinaria. Los evangelios no describen en detalle cómo era el proceso de la crucifixión, pero hay otros documentos de la época que nos permiten conocerlo.

En primer lugar, se humillaba al prisionero en público desnudándolo. Luego se colocaba la cruz en el suelo y se acostaba al reo de espaldas sobre ella; las manos eran atadas o clavadas a la vara horizontal de madera y los pies a la vara vertical. Sabemos que en el caso de Jesús tanto sus manos como sus pies fueron clavados (Jn 20:25) (Lc 24:39-40). La cruz se llevaba luego a una posición vertical, y se la dejaba caer en una cavidad previamente preparada en el terreno. Generalmente se agregaba un taco o un asiento rudimentario para sostener en parte el peso de la víctima, y evitar que los clavos desgarraran las manos cuando se levantara la cruz. Una vez levantada, la cruz no era muy alta, quedando los pies de la víctima separados del suelo por no más de medio metro, con lo que era posible la comunicación descrita en los evangelios entre Jesús y las demás personas que le rodeaban. Una vez crucificado, quedaba allí suspendido, expuesto en total impotencia al intenso sufrimiento físico, al escarnio público, al calor del día y al frío de la noche. La tortura podía prolongarse durante varios días hasta que el reo moría lentamente de hambre y de sed, llegando en muchas ocasiones al punto de dar señales de locura en medio del intenso sufrimiento o incluso perder el conocimiento.
No hemos de olvidar que este castigo fue inventado para hacer la muerte tan penosa y prolongada como el poder de la resistencia humana fuera capaz de soportar. Probablemente sea el método más cruel de ejecución jamás practicado, porque demora deliberadamente la muerte hasta haber infligido la máxima tortura posible.

"Repartieron entre sí sus vestidos"

Cuando los soldados terminaron de crucificar a Jesús, se sentaron y echaron suertes sobre los vestidos de Jesús. A nosotros nos resulta extraño que estos hombres pudieran tener a su lado a Jesús muriendo y al mismo tiempo estuvieran repartiéndose sus vestidos. Pero desgraciadamente, este ejemplo de indiferencia frente a la muerte de Jesús en la cruz, es muy común en nuestros días. ¡Cuántos no tienen interés en el hecho de que él muriera en la cruz por cada uno de nosotros y lo miran con absoluta indiferencia! ¡Son como estos embrutecidos soldados romanos, que lo único que les interesa son las cosas materiales! Pero en cualquier caso, ¡qué poco se llevaron de Cristo, sólo unas pocas prendas de ropa usada, cuando podrían haber obtenido la salvación eterna para sus almas!

Esta parece que era la costumbre romana, según la cual las ropas del ejecutado correspondían al pelotón de ejecución. Así desposeyeron a Jesús de lo único que le quedaba en el terreno material de este mundo. Pero al hacerlo, cumplieron con total exactitud otra profecía de la Escritura:

(Sal 22:18) "Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes."

"El título escrito de su causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS"

Marcos observa la costumbre que tenían los romanos de colocar la causa de la ejecución en la parte superior de la cruz. Pilato mandó que fuera escrita en tres idiomas: hebreo, griego y latín (Jn 19:20), de tal manera que todas las personas que pasaban por allí pudieran leerlo.

¿Por qué lo hizo? Bueno, en principio porque era la causa por la que los judíos habían entregado a Jesús ante Pilato y por la que éste le había mandado crucificar. Sin embargo, podemos pensar también que el gobernador romano estaba molesto porque los dirigentes judíos acababan de ganar una victoria sobre él al forzarle a crucificar a Jesús, sabiendo perfectamente que era inocente. Así que, muy probablemente, hizo escribir este título a modo de venganza personal, expresando así el cinismo de los judíos que acababan de crucificar a su propio rey. De este modo les estaba diciendo a los judíos que habían renunciado a sus esperanzas mesiánicas, lo que sin duda era cierto, y constituía un terrible suicidio nacional.

Por supuesto, los principales sacerdotes entendieron las intenciones de Pilato y rápidamente le reclamaron que quitara ese título, algo que el gobernador romano se negó a hacer (Jn 19:21-22).

En cualquier caso, no deja de ser paradójico que fuera una cruz el trono a donde Jesús fue levantado y desde donde ahora atrae a la humanidad (Jn 12:32). Pero siendo el nuestro un mundo pecador y rebelde contra Dios, no había otra forma de establecer su gobierno en esta tierra. No olvidemos que la cruz es el lugar donde los pecadores, enemigos de Dios, somos reconciliados con él. Y es también allí donde queda fuera de toda duda el amor que Dios tiene por la humanidad y que logra conquistar nuestros endurecidos corazones. La cruz es el punto de encuentro entre el hombre pecador y el Dios santo, y en cierto sentido, es el lugar desde donde Cristo reina en la actualidad en este mundo.

"Crucificaron también con él a dos ladrones"

En aquel día había también otros dos presos que fueron crucificados junto a Jesús. Marcos los describe como "ladrones", palabra que Juan utiliza para referirse a Barrabás en (Jn 18:40), así que tal vez debamos pensar que también eran combatientes de la resistencia contra el poder romano. En ese caso, Jesús fue colocado en medio de ellos porque fue considerado un delincuente de la misma clase.

Pero esta asociación no era nueva. Jesús había caracterizado todo su ministerio por su contacto permanente con los pecadores, al punto que los judíos le menospreciaban diciendo que era "amigo de publicanos y de pecadores". Aunque él justificó este contacto explicando que "los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos", por lo que nunca dejó de estar cerca de los pecadores hasta el fin. No era algo de lo que él se avergonzara, y de esta manera muchos llegaron a ver sus vidas totalmente restauradas. Incluso en la cruz, su cercanía a los pecadores dio fruto, puesto que según nos informa Lucas, finalmente uno de los dos ladrones que estaban crucificados con él, se arrepintió y le reconoció como Rey (Lc 23:40-43).

Y una vez más se cumplió otra parte de la Escritura:

(Is 53:12) "Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores."

"Y los que pasaban le injuriaban"

A pesar de todas las injusticias que Jesús había sufrido hasta ese momento, los judíos todavía no parecían estar satisfechos, así que fueron hasta el lugar donde había sido crucificado y no pararon de injuriarle. Marcos distingue tres grupos diferentes: "los que pasaban" (Mr 15:29), "los principales sacerdotes" (Mr 15:31), y "los que estaban crucificados con él" (Mr 15:32).

De esta manera se cumplió la profecía:

(Sal 22:7-8) "Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía."

Sin lugar a dudas, los dirigentes judíos miraban aquel espectáculo con profunda satisfacción. Habían logrado lo que pretendían. Jesús había sido crucificado, y de esta manera lograron que fuera totalmente desacreditado como Mesías, porque como decía la Ley: "Maldito todo el que es colgado en un madero" (Dt 21:23) (Ga 3:13).

Y aunque nos parece incompresible cómo alguien puede llegar a alegrarse de este modo en el sufrimiento y el dolor de otra persona, sin embargo, ellos no sólo lo hacían, sino que además le injuriaban diciéndole que todo eso le estaba ocurriendo porque Dios no le amaba. Esto tuvo que ser especialmente doloroso para Jesús.

Veamos cuáles eran estas injurias:

1. "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas"

Los que injuriaban a Jesús lo hacían tergiversando las palabras que él había dicho: "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas...". Se mofaban así del Señor, expresando su desprecio por él y haciéndole sentir una vez más su debilidad y abandono. Pero eran incapaces de comprender que justo en ese momento ellos mismos estaban cumpliendo lo que Jesús realmente había predicho: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2:19). Ellos estaban destruyendo el templo de su cuerpo al que Jesús había hecho referencia, y la resurrección sería el momento en el que Dios lo levantaría, librándole de la muerte y mostrando al mundo que era su Hijo, aunque esto ocurriría tres días después, no antes.

2. "Sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz"

Vemos que los judíos también le desafiaban para que descendiera de la cruz y se salvase a sí mismo. Esta era la misma tentación que el diablo ya había intentado antes: "Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares" (Mt 4:8-9). En aquella ocasión, igual que en esta, la sutil invitación era a evitar la cruz.

Ninguno de los presentes lograron entender que lo que le sujetaba a aquella cruz no era su impotencia, sino su obediencia y amor al Padre y a la humanidad. Si hubiera bajado de aquella cruz, no habría salvado a los pecadores. Pero una vez más él venció la tentación y demostró su poder no bajando de la cruz. No lo olvidemos, el diablo no ha cambiado y sigue proponiendo a los hombres la salvación sin la cruz.

3. "A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar"
Es curioso que aun en estos momentos sus enemigos reconocían que había salvado a otros, sin embargo, todos aquellos milagros habían dejado indiferente su duro corazón.

Ahora su planteamiento consistía en demostrar que si él no era capaz de salvarse a sí mismo, estaba descalificado para liberar a otros. ¿Cómo podía ser el Mesías enviado de Dios, el escogido, si no era capaz de impedir que sus enemigos le crucificasen? Claro está que ellos pensaban en términos políticos, pero esa nunca había sido la pretensión de Jesús.

Desde ese punto de vista, podría parecer que los gobernantes judíos tenían razón. Pero su problema era que no habían entendido que él era "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29). ¿Cómo podía un cordero salvar a otros sin morir? Así que, sin entenderlo y con la intención de insultarle, dijeron una gran verdad: no podía salvarse a sí mismo y a otros al mismo tiempo. Eligió sacrificarse a sí mismo con el fin de salvar al mundo.

4. "El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos"

Una vez más estaban fingiendo que estarían dispuestos a creer si vieran alguna señal (Mr 8:11), pero solamente era una tentación con el fin de hacerle bajar de la cruz. Paradójicamente, es precisamente porque Jesús no bajó de la cruz por lo que hoy creemos en él.

"También los que estaban crucificados con él le injuriaban"

Hasta sus compañeros de suplicio se unieron a la burla y el desprecio contra él. Podemos decir que Jesús se encontraba absolutamente solo en su dolor.

Lucas nos explica que uno de los ladrones "le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lc 23:39). A pesar de estar a las puertas de la muerte no tenía ningún temor de Dios. Tampoco sufría ningún remordimiento en su conciencia por los pecados cometidos. Sin confesión de su culpabilidad delante de Dios, sin ninguna expresión de arrepentimiento, sin ninguna petición de perdón divino, nada podía hacer el Señor por él. Y además, ¿qué sentido tendría en esas condiciones librarle de la cruz? Salvarle de un castigo temporal, que era consecuencia de sus crímenes, no serviría de nada si finalmente iba a sufrir un castigo eterno mucho más terrible.

Lucas nos dice que el otro ladrón que estaba siendo crucificado manifestó finalmente una actitud totalmente diferente, llegando incluso a reprender a su compañero. A éste Jesús le dio palabras muy consoladoras: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:40-43).

"A la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra"

Jesús había pasado ya tres horas en la cruz, y aun pasaría otras tres más antes de que expirara. Marcos nos dice que justo a la mitad, a la hora sexta (sobre las doce del mediodía), ocurrió algo asombroso: "hubo tinieblas sobre toda la tierra". Debemos entender esto como un fenómeno sobrenatural, puesto que a esa hora es cuando el sol brilla en toda su intensidad.

Se trataba de una intervención directa de Dios con el propósito de atraer la atención de la vasta muchedumbre que estaba reunida allí y que pedían una señal del cielo. Sin embargo, la señal que recibieron era muy diferente de la que ellos esperaban. Aunque, por supuesto, no les hizo cambiar su incredulidad.

Estas tinieblas expresaban la oscuridad espiritual que envolvía a Jesús en la cruz. En el simbolismo bíblico las tinieblas significan la separación de Dios (1 Jn 1:5). Las "tinieblas de afuera" eran una de las expresiones que Jesús usaba para referirse al infierno (Mt 8:12), por cuanto se trata de una exclusión total y absoluta de la luz de la presencia de Dios.

Hasta ese momento, Jesús había sido abandonado por todos los hombres, pero todavía podía decir: "Mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16:32). Pero al entrar dentro de esas densas tinieblas que cubrieron el Gólgota, el Hijo estuvo completamente solo, abandonado incluso por Dios mismo. Jesús mismo lo expresó así: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34).

Y nosotros también nos preguntamos por qué Jesús fue desamparado de ese modo, por qué las tinieblas le separaron de su Padre. Todo indicaba la solemnidad de este momento, cuando Dios mismo estaba juzgando el pecado de la humanidad y cargando su culpabilidad sobre su propio Hijo. Pablo lo expresó de esta manera:

(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él."

Si el resultado del pecado es la separación de Dios, al cargar con la culpabilidad de nuestros pecados en la cruz, Dios tuvo que apartarse de su Hijo y exponerlo a su ira y juicios divinos.

(Is 59:2) "Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír."

Las tinieblas nos enseñan la profunda gravedad del pecado a los ojos de Dios. Es como si hasta el mismo universo entendiera esto y se vistiera de luto, sumido en oscuridad, para no presenciar aquella escena tan dramática.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

De entre las tinieblas brotó este grito de desamparo de Jesús, que a su vez se hacía eco de una cita del Salmo 22 en la que se describían gráficamente los sufrimientos internos del Mesías en su agonía.

(Sal 22:1-2) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo."

Aquí se describe la ruptura entre el Padre y el Hijo, lo que constituye un misterio imposible de explicar. Cristo era Dios, y como tal no podía haber ruptura dentro de la Trinidad. Pero también era hombre, y en esa condición sí podría sufrir la separación con Dios. Sin embargo, él era un hombre perfecto, y por lo tanto, tampoco había ninguna razón para que esta ruptura se produjera.

Pero como ya hemos comentado anteriormente, la razón de esta separación la encontramos en el hecho de que él estaba en ese momento ocupando el lugar del pecador (2 Co 5:21). No quiere decir que se hizo pecador por nosotros, sino que se presentó como ofrenda por nuestro pecado. Difícilmente podemos imaginarnos lo que tuvo que significar para el Santo Hijo de Dios ser colocado bajo el peso de la culpa correspondiente al pecado del mundo.

Sin lugar a dudas, esta ruptura en la comunión entre el Padre y el Hijo fue el mayor dolor de la cruz. Por supuesto también sufrió por los terribles padecimientos físicos, y por el dolor que le produjo el hecho de ser abandonado por los suyos, pero nada de eso era comparable con la separación de su Padre. Para un alma tan sensible como la del Señor Jesucristo, este aislamiento debió significar una agonía extrema. Quizás nosotros no lo entendamos, puesto que desgraciadamente en muchos casos la ruptura de la comunión con Dios no la apreciamos como un problema muy grave. Pero para Cristo esta relación era vital.

Incluso podemos ver su dolor en la forma en la que se expresaba en su oración; por primera vez no usó la forma habitual con la que siempre oraba, tratando a Dios como su "Padre", sino que le escuchamos dirigirse a él con estas palabras: "Dios mío, Dios mío". Todo esto manifestaba que en esos momentos la relación fraternal que el Hijo había disfrutado con el Padre fue cambiada por una relación judicial, donde el Padre actuaba como el Juez divino, y el Hijo era quien se hacía cargo de pagar la culpabilidad del pecado de la humanidad.

Nos debe conmover el hecho de que Dios estuviera dispuesto a sufrir de tal manera para llegar a salvarnos. En el desamparo de su Hijo debemos ver el amor de Dios hacia el mundo pecador.

(Jn 3:16) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

Como explicaba el mismo Salmo 22, para que todos los fieles de todos los tiempos disfrutaran del auxilio divino en sus aflicciones, el mismo Hijo de Dios tuvo que ser desamparado:

(Sal 22:4-8) "En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía."

Podemos decir que en la cruz Jesús hizo suyo y se identificó con el grito angustiado del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Asumió así el clamor, el tormento, y todo el desamparo de la humanidad perdida y en tinieblas, para que ésta pudiera disfrutar de la luz de la presencia de Dios.

"Y algunos decían, al oírlo: Mirad, llama a Elías"

Los presentes no entendieron el sentido del grito de Jesús, y lo confundieron con una llamada al profeta Elías, puesto que en hebreo "Dios mío" suena de una forma parecida al nombre del profeta.

En cualquier caso, lo que queda claro es que aquellos que estaban presenciando la agonía de Jesús, no entendieron la gravedad e importancia de lo que estaba ocurriendo, y estaban dispuestos a hacer burla de cualquier detalle, algo que tristemente sigue ocurriendo en nuestros días.

¿Cómo pudieron pensar que Jesús estaba pidiendo ayuda al profeta Elías? Ellos sabían que Elías vendría antes que el Mesías, así que tal vez se estaban burlando de Jesús como si en sus aspiraciones mesiánicas estuviera reclamando la presencia de su precursor para que descendiera del cielo en el mismo carro de fuego en el que había partido y que le rescatara para demostrar que verdaderamente Jesús era el Mesías esperado. Lo cierto es que no sabemos qué era exactamente lo que querían decir, lo único seguro es que estaban ridiculizando y menospreciando una vez más a Jesús.

"Empapando una esponja en vinagre, le dio a beber"

Al comienzo de la crucifixión, los soldados habían ofrecido a Jesús vino mezclado con mirra, que era una bebida que servía para atenuar los insoportables dolores, pero él la rechazó puesto que había elegido asumir conscientemente todo el sufrimiento (Mr 15:23). Pero después de seis horas colgado en la cruz y bajo el sol abrasador del mediodía, Jesús gritó: "Tengo sed" (Jn 19:28). Fue entonces cuando le ofrecieron un vino agriado, muy común entre los pobres, que también se podía considerar vinagre y que se tenía como una bebida para calmar la sed.

Aquí nos encontramos de nuevo con esa compenetración exacta entre la profecía bíblica y los acontecimientos históricos. En esta ocasión es una escritura del Salmo 69 la que se cumple:

(Sal 69:20-21) 
"El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre."

"Mas Jesús, dando una gran voz, expiró"

Marcos no explica lo que Jesús dijo cuando dio esta "gran voz", pero podemos verlo en los otros evangelistas:

(Lc 23:46) "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró."

(Jn 19:30) "Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu."

Ya hemos explicado que la muerte sobrevenía a los crucificados por el agotamiento producido por la agonía prolongada, que en ocasiones podía llegar a durar días enteros. En esas condiciones no era normal que los ajusticiados pudieran dar una gran voz en el instante de morir. Así que esto fue algo que también impresionó al centurión romano que vigilaba la ejecución de Jesús (Mr 15:39).

De esto podemos sacar varias conclusiones. En primer lugar, no debemos entender esta "gran voz" como un lamento desgarrador de alguien que ha sido vencido, sino como la voz de triunfo de quien había consumado plenamente la Obra de la Redención. Y en segundo lugar, nos recuerda lo que Jesús había dicho anteriormente: "Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo" (Jn 10:18). En su caso no fue la muerte la que se acercó a él, sino que fue él mismo quien salió al encuentro de la muerte.

"Entonces el velo del templo se rasgó en dos"

Mientras aquel grito todavía resonaba en el corazón de todos los presentes, en ese preciso momento en el que parecía que los principales sacerdotes habían triunfado desgarrando la vida de Jesús y destrozando las esperanzas de sus seguidores, en el templo sucedió algo asombroso: el enorme velo que separaba a Dios en el interior del Lugar Santísimo, se rasgó de arriba abajo. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Qué significaba?

En primer lugar debemos notar que el velo se rasgó "de arriba abajo", lo que indica que fue una acción divina. Esta fue la primera respuesta del Padre a la oración de su Hijo y la primera consecuencia de su muerte.

Podemos imaginarnos el terror que se apoderaría de los sacerdotes que en aquel momento estuvieran oficiando en el templo. ¡Ver abierto el Lugar Santísimo al que sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año! Suponemos que los servicios quedarían parados inmediatamente hasta que el velo fuera restaurado nuevamente.

Es muy probable que pocas personas supieran esto en un primer momento, pero una noticia así rápidamente llegaría a circular ampliamente, ¿qué pensarían entonces de este hecho? ¿cómo lo interpretarían? ¿lo asociarían con la muerte de Jesús en la cruz y con los otros acontecimientos asombrosos que tuvieron lugar en aquel mismo día, como las tinieblas que cubrieron la tierra durante tres horas hasta la muerte de Jesús?

No sabemos cómo interpretaron ellos todos estos hechos, pero los primeros cristianos entendieron rápidamente su significado. Lo más evidente, como explica detalladamente el autor de Hebreos, es que el camino hasta el Lugar Santísimo, que hasta ese momento permanecía cerrado, había quedado abierto para todos por la muerte del Señor Jesucristo, y nunca más volvería a estar cerrado (He 10:19-22). Todos los hombres que lo deseen pueden ahora acercarse a Dios con confianza gracias a Cristo. Todas las barreras entre el hombre y Dios han desaparecido.

¡Todo esto es asombroso! Después de que la humanidad mató al Hijo de Dios, lo lógico habría sido que Dios hubiera tomado algún tipo de represalia contra ella. Con toda justicia podría habernos abandonado a nuestra suerte, nos podría haber dejado para que cosecháramos el fruto de nuestro mal obrar y que pereciéramos en nuestros pecados. Esto es lo que merecíamos. Pero en lugar de eso Dios rasgó el velo del templo, mostrándonos así que no estaba planeando la venganza, sino que en su infinito amor estaba abriendo su corazón para perdonar y recibir a todos los que lo deseen. Aquellos que en su odio crucificaron a Jesús, ahora se les da la bienvenida para que regresen a él, dándoles la posibilidad de arrepentirse. Sólo un corazón duro como una piedra, puede permanecer inconmovible ante un amor como este. De hecho, es más que amor. El nombre que la Biblia le da es "gracia", amor manifestado hacia el que no lo merece.

En otro sentido también podemos pensar que por medio de este velo rasgado, Dios estaba manifestando su abandono de aquel templo. ¿Cómo podría seguir dentro de aquel centro religioso que odiaba a su Hijo? Aquel lugar había dejado de contar con la presencia de Dios. Allí ya no quedaba nada de vida. Y puesto que había perdido definitivamente su razón de existir, no tardaría en ser destruido tal como Jesús había anunciado (Mr 13:1-2).

Y no sólo el templo desaparecería, también el sacerdocio levítico que estaba asociado a él perdería su razón de ser. Por un lado, el sumo sacerdote descendiente de Aarón sería sustituido a partir de ese momento por Cristo, nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, que intercede por nosotros en el cielo. La epístola a los Hebreos se encarga de explicar ampliamente la superioridad de Cristo en este sentido (He 6:19-8:13). Pero no sólo el sumo sacerdote sería sustituido, también todos los sacerdotes del orden levítico desaparecerían para dar lugar al sacerdocio universal de todo creyente:

(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable."

(Ap 1:6) "Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén."

Debemos señalar que este cambio se produjo paulatinamente. Al comienzo del libro de los Hechos vemos que los apóstoles y los primeros cristianos todavía se reunían en el templo, pero poco a poco se fueron distanciando de él debido a la persecución de los líderes religiosos de Israel contra los cristianos. Sin lugar a dudas, esta lenta transición fue algo muy sabio de parte de Dios, aunque finalmente el hecho de que el velo del templo se hubiera rasgado simbolizaba con claridad la abolición del antiguo pacto, y tarde o temprano tendría que desaparecer por completo, algo que ocurrió de forma definitiva en el año 70 d.C. cuando los romanos destruyeron el templo y la ciudad.

Pero además del templo y el sacerdocio, también los mismos sacrificios del orden levítico se habían acabado. Todos ellos eran símbolos y tipos que apuntaban al sacrificio que Cristo acababa de realizar, por lo tanto, ya no era necesario seguir ofreciéndolos.

Por último, es interesante que consideremos también la interpretación que el autor de Hebreos hace de este incidente. Veamos la cita:

(He 10:19-20) "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne..."

Nos está diciendo que debemos interpretar el velo del templo como una figura o símbolo del cuerpo humano de nuestro Señor Jesucristo. El velo en el templo escondía la presencia de Dios, aunque al mismo tiempo, por medio de vivos colores y querubines simbólicos, daba una idea del Dios que moraba al otro lado dentro del Lugar Santísimo. Y de la misma manera, podemos decir que en el Señor Jesucristo habitaba toda la plenitud de la deidad (Col 2:9), aunque de alguna manera quedaba velada por medio de su humanidad, aunque al mismo tiempo, su perfecta humanidad mostraba la belleza del Dios eterno. Ahora bien, ¿de qué manera la naturaleza humana de Jesús nos separa de Dios? El hecho es que su perfección pone en evidencia nuestras imperfecciones y pecados, que son precisamente el problema por el que estamos separados de Dios. Pero cuando en el Gólgota él se entregó por nuestros pecados, su sacrificio fue aceptado por Dios, debido a su santidad perfecta y al valor de su vida. A partir de ese momento, quedó abierto un "camino nuevo y vivo" a través de Cristo.

"El centurión dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

Marcos dirige ahora nuestra atención hacia otro de los personajes presentes en la crucifixión de Jesús: el centurión encargado de la cuadrilla de ejecución.

Suponemos que en un principio él no tuvo ningún interés en Jesús, sino que lo único que hacía era cumplir con su deber de manera rutinaria. Desconocemos cuánto sabía del conflicto que los principales sacerdotes tenían con Jesús, o de las cuestiones religiosas que les había llevado a acusarle ante Pilato. Y quizás él mismo había participado en las burlas que los soldados romanos habían hecho al Señor antes de llevarle para ser crucificado (Mr 15:16-20).

Pero lo cierto era que en aquella ejecución habían ocurrido cosas que no eran habituales, lo que tuvo que avivar el interés del centurión por saber algo más acerca de Jesús. Las densas tinieblas a la hora del mediodía, o la afluencia inusual de gente durante esa crucifixión, junto con los insultos que hacían y el dominio propio con el que Jesús los recibía, o las conversaciones de los otros ladrones con Jesús, y aun la forma en que murió exclamando a gran voz, imaginamos que todo esto no pudo dejar indiferente ni aun a este endurecido soldado.

Seguramente habría asistido a la crucifixión de peligrosos criminales, de ordinarios homicidas, revolucionarios políticos y un sinfín de gente diversa, pero en Jesús había visto una perfección moral que nunca antes había conocido en esas circunstancias cuando los seres humanos son puestos en la peor de las condiciones: cara a cara con la muerte.

Finalmente el centurión confesó que "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Surge la duda acerca de lo que realmente quiso decir. Lo más razonable es suponer que había visto en Jesús algo sobrenatural y divino. Que a pesar de la humillante muerte que había tenido, ese crucificado era mucho más de lo que la gente en general pensaba. Que se había cometido un funesto error al crucificar a alguien que era justo (Lc 23:47). Que Jesús no era lo que sus enfurecidos enemigos habían estado diciendo contra él durante toda la crucifixión. Aunque también pudiera ser cierto que en ese momento no llegara a entender el concepto de la plena divinidad de Cristo como nosotros, puesto probablemente él tendría una formación pagana.




"Había algunas mujeres mirando de lejos"

Jesús murió en la ausencia de sus discípulos y en el silencio del Padre. Sólo estaban allí, su María, su madre, María Madgalena  y Juan, el discípulo amado. Y desde lejos, unas mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, ayudándole con sus bienes y su trabajo. En estos momentos nada podían hacer por el Señor, pero seguían demostrando su amor y devoción con su simple presencia.

En cualquier caso, no podemos imaginarnos una escena más desgarradora. Parecía que una vez más habían ganado los de siempre, los poderosos, y que seguirían manteniendo sus privilegios como si nada hubiera pasado. Una vez más todas las esperanzas de un auténtico cambio en este mundo se habían desvanecido. Podemos ver esta desolación en los comentarios que más tarde hicieron los dos que iban camino de Emaús: "nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora..." (Lc 24:21).

Pero Marcos no nos introduce a estas mujeres aquí por casualidad. Ellas van a estar presentes a lo largo del próximo capítulo y serán el eslabón entre la muerte de Cristo y su resurrección. Ellas que habían seguido a Jesús a lo largo de su vida, lo harían también después de su muerte, llegando a ser los primeros testigos de su resurrección. Sin duda, un hermoso reconocimiento a la sensibilidad espiritual de las mujeres.

Pero era necesario que para que su testimonio fuera válido, estuvieran presentes en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, algo que el evangelista se propone demostrarnos a continuación (Mr 15:40) (Mr 15:47) (Mr 16:9).

¿Quiénes eran estas mujeres?

(Juan 19:25) "Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena."

María Magdalena, a quien el Señor había librado de posesión demoníaca (Lc 8:2).

María, madre de  Santiago llamado el menor y de José, bien conocidos en la iglesia primitiva.

Salomé, a quien quizá se le puede identificar como la esposa de Zebedeo (Mt 27:56) y madre de Santiago y Juan.

El rechazo a la cruz de Cristo

Nuestras consideraciones a lo largo de este estudio nos han dado una idea del por qué la crucifixión se veía con auténtico horror en el mundo antiguo. Por ejemplo, los romanos nunca la aplicarían a un ciudadano romano, sino sólo a los esclavos, extranjeros, o cualquiera que ellos consideraran indigno de ser tenido por persona. En cuanto a los judíos, ellos interpretaban que una persona que moría colgada en un madero estaba bajo la maldición de Dios (Dt 21:22-23).

Por estas razones, cuando Pablo predicaba que el Mesías de Dios había muerto en una cruz, inmediatamente despertaba las actitudes más despectivas.

(1 Co 1:23) "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura"

¿Cómo podría una persona en su sano juicio adorar a un hombre que había sido condenado como criminal, y sometido a la forma más humillante de ejecución? ¿Cómo podía el Mesías haber muerto sometido a la maldición de Dios?

Y el rechazo que la cruz despertaba en el mundo antiguo sigue siendo el mismo en nuestros días. Consideremos brevemente algunas de las razones.

1. Revela la gravedad de nuestros pecados

Si Cristo murió en la Cruz para pagar la culpa que nosotros merecíamos, y si Dios mismo no encontró ningún otro modo de perdonar con justicia al pecador, salvo ofreciendo a su propio Hijo como ofrenda por el pecado, entonces tenemos que admitir que nuestros pecados eran extremadamente horribles y nuestra condición ante Dios muy grave.

Evidentemente ningún hombre quiere verse de esta manera, y normalmente intentamos crear una imagen de nosotros mismos mucho más positiva. Esta es una de las razones por las que el hombre rechaza la cruz, ya que nos hace sentir vergüenza por lo que somos. Nos obliga a humillarnos y confesar que hemos pecado y que no merecemos otra cosa que el juicio. Nuestro orgullo se revela con fuerza contra esto.

2. Hiere nuestro orgullo

La cruz nos revela que la salvación provista por Cristo tiene que ser recibida como un regalo gratuito, sin que nosotros podamos pagarla o hacer algo para ganarla. Las últimas palabras de Cristo fueron "Consumado es" (Jn 19:30). Con esto declaró que ya no había nada más que se pudiera agregar. Esta es otra razón por la que las personas rechazan la cruz. Les parece inconcebible que no puedan ganarse su propia salvación, ni siquiera colaborar para obtenerla. Ante la cruz somos tratados como inválidos incapaces por nosotros mismos de salvarnos, y a nuestro soberbio ego no le gusta verse humillado de esta manera ante la cruz.

Hasta el día de hoy no hay nada que excluya a la gente del reino de Dios más que el orgullo. El evangelio nos desnuda totalmente (no tenemos vestiduras en las cuales presentarnos delante de Dios), y nos declara en bancarrota (no tenemos moneda alguna con la cual podamos comprar el favor del cielo).

3. Excluye cualquier otro medio de salvación

En el mundo antiguo donde el evangelio se predicó por primera vez, había muchas religiones politeístas, y muchos de los que escucharon hablar de Jesucristo se mostraron dispuestos a aceptarlo como una divinidad más a quien adorar entre otras muchas. Pero el problema surgió cuando los apóstoles y misioneros insistían es sostener la singularidad y el carácter único de Jesucristo y su obra en la cruz.

Por supuesto, los tiempos han cambiado, y todas aquellas antiguas divinidades paganas han quedado en el olvido, pero sin embargo, la gente sigue prefiriendo el pluralismo religioso, y cada vez se persigue más los comentarios despectivos hacia cualquier religión. Muchos abogan por la fórmula del ecumenismo y otros por el sincretismo religioso. En este ambiente, la exclusividad del evangelio de Jesucristo sigue despertando un fuerte rechazo.

Y no sólo por el hecho de que se predique que el Dios cristiano es el único verdadero, sino también porque se afirma que la obra realizada por su Hijo en la Cruz es el único medio de salvación para toda la humanidad.

(1 Ti 2:5-6) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos..."

Esta afirmación de exclusividad produce un fuerte rechazo. Muchos la consideran insoportablemente intolerante. No obstante, la afirmación de la verdad nos obliga a sostenerlo, por grande que sea la ofensa que ocasione.

Conclusión
Los cristianos no nos avergonzamos de presentar a Cristo crucificado. Pablo mismo lo expresó con rotundidad: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6:14). Nosotros sabemos que Jesús no merecía la maldición de Dios, sino que era nuestra propia maldición la que él estaba llevando sobre la cruz (Ga 3:13). Y es por esta razón que el recuerdo del amor de Dios expresado en la cruz nos constriñe para vivir diariamente para Cristo (2 Co 5:14-15).

Fuente: Escuela Bíblica