EL SECRETO DE LOS “PEQUEÑOS”
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). De hecho, la mayor prueba del amor de Dios por nosotros nos fue dada en Belén y, tres décadas después, en el Gólgota. ¿Qué más podría haber hecho por nosotros? ¿Qué ejemplos, qué milagros, qué enseñanzas podría habernos dado Jesús y no nos dio?
Nos espanta la incomprensible ingratitud de los hombres de aquella época con relación a Dios Redentor; ¡más aún la furia de sus enemigos! Pero si consideramos que Él era omnisciente y, por tanto, conocía en los mínimos detalles su propio destino, la excelencia de su amor por cada uno de nosotros queda probada todavía más. Cristo pasó su vida “haciendo el bien y curando a todos” (Hechos 10, 38) mientras preveía la persecución y la ingratitud de aquellos a los que había venido a proporcionarles toda clase de beneficios, y aún así ¡se nos presenta con los brazos abiertos en un pobre pesebre!
Ahora bien, si “amor con amor se paga”, nos encontramos en una situación aparentemente irresoluble: por mucho que lo queramos, nunca podremos amar al Creador en la misma medida en que Él nos ama, pues su amor es infinito y el nuestro, limitado. Dios, sin embargo, no le exige lo imposible a la naturaleza humana: se contenta con recibir la totalidad de nuestro amor, aunque éste sea pequeño. Desea que el hombre, por así decirlo, se ponga de puntillas y alcance el pináculo de sí mismo.
Si así lo hacemos, hallaremos en el punto auge de nuestro espíritu la verdadera devoción a la Virgen, toda hecha de entrega, desapego y confianza filial. Y cuando dicha situación es obtenida, se convierte en un trampolín para ascender aún más, porque, mediante la práctica de la verdadera devoción, María nos introduce en el “ciclo” de sus virtudes, haciéndonos partícipes de su misma santidad.
En efecto, nunca ha habido, ni habrá jamás, alma alguna que consiga amar a Dios tanto como lo ama su Madre Santísima. Vaso de elección, cúmulo de todas las perfecciones posibles, fue dotada de una capacidad de amar que excede la humana comprensión. San Luis María Grignion de Montfort enseña que si hiciéramos recaer en un único hijo el amor de todas las madres de la Historia, no se lograría ni de lejos el amor que Ella tiene por cada uno de nosotros. ¿Cuál será, pues, la inmensidad de su amor por su Hijo perfectísimo, el propio Dios encarnado?
Aquellos que suben por sí mismos hasta el pináculo de la caridad no llegan siquiera a los pies de la Virgen en materia de perfección de amor; pero el que a Ella se arrima con verdadera devoción puede elevarse mucho más alto. Este es el “secreto” de santificación reservado a los “pequeños”. Dios se complace en engrandecer a los humildes (cf. Mt 23, 12), y en los brazos de María es donde se forjan aquellos a quienes les está reservada la mayor santidad de la Historia.
Publicado en la revista "Heraldos del Evangelio", No. 173, Diciembre 2017, Editorial.
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Fuente: heraldosdelevangelio.org
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