¡Con qué
reverente brevedad escribe San Lucas, en el capítulo primero de su Evangelio,
la frase que sirve de pórtico al divino cuadro de la Encarnación !: "¡Y
el nombre de la Virgen
era María!". Es como presentarnos, en toda su regia sencillez, a la llena
de gracia, a la Reina
de los cielos y tierra, a la elegida, a la excelsa Madre de Dios.
Y, escuchando el acelerado palpitar de aquel
corazón sorprendido ante el inefable misterio que va a realizarse, el ángel San
Gabriel, con dulce confianza de siervo expresamente encargado de la custodia y
guarda de su Señora, le dice, subrayando su augusto nombre: "No temas,
María... ".
Deliciosamente
narra sor María Jesús de Agreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la
cual la Santísima
Trinidad , en divino consistorio, determina. dar a la
"Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del
Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar nuestra electa y este
nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que le invocaren con afecto
devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que le estimaren y pronunciaren con
reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de
sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la
vida eterna".
Y a ese nombre, suave y fuerte, respondió
durante su larga, humilde y fecunda vida, la humilde Virgen de Nazaret, la que
es Madre de Dios y Señora nuestra. Y ese nombre, "llave del cielo",
como dice San Efrén, posee en medio de su aromática dulzura, un divino derecho
de beligerancia y una seguridad completa de victoria. Por eso su fiesta lleva
esa impronta: Acies ordinata.
"El
Señor ha hecho vuestro Nombre tan glorioso que no se caerá de la boca de los
hombres" (Judith, 13, 25). Sublime elogio que corresponde a María, a la
cual todas las generaciones llaman bienaventurada, y Aquel que "hizo en
Ella cosas grandes y cuyo Nombre es santo", quiso darle íntima
participación de esa misma santidad para consuelo y gozo de quienes invocaren
su dulce Nombre. Nombre que ha de ser también loado, "santificado",
como el Nombre de Dios, en todo el mundo, porque —repitámoslo una vez más—
infunde valor y fortaleza.
Su Nombre,
para los que luchamos en el campo de la vida, es lema, escudo y presagio. Lo
afirma uno de sus devotos, San Antonio de Padua, con esta comparación:
"Así como antiguamente, según cuenta el Libro de los Números, señaló Dios
tres ciudades de refugio, a las cuales pudiera acogerse todo aquél que
cometiese un homicidio involuntario, así ahora la misericordia divina provee de
un refugio seguro, incluso para los homicidas voluntarios: el Nombre de María.
Torre fortísima es el Nombre de Nuestra Señora. El pecador se refugiará en ella
y se salvará. Es Nombre dulce, Nombre que conforta, Nombre de consoladora
esperanza, Nombre tesoro del alma. Nombre amable a los ángeles, terrible a los
demonios, saludable a los pecadores y suave a los justos."
Que el sabroso Nombre de Nuestra Madre, unido
al de Jesús, selle nuestros labios en el instante supremo y ambos sean la
contraseña que nos abra, de par en par, las puertas de la gloria.