jueves, 20 de junio de 2019

Corpus Christi: historia de la Solemnidad

A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.
Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.
Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV.
El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
Mons. Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.
El Papa Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales -donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.
El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.
Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.
La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. En 1317 se promulga una recopilación de leyes -por Juan XXII- y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.
La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.
En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
Finalmente, el Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

domingo, 16 de junio de 2019

Solemnidad de la Santísima Trinidad

El Icono de la Santísima Trinidad de Andre Rublev - Su explicación

San Sergio de Radonega ( 1313-1392) no ha dejado ningún tratado teológico, pero su vida entera estuvo consagrada a la Santa Trinidad. Objeto de su contemplación incesante, este misterio divino derrama en él y hace de él esa paz encarnada con que resplandecía visiblemente ante todos. Dedicó su iglesia a la Trinidad y se esforzó en reproducir una unidad a su imagen en su entorno inmediato y hasta en la vida política de su tiempo .Se podría decir que reunió a toda la Rusia de su época alrededor de su iglesia, alrededor del Nombre de Dios, para que los hombres “por la contemplación de la Santa Trinidad venzan el odio desgarrador del mundo”. Siete años después de su muerte, su discípulo san Nicono encargó al célebre iconógrafo Andrés Rublev que pintara un ícono de la Santa Trinidad en memoria de San Sergio. También hizo decorar el iconostasio de la abadía de la Santa Trinidad por Rublev y su fiel compañero Daniel. Los días de fiesta, cuando Andrés y Daniel no trabajaban, “se sentaban ante los venerables y divinos iconos y mirándolos sin distracción... elevaban constantemente su espíritu y su pensamiento a la luz inmaterial y divina...”. Esta es la luz que Andrés Rublev supo transmitir en su icono hecho célebre. Recrea el ritmo mismo de la vida trinitaria, su diversidad única y el movimiento de amor que identifica las Personas sin confundirlas. Parece que Rublev respira el aires de la eternidad, que vive en los espacios del corazón divino y se erige así en sorprendente poeta del Amor. El icono de la Trinidad se remonta a la oración sacerdotal de Cristo: “ para que todos sean uno...para que el amor con el que me has amado esté en ellos y yo mismo esté en ellos...”( Jn 17,21-23)


Interpretación del ícono de Rublev

En 1515, la catedral de la asunción de Moscú se acababa de decorar con espléndidos íconos hechos por los alumnos del gran maestro Rublev. Cuando todos entraron exclamaron: “en verdad los cielos se abren y se muestran los esplendores de Dios”.

Este sentimiento se comprende ante el icono de los íconos, el icono de la Santa Trinidad hecho por el monje André Rublëv en 1425. Unos ciento cincuenta años después, el Concilio de los Cien capítulos lo erige como modelo de la iconografía y de todas las representaciones de la Trinidad.

Rublev se inspiró en el pasaje de Gn 18,1-10, conocido como “la hospitalidad de Abraham”.  
  • Aparecen tres ángeles frente a la tienda de Abraham, en el encinar de Mambré.
  • Se lavan los pies, se reponen del camino.
  • Comen la comida que Sara y Abraham les ofrecen generosamente.
  • Anuncian un nacimiento inesperado (siempre que hay un encuentro en torno a una mesa se produce un nuevo nacimiento)
  • Abraham es viejo y no tiene hijos, a pesar de la reiterada promesa de Yahvé.


Lectura del libro del Génesis 18, 1-10a

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.»
Contestaron: «Bien, haz lo que dices.»
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.»
Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.
Después le dijeron: «¿Dónde está Sara, tu mujer?»
Contestó: «Aquí, en la tienda.»
Añadió uno: «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

COMENTARIO A LA PALABRA:

Acogieron sin saberlo al mismo Dios

La palabra griega para “hospitalidad” es filoxenía, amor al extranjero, inversión literal de un término terrible: xenofobia. En la Carta a los Hebreos leemos: “No olvidéis la filoxenía, porque por ella algunos, sin saberlo, acogieron ángeles” (13,2).
El autor neotestamentario se refiere a la escena del Génesis proclamada hoy. Abrahán ofreció, junto a la encina de Mambré, una cena de acogida a unos viajeros desconocidos.
En varias ocasiones, voluntarios de Acoger y Compartir han viajado a los países donde se están desarrollando los proyectos, no como supervisores, sino en un deseo de compartir y crear lazos.
Tanto el que acoge como el que es acogido participan de una bendición.
Abrahán y Sara son bendecidos por sus huéspedes, una bendición hará florecer el desierto de su esterilidad. Nada volverá a ser lo mismo.
Los Padres de la Iglesia han creído ver en estos tres personajes una prefiguración de la Trinidad. Bebiendo de esta tradición, el iconógrafo ruso Andrei Rublev (1370-1440) creó una de sus obras maestras.
Los tres personajes tienen el mismo rostro. El autor expresa así la igual dignidad de los tres seres. Cada uno lleva además alguna pieza de vestido de color azul, color del cielo, símbolo de la naturaleza divina que los tres comparten.
Pero cada personaje tiene unas características especiales que nos muestran quién es. El oro de los tronos, asiento divino, habla de la superabundancia de la vida trinitaria.

El personaje del centro representa a Cristo.
El color marrón de la túnica es signo de su humanidad. Una tira,estola dorada cae sobre su hombro derecho  muestra que es el Mesías rey. Viene de un largo camino, por eso el cuello de su túnica está ligeramente descolocado,.
El árbol tras la figura de Cristo encontramos la encina de Mambrése convierte en árbol de vida. Evoca el árbol del conocimiento del bien y del mal del que comieron Adán y Eva pecado que nuestro Señor Jesús viene a redimir y el árbol de la cruz donde será clavado el Redentor. Ella se hace visible, está formada por el travesaño vertical del árbol, el Hijo, el cordero y el mundo (representado por el rectángulo). El travesaño horizontal está formado por las cabezas del Padre y del Espíritu. No hay círculo sin cruz, ni vida eterna sin muerte, no se gana la vida sin perderla, ni hay reino celestial sin calvario. El círculo y la cruz no se pueden separar jamás: Jn 15,19-20  "El siervo no es más que su amo, si a mí me han perseguido, lo mismo harán con ustedes, si permanecen en el mundo el mundo los querrá como cosa suya, pero como no le pertenecen, el mundo los odia”
La liturgia juega con la imagen de ambos árboles, el del Edén y el del Calvario: "el que venció en un árbol es en un árbol vencido"
La mano de Cristo se apoya sobre la mesa. Los dos dedos extendidos muestran que en Él se unen lo humano y lo divino.
La cabeza de Cristo y su mirada se dirigen hacia su derecha.
Llevados por este movimiento también nosotros somos conducidos a contemplar al último de los tres personajes: el Padre.
Cristo no nos retiene. Él nos muestra el rostro del Padre
El Hijo escucha, las parábolas de su vestido muestran la atención suprema, el abandono de sí.

El también renuncia así mismo para ser solo Verbo de su Padre. “las palabras que yo os digo, no las digo por mí mismo; el Padre que habita en mí es quien realiza sus propias obras”.

Su mano derecha reproduce el gesto del Padre: la bendición

El personaje de la izquierda es el Padre.
Un manto de un color indefinible cubre la túnica color azul. Dios invisible, fuente de todo ser, el origen sin origen, el inefable.Está como recibiendo al recién llegado, su postura es de reposo
Ambas manos sostienen el bastón, símbolo de su serena autoridad
Sobre su cabeza hay una casa: la morada de Dios. De ella nos dice Jesús:
"En casa de mi Padre hay muchas moradas, voy a prepararos un sitio" (Jn 14,2)
"Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada" (Jn 14,23)
El poder del amor del Padre se manifiesta en la mirada del ángel del centro. El es amor y precisamente solo puede revelarse en la comunión y puede ser conocido como comunión. ( “Nadie viene al Padre sino por mi” Jn 14,6) es la más conmovedora revelación de la naturaleza misma del amor. No se puede tener ningún conocimiento de Dios fuera de la comunión entre el hombre y Dios, y esta es siempre trinitaria e inicia en la comunión entre el Padre y el Hijo. Hace comprender por qué el Padre no se revela nunca directamente. El icono muestra esta comunión cuya morada viva es la copa.
 Las  líneas del lado derecho del ángel central se amplifican a medida que se acercan al ángel de la izquierda. En el lenguaje simbólico de las líneas, las curvas convexas designan siempre la expresión, la palabra, el despliegue, la revelación; y por el contrario, las curvas cóncavas significan obediencia atención, abnegación, receptividad. El Padre está vuelto hacia el Hijo. Le habla. El movimiento que recorre su ser es el éxtasis. Se expresa enteramente en el Hijo: “El Padre está en mi. Todo lo que el Padre tiene es mío”.

El personaje que ocupa la parte derecha del icono representa al Espíritu Santo.
Sobre la túnica azul, signo de su divinidad, lleva un manto que tiene el verde de la hierba en primavera o de las hojas nuevas.
Este color simboliza el poder del Espíritu Santo para renovar la vida sobre la tierra.
Detrás de la figura hay una montaña (un peña de color ocre justo encima del nimbo que rodea la cabeza).
Las montañas son lugares de encuentro con Dios:
Moisés habló con Dios en el Sinaí.
Elías tuvo un encuentro con Dios en el Horeb. (Dios no estaba en el terremoto, ni en la tempestad, ni en el fuego,...sino en una brisa suave 2Re 19,12).
Jesús se transfiguró en el Tabor.
Su mano toca la mesa, y comunica a la Tierra la santidad de Dios.
En la liturgia católica, el sacerdote dice antes de la consagración "Santifica estos dones con la efusión del Espíritu..." y extiende sus manos sobre el altar.
Cortado por el bastón que sostiene con la mano izquierda. La mano derecha casi parece apoyarse en la mesa como para levantarse.
La dulzura del ángel de la derecha tiene algo de maternal. ( Ruah= el espíritu en las lenguas semíticas es femenino. Los textos sirios lo llaman a menudo el consolador: Consoladora). Es el consolador, pero también es el Espíritu: el Espíritu de la vida. Es el que da la vida y de quien todo se origina. Ppor su inclinación y el impulso de todo su ser, está en medio del Padre y del Hijo: es el Espíritu de la comunión. El movimiento parte del él.

Con una tristeza inefable, dimensión divina del Ágape, el Padre inclina su cabeza hacia el hijo. Parece que habla del cordero inmolado cuyo sacrificio culmina en el cáliz que bendice. La posición vertical del Hijo traduce toda su atención, su rostro está como cubierto por la sombra de la cruz; pensativo, manifiesta su acuerdo con el mismo gesto de la bendición. Si la mirada del Padre, en su profundidad sin fondo, contempla el único camino de la salvación, la elevación apenas perceptible de la mirada del Hijo traduce su consentimiento. El Espíritu Santo  se inclina hacia el Padre; está sumergido en la contemplación del misterio, su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento descendente, Pentecostés.
 


En el icono hay dos dos copas:
Una es claramente visible sobre la mesa.
La otra puede ser visualizada siguiendo los perfiles de los personajes que representan al Padre y al Espíritu. Esta copa contiene a Cristo.
Las dos copas son signo del cáliz eucarístico.
La copa:  El centro de los tres personajes esla copa. Los tres la rodean. Además, la copa está ubicada en el corazón de una copa más grande que dibujan los dos ángeles laterales. El tema de la conversación no puede ser otro que la copa. Es la copa eucarística.
El cordero: En la copa está el cordero que Abraham ofreció a los ángeles. Es el Cordero de Dios. Es el centro del icono. Las manos del Padre y del Hijo revelan su significado.
Hay como dos centros, por una parte la copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el seno del personaje central: el Hijo. A través del amor de Cristo, que se nos ofrece en la Eucaristía, se realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que es apertura a la eternidad de Dios. Compartir la copa eucarística es adentrarse en el misterio del amor que mana del seno de Cristo.
     Esta unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por la copa que forman las siluetas de los personajes laterales, reproducción de la copa central. Esta segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa central: Jesucristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte, simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce. La invitación de Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo
     La presentación de la Eucaristía no se realiza simplemente como algo externo, sino que se nos invita a participar de ella, a entrar dentro de la mesa: el Hijo parece que se adelanta a llamarnos a ella.
     Situados en el interior de esta mesa eucarística podemos asistir a la relación entre las tres personas divinas, es una relación doble que se establece a través de las miradas y de las manos. Las miradas representan la relación interna de las tres divinas personas, las manos su participación en la historia de la salvación. Hay un cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, y en el centro de este cruce se introduce la mirada del Espíritu Santo: es la vida interna de la Trinidad de Dios, continua generación de amor entre el Padre y el Hijo y continua presencia de amor recogido en el Espíritu. Y este amor divino no está destinado a permanecer encerrado en Dios, al contrario, se derrama en el mundo, la mano del Padre envía al Hijo que con la suya, al mismo tiempo que bendice la copa eucarística, señala al Espíritu en quien se recoge toda bendición para la salvación del mundo.
 

La mesa en el centro del icono es el altar.
El cuadrado grabado en la cara frontal de la mesa simboliza al mundo (cuando se pintó el icono se creía que la tierra era cuadrada)
El mundo entero se convierte en lugar de celebración cuando compartimos
Por las miradas, el juego de sus manos y la inclinación de sus cabezas, los tres personajes forman un círculo que expresa la profunda comunión que les une.
La Trinidad es esta comunión misteriosa.
Pero este círculo no está cerrado. Se abre para incluir un cuarto personaje.
¡Ese personaje eres tú!
Un circulo exterior enmarca a los tres personajes, y un círculo interior reitera y profundiza el movimiento circular dela imagen. La mirada de quien contempla la escena es conducida de un personaje a otro en un camino infinito. Es la vida del Dios trino que se pone ante nuestros ojos. Dios no es un puro permanecer en sí mismo, un absoluto quieto y muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que nos va introduciendo la circularidad del cuadro.
Al practicar la acogida, somos acogidos por Dios mismo en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Si finalmente nos fijamos en los bastones nos daremos cuenta de que, al mismo tiempo que señalan los espacios de las tres divinas personas, entre el segundo y el tercero enmarcan el pie del Espíritu Santo. Es Dios que está a punto de levantarse y salir a nuestro encuentro.
       Ahora Dios se dirige a tu nosotros, a nuestra vida para llenarla de divinidad. Si al contemplar el Misterio nos adentramos en la Vida de Dios, ahora es Dios quien quiere adentrarse en nuestra propia vida. Podemos cerrar la escena y marcharnos, o podemos abrir nuestra historia y dejarle entrar y reposar.