Del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11
La mujer adúltera
8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.
8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?"
8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"
8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Reflexión
Pbro. Dr. Enrique Cases
9 julio 2008
Dura fue la historia de la mujer adúltera. Su historia es la de una mujer débil situada en medio de una conspiración contra Jesús. Ella era pecadora sin género de dudas, pero el problema que se pretende plantear a Jesús es de mucho más calado: los escribas y fariseos buscan un pretexto para derrotar a Jesús, sorprenderle en una situación sin salida y humillarle como un falso Maestro o rechazarle como un falso Mesías.
Los evangelios lo narran así: Los escribas y fariseos trajeron una mujer sorprendida en adulterio y poniéndola en medio le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio? Moisés en la Ley nos mandó la pidar a éstas: ¿tú qué dices? Juan aclara lo que por otra parte parece patente ésto lo decían tentándole, para tener de qué acusarle.
La situación es un poco ridícula, pues si habían sorprendido a aquella mujer en un delito y sabían cual era la pena ¿por qué no aplican ellos mismos el castigo que tan bien conocen?. Dos detalles muestran su malicia y su hipocresía: llaman Maestro a Jesús cuando sólo buscan destruir su magisterio, y añaden al delito de la mujer el adjetivo de flagrante, aparentando que sólo buscan la justicia.
El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte; y el Deuteronomio añade que los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos. Estas eran la penas establecidas por la Ley.
Sorprende que sólo la mujer esté detenida y no se diga nada del hombre, ya que si el adulterio es flagrante es fácil que hubiesen detenido a los dos. Cabe pensar en una estratagema preparada para sorprender a Jesús en la que la mujer es víctima -aunque fuese culpable- de un complot. La realidad era que estas penas tan duras previstas por la Ley no se solían aplicar, pero contradecirlas equivalía a ir contra la palabra y la voluntad de Dios. Por otra parte el Maestro perdonaba una y otra vez, como se ve en el caso de la Magdalena pecadora pública, y es de suponer que lo mismo ocurriría en muchos otros casos. El pueblo veía a Jesús con un corazón y unos hechos misericordiosos y le querría por ello; si Jesús consiente en la lapidación desaparecería esta atracción amable ante los ojos de los sencillos. Negar la lapidación le convertiría en negador de la Ley. La trampa parecía perfecta y sin escapatoria, igual se contradecía a sí mismo con un sí que con un no.
La mujer debía estar destrozada ante los ojos de todo aquel grupo. De un lado los fariseos y los escribas que se irían creciendo en sus acusaciones ante el silencio de Jesús, como si se dijesen: "ya le hemos vencido" o "no sabe que hacer, gritemos más". Oiría aquellas voces que unidas a las de su conciencia la llenaría de temor y angustia. No se incurre en el adulterio de repente y por sorpresa. Su pecado sería un deslizamiento paulatino, hasta que la impureza la ciega y cede a su debilidad y a la solicitud del adúltero con el que cayó. O era infiel a su marido o pecaba con un hombre casado. En ambos casos la gravedad del pecado impuro es mayor y más premeditado. No cabe invocar una fragilidad momentánea, sino que se advierte una advertencia bastante clara y una voluntariedad decidida. Es cierto que ante la violencia de la tentación el pecador invoca excusas variadas: que si lo hace por amor, que si su marido no la comprende o la trata mal, o la piedad por aquel que quiere estar con ella. Lo cierto es que la situación es enormemente vergonzosa. Siempre la impureza lo es, pero ser sorprendido y ser juzgado en público sería una situación realmente embarazosa. A la vista de todos, la mujer estaría destrozada. Muchos ojos la perforaban con aparente fervor por la justicia. ¿Qué haría el Maestro? Ella se da cuenta de que no hay salida. ¡Qué loca he sido! Fragilidad, tontería, amor; ahora ¡qué mas da! el placer es efímero, sólo quedan las consecuencias.¡Qué loca he sido! Y no se atrevería a mirar a ningún sitio, estaría acurrucuda, con los ojos en el suelo, esperando la sentencia que ya antes había dictado su misma conciencia.
Poco les importaba a los fariseos y a los escribas la situación de la mujer. Era un instrumento para poner un cerco a Jesús, y nada más. El silencio de Jesús es inesperado, pues inclinándose, escribía con el dedo en la tierra. No mira a nadie, parece hacerse el desentendido. Pero en realidad está preparando un juicio severísimo sobre aquellos hipócritas que insistían en preguntarle. Aquellos hombres no les importa manipular las personas ni la verdad. Jesús les enfrentará con su propia conciencia en el momento más oportuno.
Antes de pasar a la sorprendente respuesta de Jesús conviene reflexionar sobre algo muy de nuestro tiempo: la manipulación del escándalo. Algunos se convierten en jueces y procuran sacar a la luz pública escándalos con verdad o sin ella. Unas veces es por la morbosidad de las cuestiones que venden y así extraer unos beneficios; otras para hundir personas aireando sus defectos privados; otras falseando la verdad y propalando calumnias y difamaciones que manchan el honor y la fama de sus víctimas. Son auténticos negociadores de la sospecha. Se crea así un clima malsano de mentira y deformación. Se juega con las personas y con su intimidad, unas veces por dinero, otras por juegos políticos, otras por motivos ideológicos o religiosos. El lema puede ser "todo vale" y cuanto mejor revestido de bondad esté, mejor. ¿Y las personas? No importan, solo cuenta el provecho que se pueda sacar de aquel escándalo, o de aquella murmuración, o de aquella calumnia.
Este el caso de aquellos acusadores de la mujer adúltera, aunque en este caso no fuese calumnia sino verdad. Jesús irá al fondo de la cuestión, con su respuesta quedará claro que ellos no buscan la verdad y la justicia sino hacer daño Jesús, aun a costa de hundir a aquella mujer o matarla.
Pero como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado que tire la primera piedra.
Jesús pide que juzguen ellos, o mejor que juzgue el inocente.“El dilema que se planteaba era legal, pero después de la apelación de Jesucristo -quien tenía derecho para hacer que se ejecute la sentencia-, el juicio se suspende legalmente por falta de jueces”
Jesús al levantarse les miraría uno a uno. Dura debió ser la mirada del Señor. Llegaría hasta lo más hondo de su conciencia. Sería como decirles: Hablemos claro, digámoslo todo, empezando por vuestros pecados, ¿queréis un juicio público? Pues tengámoslo.
La conmoción debió ser grande. Jesús pasa de una cuestión legal a una cuestión de conciencia. No es difícil imaginar su mirada indignada ante los aparentes defensores de la justicia. El evangelista señala que al oírle, se iban marchando uno tras otro, comenzando por los más viejos. Con su palabra se disuelve el grupo. Aunque sigan en un primer momento juntos, cada uno es colocado ante su conciencia, sin excusas ni tapujos. La mirada de Jesús iría a los más insistentes y sin palabras les haría saber que conocía sus obras; si alguno se hubiese atrevido a hablar, o a arrojar la primera piedra, le hubiera detenido con la enumeración de pecados que le hacían más reo de pena que la mujer. El detalle de la marchar de los más viejos en primer lugar es significativo; quizá lo hicieron así porque tenían más pecados, o porque se dan más cuenta de que Jesús es muy capaz de ponerlos en evidencia ante todos. Al ver marchar a los demás cada uno pensaría en su vida y no estaría dispuesto a ser sujeto de un juicio público. ¡Qué distintas hubiesen sido las cosas si se hubiesen decidido a ser limpios en conciencia ante Dios!
La respuesta de Jesús se adaptaba plenamente a la Ley que indicaba que los testigos del delito tenían que arrojar las primeras piedras. San Agustín comenta así la respuesta del Señor Mirad que respuesta tan llena de justicia, de mansedumbre y de verdad. ¡Oh verdadera contestación de la Sabiduría! Lo habéis oído: Cúmplase la Ley, que sea apedreada la adúltera. Pero ¿cómo pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores? Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a a confesarse pecador. Sufra el castigo aquella pecadora, pero no por manos de pecadores; ejecútese la Ley, pero no por sus trasgresores. Eran testigos, pero no podían ser jueces, porque también eran pecadores.
Juan concluye la escena diciendo: y quedó sólo Jesús y la mujer, de pie, en medio. Jesús se incorporó y le dijo: "Mujer ¿donde están? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella respondió: "Ninguno, Señor". Díjole Jesús. "Tampoco yo te condeno; vete y desde ahora no peques más".
Jesús siendo el Justo no condena; en cambio aquéllos, siendo pecadores, dictan sentencia de muerte. San Agustín comenta así la escena: Sólo dos quedan allí: la miserable y la Misericordia. Y el Señor, después de haber clavado el dardo de su justicia en el corazón de los judíos, ni se digna siquiera mirar cómo van desapareciendo, sino que aparte de ellos su vista y vuelve otra vez a escribir en la tierra. Cuando se marcharon todos y quedó sola la mujer, levantó los ojos y los fijó en ella. Ya hemos oído la voz de la justicia:oigamos también la voz de la mansedumbre. ¡Qué aterrada debió de quedar aquella mujer cuando oyó decir al Señor" "el que de vosotros esté sin pecado, que lance la piedra el primera", porque temía ser castigada por Aquel en el que no podía hallarse pecado alguno. Más el que había alejado de sí a sus enemigos con las palabras de la justicia, mirándola con ojos de misericordia, le pregunta: ¿Ninguno te ha condenado" contesta ella: "Ninguno, Señor". Y El: Ni yo mismo te condeno; yo mismo de quien temiste tal vez ser castigada, porque en mí no hallaste pecado alguno. "Tampoco yo te condeno". Señor, ¿qué es esto? ¿Favoreces tú a los pecadores? Claro que no. Mira lo que sigue: Vete y desde ahora no peques más. Por tanto dio sentencia de condenación contra el pecado, no contra la mujer.
Vete y no peques más. Así despide el Señor a aquella mujer acosada. La deja marchar, pero le recuerda la gravedad de su pecado, y que si no lucha puede volver a reincidir. A la Magdalena -pecadora arrepentida – le dice: Vete en paz, porque se arrepintió libremente. Sólo puede marchar en paz quien acudió arrepentido. La mujer adultera acudió forzada y utilizada por un grupo de hombres con la conciencia deformada. Jesús aprovecha la maldad de aquellos hombres para intentar que vuelva a la vida recta una persona pecadora. Una lección más podemos aprender: sacar de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La adúltera tiene la oportunidad de aprovechar sus errores y los de sus perseguidores en una conversión fruto de un encuentro con Jesús de lo más sorprendente.
Fuente: www.encuentra.com