sábado, 3 de mayo de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 35 y 36

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 35 y 36
Capítulo 35. FERVIENTE PLEGARIA A JESUCRISTO

¡Oh Jesús, redención 

nuestra, amor y deseo, Dios de Dios, ven en ayuda de tu servidor! A ti te invoco, y a ti clamo con gran voz desde el fondo de mi corazón. Te invoco con todo el ardor de mi alma. Penetra en mi alma y hazla digna de ti, a fin de poseerla pura y sin mancha; porque al Señor, que es la misma pureza, se debe una morada tan pura como él mismo. Santifícame, pues soy un vaso que tú mismo hiciste; limpia mi corazón de todo mal, y llénalo con tu gracia, y haz que se conserve siempre así, para que siempre y por toda la eternidad sea un templo digno de ti.

¡Oh Jesús dulcísimo, benignísimo, amantísimo, queridísimo, preciosísimo; tú eres más dulce que la miel, más blanco que la leche y que la nieve, más suave que el néctar, más precioso que las piedras preciosas y que el oro, y eres más querido para mí que todas las riquezas de la tierra y que todos los honores del mundo! ¿Qué digo, mi Dios, mi única esperanza, y mi inmensa misericordia? ¿Qué digo yo, dulzura divina, que nunca engaña, y en la cual únicamente se encuentran la felicidad y la seguridad? ¿Qué digo cuando digo tales cosas? Digo lo que puedo, pero no digo lo que debo. ¡Ojalá pudiera decir las cosas que cantan en sus himnos los coros de los ángeles! ¡Cuán a gusto me derramaría yo totalmente en tales alabanzas! ¡Con cuánta devoción cantaría en el seno de tu Iglesia triunfante esas celestes y melodiosas canciones a la alabanza y a la gloria de tu nombre! Pero ya que no puedo hacerlo, ¿deberé guardar silencio? Pero, ¡ay de los que callan cuando hay que hablar de ti, que haces hablar a los mudos, y que haces elocuentes las lenguas de los niños más pequeños! ¡Ay de los que no hablan de ti, porque los mismos que hablan son mudos cuando celebran tus alabanzas!

¿Quién podrá alabarte dignamente, oh inefable poder y sabiduría del Padre? Verbo encarnado, que todo lo puedes, y a quien nada es desconocido, aunque no puedo encontrar palabras suficientes para explicar lo que eres tú, te alabaré, sin embargo, según lo permite mi debilidad, hasta que me concedas la gracia de llegar a tu divina morada, donde podré finalmente celebrar tu gloria como tú lo mereces y como yo lo debo hacer.

Por eso te suplico humildemente que atiendas menos a lo que yo digo que a lo que yo quisiera decir, porque mi ardiente deseo es hablar de ti como conviene a tu grandeza, ya que a ti se debe toda alabanza, todo cántico de amor y todo honor. Pero tú, oh Señor, que conoces los pensamientos más secretos de mi corazón, sabes muy bien que eres para mí más querido, más agradable y más precioso, no solamente que la tierra y todo lo contenido en ella, sino también más que el cielo y todo lo que está en él. Pues te amo más que al cielo y a la tierra, y más que a todas las cosas que en ellos se contienen; aún más, solamente por amor de tu nombre, que nunca pasa, pueden ser amadas las cosas perecederas. Yo te amo, Dios mío, con gran amor, y todavía deseo amarte más. Concédeme amarte todo lo que quiero y lo que debo, a fin de que tú seas el único objeto de mis pensamientos y meditaciones, para que todo el día sólo piense en ti, y piense también en ti durante el sueño nocturno; que mi espíritu se entretenga siempre contigo, y mi mente hable contigo, y que mi corazón sea iluminado por la luz de tu santa visión. Sé mi guía que me haga progresar en la virtud, y merecer ver finalmente en Sión al Dios de los dioses 120al que ahora sólo veo en enigma y como en un espejo, y al que entonces podré contemplar cara a cara y conocerlo como él me conoce a mí 121Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios 122Felices los que habitan en tu casa, Señor, pues te alabarán por los siglos de los siglos 123.

Te ruego, pues, Señor, por todas tus misericordias, por las que nos libraste de la muerte eterna, ablanda mi corazón, más duro que la piedra y que el hierro, con tu sacratísima y poderosa unción. Purifica mi alma con el sincero dolor de haberte ofendido, a fin de que pueda ofrecerme cada hora como una víctima viviente. Haz que mi corazón esté siempre arrepentido y humillado delante de ti, con abundancia de lágrimas. Haz que deseándote solamente a ti, esté como muerto al mundo, y que la grandeza de tu amor hacia mí, y el temor saludable de tu nombre santo, me haga olvidar todas las cosas frágiles y perecederas de la tierra. De modo que las cosas temporales no me causen en adelante dolor ni alegría, ni temor, ni amor; y de manera que ni la prosperidad me corrompa, ni la adversidad me deprima. Y como tu amor perfecto es fuerte como la muerte, haz que el ardor y la dulzura inefable de ese amor, se apoderen totalmente de mi alma y la separen de todo afecto por las cosas terrenas, a fin de que sólo se una a ti y tú seas el objeto único de sus pensamientos, y como su más dulce alimento. Descienda, Señor, descienda, te suplico, a mi corazón tu olor suavísimo. Haz que penetre en el tu amor más dulce que la miel, como un maravilloso e inefable perfume que eleve todos mis deseos hacia las cosas celestiales, y que haga derramar a mi corazón lágrimas abundantes, que salten, como un agua saludable, hasta la vida eterna. Pues tú, Señor, eres inmenso, y sin medida debes ser amado y alabado por los que redimiste con tu preciosa sangre, oh amador benignísimo de los hombres.

Señor clementísimo, y juez justísimo a quien el Padre concedió todo el poder de juzgar 124, según los designios impenetrables de tu sabiduría y de tu justicia, tú permites, como bueno y justo, que los hijos de este siglo, es decir, los hijos de la noche y de las tinieblas, deseen, amen y busquen los bienes y los honores perecederos de la tierra con más ardor que te amamos a ti tus servidores, creados y redimidos por ti. Si entre los hombres los que están unidos por una amistad perfecta apenas pueden soportar la ausencia del otro; si la esposa tiene tal afecto a su marido que, en la grandeza de su amor, no tiene alegría ni reposo cuando está ausente la persona amada, cuya separación le produce una continua tristeza, ¿con qué afecto y diligencia debemos amarte a ti, Señor, nuestro único y verdadero Dios, el divino y maravilloso esposo de nuestra alma, unida a ti por los vínculos de la justicia, de la fe y de la misericordia, a ti que nos amaste y salvaste sufriendo por nosotros tantos y tan crueles suplicios?

Aunque las cosas de aquí abajo tengan también sus deleites y atractivos, sin embargo no deleitan ni atraen del mismo modo que tú, Dios nuestro. Pues en ti se deleita el justo, porque tu amor es suave y tranquilo, y los corazones por él poseídos los llena de dulzura, suavidad y serenidad. Por el contrario, el amor del mundo y de la carne es un amor lleno de ansiedad y de turbación, que no permite vivir tranquilas a las almas donde penetra, solicitándolas continuamente con sospechas, turbaciones y temores de toda clase. Tú eres, pues, el único deleite de los justos, y con razón, pues en ti reina un gran reposo y una vida imperturbable. Quien entra en ti, oh buen Señor, entra en el gozo de su Señor, y ya no sentirá ningún temor, sino que se sentirá óptimamente en el ser óptimo, diciendo: Este es el lugar de mi reposo por los siglos de los siglos; aquí habitaré porque lo he elegido 125, y también: El Señor es mi Pastor, y nada me faltará, pues me ha colocado en un lugar de abundantes pastos 126.

¡Oh dulce Cristo y buen Jesús, te ruego que llenes siempre mi corazón con tu amor inextinguible y con tu continuo recuerdo, de modo que, como llama viva, arda totalmente en la dulzura de tu amor, y que este nunca sea extinguido en mí por las aguas impetuosas del mal! Haz, dulcísimo Señor, que te ame solamente a ti, y que mi alma te desee solamente a ti, y sea así librado del peso de los deseos carnales y de la grave carga de las concupiscencias terrenas, que la asedian y oprimen, a fin de que, libre de todos los obstáculos, pueda yo correr detrás del aroma de tus celestes perfumes, hasta que, guiado por tu gracia, merezca llegar cuanto antes hasta ti, y gozar sin sentirme nunca saciado de la contemplación de tu belleza. Pues no caben a la vez en el mismo pecho esos dos amores, de los cuales uno es bueno y otro malo, uno dulce y otro amargo. Y por eso si alguno ama otro objeto distinto de ti, oh Dios mío, no tiene verdadero amor hacia ti. ¡Oh amor de dulzura, oh dulcedumbre de amor, amor exento de toda pena y lleno siempre de deleite, amor puro y sincero que permanece por los siglos de los siglos, amor que siempre ardes y nunca te apagas; oh dulce Cristo, oh buen Jesús, Dios mío, mi amor; enciéndeme totalmente con tu fuego, con tu amor, con tu suavidad y tu delectación, con tu gozo y exultación, con tu deleite y tu deseo, con ese deseo que es santo y bueno, casto y puro, tranquilo y seguro! Haz que lleno totalmente de la dulzura de tu amor, y abrasado totalmente en tu divino fuego, te ame, oh Señor mío, con todas las fuerzas de mi corazón y con todo lo que hay de más íntimo en mí. Concédeme que a ti solo te tenga en el corazón, en los labios y delante de mis ojos, ahora y en todos los lugares, de modo que no quede ningún espacio en mí para otros amores extraños. Escucha mi voz, Dios mío; escucha mi voz, única luz de mis ojos, escucha lo que te pido, y haz que te lo pida de modo que me oigas. Piadoso y clemente Señor, que mis pecados no te hagan inexorable para mí, sino que tu infinita bondad reciba las súplicas de tu siervo. Cumple mis votos y mis deseos, te lo pido por el nombre y por la intercesión de tu gloriosa Madre, mi protectora ante ti, juntamente con todos los santos. Así sea.

Capítulo 36. ORACIÓN A CRISTO PARA PEDIR EL DON DE LÁGRIMAS

Señor Jesús, Verbo del Padre, que viniste al mundo para salvar a los pecadores, te suplico por las entrañas de tu misericordia que te dignes purificar mi vida, mi conducta y mis costumbres; haz que desaparezca de mí todo lo que pueda desagradarte o dañarme, y dame a conocer lo que a ti te agrada y a mí me beneficia. ¿Quién, fuera de ti, puede hacer puro a quien fue concebido en la impureza? Tú eres el Dios omnipotente y de piedad infinita, que justificas a los impíos y vivificas a los muertos, y cambias a los pecadores para que dejen de serlo. Quita, pues, de mí todo lo que pueda desagradarte, porque ninguna de mis imperfecciones puede escapar a tu mirada. Extiende la mano de tu misericordia para quitar de mi corazón todo lo que puede ofender a tu mirada. Tú conoces, Señor, mi salud y mi enfermedad; te suplico que conserves aquélla, y que cures ésta. Sáname, oh Señor, y seré verdaderamente sano; sálvame y seré verdaderamente salvado. Pues sólo a ti pertenece curar a los que están enfermos, y conservar sanos a los que ya has curado. Tú puedes, con un solo acto de tu voluntad, enderezar lo que está caído, y alzar de las ruinas lo que se había derrumbado. Pues si te dignas esparcir la buena semilla en el campo de mi corazón, es menester que antes la mano de tu piedad arranque las espinas de mis vicios.

¡Oh Jesús dulcísimo, benignísimo, amantísimo y queridísimo, preciosísimo, el más deseable, el más digno de amor y el más bello de todos: te ruego que extiendas sobre mi corazón la abundancia de tu dulzura y de tu amor, a fin de que desaparezcan de mí todos los pensamientos y deseos terrestres y terrenales, y tú seas el único objeto de mi amor, y solamente tú estés siempre en mis labios y en mi corazón! Graba con tu dedo en mi corazón el dulce recuerdo de tu nombre melifluo de modo que no seas borrado por ningún olvido. Escribe en las tablas de mi corazón tus deseos y tus justificaciones, a fin de que tenga siempre y en todas partes ante mis ojos tu bondad infinita y tus santos mandamientos. Abrasa mi alma con el fuego divino que tú hiciste descender sobre la tierra, para que se extendiera y encendiera más y más 127. De ese modo, derramando lágrimas, podré ofrecerte todos los días el sacrificio de un espíritu contrito y de un corazón roto por el arrepentimiento. ¡Dulce Cristo y buen Jesús, responde a mis más férvidos deseos y a mis votos más ardientes, encendiendo en mi alma el fuego de tu casto y santo amor, y que ese fuego se apodere de mi ser y me posea enteramente! Que cual signo de mi amor hacia ti, torrentes de lágrimas fluyan sin cesar de mis ojos, y que sean además un testimonio de tu amor hacia mí. Que sean como un lenguaje proveniente de mi alma, con el que te diga cuánto te amo, pues es la grandeza de tu amor hacia mí lo que las hace fluir.

Me acuerdo, oh piadoso Señor, de aquella piadosa mujer, que fue a tu templo a pediros un hijo, y de la cual dice la Escritura que después de tantas plegarias y de tantas lágrimas derramadas para obtener dicha gracia, los rasgos de su rostro no se alteraron 128. Pero, recordando tan gran virtud, y tan gran constancia, y considerando mi debilidad y bajeza, me siento abrumado de dolor y de confusión. Si esa mujer, para obtener un hijo, lanzó tantos suspiros y derramó tantas lágrimas, ¿cuánto más deberá suspirar quien busca a Dios, quien ama a Dios y quien desea llegar hasta él? ¿Cuánto más deberá gemir y llorar día y noche quien quiere tener a Jesucristo como solo y único objeto de su amor? Lo admirable sería que sus lágrimas no constituyeran día y noche el único alimento de su alma. Mira, pues, oh Señor, y compadécete de mí, porque se han multiplicado los dolores de mi corazón. Concédeme tu consuelo celestial, y no desprecies el alma pecadora, por la que tú mismo sufriste la muerte. Que tu amor haga derramar a mi alma lágrimas que puedan romper las cadenas que atan al pecado, y la llenen de tu gozo celeste, a fin de que si no merezco ocupar en tu reino un puesto igual al de los verdaderos y perfectos monjes, cuyos ejemplos no puedo imitar, sí pueda al menos ocupar un humilde lugar entre las santas mujeres.

Me viene también a la mente la admirable devoción de otra mujer, que te buscaba con piadoso amor yacente en el sepulcro, y que alejados los discípulos de la tumba, ella no se alejaba, sino que estaba allí sentada, triste y apenada, y derramaba continuamente muchas lágrimas 129. Y toda bañada de lágrimas se levantaba para buscarte más y más, y no apartaba su mirada de tu sepulcro, con la esperanza de ver al que buscaba con ardiente deseo. Había visto varias veces tu tumba, pero esto no era suficiente para quien tanto te amaba, pues el mérito del bien obrar exige la perseverancia. Como nadie te había amado tanto como ella, y ella misma amando lloraba, y llorando buscaba, y buscando perseveraba. Y por eso fue la primera en merecer encontrarte, verte y hablarte. Y además de esto fue la primera en anunciar a los mismos discípulos tu gloriosa resurrección, obedeciendo a tu precepto y a tu clemente amonestación: Vete y di a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán 130. Así pues, si una mujer, cuya fe no era todavía perfecta, porque te buscaba entre los muertos a ti que estabas lleno de vida, derramó tantas lágrimas y con tal perseverancia, ¿con cuánta mayor perseverancia en el dolor y en las lágrimas deberá buscarte un alma que cree en ti y que confiesa claramente que tú eres su Redentor, sentado en lo más alto del cielo y dotado de poder y dominio sobre el universo entero? ¿Cuáles deberán ser los gemidos y las lágrimas de esa alma que te ama sinceramente, y cuyo único deseo es contemplar tu rostro?

¡Único refugio y única esperanza de los miserables, que nunca imploran en vano tu misericordia! Todas las veces que tú eres el objeto de mis pensamientos, de mis palabras, de mis escritos, de mis conversaciones, de mis recuerdos, y siempre que me presento ante ti para ofrecerte un sacrificio de alabanza o para dirigirte mis plegarias, concédeme la gracia, te lo pido por tu santo nombre, de que pueda derramar dulces y abundantes lágrimas, y de que esas lágrimas sean el único alimento de mi alma durante el día y durante la noche. Pues tú mismo, Rey de la gloria, y Maestro de todas las virtudes, nos enseñaste de palabra y con el ejemplo a gemir y a llorar, cuando nos dijiste: Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados 131. Tú lloraste a tu amigo difunto 132 y derramaste lágrimas ante la ruina futura de la ciudad de Jerusalén 133. Te ruego, oh buen Jesús, por tus santas lágrimas y por tu misericordia, con las que te dignaste remediar maravillosamente nuestra perdición, que me concedas la gracia de las lágrimas deseada y pedida fervientemente por mi alma, porque es una gracia que sólo puedo obtener por un don de tu bondad. Por tu Santo Espíritu, que ablanda los corazones más duros de los pecadores y les hace compungirse hasta derramar lágrimas, te pido que me concedas la gracia de las lágrimas, como se la concediste a mis padres, cuyos ejemplos debo imitar, para que llore sobre mí durante toda mi vida, como ellos lloraron sobre sí mismos día y noche. Por los méritos y las plegarias de los que te agradaron y te sirvieron con fidelidad, ten piedad del más indigno y del más miserable de tus servidores, y concédeme, te lo suplico, la gracia de tus lágrimas. Que esté totalmente bañado en lágrimas, y que ellas constituyan día y noche el único alimento de mi alma. Que mi arrepentimiento sea un fuego ardiente que haga de mí un holocausto digno de ser ofrecido a ti. Y que mi corazón sea como un altar donde yo me inmole enteramente, y que el olor de ese sacrificio te sea agradable a ti, oh Dios mío. Haz que mis ojos derramen torrentes de lágrimas que purifiquen esa víctima de toda mancha.

Aunque, con el auxilio de tu gracia, me he ofrecido enteramente a ti, sin embargo, a causa de mi debilidad, todavía sigo ofendiéndote con demasiada frecuencia. Concédeme, pues, Señor, el don de las lágrimas, don que jamás desearé y pediré en demasía, oh Dios bendito y amable, y que esas lágrimas sean testimonio de amor hacia ti, y testimonio de gratitud por tu misericordia. Prepara para tu siervo ese banquete celestial, al que yo pueda asistir continuamente y en el que pueda saciar todas mis necesidades. Concédeme también, según tu piedad y bondad, ese cáliz tuyo de saciedad y de gloria, a fin de que pueda apagar en él mi sed, y olvidándome de todas las miserias y vanidades del mundo, tú seas el único objeto de mis pensamientos, y el único amor de mi corazón y de mi alma. Escucha, Dios mío, escucha, oh luz de mis ojos, y oye lo que te pido, y concédeme que te lo pida de modo que me oigas. Piadoso y bondadoso Señor, que el exceso de mis pecados no te haga inexorable para mí, sino que tu divina bondad acoja favorablemente las súplicas de tu siervo. Cumple mis votos y mis deseos por las plegarias y por los méritos de la gloriosa Virgen María, Nuestra Señora, y por la intercesión de todos los santos. Así sea.

Fuente: Agustinus.it

Devoción de la Comunión de los cinco primeros sábados de mes dada en Fátima

 

Apariciones Posteriores y Mensajes de Nuestra Señora
a Sor Lucía
Según el relato de Sor Lucía
Recopilado por SCTJM



"Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón"


Lucia es la mayor de los videntes. Entró en la vida religiosa con las hermanas Doroteas, con las que vivió en Pontevedra antes de entrar en la clausura Carmelita en Coimbra, Portugal donde vivío hasta la fecha de su muerte, 13 de Febrero de 2005.

Durante su vida religiosa, recibe apariciones en las cuales la Virgen Santísima le revela:

La petición de los Cinco Primeros Sábados de Reparación
La visión de la Trinidad con la petición de la consagración de Rusia

Cinco primeros sábados de reparación

Trasfondo histórico

Los Sábados son tradicionalmente dedicados a la Virgen. Desde muy antiguo la Santa Iglesia, a considerado el sábado un día dedicado a intensificar la devoción Cristiana a la Santísima Virgen, Madre de Dios y nuestra amantísima Madre. Mucha gente consagraba el primer sábado del mes a la Virgen por esta intención y para reparar por las blasfemias y ultrajes en contra de ella por parte de los pecadores y de los falsos maestros.

El Papa SanPío X el 12 de Julio de 1905 emitió un decreto en el que alababa esta práctica y ofrecía indulgencias por ella. Ese mismo año en el mes de Noviembre el Santo Padre nuevamente bendijo e indulgenció la práctica tradicional de los Hijos del Corazón de María y la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María, para dedicar los primeros sábados de cada mes a esta devoción con el propósito de hacer reparación al I.C. de María.

La Virgen pide los Cinco Primeros Sábados de Reparación. La Virgen le dijo que "con el fin de prevenir la guerra, vendré para pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados de mes". La promesa hecha por Nuestra Señora a Lucia en Julio 13, 1917 de que habría una manifestación futura concerniente a la práctica de los Cinco Primeros Sábados fue cumplida el 10 de diciembre de 1925.

Lucía era postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España cuando tiene una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. La Sta. Virgen puso su mano sobre el hombro de Lucía, mientras en la otra sostenía su corazón rodeado de espinas. El niño le dijo: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Esta cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas."

Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía: "Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tu, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"

 

Los elementos principales de los 5 primeros sábados de reparación son:

1-confesión. Es esencial en el camino del arrepentimiento y la conversión.
2-Eucaristía: Recibir la Santa Comunión. El primer fruto de esta devoción es el culto a la Santa Eucaristía en sus tres aspectos: sacrificio, comunión y adoración. Acompañar al Santísimo Sacramento por quince minutos.
3-rezo del Rosario con dos aspectos: oración y meditación. Se rezan cinco misterios con la meditacion de los misterios.
La oración vocal del Rosario tiene siempre en su base un acto de meditación interior en los misterios de la vida, sufrimiento y gloria de nuestro Señor y de la Stma. Virgen. La jaculatoria que la Virgen pide que recemos después de cada misterio: "Oh mi Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Conduce todas las almas al cielo especialmente la
s que mas necesitan de tu misericordia".

Estas almas son las de los pecadores por quienes rezamos por su conversión y salvación eterna. Estos pecadores pueden ser los que están mas obstinados en su pecado sin arrepentirse, aquellos que están, sin saberlo, al borde de la muerte y están en pecado mortal. Finalmente, aquellos que por circunstancia de lugar, están lejos de la posibilidad de conseguir un sacerdote y recibir los sacramentos incluso en sus últimos momentos. Por estas pobres almas, las que están en mas necesidad de la misericordia de Dios, deben ser derramadas las eficaces oraciones de las almas cristianas, intercediendo por ellos, haciendo reparación, uniéndose en meditación con el corazón de María, Madre y Refugio de los pecadores.

Promesa de Salvación Aquellos que practiquen esta devoción de los cinco primeros sábados , Nuestra Señora prometió: "Yo os asistiré a la hora de vuestra muerte con las gracias necesarias de salvación". Ella no promete la salvación eterna, sino las gracias necesarias para la salvación. Hay muchos testimonios de almas que son especialmente devotas del Corazón de María, que reciben un conocimiento del cielo que la hora de su partida esta cerca. No es precisamente un anuncio de la muerte, pero si una nueva y gentil preocupación por recibir con mas dignidad los sacramentos, con una intención mas pura en todas sus acciones y se intensifica la caridad y la dedicación al apostolado. El Corazón de María va perfeccionando las almas de sus hijos hasta llegar a su encuentro decisivo con su Divino Salvador.

 

Espíritu de Reparación

Todos estos actos de la devoción, deben hacerse con la intención de reparar las ofensas cometidas en contra del Inmaculado Corazón de María. Aquellos que la ofenden cometen una ofensa doble: ofenden a su Divino Hijo, y ponen en peligro su salvación. Esta reparación hace énfasis en nuestra responsabilidad hacia los pecadores que no oran y no hacen reparación por sus pecados.

Esta devoción nos presenta una responsabilidad social y nos recuerda de que para ir a Dios debemos amar a nuestros semejantes y tratar de salvar sus almas. También nos enseña una forma excelente de hacerlo, a través del espíritu de reparación al I.C. de María. Hay quienes se preocupan de que se les puede olvidar en cada uno de los cinco sábados ofrecer por la intención de reparación. Pero esto se puede evitar haciendo la resolución de ofrecer esta reparación desde el primer sábado que se empieza.. "Dios mío yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, y no te aman" (el ángel a los pastorcitos de Fátima)

¿Por qué 5 Sábados? Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación: "Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:

1-Blasfemias contra su Inmaculada Concepción.

2-Contra su virginidad,

3-Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.

4-Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.

5-Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.

"He aquí hija mía, por que ante este Inmaculado Corazón ultrajado, se movió mi misericordia a pedir esta pequeña reparación, y, en atención a Ella, a conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre. En cuanto a ti procura incesantemente con tus oraciones y sacrificios moverme a misericordia para con esas almas".

También es importante establecer un tiempo fijo para la devoción, en este caso los primeros cinco sábados de mes. Esto nos ayudará a establecer un hábito. La misma Iglesia lleva nuestra vida espiritual por ciclos litúrgicos: cuaresma, adviento...

 

Importancia de esta devoción

En febrero de 1926 se le apareció el Niño Jesús preguntándole si había difundido la devoción a su Santísima Madre. Lucía le contó las dificultades que tenía en llevar a cabo esta misión. Jesús le respondió que con su gracia bastaba.

En Fátima, la Virgen misma desea recomendar esta devoción, especificando "cinco primeros sábados consecutivos" enriqueciendo esta práctica con la promesa de salvación. En la última instancia, es Dios quien es ofendido por cada pecado. Por esta razón, es Dios también quien es el objeto último de cada acto de reparación de los cristianos. Nosotros no podemos comprender propiamente el mensaje celestial dado en Fátima en este punto esencial de reparación si no lo hacemos reparando directamente al Inmaculado Corazón de María. Es nuestro Señor mismo quien nos dice: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Esta cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas".

La predestinación de María en su Maternidad Divina, su colaboración activa en toda la obra de redención, su misión de ser madre espiritual de toda la Iglesia y de cada persona redimida por la preciosa sangre de Cristo, constituye una de las leyes básicas de la divina providencia para la aplicación efectiva de la redención en cada alma. Por lo tanto, la devoción a su Inmaculado Corazón debe ser intensificada y extendida. Consecuentemente quien ofenda a nuestra Madre, ya sea por blasfemia, por negación de su grandeza en su misión de corredención, o por tratar de despreciar la devoción a Nuestra Señora en la Iglesia o en las almas, al mismo tiempo ofende a Dios y a su providencia.

Un cristiano que comprende cuan vil son este tipo de ofensas trata de hacer reparación intensificando su amor filial y su disponibilidad a servir y trabajar arduamente para que el Reino del Corazón de María se establezca. Así responde el amor. Ambos aspectos de la reparación cristiana: primero directamente a Dios y subordinadamente al corazón de María, son manifestaciones complementarias de una misma realidad y un mismo espíritu.

 

Frutos de esta devoción

En toda verdadera devoción a nuestra Señora (y la devoción a su Inmaculado Corazón es expresión perfecta de la verdadera devoción) hay siempre una invitación efectiva a regresar los corazones a Cristo Salvador. Cuando se trata de aquellos que han perdido la gracia, es una llamada a la conversión, a la vida de gracia y a la salvación eterna. Cuando se trata de almas que viven en la gracia de Dios, la verdadera devoción a María, les da un fuerte impulso por avanzar por la vía de santidad y crea en ellos un espíritu de apostolado cristiano. Esta es una ley constante en la vitalidad de la Iglesia. Ya sean Instituciones Marianas, Santuarios Marianos, movimientos y peregrinaciones Marianas, siempre han sido una llamada irresistible desde el corazón maternal de María, a un regreso de estas almas a Cristo. La práctica de los cinco primeros sábados en reparación, corresponde a este nuevo capitulo de la santificación para aquellos que desean escalar la montaña del amor y de la santidad.

 

Visión de la Trinidad y petición de la consagración de Rusia

En Junio del 1929, Lucía estaba ya con las religiosas, Hijas Doroteas, y describe esta aparición así:

Pontevedra"...de repente toda la Capilla del convento se alumbro de una luz sobrenatural, y una Cruz de luz apareció sobre el altar, llegando hasta el techo. En la claridad de la parte superior se podía ver la cara de un hombre y su cuerpo hasta la cintura. En el pecho había una paloma de luz, y clavado en la Cruz había el cuerpo de otro hombre. Por encima de la cintura, suspendidos en el aire, podía ver un cáliz y una gran Hostia, en la cual caían gotas de sangre del rostro de Jesús crucificado y de la llaga de su costado. Estas gotas, escurriendo en la Hostia, caían en el cáliz. Debajo del brazo derecho de la cruz estaba Nuestra Señora. Era Nuestra Señora de Fátima, con su corazón Inmaculado en su mano izquierda, sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas y llamas. Debajo del brazo izquierdo de la Cruz, grandes letras, como si fuesen de agua cristalina, que corrían sobre el Altar formando estas palabras: "Gracia y Misericordia".

Nos dice Lucía:` entendí que era el Misterio de la Sta. Trinidad que se me enseñó, y yo recibí luces acerca de este misterio, que no se me permite revelar". La Virgen le dijo: "Ha venido el momento en que Dios pide al Santo Padre que en unión con todos los obispos del mundo haga la consagración de Rusia a mi Corazón, prometiendo salvarla por este medio". Prevenía la difusión de sus errores y se adelantaba su conversión."

 

Consagración de Rusia por los Santos Padres

Dic.1940 -Lucía recibe permiso para escribir al Santo Padre Pío XII, pidiéndole esta consagración.
Oct. 1942 -Papa Pío XII consagra al mundo con mención especial de Rusia.
Julio 1952 -Consagración especial solo de Rusia. -1965 -Papa Pablo VI también consagra a Rusia.
1982 -Papa Juan Pablo II consagra el mundo al Corazón Inmaculado.
1984 -Papa Juan Pablo II, Roma, ante la imagen de la Virgen, consagra el mundo colegialmente (con los obispos). Según Lucía, esta consagración fue conforme a los deseos de la Virgen.
2000 -Año Jubilar, El Papa Juan Pablo II consagra colegialmente (con los obispos) el mundo y el III milenio al Inmaculado Corazón el 8 de Octubre, durante el jubileo de los obispos. En la víspera el Papa guía la oración de un rosario mundial. Sor Lucia es televisada llevando uno de los misterios desde su convento.

La Virgen acepta la consagración La hermana Lucia ha dicho a varias personas que la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, hecha por el Papa Juan Pablo II en 1984, aunque no mencionó explícitamente a Rusia, fue aceptada por la Virgen. Lucia ha dicho esto a cardenales, obispos, a un ex-presidente de Filipinas, a Howard Dee, embajador de esa nación en el Vaticano, al Dr. Fred Zugibe de New York quien es experto en la Crucifixión. Cuando un obispo le preguntó a Lucia como ella sabe que la consagración fue aceptada, ella indicó que la Virgen aun se comunica con ella.

Almas víctimas del mensaje de Fátima: Las almas víctimas llevan con heroico amor grandes sufrimientos a favor de las intenciones de la Virgen. Las mas conocidas son la Beata Alejandrina Da Costa y Aminda, alma muy especial que se ofrece por el triunfo del Inmaculado Corazón. Vive 50 años de total parálisis orando desde su cama en un pequeño cuarto de Fátima para que el mensaje de Nuestra Señora sea acogido, especialment por los jóvenes. Tuvimos el gran don de conocerla personalmente, y de que ella nos considerara: "mi amigiña" (mi amigita). Arminda, después de grandes sufrimientos y de ser despojada de su mayor anhelo, morir en Fátima, fue a la Casa del Padre en Enero del 2001.

 

 

“la victoria si llega llegará por medio de María”. Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, la victoria, si llega,
será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella, porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo futuro estén unidas a Ella”
(B. Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza, página 236)

Fuente: Corazones.org

viernes, 2 de mayo de 2025

Primer viernes de mes: Devoción de la Comunión de los nueve primeros viernes en reparación al Sagrado Corazón de Jesús

 


NUEVE PRIMEROS VIERNES PROMESAS DE NUESTRO SEÑOR

A los que vivan la devoción a su Sagrado Corazón
Por SCTJM


A partir de la primera revelación, 
Santa Margarita María Alacoque sufriría todos los primeros viernes de mes, hasta su muerte, la experiencia mística de la llaga del costado de Jesús. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para descubrirle los secretos de su amable Corazón.

Propósito de la devoción: Reparación al Corazón de Jesús.

Las promesas de Jesús dada por medio de Santa Margarita María Alacoque a los que practicaran y propagaran dicha devoción. Incluye la promesa a quienes comulguen nueve primeros viernes de mes.

El motivo principal de la devoción debe ser el amor a Jesús y no solo las promesas ligadas a ella. Sin embargo si el mismo Jesús quiso darnos un aliciente con sus promesas, podemos legítima y provechosamente apoyarnos también en ellas para fortalecer nuestra débil voluntad para todo lo que es el servicio de Dios.

Para ganar esta gracia debemos:
1-Recibir sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes consecutivos.
2-Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.
3-Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.
4-Oración: "Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío."

Promesas
(1) Les daré todas las gracias necesarias en su estado de vida.
(2) Estableceré la paz en sus hogares.
(3) Los consolaré en todas sus aflicciones.
(4) Seré su refugio en su vida y sobre todo en la muerte.
(5) Bendeciré grandemente todas sus empresas.
(6) Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia.
(7) Las almas tibias crecerán en fervor.
(8) Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección.
(9) Bendeciré el hogar o sitio donde esté expuesto Mi Corazón y sea honrado.
(10) Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones más empedernidos.
(11) Los que propaguen esta devoción, tendrán sus nombres escritos en Mi Corazón, y de El, nunca serán borrados.
(12) Nueve primeros viernes: Yo les prometo, en el exceso de la infinita misericordia de mi C
orazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán, en desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento.



Fuente: Corazones.org

miércoles, 30 de abril de 2025

San Agustín -Misericordia Divina - Capítulos 33 y 34

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 33 y 34
Capítulo 33. PLEGARIA A DIOS PARA PODER ALABARLO DIGNAMENTE

Sólo a ti se deben alabanzas e himnos de gloria. A ti los ángeles, a ti los cielos y todas las Potestades celestes te cantan himnos, y celebran sin cesar tus alabanzas, cantándote como criaturas al Creador, como siervos al Señor, como soldados al Rey. ¡Oh santa e indivisible Trinidad, todas las criaturas te ensalzan, y todos los espíritus te alaban!

¡Oh Señor, los santos y los humildes de corazón, los espíritus y las almas de los justos, todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial, los órdenes y los coros de los espíritus bienaventurados te adoran humildemente y cantan sin cesar tu eterna gloria! Todos los habitantes de la patria celestial te alaban de modo magnífico y admirable; que te alabe también el hombre, porque también él es una de tus excelentes criaturas.

Aunque yo soy un hombre miserable y pecador, deseo también alabarte, y ansío amarte con gran amor. Porque tú, oh Dios, eres mi vida, mi fortaleza y mi gloria. Permíteme, pues, que te alabe; ilumina mi corazón con tu luz divina, y pon en mis labios palabras dignas de ti, a fin de que mi corazón pueda meditar tu gloria, y mi boca pueda celebrar sin cesar tu grandeza. Pero como la boca del pecador nunca podrá alabarte dignamente 104, y yo soy un hombre de labios impuros 105, Fuente de toda santidad, dígnate santificar mi alma y mis sentidos, y hazme digno de poder alabarte como tú lo mereces. Recibe bondadosamente este sacrificio de mis labios, como una ofrenda de mi corazón y de mi amor dedicada a ti. Que te sea agradable este sacrificio, y que suba como olor de suavidad hasta la presencia de tu divina majestad. Que tu recuerdo y tu inefable dulzura llenen por sí solos mi alma entera, y la enciendan en el amor de las cosas invisibles. Haz que pueda elevarse desde las cosas visibles a las invisibles, desde las cosas terrestres a las celestiales, desde las temporales a las eternas; que pase por todas estas cosas hasta llegar a la visión admirable de tu ser.

¡Oh eterna verdad, oh verdadera caridad, oh amada eternidad! Tú eres mi Dios, y a ti suspiro noche y día; tengo ansia de ti, hacia ti tiendo, y hasta ti deseo llegar. Quien te conoce a ti, conoce la verdad, y conoce la eternidad 106. Tú eres la verdad que todo lo preside; tú eres el que veremos como eres, una vez terminada esta vida ciega y mortal, en la cual nos preguntan: ¿Dónde está tu Dios? Yo digo: ¿Dios mío, dónde estás? A veces respiro en ti, cuando mi alma desborda de alegría, confesando y celebrando tu gloria y tu grandeza. Pero pronto vuelve a estar triste, porque vuelve a caer en sí misma como en un abismo, o más bien porque siente que todavía ella misma es un abismo. Entonces exclamo con esa misma fe que tú encendiste en mí para alumbrar mis pasos en la noche: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me turbas? Espera en el Señor 107, pues su palabra es luz para mis pies; espera y persevera hasta que pase la noche que es la madre de los malvados, y hasta que pase la ira del Señor, esa ira de la que fuimos hijos alguna vez. Pues fuimos algún tiempo tinieblas, y lo seremos mientras no pasen totalmente esas tinieblas cuyos residuos todavía arrastramos en el cuerpo muerto por el pecado; y hasta que nazca el día, y se alejen las tinieblas, espera alma mía en el Señor. Me levantaré con la aurora para contemplar a mi Dios 108, y encontrar en esa inefable contemplación mi gozo y mi salvación. El mismo Dios vivificará, por el Espíritu Santo que habita en nosotros, nuestros cuerpos mortales 109, a fin de que nos convirtamos en luz; mientras que ahora sólo estamos salvados en la esperanza, El nos convertirá de hijos de la noche y de las tinieblas en hijos del día y de la luz 110. Pues éramos antes tinieblas, pero ahora somos luz en ti, oh Dios nuestro 111; Y sin embargo todavía conocemos por la fe y no visiblemente. Pues la esperanza que se ve deja de ser esperanza 112

Alábente, oh Señor, los coros inmortales de tus santos ángeles, y glorifiquen tu nombre todas las Virtudes supracelestiales. Todos éstos no tienen necesidad, como nosotros, de leer las Sagradas Escrituras para conocer tu santa e indivisible Trinidad. Os contemplan sin cesar, y esa contemplación es para ellos como un libro divino, en el que leen, sin necesidad de sílabas temporales, qué es lo que quiere tu eterna voluntad. Ese libro es el único objeto de sus meditaciones y de su amor. Lo leen sin cesar, y no olvidan jamás lo que han leído. Con esa lectura, y con el amor que les inspira conocen tus inmutables designios. Es un libro que nunca se cierra, sino que está siempre abierto ante sus ojos, porque tú, oh Señor, eres para ellos ese divino libro, y así lo serás eternamente. Bienaventuradas y muy bienaventuradas las Virtudes de los cielos que pueden alabarte santa y purísimamente en un inefable éxtasis de dulzura y de gozo. El objeto de su gozo es también el objeto de sus alabanzas, porque no cesan de ver lo que pueden alabar y lo que les hace felices. Pero nosotros no te podemos alabar dignamente, pues estamos oprimidos por el peso de nuestra carne mortal, y estamos lejos de ti en este lugar de peregrinación, y nos apartan constantemente de ti las múltiples distracciones mundanas. Porque sólo te conocemos por medio de la fe, y no por visión directa; mientras que los espíritus celestiales te conocen cara a cara, y no mediante la fe, y de ahí que nuestras alabanzas sean tan diversas de las suyas. Sin embargo, a pesar de esa diferencia, los cielos y la tierra ofrecen sin cesar un sacrificio de alabanza a ti que eres el Dios único y el Creador de todas las cosas. Y esperamos también que, gracias a tu misericordia, nos reuniremos un día con esos espíritus bienaventurados, con los que podremos contemplarte y alabarte eternamente.

Concédeme, Señor, que mientras viva en este cuerpo frágil, te alabe mi corazón y te cante mi lengua, y que todos mis huesos digan: Señor, ¿quién hay semejante a ti? Tú eres el Dios omnipotente, a quien servimos y adoramos como trino en las personas, y uno en la sustancia de la deidad; Padre no engendrado, Hijo unigénito del Padre, y Espíritu Santo, que procede de ambos y en ambos permanece; santa e indivisible Trinidad, y un solo Dios omnipotente. Cuando todavía no existíamos, tú nos sacaste de la nada con tu poder. Cuando estábamos perdidos por el pecado, tú nos salvaste por tu misericordia y por tu maravillosa bondad. No permitas, te lo suplico, que paguemos con ingratitudes todos los beneficios con que nos has colmado, y no consientas que seamos indignos de tus misericordias. Te pido, te suplico y te ruego que aumentes en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. Concédenos la gracia de que esta fe sea inquebrantable y eficaz en sus obras, y que estas obras correspondientes a la sinceridad y a la grandeza de nuestra misma fe nos permitan, con tu divina misericordia, llegar a la vida eterna, y que contemplando tu gloria tal como es, podamos adorar tu majestad, y podamos cantar con todos los que tú mismo hayas hecho dignos de ver tu inmensa belleza: Gloria al Padre que nos hizo, gloria al Hijo que nos redimió, gloria al Espíritu Santo que nos santificó, gloria a la suma e indivisible Trinidad, cuyas obras son inseparables, y cuyo imperio dura eternamente. A ti se deben la alabanza, el himno de honor, y toda la gloria. A ti la bendición, y el esplendor; a ti la acción de gracias, y el honor; y el poder y la fortaleza se deben a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Así sea.

Capítulo 34. CONFESIÓN DEL PECADOR QUE SE RECONOCE INDIGNO DE ALABAR A DIOS

Perdóname, Señor, perdóname misericordiosamente, perdóname y ten compasión; perdona mi ignorancia y perdóname mis muchas imperfecciones. No me rechaces por razón de mi temeridad, pues soy un siervo tuyo, indigno de dirigirte mis plegarias. Haz que sea un siervo fiel, y no un criado inútil y malvado. Pues siento mi miseria cuando, sin un profundo y sincero arrepentimiento de mis faltas, sin derramar torrentes de lágrimas, y sin amor y sin el respeto que te debo, me atrevo a alabarte, a bendecirte y a adorarte a ti, Dios nuestro omnipotente, terrible y temible: Pues si los ángeles, adorándote, alabándote, tiemblan en un sublime éxtasis, ¿cómo siendo yo un miserable pecador me atrevo a presentarme ante ti para ofrecerte un sacrificio de alabanzas, sin sentir pavor en mi corazón, sin palidecer de miedo, sin que mis labios tiemblen, sin que todo mi ser se llene de horror, sin llorar y gemir delante de ti? Quisiera hacerlo así, pero no puedo hacerlo por mí mismo: y como el poder no corresponde a mis deseos, me admiro vehementemente cuando con los ojos de la fe veo cómo eres un Dios terrible. Pero ¿quién podrá hacer esto mismo sin el auxilio de tu gracia? Nuestra salvación depende únicamente de tu misericordia. ¡Qué miserable soy, y cuán insensata es mi alma al no sentirse llena de pavor cuando se presenta ante ti y alaba tu grandeza! ¡Miserable de mí, que tengo tan endurecido el corazón, que mis ojos no derraman un incesante río de lágrimas, cuando un indigno servidor osa hablar a su divino Maestro, un hombre a su Dios, una criatura débil a su Creador, un ser hecho con el lodo de la tierra al Dios que le sacó de la nada! 113 Aquí me pongo, Señor, en tu presencia, y lo que pienso de mí en el fondo de mi corazón lo comunico a tus oídos paternales. Tú que eres tan misericordioso y tan magnífico en tus premios, hazme partícipe de tus bienes a fin de que pueda servirte dignamente, porque nosotros sólo te podemos servir y agradar con el auxilio de tu gracia. Te ruego que hieras mis carnes con tu temor, y que mi corazón se alegre y tema tu santo nombre. ¡Ojalá te tema mi alma pecadora como te temía aquel santo varón que decía: He temido siempre a Dios como a las olas encrespadas suspendidas sobre mí! 114 Oh Dios dador de todos los bienes, haz que jamás celebre tus alabanzas sin derramar torrentes de lágrimas, sin que mi corazón sea puro y mi alma esté llena de alegría, a fin de que amándote lo suficiente para alabarte dignamente, guste y saboree las dulzuras que sólo se encuentran en ti, según lo que está escrito: Gustad y ved cuán suave es el Señor: dichoso el varón que espera en él  115bienaventurado el pueblo que sabe alabarle y regocijarse en Dios 116); Dichoso el varón que espera de ti su auxilio, y que en este valle de lágrimas ha resuelto en su corazón elevarse hasta el lugar que el Señor ha establecido 117bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios 118bienaventurados los que habitan en tu casa, Señor, por los siglos de los siglos te alabarán  119.

Fuente: Agustinus.it

martes, 29 de abril de 2025

29 de abril: Santa Catalina de Siena

 SANTA CATALINA DE SIENA


Virgen y Doctora de la Iglesia
1347-1380
Fiesta: 29 de abril
Por SCTJM


Una temprana vida de virtud
Santa Catalina nació en 1347 en Siena, hija de padres virtuosos y piadosos. Ella fue favorecida por Dios con gracias extraordinarias desde una corta edad, y tenía un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de Dios. A los siete años, consagró su virginidad a Dios a través de un voto privado. A los doce años, la madre y la hermana de Santa Catalina intentaron persuadirla para llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a prestar más atención a su apariencia. Para complacerlos, ella se vestía de gala y se engalanaba con joyas que se estilaban en esa época. Al poco tiempo, Santa Catalina se arrepintió de esta vanidad. Su familia consideró la soledad inapropiada para la vida matrimonial, y así comenzaron a frustrar sus devociones, privándola de su pequeña cámara o celda en la cual pasaba gran parte de su tiempo en soledad y oración. Ellos le dieron varios trabajos duros para distraerla. Santa Catalina sobrellevó todo esto con dulzura y paciencia. El Señor le enseñó a lograr otro tipo de soledad en su corazón, donde, entre todas sus ocupaciones, se consideraba siempre a solas con Dios, y donde no podía entrar ninguna tribulación.


Más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad, asistía generosamente a los pobres, servía a los enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros. Ella prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón.


Intimidad y Celebraciones Esponsales con Jesús
Como una consagración más formal a Dios, a los diez y ocho años, Santa Catalina recibió el largo hábito blanco y negro deseado de la tercera orden de Santo Domingo. El hecho de pertenecer a una tercera orden significaba que la persona viviría la espiritualidad Dominica, pero en el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en ser admitida. A partir de ese momento su celda llego a ser su paraíso, y se ofrecía a si misma en oración y mortificación. Durante tres años vivió como en una ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie excepto Dios y su confesor. Durante este período, había momentos en que formas repugnantes y figuras tentadoras se presentarían en su imaginación, y las tentaciones más degradantes la asediaban. Posteriormente, el diablo extendió en su alma como una nube y una oscuridad tan grande que fue la prueba más severa jamás imaginable. Santa Catalina continuó con un espíritu de oración ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de dichas pruebas que solo habían servido para purificar su corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo, ella le pregunto: "¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?" Ella escuchó una voz que le decía, "Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia." En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un ‘matrimonio místico’ con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció una visión de Cristo, acompañado por Su madre y un cortejo celestial. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó Consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.


Su servicio al prójimo
Luego de tres años de vida solitaria en su hogar, Santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto, comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos. Dios recompensó su caridad con los pobres a través de varios milagros, a menudo multiplicando víveres en sus manos, y haciendo que ella pudiera llevar todo lo necesario a los pobres, lo cual no hubiera podido lograrlo de otro modo a través de su fortaleza natural. En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a los enfermos. "Nunca se la vio tan admirable como en ese momento”, escribió un sacerdote que la había conocido desde su infancia. "Siempre estaba con los que padecían por causa de la peste; los preparaba para la muerte y los enterraba con sus propias manos. Yo mismo fui testigo del gozo con que los atendía y de la maravillosa eficacia de sus palabras, que dieron lugar a muchas conversiones."


Todos sus discursos, acciones y su silencio inducían a los hombres al amor a la virtud, de tal modo a que nadie, de acuerdo al Papa Pío II, que se acercara alguna vez a ella regresaba sin ser una mejor persona. Santa Catalina era capaz de reconciliar a los peores enemigos, más a través de sus oraciones que de sus palabras. Por ejemplo, un hombre a quien ella estaba tratando de persuadir para que llevara una vida virtuosa, cuando Santa Catalina vio que sus palabras no estaban teniendo efecto, ella hizo una pausa repentina en su discurso para ofrecer oraciones por el. Sus oraciones fueron escuchadas en ese mismo instante, y un cambio radical se produjo en el hombre. Luego se reconcilió con sus enemigos y adoptó una vida penitencial. Los pecadores más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a escucharla o solo a verla, y fueron ganados por sus palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.


Se reunieron alrededor de la santa un grupo de fervientes seguidores. Por ejemplo, un ermitaño de edad avanzada abandonó su soledad para estar cerca de ella porque decía que encontraba más paz de mente y progreso en la virtud siguiéndola que lo que jamás hubiera hallado en su celda. Otro descubrió que cuando ella hablaba, el amor divino se inflamaba en todo su ser, y su desprecio por lo mundano aumentaba. Un cálido afecto la vinculaba a aquellos a quienes ella llamaba su familia espiritual – hijos suyos dados por Dios a quienes podía ayudar a lo largo del camino hacia la perfección. Ellos eran testigos de su espíritu de profecía, su conocimiento de las conciencias de los demás y su extraordinaria luz en las cuestiones espirituales. Ella leía sus pensamientos y frecuentemente tenía conocimiento de sus tentaciones cuando se alejaban de ella. En ese momento la opinión pública acerca de Catalina estaba dividida; varios la reverenciaban como a una santa, mientras que otros la consideraban una fanática o la denunciaban como hipócrita. Su confesor de ese tiempo, el Padre Raimundo, sería posteriormente el biógrafo de la santa.


Una conciliadora para la Iglesia
Uno de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su desplazamiento a Francia. Asimismo, se la llego a reconocer como conciliadora – ella comenzó ayudando a resolver varios conflictos familiares, y luego su trabajo se amplió para incluir el establecimiento de la paz en las ciudades estados italianas. Por ejemplo, en 1375, Santa Catalina tuvo noticias a través de Fray Raimundo de que la gente de Florencia se había adherido a una liga que estaba en contra de la Santa Sede. El Papa Gregorio XI, que residía en Avignon, escribió a la ciudad de Florencia, pero sin éxito. Ocurrieron divisiones internas y asesinatos entre los florentinos, y pronto se demando su reconciliación. Santa Catalina fue enviada por los magistrados de la ciudad como mediadora. Antes de llegar a Florencia, se reunió con los jefes de los magistrados, y la ciudad encomendó toda la situación a su criterio, con la promesa de que debía ser seguida a Avignon por sus Embajadores, quienes debían firmar y ratificar las condiciones de reconciliación y confirmar cada cosa que había hecho. Su Santidad, luego de haber tenido una conferencia con ella, en admiración de su prudencia y santidad, le manifestó: "No deseo nada más que la paz. Dejo esta cuestión totalmente en sus manos; solo le recomiendo el honor de la Iglesia." Sin embargo, los florentinos no fueron sinceros en su búsqueda de la paz, y continuaron sus intrigas secretas para apartar a toda Italia de su obediencia a la Santa Sede.


La santa tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. Gregorio XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, el mismo consulto a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió: "Cumpla con su promesa hecha a Dios." El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo. La Santa pronto partió de Avignon. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma, en donde finalmente falleció en 1376.
Posteriormente, Santa Catalina escribió al Papa Gregorio XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por todos los medios posibles a la paz general de Italia. Su Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún dividida y obstinada en su desobediencia. Ella vivió un tiempo allí en medio de varios peligros incluso contra su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI, sino del Papa Urbano VI. Esta reconciliación ocurrió en 1378, luego de lo cual Santa Catalina regresó a Siena.


Conclusión de la Vida de la Santa
Santa Catalina regreso de esta manera a Siena, donde prosiguió su vida de oración. Ella obtuvo la unión perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera obligada a conversar con diferentes personas sobre varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y absorta en Dios. En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cual de las dos se complacería. Ella respondió: "Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite." Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza.


En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se retiraron de Italia y residieron en Avignon. Santa Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se encontraba, y a aplacar el temperamento que le había llevado a tener tantos enemigos. A través del Padre Raimundo de Capua, su confesor y posteriormente su biógrafo, el Papa pidió a Santa Catalina regresar a Roma. El la escuchó y siguió sus instrucciones. Ella también escribió a los reyes de Francia y de Hungría para exhortarlos a renunciar al cisma.


Mientras trabajaba afanosamente para extender la obediencia al verdadero Papa, la salud de Santa Catalina comenzó a deteriorarse. Ella falleció de un ataque súbito a los 33 años en Roma. Los habitantes de Siena deseaban conservar su cabeza. Hubo un milagro que se comentó en el cual tuvieron un éxito parcial. Sabiendo que ellos no podían llevar a escondidas todo su cuerpo fuera de Roma, decidieron llevar solo su cabeza, la cual colocaron en un bolso. Cuando fueron detenidos por los guardias romanos, oraron para que Santa Catalina los ayudara. Cuando los guardias abrieron el bolso, parecía que ya no contenía su cabeza sino que todo el bolso estaba lleno de pétalos de rosa. Una vez que regresaron a Siena, volvieron a abrir el bolso y su cabeza estaba visible nuevamente. Debido a este relato, Sana Catalina a menudo es observada sosteniendo una rosa. La cabeza incorruptible y el dedo pulgar fueron sepultados en la Basílica de Santo Domingo, donde se conservan en la actualidad. El cuerpo de Santa Catalina esta enterrado en la Basílica de Santa María sopra Minerva en Roma, que se encuentra cerca del Panteón.


Las cartas de Santa Catalina son consideradas como una de las grandes obras de principios de la literatura Toscana. Ella escribió 364, y más de 300 de ellas se conservan en la actualidad. En sus cartas dirigidas al Papa, a menudo se refería al mismo con afecto como “Papa” o “Papi” (“Babbo” en italiano). Aproximadamente un tercio de sus cartas estaban dirigidas a mujeres. Otros destinatarios incluyen a sus diversos confesores, entre ellos Raimundo de Capua, los reyes de Francia y Hungría, la Reina de Nápoles y numerosas figuras religiosas. Su otra obra magistral es el “Diálogo de la Divina Providencia,” un diálogo entre el alma y Dios. Registrado entre Registrado entre 1377 y 1378 por los miembros de su círculo. A menudo considerada como una analfabeta, Santa Catalina es reconocida por Raimundo en su biografía como capaz de leer latín e italiano, y otro hagiógrafo, Tommaso Caffarini, manifestó que la santa podía escribir. El Papa Pío II canonizó a Catalina en 1461, y el Papa Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia in 1970, haciéndola una de las primeras mujeres en recibir este honor. Su Fiesta es el 29 de abril.
 


En la Confesión se realiza la misericordia de Dios
Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia: Los Diálogo 75.
 

Brooklyn Museum / public domain

"También recibe el alma de otra manera este bautismo, hablando de un modo figurado, por especial providencia de mi divina caridad. Yo conocía la debilidad y fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme. No que se vea forzado por ella ni por ninguna otra cosa a cometer la culpa, si él no quiere, sino que, como frágil, cae en culpa de pecado mortal, por la que pierde la gracia que recibió en el santo bautismo en virtud de la Sangre. Por esto fue necesario que la divina Caridad proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre. Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la llave de la Sangre. Esta Sangre es la que la absolución del sacerdote hace deslizar por el semblante del alma.

Si la confesión es imposible, basta la contrición de! corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os da el fruto de esta preciosa sangre. Mas, pudiendo confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto que en el último momento, si el alma la desea y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le diga: "Tú no te acordaste de mí en vida, mientras tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora de la muerte". Que nadie, pues, se fíe, y si alguien, por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta última hora el recibir este bautismo de la esperanza en la Sangre. Puedes ver, pues, cómo este bautismo es continuo, en el que el alma debe ser bautizada hasta el final de su vida.

En este bautismo conoce que mi operación (es decir, el tormento de la cruz) fue finita, pero el fruto del tormento que por mí habéis recibido es infinito en virtud de la naturaleza divina, que es infinita, unida con la naturaleza humana, finita, que fue la que sufrió en mí. Verbo, vestido de vuestra humanidad. Mas porque una naturaleza está unida y amasada con la otra, la Deidad eterna trajo de sí e hizo suya la pena que yo sufrí con tanto fuego de amor. Por esto puede llamarse infinita esta operación, no porque lo sea el sufrimiento actual del cuerpo y el sufrimiento que me proporcionaba el deseo de cumplir vuestra redención (ya que ambas terminaron en la cruz cuando el alma se separó del cuerpo), pero el fruto, que proviene del sufrimiento y del deseo de vuestra salvación, sí es infinito. Por esto lo recibís infinitamente. Si no hubiese sido infinito, no habría sido restaurado todo el género humano: pasados, presentes y venideros. Ni el hombre cuando peca podría levantarse después de su pecado, si no fuera infinito este bautismo de la Sangre que se os ha dado, es decir, si no fuera infinito su fruto.

Esto os manifesté en la apertura de mi costado, donde halláis los secretos del corazón, demostrándoos que os amo mucho más de lo que puedo manifestar con un tormento finito. ¿En qué te he revelado que es infinito? En el bautismo de la Sangre, unido con el fuego de mi caridad, derramada por amor, con el bautismo general, dado a los cristianos y a quienes quieran recibirlo, del agua, unido con la Sangre y con el fuego, en que el alma se amasa con mi Sangre. Para dároslo a entender, quise que del costado saliese sangre y agua. Con esto he querido responder a lo que tú me preguntabas."


Oración:
Señor Dios, tú has mostrado a santa Catalina el amor infinito hacia todos los hombres, hechura de tus manos, que arde en tu corazón . Ella compartió generosamente esta revelación y la vivió en todas sus consecuencias hasta el heroísmo. Concédenos que podamos seguir su ejemplo, confiando en tus promesas y aumentando nuestra fe en tu presencia en cada sacramento, especialmente en el sacramento de tu perdón. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


De Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"