sábado, 21 de junio de 2014

Los sábados son de María: Quince minutos

con María Auxiliadora  



¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia... Estréchame cariñosa entre tus brazos... deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que sólo deja desengaños y pesares.

Mírame compasiva... estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbada y llena de temor...
Abrumada bajo el peso de la aflicción, sobrecogida de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador... y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es, ¡oh Madre Augusta! tu corazón.

A ti me acerco llena de confianza... no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, mas Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.

¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él, pues vengo cansada y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies.

¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergida imitando al Pródigo del Evangelio, digo también: "Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hija que te busca! perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a tus favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.

¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no! tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.
Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta tu pobre hija que sólo desea amarte y agradecerte.

¡Oh sí! Tú eres el Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él... Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida. Que nada me distraiga, que nadie me busque... Yo estoy perdida en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondida en el seno misterioso de mi bendita Madre.

Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno quiero hablarte con la confianza del niño... quiero acariciarte, quiero llorar contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos... derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el
corazón para regalártelo en prenda de mi amor.

Escucha pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cual bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte... quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus bracitos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: "He aquí a tu Madre, he aquí a tu hija".

Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hija a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos títulos... la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal... la que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos... ¿lo recuerdas? Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquila bajo tu manto sin conocer ni sospechar siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las que preparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida. Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido, sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales, dones que reservas tan sólo para tus amados.

Todo... todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas, digna y elocuentemente, en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.

¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente, dándome alas para remontarme hasta lo infinito... ¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.

Mas ¡ay!... pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo... Madre, no puedo soportar su peso... siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha... Ansiosa te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora...

Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonada, semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante... ¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado... Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudora de tantas y tan especialísimas gracias... pero sobre todo tengo miedo... ¡Oh no quisiera ni decirlo... tengo miedo de serte ingrata, abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud!

¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unida a Ti, como la débil yedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán... ¿Qué sería de ésta tu hija, ¡oh Madre!, sin Ti? Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias... acosada me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí? No me alejes, por piedad, sálvame... muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.

Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne
tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.

Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo mala que he sido... ¡María de mi vida! No resta más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse... mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero
derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente lava.

Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará. Estoy segura de que aun cuando el demonio ruja a mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.

Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza... ni un momento lo dudo. Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance exclamarán también enternecidos: "Mirad cómo la ama nuestra Reina". Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema. Haz ¡oh Madre mía! que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma. ¡Madre!... que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti... que sea la última nota de mis cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna Madre Auxiliadora...!




lunes, 16 de junio de 2014

Novena a María Reina de la Paz



PRIMER DIA (16)
LA PAZ

Sabemos, por el Evangelio, cómo Jesús fue misionero de paz. En su nacimiento los ángeles alabaron a Dios porque la paz había llegado "a los hombres en quienes Dios se complace". Lc 2, 14.

Más adelante, cuando comenzó a predicar proclamó: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios". Mt 5,9

Y cuando envió a misionar a sus discípulos les dio instrucciones precisas para invocar la paz en las familias. ...más

domingo, 15 de junio de 2014

EL PEREGRINO RUSO: un camino hacia la oración del corazón


EL PEREGRINO RUSO 
Anónimo 


PRIMERA PARTE 
CAPÍTULO PRIMERO

Por la gracia de Dios soy hombre y soy cristiano; por mis actos, gran pecador; por estado, peregrino de la más baja condición, andando siempre errante de un lugar a otro. Mis bienes son: a la espalda, una alforja con pan duro, la santa Biblia en el bolsillo y basta de contar. El domingo vigesimocuarto después de la Trinidad entré en la Iglesia para orar durante el oficio; estaban leyendo la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, en el pasaje en que está escrito: Orad sin cesar. Estas palabras penetraron profundamente en mi espíritu, y me pregunté cómo es posible orar sin cesar, siendo así que todos debemos ocuparnos en diversos trabajos a fin de proveer a la propia subsistencia. Busqué en la Biblia y leí con mis propios ojos exactamente lo mismo que había oído: Orad sin cesar; orad en todo momento en espíritu; orad en todo lugar levantando unas manos puras. Inútil reflexionar; yo no sabía qué partido tomar.

¿Qué hacer?, pensé. ¿Dónde encontrar una persona capaz de explicarme estas palabras? Iré por las iglesias donde predican oradores famosos y acaso en ellas encontraré lo que busco. Y sin más, me puse en camino. Escuché muchos y excelentes sermones sobre la oración, pero todos eran instrucciones sobre la oración en general: qué es la oración, por qué se ha de orar, cuáles son los frutos de la oración. Pero cómo llegar a orar de verdad, de esto nadie hablaba. Oí un sermón sobre la oración de espíritu y sobre la oración continua; pero nada dijo el predicador del modo de alcanzar esta oración. De manera que la asistencia a los sermones no me había resuelto lo que yo buscaba. Por eso dejé de asistir a ellos, y determiné buscar con la ayuda de Dios un hombre sabio y experimentado que me explicara este misterio, ya que tan atraído me sentía hacia él.

Así anduve mucho tiempo; leía la Biblia y me preguntaba si no habría en alguna parte un maestro del espíritu o un guía sabio y lleno de experiencia. Una vez me dijeron que en un pueblecito vivía hacía mucho tiempo un señor que sólo se ocupaba de su salvación: tiene en su casa una capilla, nunca sale fuera y siempre está rezando o leyendo libros espirituales. Al oír estas palabras, me puse sin tardar en camino hacia aquel pueblo; llegué y me dirigí a mi hombre.

-¿Qué es lo que buscas en mi casa? -me preguntó.

-Me han contado que sois un hombre piadoso y prudente; por eso os pido en nombre de Dios que me expliquéis qué quiere decir esta frase del Apóstol: Orad sin cesar, y cómo es posible orar de esta manera. Esto es lo que deseo comprender sin poderlo conseguir.

El hombre permaneció un rato en silencio, me miró con atención y dijo:

-La oración interior continua es el esfuerzo incesante del espíritu humano por alcanzar a Dios. Para conseguir este saludable ejercicio, hay que pedir a menudo al Señor que nos enseñe a orar sin cesar. Ora más y con más celo y fervor, y la oración te hará comprender por sí misma cómo puede llegar a ser continua; pero para esto hace falta mucho tiempo.

Dichas estas palabras, me dio de comer, me puso algunas cosas para el camino y se retiró. Pero no me había explicado nada.

Me puse en marcha. Mientras caminaba, iba yo pensando, leía, reflexionaba como podía en lo que me había dicho aquel hombre, pero no podía comprender nada; pero eran tales mis deseos de llegar a interpretarle que pasaba las noches sin conciliar el sueño. Después de haber recorrido doscientas verstas, llegué a una ciudad cabeza de partido. En ella vi un monasterio. En la posada me dijeron que en él vivía un superior piadoso, caritativo y hospitalario. Me presenté a él, y me recibió con bondad, me hizo tomar asiento y me invitó a comer.

-Santísimo Padre -le dije-, yo no tengo necesidad de comida, sino que quisiera que me dieseis una lección espiritual: ¿Cómo he de obtener la salvación? 

-¿Que cómo has de obtener la salvación? Vive según los mandamientos, ruega a Dios y serás salvo.

-Me han enseñado que hay que orar sin cesar, pero no sé cómo hacerlo, y ni siquiera puedo comprender qué significa oración continua. Os ruego, Padre, que me queráis explicar estas cosas.

-No sé, hermano mío, de qué manera explicártelo mejor. Pero espera: aquí tengo un librito que trata de esta cuestión. -Y sacó la Instrucción espiritual del hombre interior de San Demetrio-. Toma, lee en esta página.

Y comencé a leer lo que sigue: «Estas palabras del Apóstol: Orad sin cesar, se aplican a la oración hecha por la inteligencia; la inteligencia puede, en efecto, estar siempre sumergida en Dios y orar a Él sin cesar.»

-Explicadme cómo puede la inteligencia estar siempre sumergida en Dios sin distracciones y orar siempre a Él.

-Esto es cosa difícil, si el mismo Dios no concede esta gracia -respondió el superior.

Pero no me había explicado nada. Pasé la noche en su casa y, por la mañana, habiéndole dado las gracias por su amable hospitalidad, me puse de nuevo en camino sin saber de modo preciso a dónde dirigirme. Estaba muy triste por no haber comprendido nada, y para consolarme leía la santa Biblia. Así fui adelante por el camino real, hasta que una tarde encontré a un anciano que tenía traza de ser un religioso.

A mi pregunta, respondió que era monje y que la soledad en que vivía con algunos hermanos estaba a diez verstas del camino, y me invitó a detenerme con ellos.

-En nuestra casa -me dijo- se recibe a los peregrinos, se los cuida y se les da de comer en la hospedería.

Yo no tenía ningún deseo de ir allí, y le dije:

-Mi descanso no depende del hospedaje, sino de una enseñanza espiritual; no busco comida, pues llevo mucho pan seco en mi alforja.

-¿Qué clase de enseñanza es la que buscas y qué es lo que quieres comprender mejor? Ven, ven a nuestra casa, querido hermano; en ella tenemos startsi experimentados que pueden darte una dirección espiritual y ponerte en el camino verdadero que lleva a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de los Padres.

-Mirad, Padre, hace alrededor de un año que, estando en un oficio, oí este mandamiento del Apóstol: Orad sin cesar. No sabiendo cómo interpretar estas palabras, me puse a leer la Biblia, y también en ella, y en múltiples pasajes, he encontrado el mandamiento de Dios: hay que orar sin cesar, siempre, en toda ocasión, en todo lugar, no sólo durante las ocupaciones del día, no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño: Yo duermo, pero mi corazón vela. Esto me admiró sobremanera y no puedo comprender cómo es posible cumplir tal cosa ni cuáles son los medios de conseguirlo; un gran deseo y una gran curiosidad se despertaron en mí: ni de día ni de noche se han apartado estas palabras de mi espíritu. Me puse también a visitar las iglesias y a oír sermones sobre la oración, pero en vano: nunca he podido saber cómo orar sin cesar; hablaban siempre en ellos de la preparación a la oración o de sus frutos, sin enseñar cómo orar sin cesar, ni qué significa tal oración. A menudo he leído la Biblia y en ella he vuelto a encontrar lo mismo que había oído; pero no he podido comprender lo que tanto ansío. Así que durante todo este tiempo ando lleno de incertidumbre e inquietud. El starets hizo la señal de la cruz y tomó la palabra:

-Da gracias a Dios, hermano muy amado, por haberte Él revelado esa invencible atracción que existe en ti hacia la oración interior continua. Reconoce en eso el llamamiento de Dios y tranquilízate pensando que así ha sido debidamente probado el acuerdo de tu voluntad con la palabra divina; te ha sido dado comprender que no es ni la sabiduría de este mundo ni un vano deseo de conocimiento lo que conduce a la luz celestial -la continua oración interior-, sino al contrario, la pobreza de espíritu y la experiencia activa en la simplicidad del corazón.

Por eso no es de maravillar que no hayas oído ninguna cosa profunda acerca del acto de orar y que nada hayas podido aprender acerca del modo de llegar a esta perpetua actividad. En verdad, se predica mucho acerca de la oración y sobre esta materia existen no pocas obras recientes, pero todos los juicios de sus autores están fundados en la especulación intelectual, en los conceptos de la razón natural, y no en la experiencia que resulta de la acción; hablan más de lo que a la oración es accesorio que de la esencia de la oración. El uno explica muy bien por qué hay que orar; el otro trata de los efectos bienhechores de la oración; un tercero, de las condiciones necesarias para orar bien, es decir, del celo, de la atención, del fervor del corazón, de la pureza de la mente, de la humildad, del arrepentimiento que hay que tener para ponerse a orar. Pero qué es la oración y cómo se aprende a orar, cosas tan esenciales y fundamentales en la oración, muy poco lo tratan los predicadores de nuestro tiempo; porque son más difíciles que todas sus explicaciones y exigen no un saber escolar, sino un conocimiento místico. Y lo que es más triste aún, esta elemental y vana sabiduría conduce a medir a Dios con una medida humana. Muchos cometen un gran error al pensar que los medios preparatorios y las buenas acciones engendran la oración, cuando la verdad es que la oración es la fuente de las obras y de las virtudes. Gran yerro cometen al tomar los frutos y las consecuencias de la oración como medios de llegar a ella, disminuyendo así su fuerza. Es este un punto de vista completamente opuesto a la Escritura, pues el Apóstol San Pablo habla así de la oración: Ruego, pues, ante todo, que se hagan oraciones.

Así el Apóstol pone la oración por encima de todo lo demás. Muchas buenas obras se piden al cristiano, pero la obra de la oración está sobre todas las demás, porque nada es posible hacer si ella falta. Sin la oración frecuente no es posible dar con el camino que conduce al Señor, ni conocer la Verdad, ni ser iluminados en el corazón por la luz de Cristo, ni unirse a él en la salvación. Digo frecuente, porque la perfección y la corrección de nuestra oración no depende de nosotros, como asimismo lo dice el Apóstol Pablo: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Sólo su frecuencia ha sido puesta en nuestras manos, como medio de alcanzar la pureza de oración que es la madre de todo bien espiritual. Hazte con la madre y tendrás descendencia, dice San Isaac el Sirio, queriéndonos dar a entender que primero hay que adquirir la oración para luego poner en práctica todas las virtudes. Pero conocen mal estas cuestiones y hablan poco de ellas quienes no están familiarizados con la práctica y las enseñanzas de los Padres.

Conversando de esta suerte, habíamos llegado, sin darnos cuenta a la soledad. Para no separarme de este sabio anciano y satisfacer cuanto antes mis deseos, me apresuré a preguntarle:

-Os ruego, venerable Padre, que me expliquéis qué es la oración interior y continua y cómo podría yo aprenderla; pues veo que de ella tenéis muy profunda y segura experiencia.

El starets escuchó mi petición con bondad y me llevó a su cuarto:

-Ven conmigo y te daré un libro de los Padres que te permitirá comprender claramente en qué consiste la oración y aprenderla con la gracia de Dios.

Entramos en su celda y el starets me dijo las siguientes palabras:

-La oración de Jesús interior y constante es la invocación continua e ininterrumpida del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, en el sentimiento de su presencia, en todo lugar y en todo tiempo, aun durante el sueño. Esa oración se expresa por estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tened piedad de mí! Todo el que se acostumbra a esta invocación siente muy grande consolación y necesidad de decir siempre esta oración; al cabo de algún tiempo, no puede ya pasar sin ella y se le hace como su misma sangre y carne. ¿Comprendes ahora qué es la oración continua?