domingo, 13 de marzo de 2016

La mujer adúltera: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra"


Del santo Evangelio según san Juan  8, 1-11


La mujer adúltera

8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.
8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?"
8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"
8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".


Reflexión

Pbro. Dr. Enrique Cases 

9 julio 2008



Dura fue la historia de la mujer adúltera. Su historia es la de una mujer débil situada en medio de una conspiración contra Jesús. Ella era pecadora sin género de dudas, pero el problema que se pretende plantear a Jesús es de mucho más calado: los escribas y fariseos buscan un pretexto para derrotar a Jesús, sorprenderle en una situación sin salida y humillarle como un falso Maestro o rechazarle como un falso Mesías.

Los evangelios lo narran así: Los escribas y fariseos trajeron una mujer sorprendida en adulterio y poniéndola en medio le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio? Moisés en la Ley nos mandó la pidar a éstas: ¿tú qué dices? Juan aclara lo que por otra parte parece patente ésto lo decían tentándole, para tener de qué acusarle.

La situación es un poco ridícula, pues si habían sorprendido a aquella mujer en un delito y sabían cual era la pena ¿por qué no aplican ellos mismos el castigo que tan bien conocen?. Dos detalles muestran su malicia y su hipocresía: llaman Maestro a Jesús cuando sólo buscan destruir su magisterio, y añaden al delito de la mujer el adjetivo de flagrante, aparentando que sólo buscan la justicia.

El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte; y el Deuteronomio añade que los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos. Estas eran la penas establecidas por la Ley.

Sorprende que sólo la mujer esté detenida y no se diga nada del hombre, ya que si el adulterio es flagrante es fácil que hubiesen detenido a los dos. Cabe pensar en una estratagema preparada para sorprender a Jesús en la que la mujer es víctima -aunque fuese culpable- de un complot. La realidad era que estas penas tan duras previstas por la Ley no se solían aplicar, pero contradecirlas equivalía a ir contra la palabra y la voluntad de Dios. Por otra parte el Maestro perdonaba una y otra vez, como se ve en el caso de la Magdalena pecadora pública, y es de suponer que lo mismo ocurriría en muchos otros casos. El pueblo veía a Jesús con un corazón y unos hechos misericordiosos y le querría por ello; si Jesús consiente en la lapidación desaparecería esta atracción amable ante los ojos de los sencillos. Negar la lapidación le convertiría en negador de la Ley. La trampa parecía perfecta y sin escapatoria, igual se contradecía a sí mismo con un sí que con un no.

La mujer debía estar destrozada ante los ojos de todo aquel grupo. De un lado los fariseos y los escribas que se irían creciendo en sus acusaciones ante el silencio de Jesús, como si se dijesen: "ya le hemos vencido" o "no sabe que hacer, gritemos más". Oiría aquellas voces que unidas a las de su conciencia la llenaría de temor y angustia. No se incurre en el adulterio de repente y por sorpresa. Su pecado sería un deslizamiento paulatino, hasta que la impureza la ciega y cede a su debilidad y a la solicitud del adúltero con el que cayó. O era infiel a su marido o pecaba con un hombre casado. En ambos casos la gravedad del pecado impuro es mayor y más premeditado. No cabe invocar una fragilidad momentánea, sino que se advierte una advertencia bastante clara y una voluntariedad decidida. Es cierto que ante la violencia de la tentación el pecador invoca excusas variadas: que si lo hace por amor, que si su marido no la comprende o la trata mal, o la piedad por aquel que quiere estar con ella. Lo cierto es que la situación es enormemente vergonzosa. Siempre la impureza lo es, pero ser sorprendido y ser juzgado en público sería una situación realmente embarazosa. A la vista de todos, la mujer estaría destrozada. Muchos ojos la perforaban con aparente fervor por la justicia. ¿Qué haría el Maestro? Ella se da cuenta de que no hay salida. ¡Qué loca he sido! Fragilidad, tontería, amor; ahora ¡qué mas da! el placer es efímero, sólo quedan las consecuencias.¡Qué loca he sido! Y no se atrevería a mirar a ningún sitio, estaría acurrucuda, con los ojos en el suelo, esperando la sentencia que ya antes había dictado su misma conciencia.

Poco les importaba a los fariseos y a los escribas la situación de la mujer. Era un instrumento para poner un cerco a Jesús, y nada más. El silencio de Jesús es inesperado, pues inclinándose, escribía con el dedo en la tierra. No mira a nadie, parece hacerse el desentendido. Pero en realidad está preparando un juicio severísimo sobre aquellos hipócritas que insistían en preguntarle. Aquellos hombres no les importa manipular las personas ni la verdad. Jesús les enfrentará con su propia conciencia en el momento más oportuno.

Antes de pasar a la sorprendente respuesta de Jesús conviene reflexionar sobre algo muy de nuestro tiempo: la manipulación del escándalo. Algunos se convierten en jueces y procuran sacar a la luz pública escándalos con verdad o sin ella. Unas veces es por la morbosidad de las cuestiones que venden y así extraer unos beneficios; otras para hundir personas aireando sus defectos privados; otras falseando la verdad y propalando calumnias y difamaciones que manchan el honor y la fama de sus víctimas. Son auténticos negociadores de la sospecha. Se crea así un clima malsano de mentira y deformación. Se juega con las personas y con su intimidad, unas veces por dinero, otras por juegos políticos, otras por motivos ideológicos o religiosos. El lema puede ser "todo vale" y cuanto mejor revestido de bondad esté, mejor. ¿Y las personas? No importan, solo cuenta el provecho que se pueda sacar de aquel escándalo, o de aquella murmuración, o de aquella calumnia.

Este el caso de aquellos acusadores de la mujer adúltera, aunque en este caso no fuese calumnia sino verdad. Jesús irá al fondo de la cuestión, con su respuesta quedará claro que ellos no buscan la verdad y la justicia sino hacer daño Jesús, aun a costa de hundir a aquella mujer o matarla.

Pero como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado que tire la primera piedra.

Jesús pide que juzguen ellos, o mejor que juzgue el inocente.“El dilema que se planteaba era legal, pero después de la apelación de Jesucristo -quien tenía derecho para hacer que se ejecute la sentencia-, el juicio se suspende legalmente por falta de jueces”

Jesús al levantarse les miraría uno a uno. Dura debió ser la mirada del Señor. Llegaría hasta lo más hondo de su conciencia. Sería como decirles: Hablemos claro, digámoslo todo, empezando por vuestros pecados, ¿queréis un juicio público? Pues tengámoslo.

La conmoción debió ser grande. Jesús pasa de una cuestión legal a una cuestión de conciencia. No es difícil imaginar su mirada indignada ante los aparentes defensores de la justicia. El evangelista señala que al oírle, se iban marchando uno tras otro, comenzando por los más viejos. Con su palabra se disuelve el grupo. Aunque sigan en un primer momento juntos, cada uno es colocado ante su conciencia, sin excusas ni tapujos. La mirada de Jesús iría a los más insistentes y sin palabras les haría saber que conocía sus obras; si alguno se hubiese atrevido a hablar, o a arrojar la primera piedra, le hubiera detenido con la enumeración de pecados que le hacían más reo de pena que la mujer. El detalle de la marchar de los más viejos en primer lugar es significativo; quizá lo hicieron así porque tenían más pecados, o porque se dan más cuenta de que Jesús es muy capaz de ponerlos en evidencia ante todos. Al ver marchar a los demás cada uno pensaría en su vida y no estaría dispuesto a ser sujeto de un juicio público. ¡Qué distintas hubiesen sido las cosas si se hubiesen decidido a ser limpios en conciencia ante Dios!

La respuesta de Jesús se adaptaba plenamente a la Ley que indicaba que los testigos del delito tenían que arrojar las primeras piedras. San Agustín comenta así la respuesta del Señor Mirad que respuesta tan llena de justicia, de mansedumbre y de verdad. ¡Oh verdadera contestación de la Sabiduría! Lo habéis oído: Cúmplase la Ley, que sea apedreada la adúltera. Pero ¿cómo pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores? Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a a confesarse pecador. Sufra el castigo aquella pecadora, pero no por manos de pecadores; ejecútese la Ley, pero no por sus trasgresores. Eran testigos, pero no podían ser jueces, porque también eran pecadores.

Juan concluye la escena diciendo: y quedó sólo Jesús y la mujer, de pie, en medio. Jesús se incorporó y le dijo: "Mujer ¿donde están? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella respondió: "Ninguno, Señor". Díjole Jesús. "Tampoco yo te condeno; vete y desde ahora no peques más".

Jesús siendo el Justo no condena; en cambio aquéllos, siendo pecadores, dictan sentencia de muerte. San Agustín comenta así la escena: Sólo dos quedan allí: la miserable y la Misericordia. Y el Señor, después de haber clavado el dardo de su justicia en el corazón de los judíos, ni se digna siquiera mirar cómo van desapareciendo, sino que aparte de ellos su vista y vuelve otra vez a escribir en la tierra. Cuando se marcharon todos y quedó sola la mujer, levantó los ojos y los fijó en ella. Ya hemos oído la voz de la justicia:oigamos también la voz de la mansedumbre. ¡Qué aterrada debió de quedar aquella mujer cuando oyó decir al Señor" "el que de vosotros esté sin pecado, que lance la piedra el primera", porque temía ser castigada por Aquel en el que no podía hallarse pecado alguno. Más el que había alejado de sí a sus enemigos con las palabras de la justicia, mirándola con ojos de misericordia, le pregunta: ¿Ninguno te ha condenado" contesta ella: "Ninguno, Señor". Y El: Ni yo mismo te condeno; yo mismo de quien temiste tal vez ser castigada, porque en mí no hallaste pecado alguno. "Tampoco yo te condeno". Señor, ¿qué es esto? ¿Favoreces tú a los pecadores? Claro que no. Mira lo que sigue: Vete y desde ahora no peques más. Por tanto dio sentencia de condenación contra el pecado, no contra la mujer. 

Vete y no peques más. Así despide el Señor a aquella mujer acosada. La deja marchar, pero le recuerda la gravedad de su pecado, y que si no lucha puede volver a reincidir. A la Magdalena -pecadora arrepentida – le dice: Vete en paz, porque se arrepintió libremente. Sólo puede marchar en paz quien acudió arrepentido. La mujer adultera acudió forzada y utilizada por un grupo de hombres con la conciencia deformada. Jesús aprovecha la maldad de aquellos hombres para intentar que vuelva a la vida recta una persona pecadora. Una lección más podemos aprender: sacar de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La adúltera tiene la oportunidad de aprovechar sus errores y los de sus perseguidores en una conversión fruto de un encuentro con Jesús de lo más sorprendente.

Fuente: www.encuentra.com


viernes, 11 de marzo de 2016

El regreso del hijo pródigo: cuaresma es tiempo de conversión

Un Padre con corazón de madre
Cuaresma y Semana Santa

Lucas 15, 1-3, 11-32. 4to.Domingo Cuaresma Ciclo C. ¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?

Por: P. Sergio A. Córdova | Fuente: Catholic.net 


Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús todos los publicanos y los pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."


Oración introductoria
Señor, no merezco tu misericordia porque no he sabido corresponder. La tentación y mi debilidad me llevan a actuar como los hijos de esta parábola. Sé, creo y confío en que Tú estás aguardando este momento de oración para obsequiarme tu gracia, permite que sepa acogerla y aprovecharla para poder crecer en el amor.

Petición
Señor, ayúdame a volver a Ti cada día, como lo hizo el hijo pródigo.


Reflexión

Nos encontramos ante una de las parábolas más bellas y conmovedoras que brotaron de los labios de Jesús. Me gusta imaginar a los discípulos escuchando a nuestro Señor esta hermosa historia, y mirar sus reacciones, los gestos de su rostro, medir el tamaño de su admiración. Estoy seguro de que les habrá impactado enormemente. Yo recuerdo que, cuando era todavía muy niño, me encantaba escucharla.

Un autor espiritual contemporáneo, Henri Nouwen, escribió el año 1994 un libro estupendo, titulado "El regreso del hijo pródigo". Es de carácter autobiográfico y nos narra la profunda reacción interior que suscitó en él la contemplación de un cuadro de Rembrandt, que inmortaliza el instante en que aquel hijo pródigo, con los vestidos y el corazón hechos harapos, llega a la casa paterna, se postra ante su padre y recibe aquel maravilloso abrazo de perdón. El cuadro es sumamente expresivo y habla por sí solo. Es impresionante el rostro profundamente conmovido del anciano padre, la ternura inmensa con que lo acoge y la postración del hijo que, quebrantado y arrepentido, se reconcilia con él. Mientras tanto, el hermano mayor, de pie, soberbiamente erguido, a una cierta distancia, observa con mirada crítica, dura y altanera la escena del encuentro. Él, ciertamente, no está de acuerdo con lo que hace el padre, lo juzga en su interior y no acepta ese comportamiento. En este libro, el autor nos abre la intimidad de su alma, nos describe su propia experiencia de conversión y su itinerario espiritual hacia Dios. Vale la pena leerlo.

Muchos Santos Padres, teólogos, exegetas y autores espirituales han comentado este pasaje a lo largo de la historia, y han sacado de él abundantísimas lecciones para su propia vida y para enseñanza de los cristianos. Sería interesante detenernos a comentarlo detalle por detalle, pero no nos es posible ahora. Esta meditación podría ser objeto de unos ejercicios espirituales.

Georges Chevrot, al fijar su mirada en los hijos de la parábola, escribe: "Yo me preguntaría a cuál de los dos hijos nos gustaría parecernos. El uno no había sabido guardar su alma; el otro no había sabido entregar su corazón. Ambos han contristado a su padre; ambos se han mostrado duros con él; ambos han ignorado su bondad. El uno por su desobediencia, el otro a pesar de su obediencia. ¿A cuál nos gustaría parecernos? ¿Al disipador? ¿Al calculador? No hay en la parábola un tercer hijo al que pudiéramos referirnos y, por lo tanto, nos vemos obligados a convenir en que somos el uno o el otro… O tal vez el uno y el otro".

Si somos sinceros con nosotros mismos, tenemos que vernos retratados en la parábola. Y casi siempre nos ponemos en el papel del hijo menor: el ingrato, el pecador, el que se marcha de la casa del padre y, después de gastar toda la herencia y vivir disolutamente, vuelve al padre, con el alma hecha pedazos, a pedirle de rodillas perdón.

Pero tal vez nunca nos hemos visto reflejados también en la figura del hijo mayor: el hijo soberbio, orgulloso, altanero, frío e inmisericorde. Ese hijo tiene el corazón de piedra, y ni la bondad del padre es capaz de romper tanta dureza. Vive en la casa del padre, pero no ama al padre; tolera su señorío y más parece un esclavo, un jornalero a la fuerza que un verdadero hijo. Lo critica en su interior y se convierte en un juez implacable; no condivide con el padre lo que él más ama y se muestra envidioso de su bondad y de su generosidad. Se siente injustamente tratado y mal pagado, y se queja amargamente con aquella dura recrimación que, sin duda, contrista hondamente el corazón de su padre: "Mira, en tantos años como te sirvo, nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos"... Y luego le echa en cara la liberalidad con que acoge al hijo, repudiándolo él como hermano: "y cuando regresa ese hijo tuyo, le matas el ternero cebado". Ya no lo considera su hermano -tal vez nunca lo ha considerado así- y, con esto, está diciéndole al padre que no era realmente su padre, puesto que su hermano no era realmente su hermano. Se siente ofendido por la "injusticia" del padre hacia él.

Pero lo más hermoso de la historia es el comportamiento maravilloso del padre. No sólo no impide que el hijo menor se marche de casa, sino que le da, sin protestar, toda la herencia que le corresponde. ¿Qué padre hace eso y se humilla ante una petición insensata y caprichosa de un hijo? Cualquiera de nosotros le hubiera dado un buen bofetón a ese hijo por tamaña insolencia. Y el padre de la parábola no. Le da la herencia y, en vez de maldecirlo, amenazarlo y romper con él –como habría hecho cualquier padre de la tierra- éste vive esperando el día del retorno de aquel hijo ingrato. Sabía que volvería, porque no podría vivir fuera de casa. Y el padre lo espera y se sube a la azotea del palacio todos los días a ver si su hijo volvía. ¡Qué locura de amor, de piedad, de compasión y de misericordia!

Bruno Maggioni, un escriturista contemporáneo, ha publicado recientemente un libro muy sugestivo, titulado: "Un padre con un corazón de madre". Y es un bello comentario a esta parábola de nuestro Señor. El protagonista de la historia no es el hijo pródigo, sino el Padre de las misericordias.

¡Qué gran fiesta organiza cuando el hijo, por fin, llega de nuevo a casa! Cuando lo ve venir, todavía a lo lejos, se lanza a correr desde la azotea del palacio y le sale al encuentro con los brazos abiertos, se echa a su cuello con inmensa ternura y lo cubre de besos. Y enseguida comienza a dar órdenes de fiesta: "Pronto, sacad enseguida el mejor traje y vestídselo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies". Lo primero que hace es restablecerle en su antigua dignidad de hijo del rey. El vestido lo eleva a la condición de huésped de honor; el anillo es el signo de plenos poderes y las sandalias de su categoría de hombre libre. Y continúa: "Traed el ternero cebado y matadle, y celebremos un banquete". ¡Que venga la música y comience el baile!

Es admirable el inmenso poder de la ternura: destruye lo pasado, regenera, da nueva vida. El hijo aquel venía a la casa del padre con la intención de ser un esclavo más, y se ve elevado a la categoría de hijo predilecto, con plenos poderes, y restituida toda su dignidad. Si nosotros hubiéramos tenido que inventar una parábola para hablar de la bondad de Dios y para contar cómo perdona Él, seguramente hubiésemos sido mucho más cautos. Pero el amor de Dios es un amor sin límites, un amor infinito, una ternura que desborda las barreras de lo imaginable.

¡Éste es el Dios Padre, que nos sigue invitando a la conversión en esta Cuaresma! "Conversión" significa, precisamente, "volver a Dios", como el hijo pródigo; o volver con todo el corazón al Padre, como el hijo mayor, aunque nunca nos hayamos marchado de la casa fisicamente, pero sí con el corazón. ¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre tan infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?

Propósito
Conocer la vida de san José, o iniciar una novena para preparar su fiesta, por ser un modelo de esposo y padre.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por esta oración, por este domingo en que deseo ardientemente contemplar y apreciar tu misericordia para dejarme transformar por tu amor, imitando la docilidad de san José quién siempre supo escuchar y cumplir tu voluntad. Permite que sepa aprovechar este día para «volver» y rectificar el mal que he podido hacer.

Preguntas o comentarios al autor  P. Sergio Cordova LC


viernes, 4 de marzo de 2016

Frutos del sacramento de la Confesión


Diez frutos de la confesión frecuente

Es nuestra manera de “lavarle los pies” al Señor con nuestro arrepentimiento, y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora.


Por: P. Eduardo Volpacchio | Fuente: Catholic.net 


Meditación de Lc 7, 36-50
Lucas  7: 36 - 50

36Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa.
37Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume,
38y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
39Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»
40Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» El dijo: «Di, maestro.»
41Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.
42Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?»
43Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» El le dijo: «Has juzgado bien»,
44y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.
45No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.
46No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume.
47Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.»
48Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.»
49Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?»
50Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»

Jesús en casa de Simón. Una mujer convertida (pecadora dice San Lucas, en realidad una ex-pecadora y, por cierto, muy arrepentida) llora a sus pies. No creo que quisiera lavar los pies del Señor, sino simplemente besarlos mil veces, sin querer ni poder contener las lágrimas. El arrepentimiento de amor. Llora sus pecados, llora de amor.

Simón no se da cuenta de lo que está pasando.

Y piensa que es Jesús el que no se da cuenta.

A Simón le desilusiona que Jesús no se dé cuenta de que es una pecadora.

Y él no se da cuenta de que ya no lo es más.


Qué curioso somos los hombres: pensamos que Dios no se da cuenta, cuando los que no nos damos cuenta somos nosotros.

Jesús lo trae a la realidad con una parábola acerca de dos deudores insolventes. ¿Quién amará más? El perdón y el amor. A quién ama más, se le perdona más. A quien se le perdona más, ama más. Una simple regla de proporciones directas. A quien se le perdona menos ama menos. Una ley del amor.

Mandándonos el primer mandamiento el crecimiento del amor, nos interesa mucho esta ley de proporciones del amor.

Jesús no dice que a quien se le perdonan cosas más graves, ama más. No, no es cuestión de dedicarnos a pecar a bestia, para llegar a amar más.

Simplemente al que se le perdona mucho, ama mucho.

Llamativamente, Jesús reclama a Simón una serie de desatenciones: lavado de pies, beso, unción con perfume… ninguna de ellas representa un pecado, ni siquiera venial. Pero Jesús no lo deja pasar porque son faltas de amor. ¿No tendrá acaso Simón que pedir perdón por ellas?

El que ama mucho, se le perdona mucho. ¿Por qué? Porque su amor le lleva a descubrir muchas pequeñas cosas que duelen. Duelen porque ama. Y, porque duelen, ve la necesidad de pedir perdón. Y porque lo pide, se le perdonan. Porque se le perdonan, ama más. ¡Un círculo virtuoso! Descubrir desamor, dolerse, pedir perdón, ser perdonado; entonces amar más, y con más amor se descubrir el desamor...

Amar significa hacer feliz a la persona amada, y esto incluye necesariamente querer “ahorrarle” hasta las pequeñas molestias de nuestros defectos que no acabamos de poder evitar... Y, como no acabamos de poder evitarlos, en cuanto nos damos cuenta, pedimos perdón, para entrar así gozosamente de nuevo en este círculo virtuoso de amor.


Sentido de la confesión frecuente

¿Qué tiene que ver la confesión con todo esto?

Es nuestra manera de “lavarle los pies” al Señor con nuestro arrepentimiento, y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora.

A quien se le perdona mucho, ama mucho. Queremos que el Señor nos perdone todos nuestros pecados y también las faltas de amor e imperfecciones que “no llegan” a la categoría de pecado. Porque amamos mucho y queremos amar más todavía.

La Iglesia siempre ha recomendado la práctica de la confesión frecuente (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,  1458).

¿Por qué? ¿Para qué? No porque sea necesario para comulgar –obviamente si estamos en gracia-. Y tampoco porque tengamos miedo al infierno. Sino como delicadeza de amor.

No porque seamos escrupulosos, y veamos en todo pecados gravísimos. Sabemos que el pecado grave es grave; en cambio el venial, es venial; y las imperfecciones, simples faltas de amor. Pero, el amor hace que también nos duelan las faltas pequeñas, sabiendo que son pequeñas.

Para crecer en delicadeza de conciencia. Para crecer en el amor.

Hay quienes, por más que buscan, no encuentran pecados en su vida. Otros, en cambio se duelen, de fallarle al Señor en cosas pequeñas. Es cuestión de amor.

La confesión no existe sólo para perdonar pecados graves, es un medio excelente de santificación: divino. El lugar de encuentro con la Misericordia infinita de Dios. Y nos interesa mucho vernos inundados por ella. Purificados por la gracia. Santificados por su amor.

Enséñame Señor a Perdonar

Diez frutos de la confesión frecuente

1. Por el hecho de ser un sacramento, su principal efecto es aumentarnos gracia santificante, es decir, la participación de la vida divina en nuestra alma. Y junto con al gracia, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y los dones del Espíritu Santo.


2. Este encuentro con la misericordia infinita de Dios va purificando cada vez más nuestra alma. La confesión va remitiendo de parte de la pena temporal debida por nuestros pecados.


3. Con los consejos y aclaraciones que nos dan, ayuda a formar la propia conciencia.


4. La confesión supone varios actos de humildad: hacer examen de conciencia, sinceridad al acusarse de los pecados, superar la vergüenza, obediencia al cumplir la penitencia. Por eso nos hace crecer en esta virtud.


5. Nos permite reconocer mis faltas pequeñas concretas y pedir perdón por ellas. ¿Qué críticas hice hace tres meses? No lo recuerdo. ¿Distracciones u omisiones voluntarias en la oración? ¿Discusiones, ironías faltas de caridad, etc.? En concreto, no me acuerdo. Sé, en general, que debo haber fallado en esas cosas... pero en concreto, sería imposible acordarse. De mis faltas más “gordas” puedo acordarme, pero no de las más comunes, de las que entonces no me arrepentiría por olvido. Más allá que la confesión me perdone también las faltas que sin culpa propia no puedo confesar por olvido, y que Dios nos perdona mucho más de lo que somos capaces de darnos cuenta, sacaríamos mucho más provecho para nuestras almas si las tuviéramos en cuenta.


6. Lo dicho en el número anterior, explica que nos haga crecer en conocimiento propio: la confesión frecuente lleva consigo el examen habitual de nuestra vida. Puedo conocer mejor en qué tengo que mejorar, qué defectos tengo que superar, etc.


7. Nos ayuda a luchar por ser santos. Todos tenemos experiencia de nuestra poca “autonomía de vuelo” y de hecho, nos esforzamos especialmente por mejorar en los períodos de tiempo cercanos a la confesión. Con el paso del tiempo con facilidad vamos aflojando en ese empeño. La explicación es que la confesión nos da una gracia específica para luchar en las cosas en que nos confesamos: Dios no sólo nos perdona, sino que de alguna manera se compromete en ayudarnos a superar esa dificultad. Así la confesión frecuente se convierte en un “arma” indispensable en el camino de la santidad.


8. Recibir la misericordia divina, nos impulsa a ser también nosotros misericordiosos con los demás.


9. Si procuramos confesarnos habitualmente con el mismo confesor, nos conocerá mejor, lo que permitirá que sus consejos sean más personales según las necesidades de nuestra alma.


10. Nos llena de alegría y paz interior.


¿Cada cuanto sería bueno que me confiese?

En general no hay reglas fijas. El único punto de referencia es la obligación que nos señala la Iglesia de hacerlo al menos una vez al año (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1457).

Dependerá de las necesidades de cada alma y de la facilidad que se tenga para encontrar un confesor.

Quien está en pecado mortal, debería confesarse cuanto antes para recuperar la gracia, y así tener la gracia santificante vivificando su vida, al Espíritu Santo habitando en su alma, y también para poder volver a comulgar.


Quien no tiene pecados mortales, dependerá de sus expectativas de santidad: cuanto más santo quiera ser, más se confesará (obviamente dentro de ciertos límites, en principio no hace falta hacerlo más de una vez por semana).


A un cristiano practicante, que quiere evitar el pecado y vivir cerca de Dios, le aconsejaría que lo haga al menos una vez por mes.


A un cristiano que quisiera cultivar su vida interior, le aconsejaría hacerlo cada quince días –o incluso semanalmente-, para así poder también tener una guía para su alma. Basta recordar que una de las condiciones para ganar indulgencias es la confesión dentro de la semana en que se ha realizado la acción indulgenciada.
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domingo, 21 de febrero de 2016

CUANDO EL OCULTISMO NO JUEGA: Las consecuencias ignoradas del juego de la Copa, la Ouija y similares

Muchos testimonios coinciden en relacionar la actividad demoníaca 
con haber participado en juegos o adivinaciones con uija 


El último fin de semana de marzo de 2014 Guillermo Ortea contó su experiencia personal ante numerosos jóvenes y padres de familia en Barcelona y Gerona, advirtiendo de los peligros de las prácticas espiritistas. 

Él mismo cuenta que hasta quince años después de sus juegos con la ouija no se dio cuenta de que sufría de una influencia demoníaca que afectaba a todos los ámbitos de su vida, hasta llevarle al límite de la desesperación tanto a él como a sus familiares. Ahora da sus testimonio para advertir a los jóvenes que estas prácticas espiritistas no son ningún juego inofensivo.

Guillermo Ortea llevaba una vida aparentemente normal. Casado y padre de cuatro hijos, nada hacía suponer que los problemas que acontecían en su vida y que poco a poco iban minando a la familia, podían tener un origen diabólico, camuflado en lo que parecía un sencillo e inofensivo juego de adolescentes: la tabla ouija. 

 Guillermo, eres una persona de oración. En tu casa, a día de hoy, no pasa el día que tu esposa y tú no recéis juntos el rosario. ¿Has sido siempre así?


-No, ni de lejos. Esto es muy reciente. He pasado 35 años de mi vida no teniendo nada presente a Dios. O al menos, muy poco. La familia de la que vengo, en la que soy hijo único, no ha tenido en la fe un referente vital. Tal vez sí cultural, pero no vivencial, como ahora.

-¿Cual es la diferencia entre esa fe cultural y una fe vivencial?

-Rezar con el corazón. Eso marca la diferencia. Una cosa es hacerlo por costumbre, por cultura, por tradición, incluso por obligación, y otra es tener una relación viva, diaria, con Cristo. Tener presente a Dios en todas las cosas de tu vida, no solo los domingos. Para mí, el sentimiento religioso no existió nunca, ni al hacer la Primera Comunión ni nada. Eso empezó a cambiar hace apenas dos años, estando ya casado y teniendo cuanto hijos. Lo aprendí, o mejor dicho, lo recibí, en una peregrinación a Medjugorje.

-¿Antes de esa peregrinación, ibas a a Misa con tu mujer o te confesabas?


-Iba a Misa los domingos porque mi mujer se empeñaba, y a mí me salía más barato ir que pelearme con ella, pero era el primero en salir de la iglesia, nunca me enteraba de nada y lo que dices de confesarme, desde los tiempos del colegio fue algo que no hice salvo para alguno de los bautizos de mis hijos, que también viví de forma cultural. Me hubiese dado lo mismo bautizarlos cristianamente que bautizarlos por el rito hindú.

-¿Fuiste entonces a un colegio religioso?


-Sí, y curiosamente ahí se originaron mis problemas. Fuí a un colegio católico, muy conocido en Barcelona. Mis padres, que no eran personas religiosas, me llevaron ahí con 13 años para ver si me centraba. A esa edad yo ya me distraía demasiado con las chicas y con otras cosas y querían algo más estricto para mí.

-¿Por qué dices que tal vez ahí empezaron tus problemas?

-Porque fue en una de las convivencias para chicos que se organizaban en el colegio donde mi grupo de amigos y yo hicimos el idiota, pero prefiero contártelo más tarde, es importante seguir un orden.

-De acuerdo, tú mismo.


-Cuando mi mujer y yo nos casamos estábamos muy enamorados. Ahora creo que lo estamos más, pero el camino ha sido muy doloroso. Yo diría que incluso hemos llegado al borde, al límite de la separación, lo cual para mí creo que hubiese sido fatal. Me hubiese desesperado y posiblemente no estaría aquí contándote mi vida.

-¿Por qué llegasteis a esa situación?


-Por mi comportamiento inmaduro e ilógico, absurdo en muchísimas cuestiones sin importancia del día a día, y en otras muchas que sí que la tenían. Yo no estaba centrado en mi vida, en atender a mi mujer y mis hijos y siempre estaba distraído con cualquier cosa que me apeteciese a mí. 

»Esto poco a poco te va separando de la familia, huyes de tus responsabilidades, y llegamos un poco al límite cuando nació nuestra cuarta hija, porque nació con una enfermedad severa, lo que que te exige mucho más, y yo sin embargo, empecé a dar mucho menos. Me escondía.

-¿Cómo salisteis adelante?

-Mis suegros percibieron que estábamos llegando a una situación límite. Ellos ya vieron que sus rezos se estaban agotando sin que se remediase nada en nosotros y nos ofrecieron, como recurso de emergencia, ir a Medjugorje.

-¿Qué pensaste tú cuando te lo ofrecieron?

-Yo dije a mi mujer: “Perdona, pero yo no voy a dedicar mis vacaciones a estar en un convento ni nada así. No me da la gana, no me fastidies. ¿A qué voy a ir a Medjugorje? ¿Pero eso qué es?”.

- ¿Cómo es que fuiste, entonces?

-Por respeto a mis suegros. Ellos estaban preocupados, y son unas personas que nos quieren mucho. A su hija por supuesto, pero yo sé que a mí también me quieren mucho, y ya que me ofrecían algo por ayudarme, me sabía mal despreciarles. Acepté ir con mi hija Elena. Si Dios existía, que me lo demostrase curándola a ella.

-¿Qué pasó en Medjugorje?

-La pregunta sería mejor qué no pasó en Medjugorje, pero bueno, voy a tratar de resumir aquel segundo día allí.

-Adelante.

-Mi mujer se quiso confesar y fuimos hacia la parroquia. Cuando salió del confesionario fuimos dentro de la iglesia para oír Misa. Esto era durante el Festival de Jóvenes de Medjugorje y el día anterior habíamos oído Misa en la explanada, pero ese día decidimos quedarnos allí dentro, atrás del todo. 

»De repente entró una monja en la iglesia, una señora muy delgadita, con el pelo grisáceo, con una rebeca azul, una camisa grisácea y una falda larga de tubo, también azul. Tendría unos cincuenta años y su cara era muy dulce. Transmitía mucha paz. Se sentó al lado de Elenita y empezó a jugar con ella. La peque se quiso sentar en ella. Yo lo intenté evitar pero esta señora dijo que no pasaba nada, y así estuvieron toda la Misa. Había cierta comunicación entre ellas y a Elenita se le notaba estar a gusto a su lado. 

»Cuando llegó el momento de ir a comulgar, la monja, en italiano, sin venir a cuento, nos dice: “Vuestra hija no está enferma”. Yo me quedé como aturdido, porque se me juntaron demasiados pensamientos en la cabeza. Primero, quien eres tú para decirme a mí que mi hija no está enferma. Pero al mismo tiempo hubo sorpresa, porque ella no tenía por qué saber que mi hija tiene lo que tiene, ya que no se le nota a no ser que le de un episodio de epilepsia, que no fue el caso.

»Cuando pude reaccionar, le dije: “Mire señora, sí que lo está”. Pero insistió: “No, no está enferma. La niña tiene un bloqueo. Hay algo oculto que la bloquea”. Yo empecé a pensar que la mitad de aquel pueblo estaba loco. Se me hizo un nudo en la cabeza, de verdad. Me sentó mal, pero al mismo tiempo pensaba muy rápido sobre por qué esta señora nos decía esto. Entonces ella insistió: “Vuestra hija está sana. He rezado por ella durante la Misa y he percibido algo que no me gusta. Cuando volváis a casa llevadla a vuestro párroco y que haga una oración de liberación por ella. En un futuro, sanará. Creedme, que sé de lo que hablo”. Entonces, cambió el semblante, se pudo seria y nos preguntó a mi mujer y a mí:”¿Habéis hecho algún tipo de magia, espiritismo o habéis jugado con la güija o algo así?”.

-¿Os sentisteis incómodos?

-¡Por supuesto! Nos hizo preguntas fuera de lugar. Yo pensé que había sido un error ir a ese sitio. Yo no estaba preparado para ese episodio, pero no fue nada con lo que vino a continuación.

-¿Qué fue?

-Comulgamos y en cuanto nos dieron la bendición nos marchamos. Sabes que en la iglesia de Medjugorje hay un espacio entre la puerta del templo y la puerta de la calle, donde están colocadas las pilas de agua bendita y las revistas de la parroquia. Tal vez tardas cinco segundos en atravesarlo.

-Sí, así es.

-En ese tramo, en ese lugar, a mí se me abren unos recuerdos en mi cabeza que yo tenía absolutamente olvidados, y de repente veo con toda claridad una serie de imágenes, como en flashes en mi cabeza, de mi época del colegio, con unos trece años, haciendo espiritismo con una güija.

-¿Puedes describir con detalle lo que viste?

-Perfectamente. Fueron unos recuerdos muy nítidos, que me vinieron de golpe, y que yo no había recordado jamás en mi vida, desde no sé cuando. Estaba yo con un grupo de compañeros del colegio, en una de sus casas de convivencias, alrededor de una güija que habíamos fabricado nosotros. Recuerdo que lo hicimos porque nos aburríamos, y no fue una sola vez, sino más veces. Era algo en cierta manera habitual. Pero sí que recuerdo que la primera vez fue en una de esas convivencias. De hecho, recuerdo las caras de las personas que estábamos allí.

-¿Qué recuerdas en cuanto a sensaciones?

-Recuerdo el morbo por lo desconocido, por lo prohibido, la curiosidad del adolescente ante lo peligroso. Recuerdo que aquel vaso se movió, pero yo ya no sabría decirte si lo movía yo o si se movía solo, y no te puedo dar muchos más detalles. Al mismo tiempo que esto se me revela en la cabeza, me acuerdo de algo que me asustó, y es verme a mí mismo haciendo güija, yo solo en mi casa, con una tabla que me fabriqué después yo mismo. Se me ponen ahora los pelos de punta.

-Guillermo, de todo esto que me cuentas, ¿no te acordabas de nada?

-Cero. Jamás. Nunca. Algo pasó alguna vez que me hizo olvidarlo todo. Y de repente, lo veo tan nítido como cualquier recuerdo de cosas que he hecho esta mañana. Fue un recuerdo que aglutinaba todas las veces que había hecho aquello, que no fueron dos o tres, fueron muchas, con relativa frecuencia, de manera muy inocente, por curiosidad, por pasar el rato, sin ninguna intención extraña. No sé, supongo que cuando eres adolescente buscas divertirte de cualquier manera y nunca nadie nos advirtió del peligro que eso conllevaba. No sabíamos ni de lejos lo serio que es este problema.

-¿Recuerdas cuando dejaste de hacer aquello?

-Yo hice güija con frecuencia los años que fui alumno de este colegio, que fue entre los trece y los dieciocho. No volví a hacerlo más y ni siquiera me acordé. Es como si me hubiesen cortado esos recuerdos de golpe al mismo tiempo que el interés por hacerlo. Pasó algo que me cortó la conciencia de haberlo hecho, pero no sé qué fue. No me volví a acordar hasta ese día en Medjugorje, en el momento en que salgo de esa iglesia.

-¿Cómo reaccionaste?

-Me puse literalmente malo. Me entró un sudor muy frío, se me aceleró el corazón y me temblaron las piernas. No es una forma de hablar, sino que literalmente casi me caigo. Salí de allí en estado de shock. Tuve que sentarme porque justo a continuación de recordar todo eso, tomé conciencia enseguida de que a mí me pasaba algo que tenía que ver con aquello, que los comportamientos tan extraños que he tenido siempre con mi familia, vienen de aquello. 

»Que hay muchas cosas que he hecho muy mal y que yo no sabía por qué las hacía, cosas que me descentraban de lo que realmente era importante en mi vida. Tomé conciencia de que había algo en mí como que me gobernaba más que yo, haciéndome tomar decisiones erróneas y haciendo que me comportara de manera equivocada. Entonces me di cuenta, allí sentado en la puerta de la parroquia, y sentí algo así como que Dios, o la Virgen, o quien fuese, como que me decía: “Guillermo, no es tu hija quien necesita ayuda, sino tú. Déjala a ella que está muy bien cuidada y ocúpate de arreglar lo tuyo”.

-¿Qué es "lo tuyo"?

-Yo he tenido algún tipo de influencia diabólica en algún grado. No creo que haya sido una posesión, pero sí he vivido bajo la influencia severa del Demonio durante años. En Medjugorje, gracias a Dios, la Virgen empezó a poner orden en mi desordenada vida, empezando por darme a conocer cual era mi problema, y el de mi familia. A partir de Medjugorje he ido conociendo verdades de nuestra fe, tan desconocidas incluso para los católicos en el seno de la Iglesia, que al principio te descuadran, pero que luego son muy ordinarias.

-¿A qué tipo de verdades te refieres?

-Hay muchas cosas que pensamos que no son verdad, y que sí que lo son. Por ejemplo, los dones del Espíritu Santo, esos de los que habla San Pablo. No son una manera bonita de hablar. Existen y si te abres a Él y le invocas con fe, se te dan. Son cosas que no se ven, como lo que nos pasó con esta religiosa en la iglesia.

-¿Dormiste aquella noche?

-¿Cómo voy a dormir? Es imposible. No pegué ojo. El cuerpo se resiente de tantos impactos en un solo día. Es como que se tiene que adaptar a las realidades del espíritu.

-¿Como estabas el día siguiente?

-El día siguiente mi estado era flotar.

-¿A qué te refieres?

-A que yo voy flotando. De repente la vida me pareció tan maravillosa, que parecía que mi cuerpo me pesaba poco. No se qué me pasaba, pero vi la vida como un don precioso, y empecé a rezar.

-Bueno, ya habías rezado un poco los días de antes.

-Yo no había rezado en mi vida. Ahí me di cuenta de lo que era rezar. En Medjugorje la oración te brota a raudales, no lo puedes parar. Es como respirar, una presencia de Dios constante, casi tangible. Como no sabes muy bien qué hacer con ese deseo, pues yo empecé a rezar rosarios, y no se cuantos pude rezar ese día. Fue maravilloso rezar sin esfuerzo. A mí siempre me había costado tanto, y de repente yo rezaba con la misma facilidad con la que das pasos al andar. Así pasé el resto de días en Medjugorje, flotando, rezando y feliz. Conociendo una felicidad nueva. Y así, volvimos a Barcelona.

-¿Qué reflexiones haces una vez que llegas a casa?

-Poco a poco fue pasando el tiempo y de una manera nítida me doy cuenta de que quien necesita ayuda de Dios no es Elenita. Ella es un ángel que nos ha enviado Dios, a la que Dios quiere mucho tal y como es, y que quien más bien necesita un milagro, soy yo. Me doy cuenta también de que nosotros no vivíamos la fe como debíamos vivirla. Al regresar a Barcelona comenzamos a vivir la fe desde una postura apostólica y evangelizadora en la que yo no me reconocía. O al menos, no me ubicaba para nada sabiendo como era apenas unos días antes. La vida te da la vuelta.


-¿Sabrías decirme qué diferencia ves tú, desde tu perspectiva de cristiano que deja la fe y luego es converso, la diferencia entre rezar y orar?

-Creo que rezar es recitar unas oraciones y orar es ponerse en presencia de Dios. Compartir con Dios tu vida familiar. Eso es lo que empezamos a hacer a la vuelta de Medjugorje. Metimos a Dios en casa. Desde la vuelta de Medjugorje la vida en casa ha cambiado. Ante cualquier tesitura, nuestra actitud, la de mi mujer y la mía, es otra. Es diferente, y es que de verdad yo siento que a mí me han cambiado. 

-¿Cómo afrontasteis el tema de tus sesiones de güija?

-Empezamos a hacer oraciones de liberación. No exorcismos, pues es diferente, y el exorcismo requiere de una liturgia especial oficiada por un exorcista, pero sí pequeñas oraciones en las que implorábamos a Dios mi liberación, o la de aquellos que la necesitaran en mi familia. Entonces mi suegra me recomendó hacer un retiro, unos ejercicios espirituales dirigidos por el padre Ghislain Roy, un sacerdote canadiense que sabe de esto.

-¿A qué te refieres con lo de que ese padre Ghislain sabe de esto?

-El padre Ghislain es un sacerdote canadiense que posee una serie de dones que se han manifestado a lo largo de su vida sacerdotal, cosas extrañas incluso para la inmensa mayoría de los católicos, pero que están todas ellas descritas en la Palabra. Una de estas cosas es el descanso en el Espíritu. Al menos así lo llaman los que participan de la espiritualidad de la Renovación Carismática, gente muy abierta a las manifestaciones del Espíritu Santo.

-¿Qué es un descanso en el Espíritu?

-Pues yo no te se explicar realmente lo que es, pero yo viví un descanso de unos treinta minutos.

-No sé si eso es mucho o poco...

-Pues es una barbaridad. No suelen durar más de unos diez minutos, como mucho.

-¿Puedes relatar lo que viviste?

-Claro, no es nada raro, aunque ya sé que para muchos lo parece. Verás. El sacerdote te impone las manos y ora por ti. Entonces, Dios obra en ti de una manera sensible a los sentidos. Tal es así que te caes al suelo. Tu cuerpo se debilita y sin perder la consciencia, vives una experiencia en la que sin dejar de estar en la Tierra, tu espíritu, tu alma, saborea de alguna manera a Dios.

-¿Es algo parecido a lo que santa Teresa llamaba un arrobamiento?

-No lo sé. Podría ser.

-¿Dices que esto es normal?

-Sí. Lo anormal es que los sacerdotes no crean el poder del que disponen por el Orden Sacerdotal. Los sacerdotes tienen mucho poder. Si me apuras, y sin comparar lo que una y otra cosa son, pero más raro es lo que sucede en la transubstanciación, que un pedazo de pan se convierte en Cristo, y a todo el mundo le parece normal. Supongo que será cuestión de costumbres o educación, pero esto es así.

-De acuerdo. Sigue con tu descanso.

-Cuando el padre Ghislain me impuso sus manos y oró en silencio, yo caí hacia atrás. Entré en un estado en el que como te he dicho, no llegas a estar inconsciente, pero al mismo tiempo recibes una percepción más amplia de las cosas. No se queda en la percepción física de los sentidos, sino que va un poco más allá. Los trasciende y ves cosas que pasan en tu interior, en tu alma.

-Suena a rollo esotérico.

-Esotérico y demoniaco fue la güija. Esto es de Dios. Yo lo llamaría místico. Nuestra historia como católicos está repleta de experiencias místicas en las vidas de los santos, por las que precisamente les hicieron la vida imposible, y luego ya ves. Son manifestaciones de Dios a través de sus elegidos. En este caso, a través de este sacerdote. 

-¿Cómo acabó esta experiencia?

-Yo estaba tumbado y empecé a ver como empezaban a salir hacia fuera de mí unas manchas negras, como nubarrones, que se iban hacia una luz que había encima de mí. Allí se disolvían. Yo esto lo veía mientras vivía una sensación de mucha calma, de mucho bienestar. Me pregunté que sería todo aquello, y lo interpreté como que era porquería o algo así que había en mí. Así un buen rato hasta que aquello dejó de salir e hice un ademán como de levantarme, pero el padre me lo impidió y me dijo: “No te levantes aún. Quédate ahí y deja que el Señor llegue a ti”. Me volví atrás y en unos tres segundos comenzó una segunda oleada. Ahí tuve una conciencia mucho más clara de que el Señor me estaba limpiando, así que esta vez me dejé hacer a conciencia. Llegó un momento que me encontraba tan bien, que tenía tal sensación de paz y de alegría al mismo tiempo, que yo pensé: “Señor, déjame ver a la Virgen. ¿Puedo verla ya?”. Pero no la vi. Creo que lo que yo viví es una antesala del Cielo, pero no me morí. Aquello acabó, me levanté y me marché.

-Dice la Palabra que cosas sorprendentes veremos si tenemos fe.

-En ese retiro se ven estas cosas. En Medjugorje también. Creo que en este retiro yo quedé liberado de lo que a mí me pasase, que llevaba arrastrando desde mi adolescencia, cuando al jugar con la güija abrí la puerta a la parte oscura de nuestra realidad trascendente, y luego, en verdad, nunca se la abrí a la parte buena, y ahí quedé atrapado. Jugar con la güija es como meter una bala en el tambor de una pistola y dejar espacios libres. Puede que no pase nada, o puede que sí. Si pasa tendrá conceciencias fatales.

-Una vez que ha pasado tanto tiempo, ¿qué recuerdas de Medjugorje? ¿Qué dirías si un desconocido te preguntases qué es lo que te sorprendió de allí, fuera de tu experiencia tan íntima?

-Que allí no te cuesta nada ponerte en presencia de Dios. Es como un cielo terrenal. Ambas realidades se solapan. Allí no te cuesta nada rezar ni ir a Misa.Cuando digo nada, es nada. Allí tu ser desea rezar, desea ir a Misa. Allí tu ser toma conciencia sensible al cuerpo de tu neecsidad de Dios. Yo esto no lo había visto nunca antes, ni nadie me lo había explicado. Allí pasa algo.

-¿Qué?

-Allí pasa lo que la Virgen quiere que te pase, y lo que tú la dejes hacer. Allí tú llegas y de primeras no pasa nada, pero en un momento dado, cuando quieres darte cuenta, es como si hubiese un parón en el tiempo, en el que entras y como que todas tus inquietudes, tus angustias, se quedan a un lado temporalmente, como congeladas. Así te da tiempo a detenerte en lo realmente importante en tu vida, que es dónde está Dios. Te da tiempo así a conocerle, un poquito, y cuando todo recobra su velocidad normal, tú ya has cambiado. 

»De hecho, una vez que regresas a casa, puede ser muy duro, porque regresas a una realidad repleta de cruz, y allí como que se ha quedado un poco a parte. Vuelves a la realidad limitada temporal de la que de alguna manera has salido por un tiempo. Pero es muy importante dejarte hacer, ponerte esos días en manos de Dios con el corazón abierto. Con confianza. Allí no hay cruz. Allí hay alegría. Allí no hay gente con mal humor, ni malas caras. En Medjugorje se crea una comunidad brutal entre miles de personas que solo desean el bien, un bien que conocen y que reconocen que viene de Dios, y conocen la manera de importarlo a sus vidas. Allí la vida no cuesta.

-¿Te sigue siendo fácil rezar?

-Sí, me es mucho más fácil que antes de ir a Medjugorje. Ya te dije que para mí, ir a Misa, era una tortura. Y orar, hablar con Dios, con Cristo... ahora es tan normal... Es como si hubiera conocido a un amigo nuevo, con el que más te gusta estar, con el que más te gusta compartir. Un amigo divino que está a la altura de los hombres. Es brutal.

-Ahora que le conoces y que le quieres dar a conocer, ¿quien dirías que es Dios?

-Dios es amor. Un amor enorme con el que puedes hablar y nunca pone mala cara.

-Guillermo, quiero hacer una reflexión contigo en este momento. Tú estudiaste en un colegio católico y te dedicabas a jugar con la güija. En España, algo se ha hecho muy mal para que habiendo tenido tan fácil la evangelización, haya tanta gente tan alejada de la Iglesia. ¿qué hemos hecho tan mal?

-Yo creo que nos han contado mal a Dios, lo hemos explicado mal. Durante muchos años no se ha contado bien cómo ni quien es Dios. La imagen que a mí me vendieron de Dios era falsa. Si me lo hubiesen presentado bien, tal vez no habría necesitado ir a Medjugorje, pero me lo contaron mal.

-¿Por qué? Quiero decir, que no sería con mala intención.

-Claro que no. Sencillamente se ha explicado mal a Dios porque no se le conocía. Si no conoces a Cristo no puedes presentarle. Necesitas vivir una experiencia que se llama encuentro personal con Cristo, en el que estáis solos tú y Él, sin nadie más que te contamine ni te distorsione, ni a favor ni en contra. Si le conoces ahí, ya podrás vivir tu experiencia de fe, no la que te contaron otros. Yo ya le he conocido, y con todo lo pecador que llego a ser, doy testimonio de Cristo, porque le he conocido.

-¿Por qué das testimonio?

-Yo doy mi testimonio porque la Virgen pide en Medjugorje que demos testimonio absoluto, y yo tengo una deuda muy grande. Me tomo muy en serio eso de encontrarme delante de Dios y que su primera pregunta sea: “Después de todo esto, ¿qué has hecho? ¿A quien se los has contado? ¿A tu familia y ya está? ¿Yo te enseño el cielo y tu lo metes en una lata?”. La Virgen dice en Medjugorje: “Yo busco apóstoles de hoy que transmitan la luz de Dios”. Lo que nos viene a decir esto es que ella busca gente dispuesta, que ella necesita reclutar gente que se ofrezca, porque somos muy duros y cuando consigue tocar el corazón de uno solo de nosotros, porque se ofrece, necesita que lo cuente.

-¿Cómo está Elena?

-Elena está mucho mejor. No curada, pero mucho mejor. Voy a contarte algo de ella. Cuando mi mujer se quedó embarazada, no la aceptamos bien. Era la cuarta y cayó como un jarro de agua fría. ¡Dios mío, qué error! No entraba en nuestros planes, rompía la carrera profesional de mi mujer. Hubo un rebote importante. Ahora sabemos que ella ha sido el ángel que nos ha enviado Dios para poder conocerle. Es el ángel que nos ha dado Dios para que mi familia siga unida y para llevarnos a Medjugorje. Elenita no necesitaba nada. Ella es así y Dios la quiere así y la quería así porque sabía que lo que mas necesitábamos nosotros era a Elenita, así. Él lo ha querido. Que ella se cura, fantástico. Que no se cura, fantástico también. Ella está cumpliendo en la tierra su misión, que es querernos desde su enfermedad y dejarse querer por nosotros.


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jueves, 18 de febrero de 2016

El poder sanador del Perdón

El perdón de las ofensas
(Mateo cap. 18:21,22)

18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?"
18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete."


Sobre el Perdón

Decide operar en Amor, no en un Amor emocional, sino en el Amor sobrenatural de Jesús. Que amó hasta a sus enemigos y los protegió de sí mismos.



[Ejemplo de los soldados y de Pilato: “Ninguna autoridad tienes sobre mi, sino te fuere dada de arriba…” Jn. 19.11],



AMOR REAL

Perdonar es Señal de que has entrado a operar en el Nivel de Amor Real. Cuando eres real en tu Amor no te importa dar extra. El Amor en acción te separa del espíritu de muerte.



LA DONCELLA Y EL REY

Un Príncipe soltero decidió casarse. Muchas doncellas trataron de conquistarlo pero ninguna pudo ganárselo porque era muy exigente. Finalmente una bella joven le dijo: “Soy capaz de hacer lo que ninguna otra mujer haría.

Durante 100 días, permaneceré frente al Palacio, sin comida, agua, techo ni cobijas. Si cumplo esta hazaña merezco ser la reina”. El Príncipe dijo me parece justo.

Después de 20 días el Príncipe se asomó para ver cómo le iba a su futura prometida y desde lejos mostró aprobación con una sonrisa: “Eres tan cumplidora como valiente”. 

Pasaron otros 30 días y el soberano se sorprendió al ver que la doncella había bajado de peso, así que para animarla elevó una copa de vino que tenía en la mano y expresó su apoyo: “¡Muy bien, bravo!”. 

Al cabo de 90 días, el rey miró por la ventana y notó que la mujer estaba demacrada, esquelética y su cabello era un matojo de greñas alborotadas. Al verla tan decaída, alzó la mano derecha y levantó el pulgar animándola a continuar: “Excelente, seguid adelante, buena mujer”. 

Todo el mundo en el pueblo estaba emocionado porque parecía que la damisela iba a cumplir su promesa y pronto tendrían reina. 

Después de 99 días y 23 horas la mujer estaba sumamente pálida y era obvio que estaba muy enferma. De repente, sucedió algo inesperado. Casi sin fuerzas se levantó y se fue del palacio. Nadie podía creer lo que sucedía. 

Cuando llego a la casa, su padre le preguntó angustiado: "¿Hija mía, por qué renunciaste solo faltaban unos minutos para convertirte en reina?"

A lo que ella respondió: “Soporté las peores calamidades, hubo ocasiones en las que sentía morirme de hambre y frío. Esperé 99 días a que el Príncipe se compadeciera y me liberara de esa tortura, sin embargo lo único que hizo fue alentarme a continuar con mi sufrimiento, demostrándome su desconsideración y egoísmo. Una persona así, no merece mi amor”.
El Padre, de la doncella le pregunto: “Serias capaz de perdonarlo…?”. La joven contesto: “Jamás, ni en esta, ni en la otra vida”. Eclesiastés 9:1-3 

A todo esto me dediqué de lleno, y en todo esto comprobé que los justos y los sabios, y sus obras, están en las manos de Dios; que el hombre nada sabe del amor ni del odio, aunque los tenga ante sus ojos.

Enseñanza: Para la mayoría de la gente es más fácil sufrir que perdonar.

Mantente operando en Amor Incondicional, seriamente. Ese es tu poder. EL amor, no hace nada indebido, no busca lo suyo. Cambia lo feo en maravilloso.

REVELACIÓN
EL PERDON, no es olvidar, porque nadie olvida. Ni agachar la cabeza y decir: “Ya paso y seguir siendo humillado”. O minimizar las cosas. NO.

PERDÓN, es renunciar al derecho de venganza que teníamos por lo que se nos hizo. Es renunciar a la Justicia Propia. Y entregarle a Dios ese derecho. No es minimizar, no es decir al ofensor “¡Ay, qué bueno eres!”. No.

Perdón es: Me dañaste, me lastimaste, cuando te comportaste así, no fuiste una buena persona… pero, voluntariamente, renuncio a mi derecho de venganza y de restitución.

El Perdón es el Primer Milagro Sobrenatural que Dios nos regala para ver cómo lo manejamos. Después de este Milagro del Perdón Sobrenatural podrás calmar las tormentas, caminar donde otros se hunden, multiplicar y producir provisión donde no hay.

Perdonar, es despertar la Naturaleza de Dios en Ti.

"Es que no puedo".
Decídelo.
Y veras que sí puedes.
Hasta que no tomes la decisión de Perdonar, Dios no tiene nada que decir, ni nada sobrenatural que hacer contigo.



En la Biblia TODOS los HOMBRES y MUJERES que perdonaron., eran fuertes, valientes. [Abraham, Jacob, José, Sara, Ana, Abigail, David…Jesús].



Porque para ejercer Poder hay que tener fuerza de voluntad, de carácter y de espíritu. 



El Perdón, no es emocional, es Altamente divino.

El Perdón es una señal de madurez espiritual y madurez psicológica.

El Perdón es un costo que se paga para obtener paz interior. 

Mediante el Perdón, Soltamos las emociones de Ira, Miedo, Venganza y las ganas de “sacarte la piedra”.



POR QUÉ SIGUE DOLIENDO

A veces perdonamos y la herida sigue doliendo. No es porque no hemos perdonado, es porque la cicatrización de las heridas profundas, sana de adentro hacia afuera. Y son más lentas que las superficiales. El Perdón está hecho, pero la cicatrización se da poco a poco.



El Perdón, nunca perderá vigencia. Siempre será un arma divina que tenemos para ser sanados y hacernos poderosos. 


SUCEDEN MUCHAS COSAS…
A nivel emocional, espiritual y aun físico. El Perdón te coloca por encima de la autoridad de tu ofensor.

“Bendecid a quienes os maldicen”. Cuando maldigo al que me maldice, me pongo en el mismo nivel espiritual que el y me hago esclavo de el. Pero cuando lo bendigo, me elevo sobre él. Nada me toca porque estoy arriba de mi ofensor.

El Perdón en un tipo de bendición, de “bien-decir”. Cuando perdonamos mostramos la fuerza  de nuestro ser espiritual.

ILUSTRACIÓN:
En la Alemania dividida, la Alemania Oriental, llenó cientos de camiones de toneladas de basura y se la echó del lado de la Alemania Occidental, para demostrar su odio, amargura, por los alemanes de Occidente.

Días después, los Alemanes de Occidente llenaron cientos de camiones, con sabanas, frazadas, alimentos, fueron y los descargaron en la otra Alemania resentida. Pero en el Cargamento, incluyeron un cartel que decía: “CADA UNO DA DE LO QUE TIENE ADENTRO”.

El ofensor te venció con su ofensa una vez. Pero te vence dos veces cuando te niegas a perdonarlo. 

Cuando lo perdonas, lo derrotas para siempre.

DESATA A LAS PERSONAS
Cuando no perdono a alguien que me ha lastimado, a nivel espiritual, lo que sucede es que ato a esa persona a mi pie. Ahora camino con ella, voy a todos lados con ella, está atada a mí. Y si son muchos, los llevo a todos atados a mí mismo. Aunque nadie los ve, aunque nadie se de cuenta, camino con todos ellos. Llevo algunos atados a mis pies, otros a mis manos, otros a mi cuello.

Hebreos 12:1. “…despojémonos de todo peso…”.
Es una verdad universal. El PESO tienes que sacártelo de encima. De lo contrario, te cansas, te agotas, te sientes pesado, no avanzas.
Tienes que desatar. Cuando desatas, la persona ya no te controla, ya no te maneja, ya no te manipula.
“Perdón significa: Soltar a alguien…renunciar a mi derecho de arrastrarlo por la vida”.
Hebreos 12:15 “…Mira bien…que brotando alguna raíz de amargura…”

Las heridas no resueltas pueden tener una (raíz), o sea una vida interior propia Donde nadie ve. Aunque lo más grave de todo es que se deja de alcanzar la Gracia de Dios.

Cuando nos llenamos de resentimiento nos alejamos del piso de la gracia, nuestro fundamento. Nos autodescalificamos al perdernos Sus Gracias. Eso es literalmente una 'desgracia'.

[Historia de Filemón]. Pablo le dice -v. 22- "perdónalo". 
Sí. Los hombres y mujeres de Dios podemos hacer milagros y el Perdón es uno de ellos. Porque Perdonar es Milagroso.  Cuando perdonamos genuinamente soltamos a esa persona que nos lastimó; no esperamos nada de ella, ni siquiera disculpas, nada.  Sólo lo hacemos.

EL PERDÓN ALEJA DEL VINCULO TOXICO
Algo que ayuda a perdonar es que el que nos lastimó soltó su veneno sobre nosotros, su propia frustración, su propio dolor. Cuando no lo perdonamos, estamos reteniendo esa sustancia tóxica en nuestro sistema y terminamos intoxicados, envenenados.

Perdónalo, Suéltalo y aléjate. 

Si te siguen maltratando, aléjate. Si es tu pareja, busca ayuda.

EL PERDÓN tiene una herencia: La Paz y la Serenidad de Dios.