jueves, 3 de noviembre de 2016

Crónica desde Getsemaní



He revivido en estas “Horas-Santas” desde el Huerto de los Olivos de Getsemaní, más allá del torrente Cedrón, lo insólito de la siguiente escena, el Ángel de Dios consolando a nuestro Maestro “Jesús- el Hijo de Dios”. A mí se me presenta mi realidad al contemplar la impresionante escena. El Ángel hubo de venir porque a Jesús le hemos fallado nosotros, los hombres. Le han fallado sus discípulos, después de lo que nos había revelado en la mismísima “Última-Cena” y como después nos revelo la forma de orar y de pedir lo importante para no caer en la tentación, El nos ha buscado como apoyo en esta última noche para estar cercanos a El, estar a su lado, que estuviéramos despiertos ante este tiempo para acompañar su Oración con nuestras oraciones. “Velad y orad”. Pero me he visto durmiendo, como también todos sus apóstoles, tres veces ha venido El para llamarme a la oración y en las tres hemos terminado vencidos por el sueño, y me han dolido profundamente sus palabras “¿no habéis podido velar una hora conmigo?” y al final “Ahora ya podéis dormir y descansar”, ha sido para mí la frase más triste que he podido escuchar en toda mi vida. Le he fallado, como ellos le habían fallado; cuando más nos necesitaba como apoyo de nosotros, sus amigos, cuando nos lo había pedido y además lo esperaba… nos hemos quedado durmiendo. Es por esto que los ángeles, alerta a los sentimientos de Jesús, y sobre todo en sus últimas horas antes de su Pasión y muerte, han escuchado su petición, su ruego, y han visto como hemos desatendido su solicitud y petición de acompañarlo, y se han apresurado a llenar con su presencia solícita el vacío de nosotros, dormidos en este tiempo. El Ángel de Getsemaní ha venido porque nosotros le fallamos.

Esto me llama a sacar esta lección para mí, (…y para todos los que al leer esto, “escuchen” desde su interior) mientras que no llegue el final de los días que Dios tiene para cada uno, intentar no fallarle a quien necesite mi apoyo, mi presencia o mi consuelo, aunque sea en silencio. Nunca hacer oídos sordos cuando algún hermano me llame, a no disimular ni salir huyendo ante el dolor ajeno, a no dormirme cuando mis amigos sufren. Aquí y ahora oímos todos días eso de –persona de apoyo-, todos podríamos serlo, todos necesitamos apoyo y todos podemos darlo; creo que para ello, Jesús, me ha llamado a sacudir este tipo de sueño, a alejar la tentación de mí comodidad, a dominar el miedo…, … Él dice en un riguroso y alentador presente “¡Ánimo!: Yo he vencido al mundo”. En esta instantánea del “huerto de Getsemaní”, Jesús y su Ángel me llaman a acompañar cuando el mayor consuelo es la presencia, aunque sea en silencio, ya sea en el dolor constante y tedioso o ante una próxima agonía. Tal vez parezca un disparate pero ¿por qué dejar que otros hagan lo que Jesús puede estar manifestando como la voluntad del Padre sobre nuestra vida en un momento concreto de nuestra historia?, el mejor apoyo creo que puede ser un gesto, una llamada, o en persona, un silencio en los labios y una muestra de cariño mirando a los ojos del que puede estar representando al siervo doliente de YAHVÉ (YHWH).

Quiero terminar esta crónica, del ángel-fraterno, agradeciendo precisamente al Ángel de Getsemaní su gesto tan humanitario con Jesús; que cuando los hombres le fallamos al “Hijo del DIOS-Supremo”, Él, el Ángel de los Olivos, se apresuró a tomar nuestro sitio y acompañando a Jesús, supliera mi descuido, nuestros descuidos y lo acompañara y animara. El ángel hizo bien su santo trabajo, creo que tomó nuestro Santo-oficio-fraterno y lo hizo suyo. Ahora al tener la oportunidad de recuperarlo nosotros, podremos decir que al acompañar o consolar a otros fraternalmente estamos haciendo Oficio de Ángeles.

Creo firmemente que podemos ser ángeles de Getsemaní, o ángeles de Paz (olivo) en los huertos de esta vida, en medio de todos los tipos de sufrimientos, luchas y agonías silenciosas, que vive nuestra generación.

Boanerges

Fuente: abandono.com

martes, 1 de noviembre de 2016

Solemnidad de Todos los Santos

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre) 

y los fieles difuntos (2 de noviembre)


 Para comprender el significado de la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los difuntos hay que saber que existen tres estados en la Iglesia:


1- La iglesia peregrina en la tierra. En ella estamos nosotros hasta el día de nuestra muerte.


2- La iglesia purgante (en el purgatorio), la componen los difuntos que necesitan aún purificación antes de entrar en el Cielo. Por ellos oramos el día de los difuntos, el 2 de Noviembre, para que pronto vayan al cielo. (No rezamos por los que están en el infierno porque su condena es irreversible).




3- La iglesia triunfante, ya glorificada en el cielo. A ellos, los santos, les honramos el 1 de Noviembre.




MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE


Imagínate ahora como si estuvieses en el lecho, a punto de morir y de dejar todas las cosas de este mundo...

Oh Dios mío, dadme una buena y santa muerte, y después la gloria eterna del Cielo...

1.- Soy joven, tengo salud y fuerzas; y casi parece que me he hecho la ilusión de que yo no he de morir. Y sin embargo mi vida pasa. ¡Cuántas veces he visto las aguas de un río, cómo van bajando, bajando hacia el mar! Así mi vida va caminando, caminando hacia el sepulcro. Cada día que pasa estoy un día más cerca de la muerte. Al viajar en ferrocarril, ¿no he visto cómo unos bajan en una estación, otros en otra, hasta que no queda nadie en el tren? Así en esta vida, unos acaban su viaje en la infancia, cuando son aún pequeñitos; otros, en plena juventud. ¿No he visto morir a algunos jóvenes, que quizá eran amigos o conocidos míos? ¿Llegará un día para mí la muerte? Ciertamente que sí. ¿Cuándo será? No lo sé. ¿En dónde moriré? No lo sé. ¿Cómo moriré? No lo sé, no lo sé. Piénsalo unos momentos.

2 ¿Qué es morir? Es separarse el alma del cuerpo. Han vivido siempre juntos, y es necesario separarse. El cuerpo, cada día lo vemos, es llevado al cementerio, en donde se deshace y se pudre. Pero el alma, ¿a dónde va? Este alma que tengo, que me hace conocer, recordar, querer, ¿dónde va? Ella no va al cementerio, sino que en el mismo instante en que se separa del cuerpo, se presenta ante el tribunal de Dios, el cual le pide cuenta de todo lo que ha pensado, dicho y hecho en toda su vida. Si ahora mismo tuvieras que presentarte delante de Dios, ¿estaría tranquila tu conciencia? Piénsalo bien.


3.- ¡Qué terrible ha de ser presentarse delante de Dios en pecado mortal y oír la sentencia de condenación eternal Ya no se puede volver atrás; el mundo ha pasado para siempre y la sentencia de Dios se cumplirá, sin que valgan súplicas ni excusas de ninguna clase. ¡Qué dulce y delicioso debe ser presentarse el alma en gracia de Dios, es decir, sin pecado mortal algunol ¡Qué alegría al ver que se le abren las puertas del Cielo, y que allí vivirá eternamente. Piénsalo bien.


4- ¿Qué prefieres? ¿Qué desearías haber hecho en la hora de tu muerte? Hazlo ahora, porque después quizá sería ya tarde. Forma el propósito de portarte bien, de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, de huir del pecado y de frecuentar devotamente los santos Sacramentos. No te dejes engañar de las vanidades del mundo, que a tantos condenan y que pronto han de acabar; trabaja por salvar tu alma, que no morirá nunca. Mira cómo te has portado hasta ahora; y si ves que no vas por el camino del Cielo, procura enmendarte y cambiar de vida. Piénsalo bien.

P. Luis Rivera

Solemnidad de Todos los Santos (1-11) y los fieles difuntos (2-11)


La solemnidad de Todos los Santos como la conmemoración de los Difuntos, son dos celebraciones que recogen en sí, de un modo especial, la fe en la la vida eterna. Y aunque estos dos días nos ponen delante de los ojos lo ineludible de la muerte, dan, al mismo tiempo, un testimonio de la vida.

El hombre, que según la ley de la naturaleza está "condenado a la muerte", que vive con la perspectiva de la destrucción de su cuerpo, vive, al mismo tiempo, con la mirada puesta en la vida futura y como llamado a la gloria.

La solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a todos aquellos que han alcanzado la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día que conmemora los Difuntos hace converger nuestros pensamientos hacia aquellos que, dejado este mundo, esperan alcanzar en la expiación la plenitud de amor que pide la unión con Dios.

Se trata de dos días grandes para la Iglesia que, de algún modo, "prolonga su vida" en sus santos y también en todos aquellos que por medio del servicio a la verdad y el amor se están preparando a esta vida.

Por esto la Iglesia, en los primeros días de noviembre, se une de modo particular a su Redentor que, por medio de su muerte y resurrección, nos ha introducido en la realidad misma de esta vida.

Juan Pablo II

Por los que amamos...



No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... Ese día volverás a verme... Sentirás que te sigo amando, que te amé y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz... Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me Amas.

Texto de San Agustín

Oración del Papa Francisco por los difuntos


 Dios de infinita misericordia,
 confiamos a tu inmensa bondad
 a cuantos han dejado este mundo para la eternidad,
 donde tú esperas a toda la humanidad,
 redimida por la sangre preciosa de Jesucristo,
 muerto en rescate por nuestros pecados.

 No mires, Señor,
 tantas pobrezas, miserias y debilidades humanas
 con las que nos presentaremos ante el tribunal
 para ser juzgados para la felicidad o la condena.

 Míranos con la mirada piadosa
 que nace de la ternura de tu corazón,
 y ayúdanos a caminar en el camino de una completa purificación.

 Que ninguno de tus hijos se pierda en el fuego eterno,
 donde ya no puede haber arrepentimiento.

 Te confiamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos,
 y de las personas que han muerto sin el consuelo sacramental
 o no han tenido manera de arrepentirse
 ni siquiera al final de su vida.

 Que nadie tenga el temor de encontrarte
 después de la peregrinación terrenal,
 en la esperanza de ser acogidos
 en los brazos de la infinita misericordia.

 La hermana muerte corporal
 nos encuentre vigilantes en la oración
 y llenos de todo bien,
 recogido en nuestra breve o larga existencia.

 Señor, que nada nos aleje de ti en esta tierra,
 sino que en todo nos sostengas
 en el ardiente deseo de reposar serena y eternamente.
 Amen.

Fuente: web católico de Javier