miércoles, 6 de enero de 2021

Epifanía del Señor

 EPIFANÍA DEL SEÑOR: 


“Venimos de oriente para adorar al Rey”



I. LA PALABRA DE DIOS

Is 60, 1-6: “La gloria del Señor amanece sobre ti”

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos se han reunido, vienen hacia ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Al ver esto, te pondrás radiante de alegría; palpitará y se emocionará tu corazón, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos

Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.


Sal 71, 1-2.7-8.10-13: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios»

Dios mío, confía tu juicio al rey,

tu justicia al hijo de reyes,

para que rija a tu pueblo con justicia,

a tus humildes con rectitud.


Que en sus días florezca la justicia

y la paz hasta que falte la luna;

que domine de mar a mar,

del Gran Río al confín de la tierra.


Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones;

que se postren ante él todos los reyes,

y que todos los pueblos le sirvan.


Él librará al pobre que clamaba,

al afligido que no tenía protector;

él se apiadará del pobre y del indigente,

y salvará la vida de los pobres.


Ef 3,2-3 .5-6: “Ahora ha sido revelado que también los paganos son coherederos”

Hermanos:

Seguramente han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de ustedes.

Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus apóstoles y profetas: que también los otros pueblos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio.


Mt 2, 1-12: «Vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron»

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

—«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron:

—«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”».

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

—«Vayan y averigüen cuidadosamente acerca del niño y, cuan¬do lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pron¬to la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo sido advertidos en sueños, para que no volvieran adonde estaba Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.


II. APUNTES

Epifanía se traduce literalmente por “manifestación”.

En el griego antiguo epifaneia y los términos afines significaban, en su sentido religioso, la aparición visible o manifestación de una divinidad que traía la salud para el pueblo. Los cristianos aplicaron este término a la manifestación salvadora del Hijo de Dios.

En Jesucristo Dios se ha manifestado al mundo para salvar a su pueblo y a la humanidad entera. Su venida había sido anunciada desde antiguo en las Sagradas Escrituras. Su nacimiento sería “proclamado” por una estrella, y Él sería Rey de Israel: «de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Núm 24, 17).

La luz que brillaría sobre Israel alcanzaría con su resplandor al orbe entero (1ª. lectura: Is 60, 1-6): al tiempo que reunirá a los hijos de Israel, atraerá también a quienes no pertenecen a este pueblo: «sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora». Este Rey traerá la salvación no sólo al pueblo de Israel, sino también al orbe entero, a toda la humanidad sumergida en tinieblas. La salvación que traerá será universal.

Isaías anuncia también que los pueblos le traerán riquezas y tesoros, tributándole honor y gloria: «vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor».

También en el Salmo responsorial encontramos el anuncio de aquél gran día de la manifestación salvadora de Dios, día en que florecerá la justicia y la paz, día en que Él ejercerá el dominio sobre toda la tierra. Entonces «los reyes de Tarsis y de las islas» le pagarán tributo, «los reyes de Saba y de Arabia» le ofrecerán sus dones, se postrarán «ante Él todos los reyes» y «todos los pueblos» le servirán. Entonces Dios librará al afligido, se apiadará del indigente, y salvará la vida de los pobres.

El lugar de su nacimiento estaba también profetizado: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”» (Evangelio).

Los antiguos oráculos encontraron su realización en Jesús, nacido de María en Belén. Él es la epifanía de Dios, su manifestación visible, salvadora.

Una brillante estrella anunció y señaló el lugar del nacimiento del Rey-Salvador. Entonces «unos magos de oriente», al ver su brillo intenso, se pusieron en marcha cargados de riquezas para ofrecerlos a este Rey. Ellos representan a los pueblos del orbe entero, son los que “inundan” la ciudad santa con «una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor» (Primera lectura).

La palabra griega “magoi” parece derivarse de la forma persa “maga”. «Los magos fueron originariamente una tribu de la Media, que en la religión persa estaba revestida de funciones sacerdotales; de allí que se aplicara el nombre de magos a los que poseían o ejercían una ciencia o un poder secreto. El origen y etimología de la palabra son inciertos. Como los sacerdotes persas se ocupaban de astronomía y astrología y eran considerados como poseedores de una ciencia oculta, en la literatura astrológica de los griegos el nombre de mago se vino a identificar con hechicero. En este sentido emplea la palabra mago Hech 8, 9-11; 13, 6-8. En Mateo se llaman magoi los sabios venidos de oriente para adorar a Jesús niño» (Haag, Diccionario de la Biblia).

En una primera época los magos, considerados sabios y doctores, aparecen como una casta sacerdotal de Media y Persia. Es sólo en una época posterior a la conquista de Babilonia cuando el término “mago” pasa a designar a nigromantes y astrólogos, en sentido peyorativo.

Los magos que presenta el Evangelio aparecen como personajes importantes, hombres sabios, dedicados al estudio de los astros, y no según «la costumbre y lenguaje popular [que] toma los magos por gente maléfica» (San Jerónimo). Para estos sabios de su tiempo la gran estrella era signo inequívoco del nacimiento «del Rey de los judíos». Pero para ellos no se trata de un rey cualquiera. En el antiguo oriente la estrella anunciaba el nacimiento de un rey divinizado, y por ello dicen a Herodes y a su cohorte: «venimos a adorarlo».

Los cristianos han representado a los magos de oriente como reyes, probablemente por influencia de la profecía de Isaías. Que sean “tres reyes magos” se debe al mismo número de regalos que le ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra. Muchos Padres de la Iglesia han querido descubrir un valor simbólico en los regalos. En el ofrecimiento del oro se suele ver el reconocimiento a la dignidad de su realeza; en el incienso, por su carácter sutil, un reconocimiento de la divinidad de Jesús; y en el ofrecimiento de la mirra un reconocimiento de la humanidad de Cristo. Los nombres atribuidos a los tres Reyes-Magos, de Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen recién en el siglo VIII.

Es por medio de los apóstoles que la reconciliación y salvación anunciada por el brillo de aquella singular estrella y traída por el Niño Jesús será llevada hasta los confines de la tierra. San Pablo comprende esta gran novedad: que también los gentiles, es decir, todos aquellos que no participan de la Alianza primera sellada por Dios con Abraham, «comparten la misma heren¬cia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio» (2ª. lectura). Los Magos de Oriente representan a los pueblos de toda la tierra que, al adorar a Jesús, acogen el don de la salvación traído por el Hijo de Dios.


III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Creemos firmemente con la fe de la Iglesia que Santa María, por ser la madre de Cristo-Cabeza, lo es también de cada uno de los miembros de Su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Por tanto, María en el orden espiritual es madre de todos los que por la fe se acercan a Cristo, es Madre nuestra.

Esta maternidad espiritual, cuyo principio se remonta al momento de la concepción virginal, fue hecha explícita por Cristo mismo al pronunciar su testamento espiritual desde la Cruz, en el momento en que refiriéndose a Juan dijo a su Madre: “Mujer, he allí a tu hijo”. Y a Juan: “he allí a tu madre” (ver Jn 19, 25-27). La Iglesia ha afirmado siempre que las palabras de Cristo trascienden a la persona misma de Juan, y que en él estábamos representados todos los discípulos.

Esta maternidad espiritual la ejerce ya María cuando presenta a Cristo a unos humildes pastores, quienes avisados por un ángel se acercan con prontitud al portal a adorar al Niño que ha nacido. Posteriormente la ejerce también con la llegada de unos misteriosos personajes que atraídos por una singular estrella vienen desde muy lejos a adorar al Rey de Israel que ha nacido. Con la sorpresiva aparición de estos sabios de Oriente la reflexiva María, considerando todo a la luz de los designios divinos, comprende que su maternidad espiritual no se limita a los hijos e hijas de Israel, sino que se abre a todos los hombres y mujeres que con fe se acercan a su Hijo, así como a toda la humanidad se abre el Don de la Salvación que el Hijo de Dios ha venido a traer al mundo: es universal.

Hoy como ayer, María sigue ejerciendo activamente su maternidad espiritual sobre todos los que nos acercamos a su Hijo con fe. Madre que da a luz al Niño-Dios, Ella nos lo presenta y hace cercano también a nosotros, procurando por su intercesión y cuidado maternal que en nosotros la vida divina que hemos recibido el día de nuestro Bautismo crezca y se fortalezca cada vez más, hasta que también nosotros, cooperando activamente con el don y la gracia recibidas, alcancemos “la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13; ver Gál 2,20).

Por ello acudamos confiadamente a nuestra Madre. Miremos sin cesar el brillo de esta Estrella y poniéndonos en marcha cada día dejémonos guiar por Ella al encuentro pleno con su Hijo, el Señor Jesús, para adorarlo también nosotros y entregarle toda nuestra vida y corazón.


IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Pedro Crisólogo: «Hoy los magos encuentran llorando en la cuna al que buscaban resplandeciente en las estrellas. Hoy los magos contemplan claramente entre pañales al que larga y resignadamente buscaban en los astros, en la oscuridad de las señales.»

Hoy los magos revuelven en su mente con profundo estupor lo que allí han visto: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, Dios en el hombre, y a aquel a quien no puede contener el universo encerrado en un pequeño cuerpecillo. Y, al verlo, lo aceptan sin discuión, como lo demuestran sus dones simbólicos: el incienso, con el que profesan su divinidad; el oro, expresión de la fe en su realeza; la mirra, como signo de su condición mortal.

«Así los gentiles, que eran los últimos, llegan a ser los primeros, ya que la fe de los magos inaugura la creencia de toda la gentilidad».

San Juan Crisóstomo: «Levantémonos, siguiendo el ejemplo de los magos. Dejemos que el mundo se desconcierte; nosotros corramos hacia donde está el Niño. Que los reyes y los pueblos, que los crueles tiranos se esfuercen en barrarnos el camino, poco importa. No dejemos que se enfríe nuestro ardor. Venzamos todos los males que nos acechan. Si los magos no hubiesen visto al Niño no habrían podido escaparse de las amenazas del rey Herodes. Antes de poder contemplarlo, llenos de gozo, tuvieron que vencer el miedo, los peligros, las turbaciones. Después de adorar al Niño, la calma y la seguridad colmaron sus almas».


V. CATECISMO DE LA IGLESIA

528: La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente. En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para «rendir homenaje al rey de los judíos» (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía manifiesta que «la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas» y adquiere la «israelitica dignitas» (la dignidad israelítica).

1171: El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.


VI. TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODÁLITE

“Las primeras semanas de la maternidad divina de la Virgen seguramente fueron de mucho aprendizaje y de constante maravilla por la acción de Dios. ¡Cuántas experiencias, cuántas alegrías y sorpresas habrán colmado su corazón reverente y reflexivo, que constantemente guardaba y meditaba todas las cosas (ver Lc 2,19)! La “radicalidad” de la Encarnación se muestra con toda su fuerza en estos días. Jesús, el Hijo del Altísimo, es un indefenso niño que requiere —como todo niño a pocos días de nacido— de los cuidados de María y José. ¡Cuánto habrá compartido con José sobre todo lo que iba aconteciendo! ¡Cuánto tenemos que aprender de su actitud ante la realización misteriosa de los planes de Dios!

En esos primeros días desde que diera a luz al mundo al que es la Luz del mundo, la joven familia recibe la visita de unos misteriosos personajes. Es el acontecimiento que celebramos y conocemos como la Epifanía. ¿Cómo habrá vivido la joven María la visita de estos peregrinos venidos del oriente para ofrecerle regalos al Niño Jesús recién nacido? La Escritura los llama “magos” no en el sentido de hechiceros sino más bien de hombres sabios. Probablemente eran personas cultas, dedicadas al estudio de las estrellas y sensibles a los signos de la naturaleza. Su ciencia y la inquietud que animaba sus corazones los llevaron a ponerse en camino y buscar al Rey de los judíos.

El pasaje del Evangelio nos da una clave muy reveladora: «cuando vieron la estrella se llenaron de alegría». ¿De dónde procede esa alegría? En primer lugar, seguramente, de haber encontrado lo que estaban buscando. El largo viaje, los sacrificios y esfuerzos realizados dieron fruto. Pero la alegría brota de algo más profundo. Encontraron a quien estaban buscando: «Al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre y postrándose, le rindieron homenaje». Su actitud de postración y adoración manifiesta el sentido más profundo de su búsqueda. En el fondo «podemos decir que eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. Querían saber cuál es la importancia de ser hombre» (Benedicto XVI). Se alegraron y se postraron porque, aun si no lo comprendieron completamente, encontraron al Niño que ha puesto de manifiesto para la humanidad lo que significa ser hombre.

Epifanía significa manifestación. Para los cristianos es la manifestación definitiva de Dios al ser humano. Es la Encarnación del mismo Dios, quien antiguamente había hablado a través de signos de la naturaleza y por medio de sus profetas, y ahora se ha hecho uno de nosotros para hablarnos en la Persona de su Hijo. A Él fue a quien contemplaron y adoraron los magos venidos de oriente. En ellos está simbolizada toda la humanidad a la que se le manifiesta Dios hecho hombre. Y fue María quien —como lo había hecho con los pastores (ver Lc 2,16)— muestra al Niño Jesús.

De estos sabios peregrinos tenemos que aprender su tenaz búsqueda, el no haberse quedado contentos con lo que ya sabían y haberse puesto en camino para buscar “algo más”. También tenemos que aprender a saber escuchar con reverencia. Ellos lo supieron hacer con la naturaleza. Nosotros tenemos muchos más que los signos de la naturaleza pues Dios se ha manifestado y nos ha hablado en Jesús. Y sin embargo, si no sabemos escuchar, su Palabra nos puede pasar inadvertida. Finalmente podemos aprender a ser humildes. Con toda su ciencia y sabiduría, estos hombres se postraron y adoraron al Niño Dios. Nos enseñan —como lo ha resaltado el Papa Benedicto XVI— que no hay oposición alguna entre la fe y la ciencia cuando sabemos librarnos de prejuicios ideológicos. Y por otro lado nos alientan a que reconozcamos siempre, a pesar de todo lo que podamos saber, que Él es Dios y es el único que nos puede mostrar la grandeza de ser hijos de Dios y el sentido último de nuestra vida.

De María aprendemos la reverencia así como su ardor por la misión y el apostolado. Ya en esos primeros momentos de su maternidad la vemos responder a su misión de llevar a cuantos más pueda a encontrarse con su Hijo. Lo hizo con los pastores; lo hace con los Reyes magos; y lo hace con todo cristiano que se deja educar en su escuela de amor. En ese sentido, todos estamos llamados a secundarla en esa misión, “mostrando” a Jesús a cuántos más podamos.

El tiempo de Navidad nos invita a renovarnos en la conciencia de la centralidad de Jesús en nuestra vida y de nuestra vocación apostólica. En este sentido, el Papa Pablo VI decía en una ocasión utilizando una sugestiva figura: «Cristo es el centro. Es más, es el corazón: una nueva circulación para los hombres ha comenzado; ésta no terminará nunca. Por el contrario, está destinada a constituir un programa esencial para la Iglesia… Un programa, una necesidad, una urgencia, un esfuerzo continuo, que tiene su razón de ser en el hecho de que Cristo es el Salvador, Cristo es necesario, Cristo es potencialmente universal, y que Cristo quiere ser anunciado, predicado, difundido por el ministerio de los hermanos, por el apostolado de hombres enviados por Él para llevar a la humanidad el mensaje de la verdad, de la fraternidad, de la libertad, de la paz».

Si Epifanía es manifestación del amor de Dios, ¿por qué no hacer de toda nuestra vida una epifanía de Jesús que dé cuenta, con todos nuestros actos y todo nuestro ser, de cuánto amor nos tiene Dios?”


(Ignacio Blanco Eguiluz, ¿Por qué no hacer de toda nuestra vida una Epifanía de Jesús? en Mi vida en Xto. Recursos para perseverar en la oración. En línea internet)

Fuente: Movimiento de vida cristiana