Entonces les dijo:
"Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará.
El que no crea, se condenará"
(Marcos, 16, 15-16)
Wufeng,
Taiwán, 4 de noviembre de 2017.
1. Mediaciones
Más o menos en febrero, según recuerdo, estuvieron de paso por
aquí las reliquias de san Luis y santa Celina Martin, los padres santos de
Santa Teresita de Lisieux.
Fueron más conocidos por su ilustre hija, pero hay
que decir que aunque su camino a los altares fue más largo, llegaron antes al
cielo; y no menor fue su parte en el altísimo grado de santidad al que fue
elevado su retoño. Sus vidas son de lo más ejemplares, muy recomendable
conocerlas. No hay cruz o dificultad, de ésas tan cercanas a la vida de nuestras
familias, en que no haya triunfado la gracia de Dios y los dones del Espíritu
Santo. Enfermedades mentales incluidas. Decíamos que pasaron sus reliquias, en
una gran urna de plata, por distintas parroquias y conventos de la diócesis. El
día en que el recorrido incluía la puerta de nuestro Seminario (en que se
detuvo para algunos cantos y oraciones) de camino hacia la Catedral, me tocó ir
a celebrar una Misa al centro de la ciudad. O sea que hice ese mismo trayecto
una media hora antes que las reliquias, que venían en un gran carro,
acompañadas por el obispo. Y aquí las sorpresas. Apenas salido de casa, a un
par de kilómetros, una cincuentena de personas, de una capilla, esperando con
pancartas, camisetas y banderas alusivas el paso de las reliquias. Fue el
primer grupo de los muchos, muchos, que encontré. La gran mayoría niños y
jóvenes de escuelas y colegios, con sus uniformes y de a cientos, esperando ver
pasar las ilustres visitas.
Fue una más de entre tantas muestras de devoción. El domingo siguiente
fuimos al Carmelo para tener allí la Misa con las reliquias, que debían llegar
de nuevo a la ciudad, desde otro pueblo. La iglesia, muy grande, llena a
reventar de fieles esperando desde horas antes entre oraciones y gran
expectación. En Filipinas es parte del orden providencial actual que sea
el tráfico el que permita o no cualquier actividad o encuentro que precise
traslados, y es tan caprichoso e imprevisible como podía parecer a los antiguos
la peor de las deidades paganas. Y ese día no permitió que las reliquias
llegaran a la hora programada, sino más de hora y media más tarde.
Fue entre
tantas esperas, expectaciones y esperanzas finalmente cumplidas, que una niña
pequeña de un barrio pobre de por allí le dijo a la religiosa que la
acompañaba, cuando finalmente pudieron ver y venerar la urna: “Y… ¿todo esto
para los restos de dos muertos?”. Como pudo la buena hermana le dio una
catequesis sobre quiénes son los santos, y cómo Dios sigue aceptando peticiones
y prodigando gracias por la intercesión de ellos por medio de sus
reliquias.
Todo esto, sumado al momento emocionante en que finalmente
estuvimos un buen rato ante ellas pidiendo a este santo matrimonio por todos
los matrimonios y familias, recordando rostros bien caros, fue lo que me llevó
a recordar ese torrente caudaloso de realidades salvíficas que son reflejo
y consecuencia del hecho de la Encarnación del Hijo de Dios, y que podríamos
llamar “mediaciones”. O sea, todo aquello en lo creado, aún físico, histórico y
material, de lo que Dios se sirve para transmitir su Vida divina a los hombres
o para conducirlos hacia ella. A todo lo cual en cierto sentido se ata. Y lo
primero, lo sabemos, es la misma Humanidad de Cristo, en cada movimiento de su
alma y en cada célula de su Cuerpo, que recibe primero y luego causa en
nosotros la vida del alma. “Con tocar la orla de su manto quedaban curados”,
cuenta asombrado el evangelista. Y sus palabras…, y sus gestos, su mirada y su
presencia. Su pasión dolorosa, su muerte redentora y resurrección vivificadora.
El misterio todo del Dios hecho hombre en el tiempo, para la eternidad.
Pues de allí brota ese torrente de mediaciones que atraviesa y
purifica la historia de la humanidad, y que son las maneras que Él eligió de
extender en el tiempo y el espacio su Obra libertadora de cautivos… y en ello y
por ello mismo, cautivadora de libertades. La predicación, los sacramentos, el
testimonio cristiano y el martirio, los sacramentales, la caridad, las
oraciones… todo lo cual surge de y conduce al Misterio Eucarístico, “fuente y
culmen de la vida de la Iglesia”, como dice el Concilio Vaticano II. La Santa
Misa es la mediación factual, histórica y temporal por excelencia, allí donde
no solamente encontramos la gracia de Dios sino al Autor mismo de la gracia, en
presencia y en sacrificio, en palabras de Tomás de Aquino. Que agrega: “lo que
hizo la cruz para toda la humanidad lo hace la Eucaristía en cada hombre”, casi
nada. Nos une a Cristo durante estos nuestros días de vida, que son los únicos
que tenemos.
Recibiendo vida de la Eucaristía, entre estas mediaciones en el
tiempo están las “nuevas encarnaciones del Verbo” que son los santos, y que
debemos querer ser todos los demás. Con la acción del Espíritu Santo en sus
almas que les hace obrar “al modo divino” y como “pulsaciones del Cuerpo
Místico en la historia” (p. Cornelio Fabro dixit), con la concreción e
historicidad de su cuerpo y de sus días, y con la escandalosa presencia
mediadora de sus despojos, las reliquias. Pensaba entonces en la cantidad de
gracias y más gracias, de conversión, de fervor, de santidad, que Dios daba
esos días a tanta gente aquí, por el solo ver, rezar y tocar estos restos
mortales de un santo matrimonio, ruinas de lo que fueron Templos vivos de Dios
y piedras de la futura Jerusalén. Y pensaba en cuántas gracias estaba Dios
derramando ahora por medio de ellas, y en las gracias que recibirán por su
medio aún aquellos que ahora no lo saben o no se dan cuenta. Él lo sabe, pero
no poco es lo que podemos nosotros vislumbrar.
¿Y por qué tantas reflexiones sobre esto, desde Oriente?
Por dos cosas principales, que aquí se perciben con mayor
intensidad: primera, el espectáculo innegable de los millones y millones de
personas que no conocen a Cristo, que no han oído su palabra, seguido sus pasos
ni comido su Cuerpo que da vida, y que quizás no podrán hacerlo. Eso que sabemos
en todas partes, aquí en Asia nos da en la cara a cada momento. Entonces viene
lo segundo, relacionado, que es una insidiosa tentación a la que hay que
oponer toda la fuerza de nuestro espíritu. Porque de esa primera experiencia,
no pocos “misioneros” de por aquí y de por el mundo, y entre ellos algunos
“teólogos” y pastores, han pensado y concluido que, como el Concilio Vaticano
enseña que quienes no han conocido suficientemente a Cristo y su evangelio
pueden acceder a la salvación “en la forma sólo de Dios conocida” (GS,22; vaya
con “la novedad”, que ya está al menos explícita, en San Pablo, e implícita
como poco, en los Evangelios, y de allí hasta ahora en toda la Tradición), pues
qué mejor que dejarlos librados a esos caminos desconocidos, en los que no faltará
la Bondad infinita, antes que andar predicándoles y “poniéndoles en crisis” su
inocente paganismo o lo que sea, recurriendo a “mediaciones concretas
insuficientes” (que significa para ellos innecesarias e inútiles), y encima
echándoles a las espaldas el fardillo de la práctica y moral cristianas, cuando
tan felices pueden seguir retozando en su ignorancia y además… salvarse. Y
entonces, qué mejor que “ayudar a cada uno a ser buen…”… lo que sea. Y
sanseacabó, a cerrar las misiones. O diluirlas y desvirtuarlas. Y esto porque
sacamos a colación a quienes aún hablan de “salvación”, que hay también quienes
no se animan a “tanto”;…será que están con temas más importantes (¡¿…?!). Y hay
montones de teorías o posturas, ¡ay, entre los cristianos!, que por aquí o por
allá reconducen a este mismo río.
Y así, estos “misioneros” y sus pupilos, han abandonado la
predicación misma del Evangelio y el anuncio de Cristo; y con este primer medio
que el Señor Jesús ordenó usar y San Pablo tiene por indispensable, se han ido
perdiendo todos los demás medios y se han disuelto las demás mediaciones.
Quienes más o menos, cuando más o menos, extendiendo sobre ellos si no siempre
el manto del desprecio (…y no pocas veces) sí el de un silencio ensordecedor. Y
han “caído” la predicación (y una sana apologética) y la propuesta positiva y
directa de la fe para los no cristianos, y con ello todo lo demás… ¡también
para los cristianos mismos!: sacramentos y los sacramentales, oración y
devociones, los elementos de la piedad popular, el uso de las reliquias, los
medios de santificación y un largo etcétera. Porque sucede que… si nada de esto
es conveniente o necesario como parece para “los demás”, al fin de cuentas…
¿por qué lo habría de ser para uno mismo y para nuestros cristianos?
Perdonen sinceramente que me haya ido tanto por las ramas en esto
que deberían ser “relatos misioneros”, pero es que, entenderán, es de vida o
muerte. Literalmente. Por lo que seguiremos un poco por estas ramas. Es que
esto no puede quedar así, hay que responder. No podemos hacer, ni seríamos
capaces, un tratado sobre el tema, pero al menos hay que decir tres palabras.
Ya otros han dicho y dirán más y mejor.
La primera, y realmente espanta el pensarlo, es que sólo se puede
hablar y pensar así desde un desconocimiento total del misterio de Cristo y
desde una nula experiencia de Él, en quien “se encuentran todas las riquezas de
la divinidad” (Col 1,9;2,3) y la respuesta a toda legítima aspiración de la
humanidad (CVII, GS 22), nada menos ¡Como si fuera lo mismo conocer a Cristo
que no conocerlo, tener o no tener una íntima relación con Él, acceder a su
perdón o no, hacer experiencia de Él y de su salvación y su gracia en nosotros
o no hacerla! ¿Y la voluntad del Padre, y el deseo de Cristo de vivificar cada
alma y “cenar con ella” (Ap 3,20)? ¿Y el derecho de ellas a conocerle…?
¿Y… y… y tantos “y” más…? Vemos esta carencia tan grave, además, en quienes Él
llamó y eligió “para que estuviesen con Él y para enviarlos a predicar” (Mc
3,14). Es que dejado lo primero se cae lo segundo. Qué rápido se han “aburrido”
y hundido en los lodos de la superficialidad. El cuadro, en un alma consagrada,
estremece. Tristeza sin nombre ni medida. Si es que las treinta monedas del
Iscariote se antoja una fortuna comparadas con el precio en que tasan éstos a
Nuestro Señor.
Kyrie, eléison: Señor, ¡ten piedad!
La segunda palabra, es que esto viene de otra ignorancia, en
muchos difícilmente excusable, y es el desconocimiento de lo que se llama la
“economía de la salvación”, o sea del modo por el que Dios en su Sabiduría ha
dispuesto que la salvación llegue a los hombres y actúe en ellos. Toda gracia,
todo don, todo lo que al hombre lo acerque a Dios, proviene de Cristo. A nadie
salva Dios si no es por medio de la Humanidad de Cristo. Y la extensión
temporal y ampliación local de esta Humanidad es su Cuerpo Místico, la Iglesia
Misterio, que somos nosotros; y el bien que Dios nos conceda hacer para acercar
a más y más personas a Jesús. La predicación, además, es una invitación a la libre
aceptación del mensaje de Dios, y por eso a la obligación nuestra de predicar
se corresponde el derecho de todos a la Verdad… ¡es cuestión de dignidad
humana, de respeto de la libertad! Derechos humanos y dignidad humana no se
promueven cacareando ni con pomposas declaraciones.
La tercera y última palabra, ahijada de las primeras dos. En el
texto del Vaticano II en cuestión se habla de un “forma que sólo Dios conoce”
por la cual muchos que no conocen a Cristo, porque no han tenido oportunidad de
encontrarle con suficiente nitidez, serán salvos. Lo misterioso no es en virtud
de qué Dios los salvará, que es siempre y sólo por el misterio pascual de
Cristo. Lo misterioso es la manera en la cual de hecho se unen a ese misterio,
y por lo tanto, en la cual se unen al Misterio de la Iglesia. O sea, de qué se
sirve la Misericordia de Dios para ser en concreto la plenitud de la justicia.
Y aquí es donde entramos nosotros y donde retornamos al punto de partida. Lo
misterioso del modo no niega ni relativiza el hecho de la mediación histórica
de la Iglesia, esposa de Cristo, y los cristianos, sus miembros. Lo misterioso
es cuál es concretamente esta mediación en unión al misterio de Cristo de la
que Dios se sirve para la salvación de esta alma que no ha podido conocer a
Cristo ni profesar la fe. Podemos bien pensar: ¿fue por una Misa devota en una
choza perdida, por las ristras de rosarios de una viejecita que se duerme en
medio de ellos, por los dolores de un pobre cristo crucificado al lecho de
su enfermedad… o por los actos de devoción de niños y “como-niños” al pasar
ante unas reliquias de santos…? ¿Fue por la sacrificada e infructuosa
predicación y lágrimas de un misionero, por las “noches” de un alma atribulada
vividas en fe y amor, por la lucha generosa de un cristiano por serlo “de
cuerpo entero”, o por las proezas de las pequeñas fidelidades de un alma
contemplativa? ¿Por las obras buenas de quienes son parte del alma de la
Iglesia… hechas bajo la acción del Espíritu Santo? ¿Fue quizás por tus pobres
oraciones de esta mañana, o las más pobres mías… por estar unido todo ello a
los méritos de Cristo?
Debería hacernos pensar en la eficacia de nuestras oraciones y
sacrificios el que la Virgen en Fátima encargue a tres niños, ignorantes y
sencillos “de colección”, que se dediquen a salvar al mundo con rosarios
y sacrificios ofrecidos en el silencio. Geopolítica del más alto nivel desde
bajo una encina en el últimoc lugarejo de la vieja Europa, porque “la debilidad
de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”. La “manera misteriosa”
no es una invitación a cruzarnos de brazos, al contrario, es un llamado
inaplazable a nuestra responsabilidad, a reconocer nuestra misión en este
mundo, a asumirla y agradecerla.
En sustancia y esencia pensaba estas cosas ante el cofre de plata
con unos pocos huesos y cenizas en su interior.
Hace un par de días estuve en un aeropuerto, conducta que repito
muy frecuentemente, casi un vicio, digamos. Montones de los miles de almas que
crucé no conocen aún a Jesucristo. De nuestro testimonio cristiano, de nuestra
fidelidad a la misión y de nuestra predicación depende que tantos de ellos
lleguen a conocerlo y puedan sumergirse en las inagotables riquezas del Señor,
de nuestros sacrificios y oraciones el que tantos de ellos sean salvados por Él
“de una manera misteriosa”.
2. El rebaño del 1%
Mientras escribo esto llegan por la ventana los cantos, griterío y
batahola de una treintena larga de niños los cuales participan en esta tarde de
sábado del “Oratorio parroquial” aquí en Taiwán. Música, arte, ayudas
extraescolares, formación humana y según su medida cristiana, y muchos juegos
para esta ruidosa cuadrilla de chinitos, la gran mayoría de los pueblos
originarios de Taiwán, lo que llaman los “aborígenes” (suena algo así como
“iuen-chu-mín”), normalmente los más pobres y olvidados. En este momento han
comenzado a practicar algunas canciones navideñas. Son los mismos que vienen
cada tarde de la semana para recibir apoyo escolar, pero hoy… es especial,
porque es sábado y no hay estudio, y el ambiente es mucho más festivo.
Pues bueno, de ellos sólo una niñita es bautizada. El resto,
paganitos de familias paganas. Estamos en Taiwán, donde ser misionero y pastor
es cuidar ese “pequeño rebaño” de católicos, que es menor al 1% de la población
total.
Y entonces aquí van un par de trazos del día a día de uno de estos
pastores, siguiéndolo en un par de sus correrías.
Se trata de “Fu-Shen Fú”, o sea, “el padre Fu”. Para los
lingüistas, diremos que el primer “Fu” es el apellido chino del cura en
cuestión, y el segundo es parte de la palabra “Padre”. Cuál de las partes… ni
idea, pero es más o menos así. Pues bien, Fu-Shen Fú lleva la pila de años en
estas tierras. Cada día tiene la Misa en dos parroquias, con un puñadito de
personas en cada una, hasta las del fin de semana, en que podríamos decir que
llega a ser un “atado”, o sea, un par de decenas.
Sus parroquias comprenden dos notables ciudades, con más de cien
mil personas en total, y poquísimos católicos. Cada jueves a mediodía, va con
su furgón al mercado de verduras y lo llena con todo lo que le donan, siempre
paganos, para repartir en un barrio pobre. El viernes toca lo mismo con el pan,
de la mejor panadería de la ciudad, quienes le buscaron a él para donarle cada
semana excesos de producción para que reparta a los pobres. También paganos.
El sábado, día de subir al furgón para un recorrido de más de una
hora recogiendo niños en los lugares más distantes para el Oratorio en
una de las parroquias (con su correspondiente recorrido al terminar), y el
domingo otro tanto, a veces más largo, para aquellos de la otra parroquia, la
más pobre, ayudado a veces por otros dos vehículos que conducen las hermanas y
alguno de los catequistas. Llegado a la iglesia, a cocinar el mismo cura alguna
cosa para los chicos, luego las catequesis y las clases de música (esto último,
sin duda, no está a cargo de Fu-Shen Fú…), y la Misa al cómodo horario de las
14:30, para que puedan jugar algo después y volver a casa.
El resto de los días, siempre toca algún viaje con niños
para las escuelitas de apoyo, o subirse a la moto para unciones de los enfermos
a más de 20 kilómetros, comuniones de ancianos y enfermos aquí y allá, o
funerales cristianos. Y el resto de la vida parroquial.
Quiero decir, ser pastor de ese 1% aquí es salir a buscar la oveja
perdida, pero es salir a buscar también a la que jamás estuvo en el rebaño… y
es salir para que la que está en él no lo abandone. Es morir como el grano de
trigo cada día, mes tras mes y año tras año, por esa almita por la que murió
Jesús.
Dios bendiga a Fu-Shen Fú.
3. Lluvia del cielo
Y Dios bendice, sin duda. Ayer Fú-Shen Fú debía celebrar la Misa
de la tarde en la parroquia más distante, pero como estaba yo de visita,
Cháng-Shen Fú se ofreció a reemplazarlo. A la hora exacta de esa Misa lo llaman
al móvil para pedirle la Unción para una cristiana moribunda, en el hospital de
la Ciudad, a unas decenas de kilómetros. Allí va Fu-Shen Fú en su moto.
Los familiares paganos de esta fiel cristiana encontraron el número de Fu-Shen
Fú en su móvil, y por eso llamaron, siendo el único número que tenían. La
Providencia se encargó de que él estuviera disponible a esa hora, en una más de
sus delicadezas. Por ella bien le han valido a Fu-Shen Fú sus añares de misión.
Un caso más de los incontables con que puede encontrarse un
sacerdote que ama y vive su ministerio, que se crucifica y que no conoce la
palabra “no puedo”, sobre todo apenas vislumbra que lo que está en juego es un
alma. Muchas veces Fu-Shen Fú me ha comentado de las almas a las que ha
asistido en su último viaje, varios de ellos los jóvenes que tantas veces llevó
en su furgón, padres y abuelos de alguno de los niños convertidos a Cristo,
paganos poco antes bautizados o que entran al rebaño en el lecho de muerte.
Muchos de los niños de estos oratorios y escuelas irán pidiendo a sus padres
poder recibir el catecismo y bautizarse, y no pocos van atrayendo también a los
suyos.
Y Dios bendice. Entre tantas anécdotas que por estos lados se
escuchan, termino estas líneas con una muy especial.
Hace un par de meses Fu-Shen Fú me contó lo que le había pasado el
mediodía de un sábado, durante el “Oratorio” parroquial. Sucedió que “Chin”,
por poner un nombre al simpático paganito de 9 años protagonista de la
historia, lo llamó aparte muy serio diciendo que tenía que hablar con él.
Se sentaron en un banco de la iglesia, y nuestro chinito señalando
hacia el sagrario soltó a quemarropa:
– Hoy Jesús me habló.
El Shen Fú, repuesto de la inicial y agradecida sorpresa, procedió
con los pasos elementales del “discernimiento de fenómenos extraordinarios”,
que se dice. O sea, con total naturalidad, siguió el diálogo:
– ¿Ah, sí…? –dijo como quien habla de la lluvia–, ¿y qué te dijo?
– Que necesito la gracia.
Él no recordaba haberles hablado jamás de esto, al menos con esos
términos. Con la mejor de las composturas y la misma naturalidad que la
sencillez de ambos exigía, es decir, del niño y de la gracia, procedió:
– Y… ¿sabes qué es eso?
– Sí.
– Y entonces… ¿sabes qué tienes que hacer?
– Sí –siguió el chinito con la certidumbre de las almas puras–,
bautizarme.
P. Miguel Soler (IVE)