La santidad de Jacinta, la admirable vidente de Fátima
Jacinta era una niña cuando la Santísima Virgen apareció en Fátima. Entra en la Historia a los siete años, precisamente a la edad que habitualmente se acostumbra señalar como la del comienzo de la vida consciente y de la razón. ¿En qué medida una criatura de esa edad es capaz de practicar la virtud? ¿Y de practicarla de modo heroico?
Atilio Faoro
La historia de la espiritualidad católica tiene ejemplos sorprendentes de santidad a corta edad: Santa María Goretti, martirizada a los once años con plena conciencia de lo que hacía; Santo Domingo Savio, que murió a los quince años.
Jacinta Marto —y su hermano Francisco— fueron beatificados el día 13 de mayo del 2000 en el Santuario de Fátima, por S. S. Juan Pablo II, después de un riguroso proceso canónico en Roma. ¿Cuál es el secreto de la santidad de Jacinta? El tema además de actual es altamente oportuno, al conmemorarse este mes el centenario del nacimiento de la más pequeña de los tres videntes.
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Jamás se verá en aquel sitio cosa igual: 70 mil personas, venidas de todos los rincones de Portugal, están reunidas, bajo la lluvia, en el lugar denominado Cova da Iría. ¿Qué ocurrió?
Es el día 13 de octubre de 1917. A duras penas, los tres pastorcitos intentan atravesar la multitud rumbo a sus humildes casas en Aljustrel. La menor de los niños —nuestra Jacinta— es conducida a través de atajos por un soldado, que la protege de las manifestaciones de entusiasmo de personas que desean verla y dirigirle la palabra. Miles de preguntas, pedidos de oración e intercesiones. Conversiones, lágrimas de alegría...
Los pequeños —Lucía, Francisco y Jacinta— no prestan atención a la multitud reunida, la cual ha presenciado el milagro del Sol al final de la última aparición. Sus mentes están tomadas por la sublimidad y por el esplendor del extraordinario hecho sobrenatural que hace poco acaban de contemplar. La Señora del Cielo, con quien hablaron en seis ocasiones, acababa de realizar el milagro prometido...
Desapego con relación a las alabanzas de los hombres
Jacinta Marto, con apenas siete años de edad, está dotada de una marcada seriedad. La frente fruncida indica profunda preocupación. Los ojos, que aún reflejan maravillosamente el brillo de lo que habían contemplado, están contraídos pero calmados, revelando un alma inclinada al recogimiento.
¿Qué decir de esta fisonomía? Tal vez Jacinta se esté acordando de los penosos caminos recorridos anteriormente en medio del desprecio, de los improperios y hasta de los golpes de aquellos que ahora están en medio de la multitud. No, la alegría del momento no la impresiona, ella conoce bien la inconstancia del espíritu humano. Su voluntad está puesta en Dios, en el cumplimiento de la voluntad divina, de tal modo que, después de las apariciones, llevó verdaderamente la vida de una gran santa. La Congregación para la Causa de los Santos constató: su voluntad era enteramente sumisa a la de Dios. ¡Cómo sería útil, particularmente para nuestros días, conocer la vida de esta niña!
El camino de la santidad
En el espacio de tiempo que va de los siete a los diez años, en que soportó heroicamente el fardo de la enfermedad que la llevaría a la muerte, Jacinta surcó el camino de la santidad. A una edad tan precoz conoció profundamente la realidad de la vida. Su existencia fue corta, aunque repleta de acontecimientos extraordinarios e incluso fascinantes. Describirla superaría los límites de este artículo. Tendremos pues que ceñirnos a los trazos distintivos de su alma, a algunas escenas de su vida y mencionar algunos testimonios.
Esta niña recorrió el camino de la santidad de tal forma, que sus padres y parientes llegaron a exclamar respecto a ella y a los otros dos videntes: “Es un misterio que no se logra comprender. Son niños como otros cualesquiera. Sin embargo, ¡se percibe en ellos un algo de extraordinario!” Sí, ¿qué había de extraordinario en esas criaturas que las personas (¡hasta hoy!) no consiguen entender?
¿Quién fue Jacinta Marto? La menor de una numerosa prole, nació el 11 de marzo de 1910. De naturaleza dulce, era una niña como las demás. Jugaba, cantaba, tenía sus defectos mayores o menores, su temperamento y, naturalmente, sus preferencias... hasta el 13 de mayo de 1917.
Oración y sacrificios rescatan a los pecadores
Después de aquel día, Jacinta emprendió un profundo cambio interior, una conversión de vida como Nuestra Señora había pedido. Las palabras de María Santísima impregnaron de modo indeleble su alma y pasaron a ser el contenido, el ideal de su vida. Más aún, colocó ese ideal en práctica.
“¡Haced penitencia por los pecadores! Muchas almas se van al infierno porque nadie reza y se sacrifica por ellas” — Tales palabras encontraron honda resonancia en Jacinta. ¡Con qué inquebrantable voluntad hacía penitencia! Aquí mencionaré algunos ejemplos de esta precoz y gran santa. No vacilaba en ayunar frecuentemente un día entero, sin comer o beber nada, entregando alegremente su pan a los niños pobres. Otros días, comía justamente aquello que más detestaba. Llevaba como penitencia una gruesa cuerda alrededor de la cintura. ¡Nada, ningún sacrificio le parecía demasiado grande, si se trataba de la salvación de las almas!
El pecado y el cielo en su espiritualidad
De hecho, se puede decir que la espiritualidad de Jacinta se fundaba en los pedidos formulados por la Santísima Virgen. Contiene dos aspectos importantes: 1) un claro concepto del pecado; y, 2) una noción muy definida de la belleza sobrenatural del cielo. Exactamente dos puntos con relación a los cuales nuestra época está inmensamente distante.
No se habla más de pecado. Esta palabra está siendo omitida en muchas catequesis y proscrita del pensamiento de las personas. Junto con eso, ¡necesariamente también está siendo eliminada la idea del propio Dios!Pues, ¿a quién ofende más el pecado, sino a la honra divina?
Estrechamente relacionado con este pensamiento viene el segundo punto: la noción clara de la belleza sobrenatural del cielo. Cuanto más intensamente un alma tenga esa noción de lo sobrenatural celestial, tanto más fácil será su correspondencia a los llamados de la Madre de Dios. Jacinta es un ejemplo concreto arrebatador de tal correspondencia. El mensaje de su vida nos convida a reconocer esos aspectos del mensaje de la Santísima Virgen y hacer de ellos el eje orientador de nuestras vidas.
Sus enormes penitencias salvaron a muchas almas
Profundamente impresionada por la visión del infierno y por el misterio de la eternidad, Jacinta no escatimó ningún sacrificio orientado a la conversión de los pecadores. En su enfermedad —una tuberculosis que la llevó a la muerte— ofrecía principalmente sus dolores: “Sí, yo sufro, no obstante ofrezco todo por los pecadores, para desagraviar al Inmaculado Corazón de María. Jesús, ahora puedes convertir muchos pecadores porque este sacrificio es muy grande”.
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Todos los que conocieron a Jacinta sentían cierto respeto por ella. Lucía, su prima, escribe: “Jacinta era también aquella [de los tres niños] a quien, me parece, la Santísima Virgen dio la mayor plenitud de gracias y conocimiento de Dios y de la virtud. Ella parecía reflejar en todo la presencia de Dios”.
Hasta en su dolorosa enfermedad se mostraba siempre paciente, sin ningún reclamo, enteramente desprendida. Conducta que no correspondía a su carácter natural. ¿Qué hacía posible en esta niña la práctica de tal fortaleza y manifestar semejante comportamiento?
La propia Jacinta da respuesta a esa pregunta cuando exclamaba: “Gusto tanto de Nuestro Señor y de Nuestra Señora que nunca me canso de decir que los amo. ¡Cuando yo digo eso muchas veces, me parece que tengo una lumbre en el pecho, pero no me quema!” ¡Su ardiente amor a Jesús y María! Ése fue el amor que transformó a Jacinta y que hizo de ella una copia fiel de las virtudes de la Virgen Santísima.
Último sacrificio: con la muerte, el aislamiento
Tan heroica fue la muerte cuanto la vida de Jacinta, ocurrida en un hospital de Lisboa, completamente sola. Esto fue objeto de una de las últimas previsiones recibidas por Jacinta, directamente de la Santísima Virgen. ¡Con qué valentía conservó la niña este pensamiento! Dejémosla narrar esta profecía, confiada por ella a Lucía:
“Nuestra Señora me dijo que voy a Lisboa a otro hospital; que no te vuelvo a ver, ni a mis padres tampoco. Que después de sufrir mucho moriré sola. Pero que no tenga miedo, que Ella me irá a buscar para ir al cielo”.
La Madre de Dios anunció también el día y la hora en que había de morir. Cuatro días antes, la Santísima Virgen le retiró todos los dolores. Como nadie estuvo presente en ese grandioso momento, apenas podemos imaginar la escena. ¿Cómo habrá sido la recepción de este pequeño lirio en el cielo?
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Delante de la Santísima Virgen, aquel rostro virginal no estará más contraído por el sufrimiento, sino resplandeciente en presencia de Aquel que fue el fundamento de su vida: “¡Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la lumbre que tengo acá dentro del pecho y que me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!”
De qué manera el conocimiento de la vida de Jacinta actúa sobre las almas, puede deducirse de las palabras del padre Luis Kondor S.V.D., actual vice-postulador de la causa de canonización de los hermanitos Marto: “Nunca en la Historia de la Iglesia dos niños fueron tan conocidos y estimados como Francisco y Jacinta. Ellos han traído a innumerables almas al camino de la perfección”.
Deseamos que la vida de Jacinta tenga una gran difusión ¡para la salvación de las almas y el próximo triunfo del Inmaculado Corazón de María!
Analogía entre las acciones ejercidas por la Santísima Virgen sobre los pastorcitos de Fátima y la humanidad
Extractos de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira para socios y cooperadores de la TFP, el 13 de octubre de 1971. Sin revisión del autor.
La verdadera directora espiritual de Jacinta, Francisco y Lucía fue, esencialmente, la Santísima Virgen. La bondadosa Señora de la Cova da Iría tomó a su cargo la realización de esa obra maestra y, como no podía dejar de ser, la llevó a cabo con pleno éxito. De sus manos prodigiosas salieron tres ángeles revestidos de carne, pero que, al mismo tiempo, eran tres auténticos héroes. La materia prima era de una plasticidad admirable y de la Artista, ¿qué más se puede decir? En su escuela los tres serranitos dieron en breve tiempo pasos de gigantes en el camino de la perfección.
En ella se verificaron al pie de la letra las palabras de un gran devoto de María, San Luis María Grignion de Montfort. En la escuela de la Virgen, el alma progresa más en una semana que en un año fuera de ella. La pedagogía de la Madre de Dios no tiene comparación. En dos años la Virgen Santísima consiguió erguir a los dos hermanitos —Francisco y Jacinta— hasta las cumbres más elevadas de la santidad cristiana. El retrato que la mano segura de Lucía nos traza de Jacinta es revelador:
“Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traslucir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de personas de edad avanzada y de gran virtud. No le vi nunca aquella excesiva liviandad y el entusiasmo propios de las niñas por los adornos y bromas.
“No puedo decir que los otros niños corriesen hacia ella, como lo hacían hacia mí, eso tal vez porque la seriedad de su porte era demasiado superior a su edad. Si en su presencia algún niño, o incluso personas mayores, decían alguna cosa, o hacían cualquier acción menos conveniente, las reprendía diciendo: «No hagan eso que ofenden a Dios Nuestro Señor, y Él ya está tan ofendido»”.*
* Del libro del padre Demarchi, Era una Señora más brillante que el sol..., Seminario de las Misiones de Nuestra Señora de Fátima, Cova da Iría, 3ª edición.
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Comentarios de Plinio Corrêa de Oliveira
Este trecho presenta una gracia señalada, porque él nos indica una porción de aspectos grandes y pequeños de la obra de la Santísima Virgen con relación a esos tres niños.
La obra de Nuestra Señora sobre el alma de los videntes, ¿no indicará la acción que Ella ejercerá en el futuro sobre la humanidad?
Pero nosotros debemos, ante todo, considerar el valor simbólico de la obra de María Santísima en los niños. Se equivocan aquellos que imaginan que tal obra es apenas sobre tres niños; es una obra que transformó suavemente esos niños, de un momento a otro, por el simple hecho de las reiteradas apariciones de la Señora de Fátima...
Aquí tenemos algo parecido al Secreto de María de que habla San Luis Grignion de Montfort, es decir, una de esas acciones profundas de la gracia en el alma, acciones que se desarrollan sin que la persona se dé cuenta; ella se va sintiendo cada vez más libre, cada vez más expedita para practicar el bien, y los defectos que la cohíben y la sujetan al mal se van disolviendo.
Y la persona crece en el amor de Dios, crece en el deseo de dedicarse, crece en oposición al pecado. Pero todo eso se da maravillosamente dentro del alma, de manera que ella no traba las grandes y metódicas batallas de la ascensión admirable al cielo, a la virtud, a la santidad de aquellos que luchan de acuerdo con el sistema clásico de la vida espiritual; sino que, la Santísima Virgen las cambia de un momento a otro.
Y si la obra de Nuestra Señora en Fátima, especialmente con estos dos niños llamados para el cielo, fue una obra así, bien podemos preguntarnos si esto no tiene un valor simbólico, y no indica cual será la acción de la Santísima Virgen sobre toda la humanidad, cuando Ella cumpla las promesas hechas en Fátima...
Y, por lo tanto, si nosotros no debemos ver en la santificación de esos niños un comienzo del Reino de María, como siendo el triunfo del Inmaculado Corazón sobre dos almas que fueron pregoneras de la gran revelación de Nuestra Señora, y que después ayudaron en el cielo —y aún ayudan, por sus sacrificios y oraciones en la tierra y después sus oraciones en el cielo— enormemente a las almas a aceptar el mensaje de Fátima.
Esta primera observación me parece que conduce directamente a lo siguiente: si ello es así, entonces Francisco y Jacinta son los intercesores naturales para pedir, para obtener de la Santísima Virgen que comience el Reino de María en nosotros desde ahora, por esa transformación misteriosa que es el Secreto de María.
Debemos, pues, pedir insistentemente —tanto a Jacinta como a Francisco— que comiencen a transformarnos, a concedernos los dones que ellos recibieron, y que ellos velen, especialmente por su oración en la Tierra, por aquellos que tienen la misión de predicar el mensaje de Fátima, de vivirlo, como sucede con nosotros.
A ese respecto, sería muy importante decir una palabra sobre la relación entre el mensaje de Fátima y la campaña de Fátima. Ya fue mil veces dicho entre nosotros, que nuestra vida espiritual crece en la medida en que tomamos en serio el hecho de que el mundo actual está en una decadencia lamentable y que se avecina su ruina. De que tal ruina representa la aplicación de los castigos previstos por la Virgen María en Fátima y que, en consecuencia, cuanto más nos coloquemos en esa perspectiva, tanto más nuestra vida espiritual se enfervoriza. Por el contrario, cuanto más nos apartamos de esa visión, tanto más nuestra vida espiritual decae...
Así, podemos, por intermedio de Francisco y Jacinta, decir a la Santísima Virgen: Venga a nosotros vuestro Reino, ¡pero venga, Señora, venga urgentemente a nosotros vuestro Reino!”
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