sábado, 6 de enero de 2018

Epifanía del Señor


Cuando llegaron los Magos a Jerusalén preguntaron: ¿dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Esa pregunta nosotros, que vivimos en 2018, la traducimos por ¿dónde está Jesús de Nazaret?, y por extensión, ¿dónde está Dios?

Todo parece indicar que a mucha gente hoy esta pregunta no le interesa. Un grupo amplio de personas se pregunta más bien dónde está tal futbolista, tal cantante, tal actor o actriz… todos ellos encumbrados en la fama y muy admirados, para ir a verlos de cerca y, si fuera posible, y los guardaespaldas lo permiten, pedirles un autógrafo.

A los seguidores de Jesús, después del recorrido cristiano que hemos hecho, nos sigue interesando la pregunta por Dios, por Cristo Jesús. Hace tiempo le hemos descubierto como nuestra estrella, la que ilumina y guía nuestra vida. La inmensa mayoría de la gente tiene una estrella en su vida, que podemos traducir por el ideal, el norte de su vida. Puede ser un proyecto político, económico, familiar, u otro cualquiera. Cada uno dirá. Pero, de alguna manera, es lo que guía e impulsa su vida.

A nosotros nos sigue pareciendo clave la pregunta por Dios, por Jesús. Porque hemos experimentado que Dios es la estrella que ilumina y guía nuestra vida. Que no se vive igual con Dios que sin Dios. Que nuestra vida está marcada por la amistad que Dios nos ha ofrecido y nos sigue ofreciendo. Nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro está matizado por Dios. Nuestras alegrías, nuestros dolores, nuestros días de sol, nuestros días nublados están coloreados por Dios. Nuestros fracasos, nuestros triunfos, nuestras desilusiones, nuestras esperanzas, están teñidos por Dios. Sin Dios serían otros, serían distintos, los viviríamos de otra manera.

Experimentamos que nuestra vida entera, como la de cualquier persona, está marcada principalmente por nuestros amores, por las personas concretas a quienes amamos, y, entre ellas, nosotros contamos con Dios, que como es Dios, marca de manera singular y total todos los recovecos de nuestra existencia.

Según el evangelio de hoy, los Magos de Oriente buscaban a Jesús para adorarle, reconociéndole así como Dios. “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. A estas alturas de nuestra vida, con un profundo  agradecimiento a Jesús por la luz, la ilusión, el amor, el ejemplo, la esperanza que ha derramado en nuestros corazones, también gozosos queremos adorarle. Ese es nuestro regalo para Él y no oro, incienso o mirra. Queremos reconocerle como el único Dios y Señor de nuestra vida. Porque adorar, adorar… sólo a Dios.

Siendo pequeños, nuestros padres nos decían que si éramos buenos, después de escribir la carta, los Reyes Magos nos traerían los regalos pedidos. Que si nos portábamos mal nos dejaría carbón. Lo que sí sabemos es que Dios, a través de su Hijo Jesús, la noche de Reyes, todas los noches y días del año, nos sigue haciendo el mejor regalo que puede hacernos una persona: su amor… gracias al cual, en medio de las dificultades de la vida humana en la tierra, caminamos con sentido, con luz suficiente sabiendo que lo mejor de nuestra vida está por llegar, después de nuestra resurrección.  

En este día de la Epifanía, de la primera manifestación de Jesús como Dios, además de los regalos que los Reyes Magos nos puedan traer, recibamos agradecidos el gran regalo que Jesús nos sigue ofreciendo, el regalo de su persona, de su amistad, que en cada eucaristía nos lo hace a través de su cuerpo y de su sangre. “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré a su casa y cenaré con él”.