jueves, 8 de marzo de 2018

Hora Santa en honor a las Cinco Llagas de Jesús

Hora Santa en honor a las Cinco Llagas de Jesús

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         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en honor a las Cinco Llagas de Jesús y en reparación y expiación por nuestros pecados, los de nuestros antepasados y los del mundo entero.
        
         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario Misterios Dolorosos. Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario

         Meditación

Jesús, un grueso clavo de hierro, duro y frío, atraviesa tus pies, colocados uno encima del otro, abriéndote profundas heridas en los empeines y haciendo brotar abundante sangre. El dolor que te produce el hierro que perfora tus pies, se agudiza a cada instante, tanto más, cuanto que, a pesar de estar crucificado, necesariamente debes utilizar los pies y elevarte, apoyándote en ellos, para no morir de asfixia, a causa de la crucifixión, y este movimiento aumenta el dolor de las heridas de los pies a una intensidad tal, que te da la sensación de que mueres a cada instante. Jesús, de esta manera reparas y expías por los que utilizan sus pies para cometer toda clase de pecados; por los que, utilizando los pies con los que fueron creados, se dirigen a cometer toda clase de crímenes. Jesús, por las sacrosantas heridas de tus pies, y por los dolores lancinantes que en ellas sufriste y por la Sangre Preciosísima que en por ellas derramaste, no permitas que nuestros pasos se dirijan en dirección al pecado; dirige sus pasos y los nuestros, por el Camino Real de la Cruz, el Camino del Calvario, el único camino que conduce al cielo. Amén.

Silencio para meditar.
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Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Jesús, un grueso clavo de hierro, duro y frío, atraviesa tu mano derecha, de lado a lado, fijándola al madero de la cruz, abriendo una herida profunda y dolorosísima, y provocando la salida de abundante Sangre. El dolor se hace tanto más agudo, no solo porque el clavo ha desgarrado la piel y los músculos, sino porque ha tocado un nervio, el nervio mediano, lo cual te provoca un dolor similar a cuando se arroja agua a punto de ebullición sobre la piel sana. Pero además, la inflamación del nervio ha provocado la contracción de los dedos pequeño y anular, y la extensión de los dedos pulgar, índice y medio; con esto, indicas la sumisión de tu naturaleza humana, compuesta por alma y cuerpo, indicada por los dedos pequeño y anular, a la naturaleza divina, indicada en los dedos extendidos, al ser asumida hipostáticamente en tu Persona divina, la Segunda de la Trinidad. De esta manera, no solo expías los pecados de violencia irracional que el hombre ejerce contra su hermano, levantando sus manos para herirlo, para matarlo, para asesinarlo de las más diversas maneras, principalmente a través del aborto, de la eutanasia y de las guerras, sino que este gesto que realizas con tu mano derecha crucificada, es un gesto de bendición, con lo cual indicas que además de perdonarnos, nos bendices. Jesús, por la sacrosanta herida de tu mano derecha, por el dolor agudísimo que sufriste y por la Sangre Preciosísima que por ella derramaste, perdona los pecados de violencia cometidos en todo el mundo, especialmente el aborto, y haz que los hombres elevemos nuestras manos hacia nuestros hermanos, nunca para herirlos ni para hacerles daño, sino siempre y solo para hacerles el bien en tu Nombre. Amén.


Silencio para meditar.
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Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Jesús, un grueso clavo de hierro, duro y frío, atraviesa tu mano izquierda, de lado a lado, fijándola al madero de la cruz; al tiempo que desgarra piel y músculos, hace salir con profusión Sangre Preciosísima en abundancia, mientras te provoca un dolor que, por la intensidad, te hace creer que mueres mil veces. Con tu mano izquierda crucificada, expías y reparas por los pecados de quienes, impía y sacrílegamente, elevan sus manos para atacar tu Presencia en la Eucaristía, provocando sacrilegios y ultrajes de todo tipo; expías los pecados de quienes elevan sus manos para profanar la Santa Misa, de diversas maneras; expías los pecados de quienes, movidos por un odio satánico, destruyen las imágenes que te representan a Ti, a la Virgen, a los santos, a los ángeles; expías por los pecados de quienes profanan, asaltan, roban y queman iglesias católicas; expías los pecados de los sectarios que, usando sacrílegamente el nombre de Dios, persiguen, secuestran, torturan, fusilan y degüellan a los cristianos, por el solo hecho de pertenecer “a la nación de la cruz”; expías por los pecados de quienes elevan sus manos para orar a ídolos satánicos, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte y muchos otros más; expías los pecados de quienes elevan sus manos para cometer toda clase de brujerías, de espiritismo, de ocultismo, de magia negra y realizan misas negras; expías los pecados de quienes atentan, de una y mil maneras, contra la religión verdadera, utilizando la razón, oponiendo la fe a la ciencia y esparciendo el ateísmo en todas sus formas. Jesús, por la sacrosanta herida de tu mano izquierda, por el dolor lacerante que en ella experimentaste, por la Sangre Preciosísima que a través de ella derramaste, te suplicamos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, el horrible pecado que significa levantar la mano con violencia contra la Eucaristía y la Religión revelada; te suplicamos, Jesús, que les perdones el pecado de violencia que cometen al perseguir y matar a los cristianos y profanar y quemar las iglesias y las imágenes sagradas, y les concedas la gracia de la contrición perfecta del corazón, para que te conozcan y te amen en la Eucaristía y así, conociéndote y amándote en la Eucaristía, salven sus almas. Amén.


Silencio para meditar.
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Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Jesús, una gran corona cubre tu Santa Cabeza, y esta corona está formada por gruesas, grandes, duras y filosas espinas, las cuales, penetrando profundamente en tu cuero cabelludo, llegan hasta los huesos del cráneo, provocándote dolores tan intensos, que la agonía es para Ti un estado continuo, segundo a segundo. Con la corona de espinas, expías nuestros pecados de pensamientos, nuestros malos pensamientos, nuestros pensamientos malos de todo tipo: de ira, de venganza, de odio, de lujuria, de pereza, de malicia, de usura, de vanidad, de soberbia, de traición, de envidia. Todo tipo de mal pensamiento, consentido, es decir, convertido en pecado por nuestro libre albedrío, que dice “sí” a la tentación, se materializa en las gruesas, duras y filosas espinas que forman la enorme corona que cubre tu Sagrada Cabeza, provocándote un dolor insoportable y haciendo salir un torrente inagotable de tu Sangre Preciosísima, que desde la coronilla de tu Cabeza, se desliza por tu Rostro, escurre por la barba, y cae en tu Sagrado Pecho. Si nuestros pensamientos malos, consentidos, es decir, convertidos en pecados, nos producen placer, por la concupiscencia, a Ti, oh Jesucristo, por el contrario, te producen los dolores más acerbos y lacerantes que puedan ser concebidos, y son los dolores producidos por tu coronación de espinas. Jesús, por las abundantes y dolorosísimas heridas que te provocaron las duras y filosas espinas que, desgarrando tu cuero cabelludo y llegando hasta los huesos del cráneo, hicieron brotar ríos abundantes de tu Sangre, más Preciosa que el oro, te suplicamos, amadísimo Jesús Eucaristía, que no solo impidas que jamás consintamos a ningún mal pensamiento de ningún tipo, por pequeño que sea, sino que tengamos tus mismos pensamientos, santos y puros, los pensamientos que Tú tienes, coronado de espinas. Te lo pedimos por los méritos, la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María. Amén.

                                                                Silencio para meditar.
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Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Jesús, una vez que expiraste en la cruz, un soldado romano atravesó tu Costado con el acero duro y frío de una lanza, haciendo brotar, al instante, Sangre y Agua, como un manantial de misericordia con el cual inundaste el mundo entero. Con el Agua de tu costado, lavas nuestros pecados; con tu Sangre; nos santificas; y esto sucede porque con la Sangre y el Agua, contenidos en tu Sagrado Corazón, brotó con ellos el Espíritu Santo, que nos perdona y nos santifica. Jesús, me arrodillo ante Ti, crucificado, y te adoro, y  beso tus sagrados pies clavados en la cruz y pido que tu Sangre caiga sobre mí, para que quite mis pecados, de una vez y para siempre, y para que, en lugar de los pecados, tu Sangre deje en mi alma tu gracia divina, gracia que me hace participar de la Vida de la Santísima Trinidad, la vida de los hijos de Dios. Jesús, por la lanza que atravesó tu Costado, provocándole a tu Madre, la Virgen, un dolor agudísimo, te suplico la gracia de no solo no tener malos deseos y sentimientos, sino de tener los mismos deseos y sentimientos del Sagrado Corazón y del Inmaculado Corazón de María. Amén.

         Meditación final
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Jesús, crucifícame contigo, para que mis pecados queden lavados con tu Sangre; Jesús, crucifícame contigo, para que Yo muera en Ti y así pueda nacer en Ti a la vida nueva de los hijos de Dios; Jesús, crucifícame contigo, para que yo sea, en Ti, una víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, ofrecida al Padre, por manos de María Virgen, por la salvación de mis hermanos; Jesús, crucifícame contigo, para que las ofensas y ultrajes que te hacen en la cruz y en la Eucaristía, los reciba yo en lugar tuyo, y así al menos tengas un poco de descanso en tus dolores.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”