"Por
su condición mortal, la carne tiene una especie de querencias terrenas contra
las cuales se te ha concedido el derecho, la brida o freno. Que te rija a ti el
superior para que tú puedas regir al súbdito.
Por debajo de ti está tu carne,
por encima de ti está tu Dios; cuando tú quieres que tu carne te sirva a ti,
quedas amonestado de cómo conviene que tú sirvas a tu Dios. Tú te fijas en lo
que está por debajo de ti; fíjate también en lo que está por encima de ti. Tú
no tienes poderes sobre el inferior si no los recibes del superior".
Marcos 9,14-29 En aquel tiempo, cuando Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña, al llegar adonde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y corrió a saludarlo.
Él les preguntó: «¿De qué discutís?»
Uno le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar y, cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces.»
Él les contestó: «¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo.»
Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba, echando espumarajos.
Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?»
Contestó él: «Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos.
Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe.»
Entonces el padre del muchacho gritó: «Tengo fe, pero dudo; ayúdame.
Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él.
Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que la multitud decía que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie.
Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?
Él les respondió: Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno.
LA UTILIDAD DEL AYUNO
Traduccción: Teodoro C. Madrid, OAR
EXORDIO
El ayuno como ofrenda a Dios
El ayuno como ofrenda a Dios es
propio de los hombres y no de los ángeles. He sido invitado a hablaros sobre la
utilidad del ayuno. También Dios nos invita, y el tiempo mismo nos apremia.
Esta práctica, esta virtud del alma, esta pérdida de la carne y ganancia del
espíritu los ángeles no se la pueden ofrecer a Dios. En efecto, allí en el
cielo todo es abundancia y seguridad sempiterna; y por eso no hay defecto
alguno, porque todo el amor es hacia Dios. Allí Dios es el pan de los ángeles,
y Dios se hace hombre para que el hombre coma el pan de los ángeles. Aquí en la
tierra, todas las almas, que tienen una carne terrena, sacian sus vientres de
la tierra; allí los espíritus racionales, gobernando a los cuerpos celestes,
llenan de Dios sus mentes. Tanto aquí como allí hay alimento, pero el alimento
de aquí, cuando nutre, se acaba, y llena el vientre de modo que él se
disminuye; en cambio, el alimento de allí, a la vez que llena, permanece
igualmente entero. De este alimento Cristo nos ha indicado que tengamos hambre,
cuando dice: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados.
PRIMERA PARTE: NATURALEZA Y
NECESIDAD DEL AYUNO
Capítulo I: Hambre y hartura
Cuestión primera: ¿Qué es el
ayuno y con qué espíritu se debe ayunar?
El hambre verdadera es la de la
justicia. Está claro que es propio de los hombres mortales tener hambre y sed
de la justicia, así como estar repletos de la justicia es propio de la otra
vida. De este pan, de este alimento, están repletos los ángeles; en cambio, los
hombres, mientras tienen hambre, se ensanchan; mientras se ensanchan, son
dilatados; mientras son dilatados, se hacen capaces; y, hechos capaces, en su
momento serán repletos.
¿Qué significa esto? ¿Que aquí en
la tierra los que tienen hambre y sed de la justicia no alcanzan nada de eso?
Lo alcanzan de lleno; pero una cosa es cuando nos ocupamos de la refección de
los caminantes; y otra cosa es cuando nos ocupamos de la perfección de los
bienaventurados. Escucha al Apóstol (Pablo), que tiene hambre y tiene sed,
ciertamente en el más alto grado de la justicia que pueda alcanzarse en esta
vida, que pueda practicarse. Y ¿quién de nosotros va a atreverse a compararse
con él, y menos aún a preferirse a él?
¿Qué es lo que dice?: “No es que
ya haya alcanzado el premio, o que ya sea perfecto”.
Fijaos bien quien habla: un vaso
de elección, y, por así decirlo, lo último de las fimbrias del vestido del
Señor, pero que cura el flujo de sangre a quien lo toca lleno de fe; el último
y el menor de los Apóstoles, como dice él mismo: “Yo soy el menor de los
Apóstoles”.
De nuevo: “Yo no merezco el
nombre del apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la
gracia de Dios, soy lo que soy, y esa gracia suya en mí no ha sido en balde; al
contrario, he trabajado más que todos ellos; no yo, es verdad, sino la gracia
de Dios conmigo”.
Tú que oyes esto, crees que estás
oyendo a un hombre hasta la plenitud y perfección. Has oído lo que regüelda,
escucha también lo que hambrea: No es que ya haya alcanzado el premio, o que ya
sea perfecto; dice: “Hermanos, yo no pienso haberlo ya alcanzado; al contrario,
una sola cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás, y lanzándome a lo que
está por delante, correr hacia la meta para conseguir el premio según la
llamada suprema de Dios en Cristo Jesús”.
Dice que él
aún no es perfecto, porque todavía no lo ha conseguido, todavía no ha alcanzado
la meta. Dice que él se dilata; dice que él corre hasta el premio de la llamada
celestial. Él ahora está en camino, tiene hambre, y desea hartarse; se afana,
desea llegar y se inflama. Nada para él de tanta lentitud, porque querría
llegar sin tardanza, como ser disuelto y estar con Cristo.
Capítulo II: El alimento terreno
y el alimento celestial
Los hombres que ayunan ocupan un
lugar intermedio entre los carnales y los ángeles. Hermanos, hay un alimento
que repara la debilidad de la carne, y también hay un alimento celestial que
satisface la piedad del alma. El alimento terreno tiene su vida propia, y
también el celestial tiene la suya. El uno sostiene la vida de los hombres, el
otro la de los ángeles. Los hombres de fe, separados cordialmente de la turba
de los infieles, y levantados hacia Dios, a quienes se dice: ¡Arriba el
corazón!, portadores de otra esperanza, y conscientes de que son peregrinos en
este mundo, ocupan un lugar intermedio: no hay que compararlos ni con los que
no piensan en otro bien que en gozar de las delicias terrenas, ni todavía con
los habitantes superiores del cielo, cuyas delicias son el Pan mismo, que ha
sido su Creador. Los primeros, como hombres inclinados a la tierra, que sólo
reclaman a la carne el pasto y la alegría, se parecen a las bestias, muy
distantes de los ángeles por su condición y costumbres: por su condición,
porque son mortales; por sus costumbres, porque son sensuales. El Apóstol queda
pendiente, por así decirlo, como intermedio entre el pueblo del cielo y el
pueblo de la tierra; él corría hacia allí, y se elevaba de aquí. Sin embargo,
no estaba todavía con los bienaventurados, porque habría dicho: Yo ya soy
perfecto; y tampoco estaba con los terrenos, perezosos, indolentes, lánguidos,
soñolientos, que piensan que no existe otra cosa sino aquello que ven y lo que
pasa, y que ellos han nacido y han de morir; puesto que si el Apóstol fuese del
número de ellos, no habría dicho: Yo corro hacia el premio de mi llamada divina.
Por tanto, debemos reglamentar
nuestros ayunos. No es, como he dicho, una obligación de los ángeles, y menos
el cumplimiento de los que sirven a su vientre; es un término medio en el cual
vivimos lejos de los infieles, codiciando estar unidos a los ángeles. Todavía
no hemos llegado, pero ya estamos en camino; todavía no nos alegramos allí,
pero ya suspiramos aquí. Y según esto que nos aprovecha abstenernos un poco de
los pastos y del placer carnal, la carne nos inclina hacia la tierra; el alma
tiende hacia arriba; la arrebata el amor, pero es retardada por la gravidez del
cuerpo. De ello habla la Escritura: Porque el cuerpo, que se corrompe, apesga
el alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Por tanto, si la
carne, inclinándose hacia la tierra, es peso del alma y lastre que dificulta su
vuelo, cuanto más uno se deleite con la vida superior, tanto más aligera el
lastre terreno de su vida. Y eso es lo que hacemos al ayunar.
Capítulo III: Necesidad del ayuno
para gobernar la carne
La importancia del ayuno.
No vayáis a creer que el ayuno es
algo de poca importancia y superfluo. Que nadie, al hacerlo según la costumbre
de la Iglesia, piense para sí y se diga, o escuche al tentador que sugiere
internamente: ¿qué es lo que haces? ¿Por qué ayunas? Tú defraudas a tu alma, y
no le das lo que le gusta. Tú te infliges un castigo a ti mismo, y tú mismo
eres tu verdugo y sayón. ¿Es que le puede agradar a Dios que tú te atormentes?
Entonces es cruel, porque se alegra de tus sufrimientos.
Respóndele al tentador: Yo sufro,
es verdad, para que El me perdone; yo me castigo para que El me socorra, para
que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura. También la víctima es
sacrificada para ponerla sobre el altar. Y no voy a consentir que mi carne
oprima a mi alma. Responde a ese malvado consejero, esclavo del vientre, con
esta comparación, y dile: Si tú cabalgases en un jumento, si te montases en un
potro que cuando te lleva pudiese hacerte caer, ¿no le mermarías el pienso al
fogoso corcel para caminar seguro, y así domar con el hambre al que no podrías
refrenar con la brida? Mi carne es mi jumento, yo camino hacia Jerusalén, y
muchas veces me lleva precipitadamente e intenta arrojarme fuera del camino,
pues mi camino es Cristo; ¿no voy a reprimir con el ayuno al que va
encabritado? Quien conoce esto, sabe por propia experiencia cuan útil es el
ayuno. Pero ¿es que esta carne que ahora es domada, siempre lo será? Mientras en
el tiempo flota a merced de las olas, mientras está agobiada por el lastre de
la mortalidad, tiene sus diabluras manifiestas y peligrosas para nuestra alma.
Porque la carne es todavía corruptible, y aún no ha resucitado, puesto que no
será siempre así: aún no tiene el estado propio del ser celestial, porque
todavía no somos iguales a los ángeles de Dios.
SEGUNDA PARTE: UTILIDAD DEL AYUNO
Capítulo IV: El error maniqueo
CUESTIÓN SEGUNDA: la carne y el
espíritu
4. ha carne no es enemiga del
espíritu. No vaya a pensar vuestra caridad que la carne es el enemigo del
espíritu, en el sentido de que hay un creador de la carne y otro creador del
espíritu. Porque son muchos los que lo piensan así, y desbocados por la misma
carne se han salido del camino, y han inventado un creador para la carne, y
otro creador para el espíritu Pero es que bajo el pretexto de apostólico se
sirven de un testimonio que no entienden: la carne guerrea contra el espíritu,
y el espíritu contra la carne. Esto es verdad, pero ¿por qué no te fijas
también en este otro: Nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta
y la cuida, así como Cristo a su Iglesia?
En el primer texto citado se ve
una cierta lucha entre dos enemigos, entre la carne y el espíritu, porque la
carne guerrea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. En el segundo,
en cambio, se ve como una unión conyugal, porque nadie odia jamás a su propia
carne, sino que la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia. ¿Cómo
conciliar los dos textos? Si los dos son contrarios, ¿a cuál de los dos
rechazamos, y a cuál retenemos? Pero es que no son contrarios. Atienda vuestra
caridad: Mientras tanto yo acepto los dos, y, en lo que pueda, voy a demostrar
que los dos están de acuerdo. Tú, quienquiera que seas, inventas un creador de
la carne y otro distinto del espíritu; y ¿qué vas a hacer de este texto: porque
nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, así como
Cristo a su Iglesia? ¿Es que la comparación no te asusta?, porque dice: la
alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia. Consideras a la carne una
cadena, y ¿quién ama su propia cadena? Consideras a la carne una cárcel, y
¿quién ama su propia cárcel? Porque nadie odia jamás a su propia carne. ¿Quién
no va a odiar su propia cadena? ¿Quién no va a odiar su propio castigo? Y, sin
embargo, nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida,
así como Cristo a su Iglesia. Pues tú que inventas un creador para la carne y
otro para el espíritu, tienes que inventarte uno para la Iglesia y otro para
Cristo. Pero quien eso sabe, desvaría. Pues cada uno ama a su propia carne,
como dice el Apóstol, y cada uno corrobora este testimonio con su propia
experiencia. Por mejor domador que seas de la carne, sea la gravedad que sea
con que te inflames contra ella, ¡no sé yo si no cerrarás los ojos cuando un
golpe te amenace!
La mortificación de la carne
libera al espíritu de sus esclavitudes. Hay, por tanto, una especie de maridaje
entre el espíritu y la carne. ¿De dónde, entonces, la carne guerrea contra el
espíritu, y el espíritu contra la carne? ¿De dónde ese castigo que viene desde
la transmisión de la muerte? ¿Por qué el dicho: todos mueren en Adán?, y ¿por
qué dice el Apóstol: También nosotros éramos en un tiempo por naturaleza hijos
de ira, lo mismo que los demás? En efecto, aquel de quien hemos nacido y de
quien hemos heredado lo que tenemos que vencer, aceptó la sentencia de muerte,
y por esto guerreamos contra la carne hasta someterla y reducirla a la
obediencia. ¿Es que odiamos, por eso, a la que estamos deseando que nos
obedezca? … Cuando corriges a tu hijo para que te obedezca, ¿acaso lo estás
odiando o lo consideras un enemigo? Sobre todo tienes el pensamiento bien claro
y completo del mismo Apóstol, que dice: “Pues yo corro de esa manera, no sin
rumbo fijo; boxeo de esa manera, no dando golpes al aire; nada de eso; yo
castigo a mi cuerpo, y lo obligo a que me sirva, no sea que después de predicar
a otros me descalifiquen a mí”.
Por su condición mortal, la carne
tiene una especie de querencias terrenas contra las cuales se te ha concedido
el derecho, la brida o freno. Que te rija a ti el superior para que tú puedas
regir al súbdito. Por debajo de ti está tu carne, por encima de ti está tu
Dios; cuando tú quieres que tu carne te sirva a ti, quedas amonestado de cómo
conviene que tú sirvas a tu Dios. Tú te fijas en lo que está por debajo de ti;
fíjate también en lo que está por encima de ti. Tú no tienes poderes sobre el
inferior si no los recibes del superior.
Tú eres siervo y tienes un
siervo, pero el Señor os tiene a los dos como servidores. Tu servidor está más
bajo la potestad de tu Señor que de la tuya. Puesto que tú quieres que te
obedezca tu carne, ¿es que puede obedecerte en todo? En todo obedece a tu
Señor, no en todo te obedece a ti. ¿Y cómo así?, me dirás. Tú caminas, mueves
los pies, y te sigue; pero ¿irá contigo como tú quieres? De ti recibe la vida,
pero ¿tanto como tú quieres? ¿Es que estás malo cuando quieres?, y ¿estás sano
cuando te da la gana? En realidad el Señor te ejercita a menudo por medio de tu
servidor, para que, como has sido ofensor del Señor, merezcas ser corregido por
tu servidor.
Capítulo V: Conclusiones
La carne a veces debe ser
refrenada también en las cosas lícitas. ¿Tú qué debes hacer? No permitir los
placeres de la carne hasta lo ilícito, y de vez en cuando moderarte en las
cosas lícitas. Porque el que no se mortifica en las cosas lícitas, está bien
próximo a caer en las ilícitas. Por ejemplo, hermanos, el matrimonio es lícito,
y es ilícito el adulterio; y, sin embargo, los hombres que son morigerados,
para alejarse del adulterio ilícito, se contienen de vez en cuando del uso
lícito del matrimonio. La hartura es lícita, e ilícita la borrachera; sin
embargo, los hombres virtuosos, para apartarse más de las torpezas de la
borrachera, se moderan también de vez en cuando en el uso de la bebida. Obremos
nosotros, hermanos, del mismo modo; seamos morigerados; y lo que hacemos
sepamos por qué lo hacemos. Moderando los placeres de la carne se adquiere el gozo
del espíritu.
La eficacia de nuestro ayuno se
apoya en la fe de Cristo. Para nosotros, el fin de nuestros ayunos está en
nuestro camino.
¿Cuál es nuestro camino y a dónde
vamos? Eso es lo que debemos considerar. Porque también los paganos ayunan a veces,
pero ellos no conocen la patria adonde nosotros nos dirigimos. También los
judíos ayunan de cuando en cuando, y ellos tampoco han tomado el camino por el
que nosotros caminamos. Esto es igual al jinete que doma su caballo con el que
se extravía. Los herejes ayunan; yo veo de qué modo caminan, y me pregunto: ¿a
dónde caminan? Ayunáis para agradar ¿a quién? A Dios, responden. ¿Creéis que El
recibe vuestra ofrenda? Fíjate antes qué es lo que dice: Deja tu ofrenda, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano. ¿Es que gobiernas rectamente tus
miembros, tú que desgarras los miembros de Cristo? Se oye entre gritos vuestra
voz, dice el profeta; y apremiáis a los que son vuestros servidores, y los
herís a puñetazos. No ayunéis como ahora, dice el Señor. Luego sería reprobado
tu ayuno cuando te mostrases severo sin piedad para con tu servidor, y ¿va a
ser aprobado tu ayuno cuando no reconoces a tu hermano? Yo no pregunto de qué
alimentos te abstienes, sino qué alimento amas. Dime qué alimento amas para que
apruebe que tú te abstienes de él. ¿Tú amas la justicia? Apasionadamente la
amo, respondes. Entonces, que se vea tu justicia. Porque creo que es justo que
tú sirvas al mayor para que el menor te sirva a ti. En efecto, estamos hablando
de la carne, que es menor que el espíritu, y que cuando es domada y gobernada
está sumisa. Obras con ella de modo que te obedezca, y le controlas el alimento
porque quieres que te esté sujeta a ti. Reconoce al que es mayor, reconoce al
que es superior, para que el inferior te obedezca a ti justamente.
TERCERA PARTE: FINALIDAD DEL
AYUNO: LA CONCORDIA Y LA UNIDAD
Capítulo VI: la concordia de los
miembros del cuerpo, ejemplo de unidad
Y si tu carne te obedece, y tú no
obedeces a tu Dios, ¿no te está condenando a ti, cuando ella te obedece? ¿Es
que no está dando testimonio contra ti al obedecerte a ti?
CUESTIÓN PRIMERA: El ayuno de los
herejes está viciado por su separación de la Iglesia
Pero dirás: ¿y a qué superior
debería obedecer? Tú te habías proclamado amante de la justicia, fíjate que
Cristo dice: Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros. Escucha,
pues, a tu Señor que da un mandamiento para que nos amemos mutuamente. Como se
haya hecho para sí, de todos nosotros como miembros, un cuerpo que tiene como
única cabeza al mismo Señor y Salvador, tú contrariamente te desgarras de los
miembros de Cristo, tú no amas la unidad. ¿Tú no temerías esto en tus miembros?
Si tuvieses un dedo dislocado ¿no correrías al médico para arreglarte el dedo?
Cierto que entonces tu cuerpo está perfectamente, cuando hay armonía entre tus
miembros; entonces te dirías sano, entonces estás bien. Pero, si algo en tu
cuerpo discorda de los otros miembros, buscas quien lo corrija. ¿Por qué
entonces no procuras corregirte para reintegrarte en la unidad de los miembros
de Cristo, y hay acuerdo entre su cuerpo y el tuyo? ¿De seguro que tus cabellos
son más viles que los demás miembros? ¿Qué hay más trivial en tu cuerpo que tus
cabellos?, ¿más menospreciable?, ¿más banal? No obstante, cuando te cortan el
pelo mal, te enojas contra el peluquero porque no ha igualado bien tu cabellera
y ¿tú no mantienes la unidad en los miembros de Cristo? ¿Qué son entonces y
para qué sirven los ayunos? Tú consideras algo indigno que todos los que creen en
Dios le sirvan en la unidad; y, en cambio, quieres conservar la unidad en tus
miembros, en tu cuerpo, en tus cabellos. Hablan tus entrañas, tus miembros dan
contra ti un testimonio verídico, ¿y tú das un testimonio falso contra los
miembros de Cristo?
¿Te has apartado del ayuno de los
paganos? Eso piensas tú, y, por eso, te crees muy seguro. Porque dices, yo
ayuno por Cristo; pero ellos lo hacen por los ídolos y los demonios. Te creo, y
realmente no niego que es diferente. Pero fíjate cómo tus miembros daban
testimonio contra ti poco antes, recordándotelo yo, para advertirte cómo debías
ser tú con los miembros de Cristo, tu Dios; también los mismos paganos, de
quienes distingues tu ayuno, te advierten algo sobre la unidad de tu Cristo.
CUESTIÓN SEGUNDA: Los paganos dan
una lección de unidad a los herejes
Capítulo VII: El culto a los
ídolos une a los paganos
Observa cómo ellos sin división
adoran a muchos dioses falsos. ¿Es que nosotros reconocemos a un solo Dios
verdadero para que no estemos en unidad con el único Dios? Ellos tienen muchos
dioses, y son falsos. Nosotros uno solo, y es el Dios verdadero. Ellos con
muchos falsos no tienen división; nosotros con el único Dios verdadero no
tenemos unidad. ¿No te dueles, no gimes ni te avergüenzas? Aún más: los paganos
no sólo adoran muchos dioses falsos, sino que la mayoría son contrarios y
enemigos. Por ejemplo, citemos algunos de ellos, ya que no podemos citarlos a
todos. Hércules y Juno fueron enemigos, porque ellos no fueron más que hombres.
Él era hijastro, ella madrastra; a los dos los paganos construyeron templos,
tanto a Juno como a Hércules. Lo adoran a él, y la adoran a ella; lo mismo van
a Juno que a Hércules; los dos enemistados entre sí, y los paganos están de
acuerdo en su culto. Vulcano y Marte son enemigos: Vulcano tiene la razón, pero
procura un juez que decida entre los dos. En efecto, el infeliz lamenta el
adulterio de su mujer; sin embargo, tampoco se atreve a apartar a sus
adoradores del templo de Marte, y los paganos adoran al mismo tiempo a uno y a
otra; y como ellos imitan a los dos, ellos también pleitean: van del templo de
Marte al templo de Vulcano. ¡Qué vergüenza!, ni siquiera teme que se enfade su
marido, porque vienen a él desde el templo de Marte adúltero. Tienen corazón,
ellos saben que una piedra no puede sentir. Mira a los que adoran a muchos
dioses falsos, diferentes, contrarios; y, sin embargo, mantienen una cierta
unidad en sus cultos. Mira también que los mismos paganos, de quienes has
apartado tus ayunos, dan testimonio contra ti. Por tanto, hermano, ven a la
unidad. Adoramos a un solo Dios. Nunca jamás hemos visto pleiteando al Padre y
al Hijo. ¡Que no se enfaden contra mí los paganos porque he dicho tales cosas
de sus dioses! En efecto, ¿por qué se van a enfadar por mis palabras, y no más
bien por sus escritos? Primero, ¡que los borren, si pueden; mejor aún, si
quieren! ¡Que los gramáticos no desplieguen sus velas para enseñarlos! ¡Se
enfada contra mí porque digo esto a aquel que paga para que su hijo las
aprenda!
CUESTIÓN TERCERA: La desunión de
los cristianos es un obstáculo para la conversión de los paganos
Capítulo VIII: La unión es vida,
la desunión es muerte
Carísimos, así son o, mejor, han
sido las divinidades paganas. Y, porque ellos no quisieron abandonarlas, han
sido abandonados por ellas. Y muchos las han abandonado, y todavía las
abandonan y derriban sus templos en sus corazones. Pero nosotros debemos
alegrarnos, porque vienen a la unidad, y no a la división. ¡Que un pagano no
encuentre motivo para que no quiera ser cristiano! Vivamos concordes, hermanos,
los que adoramos a un solo Dios, para en cierto modo exhortarles también con
nuestra concordia a que abandonen la multitud de sus dioses, para que vengan a
la paz y a la unidad adorando al único Dios. Y si tal vez se molestan, y nos
injurian falsamente, porque nosotros los cristianos no mantenemos la unidad, y
por ello son tardos y perezosos para llegarse a la salvación, los interpelaré
también a ellos, y les diré lo que vosotros debéis decirles. Que ellos no
antepongan contra nosotros su pretendida concordia, que no se complazcan de su
engañosa unidad. Cierto que ellos no tienen un enemigo que nosotros tenemos,
porque él los esclaviza y sin oposición. El los ve adoradores de los falsos
dioses, los ve como esclavos y esclavos de los demonios, ¿qué interés va a
tener en que riñan, o qué daño le va a venir porque no riñan? Y él los posee de
este modo, haciéndoles sentir y estar de acuerdo en la unidad, aunque falsa y
quimérica. Pero, en cuanto fuese abandonado, y muchos acuden al único Dios,
renunciarían a sus sacramentos sacrílegos, destruirían los templos,
aniquilarían los ídolos, prohibirían los sacrificios. Él ve que ha perdido a
los que poseía, ve que se le han ido de su familia; que han reconocido al
verdadero Dios. ¿Qué es lo que haría?, ¿cómo tramaría asechanzas? Él sabe que
no podría poseernos estando unidos; él no puede dividir entre nosotros al único
Dios, tampoco puede suplantarnos dioses falsos. El comprende que nuestra vida
es la caridad, y nuestra muerte la disensión; entonces ha metido disputas entre
los cristianos, ya que no ha podido inventar para los cristianos muchos dioses;
ha multiplicado las sectas, ha sembrado errores, ha fundado herejías. Pero todo
cuanto ha hecho, lo ha hecho de la paja en la era del Señor. Aquí está nuestra
seguridad, pese a su rabia, pese a sus insidias, y aunque siembre divisiones
diversas entre los cristianos, si nosotros reconocemos a nuestro Dios, si
nosotros nos mantenemos en concordia, si guardamos la fe, estamos seguros.
Hermanos, el trigo o no se va de la era o vuelve; la ventolera de la tentación
avenía algunos para indicarnos no el camino de la perdición, sino la tarea de
la prueba. A veces no se lleva la paja, pero al final ciertamente será
aventada, y toda la paja no va sino al fuego. Entonces debemos preocuparnos,
hermanos míos, mientras hay tiempo, con todas las fuerzas, con cuanto celo
podamos, de que, si es posible, la paja vuelva a la era, sin que perezca el
trigo. Aquí es probada nuestra caridad, se nos propone la gran obra de nuestra
vida. Nosotros no descubriríamos cuánto amamos a los hermanos si nadie
estuviera en peligro; no aparecería cuán grande es el amor de nuestra
investigación si nada encerrase el abismo de la perdición.
CUESTIÓN CUARTA: Hay que atraer a
los herejes a la unidad
Capítulo IX: El amor gana y une
Trabajemos, hermanos, sin
desfallecer con todo el esfuerzo, con todo el sudor, con afecto poderoso hacia
Dios, hacia ellos, entre nosotros, para que, queriendo olvidar su antiguo
conflicto, no levantemos entre nosotros nuevas riñas; y, sobre todo, seamos muy
cautos entre nosotros mismos para mantener muy firme el amor. Ellos se pasmaron
con sus iniquidades; ¿cómo tú vas a descongelar en ellos el hielo de la
iniquidad, si no estás ardiendo con la llama de la caridad? No nos preocupemos
de parecerles molestos, instándolos; fijémonos adonde, y estemos seguros,
porque ¿es, acaso, a la muerte adónde vamos, o más bien, lejos de la muerte?
Por todos los medios posibles, pero con modestia, examinemos del todo las
viejas heridas; y seamos cautos para que no perezca entre las manos del médico
el que es curado. ¿Es que nos vamos a preocupar porque llora el niño que es
llevado a la escuela? ¿Nos vamos a inquietar porque rechaza la mano del médico
que le opera?
Los Apóstoles fueron pescadores,
y el Señor les dijo: Os haré pescadores de hombres. Pero por medio del profeta
se dice que Dios iba a enviar primero pescadores, después cazadores. En primer
lugar envió pescadores, después cazadores. ¿Por qué pescadores, por qué
cazadores? Los creyentes fueron pescados con las redes de la fe del abismo y de
lo profundo del mar de la superstición y de la idolatría. Pero los cazadores,
¿cuándo han sido enviados? Cuando los herejes andan vagando por montes y
collados, es decir, por las soberbias e hinchazones de las tierras. Un monte es
Donato, y otro es Arrio; monte es Fotino, y monte es también Novato; andaban
errantes por esos montes, y sus errores tenían necesidad de cazadores. De ahí
el que fueran distribuidos los oficios de pescadores y de cazadores para que
estos errantes no puedan decirnos: ¿por qué los Apóstoles no han obligado a
nadie, no han impelido a nadie? Porque es pescador, echa las redes al mar y
recoge lo que pesca. En cambio, el cazador rodea los bosques, ojea los zarzales
y, espantando por todas partes, obliga a entrar en las redes. Que no se vaya
por aquí ni se vaya por allá; córrela desde allí, abátela desde allí, espántala
desde allí, que no escape, que no huya. Pero las redes son nuestra vida;
únicamente queda la caridad. No te fijes en que eres importuno, sino en cuánto
tú lo amas. ¿Qué clase de amor es ése, si tú no eres celoso, y él muere?
CUESTIÓN QUINTA: El celo
perseverante para convertir a los herejes
Capítulo X: Comparación familiar
Hermanos, considerad también la
siguiente comparación y semejanza, porque una misma cosa puede tener muchas
analogías. Los hombres nacen con esa condición: que cada uno quiere que le
sucedan los propios hijos; y no hay nadie que no desee y espere en su casa este
orden, que los padres ceden y los hijos suceden.
Supongamos que un padre anciano
cae enfermo. No me refiero al padre que tiene un hijo consigo, a quien nombra
su heredero, porque lo quiere por sucesor y a quien él ha engendrado para eso,
para que, cuando haya muerto, él viva. Tampoco me refiero cuando el padre
anciano cae enfermo, para irse; próximo ya a morir, como ya lo pide el orden de
la naturaleza, que ya no tiene más que esperar. Supongamos, digo, cuando está
enfermo, y allí presente lo atiende con cariño su hijo; y el médico ve que está
vencido por un sueño mortal y peligrosísimo; se queda resignado en que va a
morir su viejo, por los pocos días que así puede vivir; el hijo está allí al
pie, y asiste solícito a su padre, cuando le ha oído decir al médico: este
hombre puede entrar en un profundo letargo, y por eso puede morir si se le deja
que duerma. Si queréis que viva, que no duerma, ese sueño que le vence es
dañino y a la vez dulce. El hijo entonces, advertido por el médico, está allí
solícito, molestando al padre lo espabila, y si esas caricias no bastan, lo
pellizca, y si no le hace nada, lo pincha. Ciertamente que el hijo es molesto
para el padre, pero, si no fuese molesto, sería impío. El padre, a quien ya le
agrada morir, refunfuña con semblante triste y voz suplicante al hijo que le
molesta: déjame ya en paz, ¿por qué me molestas? El médico dice que, si te
duermes, te vas a morir. Y él replica: déjame, quiero morirme. El viejo dice:
quiero morir; y el hijo es un impío si no le contesta: yo no. Y esta vida es
ante todo temporal, ni va a ser perpetuo en ella el padre, a quien el hijo es
molesto, para que espabile; ni el hijo, que va a suceder al padre que se va y
está para morir. Los dos peregrinan por ella, los dos pasan volando
temporalmente por ella; y, sin embargo, son unos impíos si no se preocupan de
su misma vida temporal, aun cuando los dos se molestan mutuamente. Es decir,
que si yo estoy viendo que un hermano mío está vencido por el sueño de una
costumbre perniciosa, ¿no lo tengo que espabilar por temor a molestar al que
duerme y va a perecer? Lejos de mí hacer tal cosa, incluso si, viviendo él, se
disminuyera nuestra herencia. Ahora bien, como lo que vamos a recibir no puede
dividirse, al no poder disminuir por la multitud de los herederos, ¿no le voy a
levantar, mal que le pese, para que esté en vela, y, libre del sueño de la
vetustísima costumbre, se alegre conmigo en la herencia de la unidad? Sí, yo lo
haré; si estoy despierto, yo lo haré; si no lo hago, también yo estoy dormido.
CONCLUSIÓN: Los herejes
despedazan la Iglesia
Capítulo XI: Nuestra herencia es
común e indivisible
Carísimos, el Señor, hablando a
las turbas, fue interpelado por uno del público, que le dice: Señor, dile a mi
hermano que reparta conmigo la herencia. Y el Señor le responde: Hombre, ¿quién
me ha nombrado repartidor de la herencia entre vosotros? No, a bien seguro que
El no rehusaba reprimir la codicia, sino que no quería constituirse en juez por
un reparto. En cuanto a nosotros, queridos, no invoquemos al Señor como juez de
tales cosas, porque no es así nuestra herencia; nosotros interpelamos al Señor
con la frente pura, con buena conciencia, y que cada uno de nosotros le diga:
Señor, dile a mi hermano, no que divida, sino que posea conmigo la herencia. En
efecto, ¿qué es lo que tú quieres dividir, hermano? Porque lo que el Señor nos
ha dejado no puede dividirse. ¿Es oro para presentar una balanza de reparto?
¿Es plata, es dinero, son esclavos, son animales, árboles, campos? Todo esto
puede ser dividido. No puede dividirse: “la paz os dejo, mi paz os doy”.
Finalmente, hasta en las mismas herencias terrenas el reparto hace menor la
hacienda. Supón a dos hermanos de un mismo padre: cuanto tiene el padre es de
los dos, todo de uno y todo también del otro. Así pues, si le preguntas a
cualquiera de los dos por sus cosas, te responderá: por ejemplo, ¿de quién es
aquel caballo? Y si se lo preguntas a cualquiera de ellos: es nuestro,
responde. ¿De quién es ese campo, aquel esclavo? A todo responderá: es nuestro.
Pero si lo dividen, ya responderá otra cosa. ¿De quién es aquel caballo? Mío.
¿De quién es ése? De mi hermano. Ved lo que te ha hecho la división. No has
adquirido uno, sino que has perdido uno. Luego si nosotros vamos a tener también
una herencia tal que puede dividirse, nosotros no deberíamos dividir las
riquezas para que no disminuyan las nuestras. Y, por cierto, nada tan importuno
para los hijos como querer dividirlo todo, viviendo el padre. Finalmente, si
maniobran para hacerlo, si se empeñan en pleitos y riñas para reclamar cada uno
para sí su parte, el buen viejo exclama: ¿Qué es lo que hacéis? Todavía estoy
vivo. Esperad un poco a mi muerte, y entonces repartid mi casa. Pero nosotros
tenemos a Dios por Padre, ¿por qué vamos a dividir?, ¿para qué pleitear? Sí,
esperemos; y, si es que llegare a morir, entonces dividamos.
Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo