jueves, 23 de julio de 2015

Nunca dudes de su presencia


Cuando entres en el camino de la oración, piensa que merced a la gratuidad del amor del Padre has sido invitado a introducirte en el encuentro de comunión y de amor con Él.

Él te ha llamado porque quiere que conozcas su rostro de amor, Cristo Jesús, y junto a Él, con Él y en Él puedes entrar en la gran fiesta de comunión que es la Trinidad.

La Santa Trinidad te acoge en su seno. Allí tú, envuelto en presencia, inundado de amor, vives en la comunión incesante, participas en el proyecto salvador, compartes la plenitud de vida.

La Santa Trinidad está en tu corazón. Acógela con amor, sé testigo del don de ser habitado por Dios por medio de la misericordia, la comprensión, la ternura y la disponibilidad con las que acoges a los hermanos.

Expresa el don de Dios en tu disponibilidad para el servicio y el compromiso con los más necesitados. Son siempre los predilectos de Dios y han de ser, también, los tuyos.

Verás que, en la oración, Él va conduciendo tu alma y tu vida a vivir siempre en la presencia. Él vive en ti, Él quiere transformarte con su amor. Vive tú siempre en Él, abandónate a la obra del Espíritu en tu alma.

Nunca digas “No” al amor. Nunca dudes de su presencia. Abre tu alma y tu vida a los dones del Espíritu Santo. Para ello, vete haciendo la ruta del silencio con paciencia. Busca el silencio pero, sobre todo, espéralo, pues el silencio verdadero, el silencio interior, es un don del Espíritu Santo.

Que no falten en tu vida espacios de atención y escucha en los que te abandones al amor. Cuando ores, habla al Señor, pero nunca olvides que debes escucharlo. Él quiere hablarte al corazón para indicarte, incesantemente, las sendas que Él quiere que recorras en la vida.

Calla a ti mismo, calla a tus cosas, calla a tus proyectos. Vive sumergido en el proyecto de amor que Dios tiene para ti. Acepta todo cuando vayas recibiendo del Señor y de los hermanos en la vida.

En el Espíritu Santo, vive en la entrega plena y total a la voluntad del Padre.

Confía en el Espíritu, que te irá conduciendo hacia la realización plena del amor de Dios en tu vida. Busca en todo ser en Él y vivir en Él.

Que día a día puedas crecer en amor. Por ello, déjate de palabras, despójate de oraciones, que tu vida toda sea una oración inagotable, pues estás plenamente en la onda del Espíritu Santo.

No desees la oración para sentirla. Añora la súplica que sale de la vida y te envía, nuevamente, al compromiso de la vida. Para ello, que tu día se desenvuelva siempre en la alabanza, la acción de gracias y la súplica.

Alaba, sí, alaba al Señor. Que todos tus pasos vayan construyendo una ruta de alabanza, pues te mueves en Dios y por Él, vives en Él gracias al don del Espíritu Santo que mora en ti.

Nunca dudes de su presencia. Él siempre está. Busca reconocer sus pasos en la vida, su bondad y su ternura derramada en la creación y en los hombres.

Con Él serás capaz de transformar el mundo. Si estás lleno de la paz del Espíritu en tu alma, serás, aunque no te lo propongas, testigo y sembrador de paz.

Si eres nómada, viajero de geografías y culturas, y permites que los vientos de Dios rocen e impregnen tu piel y lleguen hasta la médula de tus huesos, serás testigo de la presencia de Dios en el mundo.

Si tu patria y tu casa es el camino, si vives en la añoranza de la verdadera Patria (el rostro del Señor), si no te instalas ni estableces tu domicilio en la provisionalidad de todo aquí en la tierra, estarás diciendo, con la palabra de tu vida, que todo ha de ser una gran peregrinación hacia el encuentro con Dios. Serás, entre tus hermanos, sacramento del encuentro en el Amor. Después ya podrás decir que este milagro no es obra tuya, sino obra del Espíritu que te habita.

Si te sabes buscado y sientes que una presencia está brotando en lo más hondo de tu ser como don inefable, inmaculado, transparente, podrás ofrecer a tus hermanos la invitación a dejarse invadir por el Espíritu que ya los habita. Ayudarás a descubrir el tesoro escondido en el amplio campo del alma, en las inmensas estepas de la tierra, en el corazón del bullicio en el que suele desenvolverse la vida de los hombres.

Si descubres que de ti nace una fuente, como un río donde todos pueden beber hasta saciarse, entenderás que ha sido el Señor quien ha llenado tu alma de esta agua viva que salta hasta la eternidad de vida que todos añoran. Esta vida que tú pudiste intuir en el Monte de Dios.

Si crees que en el más extraño de los rostros alguien aguarda veladamente a desvelarse y en tu disponibilidad lo acoges con la paz y la alegría con la que esperas cada amanecer, ayudarás a sembrar en el mundo la semilla de la esperanza.

Si sientes que de tu corazón brota a borbotones el torrente de la súplica; si el Espíritu te ha llenado de solidaridad y compasión, no apagues la llama de la súplica, no ceses de orar, intercede por todos y por todo. Que en tu alma tengan cabida todos, y que tu súplica alcance a todos los que peregrinan bajo el amplio techo del cielo.

Si en los éxodos cotidianos sabes que Él está ahí, que tú también estás ahí en las horas de calma y en el estruendo de la agitación, no olvides que esta realidad se produce en tu alma gracias al don del Espíritu. Abandónate a su influencia y piensa que has de ser testigo del Señor Jesús. Has contemplado su rostro en el Tabor: Él es el Hijo de Dios hecho hombre, que vive en la vida de los hombres y comparte sus inquietudes y problemas, sus ilusiones y esperanzas por amor. Siéntete invitado a ser testigo de Cristo. Hazlo con la encarnación y compromiso con el que vives tu relación con los hermanos.

Si nada te retiene ni eres prisionero de nadie. Si vives libre y desasido para atarte al compromiso de Cristo que se entrega en la cruz, recuerda que Él te liberó para que vivas en una plena y total libertad de entrega, en un abandono incondicional en las manos del Padre.

Si redimes el amor perseguido y encarcelado en los egoísmos y en los odios, en las opresiones y en las guerras, en las luchas y las falsas treguas, irás haciendo camino para que el Amor sea conocido, amado, buscado y deseado como cumbre final de toda ansia de amor.

Si descubres que todos los latidos, el del mar, el de las estrellas, el del fuego, el de la tierra entera es tu latido, tu único latido, verás que todo te lleva a reconocer que el alma de todos los latidos de la naturaleza y de la creación es el amor de Dios.

Si olvidas tu edad, las debilidades de tu cuerpo y la flaqueza de tu alma. Si te dejas absorber hacia dentro, vivirás la plenitud del encuentro primero que ha de realizase en tu vida: el encuentro contigo mismo y el encuentro con el Señor que está en la raíz de tu alma. Pudiste contemplar su rostro en el Tabor.

Si en lugar de inventariar diferencias te das cuenta de que, a la luz de tu mirada, se van borrando todas las separaciones y todo regresa a la unidad original, vete pensando que estás abriendo camino para que cada hermano pueda descubrir que el aliento que lo mueve todo es el soplo del Espíritu del Dios Amor.

Pudiste contemplar el rostro de Cristo Transfigurado en el Monte de Dios. En Cristo Jesús, el Señor, en el Espíritu Santo, que todo lo vivifica y en el Padre del amplio cielo de la misericordia puedes encontrarte a ti mismo. Lo encuentras a Él, se va realizando tu encuentro con los hermanos, y vas caminando hacia el “nosotros” de la comunión de todas las criaturas en Dios.

Abandónate en las manos del Padre.

Vive inundado por la presencia del Hijo.

Que el Espíritu Santo guíe y acompañe y mueva toda tu vida.

Que María, rostro femenino de Dios, misericordia convertida en ternura materna te conduzca hacia el corazón de la Trinidad.

Dios siempre está. En él, por Él y con Él vives y te renuevas en el encuentro de amor.


Fuente: abandono.com

martes, 21 de julio de 2015

"Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras"·(San Agustín)

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque cier­tamente no estabas en mi memoria antes que te co­nociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en Ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más di­versas. Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quie­ren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aque­llo que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nue­va, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba con­tigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían. Me llamaste y cla­maste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu per­fume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti.

Cuando yo me adhiera a Ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de Ti. Tú, al que llenas deTi lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de Ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis triste­zas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, señor! ¡Ten misericordia de mí! Con­tienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triun­fo. ¡Ay de mí, señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy mise­rable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las mo­lestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. porque, aunque goce en tolerarlo más quisiera, sin embargo, que no hubiese que tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lu­cha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que so­brevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pi­des y pídeme lo que quieras!

San Agustín, Confesiones, libro 10, 26, 37-29, 40

domingo, 19 de julio de 2015

Novena a la Virgen de Guadalupe

NOVENA
en honor de
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Patrona de las Americas

Comienza los días 3 de cada mes para terminar el día 12. 


Oración para todos los días: 

Puesto de rodillas delante de María Santísima, hecha la Señal de la Cruz, se dice el siguiente:
Acto de Contrición


"Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. Propongo  enmendarme y confesarme a su tiempo y ofrezco cuanto hiciere en satisfacción de mis pecados, y confío por vuestra bondad y misericordia infinita, que me perdonaréis y me daréis gracia para nunca más pecar. Así lo espero por intercesión de mi Madre, nuestra Señora la Virgen de Guadalupe. Amén. "

Hágase la petición: …

Récese cuatro Salves en memoria de las cuatro apariciones y luego se reza la oración de cada día.

Primer Día

"¡Oh Santísima Señora de Guadalupe! Esa corona con que ciñes tus sagradas sienes publica que eres Reina del Universo. Lo eres, Señora, pues como Hija, como Madre y como Esposa del Altísimo tienes absoluto poder y justísimo derecho sobre todas las criaturas.

Siendo esto así, yo también soy tuyo; también pertenezco a ti por mil títulos; pero no me contento con ser tuyo por tan alta jurisdicción que tienes sobre todos; quiero ser tuyo por otro título más, esto es, por elección de mi voluntad.

Ved que, aquí postrado delante del trono de tu Majestad, te elijo por mi Reina y mi Señora, y con este motivo quiero doblar el señorío y dominio que tienes sobre mí; quiero depender de ti y quiero que los designios que tiene de mí la Providencia divina, pasen por tus manos. Dispón de mí como te agrade; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Confío en tu benignidad, que todos se enderezarán  al bien de mi alma y honra y gloria de aquel Señor que tanto complace al mundo. Amén. 

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.


Segundo Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué bien se conoce que eres Abogada nuestra en el tribunal de Dios, pues esas hermosísimas manos que jamás dejan de beneficiarnos las juntas ante el pecho en ademán de quien suplica y ruega, dándonos con esto a ver que desde el trono de gloria como Reina de los Ángeles y hombres haces también oficio de abogada, rogando y procurando a favor nuestro.

¿Con qué afectos de reconocimiento y gratitud podré pagar tanta fineza? Siendo que no hay en todo mi corazón suficiente caudal para pagarlo.

A ti recurro para que me enriquezcas con los dones preciosos de una caridad ardiente y fervorosa, de una humildad profunda y de una obediencia pronta al Señor.

Esfuerza tus súplicas, multiplica tus ruegos, y no ceses de pedir al Todopoderoso me haga suyo y me conceda ir a darte las gracias por el feliz éxito de tu intermediación en la gloria. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Tercer Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! ¡Qué puedo creer al verte cercada de los rayos del sol, sino que estás íntimamente unida al Sol de la Divinidad, que no hay en tu casa ninguna cosa que no sea luz, que no sea gracia y que no sea santidad!

¡Qué puedo creer sino que estás anegada en el piélago de las divinas perfecciones y atributos, y que Dios te tiene siempre en su Corazón! Sea para bien, Señora, tan alta felicidad.

Yo, entre tanto, arrebatado del gozo que ello me causa, me presento delante del trono de tu soberanía, suplicándote te dignes enviar uno de tus ardientes rayos hacia mi corazón: ilumina con su luz mi entendimiento; enciende con su luz mi voluntad; haz que acabe yo de persuadirme de que vivo engañado todo el tiempo que no empleo en amarte  ti y en amar a mi Dios: haz que acabe de persuadirme que me engaño miserablemente cuando amo alguna cosa que no sea mi Dios y cuando no te amo a Ti por Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Cuarto Día

¡Oh Santísima María de Guadalupe! Si un ángel del cielo tiene por honra tan grande suya estar a tus pies y que en prueba de su gozo abre los brazos y extiende las alas para formar con ellas repisa a tu Majestad, ¿qué deberé yo hacer para manifestar mi veneración a tu persona, no ya la cabeza, ni los brazos, sino mi corazón y mi alma para santificándola con tus divinas plantas se haga trono digno de tu soberanía?

Dígnate, Señora, de admitir este obsequio; no lo desprecies por indigno a tu soberanía, pues el mérito que le falta por mi miseria y pobreza lo recompenso con la buena voluntad y deseo

Entra a registrar mi corazón y verás que no lo mueven otras alas sino las del deseo de ser tuyo y el temor de ofender a tu Hijo divinísimo. Forma trono de mi corazón, y ya no se envilecerá dándole entrada a la culpa y haciéndose esclavo del demonio. Haz que no vivan en él sino Jesús y María. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Quinto Día

¿Qué correspondía a quien es un cielo por su hermosura, sino uno lleno de estrellas? ¿Con qué podía adornarse una belleza toda celestial, sino con los brillos de unas virtudes tan lúcidas y tan resplandecientes como las tuyas?

Bendita mil veces la mano de aquel Dios que supo unir en ti hermosura tan peregrina con pureza tan realzada, y gala tan brillante y rica con humildad tan apacible. Yo quedo, Señora, absorto de hermosura tan amable, y quisiera que mis ojos se fijaran siempre en ti para que mi corazón no se dejara arrastrar en otro afecto que no sea el amor tuyo.

No podré lograr este deseo si esos resplandecientes astros con que estás adornada no infunden una ardiente y fervorosa caridad, para que ame de todo corazón y con todas mis fuerzas a mi Dios, y después de mi Dios a Ti, como objeto digno de que lo amemos todos. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Sexto Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! ¡Qué bien dice a tu soberanía ese tapete que la luna forma a tus sagradas plantas! Hollaste con invicta planta las vanidades del mundo, y quedando superior a todo lo creado jamás padeciste el menguante de la más ligera imperfección: antes de tu primer instante estuviste llena de gracia.

Miserable de mí, Señora, que no sabiéndome mantener en los propósitos que hago, no tengo estabilidad en la virtud y sólo soy constante en mis viciosas costumbres.

Duélete de mí, Madre amorosa y tierna; ya que soy como la luna en mi inconstancia, sea como la luna que está a tus pies, esto es, firme siempre en tu devoción y amor, para no padecer los menguantes de la culpa. Haz que esté yo siempre a tus plantas por el amor y la devoción, y ya no temeré los menguantes del pecado sino que procuraré darme de lleno a mis obligaciones, detestando de corazón todo lo que es ofensa de mi Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Séptimo Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! Nada, nada veo en este hermosísimo retrato que no me lleve a conocer las perfecciones de que te dotó el Señor a tu alma inocentísima. Ese lienzo grosero y despreciable; ese pobre pero feliz ayate en que se ve estampada tu singular belleza, dan claro a conocer la profundísima humildad que le sirvió de cabeza y fundamento a tu asombrosa santidad.

No te desdeñaste de tomar la pobre tilma de Juan Diego, para que en ella estampase tu rostro, que es encanto de los ángeles, maravilla de los hombres y admiración de todo el universo. Pues, ¿cómo no he de esperar yo de tu benignidad, que la miseria y pobreza de mi alma no sean embarazo para que estampes en ella tu imagen graciosísima?

Yo te ofrezco las telas de mi corazón. Tómalo, Señora, en tus manos y no lo dejes jamás, pues mi deseo es que no se emplee en otra cosa que en amarte y amar a Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Octavo Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué misteriosa y qué acertada estuvo la mano del Artífice Supremo, bordando tu vestido con esa orla de oro finísimo que le sirve de guarnición! Aludió sin duda a aquel finísimo oro de la caridad y del amor de Dios con que fueron enriquecidas tus acciones. Y ¿quién duda, Señora, que esa tu encendida caridad y amor de Dios estuvo siempre acompañada del amor al prójimo y que no, por verte triunfante en la patria celestial, te has olvidado de nosotros? 

Abre el seno de tus piedades a quien es tan miserable; dale la mano a quien caído te invoca para levantarse; tráete la gloria de haber encontrado en mí una misericordia proporcionada, más que todas, a tu compasión y misericordia. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.



Noveno Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué cosa habrá imposible para ti, cuando multiplicando los prodigios, ni la tosquedad ni la grosería del ayate le sirven de embarazo para formar tan primoroso tu retrato, ni la voracidad del tiempo en más de cuatro siglos ha sido capaz de destrozarle ni borrarle?

¡Qué motivo tan fuerte es este para alentar mi confianza y suplicarte que abriendo el seno de tus piedades, acordándote del amplio poder que te dio  la Divina Omnipotencia del Señor, para favorecer a los mortales, te dignes estampar en mi alma la imagen del Altísimo que han borrado mis culpas!

No embarco a tu piedad la grosería de mis perversas costumbres, dígnate sólo mirarme, y ya con esto alentaré mis esperanzas; porque yo no puedo creer que si me miras no se conmuevan tus entrañas sobre el miserable de mí. Mi única esperanza, después de Jesús, eres tú, Sagrada Virgen María. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.