domingo, 30 de junio de 2019

Oración de Consagración a la Santísima Virgen por San Luis María Grignion de Montfort


¡Salve, María, amadísima Hija del Eterno Padre; salve María, Madre admirable del Hijo; salve, Madre, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, María, mi amada Madre, mi amable Maestra,
mi poderosa Soberana; salve gozo mío,
gloria mía, mi corazón y mi alma!
Sois toda mía por misericordia
y yo soy todo vuestro por justicia, pero todavía no lo soy bastante.

De nuevo me entrego a Ti
en calidad de eterno esclavo,
sin reservar nada, ni para mí, ni para otros.
Si algo ves en mí que todavía no sea tuyo,
tómalo enseguida, te lo suplico,
y hazte dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrada a Dios
y plantar y levantar y producir todo lo que os guste.
La luz de tu fe disipe las tinieblas de mi espíritu;
tu humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo;
tu contemplación sublime detenga
las distracciones de mi fantasía vagabunda;
tu continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria,
el incendio de caridad de tu corazón
abrase la tibieza y frialdad del mío;
cedan el sitio a tus virtudes mis pecados;
tus méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento.

En fin, queridísima y amadísima Madre,
haz, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el tuyo
para conocer a Jesucristo y entender sus divinas voluntades;
que no tenga más alma que la tuya
para alabar y glorificar al Señor;
que no tenga más corazón que el tuyo para amar a Dios
con amor puro y con amor ardiente como Tú.
No pido visiones, ni revelaciones,
ni gustos ni contentos, ni aun espirituales.
Para Ti el ver claro, si tinieblas;
para Ti el gustar por entero sin amargura;
para Ti el triunfar gloriosa a la diestra de tu Hijo, sin humillación;
para Ti el mandar a los ángeles, hombres y demonios
con poder absoluto, sin resistencia,
y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios.
Esta es, divina María, la mejor parte que se te ha concedido,
y que jamás se te quitará, que es para mi grandísimo gozo.
Para mí y mientras viva no quiero otro
sino el experimentar el que Tú tuviste:
creer a secas, sin nada que ver y gustar;
sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas;
morir a mí mismo, continuamente y sin descanso;
trabajar mucho hasta la muerte por Ti,
como el más vil de los esclavos.

La sola gracia, que por pura misericordia te pido,
es que en todos los días
y en todos los momentos de mi vida diga tres amen es:
amén a todo lo que hiciste en la tierra cuando vivías;
amén a todo lo que haces al presente en el cielo;
amén a todo lo que obras en mi alma, para que en ella no haya nada más que Tú,
para glorificar plenamente a Jesús en mí, ahora y en la eternidad.
Amén. San Luis María Grignion de Montfort