lunes, 21 de mayo de 2018

San Agustín: LA UTILIDAD DEL AYUNO

"Por su condición mortal, la carne tiene una especie de querencias terrenas contra las cuales se te ha concedido el derecho, la brida o freno. Que te rija a ti el superior para que tú puedas regir al súbdito. 

Por debajo de ti está tu carne, por encima de ti está tu Dios; cuando tú quieres que tu carne te sirva a ti, quedas amonestado de cómo conviene que tú sirvas a tu Dios. Tú te fijas en lo que está por debajo de ti; fíjate también en lo que está por encima de ti. Tú no tienes poderes sobre el inferior si no los recibes del superior".


Marcos 9,14-29 En aquel tiempo, cuando Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña, al llegar adonde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y corrió a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué discutís?» Uno le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar y, cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces.» Él les contestó: «¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo.» Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?» Contestó él: «Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe.» Entonces el padre del muchacho gritó: «Tengo fe, pero dudo; ayúdame. Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que la multitud decía que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? Él les respondió: Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno.



LA UTILIDAD DEL AYUNO
Traduccción: Teodoro C. Madrid, OAR
EXORDIO

El ayuno como ofrenda a Dios


El ayuno como ofrenda a Dios es propio de los hombres y no de los ángeles. He sido invitado a hablaros sobre la utilidad del ayuno. También Dios nos invita, y el tiempo mismo nos apremia. Esta práctica, esta virtud del alma, esta pérdida de la carne y ganancia del espíritu los ángeles no se la pueden ofrecer a Dios. En efecto, allí en el cielo todo es abundancia y seguridad sempiterna; y por eso no hay defecto alguno, porque todo el amor es hacia Dios. Allí Dios es el pan de los ángeles, y Dios se hace hombre para que el hombre coma el pan de los ángeles. Aquí en la tierra, todas las almas, que tienen una carne terrena, sacian sus vientres de la tierra; allí los espíritus racionales, gobernando a los cuerpos celestes, llenan de Dios sus mentes. Tanto aquí como allí hay alimento, pero el alimento de aquí, cuando nutre, se acaba, y llena el vientre de modo que él se disminuye; en cambio, el alimento de allí, a la vez que llena, permanece igualmente entero. De este alimento Cristo nos ha indicado que tengamos hambre, cuando dice: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

PRIMERA PARTE: NATURALEZA Y NECESIDAD DEL AYUNO

Capítulo I: Hambre y hartura

Cuestión primera: ¿Qué es el ayuno y con qué espíritu se debe ayunar?

El hambre verdadera es la de la justicia. Está claro que es propio de los hombres mortales tener hambre y sed de la justicia, así como estar repletos de la justicia es propio de la otra vida. De este pan, de este alimento, están repletos los ángeles; en cambio, los hombres, mientras tienen hambre, se ensanchan; mientras se ensanchan, son dilatados; mientras son dilatados, se hacen capaces; y, hechos capaces, en su momento serán repletos.

¿Qué significa esto? ¿Que aquí en la tierra los que tienen hambre y sed de la justicia no alcanzan nada de eso? Lo alcanzan de lleno; pero una cosa es cuando nos ocupamos de la refección de los caminantes; y otra cosa es cuando nos ocupamos de la perfección de los bienaventurados. Escucha al Apóstol (Pablo), que tiene hambre y tiene sed, ciertamente en el más alto grado de la justicia que pueda alcanzarse en esta vida, que pueda practicarse. Y ¿quién de nosotros va a atreverse a compararse con él, y menos aún a preferirse a él?

¿Qué es lo que dice?: “No es que ya haya alcanzado el premio, o que ya sea perfecto”.
Fijaos bien quien habla: un vaso de elección, y, por así decirlo, lo último de las fimbrias del vestido del Señor, pero que cura el flujo de sangre a quien lo toca lleno de fe; el último y el menor de los Apóstoles, como dice él mismo: “Yo soy el menor de los Apóstoles”.

De nuevo: “Yo no merezco el nombre del apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y esa gracia suya en mí no ha sido en balde; al contrario, he trabajado más que todos ellos; no yo, es verdad, sino la gracia de Dios conmigo”.

Tú que oyes esto, crees que estás oyendo a un hombre hasta la plenitud y perfección. Has oído lo que regüelda, escucha también lo que hambrea: No es que ya haya alcanzado el premio, o que ya sea perfecto; dice: “Hermanos, yo no pienso haberlo ya alcanzado; al contrario, una sola cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás, y lanzándome a lo que está por delante, correr hacia la meta para conseguir el premio según la llamada suprema de Dios en Cristo Jesús”.

Dice que él aún no es perfecto, porque todavía no lo ha conseguido, todavía no ha alcanzado la meta. Dice que él se dilata; dice que él corre hasta el premio de la llamada celestial. Él ahora está en camino, tiene hambre, y desea hartarse; se afana, desea llegar y se inflama. Nada para él de tanta lentitud, porque querría llegar sin tardanza, como ser disuelto y estar con Cristo.

Capítulo II: El alimento terreno y el alimento celestial

Los hombres que ayunan ocupan un lugar intermedio entre los carnales y los ángeles. Hermanos, hay un alimento que repara la debilidad de la carne, y también hay un alimento celestial que satisface la piedad del alma. El alimento terreno tiene su vida propia, y también el celestial tiene la suya. El uno sostiene la vida de los hombres, el otro la de los ángeles. Los hombres de fe, separados cordialmente de la turba de los infieles, y levantados hacia Dios, a quienes se dice: ¡Arriba el corazón!, portadores de otra esperanza, y conscientes de que son peregrinos en este mundo, ocupan un lugar intermedio: no hay que compararlos ni con los que no piensan en otro bien que en gozar de las delicias terrenas, ni todavía con los habitantes superiores del cielo, cuyas delicias son el Pan mismo, que ha sido su Creador. Los primeros, como hombres inclinados a la tierra, que sólo reclaman a la carne el pasto y la alegría, se parecen a las bestias, muy distantes de los ángeles por su condición y costumbres: por su condición, porque son mortales; por sus costumbres, porque son sensuales. El Apóstol queda pendiente, por así decirlo, como intermedio entre el pueblo del cielo y el pueblo de la tierra; él corría hacia allí, y se elevaba de aquí. Sin embargo, no estaba todavía con los bienaventurados, porque habría dicho: Yo ya soy perfecto; y tampoco estaba con los terrenos, perezosos, indolentes, lánguidos, soñolientos, que piensan que no existe otra cosa sino aquello que ven y lo que pasa, y que ellos han nacido y han de morir; puesto que si el Apóstol fuese del número de ellos, no habría dicho: Yo corro hacia el premio de mi llamada divina.

Por tanto, debemos reglamentar nuestros ayunos. No es, como he dicho, una obligación de los ángeles, y menos el cumplimiento de los que sirven a su vientre; es un término medio en el cual vivimos lejos de los infieles, codiciando estar unidos a los ángeles. Todavía no hemos llegado, pero ya estamos en camino; todavía no nos alegramos allí, pero ya suspiramos aquí. Y según esto que nos aprovecha abstenernos un poco de los pastos y del placer carnal, la carne nos inclina hacia la tierra; el alma tiende hacia arriba; la arrebata el amor, pero es retardada por la gravidez del cuerpo. De ello habla la Escritura: Porque el cuerpo, que se corrompe, apesga el alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Por tanto, si la carne, inclinándose hacia la tierra, es peso del alma y lastre que dificulta su vuelo, cuanto más uno se deleite con la vida superior, tanto más aligera el lastre terreno de su vida. Y eso es lo que hacemos al ayunar.

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Capítulo III: Necesidad del ayuno para gobernar la carne

La importancia del ayuno.

No vayáis a creer que el ayuno es algo de poca importancia y superfluo. Que nadie, al hacerlo según la costumbre de la Iglesia, piense para sí y se diga, o escuche al tentador que sugiere internamente: ¿qué es lo que haces? ¿Por qué ayunas? Tú defraudas a tu alma, y no le das lo que le gusta. Tú te infliges un castigo a ti mismo, y tú mismo eres tu verdugo y sayón. ¿Es que le puede agradar a Dios que tú te atormentes? Entonces es cruel, porque se alegra de tus sufrimientos.

Respóndele al tentador: Yo sufro, es verdad, para que El me perdone; yo me castigo para que El me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura. También la víctima es sacrificada para ponerla sobre el altar. Y no voy a consentir que mi carne oprima a mi alma. Responde a ese malvado consejero, esclavo del vientre, con esta comparación, y dile: Si tú cabalgases en un jumento, si te montases en un potro que cuando te lleva pudiese hacerte caer, ¿no le mermarías el pienso al fogoso corcel para caminar seguro, y así domar con el hambre al que no podrías refrenar con la brida? Mi carne es mi jumento, yo camino hacia Jerusalén, y muchas veces me lleva precipitadamente e intenta arrojarme fuera del camino, pues mi camino es Cristo; ¿no voy a reprimir con el ayuno al que va encabritado? Quien conoce esto, sabe por propia experiencia cuan útil es el ayuno. Pero ¿es que esta carne que ahora es domada, siempre lo será? Mientras en el tiempo flota a merced de las olas, mientras está agobiada por el lastre de la mortalidad, tiene sus diabluras manifiestas y peligrosas para nuestra alma. Porque la carne es todavía corruptible, y aún no ha resucitado, puesto que no será siempre así: aún no tiene el estado propio del ser celestial, porque todavía no somos iguales a los ángeles de Dios.

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SEGUNDA PARTE: UTILIDAD DEL AYUNO

Capítulo IV: El error maniqueo

CUESTIÓN SEGUNDA: la carne y el espíritu

4. ha carne no es enemiga del espíritu. No vaya a pensar vuestra caridad que la carne es el enemigo del espíritu, en el sentido de que hay un creador de la carne y otro creador del espíritu. Porque son muchos los que lo piensan así, y desbocados por la misma carne se han salido del camino, y han inventado un creador para la carne, y otro creador para el espíritu Pero es que bajo el pretexto de apostólico se sirven de un testimonio que no entienden: la carne guerrea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Esto es verdad, pero ¿por qué no te fijas también en este otro: Nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia?
En el primer texto citado se ve una cierta lucha entre dos enemigos, entre la carne y el espíritu, porque la carne guerrea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. En el segundo, en cambio, se ve como una unión conyugal, porque nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia. ¿Cómo conciliar los dos textos? Si los dos son contrarios, ¿a cuál de los dos rechazamos, y a cuál retenemos? Pero es que no son contrarios. Atienda vuestra caridad: Mientras tanto yo acepto los dos, y, en lo que pueda, voy a demostrar que los dos están de acuerdo. Tú, quienquiera que seas, inventas un creador de la carne y otro distinto del espíritu; y ¿qué vas a hacer de este texto: porque nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia? ¿Es que la comparación no te asusta?, porque dice: la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia. Consideras a la carne una cadena, y ¿quién ama su propia cadena? Consideras a la carne una cárcel, y ¿quién ama su propia cárcel? Porque nadie odia jamás a su propia carne. ¿Quién no va a odiar su propia cadena? ¿Quién no va a odiar su propio castigo? Y, sin embargo, nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, así como Cristo a su Iglesia. Pues tú que inventas un creador para la carne y otro para el espíritu, tienes que inventarte uno para la Iglesia y otro para Cristo. Pero quien eso sabe, desvaría. Pues cada uno ama a su propia carne, como dice el Apóstol, y cada uno corrobora este testimonio con su propia experiencia. Por mejor domador que seas de la carne, sea la gravedad que sea con que te inflames contra ella, ¡no sé yo si no cerrarás los ojos cuando un golpe te amenace!

La mortificación de la carne libera al espíritu de sus esclavitudes. Hay, por tanto, una especie de maridaje entre el espíritu y la carne. ¿De dónde, entonces, la carne guerrea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne? ¿De dónde ese castigo que viene desde la transmisión de la muerte? ¿Por qué el dicho: todos mueren en Adán?, y ¿por qué dice el Apóstol: También nosotros éramos en un tiempo por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás? En efecto, aquel de quien hemos nacido y de quien hemos heredado lo que tenemos que vencer, aceptó la sentencia de muerte, y por esto guerreamos contra la carne hasta someterla y reducirla a la obediencia. ¿Es que odiamos, por eso, a la que estamos deseando que nos obedezca? … Cuando corriges a tu hijo para que te obedezca, ¿acaso lo estás odiando o lo consideras un enemigo? Sobre todo tienes el pensamiento bien claro y completo del mismo Apóstol, que dice: “Pues yo corro de esa manera, no sin rumbo fijo; boxeo de esa manera, no dando golpes al aire; nada de eso; yo castigo a mi cuerpo, y lo obligo a que me sirva, no sea que después de predicar a otros me descalifiquen a mí”.
Por su condición mortal, la carne tiene una especie de querencias terrenas contra las cuales se te ha concedido el derecho, la brida o freno. Que te rija a ti el superior para que tú puedas regir al súbdito. Por debajo de ti está tu carne, por encima de ti está tu Dios; cuando tú quieres que tu carne te sirva a ti, quedas amonestado de cómo conviene que tú sirvas a tu Dios. Tú te fijas en lo que está por debajo de ti; fíjate también en lo que está por encima de ti. Tú no tienes poderes sobre el inferior si no los recibes del superior.
Tú eres siervo y tienes un siervo, pero el Señor os tiene a los dos como servidores. Tu servidor está más bajo la potestad de tu Señor que de la tuya. Puesto que tú quieres que te obedezca tu carne, ¿es que puede obedecerte en todo? En todo obedece a tu Señor, no en todo te obedece a ti. ¿Y cómo así?, me dirás. Tú caminas, mueves los pies, y te sigue; pero ¿irá contigo como tú quieres? De ti recibe la vida, pero ¿tanto como tú quieres? ¿Es que estás malo cuando quieres?, y ¿estás sano cuando te da la gana? En realidad el Señor te ejercita a menudo por medio de tu servidor, para que, como has sido ofensor del Señor, merezcas ser corregido por tu servidor.

Capítulo V: Conclusiones

La carne a veces debe ser refrenada también en las cosas lícitas. ¿Tú qué debes hacer? No permitir los placeres de la carne hasta lo ilícito, y de vez en cuando moderarte en las cosas lícitas. Porque el que no se mortifica en las cosas lícitas, está bien próximo a caer en las ilícitas. Por ejemplo, hermanos, el matrimonio es lícito, y es ilícito el adulterio; y, sin embargo, los hombres que son morigerados, para alejarse del adulterio ilícito, se contienen de vez en cuando del uso lícito del matrimonio. La hartura es lícita, e ilícita la borrachera; sin embargo, los hombres virtuosos, para apartarse más de las torpezas de la borrachera, se moderan también de vez en cuando en el uso de la bebida. Obremos nosotros, hermanos, del mismo modo; seamos morigerados; y lo que hacemos sepamos por qué lo hacemos. Moderando los placeres de la carne se adquiere el gozo del espíritu.

La eficacia de nuestro ayuno se apoya en la fe de Cristo. Para nosotros, el fin de nuestros ayunos está en nuestro camino.

¿Cuál es nuestro camino y a dónde vamos? Eso es lo que debemos considerar. Porque también los paganos ayunan a veces, pero ellos no conocen la patria adonde nosotros nos dirigimos. También los judíos ayunan de cuando en cuando, y ellos tampoco han tomado el camino por el que nosotros caminamos. Esto es igual al jinete que doma su caballo con el que se extravía. Los herejes ayunan; yo veo de qué modo caminan, y me pregunto: ¿a dónde caminan? Ayunáis para agradar ¿a quién? A Dios, responden. ¿Creéis que El recibe vuestra ofrenda? Fíjate antes qué es lo que dice: Deja tu ofrenda, y vete primero a reconciliarte con tu hermano. ¿Es que gobiernas rectamente tus miembros, tú que desgarras los miembros de Cristo? Se oye entre gritos vuestra voz, dice el profeta; y apremiáis a los que son vuestros servidores, y los herís a puñetazos. No ayunéis como ahora, dice el Señor. Luego sería reprobado tu ayuno cuando te mostrases severo sin piedad para con tu servidor, y ¿va a ser aprobado tu ayuno cuando no reconoces a tu hermano? Yo no pregunto de qué alimentos te abstienes, sino qué alimento amas. Dime qué alimento amas para que apruebe que tú te abstienes de él. ¿Tú amas la justicia? Apasionadamente la amo, respondes. Entonces, que se vea tu justicia. Porque creo que es justo que tú sirvas al mayor para que el menor te sirva a ti. En efecto, estamos hablando de la carne, que es menor que el espíritu, y que cuando es domada y gobernada está sumisa. Obras con ella de modo que te obedezca, y le controlas el alimento porque quieres que te esté sujeta a ti. Reconoce al que es mayor, reconoce al que es superior, para que el inferior te obedezca a ti justamente.

TERCERA PARTE: FINALIDAD DEL AYUNO: LA CONCORDIA Y LA UNIDAD

Capítulo VI: la concordia de los miembros del cuerpo, ejemplo de unidad

Y si tu carne te obedece, y tú no obedeces a tu Dios, ¿no te está condenando a ti, cuando ella te obedece? ¿Es que no está dando testimonio contra ti al obedecerte a ti?

CUESTIÓN PRIMERA: El ayuno de los herejes está viciado por su separación de la Iglesia

Pero dirás: ¿y a qué superior debería obedecer? Tú te habías proclamado amante de la justicia, fíjate que Cristo dice: Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros. Escucha, pues, a tu Señor que da un mandamiento para que nos amemos mutuamente. Como se haya hecho para sí, de todos nosotros como miembros, un cuerpo que tiene como única cabeza al mismo Señor y Salvador, tú contrariamente te desgarras de los miembros de Cristo, tú no amas la unidad. ¿Tú no temerías esto en tus miembros? Si tuvieses un dedo dislocado ¿no correrías al médico para arreglarte el dedo? Cierto que entonces tu cuerpo está perfectamente, cuando hay armonía entre tus miembros; entonces te dirías sano, entonces estás bien. Pero, si algo en tu cuerpo discorda de los otros miembros, buscas quien lo corrija. ¿Por qué entonces no procuras corregirte para reintegrarte en la unidad de los miembros de Cristo, y hay acuerdo entre su cuerpo y el tuyo? ¿De seguro que tus cabellos son más viles que los demás miembros? ¿Qué hay más trivial en tu cuerpo que tus cabellos?, ¿más menospreciable?, ¿más banal? No obstante, cuando te cortan el pelo mal, te enojas contra el peluquero porque no ha igualado bien tu cabellera y ¿tú no mantienes la unidad en los miembros de Cristo? ¿Qué son entonces y para qué sirven los ayunos? Tú consideras algo indigno que todos los que creen en Dios le sirvan en la unidad; y, en cambio, quieres conservar la unidad en tus miembros, en tu cuerpo, en tus cabellos. Hablan tus entrañas, tus miembros dan contra ti un testimonio verídico, ¿y tú das un testimonio falso contra los miembros de Cristo?

¿Te has apartado del ayuno de los paganos? Eso piensas tú, y, por eso, te crees muy seguro. Porque dices, yo ayuno por Cristo; pero ellos lo hacen por los ídolos y los demonios. Te creo, y realmente no niego que es diferente. Pero fíjate cómo tus miembros daban testimonio contra ti poco antes, recordándotelo yo, para advertirte cómo debías ser tú con los miembros de Cristo, tu Dios; también los mismos paganos, de quienes distingues tu ayuno, te advierten algo sobre la unidad de tu Cristo.

CUESTIÓN SEGUNDA: Los paganos dan una lección de unidad a los herejes

Capítulo VII: El culto a los ídolos une a los paganos

Observa cómo ellos sin división adoran a muchos dioses falsos. ¿Es que nosotros reconocemos a un solo Dios verdadero para que no estemos en unidad con el único Dios? Ellos tienen muchos dioses, y son falsos. Nosotros uno solo, y es el Dios verdadero. Ellos con muchos falsos no tienen división; nosotros con el único Dios verdadero no tenemos unidad. ¿No te dueles, no gimes ni te avergüenzas? Aún más: los paganos no sólo adoran muchos dioses falsos, sino que la mayoría son contrarios y enemigos. Por ejemplo, citemos algunos de ellos, ya que no podemos citarlos a todos. Hércules y Juno fueron enemigos, porque ellos no fueron más que hombres. Él era hijastro, ella madrastra; a los dos los paganos construyeron templos, tanto a Juno como a Hércules. Lo adoran a él, y la adoran a ella; lo mismo van a Juno que a Hércules; los dos enemistados entre sí, y los paganos están de acuerdo en su culto. Vulcano y Marte son enemigos: Vulcano tiene la razón, pero procura un juez que decida entre los dos. En efecto, el infeliz lamenta el adulterio de su mujer; sin embargo, tampoco se atreve a apartar a sus adoradores del templo de Marte, y los paganos adoran al mismo tiempo a uno y a otra; y como ellos imitan a los dos, ellos también pleitean: van del templo de Marte al templo de Vulcano. ¡Qué vergüenza!, ni siquiera teme que se enfade su marido, porque vienen a él desde el templo de Marte adúltero. Tienen corazón, ellos saben que una piedra no puede sentir. Mira a los que adoran a muchos dioses falsos, diferentes, contrarios; y, sin embargo, mantienen una cierta unidad en sus cultos. Mira también que los mismos paganos, de quienes has apartado tus ayunos, dan testimonio contra ti. Por tanto, hermano, ven a la unidad. Adoramos a un solo Dios. Nunca jamás hemos visto pleiteando al Padre y al Hijo. ¡Que no se enfaden contra mí los paganos porque he dicho tales cosas de sus dioses! En efecto, ¿por qué se van a enfadar por mis palabras, y no más bien por sus escritos? Primero, ¡que los borren, si pueden; mejor aún, si quieren! ¡Que los gramáticos no desplieguen sus velas para enseñarlos! ¡Se enfada contra mí porque digo esto a aquel que paga para que su hijo las aprenda!

CUESTIÓN TERCERA: La desunión de los cristianos es un obstáculo para la conversión de los paganos

Capítulo VIII: La unión es vida, la desunión es muerte

Carísimos, así son o, mejor, han sido las divinidades paganas. Y, porque ellos no quisieron abandonarlas, han sido abandonados por ellas. Y muchos las han abandonado, y todavía las abandonan y derriban sus templos en sus corazones. Pero nosotros debemos alegrarnos, porque vienen a la unidad, y no a la división. ¡Que un pagano no encuentre motivo para que no quiera ser cristiano! Vivamos concordes, hermanos, los que adoramos a un solo Dios, para en cierto modo exhortarles también con nuestra concordia a que abandonen la multitud de sus dioses, para que vengan a la paz y a la unidad adorando al único Dios. Y si tal vez se molestan, y nos injurian falsamente, porque nosotros los cristianos no mantenemos la unidad, y por ello son tardos y perezosos para llegarse a la salvación, los interpelaré también a ellos, y les diré lo que vosotros debéis decirles. Que ellos no antepongan contra nosotros su pretendida concordia, que no se complazcan de su engañosa unidad. Cierto que ellos no tienen un enemigo que nosotros tenemos, porque él los esclaviza y sin oposición. El los ve adoradores de los falsos dioses, los ve como esclavos y esclavos de los demonios, ¿qué interés va a tener en que riñan, o qué daño le va a venir porque no riñan? Y él los posee de este modo, haciéndoles sentir y estar de acuerdo en la unidad, aunque falsa y quimérica. Pero, en cuanto fuese abandonado, y muchos acuden al único Dios, renunciarían a sus sacramentos sacrílegos, destruirían los templos, aniquilarían los ídolos, prohibirían los sacrificios. Él ve que ha perdido a los que poseía, ve que se le han ido de su familia; que han reconocido al verdadero Dios. ¿Qué es lo que haría?, ¿cómo tramaría asechanzas? Él sabe que no podría poseernos estando unidos; él no puede dividir entre nosotros al único Dios, tampoco puede suplantarnos dioses falsos. El comprende que nuestra vida es la caridad, y nuestra muerte la disensión; entonces ha metido disputas entre los cristianos, ya que no ha podido inventar para los cristianos muchos dioses; ha multiplicado las sectas, ha sembrado errores, ha fundado herejías. Pero todo cuanto ha hecho, lo ha hecho de la paja en la era del Señor. Aquí está nuestra seguridad, pese a su rabia, pese a sus insidias, y aunque siembre divisiones diversas entre los cristianos, si nosotros reconocemos a nuestro Dios, si nosotros nos mantenemos en concordia, si guardamos la fe, estamos seguros. Hermanos, el trigo o no se va de la era o vuelve; la ventolera de la tentación avenía algunos para indicarnos no el camino de la perdición, sino la tarea de la prueba. A veces no se lleva la paja, pero al final ciertamente será aventada, y toda la paja no va sino al fuego. Entonces debemos preocuparnos, hermanos míos, mientras hay tiempo, con todas las fuerzas, con cuanto celo podamos, de que, si es posible, la paja vuelva a la era, sin que perezca el trigo. Aquí es probada nuestra caridad, se nos propone la gran obra de nuestra vida. Nosotros no descubriríamos cuánto amamos a los hermanos si nadie estuviera en peligro; no aparecería cuán grande es el amor de nuestra investigación si nada encerrase el abismo de la perdición.

CUESTIÓN CUARTA: Hay que atraer a los herejes a la unidad

Capítulo IX: El amor gana y une

Trabajemos, hermanos, sin desfallecer con todo el esfuerzo, con todo el sudor, con afecto poderoso hacia Dios, hacia ellos, entre nosotros, para que, queriendo olvidar su antiguo conflicto, no levantemos entre nosotros nuevas riñas; y, sobre todo, seamos muy cautos entre nosotros mismos para mantener muy firme el amor. Ellos se pasmaron con sus iniquidades; ¿cómo tú vas a descongelar en ellos el hielo de la iniquidad, si no estás ardiendo con la llama de la caridad? No nos preocupemos de parecerles molestos, instándolos; fijémonos adonde, y estemos seguros, porque ¿es, acaso, a la muerte adónde vamos, o más bien, lejos de la muerte? Por todos los medios posibles, pero con modestia, examinemos del todo las viejas heridas; y seamos cautos para que no perezca entre las manos del médico el que es curado. ¿Es que nos vamos a preocupar porque llora el niño que es llevado a la escuela? ¿Nos vamos a inquietar porque rechaza la mano del médico que le opera?

Los Apóstoles fueron pescadores, y el Señor les dijo: Os haré pescadores de hombres. Pero por medio del profeta se dice que Dios iba a enviar primero pescadores, después cazadores. En primer lugar envió pescadores, después cazadores. ¿Por qué pescadores, por qué cazadores? Los creyentes fueron pescados con las redes de la fe del abismo y de lo profundo del mar de la superstición y de la idolatría. Pero los cazadores, ¿cuándo han sido enviados? Cuando los herejes andan vagando por montes y collados, es decir, por las soberbias e hinchazones de las tierras. Un monte es Donato, y otro es Arrio; monte es Fotino, y monte es también Novato; andaban errantes por esos montes, y sus errores tenían necesidad de cazadores. De ahí el que fueran distribuidos los oficios de pescadores y de cazadores para que estos errantes no puedan decirnos: ¿por qué los Apóstoles no han obligado a nadie, no han impelido a nadie? Porque es pescador, echa las redes al mar y recoge lo que pesca. En cambio, el cazador rodea los bosques, ojea los zarzales y, espantando por todas partes, obliga a entrar en las redes. Que no se vaya por aquí ni se vaya por allá; córrela desde allí, abátela desde allí, espántala desde allí, que no escape, que no huya. Pero las redes son nuestra vida; únicamente queda la caridad. No te fijes en que eres importuno, sino en cuánto tú lo amas. ¿Qué clase de amor es ése, si tú no eres celoso, y él muere?

CUESTIÓN QUINTA: El celo perseverante para convertir a los herejes

Capítulo X: Comparación familiar

Hermanos, considerad también la siguiente comparación y semejanza, porque una misma cosa puede tener muchas analogías. Los hombres nacen con esa condición: que cada uno quiere que le sucedan los propios hijos; y no hay nadie que no desee y espere en su casa este orden, que los padres ceden y los hijos suceden.

Supongamos que un padre anciano cae enfermo. No me refiero al padre que tiene un hijo consigo, a quien nombra su heredero, porque lo quiere por sucesor y a quien él ha engendrado para eso, para que, cuando haya muerto, él viva. Tampoco me refiero cuando el padre anciano cae enfermo, para irse; próximo ya a morir, como ya lo pide el orden de la naturaleza, que ya no tiene más que esperar. Supongamos, digo, cuando está enfermo, y allí presente lo atiende con cariño su hijo; y el médico ve que está vencido por un sueño mortal y peligrosísimo; se queda resignado en que va a morir su viejo, por los pocos días que así puede vivir; el hijo está allí al pie, y asiste solícito a su padre, cuando le ha oído decir al médico: este hombre puede entrar en un profundo letargo, y por eso puede morir si se le deja que duerma. Si queréis que viva, que no duerma, ese sueño que le vence es dañino y a la vez dulce. El hijo entonces, advertido por el médico, está allí solícito, molestando al padre lo espabila, y si esas caricias no bastan, lo pellizca, y si no le hace nada, lo pincha. Ciertamente que el hijo es molesto para el padre, pero, si no fuese molesto, sería impío. El padre, a quien ya le agrada morir, refunfuña con semblante triste y voz suplicante al hijo que le molesta: déjame ya en paz, ¿por qué me molestas? El médico dice que, si te duermes, te vas a morir. Y él replica: déjame, quiero morirme. El viejo dice: quiero morir; y el hijo es un impío si no le contesta: yo no. Y esta vida es ante todo temporal, ni va a ser perpetuo en ella el padre, a quien el hijo es molesto, para que espabile; ni el hijo, que va a suceder al padre que se va y está para morir. Los dos peregrinan por ella, los dos pasan volando temporalmente por ella; y, sin embargo, son unos impíos si no se preocupan de su misma vida temporal, aun cuando los dos se molestan mutuamente. Es decir, que si yo estoy viendo que un hermano mío está vencido por el sueño de una costumbre perniciosa, ¿no lo tengo que espabilar por temor a molestar al que duerme y va a perecer? Lejos de mí hacer tal cosa, incluso si, viviendo él, se disminuyera nuestra herencia. Ahora bien, como lo que vamos a recibir no puede dividirse, al no poder disminuir por la multitud de los herederos, ¿no le voy a levantar, mal que le pese, para que esté en vela, y, libre del sueño de la vetustísima costumbre, se alegre conmigo en la herencia de la unidad? Sí, yo lo haré; si estoy despierto, yo lo haré; si no lo hago, también yo estoy dormido.

CONCLUSIÓN: Los herejes despedazan la Iglesia

Capítulo XI: Nuestra herencia es común e indivisible

Carísimos, el Señor, hablando a las turbas, fue interpelado por uno del público, que le dice: Señor, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Y el Señor le responde: Hombre, ¿quién me ha nombrado repartidor de la herencia entre vosotros? No, a bien seguro que El no rehusaba reprimir la codicia, sino que no quería constituirse en juez por un reparto. En cuanto a nosotros, queridos, no invoquemos al Señor como juez de tales cosas, porque no es así nuestra herencia; nosotros interpelamos al Señor con la frente pura, con buena conciencia, y que cada uno de nosotros le diga: Señor, dile a mi hermano, no que divida, sino que posea conmigo la herencia. En efecto, ¿qué es lo que tú quieres dividir, hermano? Porque lo que el Señor nos ha dejado no puede dividirse. ¿Es oro para presentar una balanza de reparto? ¿Es plata, es dinero, son esclavos, son animales, árboles, campos? Todo esto puede ser dividido. No puede dividirse: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Finalmente, hasta en las mismas herencias terrenas el reparto hace menor la hacienda. Supón a dos hermanos de un mismo padre: cuanto tiene el padre es de los dos, todo de uno y todo también del otro. Así pues, si le preguntas a cualquiera de los dos por sus cosas, te responderá: por ejemplo, ¿de quién es aquel caballo? Y si se lo preguntas a cualquiera de ellos: es nuestro, responde. ¿De quién es ese campo, aquel esclavo? A todo responderá: es nuestro. Pero si lo dividen, ya responderá otra cosa. ¿De quién es aquel caballo? Mío. ¿De quién es ése? De mi hermano. Ved lo que te ha hecho la división. No has adquirido uno, sino que has perdido uno. Luego si nosotros vamos a tener también una herencia tal que puede dividirse, nosotros no deberíamos dividir las riquezas para que no disminuyan las nuestras. Y, por cierto, nada tan importuno para los hijos como querer dividirlo todo, viviendo el padre. Finalmente, si maniobran para hacerlo, si se empeñan en pleitos y riñas para reclamar cada uno para sí su parte, el buen viejo exclama: ¿Qué es lo que hacéis? Todavía estoy vivo. Esperad un poco a mi muerte, y entonces repartid mi casa. Pero nosotros tenemos a Dios por Padre, ¿por qué vamos a dividir?, ¿para qué pleitear? Sí, esperemos; y, si es que llegare a morir, entonces dividamos.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo

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