viernes, 1 de junio de 2018

Siete lecciones para crecer en intimidad con Jesús



Por P. Guillermo Serra, 
Publicado originalmente en: http://www.laoracion.com 

La oración es música callada y soledad sonora. Es un grito amoroso dicho en silencio y manifestado con constancia. Es esperar para encontrar, hablar para callar, decir para escuchar. 

Pero, ¿cómo vivir este silencio que es preparación indispensable para la oración? ¿cómo vivir este lenguaje durante mi diálogo con Dios? ¿y cómo hacer para que sea realmente un ambiente espiritual constante para toda nuestra vida espiritual? 

Siete silencios, siete lecciones para crecer en intimidad con Jesús 

1. El silencio del protagonismo: al acudir a la oración nos preparamos para el encuentro con Dios sabiendo que lo importante no es tanto lo que queramos decirle sino lo que Él nos quiere decir. Por eso, María, tras darse cuenta en Canaán de que no había vino, dice a los sirvientes: "haced lo que Él os diga" (Lc 2, 5). Escuchar al Maestro sabiendo que Él ya sabe lo que necesitamos. Dejar que Él nos hable para nos sorprenda con su milagro de amor y nos dé el vino que nos alegra el corazón. 

2. El silencio de las quejas, aceptando la voluntad de Dios: el corazón entra a la oración con una historia, una experiencia y unas heridas. Ese corazón es como un mapa que Dios conoce y recorre. Deja que Él te descubra a dónde te quiere llevar, qué quiere de ti. Deja que Él te explique el para qué y te muestre su amor hecho sabiduría. Confía, escucha y camina. 

3. El silencio de la razón: cuando parece no haber sentido en mi vida: la pedagogía de Dios necesita siempre ser iluminada por la fe. La razón necesita de esta luz. Por eso he de entrar a la oración buscando esa luz. Me hará "salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios" (Papa Francisco, Encíclica Lumen Fidei 46) 

4. El silencio de la seguridad humana: en nuestra inseguridad nos abrimos a la amistad de Cristo, a su cercanía y a su misericordia. Escuchamos más cuando no tenemos preguntas e inseguridades. Fijamos más la atención en Él. Acudimos más a su corazón cuando nos sentimos indefensos. Mi inseguridad en tu corazón para que tu corazón será mi seguridad: ésta tiene que ser nuestra oración en este silencio. 

5. El silencio del dolor: llegar a la cruz fijando la mirada en Él, aprender de su silencio redentor. Pocas palabras nos dijo Jesús en la cruz. Caminó sufriendo por amor; tuvo gestos salvíficos para los que le rodeaban. Su dolor era para los demás porque vivía su unión con el Padre de manera constante. El dolor es redentor cuando se silencia y se ofrece. Entra a la oración con un sentido de ofrecimiento para que también, en silencio, puedas hacer esa ofrenda uniéndola a la de Cristo. 

6. El silencio de la humildad: de rodillas, más cerca de la tierra ("humus", tierra en latín, origen etimológico de la palabra humildad). Somos polvo y al polvo volveremos. Vivamos esta realidad con fe. Yo no soy nada Señor, pero contigo soy todo porque te tengo a ti y esto me basta. Este silencio me hará vivir en la verdad y caminar más cerca de Jesús. El que es humilde camina por el camino estrecho, desconfiando de sí, pero confiando en Aquel que me llevará a la puerta de la vida. 

7. El silencio del abandono: la oración me tiene que llevar a un acto de abandono que sintetiza los seis silencios anteriores. Es la actitud de la infancia y sencillez espiritual. Lanzarse al vacío porque mi Padre siempre me acoge, me protege y me cuida. Este silencio me llevará a descubrir la ternura de Dios, quien con infinitos gestos me grita al oído: estoy locamente enamorado de ti. 

PARA LA ORACIÓN 

¿Cómo vivo el silencio preparatorio para la oración, a lo largo del día? ¿Hay algo que tengo que evitar, dejar de hacer para aprender a hablar este idioma del silencio que me abre a una experiencia más profunda, personal y real de Dios? ¿Cuál de estos silencios me cuesta más? ¿Por qué?

Sanación de la Herida Paterna/Materna – Retiro Espiritual – Padre Felipe Scott - Parte 4

RETIRO PADRE FELIPE SCOTT PARTE 4

jueves, 31 de mayo de 2018

La Visitación y el Magníficat

La Visitación de la Virgen a Santa Isabel
Catequesis de Juan Pablo II
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La Visitación y el Magníficat
Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa.


El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"» (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96]


En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios 
Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 8-XI-96]

Sanación de la Herida Paterna/Materna – Retiro Espiritual – Padre Felipe Scott - Parte 3

RETIRO PADRE FELIPE SCOTT PARTE 3

martes, 29 de mayo de 2018

Sanación de la Herida Paterna/Materna – Retiro Espiritual – Padre Felipe Scott

Hoy comenzamos un retiro de sanación de las heridas paternas y maternas, durante siete días 

Retiro Espiritual impartido por el padre Felipe Scott, “Sanación de la herida Paterna/Materna para vivir la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. La vida familiar está basada en la bendición del padre y de la madre y esta bendición tiene 5 aspectos que vamos a aprender y esto es lo que hace al corazón del joven (y eventualmente al adulto) ser eventualmente maduro y a vivir para dar amor, en lugar de solo vivir para recibir amor, y a vivir como adulto para entender a otros en lugar de que otros me entiendan a mí, y a vivir como adultos para escuchar a otros menos que alguien me escuche a mí, porque ya es maduro. Pero cuando no se ha recibido esto de la bendición la falta de amor genera heridas en el ser humano.

Si me hubiesen hecho una entrevista cuando yo era joven y cuando era adolescente, que yo estaría hablando aquí y que hubiese fundado una comunidad que se llama “Familia Jesús para Sanar la Familia” los hubiese, como se dice allá en el Perú, los hubiese mandado a freír papas, porque yo era un joven muy enojado, lleno de ira, de furia, y la razón era por esta herida (herida paterna/materna).