sábado, 7 de octubre de 2017

DÍA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO

"ALÉGRATE Y GOZA HIJA DE SIÓN, QUE YO VENGO A HABITAR DENTRO DE TI " 

7 DE OCTUBRE: NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

Según la tradición la Virgen María se le apareció a santo Domingo de Guzmán en 1208 en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, que le enseñó a rezarlo y se lo entregó para que lo promoviera. Con el tiempo se fue difundiendo el rezo del rosario para contemplar los misterios de Cristo bajo el amparo de María.


Introducción. El Rosario y su fiesta

-Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús (el rosario, para estar en comunión con Cristo).

-El cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (misterios gozosos).

-Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó basta someterse incluso a la muerte, y una muerte en cruz (misterios dolorosos).

-Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble (misterios gloriosos).

Estos versículos de la carta de San Pablo a los filipenses constituye el fundamento bíblico del rosario en sus tres partes. Luego, cada misterio abunda en un aspecto concreto de la vida, muerte y resurrección del Señor, con María.

El pueblo cristiano ha cantado durante siglos: Viva María/, Viva el Rosario/ Viva Santo Domingo/ que lo ha fundado.

Aunque no nos han llegado documentos fehacientes de que Domingo fundara el rosario, sí sabemos que recitaba repetidas veces la «salutación angélica» (avemaría), mientras contemplaba los misterios de la redención. Pocos años después de la muerte de Domingo, Humberto de Romans, uno de sus primeros sucesores al frente de la orden dominicana, escribía para orientar la espiritualidad de los novicios que querían identificarse con el espíritu de la orden: «El novicio medite y considere con devoción los beneficios de Dios: la encarnación, el nacimiento, la pasión y otros misterios... ,y después diga el Padrenuestro y el Avemaría...». Estarnos en los orígenes del rosario, de los que también hay vestigios en ámbitos extradominicanos.

Está claro que los dominicos, llamados en los primeros siglos «frailes de María», seguían ese clima de oración a la Virgen, a la vez que meditaban los misterios de la redención. En el siglo XV, el dominico Alano de la Roche (1428-1478), le dio la forma que tiene hoy el rosario y propagó su devoción, especialmente por medio de las Cofradías del Rosario, para cuya institución en cualquier parte del mundo ha sido preceptiva la autorización expresa del maestro general de los dominicos. El rosario se ha considerado patrimonio de la Orden de Predicadores, hasta que un papa dominico, San Pío V, lo extendió a toda la Iglesia con su estructura actual (1569). El mismo papa dominicano instituye la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria (luego Fiesta de la Virgen del Rosario), para agradecer la intercesión de la Virgen en la victoria de Lepanto, el 7 de octubre de 1571: el rosario de la Iglesia había conseguido la victoria y la paz.


En los últimos siglos, ha sido la Orden de Predicadores, por mandato de los papas, la que más ha trabajado en la difusión: congresos, cofradías, participación en la extensión del «Rosario viviente», el «Rosario perpetuo», creación y difusión de los «Equipos del Rosario», revistas rosarianas, emisiones radiofónicas del rosario, edición de discos, casetes y audiovisuales para el rezo del rosario, etc. Ia Santísima Virgen ha mirado con buenos ojos esta devoción y ha demostrado que es de su preferencia: en Lourdes y en Fátima ha aparecido con su rosario en las manos y ha comunicado al mundo los beneficios de santificación, de fraternidad y de paz que se derivan del rezo del rosario... que tanto ayuda a tener entre nosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús.

José A. Martínez Puche, O.P






Conferencia de Fray Timothy Radcliffe, OP.,
Maestro de la Orden dominicana,
en la 90ª Peregrinación del Rosario

 Cuando se me pidió hablar del Rosario, debo confesar que tuve un momento de pánico. Nunca he leído nada sobre el Rosario, no he reflexionado sobre él en mi vida. Estoy seguro que la mayoría de vosotros tiene ideas más profundas sobre el Rosario de las que tengo yo. Para mí el Rosario es justamente algo que realizo sin pensar en ello, como el respirar. Respirar es muy importante para mí. Estoy respirando todo el tiempo, siempre, pero nunca he dado una conferencia sobre la respiración. Rezar el Rosario, como el respirar, es muy sencillo. ¿Qué se puede decir de ello?

La sencillez
Puede parecer curioso que una oración tan sencilla como el Rosario se asocie particularmente con los dominicos. Raramente se piensa en los dominicos como personas sencillas. Tenemos fama de escribir obras extensas y complejas de Teología. Sin embargo se nos pide mantener el Rosario. Es nuestra "santa herencia". Hay una larga tradición iconográfica de Nuestra Señora dando el Rosario a Santo Domingo. En un cierto momento otras Órdenes religiosas, celosas, se pusieron a encargar cuadros de Nuestra Señora tendiendo el Rosario a otros santos: a San Francisco, e, incluso, a San Ignacio. Nosotros nos defendimos y, en el siglo, creo que fue el XVII, llegamos a convencer al Papa para que pusiera fin a la contienda. Desde entonces solo se permite representar a Nuestra Señora dando el Rosario a Domingo.

Pero, ¿por qué esta sencilla oración es tan querida para los dominicos? Quizás porque en el corazón de nuestra tradición teológica persiste una aspiración a la sencillez. Santo Tomás de Aquino decía que no podemos comprender a Dios porque Dios es esencialmente sencillo. Su sencillez supera todas nuestras concepciones. Estudiamos, afrontamos problemas teológicos, ponemos a prueba nuestros espíritus, con el fin de acercar el misterio de quien es total sencillez. Debemos ir más allá de la complejidad para llegar a la sencillez.

Hay una falsa sencillez de la que nosotros hemos de deshacernos. Es la simplificación de los que siempre tienen fácil respuesta a todo, que saben todo de antemano. Son, o bien demasiado perezosos, o bien incapaces de pensar. Y ahí está la verdadera sencillez, la del corazón, la sencillez de las miradas claras. Ahí no podemos llegar sino lentamente, con la gracia de Dios, acercándonos a tientas a la deslumbrante sencillez de Dios. El Rosario es sencillo, en efecto, muy sencillo. Pero se trata de una sencillez sabia y profunda, a la cual aspiramos, y en la cual encontramos la paz.

Se dice que, llegando a viejo, San Juan Evangelista llegó a ser totalmente sencillo. Que le gustaba jugar con una paloma y todo lo que decía a quienes venían a verle era: "Amaos los unos los otros".

Ni tú ni yo nos sentiríamos satisfechos con esta respuesta. Nadie nos creería. Sólo alguien como San Juan, que escribió lo más rico y lo más complejo de los Evangelios, puede llegar a la verdadera sencillez de la sabiduría y no decir más que: "Amaos los unos a los otros". De la misma manera, sólo un Santo Tomás de Aquino, después de haber escrito su gran Suma Teológica, puede decir que todo lo que escribió es "como paja". Sí, el Rosario es muy sencillo. Quizás es una invitación a descubrir esta sencillez profunda de la verdadera sabiduría. Se decía del P. Lagrange, uno de los fundadores de los estudios bíblicos modernos, que hacía tres cosas cada día: estudiar la Biblia, leer el periódico y rezar el Rosario.

Me gustaría, también, mostrar que el Rosario no es solamente una sencillez verdadera y profunda, sino que posee características verdaderamente dominicanas.

El ángel predicador

 El "Avemaría" comienza con las palabras del Ángel Gabriel: "Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo". Los ángeles son predicadores profesionales. Es su mismo ser el que proclama la Buena Nueva. Las palabras de Gabriel son un perfecto sermón. Y breve. Proclama la esencia de toda predicación: "El Señor está contigo". Es ahí donde nosotros encontramos el corazón de nuestra vocación: nos decirnos unos a otros, "Ave, Daniel! ¡Ave, Eric!, el Señor está contigo". Por eso Humberto de Romans, uno de los primeros Maestros de la Orden, decía que nosotros, los dominicos, somos llamados a vivir como ángeles. Tengo que confesar, sin embargo, que, según mi experiencia, la mayoría de los Dominicos no son especialmente angélicos.

El pasado Diciembre me encontraba en Ho Chi Minh-Ville, en mi visita canónica a la Provincia de Vietnam. Al final de nuestra jornada de trabajo, a mi Socio y a mi, nos gustaba salir y perdernos en las pequeñas calles de la ciudad. Uno de nuestros placeres consistía en escaparnos del espía que el gobierno enviaba para ver lo que nosotros podíamos "fabricar". Mientras atravesábamos el laberinto de calles llenas de vida, podíamos ver gente que apostaba, comía, hablaba, jugaba al billar. En muchas de las casas se veían imágenes de Buda. Una tarde, a la vuelta de una calle, entramos en un parque y, allí, en medio, se encontraba la estatua de un dominico con alas. Era San Vicente Ferrer que se representa siempre como un ángel. Era el gran predicador. Daniel me dijo que se le consideraba como el ángel del Apocalipsis, anunciando el fin del mundo. Es claro que ningún predicador puede tener siempre razón... Así pues, el Arcángel Gabriel es un buen modelo para nosotros, dominicos.

Todavía hay otro aspecto. El "Avemaría" es una especie de homilía. Una homilía no nos habla solamente de Dios. Nace de la Palabra que Dios nos dirige. La predicación no es únicamente la narración de acontecimientos vinculados a Dios. Nos da la Palabra de Dios, Palabra que rompe el silencio entre Dios y nosotros.

"Dios te salve, María, llena de gracia". El inicio de todo es la Palabra que escuchamos. San Juan escribía: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados" (1 Jn.4,10). De hecho, en la época de Santo Domingo, el Ave María no estaba formado más que de las solas palabras del ángel y de Isabel. Nuestra oración estaba hecha de palabras que se nos habían dado. Sólo más tarde, después del Concilio de Trento, fue añadido nuestro propio discurso a María.

Con frecuencia concebimos la oración como el esfuerzo hecho para hablar a Dios. La oración parece, a veces, una lucha por alcanzar a un dios distante. ¿Se trata solo de que nos oiga Él? Esta sencilla oración nos recuerda que no es así. No somos nosotros quienes rompemos el silencio. Cuando nosotros hablamos, es una respuesta a las palabras recibidas. Entramos en una conversación que no ha sido iniciada por nosotros. El ángel proclama la Palabra de Dios. Y esto crea un espacio en el que nosotros podemos hablar por turnos: "Santa María, Madre de Dios".

Nuestra vida sufre con frecuencia a causa del silencio. Está el silencio del cielo que parece, a veces, estar cerrado. Está el silencio que parece separarnos a los unos de los otros. Pero la Palabra de Dios llega a nosotros por la buena predicación y rompe las grandes barreras. Estamos liberados de nuestro mutismo, capaces otra vez de recibir la Palabra. Sentimos llegar la Palabra, las palabras destinadas a Dios y las palabras que nos dirigimos unos a otros.

Quizá podamos ir más lejos. El Maestro Eckhart dijo: "Nosotros no rezamos. Nosotros somos rezados". Nuestras propias palabras son la resonancia, la prolongación de la Palabra que nos ha sido dirigida. En nuestras oraciones es Dios quien reza en nosotros, bendice, glorifica en nosotros. Como escribía San Pablo, cuando gritamos: "Abba, Padre, el Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para testimoniar que somos hijos de Dios..." Los saludos del ángel y de Isabel a María se continúan en las palabras que nosotros le dirigimos, la segunda mitad de la oración fue eco de la primera. El ángel dijo: "Dios te salve, María, llena de gracia"; en nuestros labios esto llega a ser el mismo saludo: "Santa María", dijo Isabel, "bendito el fruto de tu vientre", y nosotros decimos: "Madre de Dios". Nosotros somos alcanzados por la Palabra de Dios. Así en nuestra oración, es Dios quien habla en nosotros. Somos enrolados en el diálogo que es la vida de la Trinidad.

También quisiera mirar esta sencilla oración del "Avemaría", como una pequeña homilía modelo. Ella proclama la Buena Nueva. Y como todas las buenas homilías hace bien. No se contenta con darnos información. Ofrece una Palabra de Dios, una palabra que hace eco en nuestras propias palabras, una palabra que va más allá de nuestro silencio y nos da voz.

Una oración para la casa y una oración para el camino
Hay todavía otro aspecto que es muy dominicano. Es una oración para la casa y una oración para el camino. Es una oración que construye una Comunidad y, al mismo tiempo, nos empuja al viaje. Se da ahí una tensión muy dominicana. Tenemos necesidad de nuestras comunidades. Tenemos necesidad de lugares donde estar entre nosotros, con nuestros hermanos y nuestras hermanas. Y al mismo tiempo somos predicadores itinerantes, no podemos asentarnos demasiado tiempo, sino que debemos lanzarnos a la predicación. Somos contemplativos y activos. Permítaseme explicar ahora cómo el "Dios te salve, María" está marcado por esta tensión.

Pensad en los grandes cuadros de la Anunciación. En general nos presentan una escena doméstica. El ángel ha ido a casa de María. Ella está allí, en su habitación y, normalmente, leyendo. Con frecuencia se ve en el fondo una hiladora o una escoba contra la pared. Fuera, un jardín. Es aquí, en su casa, donde empieza la historia. Y es justo que así sea, ya que la Palabra de Dios construye su hogar entre nosotros. Dios viene a plantar su tienda entre nosotros.

Hasta cierto punto, el Rosario es con frecuencia la oración de la casa de María y de la comunidad. Tradicionalmente se rezaba cada día en las familias y en las comunidades. Desde la mitad del siglo XVI se crea las cofradías del Rosario que se reunían para rezar juntos. Por eso el Rosario está profundamente asociado a la comunidad, a la oración compartida. Debo confesar que tengo recuerdos bastante ambiguos del Rosario en familia. En nuestra casa no se rezaba el Rosario, pero yo solía ir a casa de unos primos que lo rezaban todos los días en familia. Con frecuencia era una catástrofe. Algunas tardes se cerraban las puertas, pero los perros entraban siempre en la sala y se ponían en medio de la familia lamiendo la cara de la gente. Así poco importaba nuestras piadosas intenciones, la risa acababa estallando. Por eso llegué a temer el Rosario en familia.

Así pues el saludo del ángel no deja a María estática en su casa. El ángel viene a perturbar su vida doméstica. Pienso a menudo en una maravillosa Anunciación pintada por nuestro hermano Domenico Petit, que vive y trabaja en Japón. Muestra a Gabriel, un gran mensajero, cubriendo una parte de la tela. María es una joven muchacha japonesa, graciosa y reservada, cuya vida se ve conturbada. Es empujada a un viaje que la llevará a casa de Isabel, a Belén, a Egipto, a Jerusalén. Este viaje la llevará hasta romper su corazón, al pie de la cruz. Este viaje la conducirá, finalmente, hasta el cielo, a la gloria.

El Rosario es, pues, también la oración de los que viajan, de los peregrinos como vosotros. Yo aprendí a amar el Rosario justamente como oración de mis viajes. Es una oración para los aeropuertos y los aviones. Es una oración que yo rezo con frecuencia cuando aterrizo en un lugar nuevo, cuando me pregunto qué encontraré allí y qué tengo yo que ofrecer. Es una oración para despegarse, dar gracias por todo lo que yo he recibido de los hermanos y de las hermanas. Es una oración de peregrinación a través de la Orden.

Pienso que la estructura de este viaje marca el Rosario de dos maneras. Está presente en las palabras de cada "Avemaría". Está presente en el recorrido de los misterios del Rosario

A.- Dios te Salve, María
La historia del individuo
Cada "Avemaría" evoca el viaje individual que cada uno de nosotros debe hacer, del nacimiento a la muerte. Está marcado por el ritmo biológico de toda vida humana. El señala los tres únicos momentos de nuestra vida de los cuales podemos estar absolutamente seguros: hemos nacido, vivimos ahora y moriremos un día. El comienzo, el principio de toda vida humana, la concepción en el seno maternal. El ahora nos sitúa en el momento en que nosotros pedimos a María sus oraciones. Tiene en cuenta la muerte, nuestra muerte. Es una oración increíblemente física. Está marcada por el inevitable drama corporal de todo ser humano que ha nacido y debe morir.

Y esto, indudablemente, es un bien dominicano pues la predicación de Domingo comienza en el Sur de Francia, no lejos de aquí, contra los herejes que despreciaban el cuerpo y que consideraban la entera creación como mala. Se enfrentaba a una serie de modas de espiritualidad dualista que afluyen regularmente en Europa. San Agustín, de quien nosotros seguimos la regla, fue cogido en otro de esos movimientos siendo joven. Fue maniqueo. Hoy todavía un gran "campo" del pensamiento popular es profundamente dualista. Los estudios han mostrado que los científicos modernos piensan generalmente en la salvación en términos de escapatoria del cuerpo.

Pero la tradición dominicana ha destacado siempre que somos seres físicos, corporales. Todo lo que somos viene de Dios. Recibimos en alimento el Sacramento del cuerpo y sangre de Jesús; esperamos la resurrección de los cuerpos. El viaje que cada uno de nosotros debe recorrer es, en primer lugar, físico, biológico, y él nos guía desde el vientre de nuestra madre hasta la tumba. Es en este espacio temporal donde encontraremos a Dios y hallaremos la salvación. Es esta sencilla oración la que nos ayuda en el recorrido de este camino.

1.- La Concepción.
Las palabras del ángel prometen fertilidad, la fertilidad a una virgen y a una mujer estéril. La bendición de Dios nos hace fecundos. Cada uno de nosotros, por su nacimiento individual, es el fruto de entrañas benditas. Yo creo que la bendición prometida por el ángel toma siempre la forma de fecundidad en toda vida humana. Es la bendición de nuevos comienzos, la gracia de la frescura. Quizá estamos hechos a imagen y semejanza de Dios para que compartamos la creatividad de Dios. Somos sus asociados en la creación y la recreación del mundo. El ejemplo más dramático y más milagroso es el nacimiento de un niño. Los hombres, que no pueden sin embargo vivir este milagro, son benditos por la fertilidad. Frente a la esterilidad, la aridez, la futilidad, Dios viene a ofrecer un mundo fértil. Cada vez que Dios se acerca a nosotros es para volvernos creativos, para transformarnos, para renovarnos, bien sea al labrar la tierra, al plantar y sembrar, o bien en el arte, la poesía, la pintura.

"Bendito el fruto de tu vientre". Tal vez la mejor manera de predicar el milagro de esta fertilidad sea el arte, la pintura, el canto, la poesía. Ahí están, pues, las modestas participaciones de esta bendición misma, de esta infinita fertilidad de Dios.

Una historia encantadora, contada por Malraux a Picasso, cuenta cómo cuando Bernardita de Lourdes entró al convento, una multitud de personas le enviaban imágenes de la Virgen. Ella, sin embargo, no las tuvo nunca en su habitación ya que, decía, estas estatuas no se parecían a la mujer que ella había visto. El obispo le envió álbumes de célebres cuadros de la Virgen, pintados por Rafael, Murillo y otros. Observó las caras barrocas de las que había visto representaciones y las vírgenes del renacimiento. Ninguna le parecía exacta. Luego vio a la Virgen de Cambral, copia del siglo XIV, un antiguo icono bizantino. Entonces dijo: "es ella".

No es quizás sorprendente que la joven que había visto a la Virgen la reconociera en un icono, fruto del arte sagrado, fruto de una santa creatividad.

2. Ahora.
El Rosario evoca también otro momento, no solamente del nacimiento, sino el momento presente. "Ruega por nosotros pecadores, ahora". Ahora es el instante presente en la peregrinación de nuestra vida, cuando debemos mantenernos, sobrevivir, proseguir nuestro camino hacia el Reino.

Es interesante recalcar ese instante presente, considerado como un momento en el que nosotros, pobres pecadores, necesitamos de compasión. Una compasión profundamente dominicana. Recordaréis cómo Domingo rezaba siempre así a Dios: "Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?" El presente es un momento en el que necesitamos de compasión, de misericordia. En la Capilla Sixtina hay un fresco del Juicio Final y en él un hombre es izado fuera del purgatorio por un ángel del Rosario.

El presente es el tiempo en el cual debemos sobrevivir, ignorando cuánto tendremos que esperar el Reino. Un dominico americano volvió a China hace algunos años. Al llegar encontró allí diversos grupos de laicos dominicos que habían resistido los años de persecución y de aislamiento. La única cosa que habían guardado durante todos estos años fue la recitación del Rosario juntos. Era el pan cotidiano de la supervivencia.

Y habiendo ido a regiones alejadas de Méjico, allí encontraron grupos de laicos dominicos que, no habiendo tenido contacto con la Orden desde hacía muchos años, varios de nuestros hermanos descubrieron lo mismo. La única práctica que se mantenía era la oración del Rosario. Es la oración para los que sobreviven al tiempo presente.

Bede Jarret, provincial inglés en los años treinta, envió a Suráfrica un miembro de su provincia llamado Bertrand Pike. Iba para ayudar en la nueva misión de la Orden. Pero Bertrand se sintió incapaz de afrontar dicha tarea. Bede le recordó, en una carta, una época, durante la guerra, en que había sacado ánimo en el rezo del Rosario. "Recuerda aquel día terrible en que debías atravesar trincheras en Ypres, cuando el ánimo te faltaba y después de tres o cuatro tentativas en las que te atreviste a pasar, te diste cuenta de que los bordes recortados de las cuentas de tu rosario habían mordido la carne de tus dedos, por aquel movimiento inconsciente de agarrarlo intentando sacar ánimo en aquellas tentativas... Mi querido Bertrand, ánimo y miedo no se oponen. Solamente tienen valor aquellos que cumplen con su deber aún cuando tienen miedo".

3.- En la hora de nuestra muerte
El último momento de nuestra vida corporal del que estamos seguros es la muerte. "Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Ante la muerte, rezamos el Rosario. Yo acabo de volver de Kinshasa, en el Congo, donde muchos de nuestros hermanos han afrontado la muerte estos últimos años. La Provincial de las hermanas Misioneras de Granada, Sor Cristina, me comentó cómo durante la última guerra, ella y sus hermanas tuvieron que huir de su casa hacia el Norte del Congo. Algunos de sus amigos las escondieron en el monte. Ella es médico y en la huida se cruzó con un hombre cuya esposa había sido salvada por ella. El le dijo que ahora era su turno de salvarle la vida. Oyeron disparos de fusiles a su alrededor. Se les dijo que los rebeldes habían encontrado su escondite y que vendrían pronto a matarlas. Ante esta muerte anunciada, las Hermanas rezaron el Rosario. Es la oración que María hará por nosotros cuando estemos ante la muerte. No estaremos solos. Recuerdo ahora a mi padre. Durante la segunda guerra mundial mi madre y sus tres hijos mayores se quedaron en Londres. Pronto iba a nacer yo. A pesar de las bombas que, noche tras noche, arrasaban Londres, mi madre persistía en su empeño de estar disponible ante la eventualidad de que mi padre pudiera tener un permiso para volver a casa. Mi padre prometió que si toda la familia sobrevivía a la guerra, rezaría el Rosario todas las noches. Así, entre mis recuerdos de infancia, veo a mi padre, tarde tras tarde, antes de la cena, recorriendo el salón a grandes pasos rezando el Rosario. Daba gracias, todas las noches, porque todos habíamos sobrevivido a esta amenaza de muerte. Uno de los últimos recuerdos que guardo de mi padre es el que se refiere a unos momentos antes de su muerte. Estaba ya demasiado débil para poder rezar. Así pues, su familia, su mujer y sus seis hijos se reúnen alrededor de su cama y rezan el Rosario por él. Era la primera vez que él no podía hacerlo. Su muerte, rodeado de todos nosotros, fue una respuesta a esta oración que él tantas veces había repetido: "Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".

T.S. Elliot implora en uno de sus poemas: "Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestro nacimiento". Y tiene razón. Debemos afrontar estos tres momentos de nuestra vida: nacimiento, el presente y nuestra muerte. Pero en cada instante aspiramos a la misma cosa: un nuevo nacimiento. Esto a lo que aspiramos ahora, como pecadores, no es una piedad que se contentaría con olvidar lo que hemos hecho, sino la misericordia que hará de nuestras acciones también un momento de renacimiento, de un comienzo nuevo. Y frente a la muerte, desearemos, de nuevo, que las palabras del ángel vengan a anunciarnos una nueva fertilidad ya que toda nuestra vida está abierta a la infinita novedad de Dios, a su inagotable frescor. El ángel va y viene con nuevas anunciaciones de la Buena Nueva.

B.- Los misterios del rosario
La historia de la Salvación

El Avemaría individual es, pues, la oración del viaje que cada uno de nosotros debe recorrer, del nacimiento a la muerte pasando por el momento presente, ya que, a fin de cuentas, nuestra vida tiene sentido en sí misma, individualmente. Pero también es verdad que nuestra vida no tiene sentido total si no es incluida en una historia más amplia que se extienda de todo principio hasta el fin desconocido, de la Creación al Reino. Y esta amplitud viene dada por los misterios del Rosario que cuentan la historia de la Redención.

Se han comparado los misterios del Rosario a la Suma Teológica de Santo Tomás. Cuentan, a su manera, cómo todo viene de Dios y todo vuelve a Dios ya que cada misterio del Rosario forma parte de un único misterio, el de nuestra Redención. "Llevar nuevamente todas las cosas bajo un solo Señor, el Cristo, tanto los seres terrestres como los celestes"(Ef.1,10).

Se podría, pues, decir que cada "Avemaría" representa una vida individual, con su historia entera de la vida a la muerte. Pero todas estas "Avemarías" están ensartadas en una historia más amplia, la de la Redención. Tenemos necesidad de dos dimensiones, una historia a dos niveles. Necesito dar forma y sentido a mi vida, a la historia de mi carne y de mi sangre, con mis fracasos y mis éxitos. Si no hay lugar para mi historia individual, me perderé en la historia de la humanidad ya que Cristo me dijo: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Tengo necesidad de este Avemaría individual, mi pequeño drama personal, para hacer frente a mi pequeña muerte personal. Mi muerte no significa, quizá, gran cosa para la humanidad, pero para mi será más bien importante.

Sin embargo no basta con mantenerse a este nivel personal. Debo ver mi vida insertándose en el drama más amplio del designio de Dios, mi historia no tiene sentido cerrada sobre si misma. Mi Avemaría individual debe encontrar lugar en los misterios del Rosario. Así el Rosario propone el perfecto equilibrio del que necesitamos para la búsqueda del sentido de nuestra vida, a la vez sobre el plan individual y sobre el plan colectivo.

C.- La repetición
He intentado dar sucintamente algunas razones por las cuales el Rosario es ciertamente una devoción profundamente dominicana. El "Avemaría" contiene todas las características de una homilía perfecta y, además, breve. Y el Rosario en su conjunto está marcado por el tema del caminar, el nuestro y el de la comunidad. Todo esto concuerda muy bien con la vida de la Orden de predicadores itinerantes. Hubiera podido insistir sobre otros aspectos, como los fundamentos bíblicos de los misterios, pues se da ahí una meditación prolongada de la palabra de Dios en las Escrituras. Pero ya he hablado suficiente.

Debo, no obstante, responder a una última objeción. He querido evocar la riqueza teológica del Rosario. El hecho es, sin embargo, que al rezar el Rosario raramente se piensa en lo que es. En realidad no pensamos en la naturaleza de la predicación, o en la historia humana y su nexo con la historia de la salvación. Hacemos un gran vacío en nuestro espíritu. Nos sucederá, incluso, a veces, que nos preguntemos por qué, pues, repetimos sin cesar las mismas palabras sin pensar en ellas. Desde el principio de nuestra tradición, nuestros hermanos y hermanas han amado esta repetición. Se afirma que nuestro hermano Romeo, muerto en 1261, recitaba mil Avemarías al día.

Numerosas religiones llevan la marca de esta tradición de la repetición de palabras sagradas. El domingo pasado, preguntándome qué iba a decir del Rosario, oí en la BBC una ceremonia budista que consiste aparentemente en una perpetua repetición de palabras sagradas. Se ha recordado con frecuencia que el Rosario es bastante parecido a esas antiguas oraciones orientales y que la constante repetición de las mismas palabras pueden realizar en nuestro corazón una lenta, pero profunda transformación. Como esto es bien sabido por todos, no insisto en ello.

Se podría subrayar que esta repetición no es necesariamente el signo de una falta de imaginación. Un puro placer, un placer exuberante, puede hacernos repetir las palabras. Cuando amamos, sabemos bien que nunca basta con decir una sola vez "te amo". Queremos decirlo una y otra vez, esperando, también, que la otra persona deseará oírlo una y otra vez.

C.K. Chesterton explicaba que la repetición es una característica de la vitalidad de los niños que les gusta que se les cuenten las mismas historias, con las mismas palabras, una y otra vez, y esto no por falta de imaginación o aburrimiento, sino por la alegría de vivir. Escribía Chesterton: "Porque los niños desbordan de vitalidad, es por lo que son espontáneos y libres de espíritu, por lo que quieren que las cosas se repitan y no cambien. Piden siempre el "otra vez" y la persona mayor vuelve a comenzar una y otra vez, hasta el final del agotamiento ya que las personas mayores no son lo suficientemente fuertes como para alegrarse en la monotonía. Tal vez Dios sea suficientemente fuerte para alegrarse en la monotonía. Tal vez Él diga todas las mañana al sol: "Ve otra vez" y todas las tardes a la luna: "Ve otra vez". No es forzosamente una absoluta necesidad el que todas las margaritas sean semejantes; quizá Dios cree cada margarita por separado, pero no se cansa nunca de hacerlas así.

Quizá Dios tenga un eterno apetito de infancia ya que si nosotros hemos pecado y hemos crecido, nuestro Padre es más joven que nosotros. La repetición en la naturaleza no es tal vez una simple repetición, sino, como ocurre en el teatro, "un cierzo donde el cielo llamaría al pájaro que ha puesto". Más sobre la repetición. Es verdad que rezando el Rosario no se piensa siempre en Dios: Se puede continuar durante horas sin el menor pensamiento. Pero uno está sencillamente ahí y dice sus oraciones. Y esto también puede ser bueno. Cuando recitamos el Rosario, celebramos que el señor está verdaderamente con nosotros. Estamos en su presencia. Repetimos las palabras del ángel: "El Señor está contigo". Es una oración de la presencia de Dios. Y si estamos en grupo, tenemos que pensar en los otros. Como escribió Fr. Simon Tugwell, OP.: "Yo no pienso en mi amigo cuando está a mi lado; estoy muy bien junto a él disfrutando de su presencia. Cuando está ausente es cuando yo empiezo a pensar en él. El hecho de pensar en Dios nos empuja muy cómodamente a tratarlo como si El estuviera ausente. Sin embargo El no está ausente".


No tratemos, pues, de pensar en Dios mientras rezamos el Rosario. Al contrario, saboreemos las palabras del ángel dirigidas a cada uno de nosotros: "El Señor está contigo". Nosotros repetimos continuamente las mismas palabras con la exuberancia vital e inagotable de los hijos de Dios que se alegran de la Buena Nueva.

EL ROSARIO
Entre las devociones con que el pueblo cristiano honra a la Virgen María sobresale el santo rosario; es la principal de las devociones marianas. Pero es mucho más que eso, como recordaba el Papa Juan Pablo II: "El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio" (Carta Apostólica. Rosarium Virginis Mariae). 
El rosario tiene una base escriturística amplia y sólida: sus misterios y sus oraciones están tomados de textos bíblicos. Esta oración es un resumen del Nuevo testamento. Difícilmente se puede encontrar una síntesis más armónica de oración mental y vocal que el rosario; en él se ora con los labios, se medita con la mente y se ama con el corazón. La historia de la salvación está perfectamente presentada en sus momentos culminantes en los misterios del rosario.
El Rosario es para la Orden de Santo Domingo una plegaria que late al ritmo de nuestro carisma definido en cierta manera como"contemplar y dar a los demás el fruto de la contemplación" [cf. Summa Theologim, II-II, q. 188, a. 6, c.].
La Orden de Predicadores ha querido propagar de modo especial el Santo Rosario a través de los siglos. La piedad popular, en efecto, reconoce en Santo Domingo el "fundador" del Rosario y el arte cristiano así lo representa desde hace siglos recibiendo el Rosario de manos de Santa María Virgen.



A continuación ofrecemos estudios sobre el Rosario, su historia, curiosidades, el método, su representación en el arte, etc...



jueves, 5 de octubre de 2017

Santa Faustina Kowalska

 

CAPILLA PAPAL PARA LA CANONIZACIÓN 
DE LA BEATA MARÍA FAUSTINA KOWALSKA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 30 de abril de 2000

1. "Confitemini Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius", "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el  Cenáculo  da  el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles:  "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo; a  quienes  les  perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20, 21-23).

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo:  "Estos dos haces -le explicó un día Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, Librería Editrice Vaticana, p. 132).


2. ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista san Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado:  "Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona", pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?

Hoy es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar. En efecto, entre la primera y la segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben bien cuán necesario era  el  mensaje  de  la  misericordia.

Jesús dijo a sor Faustina: "La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

3. ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.

Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite:  "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.


4. Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia divina". A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que "el hombre no  sólo  recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás:  "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.

Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia:  "Misericordias Domini in aeternum cantabo".

5. La canonización de sor Faustina tiene una elocuencia particular:  con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos.

El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan:  "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios:  si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.

En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!

En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura:  "En  el  grupo  de  los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo:  lo poseían  todo  en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de  los  hermanos más indigentes.

6. Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario:  "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo" (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!

En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y  a  todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.

7. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti confío", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.

8. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 89, 2). A la voz de María santísima, la "Madre de la misericordia", a la voz de esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz.

Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la misericordia divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza:  "Cristo, Jesús, en ti confío"

Ver también:

DEVOCIÓN










miércoles, 4 de octubre de 2017

San Francisco de Asís



Fundador de la Orden de los Frailes Menores (OFM),
conocidos como los franciscanos. 
Por SCTJM
 
"Ninguna otra cosa hemos de hacer sino ser solícitos en seguir la voluntad de Dios y en agradarle en todas las cosas." San Francisco de Asís
 


Vida de San Francisco

Nació en Asís (Italia), en el año 1182. Después de una juventud disipada en diversiones, se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Fundó una Orden de frailes y su primera seguidora mujer, Santa Clara que funda las Clarisas, inspirada por El.


Un santo para todos

Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como él, tanto entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical.
Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.


Nacimiento y vida familiar de un caballero

Francisco nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble familia de la Provenza. Tanto el padre como la madre de Francisco eran personas acomodadas.
Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallase en dicho país cuando nació su hijo, la gente le apodó "Francesco" (el francés), por más que en el bautismo recibió el nombre de Juan.

En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les llama "gozar de la vida". Sin embargo, no era de costumbres licenciosas y era muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.


Hallazgo de un tesoro

Cuando Francisco tenía unos 20, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís, y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peruginos. La prisión duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se sintió con fuerzas suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena, en el sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre. Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.

Francisco partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le exhortaba a "servir al amo y no al siervo". El joven obedeció. Al principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. La gente, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado. "Sí", replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis". Poco a poco, con mucha oración, fue concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.

Aunque ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le tendía la mano para recibir una limosna. Francisco comprendió que había llegado el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa natural a los leprosos, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso. Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a Francisco una calidad de entrega, un "sí" que distingue a los santos de los mediocres.

San Buenaventura nos dice que después de este evento, Francisco frecuentaba lugares apartados donde se lamentaba y lloraba por sus pecados. Desahogando su alma fue escuchado por el Señor. Un día, mientras oraba, se le apareció Jesús crucificado. La memoria de la pasión del Señor se grabó en su corazón de tal forma, que cada vez que pensaba en ello, no podía contener sus lágrimas y sollozos.


"Francisco, repara mi Iglesia, pues ya ves que está en ruinas"

A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales. Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba. Les servía devotamente, porque el profeta Isaías nos dice que Cristo crucificado fue despreciado y tratado como un leproso. De este modo desarrollaba su espíritu de pobreza, su profundo sentido de humildad y su gran compasión. En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas".

El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo. Enseguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él. El buen sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana. Pedro Bernardone, al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián. Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.

Renuncia a la herencia de su padre

 Al cabo de algunos días pasados en oración y ayuno, Francisco volvió a entrar en la población, pero estaba tan desfigurado y mal vestido, que la gente se burlaba de él como si fuese un loco. Pedro Bernardone, muy desconcertado por la conducta de su hijo, le condujo a su casa, le golpeó furiosamente (Francisco tenía entonces 25 años), le puso grillos en los pies y le encerró en una habitación.

La madre de Francisco se encargó de ponerle en libertad cuando su marido se hallaba ausente y el joven retornó a San Damián. Su padre fue de nuevo a buscarle ahí, le golpeó en la cabeza y le conminó a volver inmediatamente a su casa o a renunciar a su herencia y pagarle el precio de los vestidos que le había tomado. Francisco no tuvo dificultad alguna en renunciar a la herencia, pero dijo a su padre que el dinero de los vestidos pertenecía a Dios y a los pobres.


Su padre le obligó a comparecer ante el obispo Guido de Asís, quien exhortó al joven a devolver el dinero y a tener confianza en Dios: "Dios no desea que su Iglesia goce de bienes injustamente adquiridos". Francisco obedeció a la letra la orden del obispo y añadió: "Los vestidos que llevo puestos pertenecen también a mi padre, de suerte que tengo que devolvérselos". Acto seguido se desnudó y entregó sus vestidos a su padre, diciéndole alegremente: "Hasta ahora tú has sido mi padre en la tierra. Pero en adelante podré decir: “Padre nuestro, que estás en los cielos”.' Pedro Bernardone abandonó el palacio episcopal "temblando de indignación y profundamente lastimado".

El Obispo regaló a Francisco un viejo vestido de labrador, que pertenecía a uno de sus siervos. Francisco recibió la primera limosna de su vida con gran agradecimiento, trazó la señal de la cruz sobre el vestido con un trozo de tiza y se lo puso.


Llamado a la renuncia y a la negación

Enseguida, partió en busca de un sitio conveniente para establecerse. Iba cantando alegremente las alabanzas divinas por el camino real, cuando se topó con unos bandoleros que le preguntaron quién era. El respondió: "Soy el heraldo del Gran Rey". Los bandoleros le golpearon y le arrojaron en un foso cubierto de nieve. Francisco prosiguió su camino cantando las divinas alabanzas. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuese un mendigo. Cuando llegó a Gubbio, una persona que le conocía le llevó a su casa y le regaló una túnica, un cinturón y unas sandalias de peregrino. Francisco los usó dos años, al cabo de los cuales volvió a San Damián.
Para reparar la iglesia, fue a pedir limosna en Asís, donde todos le habían conocido rico y, naturalmente, hubo de soportar las burlas y el desprecio de más de un mal intencionado. El mismo se encargó de transportar las piedras que hacían falta para reparar la iglesia y ayudó en el trabajo a los albañiles. Una vez terminadas las reparaciones en la iglesia de San Damián, Francisco emprendió un trabajo semejante en la antigua iglesia de San Pedro. Después, se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, que pertenecía a la abadía benedictina de Monte Subasio. Probablemente el nombre de la capillita aludía al hecho de que estaba construida en una reducida parcela de tierra.

La Porciúncula se hallaba en una llanura, a unos cuatro kilómetros de Asís y, en aquella época, estaba abandonada y casi en ruinas. La tranquilidad del sitio agradó a Francisco tanto como el título de Nuestra Señora de los Ángeles, en cuyo honor había sido erigida la capilla.

Francisco la reparó y fijó en ella su residencia. Ahí le mostró finalmente el cielo lo que esperaba de él, el día de la fiesta de San Matías del año 1209.
En aquella época, el evangelio de la misa de la fiesta decía: "Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado... Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente... No poseáis oro ... ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo ...He aquí que os envío como corderos en medio de los lobos..." (Mat.10 , 7-19). Estas palabras penetraron hasta lo más profundo en el corazón de Francisco y éste, aplicándolas literalmente, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con la pobre túnica ceñida con un cordón. Tal fue el hábito que dio a sus hermanos un año más tarde: la túnica de lana burda de los pastores y campesinos de la región. Vestido en esa forma, empezó a exhortar a la penitencia con tal energía, que sus palabras hendían los corazones de sus oyentes. Cuando se topaba con alguien en el camino, le saludaba con estas palabras: "La paz del Señor sea contigo".


Dones extraordinarios

Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros. Cuando pedía limosna para reparar la iglesia de San Damián, acostumbraba decir: "Ayudadme a terminar esta iglesia. Un día habrá ahí un convento de religiosas en cuyo buen nombre se glorificarán el Señor y la universal Iglesia". La profecía se verificó cinco años más tarde en Santa Clara y sus religiosas. Un habitante de Espoleto sufría de un cáncer que le había desfigurado horriblemente el rostro. En cierta ocasión, al cruzarse con San Francisco, el hombre intentó arrojarse a sus pies, pero el santo se lo impidió y le besó en el rostro. El enfermo quedó instantáneamente curado. San Buenaventura comentaba a este propósito: "No sé si hay que admirar más el beso o el milagro".


Nueva orden religiosa y visita al Papa

Francisco tuvo pronto numerosos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. El primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de Asís. Al principio Bernardo veía con curiosidad la evolución de Francisco y con frecuencia le invitaba a su casa, donde le tenía siempre preparado un lecho próximo al suyo. Bernardo se fingía dormido para observar cómo el siervo de Dios se levantaba calladamente y pasaba largo tiempo en oración, repitiendo estas palabras: "Deus meus et omnia" (Mi Dios y mi todo). Al fin, comprendió que Francisco era "verdaderamente un hombre de Dios" y enseguida le suplicó que le admitiese corno discípulo.


Desde entonces, juntos asistían a misa y estudiaban la Sagrada Escritura para conocer la voluntad de Dios. Como las indicaciones de la Biblia concordaban con sus propósitos, Bernardo vendió cuanto tenía y repartió el producto entre los pobres.
Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís, pidió también a Francisco que le admitiese como discípulo y el santo les "concedió el hábito" a los dos juntos, el 16 de abril de 1209. El tercer compañero de San Francisco fue el hermano Gil, famoso por su gran sencillez y sabiduría espiritual.

En 1210, cuando el grupo contaba ya con 12 miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para aprobación del Sumo Pontífice. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.

En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un Cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el Evangelio". Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula. Inocencio III se mostró adverso al principio. Por otra parte, muchos cardenales opinaban que las órdenes religiosas ya existentes necesitaban de reforma, no de multiplicación y que la nueva manera de concebir la pobreza era impracticable.

El cardenal Juan Colonna alegó en favor de Francisco que su regla expresaba los mismos consejos con que el Evangelio exhortaba a la perfección. Más tarde, el Papa relató a su sobrino, quien a su vez lo comunicó a San Buenaventura, que había visto en sueños una palmera que crecía rápidamente y después, había visto a Francisco sosteniendo con su cuerpo la basílica de Letrán que estaba a punto de derrumbarse. Cinco años después, el mismo Pontífice tendría un sueño semejante a propósito de Santo Domingo. Inocencio III mandó, pues, llamar a Francisco y aprobó verbalmente su regla; enseguida le impuso la tonsura, así como a sus compañeros y les dio por misión predicar la penitencia.


La Porciúncula

San Francisco y sus compañeros se trasladaron provisionalmente a una cabaña de Rivo Torto, en las afueras de Asís, de donde salían a predicar por toda la región. Poco después, tuvieron dificultades con un campesino que reclamaba la cabaña para emplearla como establo de su asno. Francisco respondió: "Dios no nos ha llamado a preparar establos para los asnos", y acto seguido abandonó el lugar y partió a ver al abad de Monte Subasio. En 1212, el abad regaló a Francisco la capilla de la Porciúncula, a condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. El santo se negó a aceptar la propiedad de la capillita y sólo la admitió prestada. En prueba de que la Porciúncula continuaba como propiedad de los benedictinos, Francisco les enviaba cada año, a manera de recompensa por el préstamo, una cesta de pescados cogidos en el riachuelo vecino.

Por su parte, los benedictinos correspondían enviándole un tonel de aceite. Tal costumbre existe todavía entre los franciscanos de Santa María de los Ángeles y los benedictinos de San Pedro de Asís.
Alrededor de la Porciúncula, los frailes construyeron varias cabañas primitivas, porque San Francisco no permitía que la orden en general y los conventos en particular, poseyesen bienes temporales. Había hecho de la pobreza el fundamento de su orden y su amor a la pobreza se manifestaba en su manera de vestirse, en los utensilios que empleaba y en cada uno de sus actos. Acostumbraba llamar a su cuerpo "el hermano asno", porque lo consideraba como hecho para transportar carga, para recibir golpes y para comer poco y mal. Cuando veía ocioso a algún fraile, le llamaba "hermano mosca", porque en vez de cooperar con los demás echaba a perder el trabajo de los otros y les resultaba molesto.

Poco antes de morir, considerando que el hombre está obligado a tratar con caridad a su cuerpo, Francisco pidió perdón al suyo por haberlo tratado tal vez con demasiado rigor. El santo se había opuesto siempre a las austeridades indiscretas y exageradas. En cierta ocasión, viendo que un fraile había perdido el sueño a causa del excesivo ayuno, Francisco le llevó alimento y comió con él para que se sintiese menos mortificado.


Somete la carne a las espinas; Dios le otorga sabiduría

Al principio de su conversión, viéndose atacado por violentas tentaciones de impureza, solía revolcarse desnudo sobre la nieve. Cierta vez en que la tentación fue todavía más violenta que de ordinario, el santo se disciplinó furiosamente; como ello no bastase para alejarla, acabó por revolcarse sobre las zarzas y los abrojos.
Su humildad no consistía simplemente en un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que "ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más". Considerándose indigno del sacerdocio, Francisco sólo llegó a recibir el diaconado. Detestaba de todo corazón las singularidades. Así cuando le contaron que uno de los frailes era tan amante del silencio que sólo se confesaba por señas, respondió disgustado: "Eso no procede del espíritu de Dios sino del demonio; es una tentación y no un acto de virtud." Dios iluminaba la inteligencia de su siervo con una luz de sabiduría que no se encuentra en los libros. Cuando cierto fraile le pidió permiso para estudiar, Francisco le contestó que si repetía con devoción el "Gloria Patri", llegaría a ser sabio a los ojos de Dios y él mismo era el mejor ejemplo de la sabiduría adquirida en esa forma.

Sobre la pobreza de espíritu, Francisco decía: "Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla".


La Naturaleza

Sus contemporáneos hablan con frecuencia del cariño de Francisco por los animales y del poder que tenía sobre ellos. Por ejemplo, es famosa la reprensión que dirigió a las golondrinas cuando iba a predicar en Alviano: "Hermanas golondrinas: ahora me toca hablar a mí; vosotras ya habéis parloteado bastante". Famosas también son las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Creador, del conejillo que no quería separarse de él en el Lago Trasimeno y del lobo de Gubbio amansado por el santo. Algunos autores consideran tales anécdotas como simples alegorías, en tanto que otros les atribuyen valor histórico.


Aventura de amor con Dios

Los primeros años de la orden en Santa María de los Ángeles fueron un período de entrenamiento en la pobreza y la caridad fraternas. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta; pero el fundador les había prohibido que aceptasen dinero. Estaban siempre prontos a servir a todo el mundo, particularmente a los leprosos y menesterosos.
San Francisco insistía en que llamasen a los leprosos "mis hermanos cristianos" y los enfermos no dejaban de apreciar esta profunda delicadeza. Les decía a los frailes: ¨Todos los hermanos procuren ejercitarse en buenas obras, porque está escrito: 'Haz siempre algo bueno para que el diablo te encuentre ocupado'. Y también, 'La ociosidad es enemiga del alma'. Por eso los siervos de Dios deben dedicarse continuamente a la oración o a alguna buena actividad.¨
El número de los compañeros del santo continuaba en aumento, entre ellos se contaba el famoso "juglar de Dios", fray Junípero; a causa de la sencillez del hermanito Francisco solía repetir: "Quisiera tener todo un bosque de tales juníperos". En cierta ocasión en que el pueblo de Roma se había reunido para recibir a fray Junípero, sus compañeros le hallaron jugando apaciblemente con los niños fuera de las murallas de la ciudad. Santa Clara acostumbraba llamarle "el juguete de Dios".


Santa Clara 

Clara había partido de Asís para seguir a Francisco, en la primavera de 1212, después de oírle predicar. El santo consiguió establecer a Clara y sus compañeras en San Damián, y la comunidad de religiosas llegó pronto a ser, para los franciscanos, lo que las monjas de Prouille habían de ser para los dominicos: una muralla de fuerza femenina, un vergel escondido de oración que hacía fecundo el trabajo de los frailes.

Evangeliza a los mahometanos
En el otoño de ese año, Francisco, no contento con todo lo que había sufrido y trabajado por las almas en Italia, resolvió ir a evangelizar a los mahometanos. Así pues, se embarcó en Ancona con un compañero rumbo a Siria; pero una tempestad hizo naufragar la nave en la costa de Dalmacia. Como los frailes no tenían dinero para proseguir el viaje, se vieron obligados a esconderse furtivamente en un navío para volver a Ancona. Después de predicar un año en el centro de Italia (el señor de Chiusi puso entonces a la disposición de los frailes un sitio de retiro en Monte Alvernia, en los Apeninos de Toscana), San Francisco decidió partir nuevamente a predicar a los mahometanos en Marruecos. Pero Dios tenía dispuesto que no llegase nunca a su destino: el santo cayó enfermo en España y, después, tuvo que retornar a Italia. Ahí se consagró apasionadamente a predicar el Evangelio a los cristianos.


La humildad y obediencia

San Francisco dio a su orden el nombre de "Frailes Menores" por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo. Sobre la excelsa virtud de la humildad, decía: "Bienaventurado el siervo a quien lo encuentran en medio de sus inferiores con la misma humildad que si estuviera en medio de sus superiores. Bienaventurado el siervo que siempre permanece bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente el que, por cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra". El santo no permitía que sus hermanos predicasen en una diócesis sin permiso expreso del Obispo. Entre otras cosas, dispuso que "si alguno de los frailes se apartaba de la fe católica en obras o palabras y no se corregía, debería ser expulsado de la hermandad". Todas las ciudades querían tener el privilegio de albergar a los nuevos frailes, y las comunidades se multiplicaron en Umbría, Toscana, Lombardia y Ancona.


Crece la orden

Se cuenta que en 1216, Francisco solicitó del Papa Honorio III la indulgencia de la Porciúncula o "perdón de Asís". El año siguiente, conoció en Roma a Santo Domingo, quien había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia en la época en que Francisco era "un gentilhombre de Asís". San Francisco tenía también la intención de ir a predicar en Francia. Pero, como el cardenal Ugolino (quien fue más tarde Papa con el nombre de Gregorio IX) le disuadiese de ello, envió en su lugar a los hermanos Pacífico y Agnelo. Este último había de introducir más tarde la Orden de los frailes menores en Inglaterra. El sabio y bondadoso cardenal Ugolino ejerció una gran influencia en el desarrollo de la Orden. Los compañeros de San Francisco eran ya tan numerosos, que se imponía forzosamente cierta forma de organización sistemática y de disciplina común. Así pues, se procedió a dividir a la Orden en provincias, al frente de cada una de las cuales se puso a un ministro, "encargado del bien espiritual de los hermanos; si alguno de ellos llegaba a perderse por el mal ejemplo del ministro, éste tendría que responder de él ante Jesucristo". Los frailes habían cruzado ya los Alpes y tenían misiones en España, Alemania y Hungría.

El primer capítulo general se reunió, en la Porciúncula, en Pentecostés del año de 1217. En 1219, tuvo lugar el capítulo "de las esteras", así llamado por las cabañas que debieron construirse precipitadamente con esteras para albergar a los delegados. Se cuenta que se reunieron entonces cinco mil frailes. Nada tiene de extraño que en una comunidad tan numerosa, el espíritu del fundador se hubiese diluido un tanto. Los delegados encontraban que San Francisco se entregaba excesivamente a la aventura y exigían un espíritu más práctico. Es que así les parecía lo que en realidad era una gran confianza en Dios.


El santo se indignó profundamente y replicó: "Hermanos míos, el Señor me llamó por el camino de la sencillez y la humildad y por ese camino persiste en conducirme, no sólo a mí sino a todos los que estén dispuestos a seguirme... El Señor me dijo que deberíamos ser pobres y locos en este mundo y que ése y no otro sería el camino por el que nos llevaría. Quiera Dios confundir vuestra sabiduría y vuestra ciencia y haceros volver a vuestra primitiva vocación, aunque sea contra vuestra voluntad y aunque la encontréis tan defectuosa".
Francisco les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el Santo Evangelio.


El mayor privilegio: no gozar de privilegio alguno

Recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: 'El Amor no es amado". La gente le escuchaba con especial cariño y se admiraba de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su Verdad. Sus palabras eran reflejo de su vida en imitación a Jesús, decía:
"El que ama verdaderamente a su enemigo no se apena de las injurias que éste le provoca, sino que sufre por amor de Dios a causa del pecado que arrastra el alma que lo ofendió. Y le manifiesta su amor con obras".

A quienes le propusieron que pidiese al Papa permiso para que los frailes pudiesen predicar en todas partes sin autorización del obispo, Francisco repuso: "Cuando los obispos vean que vivís santamente y que no tenéis intenciones de atentar contra su autoridad, serán los primeros en rogaros que trabajéis por el bien de las almas que les han sido confiadas. Considerad como el mayor de los privilegios el no gozar de privilegio alguno..." Al terminar el capítulo, San Francisco envió a algunos frailes a la primera misión entre los infieles de Túnez y Marruecos, y se reservó para sí la misión entre los sarracenos de Egipto y Siria. En 1215, durante el Concilio de Letrán, el Papa Inocencio III había predicado una nueva cruzada, pero tal cruzada se había reducido simplemente a reforzar el Reino Latino de oriente. Francisco quería blandir la espada de Dios.
San Francisco se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya, los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa.


Misionero ante el Sultán

En junio de 1219, se embarcó en Ancona con 12 frailes. La nave los condujo a Damieta, en la desembocadura del Nilo. Los cruzados habían puesto sitio a la ciudad, y Francisco sufrió mucho al ver el egoísmo y las costumbres disolutas de los soldados de la cruz. Consumido por el celo de la salvación de los sarracenos, decidió pasar al campo del enemigo, por más que los cruzados le dijeron que la cabeza de los cristianos estaba puesta a precio. Habiendo conseguido la autorización del delegado pontificio, Francisco y el hermano Iluminado se aproximaron al campo enemigo, gritando: "¡Sultán, Sultán!". Cuando los condujeron a la presencia de Malek-al-Kamil, Francisco declaró osadamente: "No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso.

Vengo a mostrarles, a ti y a tu pueblo, el camino de la salvación; vengo a anunciarles las verdades del Evangelio". El Sultán quedó impresionado y rogó a Francisco que permaneciese con él. El santo replicó: "Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe". El Sultán contestó que probablemente ninguno de los sacerdotes querría meterse en la hoguera y que no podía someterlos a esa prueba para no soliviantar al pueblo.
Cuentan que el Sultán llegó a decir: "Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano". Pero el Sultán, Malek-al-Kamil, mandó a Francisco que volviese al campo de los cristianos. Desalentado al ver el reducido éxito de su predicación entre los sarracenos y entre los cristianos, el Santo pasó a visitar los Santos Lugares. Ahí recibió una carta en la que sus hermanos le pedían urgentemente que retornase a Italia.


La crisis del acomodamiento lleva a clarificar la regla

Durante la ausencia de Francisco, sus dos vicarios, Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles, habían introducido ciertas innovaciones que tendían a uniformar a los frailes menores con las otras órdenes religiosas y a encuadrar el espíritu franciscano en el rígido esquema de la observancia monástica y de las reglas ascéticas. Las religiosas de San Damián tenían ya una constitución propia, redactada por el cardenal Ugolino sobre la base de la regla de San Benito. Al llegar a Bolonia, Francisco tuvo la desagradable sorpresa de encontrar a sus hermanos hospedados en un espléndido convento. El Santo se negó a poner los pies en él y vivió con los frailes predicadores. Enseguida mandó llamar al guardián del convento franciscano, le reprendió severamente y le ordenó que los frailes abandonasen la casa.

Tales acontecimientos tenían a los ojos del Santo las proporciones de una verdadera traición: se trataba de una crisis de la que tendría que salir la Orden sublimada o destruida. San Francisco se trasladó a Roma donde consiguió que Honorio III nombrase al cardenal Ugolino protector y consejero de los franciscanos, ya que el purpurado había depositado una fe ciega en el fundador y poseía una gran experiencia en los asuntos de la Iglesia. Al mismo tiempo, Francisco se entregó ardientemente a la tarea de revisar la regla, para lo que convocó a un nuevo capítulo general que se reunió en la Porciúncula en 1221. El Santo presentó a los delegados la regla revisada. Lo que se refería a la pobreza, la humildad y la libertad evangélica, características de la Orden, quedaba intacto. Ello constituía una especie de reto del fundador a los disidentes y legalistas que, por debajo del agua, tramaban una verdadera revolución del espíritu franciscano. El jefe de la oposición era el hermano Elías de Cortona. El fundador había renunciado a la dirección de la Orden, de suerte que su vicario, fray Elías, era prácticamente el ministro general. Sin embargo, no se atrevió a oponerse al fundador, a quien respetaba sinceramente. En realidad, la Orden era ya demasiado grande, como lo dijo el propio San Francisco: "Si hubiese menos frailes menores, el mundo los vería menos y desearía que fuesen más."

Al cabo de dos años, durante los cuales hubo de luchar contra la corriente cada vez más fuerte que tendía a desarrollar la orden en una dirección que él no había previsto y que le parecía comprometer el espíritu franciscano, el Santo emprendió una nueva revisión de la regla. Después la comunicó al hermano Elías para que éste la pasase a los ministros, pero el documento se extravió y el Santo hubo de dictar nuevamente la revisión al hermano León, en medio del clamor de los frailes que afirmaban que la prohibición de poseer bienes en común era impracticable.

La regla, tal como fue aprobada por Honorio III en 1223, representaba sustancialmente el espíritu y el modo de vida por el que había luchado San Francisco desde el momento en que se despojó de sus ricos vestidos ante el obispo de Asís.

La Tercera Orden

Unos dos años antes, San Francisco y el cardenal Ugolino habían redactado una regla para la cofradía de laicos que se habían asociado a los frailes menores y que correspondía a lo que actualmente llamamos Tercera Orden, fincada en el espíritu de la "Carta a todos los cristianos", que Francisco había escrito en los primeros años de su conversión. La cofradía, formada por laicos entregados a la penitencia, que llevaban una vida muy diferente de la que se acostumbraba entonces, llegó a ser una gran fuerza religiosa en la Edad Media. En el derecho canónico actual, los terciarios de las diversas órdenes gozan todavía de un estatuto específicamente diferente del de los miembros de las cofradías y congregaciones marianas.


La representación del Nacimiento de Jesús

San Francisco pasó la Navidad de 1223 en Grecehio, en el valle de Rieti. Con tal ocasión, había dicho a su amigo, Juan da Vellita: "Quisiera hacer una especie de representación viviente del nacimiento de Jesús en Belén, para presenciar, por decirlo así, con los ojos del cuerpo la humildad de la Encarnación y verle recostado en el pesebre entre el buey y el asno". En efecto, el Santo construyó entonces en la ermita una especie de cueva y los campesinos de los alrededores asistieron a la misa de medianoche, en la que Francisco actuó como diácono y predicó sobre el misterio de la Natividad.
Se le atribuye haber comenzado en aquella ocasión la tradición del "belén" o "nacimiento". Nos dice Tomás Celano en su biografía del Santo: "La Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco. Quería celebrar la Encarnación en forma especial. Quería hacer algo que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y cómo nació en Belén".

San Francisco permaneció varios meses en el retiro de Grecehio, consagrado a la oración, pero ocultó celosamente a los ojos de los hombres las gracias especialísimas que Dios le comunicó en la contemplación. El hermano León, que era su secretario y confesor, afirmó que le había visto varias veces durante la oración elevarse tan alto sobre el suelo, que apenas podía alcanzarle los pies y, en ciertas ocasiones, ni siquiera eso.


Los Estigmas

Alrededor de la fiesta de la Asunción de 1224, el Santo se retiró a Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Llevó consigo al hermano León, pero prohibió que fuese alguien a visitarle hasta después de la fiesta de San Miguel. Ahí fue donde tuvo lugar, alrededor del día de la Santa Cruz de 1224, el milagro de los estigmas, del que hablamos el 17 de septiembre. Francisco trató de ocultar a los ojos de los hombres las señales de la Pasión del Señor que tenía impresas en el cuerpo; por ello, a partir de entonces llevaba siempre las manos dentro de las mangas del hábito y usaba medias y zapatos.

Sin embargo, deseando el consejo de sus hermanos, comunicó lo sucedido al hermano Iluminado y a algunos otros, pero añadió que le habían sido reveladas ciertas cosas que jamás descubriría a hombre alguno sobre la tierra.

En cierta ocasión en que se hallaba enfermo, alguien propuso que se le leyese un libro para distraerle. El Santo respondió: "Nada me consuela tanto como la contemplación de la vida y Pasión del Señor. Aunque hubiese de vivir hasta el fin del mundo, con ese solo libro me bastaría". Francisco se había enamorado de la santa pobreza, mientras contemplaba a Cristo crucificado y meditaba en la nueva crucifixión que sufría en la persona de los pobres.

El santo no despreciaba la ciencia, pero no la deseaba para sus discípulos. Los estudios sólo tenían razón de ser como medios para un fin y sólo podían aprovechar a los frailes menores, si no les impedían consagrar a la oración un tiempo todavía más largo y si les enseñaban más bien, a predicarse a sí mismos que a hablar a otros. Francisco aborrecía los estudios que alimentaban más la vanidad que la piedad, porque entibiaban la caridad y secaban el corazón. Sobre todo, temía que la señora Ciencia se convirtiese en rival de la dama Pobreza. Viendo con cuánta ansiedad acudían a las escuelas y buscaban los libros sus hermanos, Francisco exclamó en cierta ocasión: "Impulsados por el mal espíritu, mis pobres hermanos acabarán por abandonar el camino de la sencillez y de la pobreza".

En sus escritos, esto es lo que el Santo nos dejó dicho sobre la vigilancia del corazón: “Cuidémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, el cual quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y anda dando vueltas buscando adueñarse del corazón del hombre y, bajo la apariencia de alguna recompensa o ayuda, ahogar en su memoria la palabra y los preceptos del Señor, e intenta cegar el corazón del hombre mediante las actividades y preocupaciones mundanas, y fijar allí su morada”.

Antes de salir de Monte Alvernia, el Santo compuso el "Himno de alabanza al Altísimo". Poco después de la fiesta de San Miguel bajó finalmente al valle, marcado por los estigmas de la Pasión y curó a los enfermos que le salieron al paso.


La hermana Muerte

Las calientísimas arenas del desierto de Egipto afectaron la vista de Francisco hasta el punto de estar casi completamente ciego. Los dos últimos años de la vida de Francisco fueron de grandes sufrimientos que parecía que la copa se había llenado y rebalsado. Fuertes dolores debido al deterioro de muchos de sus órganos (estómago, hígado y el bazo), consecuencias de la malaria contraida en Egipto. En los más terribles dolores, Francisco ofrecía a Dios todo como penitencia, pues se consideraba gran pecador y para la salvación de las almas. Era durante su enfermedad y dolor donde sentía la mayor necesidad de cantar.

Su salud iba empeorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaban, y casi había perdido la vista. En el verano de 1225 estuvo tan enfermo, que el cardenal Ugolino y el hermano Elías le obligaron a ponerse en manos del médico del Papa en Rieti. El Santo obedeció con sencillez. De camino a Rieti fue a visitar a Santa Clara en el convento de San Damián. Ahí, en medio de los más agudos sufrimientos físicos, escribió el "Cántico del hermano Sol" y lo adaptó a una tonada popular para que sus hermanos pudiesen cantarlo.

Después se trasladó a Monte Rainerio, donde se sometió al tratamiento brutal que el médico le había prescrito, pero la mejoría que ello le produjo fue sólo momentánea. Sus hermanos le llevaron entonces a Siena a consultar a otros médicos, pero para entonces el Santo estaba moribundo. En el testamento que dictó para sus frailes, les recomendaba la caridad fraterna, los exhortaba a amar y observar la santa pobreza, y a amar y honrar a la Iglesia. Poco antes de su muerte, dictó un nuevo testamento para recomendar a sus hermanos que observasen fielmente la regla y trabajasen manualmente, no por el deseo de lucro, sino para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. "Si no nos pagan nuestro trabajo, acudamos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta".

Cuando Francisco volvió a Asís, el Obispo le hospedó en su propia casa. Francisco rogó a los médicos que le dijesen la verdad, y éstos confesaron que sólo le quedaban unas cuantas semanas de vida. "¡Bienvenida, hermana Muerte!", exclamó el Santo y acto seguido, pidió que le trasportasen a la Porciúncula. Por el camino, cuando la comitiva se hallaba en la cumbre de una colina, desde la que se dominaba el panorama de Asís, pidió a los que portaban la camilla que se detuviesen un momento y entonces volvió sus ojos ciegos en dirección a la ciudad e imploró las bendiciones de Dios para ella y sus habitantes.

Después mandó a los camilleros que se apresurasen a llevarle a la Porciúncula. Cuando sintió que la muerte se aproximaba, Francisco envió a un mensajero a Roma para llamar a la noble dama Giacoma di Settesoli, que había sido su protectora, para rogarle que trajese consigo algunos cirios y un sayal para amortajarle, así como una porción de un pastel que le gustaba mucho.


Felizmente, la dama llegó a la Porciúncula antes de que el mensajero partiese. Francisco exclamó: "¡Bendito sea Dios que nos ha enviado a nuestra hermana Giacoma! La regla que prohibe la entrada a las mujeres no afecta a nuestra hermana Giacoma. Decidle que entre".
El Santo envió un último mensaje a Santa Clara y a sus religiosas, y pidió a sus hermanos que entonasen los versos del "Cántico del Sol" en los que alaba a la muerte. Enseguida rogó que le trajesen un pan y lo repartió entre los presentes en señal de paz y de amor fraternal diciendo: "Yo he hecho cuanto estaba de mi parte, que Cristo os enseñe a hacer lo que está de la vuestra”. Sus hermanos le tendieron por tierra y le cubrieron con un viejo hábito. Francisco exhortó a sus hermanos al amor de Dios, de la pobreza y del Evangelio, "por encima de todas las reglas", y bendijo a todos sus discípulos, tanto a los presentes como a los ausentes.
Murió el 3 de octubre de 1226, después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco había pedido que le sepultasen en el cementerio de los criminales de Colle d'lnferno. En vez de hacerlo así, sus hermanos llevaron al día siguiente el cadáver en solemne procesión a la iglesia de San Jorge, en Asís. Ahí estuvo depositado hasta dos años después de la canonización. En 1230, fue secretamente trasladado a la gran basílica construida por el hermano Elías.

El cadáver desapareció de la vista de los hombres durante seis siglos, hasta que en 1818, tras 52 días de búsqueda, fue descubierto bajo el altar mayor, a varios metros de profundidad. El Santo no tenía más que 44 o 45 años al morir. No podemos relatar aquí ni siquiera en resumen, la azarosa y brillante historia de la Orden que fundó. Digamos simplemente que sus tres ramas: la de los frailes menores, la de los frailes menores capuchinos y la de los frailes menores conventuales forman el instituto religioso más numeroso que existe actualmente en la Iglesia. Y, según la opinión del historiador David Knowles, al fundar ese instituto, San Francisco "contribuyó más que nadie a salvar a la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media".

¡San Francisco de Asís: pídele a Jesús que lo amemos tan intensamente como lo lograste amar tú!



La Porciúncula, en la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles

La Porciúncula es un pueblo y a la misma vez una iglesia localizada aproximadamente a tres-cuartos de milla de la ciudad de Asís en Italia. El pueblo ha progresado alrededor de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue precisamente en esta Basílica que San Francisco de Asís recibió su vocación en el año 1208. San Francisco vivió la mayor parte de su vida en este lugar. En el año 1211, San Francisco logró una estadía permanente en este pueblo cerca de Asís, gracias a la generosidad de los Benedictinos, los cuales le donaron la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles o la Porciúncula, considerada como “una pequeña parte” de esas tierras.

Un día mientras San Francisco estaba arrodillado en la capilla de San Damián, sintió que Cristo le habló desde el crucifijo y le dijo: “Reconstruye mi Iglesia que esta en ruinas.” El se tomó estas palabras literalmente y empezó a reconstruir varias Iglesias. No fue hasta un tiempo después que San Francisco comprendió que el mensaje principal de Cristo era que construyera y fortaleciera espiritualmente la Iglesia de Cristo. Así fue que el Santo comenzó a trabajar en la restauración de las iglesias de San Damián, San Pedro Della Spina y Santa Maria de los Ángeles o de la Porciúncula.

Al lado del humilde santuario de la Porciúncula, fue edificado el primer convento Franciscano, con la construcción de unas cuantas pequeñas chozas o celdas de paja y barro, cercadas con un seto. Este acuerdo fue el comienzo de la Orden Franciscana. La Porciúncula fue también el lugar donde San Francisco recibió los votos de Santa Clara. El 3 de Octubre de 1226, muere San Francisco, y en su lecho de muerte, le confía el cuidado y protección de la capilla a sus hermanos.

Un poco después del año 1290, la capilla, la cual media aproximadamente 22 pies por 13 ½ pies fue ampliamente engrandecida para poder acomodar a la cantidad de peregrinos que venían a visitarla. Más tarde, los edificios alrededor del santuario fueron destruidos por orden de Pio V (1566-72), excepto la celda en la cual murió San Francisco. Luego, estos fueron reemplazados por una gran Basílica, estilo contemporáneo. El nuevo edificio fue erigido sobre su celda y sobre la capilla de la Porciúncula. La Basílica ahora tiene tres naves y un circulo de capillas que se extienden a lo largo de la longitud de los costados.

La Basílica forma una cruz latina de 416 pies de largo por 210 pies de ancho. Un pedazo del altar de la capilla es de la Anunciación, la cual fue pintada por un sacerdote en el año 1393. Uno todavía puede visitar la celda donde murió San Francisco. Detrás de la sacristía se encuentra el sitio donde el santo, durante una tentación se dice, que se revolcó en un arbusto de brezo, el cual después se convirtió en un rosal sin espinas. Fue precisamente durante esa misma noche del 2 de Agosto, que el Santo recibió la “Indulgencia de la Porciúncula.” Hay una representación del recibimiento de esta indulgencia en la fachada de la capilla de la Porciúncula.

Se cuenta que una vez, en el año 1216, mientras Francisco estaba en la Porciúncula, en oración y en contemplación, se le apareció Cristo y le ofreció que le pidiera el favor que el quisiera. En el centro del corazón de San Francisco siempre estaba la salvación de las almas. El soñaba en que su amada Porciúncula fuese un santuario donde muchos se pudieran salvar, entonces le pidió al Señor que le concediera una indulgencia plenaria ( o sea, una completa remisión de todas las culpas), para que todos aquellos que vinieran a visitar la pequeña capilla, una vez que se hubieran arrepentido de sus pecados y confesado, pudieran obtenerla. Nuestro Señor accedió a su petición con la condición de que el Papa ratificará la indulgencia.

San Francisco se fue de inmediato hacia Perugia con uno de sus hermanos en busca del Papa Honorio III. Este, a pesar de alguna oposición de la Curia, ante este favor nunca antes escuchado dio su aprobación a la Indulgencia, limitándola a poder recibirla solamente una vez al año. Posteriormente, el Papa la confirmó y fijo la fecha del 2 de Agosto como el día para alcanzar esta indulgencia. En Italia, es comúnmente conocida como “el perdón de Asís” o la “indulgencia de la Porciúncula”. Este es el recuento tradicional de la historia.

Todos los fieles católicos pueden alcanzar la indulgencia plenaria el 2 de Agosto (o en otro día que haya sido declarado o asignado por el ordinario local para el beneficio de los fieles), bajo las debidas disposiciones (confesión sacramental, santa comunión, y rezar por las intenciones del Santo Padre). Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después del día en que se gana la indulgencia. También tienen que visitar la iglesia devotamente y rezar el Padrenuestro y el Credo. La Indulgencia se aplica a la Catedral de la Diócesis, y a la co-catedral (si es que existe alguna), aunque no sean parroquiales, y también las iglesias quasi-parroquiales. Para alcanzar esta indulgencia, como cualquier indulgencia plenaria, los fieles tienen que estar libres de cualquier apego al pecado, aún al pecado venial. Donde se desea este apego, la indulgencia es parcial. 

 

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Fuente: www.corazones.org