domingo, 15 de febrero de 2015

LAS TRES MISERICORDIAS Y LAS CUATRO COMPASIONES - San Bernardo de Claraval



Sermón de San Bernardo de Claraval

1. ¡Perdóname, Señor, por tu inmensa misericordia! Así como hay pecados leves, medianos y graves, también existe la misericordia pequeña, mediana y grande. Un gran pecador necesita una gran misericordia, para que donde abundó el pecado sobreabunde la gracia. Una misericordia pequeña es para mí la penitencia, por la que, en vez de castigar al punto al pecador, se espera que haga penitencia. Es pequeña, pero no en sí misma, sino comparada con otras. Porque la paciencia del Señor es muy grande, una misericordia incalculable. Cuando pecó el ángel no esperó ni un momento y lo arrojó del cielo; y al primer hombre tampoco le consintió el pecar, sino que lo expulsó inmediatamente del paraíso.

 Ahora, en cambio, espera y tolera; espera diez, veinte años y hasta la vejez y las canas. Si pensamos cuántos y cuán graves pecados se cometen cada día, ¿no nos parecerán leves aquellos que recibieron una sentencia fulminante? No es de extrañar que el Profeta por poco diera un mal paso, y casi resbalaran sus pisadas al envidiar a los perversos y ver prosperar a los malvados que no cesan de gritar: ¿Es que Dios lo va a saber o se va a enterar el Altísimo? Pero contamos con la gracia de la cruz de Cristo y con su fuerza: Por mi vida, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. A mi entender, esto es lo que dice Cristo resucitado: lo quiera o no lo quiera el judío, yo vivo; y no quiero la muerte del pecador, porque quise morir por los pecadores; quiero que mi muerte sea fecunda, y por ella abunde la redención.

2. Esta misericordia del Señor, por la que se muestra lento en castigar y pronto a perdonar, repito que no es pequeña en sí misma, sino comprada con las otras; y es que ella sola es incapaz de salvar, e incluso agrava la sentencia de condenación, como está escrito: Esto hiciste y callé. Escuchemos el trueno terrible del Apóstol: ¿Desprecias la grandeza de la benignidad y tolerancia de Dios? ¿No te das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia? Con la dureza de tu corazón impenitente estás acumulando tesoros de cólera para el día de la cólera. Dice que acumulas tesoros de cólera a cambio de los tesoros de misericordia que desprecias, y anulas en ti la misericordia de Dios. ¿Cuál es el motivo? Tu dureza y tu corazón impenitente. ¿Quién será capaz de cortar esa dureza, sino el que al morir quebró las rocas? ¿Quién concederá un corazón arrepentido, sino aquel de quienes proceden los dones más valiosos?

3. Esta es la segunda misericordia, mucho mayor que la anterior, ya que impide que sea infructuosa y se convierta en condena mortal. Concede la penitencia, sin la cual la paciencia de Dios, en lugar de aprovecharnos, nos perjudica mucho. Y puede ser suficiente para los pecados leves, porque el arrepentimiento de cada día basta para salvarnos de todo eso que no podemos evitar mientras vivimos en este mundo pecador. Pero en los pecados más graves, y en aquellos que llevan a la muerte, además de la penitencia se requiere también la continencia. Es muy difícil arrancarse de la cerviz el yugo del pecado previamente aceptado, y sólo es posible con el poder de Dios. Porque quien comete el pecado es esclavo del pecado, y sólo una mano más fuerte puede librarle de él. 

4. Esta es la gran misericordia, indispensable a los grandes pecadores, como dice la Escritura: Perdóname, Señor, por tu inmensa misericordia y por la multitud de tus compasiones, etcétera. Se ha dicho que las cuatro hijas de la inmensa misericordia son: reunir la amargura, evitar la ocasión, dar fuerza para resistir y curar los afectos. 

A veces el Señor infunde piadosamente cierta amargura en el que está encadenado al pecado, y por ese medio ocupa su espíritu y va ocupando los nefastos deleites del pecado. Otras veces le priva de las ocasiones, y no permite que su debilidad sufra la tentación. Otras le concede fuerzas para resistir; lo cual es mucho mejor, pues aunque siente la tentación es capaz de enfrentarse varonilmente y no consentir. Y otras veces sana el afecto -y esto es lo más perfecto-con lo que se arranca de toda raíz toda tentación, porque de esa manera ni se consiente ni se siente. 

RESUMEN
Cristo es misericordioso y no busca la muerte del pecador sino su conversión. Lo espera con paciencia. 

Esa paciencia se manifiesta también en el origen de nuestro deseo de arrepentimiento y agrava la situación del que la rechaza.

La primera misericordia es la paciencia de Dios. La segunda es el deseo de penitencia. La tercera, y mayor, es darnos fuerza para combatir el pecado, ya sea aumentando nuestro ánimo, evitando la ocasión o con la fuerza de la amargura que desplaza a  otros sentimientos.