jueves, 24 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 29 y 30

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 29 y 30
Capítulo 29. LAS INNUMERABLES PERFECCIONES DE DIOS

Oh Señor soberano, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo, secretísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo, siempre el mismo e incomprensible, invisible y que ve todas las cosas, inmutable y que todo lo cambia, inmortal, no sujeto a lugar ni a ningún término o limitación, infinito, inestimable, inefable, inescrutable. Siendo inmutable, eres el principio de todo movimiento. Tu grandeza es impenetrable e indecible. Eres un Dios terrible, que inspira temor y pavor, pero digno de honor, veneración y respeto. En ti nada se renueva y nada envejece. Sin embargo, tú renuevas todas las cosas, y dejas que envejezcan en sus extravíos los impíos y los soberbios, sin que de ello se den cuenta. Siempre estás en acción, y al mismo tiempo en reposo. Reúnes y conservas todas las cosas sin tener necesidad de ellas. Sostienes el mundo universo sin sentir ningún peso. Encierras en ti todas las cosas, sin ser encerrado por nada. Eres el creador de todo lo existente, y todo lo creado lo proteges, lo conservas y lo perfeccionas. Nada te falta, y estás siempre buscando. Amas sin pasión; tienes celos, pero sin turbación; te arrepientes, pero sin dolor; te miras, pero con tranquilidad; cambias tus obras, pero nunca tus designios. Tomas lo que encuentras, aunque nunca has perdido nada. Libre de toda necesidad y de toda pobreza, deseas sin embargo ganar, y sin ser avaro exiges los intereses debidos a tus dones. Aunque nada tenemos que no venga de ti, quieres deber todo lo que se te debe sin sufrir ninguna pérdida. Tú eres el único principio vital de todo lo creado por ti. Estás todo entero en todas partes. Puedes ser percibido por el espíritu, pero no puedes ser visto por los ojos corporales. Aunque presente en todas partes, estás lejos del espíritu de los impíos y de los malvados, y a pesar de estar lejos sigues estando allí, porque donde no estás presente por la gracia lo estás por la justicia.

Estás en contacto con todas las criaturas, pero no lo estás del mismo modo con todas. A unas les das el ser, pero no la vida ni la sensación; das a otras el ser y la vida, pero no la sensación y el discernimiento; otorgas a otras el ser, la vida y la sensación, pero no la inteligencia; y a otras les concedes el ser, la vida, el sentir y el entender. Aunque nunca eres diverso de ti mismo, obras diversamente en las diversas cosas. Estás presente en todas partes, y no se puede encontrar en ti parte alguna. Estás en nosotros y nosotros te buscamos en nosotros sin poderte alcanzar. Posees todas las cosas, las llenas, las abrazas y las sobrepasas y las sostienes sin cesar. Pero no las sostienes ni las llenas con una parte de tu sustancia, y con otra parte las abrazas y sobrepasas; sino que las llenas abrazándolas totalmente, y llenándolas las abrazas, así como sosteniéndolas las sobrepasas, y sobrepasándolas las sostienes. Tú instruyes los corazones de los fieles sin necesidad del sonido de las palabras. Llegas desde un extremo hasta el otro con fortaleza, y dispones todas las cosas con suavidad 98. Ningún lugar te encierra, y no estás sometido a los cambios del tiempo. Siempre presente todo entero y en todas partes, nunca te acercas ni te alejas de ninguna cosa. Habitas en una luz inaccesible, que ningún hombre ha visto ni podrá ver jamás 99. Recorres sin cesar la obra de tu creación sin abandonar nunca la inefable quietud de tu eterno reposo. Tu naturaleza es una y simple, y por lo mismo indivisible. No puedes ser partido o dividido, porque estás todo entero en todas las cosas, a las que posees enteramente, y las que participan de ti su belleza y resplandor. El espíritu humano nunca podría concebir toda la profundidad de este inefable misterio. Ninguna boca humana, por elocuente que fuere, podría expresar eso mismo, y todos los escritos y los libros publicados sobre la tierra serían insuficientes para explicarlo. El universo entero se llenaría con esos escritos, y tu grandeza y sabiduría seguirían siendo inexplicables. Porque, ¿qué escrito puede explicar lo que la boca no puede expresar? Tú, oh Dios, eres la fuente de la luz divina, y el sol de la eterna justicia. Tu grandeza no tiene medida, y por eso es infinita; tu bondad no puede ser cualificada, y por eso eres el verdadero y sumo bien. Nadie es bueno sino tú solo, cuya voluntad es omnipotente y todo lo que quiere lo puede. Tú creaste todas las cosas de la nada, y basta tu voluntad para hacerlo todo. Sin tener necesidad de tus criaturas, tú las posees; las gobiernas sin sentir fatiga, y las riges sin sentir tedio; nada hay que perturbe el orden de tu imperio ni en las cosas más grandes ni en las más pequeñas. Estás en todos los lugares, sin que ninguno te contenga. Lo abarcas todo, sin que nada te circunscriba. Estás presente en todas partes sin cambiar de lugar, y sin que se pueda decir dónde estás en particular. Aunque puedes hacerlo todo, no eres el autor del mal, porque no podrías hacerlo. Nunca te has arrepentido de haber creado alguna de tus obras. Ninguna turbación de ánimo puede alterar tu eterna seguridad; tu poder se extiende a todas partes, y tu reino no está limitado a ninguna parte del universo. Jamás apruebas u ordenas la comisión de algún crimen o de alguna falta. Nunca mientes, porque tú eres la verdad eterna. Por tu bondad hemos sido creados, por tu justicia castigados, y por tu misericordia liberados. Nada de lo que está en el cielo, nada de lo que brilla ante nuestros ojos, nada de lo existente sobre la tierra, ni nada de lo cognoscible por nuestros ojos merece ser adorado. Tú sólo, oh Dios mío, eres digno de adoración. Sólo tú eres verdaderamente el que eres, sin sufrir el más mínimo cambio. Con razón los griegos te llaman el ὤυ , y los latinos el est, es decir, aquel que es, porque tú eres siempre el mismo, y tus años nunca terminarán 100.

Estas verdades y otras muchas nos las enseña la santa madre Iglesia, de la que yo soy miembro, por el auxilio de tu gracia. La Iglesia me enseñó que tú eres el único Dios vivo y verdadero, incorpóreo, impasible e impalpable. La misma me enseñó que nada puede ser alterado o cambiado en tu sustancia o en tu naturaleza, sino que todo en ti es simple y perfectamente verdadero, y por eso es imposible verte con los ojos de cuerpo, y ningún mortal te ha podido contemplar alguna vez en tu esencia. Lo que nos hace creer que después de esta vida podemos disfrutar de tu vista es el hecho, de que los ángeles poseen ya esa felicidad, aunque no te pueden contemplar absolutamente tal como tú eres. Únicamente tú mismo, oh Dios mío, puedes conocer perfectamente tu Trinidad omnipotente.

Capítulo 30. PLURALIDAD DE LAS PERSONAS Y UNIDAD DEDIOS

Tú no eres más que un solo y mismo Dios en diversas personas, y tu unidad, al igual que la divina esencia, supera todo número, todo peso y toda medida. Tú eres la suma bondad, el principio del que proceden todas las cosas, el ser por el cual y en el cual todo existe, y nosotros reconocemos que tú mismo no procedes de nada y que todo viene de ti. Tu sustancia ha sido y será siempre inmaterial, y de ti recibe su forma totalmente divina, increada, perfecta y principio de todas las demás formas. Aunque todas las obras que salen de tus manos llevan como el sello de esa forma divina, sin embargo están lejos de ser semejantes a ti, y al imprimir sobre ellas ese signo de tu poder no sufres en ti ningún cambio, ni de aumento ni de detrimento. Todo lo existente en la naturaleza lo has creado tú, oh santa Trinidad, que eres un solo y único Dios, cuya omnipotencia posee, gobierna y llena todas las obras creadas por él. Cuando decimos que llenas todas las cosas, no queremos decir que esas cosas te contienen, sino que son contenidas por ti. Y no llenas todas por partes, de suerte que cada criatura reciba una porción de ti mismo según la proporción de su grandeza: o sea, las más grandes una parte mayor y las más pequeñas una parte menor, porque tú estás en todas y todas están en ti. Tu poder infinito abarca todas las cosas y nada de lo que abarcas puede escapar a tu poder. Quien no ha sabido aplacarte no podrá evitar tu ira, porque está escrito: Ni del oriente, ni del occidente, ni del lado del desierto os llegará algún auxilio, pues Dios mismo es vuestro Juez 101. Y en otro lugar: ¿Dónde iré yo para librarme de tu espíritu, y dónde me esconderé de tu rostro?  102 Es tal la inmensidad de tu divina grandeza, que estás dentro de todas las cosas, sin ser abarcado por ninguna, y a la vez estás fuera de todas las cosas sin estar excluido de ninguna. Estás dentro de todo para llenarlo todo, y estás fuera de todo para abarcarlo todo con la inmensidad de tu grandeza. Así pues, por el hecho de estar fuera de todas las cosas muestras que eres el Creador de todo, mas por el hecho de estar dentro de todo, muestras que todo lo gobiernas. Si estás en todo y fuera de todo lo creado por ti, es para que tus criaturas no estén nunca sin ti, y para que todo esté encerrado en ti, no por la grandeza del espacio y de la extensión, sino por tu soberana presencia, porque tú estás presente en todo, como todo está presente ante ti, aunque algunos entiendan esto, y otros no lo entiendan.

La inseparable unidad de tu naturaleza hace imposible toda separación de personas, porque como tú no eres más que un Dios en tres personas, así también esas tres personas no forman más que un solo y único Dios. Cada una de esas personas es a veces designada con nombres diferentes; pero tú, oh santa Trinidad, no eres más que un solo Dios, y eres tan inseparable en tus personas divinas que ninguna de ellas puede ser nombrada sin indicar la relación que tiene con las demás. Porque, ¿se puede pronunciar el nombre del Padre sin relacionarle realmente con el del Hijo, o el nombre del Hijo sin referirlo al Padre, y el del Espíritu Santo sin relación con el Padre y el Hijo? Esos nombres expresan tu poder y tu esencia divina o todo lo que se llama propiamente Dios, convienen igualmente a cada una de las tres personas, como cuando se dice que Dios es grande, omnipotente, eterno, y todo lo que podemos saber de tu naturaleza, oh Dios. Así pues, no hay ningún nombre que designe tu naturaleza y que te convenga a ti, oh Padre omnipotente, sin convenir igualmente a tu Hijo y al Espíritu Santo. Decimos que tú, Padre, eres Dios por naturaleza, pero tu Hijo también es Dios naturalmente como tú, y lo mismo hay que afirmar del Espíritu Santo. Sin embargo, no sois tres Dioses, sino que por esencia y naturaleza sois un solo y único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Eres, pues, oh Santa Trinidad, un solo Dios inseparable en tus divinas personas, aunque según el lenguaje humano esas personas sean llamadas con nombres diversos. Pero no hay más que un solo nombre para expresar tu naturaleza divina. De lo cual se infiere claramente que las tres personas son inseparables en la Santa Trinidad, que es un solo y verdadero Dios, porque el nombre de cada persona se refiere al de las otras dos. Porque no puedo hablar del Padre sin apuntar al Hijo, ni del Hijo sin recordar al Padre, ni del Espíritu Santo sin dar a entender que es el Espíritu de alguno, a saber, del Padre y del Hijo. Tal es la fe verdadera que viene de la sana doctrina. Tal es la fe católica y ortodoxa, que tu gracia me enseñó, oh Dios, en el seno de la madre Iglesia.

Fuente: Agustinus.it

martes, 22 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 27 y 28

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 27 y 28

Capítulo 27. EL CANTO DE LAS ALABANZAS DE DIOS JUNTO CON LOS
BIENAVENTURADOS

Bendice, alma mía, al Señor, y todo lo que hay dentro de mí bendiga a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no te olvides nunca de sus beneficios. Bendecid al Señor todas su obras, y en todos los lugares a donde se extiende su poder, bendice alma mía al Señor. Alabemos al Señor a quien alaban los Ángeles, adoran las Dominaciones, temen las Potestades; a quien los, Querubines y Serafines gritan sin cesar: Santo, Santo, Santo. Unamos nuestras voces a las voces de los santos Ángeles, y alabemos al común Señor según lo permite nuestra debilidad. Aquéllos alaban al Señor de modo purísimo e incesante, porque están siempre contemplando a Dios, no mediante algún espejo o como en enigma, sino directamente cara a cara.

¿Quién podrá expresar con palabras o concebir en su pensamiento cuál es esa multitud de espíritus bienaventurados y de virtudes celestiales que están siempre en la presencia del Señor; cuál es su inmensa e interminable alegría al ver a Dios; su gozo sin deficiencia, y el ardor de su amor que no atormenta sino que deleita; su ardiente deseo de contemplar a Dios y de saciar su alma con esa inefable visión; su deseo que aumenta con la misma satisfacción y que no va acompañado por ninguna pena y cuya saciedad jamás produce fastidio? ¿Quién podrá decir o concebir, cómo su unión con la suma felicidad les hace bienaventurados; cómo su unión con la verdadera luz les convirtió en luz; cómo contemplando sin cesar la inmutable Trinidad pasaron a un estado de inconmutabilidad?

Pero, ¿cómo podremos comprender la gran excelencia de los ángeles, nosotros que ni siquiera somos capaces de conocer la naturaleza de nuestra alma? Para nosotros en esta cuestión todo es misterio. ¿Qué es esa alma que puede animar una carne mortal, pero que es impotente para limitarse solamente a los pensamientos santos, esa alma que es a la vez tan fuerte y tan débil, tan grande y tan pequeña; esa alma que penetra en las verdades más ocultas, contempla las cosas celestes e inventa innumerables artes, tan maravillosas como útiles para la vida? ¿Qué es, pues, esa alma cuyo conocimiento se extiende a tantas cosas, y que, sin embargo, no sabe cómo ha sido hecha ella misma? Aunque algunos autores han formulado opiniones dudosas e inciertas sobre su naturaleza y sobre su origen, sabemos que es una sustancia espiritual o inteligente, creada por el poder de Dios, que es inmortal por la misma condición de su naturaleza, principio de la vida, que anima y sostiene el cuerpo mortal, sujeta a diversos cambios, al olvido, a las agitaciones del temor y de la exaltación del gozo. Es algo maravilloso y que produce un gran estupor. Sobre Dios creador de todas las cosas, y que es incomprensible e inefable, leemos, decimos y escribimos, sin sentir duda ni incertidumbre, cosas sublimes y dignas de admiración; pero cuando se trata de los ángeles o de nuestras propias almas no podemos dar pruebas evidentes y positivas de nuestros asertos.

Que mi alma se aparte de estas cosas, trascienda todo lo creado, corra y se eleve, vuele y atraviese el espacio, y en la medida de sus fuerzas dirija los ojos de la fe al Creador de todas las cosas. Estableceré en mi corazón diversos escalones, y a través de mi misma alma, subiré hasta mi Dios, que reina eternamente sobre mí. Que el espíritu se aleje de todo lo visible por los ojos, y de todo lo representable por la imaginación, y se eleve puro y simple, y en rápido vuelo, hasta el Creador de los ángeles, de las almas y de todo el universo.

Bienaventurada el alma que despojada de todas las cosas terrestres sólo ama las del cielo, y que fija su morada en lo más alto del cielo, y desde la cima de las rocas escarpadas puede, como el águila, fijar y mantener su mirada en el resplandor del sol de la justicia: ¿Hay, efectivamente, algo más bello y más deleitoso que contemplar a Dios con la sola intuición de la mente y la avidez del corazón; que ver invisiblemente y de modo tan maravilloso al Dios invisible de la naturaleza; que ver esa luz divina y no la luz de aquí abajo? Esta luz que alumbra la tierra, y que está cerrada en el espacio, esta luz que termina con el tiempo y que la noche cubre de tinieblas, esta luz que es común a los hombres, a las bestias y a los más humildes gusanos, ¿qué es más que una verdadera noche en comparación con la luz suprema de Dios?

Capítulo 28. LA LUZ INCREADA NO PUEDE SER VISTA EN ESTA VIDA

No está permitido al hombre ver en esta vida la esencia de esa luz suprema e inmutable, esa luz única y verdadera que brilla con eternal resplandor, esa luz que alumbra a los ángeles y que es el premio reservado a los santos y a los elegidos; sin embargo, el creer en ella y el entenderla y el anhelarla con gran deseo equivale en cierto modo a verla y a poseerla.

Así pues, que nuestra voz se eleve sobre la de los ángeles. Que el hombre contemple atentamente las maravillas de Dios; y que las celebre con todas sus fuerzas, porque es justo que la criatura alabe a su Creador. Dios nos creó para alabarle, aun cuando no tenga necesidad de nuestras alabanzas. El poder divino es incomprensible, de nada necesita, y para todo se basta a sí mismo. Porque grande es su poder, y su sabiduría no tiene límites 96grande es el Señor y muy digno de alabanza 97. El debe ser el único objeto de nuestro amor, el único ser cuya gloria celebre nuestra boca, el único sobre cuyas maravillas escriba nuestra mano, el único ser que llene nuestro corazón, y ocupe la mente de los fieles. Que todo hombre animado de estos santos deseos y que desea contemplar y estudiar las cosas del cielo, se alimente siempre de este delicioso manjar, a fin de que fortalecido con este celestial alimento, pueda gritar aún desde lo más hondo del corazón con júbilo y con ardientes deseos.

Fuente:


lunes, 21 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 25 y 26

 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 25 y 26
Capítulo 25. DESEO ARDIENTE DEL CIELO

¡Oh Jerusalén, madre nuestra, ciudad santa de Dios, esposa queridísima de Cristo: mi corazón te ama y mi mente desea ardientemente tu belleza! ¡Qué hermosa, qué gloriosa y qué noble eres tú! Eres toda hermosa y en ti no hay ninguna mancha 86. Salta de gozo y alégrate, hermosa hija del príncipe, porque el rey está prendado de tu belleza, y se enamoró de tu hermosura el más bello de todos los hijos de los hombres. Pero ¿cuál es el más querido entre todos los amados por ti, oh la más bella de las mujeres? Tu amado es blanco y rubio, escogido entre miles 87. Como el manzano entre los árboles del bosque, así es tu amado entre los hijos de los hombres. He aquí que estoy sentado alegremente a la sombra del que amo, y sus frutos son dulces para mi boca 88. Mi amado pasó la mano por la abertura de la puerta, y mis entrañas se conmovieron con su contacto 89. ¡En mi lecho busqué durante la noche a mi amado; lo busqué y conseguí encontrarlo 90; lo tengo junto a mí y no le dejaré marchar hasta que me lleve a tu casa y a tu morada, oh Jerusalén, gloriosa madre mía! Allí me amamantarás 91 abundante y perfectamente de la leche de tus pechos castísimos, y me saciaré con una maravillosa saciedad, de modo que ya nunca más sienta ni hambre ni sed. Feliz sería, alma mía, y eternamente feliz, si yo fuera digno de contemplar tu gloria, oh ciudad celestial, y de admirar tu felicidad y tu belleza, tus puertas, tus murallas y tus plazas, tus magnificas moradas y tus nobles ciudadanos, así como ver en todo su esplendor y su belleza a tu rey fortísimo, nuestro Señor Jesucristo.

Pues tus murallas están hechas con piedras preciosas, tus puertas con las perlas más finas, y tus plazas con oro purísimo, y en ellas suenan sin cesar cantos de amor y de gozo. Los fundamentos de tus moradas son piedras cuadradas de zafiro, cubiertas con planchas de oro. Nada impuro hay en esas mansiones, y están cerradas para todos los hombres malvados. ¡Qué bella y llena de delicias la Jerusalén celestial, nuestra madre Jerusalén! Nada hay en ti de las penas que aquí padecemos, nada de los males que vemos en esta miserable vida. No hay en ti tinieblas, ni noche, ni cualquier otra diversidad de tiempos. No brilla en ti luz de lámparas, ni luz de luna, ni el esplendor de las estrellas, sino solamente el Hijo de Dios, luz de luz y sol de justicia que siempre te ilumina: el Cordero inmaculado, brillante y bellísima es tu luz. La inefable contemplación de la belleza de tu reyes tu único y soberano bien, y el sol que te ilumina. Ese mismo Rey de reyes, está en medio de ti, rodeado por sus hijos. Allí los coros de los ángeles y la asamblea de los bienaventurados entonan sin cesar a tu gloria cánticos de reconocimiento y de amor. Se celebra allí solemnemente el retorno de los que, después de su triste peregrinar sobre la tierra, han sido llamados a disfrutar de tus delicias. Allí están ya reunidos los profetas a quienes Dios iluminó con su Espíritu, los doce Apóstoles que deben juzgar al mundo, el innumerable y victorioso ejército de los mártires, los santos confesores de Cristo, los verdaderos y perfectos anacoretas, las santas mujeres que triunfaron sobre los placeres del mundo y sobre la debilidad de su sexo, los muchachos y muchachas cuya santidad de costumbres fue superior a su número de años. Se encuentra allí la grey feliz de las ovejas y de los corderos que no cayeron en las trampas que les tendieron las voluptuosidades de este mundo. Todos los habitantes de esta ciudad tienen mansiones especiales o diferentes grados de gloria, pero el gozo de cada uno es el gozo de todos. Pues reina allí únicamente la caridad plena y perfecta, porque Dios está todo en todos 92; ese Dios que ellos contemplan sin cesar, y cuya visión les mantiene encendidos siempre en el amor. Aman y alaban a Dios sin fin. Su única y constante ocupación consiste en celebrar eternamente la gloria divina.

¡Qué felicidad, qué felicidad perpetua la mía, si después de la disolución de este cuerpo mortal pudiera escuchar la melodía celestial de estos santos himnos cantados en honor del rey eterno por los habitantes de la patria celeste y por los coros de los espíritus bienaventurados! Feliz y muy feliz sería yo si pudiera unir mi voz a la suya, acercarme a mi Rey, mi Dios y mi Jefe soberano, y contemplarle en todo el esplendor de su gloria, como él mismo nos lo prometió cuando dijo: Padre, quiero que los que me diste estén conmigo, para que vean el esplendor que tuve en tu presencia antes de la creación del mundo 93; y en otro lugar: Quien me sirva que me siga y donde yo estoy, allí estará también mi servidor 94; y en otro pasaje: Quien me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él  95.

Capítulo 26. HIMNO A LA GLORIA DEL PARAÍSO

Mi alma reseca tiene sed de la fuente del agua perenne y quiere romper las cadenas que la retienen cautiva en esta prisión carnal. Todos sus deseos, anhelos y esfuerzos tienden al gozo de la patria de la que está desterrada. Abrumada de dolor y de tristeza, gime contemplando la gloria perdida por el pecado, y el recuerdo de esa pérdida hace todavía mayor su mal presente.

Pues ¿quién podrá expresar toda la alegría y la paz que se siente en la patria divina? Allí las moradas están construidas con perlas brillantes: el oro brilla en los techos y brilla también en el interior. Toda la estructura del edificio está hecha de piedras preciosas. Las calles de esa maravillosa ciudad están pavimentadas con un oro tan puro como el cristal Nada en ella hay impuro, y nada que pueda molestar a la vista.

Son desconocidos en ella los rigores del invierno y los calores ardientes del verano. Una primavera eterna hace brillar las rosas, blanquear los lirios y que las flores desplieguen los colores rutilantes de la púrpura y los aromas más suaves. Allí hay praderas siempre verdeantes, y mieses siempre florecientes. Por doquier mana la miel, y se respiran los perfumes y los aromas más deliciosos, y de las ramas de los árboles, siempre en flor, cuelgan frutos que nunca caen a tierra.

No sucede el brillar de la luna al lucir del sol, ni la luz del sol al brillo de las lunas y de las estrellas. El Cordero puro y sin mancha es la luz eterna de esa dichosa morada. No hay allí ni las tinieblas de la noche ni la variación de los tiempos, y brilla siempre un continuo día. Cada uno de los santos habitantes de esa ciudad brilla con una luz tan viva como la del sol. Con la frente ceñida por una corona triunfal narran entre sí, con alegría común y con perfecta seguridad, los combates que libraron contra los enemigos por ellos vencidos.

Purificados de toda mancha, ya no tienen que luchar contra los deseos de la carne, porque su carne se ha hecho espiritual, y Dios es el único objeto de sus pensamientos. Viven en una paz inalterable, en la que no están sujetos a los escándalos del pecado, y despojados de todo lo que en ellos había de cambiante y perecedero viven en el estado primitivo de la naturaleza. Su felicidad consiste ahora en contemplar la belleza de la verdad inmortal, yen disfrutar abundantemente de la dulzura vital de la fuente de agua viva.

Reciben un nuevo modo de existencia que permanece siempre igual. Brillantes, vivos, alegres, ya no están expuestos a los accidentes ni a la enfermedad. Gozan en su ancianidad de las fuerzas y de la salud de la juventud. Todo su ser se ha convertido en inmortal, y en ellos es imposible en adelante cualquier mutación. Lo que en ellos había de corruptible ha desaparecido, y la inmortalidad ha triunfado sobre la muerte.

¿Qué pueden ignorar ahora los que conocen a quien todo lo sabe? Conocen mutuamente los secretos más escondidos de su corazón, y lo que cada uno quiere o no quiere todos lo quieren o no lo quieren. Aunque es diferente el mérito de cada uno según sus obras sobre la tierra, la caridad que los anima mueve a uno a deleitarse en lo que ama el otro, y lo que es propio a cada uno se convierte en común a todos.

Donde está el cuerpo, allí con razón se congregan las águilas. Allí con los ángeles y con los santos se recrean las almas. Con el mismo pan viven los ciudadanos de una y de otra patria. A pesar de estar siempre saciados, tienen siempre deseo de ese pan. Ni la saciedad les produce fastidio, ni les atormenta el hambre; comen siempre deseosos, y comiendo siguen teniendo deseo.

Armonías siempre nuevas y deliciosas melodías y cánticos de gozo suenan dulces sin cesar en los oídos de los felices habitantes de la patria celestial, que celebran sin fin la gloria de quien les concedió la victoria. Feliz el alma que puede así contemplar a su Rey presente, y que ve moverse debajo de su trono la máquina del universo, y que puede seguir los movimientos del sol, de la luna y de todas las estrellas y de los planetas.

¡Oh Cristo, palma y corona de los santos guerreros, haz que después de cumplir yo mi deber aquí abajo en tu sagrada milicia, pueda entrar en tu gloriosa ciudad, y hazme partícipe de la suerte de sus felices ciudadanos! Dame nuevas fuerzas en los combates que todavía he de sostener, a fin de que habiendo servido fielmente bajo tus banderas disfrute del reposo debido a un soldado emérito, y sea digno de poseerte como premio eterno. Así sea.

Fuente: Agustinus.it