miércoles, 12 de diciembre de 2018

12 de diciembre: Fiesta de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México y Emperatriz de América



HISTORIA DE LAS APARICIONES 
DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE


Personas que intervinieron en las apariciones Guadalupanas

Los principales personajes que intervinieron en las apariciones de la Virgen Santísima de Guadalupe, fueron, además de Ella misma, el Elmo. Sr. Fr. Juan de Zumárraga, 0. F. M., Juan Diego, y un tío suyo llamado Juan Bernardino:

Fray Juan de Zumárraga era un Sacerdote Religioso Franciscano, español, vizcaíno, que tenía 55 años de edad en la época de las apariciones, sabio y virtuoso, a quien S. S. el Papa Clemente VII había nombrado primer Obispo de México.

Juan Diego era un pobre indio natural y vecino de Cuautitlán, ya de edad madura, viudo de María Lucía sin instrucción ninguna, y recién bautizado, sencillo, piadoso y de muy buenas costumbres.

Juan Berdardino era tío de Juan Diego y como éste un indio también piadoso y bueno.


Primera Aparición




Tuvo lugar la primera aparición el sábado 9 de diciembre de 1531.  Juan Diego, de 57 años de edad, caminaba los 14 km que lo separaban de Cuautitlán a la Iglesia de Tlatilolco, cuando al pasar hacia el amanecer por el cerro del Tepeyac escuchó desde lo alto un mágico canto de aves y voces. El hacía este camino muy temprano en la madrugada para recibir su instrucción religiosa, por lo cual dudaba de lo que estaba oyendo:

“¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?”

Y luego de estos primeros cuestionamientos que se hizo, se produjo un silencio y escuchó claramente: 

“Juanito, Juan Dieguito.”  

 Se atrevió Juan Diego a ir donde lo llamaban y al llegar a la cumbre del cerro vio una Señora de singular hermosura, de pie entre las rocas, cuyas vestiduras irradiaban resplandores que hacían aparecer los nopales, los mezquites y las demás hierbas que ahí crecían silvestres, como si fueran esmeraldas.

Juan Diego se inclinó delante de Ella, embelesado, y oyó estas palabras de la magnífica Señora:  

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.” 

Juan Diego contestó:


“Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.” 

Y de allí se dirigió directamente al palacio del Obispo y pidió ver al Fray Juan de Zumárraga que hacía pocos años había llegado y estaba a cargo.       



Juan Diego ante Mons. Zumárraga

Juan Diego obedeció inmediatamente lo que la Virgen le había mandado, pero el Sr. Obispo, naturalmente, no creyó su mensaje, pues ninguna persona prudente hubiera creído que la Virgen María se le había aparecido, a pesar de que todo cristiano sabe bien que, como decía San Pablo, Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios, y a los débiles para confundir a los fuertes. Así pues tan solo le dijo. "Déjame pensarlo. Por ahora anda con Dios y ya veremos otro día".


Segunda Aparición

La segunda aparición tuvo lugar ese mismo día. Al regresar Juan Diego por el mismo camino dirigiéndose donde había visto a la Virgen, volvió a verla y le dio la respuesta del Señor Obispo, participándole que éste, según él pensaba, no había dado crédito a sus palabras y rogando a la Virgen que mejor se sirviera de otro mensajero que valiera más que él que no valía nada, ya que era tan sólo un pobre indio despreciable. A lo que la Virgen Santísima le respondió:

 “Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Juan Diego le prometió volver la noche siguiente con una nueva respuesta.

Segunda entrevista de Juan Diego con Monseñor Zumárraga

Cumpliendo con lo prometido, Juan Diego llevó el mismo mensaje al Señor Obispo el domingo 10, después de haber oído Misa en Tlaltelolco y de haber asistido al Catecismo. Cuando consiguió, con dificultad, que el obispo lo atendiese, se arrodilló ante él y llorando expresó la voluntad de la Santa Madre, rogando por que le creyeran. En esta vez llamó la atención del señor Obispo la firmeza con que Juan Diego daba el mensaje y describió a la Señora que lo mandaba, pero no se vio muy conmovido. Le dijo que además de sus palabras era necesaria una señal para confirmar que era verdaderamente la Virgen María quien solicitaba esto. Juan Diego le preguntó qué señal quería para decírselo así a la Señora, pero el Obispo no lo precisó y despidió a Juan Diego, mandando a unas personas de su confianza que lo siguieran con disimulo para averiguar dónde entraba y con quien hablaba. Los que lo siguieron no lo vieron hablar con nadie, pero al pasar el puente que había al terminar la calzada, se les perdió de vista y no pudieron hallarlo por ninguna parte: Por lo que los encargados de seguirlo, juzgaron que era algún hechicero y lo dijeron así al Obispo para que no le creyera.


Tercera Aparición

Juan Diego, que no se había dado cuenta de que lo seguían, cuando llegó al puente siguió su camino hasta el lugar donde solía ver a la Santísima Virgen, ahí la encontró, y con toda naturalidad le hizo saber que el Señor Obispo pedía una señal para cerciorarse de que era Ella quien lo mandaba. La Virgen María mandó entonces a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11, fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyeran:

“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”


Cuarta Aparición: 

"¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?"

Pero Juan Diego no fue al Tepeyac el lunes 11, porque el domingo, al llegar a su casa, halló a su tío Juan Bernardino muy grave del "cocolixtle", que era una forma del tifo, por lo que llamó a un indio curandero cuyas, medicinas no produjeron ningún efecto; así que en la noche del mismo lunes rogó el enfermo a Juan Diego que muy de mañana fuera a Tlaltelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de morir de esa enfermedad.

Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día 12, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro y así, en vez de seguir derecho su camino, subió por entre el Tepeyac y el cerro al que estaba unido, pensando rodear el Tepeyac por la ladera que mira al oriente hasta llegar donde ahora queda el frente de la Basílica y tomar ahí el camino de Tlaltelolco.

Pero no logró su propósito, porque al llegar al sitio donde se levanta ahora la Capilla del Pocito, vio a la Señora del Cielo bajar de donde solía verla y salirle al encuentro.

Juan Diego al verla no se mostró admirado, ni trató de huirla, sino que con toda sencillez le hizo saber que su tío estaba gravemente enfermo e iba en busca de un confesor, después de lo cual iría con gusto a llevar el mensaje y la señal que le dieron para el Señor Obispo.

A esto respondió la Virgen María con estas palabras que debemos grabar muy hondamente en nuestra memoria y en nuestro corazón:

"Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene, ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella: está seguro de que ya sanó".

Estas palabras produjeron en Juan Diego un gran consuelo, quedó contento y convencido y sin ocuparse más en buscar un confesor para su tío, que en ese mismo punto y hora quedó sanado de su enfermedad, le pidió a la Virgen Santa que le diera la señal y el mensaje para llevarlos al Señor Obispo.


Dijo entonces la Virgen:

“Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”


Y Juan Diego, que sabía perfectamente que en ese cerrito no se daban ninguna clase de flores y menos en el mes de diciembre, en el que la helada secaba cualquiera hierba que creciera, obedeciendo al punto, subió a donde le dijo la Señora y encontró la cumbre convertida en un jardín florido en el que habían brotado las mas variadas y exquisitas rosas y se puso a cortar de ellas cuantas pudieron caber en su tilma.

Y después de haberlas cortado bajó a donde estaba la Virgen y se las mostró.

María tomó las flores entre sus manos y le dijo:

 Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

 
La milagrosa aparición de la imagen

Al llegar al templo los criados del obispo salieron a su encuentro, el les rogó una nueva visita pero lo ignoraron y le hicieron esperar largo rato. Pero al ver que traía en su tilma anudada al cuello diversas flores frescas, fragantes y preciosas fuera de la época tradicional de las flores, se asombraron y dieron aviso al Obispo quien lo recibió y escuchó de boca Juan Diego lo siguiente:

“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí: recíbelas.”

 Y al abrir Juan Diego el manto donde guardaba las flores se produjo el gran milagro, una imagen de La Virgen María apareció dibujada en su manto. Tan pronto como la vio, Monseñor Zumárraga y todos los presentes se avergonzaron. 

El Obispo se arrodilló, lloró y pidió perdón por no haber creído y con lágrimas en los ojos prometió obedecer el mandato de la Virgen. Después se puso de pie, desató la manta del cuello de Juan Diego y la llevo a su oratorio. 

Al día siguiente se pusieron en marcha las tareas para erigir el templo solicitado por la Virgen María. Esa misma manta es la que reposa hoy en templo de Tepeyac bajo el nombre de la Virgen de Guadalupe. 

Esto acontecía el día 12 de diciembre del año de 1531.
NOTA: Basado en la descripción del hecho que se encuentra en el Nican Mopohua, relato en lengua náhuatl contenido dentro del Tlamahuizoltica omonexiti in ilhuícac tlatohcacihuapilli Santa María Totlazonantzin Guadalupe in nican huei altepenáhuac México itocayocan Tepeyácac (en náhuatl, “Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyacac”) de 1649.


Quinta Aparición

Origen del nombre de Guadalupe

El Señor Zumárraga tuvo otra comprobación de la presencia de la Virgen Santísima en el Tepeyac y ella fue la curación maravillosa del tío de Juan Diego, que fue quien reveló el nombre que habría que dar a la Virgen María, he aquí como aconteció todo esto:

Juan Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el Señor Obispo lo detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: "Ve a mostrarnos dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su Templo".

Juan Diego condujo a las personas que el Señor Obispo dispuso que lo acompañaran al lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse su Santuario y pidió permiso de irse, pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa, al llegar a la cual vieron que su tío estaba perfectamente sano; Juan Diego explicó a éste el motivo por el que él llegaba tan bien acompañado y le refirió las apariciones y que la Virgen le había dicho que él estaba curado.

Este al oír el relato de Juan Diego, manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, pues que él mismo la había visto del mismo modo en que se apareció a su sobrino y añadió que le habla dicho que dijera al Señor Obispo que era su voluntad se le llamara LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE.




La primera ermita y el primer milagro

Monseñor Zumárraga levantó en honor de la Virgen María una pequeña ermita en el lugar donde ahora está la sacristía de la Parroquia de la Virgen de Guadalupe.

No levantó desde luego un templo suntuoso, porque no quería que el culto a la imagen fuera provocado por actos suyos, prefiriendo que la Virgen María se encargara de acrecentar y aumentar su culto y que así éste no fuera obra de los hombres sino de Dios.

Y pronto obró la Virgen su primer milagro. Precisamente cuando su imagen fue trasladada de la residencia del Señor Zumárraga a su primera ermita, en la forma siguiente: acompañaban a la imagen, danzando, guerreros que en medio de su alegría iban disparando flechas. Una de éstas atravesó el cuello de uno de ellos, dejándolo muerto en el acto. Llevaron el cadáver a los pies de la imagen pidiéndole le devolviera la vida y la Virgen lo resucitó.




Hechos que comprueban la verdad de las apariciones

Además de los milagros que se han multiplicado, prueban la verdad de las apariciones principalmente estos 4 hechos:

1º.- La prodigiosa propagación de la Fe: en 10 años de heroicos esfuerzos, los virtuosos Misioneros que vinieron a propagarla, sólo consiguieron bautizar a muy pocos indios, y de ellos la mayor parte fueron niños pequeñitos o recién nacidos; después de la venida de la Virgen, los indios pedían el bautismo en tal número, que no se daban abasto los Ministros del Señor para bautizarlos. Se dice que se convirtieron en su tiempo nueve millones después de las apariciones.

2º.- La universalidad y el arraigo de la creencia en las apariciones de la Virgen Santísima: Puede decirse que todos los mexicanos de todas las partes y de todos los tiempos, han tenido en las apariciones de la Virgen, una fe firmísima, que no han podido debilitar las contradicciones de algunos impugnadores ni los ataques de sus enemigos; antes cada día se arraiga más esta creencia y se aumenta la devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe; ya en los siglos XVII y XVIII se había extendido a Centroamérica y Filipinas.

3º.- La conservación de la sagrada imagen a través de los grandes peligros de destrucción: a que ha estado expuesta y entre los que hay que citar el haber sido dinamitada en noviembre de 1921; la bomba, colocada junto a la sagrada imagen, causó diversos perjuicios en el templo; un pesado crucifijo de bronce que estaba sobre el Altar fue lanzado a distancia y quedó doblado en arco, el cuadro de San Juan Nepomuceno, que está detrás del altar y es muy pesado quedó casi desplazado, pero ni el vidrio del cuadro que guarda la imagen se rompió.





Cumplimiento de las promesas de la Virgen y Correspondencia del pueblo a sus favores

La Santísima Virgen, tal cual lo dijo a Juan Diego, ha sido verdaderamente especialísima Madre de todos y cada uno de los moradores de México, y ha prodigado sin medida tanto su amor, como su compasión, auxilio y defensa en innumerables y constantes favores otorgados a ellos y a todos los que la invocan y en Ella confían. Ella está siempre atenta para escuchar sus lamentos y remediar sus miserias, penas y dolores.

Y el dichoso pueblo mexicano ha correspondido a tan alta predilección de la Madre de Dios:

- Amándola con todo su corazón, pues no hay un amor más tierno y delicado que el que la mayoría de los mexicanos tienen a María Santísima de Guadalupe.

- Erigiéndole el templo que pedía y que de la ermita del Señor Zumárraga, se ha convertido en la magnífica Basílica en que hoy se la venera.

- Multiplicando sus Santuarios, pues son innumerables los que se han levantado por todos los rumbos de esta tierra, multiplicando sus altares, pues los tiene prácticamente en todos los templos del mundo entero y además son pocos los hogares mexicanos en que no se tenga su bendita imagen con amor y devoción.

- En medio del más grande regocijo, el pueblo mexicano, por concesión de S. S. León XIII la coronó como su Reina el 12 de octubre de 1895.

La Iglesia entera rinde culto a la Virgen de Guadalupe.

La Santa Iglesia ha establecido Misa propia de la Virgen de Guadalupe con rito doble de primera clase y oficio propio.

Y ha fijado el libre diciembre, fecha en que apareció la imagen en la tilma de Juan Diego, fiesta de guardar en la República Mexicana.

El culto de la Virgen Santísima de Guadalupe tiende a extenderse por toda la tierra, habiéndose extendido ya a toda la América Latina, hasta tal grado que a petición del V. Episcopado Hispano-Americano, S. S. Pío X la declaró Patrona de la América Latina el 24 de agosto de 1910.