miércoles, 12 de diciembre de 2018

12 de diciembre: Fiesta de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México y Emperatriz de América



HISTORIA DE LAS APARICIONES 
DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE


Personas que intervinieron en las apariciones Guadalupanas

Los principales personajes que intervinieron en las apariciones de la Virgen Santísima de Guadalupe, fueron, además de Ella misma, el Elmo. Sr. Fr. Juan de Zumárraga, 0. F. M., Juan Diego, y un tío suyo llamado Juan Bernardino:

Fray Juan de Zumárraga era un Sacerdote Religioso Franciscano, español, vizcaíno, que tenía 55 años de edad en la época de las apariciones, sabio y virtuoso, a quien S. S. el Papa Clemente VII había nombrado primer Obispo de México.

Juan Diego era un pobre indio natural y vecino de Cuautitlán, ya de edad madura, viudo de María Lucía sin instrucción ninguna, y recién bautizado, sencillo, piadoso y de muy buenas costumbres.

Juan Berdardino era tío de Juan Diego y como éste un indio también piadoso y bueno.


Primera Aparición




Tuvo lugar la primera aparición el sábado 9 de diciembre de 1531.  Juan Diego, de 57 años de edad, caminaba los 14 km que lo separaban de Cuautitlán a la Iglesia de Tlatilolco, cuando al pasar hacia el amanecer por el cerro del Tepeyac escuchó desde lo alto un mágico canto de aves y voces. El hacía este camino muy temprano en la madrugada para recibir su instrucción religiosa, por lo cual dudaba de lo que estaba oyendo:

“¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?”

Y luego de estos primeros cuestionamientos que se hizo, se produjo un silencio y escuchó claramente: 

“Juanito, Juan Dieguito.”  

 Se atrevió Juan Diego a ir donde lo llamaban y al llegar a la cumbre del cerro vio una Señora de singular hermosura, de pie entre las rocas, cuyas vestiduras irradiaban resplandores que hacían aparecer los nopales, los mezquites y las demás hierbas que ahí crecían silvestres, como si fueran esmeraldas.

Juan Diego se inclinó delante de Ella, embelesado, y oyó estas palabras de la magnífica Señora:  

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.” 

Juan Diego contestó:


“Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.” 

Y de allí se dirigió directamente al palacio del Obispo y pidió ver al Fray Juan de Zumárraga que hacía pocos años había llegado y estaba a cargo.       



Juan Diego ante Mons. Zumárraga

Juan Diego obedeció inmediatamente lo que la Virgen le había mandado, pero el Sr. Obispo, naturalmente, no creyó su mensaje, pues ninguna persona prudente hubiera creído que la Virgen María se le había aparecido, a pesar de que todo cristiano sabe bien que, como decía San Pablo, Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios, y a los débiles para confundir a los fuertes. Así pues tan solo le dijo. "Déjame pensarlo. Por ahora anda con Dios y ya veremos otro día".


Segunda Aparición

La segunda aparición tuvo lugar ese mismo día. Al regresar Juan Diego por el mismo camino dirigiéndose donde había visto a la Virgen, volvió a verla y le dio la respuesta del Señor Obispo, participándole que éste, según él pensaba, no había dado crédito a sus palabras y rogando a la Virgen que mejor se sirviera de otro mensajero que valiera más que él que no valía nada, ya que era tan sólo un pobre indio despreciable. A lo que la Virgen Santísima le respondió:

 “Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Juan Diego le prometió volver la noche siguiente con una nueva respuesta.

Segunda entrevista de Juan Diego con Monseñor Zumárraga

Cumpliendo con lo prometido, Juan Diego llevó el mismo mensaje al Señor Obispo el domingo 10, después de haber oído Misa en Tlaltelolco y de haber asistido al Catecismo. Cuando consiguió, con dificultad, que el obispo lo atendiese, se arrodilló ante él y llorando expresó la voluntad de la Santa Madre, rogando por que le creyeran. En esta vez llamó la atención del señor Obispo la firmeza con que Juan Diego daba el mensaje y describió a la Señora que lo mandaba, pero no se vio muy conmovido. Le dijo que además de sus palabras era necesaria una señal para confirmar que era verdaderamente la Virgen María quien solicitaba esto. Juan Diego le preguntó qué señal quería para decírselo así a la Señora, pero el Obispo no lo precisó y despidió a Juan Diego, mandando a unas personas de su confianza que lo siguieran con disimulo para averiguar dónde entraba y con quien hablaba. Los que lo siguieron no lo vieron hablar con nadie, pero al pasar el puente que había al terminar la calzada, se les perdió de vista y no pudieron hallarlo por ninguna parte: Por lo que los encargados de seguirlo, juzgaron que era algún hechicero y lo dijeron así al Obispo para que no le creyera.


Tercera Aparición

Juan Diego, que no se había dado cuenta de que lo seguían, cuando llegó al puente siguió su camino hasta el lugar donde solía ver a la Santísima Virgen, ahí la encontró, y con toda naturalidad le hizo saber que el Señor Obispo pedía una señal para cerciorarse de que era Ella quien lo mandaba. La Virgen María mandó entonces a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11, fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyeran:

“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”


Cuarta Aparición: 

"¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?"

Pero Juan Diego no fue al Tepeyac el lunes 11, porque el domingo, al llegar a su casa, halló a su tío Juan Bernardino muy grave del "cocolixtle", que era una forma del tifo, por lo que llamó a un indio curandero cuyas, medicinas no produjeron ningún efecto; así que en la noche del mismo lunes rogó el enfermo a Juan Diego que muy de mañana fuera a Tlaltelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de morir de esa enfermedad.

Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día 12, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro y así, en vez de seguir derecho su camino, subió por entre el Tepeyac y el cerro al que estaba unido, pensando rodear el Tepeyac por la ladera que mira al oriente hasta llegar donde ahora queda el frente de la Basílica y tomar ahí el camino de Tlaltelolco.

Pero no logró su propósito, porque al llegar al sitio donde se levanta ahora la Capilla del Pocito, vio a la Señora del Cielo bajar de donde solía verla y salirle al encuentro.

Juan Diego al verla no se mostró admirado, ni trató de huirla, sino que con toda sencillez le hizo saber que su tío estaba gravemente enfermo e iba en busca de un confesor, después de lo cual iría con gusto a llevar el mensaje y la señal que le dieron para el Señor Obispo.

A esto respondió la Virgen María con estas palabras que debemos grabar muy hondamente en nuestra memoria y en nuestro corazón:

"Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene, ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella: está seguro de que ya sanó".

Estas palabras produjeron en Juan Diego un gran consuelo, quedó contento y convencido y sin ocuparse más en buscar un confesor para su tío, que en ese mismo punto y hora quedó sanado de su enfermedad, le pidió a la Virgen Santa que le diera la señal y el mensaje para llevarlos al Señor Obispo.


Dijo entonces la Virgen:

“Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”


Y Juan Diego, que sabía perfectamente que en ese cerrito no se daban ninguna clase de flores y menos en el mes de diciembre, en el que la helada secaba cualquiera hierba que creciera, obedeciendo al punto, subió a donde le dijo la Señora y encontró la cumbre convertida en un jardín florido en el que habían brotado las mas variadas y exquisitas rosas y se puso a cortar de ellas cuantas pudieron caber en su tilma.

Y después de haberlas cortado bajó a donde estaba la Virgen y se las mostró.

María tomó las flores entre sus manos y le dijo:

 Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

 
La milagrosa aparición de la imagen

Al llegar al templo los criados del obispo salieron a su encuentro, el les rogó una nueva visita pero lo ignoraron y le hicieron esperar largo rato. Pero al ver que traía en su tilma anudada al cuello diversas flores frescas, fragantes y preciosas fuera de la época tradicional de las flores, se asombraron y dieron aviso al Obispo quien lo recibió y escuchó de boca Juan Diego lo siguiente:

“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí: recíbelas.”

 Y al abrir Juan Diego el manto donde guardaba las flores se produjo el gran milagro, una imagen de La Virgen María apareció dibujada en su manto. Tan pronto como la vio, Monseñor Zumárraga y todos los presentes se avergonzaron. 

El Obispo se arrodilló, lloró y pidió perdón por no haber creído y con lágrimas en los ojos prometió obedecer el mandato de la Virgen. Después se puso de pie, desató la manta del cuello de Juan Diego y la llevo a su oratorio. 

Al día siguiente se pusieron en marcha las tareas para erigir el templo solicitado por la Virgen María. Esa misma manta es la que reposa hoy en templo de Tepeyac bajo el nombre de la Virgen de Guadalupe. 

Esto acontecía el día 12 de diciembre del año de 1531.
NOTA: Basado en la descripción del hecho que se encuentra en el Nican Mopohua, relato en lengua náhuatl contenido dentro del Tlamahuizoltica omonexiti in ilhuícac tlatohcacihuapilli Santa María Totlazonantzin Guadalupe in nican huei altepenáhuac México itocayocan Tepeyácac (en náhuatl, “Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyacac”) de 1649.


Quinta Aparición

Origen del nombre de Guadalupe

El Señor Zumárraga tuvo otra comprobación de la presencia de la Virgen Santísima en el Tepeyac y ella fue la curación maravillosa del tío de Juan Diego, que fue quien reveló el nombre que habría que dar a la Virgen María, he aquí como aconteció todo esto:

Juan Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el Señor Obispo lo detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: "Ve a mostrarnos dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su Templo".

Juan Diego condujo a las personas que el Señor Obispo dispuso que lo acompañaran al lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse su Santuario y pidió permiso de irse, pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa, al llegar a la cual vieron que su tío estaba perfectamente sano; Juan Diego explicó a éste el motivo por el que él llegaba tan bien acompañado y le refirió las apariciones y que la Virgen le había dicho que él estaba curado.

Este al oír el relato de Juan Diego, manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, pues que él mismo la había visto del mismo modo en que se apareció a su sobrino y añadió que le habla dicho que dijera al Señor Obispo que era su voluntad se le llamara LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE.




La primera ermita y el primer milagro

Monseñor Zumárraga levantó en honor de la Virgen María una pequeña ermita en el lugar donde ahora está la sacristía de la Parroquia de la Virgen de Guadalupe.

No levantó desde luego un templo suntuoso, porque no quería que el culto a la imagen fuera provocado por actos suyos, prefiriendo que la Virgen María se encargara de acrecentar y aumentar su culto y que así éste no fuera obra de los hombres sino de Dios.

Y pronto obró la Virgen su primer milagro. Precisamente cuando su imagen fue trasladada de la residencia del Señor Zumárraga a su primera ermita, en la forma siguiente: acompañaban a la imagen, danzando, guerreros que en medio de su alegría iban disparando flechas. Una de éstas atravesó el cuello de uno de ellos, dejándolo muerto en el acto. Llevaron el cadáver a los pies de la imagen pidiéndole le devolviera la vida y la Virgen lo resucitó.




Hechos que comprueban la verdad de las apariciones

Además de los milagros que se han multiplicado, prueban la verdad de las apariciones principalmente estos 4 hechos:

1º.- La prodigiosa propagación de la Fe: en 10 años de heroicos esfuerzos, los virtuosos Misioneros que vinieron a propagarla, sólo consiguieron bautizar a muy pocos indios, y de ellos la mayor parte fueron niños pequeñitos o recién nacidos; después de la venida de la Virgen, los indios pedían el bautismo en tal número, que no se daban abasto los Ministros del Señor para bautizarlos. Se dice que se convirtieron en su tiempo nueve millones después de las apariciones.

2º.- La universalidad y el arraigo de la creencia en las apariciones de la Virgen Santísima: Puede decirse que todos los mexicanos de todas las partes y de todos los tiempos, han tenido en las apariciones de la Virgen, una fe firmísima, que no han podido debilitar las contradicciones de algunos impugnadores ni los ataques de sus enemigos; antes cada día se arraiga más esta creencia y se aumenta la devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe; ya en los siglos XVII y XVIII se había extendido a Centroamérica y Filipinas.

3º.- La conservación de la sagrada imagen a través de los grandes peligros de destrucción: a que ha estado expuesta y entre los que hay que citar el haber sido dinamitada en noviembre de 1921; la bomba, colocada junto a la sagrada imagen, causó diversos perjuicios en el templo; un pesado crucifijo de bronce que estaba sobre el Altar fue lanzado a distancia y quedó doblado en arco, el cuadro de San Juan Nepomuceno, que está detrás del altar y es muy pesado quedó casi desplazado, pero ni el vidrio del cuadro que guarda la imagen se rompió.





Cumplimiento de las promesas de la Virgen y Correspondencia del pueblo a sus favores

La Santísima Virgen, tal cual lo dijo a Juan Diego, ha sido verdaderamente especialísima Madre de todos y cada uno de los moradores de México, y ha prodigado sin medida tanto su amor, como su compasión, auxilio y defensa en innumerables y constantes favores otorgados a ellos y a todos los que la invocan y en Ella confían. Ella está siempre atenta para escuchar sus lamentos y remediar sus miserias, penas y dolores.

Y el dichoso pueblo mexicano ha correspondido a tan alta predilección de la Madre de Dios:

- Amándola con todo su corazón, pues no hay un amor más tierno y delicado que el que la mayoría de los mexicanos tienen a María Santísima de Guadalupe.

- Erigiéndole el templo que pedía y que de la ermita del Señor Zumárraga, se ha convertido en la magnífica Basílica en que hoy se la venera.

- Multiplicando sus Santuarios, pues son innumerables los que se han levantado por todos los rumbos de esta tierra, multiplicando sus altares, pues los tiene prácticamente en todos los templos del mundo entero y además son pocos los hogares mexicanos en que no se tenga su bendita imagen con amor y devoción.

- En medio del más grande regocijo, el pueblo mexicano, por concesión de S. S. León XIII la coronó como su Reina el 12 de octubre de 1895.

La Iglesia entera rinde culto a la Virgen de Guadalupe.

La Santa Iglesia ha establecido Misa propia de la Virgen de Guadalupe con rito doble de primera clase y oficio propio.

Y ha fijado el libre diciembre, fecha en que apareció la imagen en la tilma de Juan Diego, fiesta de guardar en la República Mexicana.

El culto de la Virgen Santísima de Guadalupe tiende a extenderse por toda la tierra, habiéndose extendido ya a toda la América Latina, hasta tal grado que a petición del V. Episcopado Hispano-Americano, S. S. Pío X la declaró Patrona de la América Latina el 24 de agosto de 1910.



sábado, 8 de diciembre de 2018

8 de diciembre: Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María (Fiesta de precepto)


“YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN”

Así se identificó la Santísima Virgen María a Santa Bernardita en sus apariciones en Lourdes, Francia en 1858. Hoy en día este nombre no parece extraordinario, pero el que la Virgen haya usado precisamente el término de “Inmaculada Concepción” para responder quién era Ella a una campesinita de un pequeño poblado del sur de Francia, fue en aquel momento algo muy especial. Y fue muy especial por que justamente cuatro años antes el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

















¿En qué consiste ese dogma que cada 8 de diciembre celebramos los Católicos como una de las Fiestas grandes de la Iglesia? Significa que María fue preservada desde el primer instante de su existencia, desde su concepción en el vientre de su madre Santa Ana, del pecado original y de sus consecuencias. Pero el privilegio de la Madre de Dios no se queda allí, sino que sabemos que fue también llena de gracia desde el primer momento de su existencia. Fue “inmaculada” desde su “concepción”.


Dios deseó, entonces, que la Virgen María, la que iba a ser su Madre, fuera concebida en estado de gracia y santidad, libre de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores. Eso significa que María no estuvo nunca sometida a la esclavitud del demonio, ni tenía inclinación al mal, ni oscurecimiento de su entendimiento, consecuencias del pecado original, con las cuales todos los demás mortales somos concebidos. Tampoco estaba sujeta a dos consecuencias adicionales, cuales son el sufrimiento y la muerte. Ella, por cierto, experimentó estas dos cosas, no porque estuviera sujeta a ellas, sino que las padeció como colaboración para nuestra salvación. El anuncio de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios se encuentra muy al comienzo de la Biblia (Gen. 3, 9-15.20) cuando al ser descubiertos Adán y Eva en su pecado de rebeldía contra Dios, el Creador acusa a la serpiente, es decir, a Satanás, y le anuncia:

“Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza”.


"Su descendencia aplastará
 la cabeza del demonio"

Con María comienza la lucha entre la descendencia de la Mujer (Jesucristo) y la de la serpiente, lucha que se resolverá con la victoria definitiva del que es descendiente de la Virgen y también Hijo de Dios.

De allí que en el momento de la Anunciación, cuando tuvo lugar la concepción del Hijo de Dios, el Arcángel Gabriel saludara a María con aquel “llena de gracia” (Lc. 1, 26-38). ¡Claro! Ella es “llena de gracia” porque está llena de la Gracia misma que es Dios y porque nunca el pecado la tocó. De otra manera no hubiera podido ser saludada así. Es la mayor prueba de la Inmaculada Concepción de María.


"Salve llena de Gracia"

La Santísima Virgen María es la primera redimida. Es redimida, inclusive, antes de la llegada de su Hijo, el Redentor. Con Ella comienza la redención, porque nos trae al Salvador del mundo. De allí que San Pablo (Ef. 1, 3-6.11-12) alabe a “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en El, con toda clase de bienes espirituales y celestiales ... para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos”.

Ese maravilloso plan divino ya se sucedió en María por ese privilegio inmensísimo de su concepción sin mancha, pero también -y muy especialmente- por su sí constante y permanente a la Voluntad Divina. Ese mismo plan se va realizando en cada uno de nosotros también con nuestro sí constante y permanente. Para ello el Bautismo ha borrado el pecado original y, además, tenemos a lo largo de nuestra vida todas las gracias necesarias para poder dar nuestro sí en todo momento, como Ella lo dio. 

Que así sea. 
Fuente: BUENA NUEVA Círculo Bíblico


Ave, María

Santa María  
Madre de Dios 
y Madre nuestra, 
De los asesinos de tu Divino Hijo,
De quienes, salvajes, 
nos burlamos de Él 
y comerciamos sus vestidos, 
hoy nos atrevemos a pedirte: 
¡Ruega por nosotros! 

Ruega por nosotros ahora, 
En el duro y vertiginoso vivir actual, 
¡Invoca a Dios! 

Dile que sus pobres pecadores son malos, 
que envenenaron su propio mundo.

Dile que son tontos, 
que buscan la Felicidad en la senda errada. 

Y pídele al Señor que,
cerca del momento final,
vayamos por el camino de la Verdad. 

Que en la hora de nuestra muerte 
un ángel luminoso nos susurre: 
"Ven, tu Padre te aguarda. 
El Paraíso que una vez, cegado, buscaste en la tierra, 
hoy está al alcance de tus manos".

Entonces te veremos abrazarnos,
en nuestros labios brillará una dulce, 
postrer sonrisa.
Y la gente dirá: 
"En vida, nunca pareció tan feliz". 





martes, 4 de diciembre de 2018

Novena a la Virgen de Guadalupe


El 12 de diciembre la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México, que dejó su imagen desde ese día en una sencilla “tilma” como señal del Amor de Dios para creyentes y no creyentes.
Cercanos a esta gran solemnidad mariana les dejamos una Novena para pedir la intercesión de la Virgen María ante Dios.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
"Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, creador y redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. Propongo enmendarme y confesarme a su tiempo y ofrezco cuanto hiciere en satisfacción de mis pecados, y confío por vuestra bondad y misericordia infinita, que me perdonaréis y me daréis gracia para nunca más pecar. Así lo espero por intercesión de mi Madre, nuestra Señora la Virgen de Guadalupe. Amén".
Primer Día
"¡Oh Santísima Señora de Guadalupe! Esa corona con que ciñes tus sagradas sienes publica que eres Reina del Universo. Lo eres, Señora, pues como Hija, como Madre y como Esposa del Altísimo tienes absoluto poder y justísimo derecho sobre todas las criaturas.
Siendo esto así, yo también soy tuyo; también pertenezco a ti por mil títulos; pero no me contento con ser tuyo por tan alta jurisdicción que tienes sobre todos; quiero ser tuyo por otro título más, esto es, por elección de mi voluntad.
Ved que, aquí postrado delante del trono de tu Majestad, te elijo por mi Reina y mi Señora, y con este motivo quiero doblar el señorío y dominio que tienes sobre mí; quiero depender de ti y quiero que los designios que tiene de mí la Providencia divina, pasen por tus manos.
Dispón de mí como te agrade; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Confío en tu benignidad, que todos se enderezarán al bien de mi alma y honra y gloria de aquel Señor que tanto complace al mundo. Amén.
Se dicen las intenciones de la novena y se reza un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.
Oración de San Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe
¡Oh Virgen Inmaculada
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,
a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponernos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas,
te pedimos por todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos
de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda
hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes
vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe
y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza.
Con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,
para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos
a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas
y pecados en el sacramento de la penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos
que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Aciprensa

Te alabo, Padre, por haber revelado estas cosas a los pequeños



 Junto al Papa Benedicto XVI reflexionamos sobre la oración de Jesús de alabanza al Padre por “por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. 

En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. (Mt 11,25-30).


Los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 11, 25-30 y Lc 10, 21-22) nos transmitieron una «joya» de la oración de Jesús, que se suele llamar Himno de júbilo o Himno de júbilo mesiánico. Se trata de una oración de reconocimiento y de alabanza, como hemos escuchado. En el original griego de los Evangelios, el verbo con el que inicia este himno, y que expresa la actitud de Jesús al dirigirse al Padre, es exomologoumai, traducido a menudo como «te doy gracias» (Mt 11, 25 y Lc 10, 21). Pero en los escritos del Nuevo Testamento este verbo indica principalmente dos cosas: la primera es «reconocer hasta el fondo» —por ejemplo, Juan Bautista pedía a quien acudía a él para bautizarse que reconociera hasta el fondo sus propios pecados (cf. Mt 3, 6)—; la segunda es «estar de acuerdo». Por tanto, la expresión con la que Jesús inicia su oración contiene su reconocer hasta el fondo, plenamente, la acción de Dios Padre, y, juntamente, su estar en total, consciente y gozoso acuerdo con este modo de obrar, con el proyecto del Padre. El Himno de júbilo es la cumbre de un camino de oración en el que emerge claramente la profunda e íntima comunión de Jesús con la vida del Padre en el Espíritu Santo y se manifiesta su filiación divina. Esto es clave para poder entender el texto que compartimos hoy.

Jesús se dirige a Dios llamándolo «Padre». Este término expresa la conciencia y la certeza de Jesús de ser «el Hijo», en íntima y constante comunión con él, y este es el punto central y la fuente de toda oración de Jesús.

Tal vez en este día podamos detenernos para distinguir en qué me siento realmente hijo del Padre Dios, qué aspectos de mi vida se saben abrazados por la paternidad de Dios y entonces allí me descubro serenamente pequeño para alabarlo y bendecirlo. Y en qué la rebeldía, la falta de aceptación de mis límites, no vivo como hijo del Padre, sino en el enojo y en la no compresión.

Lo vemos claramente en la última parte del Himno, que ilumina todo el texto. Jesús dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Lc 10, 22). Jesús, por tanto, afirma que sólo «el Hijo» conoce verdaderamente al Padre. Todo conocimiento entre las personas —como experimentamos todos en nuestras relaciones humanas— comporta una comunión, un vínculo interior, a nivel más o menos profundo, entre quien conoce y quien es conocido: no se puede conocer sin una comunión del ser. En el Himno de júbilo, como en toda su oración, Jesús muestra que el verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión con él: sólo estando en comunión con el otro comienzo a conocerlo; y lo mismo sucede con Dios: sólo puedo conocerlo si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión con él. Por lo tanto, el verdadero conocimiento está reservado al Hijo, al Unigénito que desde siempre está en el seno del Padre (cf. Jn 1, 18), en perfecta unidad con él. Sólo el Hijo conoce verdaderamente a Dios, al estar en íntima comunión del ser; sólo el Hijo puede revelar verdaderamente quién es Dios.

La aceptación y el querer lo que el Padre quiere, en el mundo de la aceptación, de la sencillez y de la pobreza es donde también la buena noticia puede llegar. Es un pedirle al Padre que siga abrazando a todos con su ternura. La alabanza de Jesús se constituye en un clamor al Padre para que continúen la obra que están haciendo. Esta buena noticia solo es recibida por los pequeños porque saben en brazos del Padre, así como Él lo está en este vínculo de mutuo conocimiento.

Al nombre «Padre» le sigue un segundo título, «Señor del cielo y de la tierra». Jesús, con esta expresión, recapitula la fe en la creación y hace resonar las primeras palabras de la Sagrada Escritura: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). Orando, él remite a la gran narración bíblica de la historia de amor de Dios por el hombre, que comienza con el acto de la creación. Jesús se inserta en esta historia de amor, es su cumbre y su plenitud. En su experiencia de oración, la Sagrada Escritura queda iluminada y revive en su más completa amplitud: anuncio del misterio de Dios y respuesta del hombre transformado. Pero a través de la expresión «Señor del cielo y de la tierra» podemos también reconocer cómo en Jesús, el Revelador del Padre, se abre nuevamente al hombre la posibilidad de acceder a Dios.

Esta es la voluntad del Padre, y el Hijo la comparte con gozo. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: «Su conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el “Fiat” de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9)» (n. 2603). De aquí deriva la invocación que dirigimos a Dios en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»: junto con Cristo y en Cristo, también nosotros pedimos entrar en sintonía con la voluntad del Padre, llegando así a ser sus hijos también nosotros. Jesús, por lo tanto, en este Himno de júbilo expresa la voluntad de implicar en su conocimiento filial de Dios a todos aquellos que el Padre quiere hacer partícipes de él; y aquellos que acogen este don son los «pequeños».

Pero, ¿qué significa «ser pequeños», sencillos? ¿Cuál es «la pequeñez» que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de fondo de nuestra oración? Miremos el «Sermón de la montaña», donde Jesús afirma: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de Dios.

Es interesante también señalar la ocasión en la que Jesús prorrumpe en este Himno al Padre. En la narración evangélica de Mateo es la alegría porque, no obstante las oposiciones y los rechazos, hay «pequeños» que acogen su palabra y se abren al don de la fe en él. El Himno de júbilo, en efecto, está precedido por el contraste entre el elogio de Juan Bautista, uno de los «pequeños» que reconocieron el obrar de Dios en Cristo Jesús (cf. Mt 11, 2-19), y el reproche por la incredulidad de las ciudades del lago «donde había hecho la mayor parte de sus milagros» (cf. Mt 11, 20-24). Mateo, por tanto, ve el júbilo en relación con las expresiones con las que Jesús constata la eficacia de su palabra y la de su acción: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: lo ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!» (Mt 11, 4-6).

Hemos gustado por un momento la riqueza de esta oración de Jesús. También nosotros, con el don de su Espíritu, podemos dirigirnos a Dios, en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el nombre de Padre, «Abbà». Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de los «pobres en el espíritu» (Mt 5, 3), para reconocer que no somos autosuficientes, que no podemos construir nuestra vida nosotros solos, sino que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarlo, escucharlo, hablarle. La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús mismo, para cumplir la voluntad del Padre en nuestra vida y encontrar así alivio en el cansancio de nuestro camino.

Padre Javier Soteras

Material en base a la Catequesis del Papa Benedicto XVI en la Audiencia General del 7 de diciembre del 2011

Fuente: Radio María

viernes, 16 de noviembre de 2018

Novena de abandono a la Voluntad de Dios


Novena del Abandono a la Voluntad de Dios

Padre Dolindo Ruotolo fue un sacerdote napolitano (1882-1970), estigmatizado milagroso y “portavoz del Espíritu Santo”.

El padre Ruotolo tuvo una extraordinaria comunicación con Jesús a lo largo de su vida heroica, una vida totalmente dedicada a Dios y a la Santa Madre María. Se refirió a sí mismo como “el viejito de Nuestra Señora” y el Rosario era su compañero constante.

Como se puede ver en esta novena mucho de lo que nuestro Señor quiere vuela frente a la normal inclinación humana y la razón. Sólo podemos ascender a este nivel de pensamiento a través de la gracia de Dios y la ayuda del Espíritu Santo.

Debemos dejar de lado nuestros problemas, dejar de preocuparnos y tratar de resolverlos nosotros mismos. Debemos creer, confiar y permitir que nuestro Señor nos rescate de nosotros mismos y suministre nuestros deseos, necesidades y resuelva nuestros problemas como sólo Él puede.

Jesús, ocúpate Tú de ello, deben ser las primeras palabras que vienen a la mente y fluyen de nuestros labios. Después de todo, hemos intentado hacer cosas a nuestra manera y mira donde ésta nos tiene.

Simplemente haz lo que dice la oración, abramos nuestros corazones y mentes en amor y cerremos nuestros ojos en confianza y pídele a Jesús que Él se encargue de todo, Él lo hará.

Día 1
¿Por qué se confunden al preocuparse? Dejadme a Mí el cuidado de vuestros negocios y todo mantendrá la calma. Les digo que todo acto de verdadera, ciega y completa rendición a Mí, me produce el efecto que deseáis y  resuelve toda complicada situación.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 2
Entregarse a Mí no significa ni inquietarse, ni estar amargado, ni perder la esperanza. Está en contra de esta entrega, profundamente en contra, la preocupación, el estar nervioso y pensar en las consecuencias de todo. Es como la confusión que sienten los críos cuando les piden a su madre atender a sus necesidades, y luego intentan ocuparse de esas necesidades por sí mismos con el fin de que sus intentos se entrometan en el camino de su madre. Rendir significa cerrar plácidamente los ojos del alma, rechazar los pensamientos de tribulación y ponerse en Mi cuidado, para que sólo Yo actúe, diciendo “Ocúpate tu”.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 3
¡Cuántas cosas realizo cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como en aquellas materiales, se vuelve a Mí, me mira y diciéndome: “Jesús, ocúpate Tú de ello”, cierra los ojos y reposa. Obtenéis pocas gracias cuando os atormentáis por producirlas, sin embargo tenéis muchísimas cuando la oración es un encomendarse plenamente a Mí. En el dolor, vosotros oráis para que yo obre, pero para que obre como creéis que debo obrar… No os dirigís a Mí, sino que queréis que Yo me adapte a vuestras ideas; no sois enfermos que piden al médico que les cure, sino que le sugerís la cura. No obréis así, sino orad como os he enseñado en el Padrenuestro:
Santificado sea tu nombre, es decir, sed glorificado en esta necesidad mía.
Venga a nosotros tu reino, o sea, todo contribuya a tu reinado en nosotros y en el mundo.
Hágase tu voluntad así en la tierra, como en el cielo, es decir, dispón Tú, en esta necesidad, como mejor te parezca en lo tocante a nuestra vida temporal y eterna.
Si me decís de verdad: “hágase tu voluntad”, que es lo mismo que decir: “Jesús, ocúpate Tú de ello”, Yo intervendré con toda mi omnipotencia y venceré las mayores dificultades.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 4
Mira, ¿tú ves que la enfermedad apremia en vez de menguar? No te turbes, cierra los ojos y dime con confianza: hágase tu voluntad, “Jesús, ocúpate Tú de ello”.
Te digo que así lo haré y que intervendré como médico, y que hasta obraré un milagro cuando fuere menester. ¿Ves que el enfermo empeora? No te desanimes, sino cierra los ojos y di: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. Te digo que yo me ocuparé, y que no hay medicina más poderosa que una intervención mía de amor. Me ocuparé de ello sólo cuando cerréis los ojos.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 5
Y cuando Yo os tenga que liderar por un camino diferente al que vais, Yo os prepararé; os llevaré en brazos; dejaré que os encontréis, como cuando los niños duermen en brazos de sus madres, al otro lado del río. Lo que os preocupe y os duele inmensamente son vuestra razón, vuestros pensamientos y preocupaciones, y vuestro deseo de afrontar lo que os afecta.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 6
No descansáis nunca, queréis valorarlo todo, escudriñarlo todo, pensar en todo, y os abandonáis así a las fuerzas humanas, o peor, a los hombres, confiando en su intervención. Es esto lo que obstaculiza, impide mis palabras y mis cálculos. ¡Oh, como deseo vuestro abandono para beneficiaros!, ¡Y cuanto me aflijo al veros turbados! Satanás tiende precisamente a esto: a turbaros para apartaros de Mi acción y arrojaros a la merced de las iniciativas humanas.
Confiad por eso sólo en Mí, reposad en Mí, abandonaos a Mí en todo.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 7
Yo obro milagros en proporción del pleno abandono en Mí, y a la ausencia de preocupaciones vuestras. ¡Yo derramo tesoros de gracia cuando vosotros estáis en la plena pobreza! Si apreciáis vuestros recursos, por pocos que sean, o si los buscáis, os halláis en el campo natural de las cosas, que es a menudo frecuentemente obstaculizado por Satanás. Ningún razonador o ponderador ha hecho milagros, ni siquiera entre los santos: obra divinamente quien se abandona a Dios.
Cuando veas que las cosas se complican, di con los ojos del alma cerrados: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. Y distráete, apártate de ti porque tu mente es penetrante… y para ti es difícil ver el mal y tener confianza en Mí. Haz así para con todas tus necesidades; obrad así todos y veréis grandes, continuos y silenciosos milagros. Os lo aseguro por mi amor. Yo me ocuparé de ello, os lo aseguro.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 8
Cerrad los ojos y dejaos llevar por la fluida corriente de Mi gracia; cerrad los ojos y no penséis en el presente, alejando, del futuro, los pensamientos, igual que lo haríais de la tentación. Reposad en Mí, confiad en mi bondad y os prometo por mi amor que si decís “Jesús, ocúpate tu” que Yo me ocuparé de todo; Yo os consolaré, os liberaré y os guiaré.

O Jesús, yo me entrego a Ti, ¡ocúpate de todo!
(Repítelo 10 veces)

Día 9
Rogad siempre con esta disposición de abandono y tendréis gran paz y grandes frutos, incluso cuando Yo os concedo la gracia de la inmolación de reparación y de amor, que importa el sufrimiento. ¿Te parece imposible?
Cierra los ojos y di con toda el alma: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. No temas, me ocuparé de ello y bendecirás mi Nombre humillándote. Mil plegarias no valen lo que un solo acto de abandono vale: recordadlo bien. No hay novena más eficaz que esta:

¡Oh Jesús me abandono en Ti, OCÚPATE TÚ DE ELLO!
(Repítelo 10 veces)


Madre, soy tuyo ahora y siempre.
A través de ti y contigo siempre quiero pertenecer completamente a Jesús.

Amén

martes, 6 de noviembre de 2018

Mensaje de la Santísima Virgen en Medjugorje del 25 de octubre de 2018




“Queridos hijos, ustedes tienen la gran gracia de ser llamados a una vida nueva a través de los mensajes que les doy. Hijitos, este es un tiempo de gracia, un tiempo y un llamado a la conversión, para ustedes y las generaciones futuras. Por eso los invito, hijitos, oren más y abran su corazón a mi Hijo Jesús. Yo estoy con ustedes, los amo a todos y los bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”


jueves, 1 de noviembre de 2018

Solemnidad de todos los Santos

Solemnidad de Todos los Santos
1ro. de noviembre

La Iglesia nos manda echar en este día una mirada al cielo, que es nuestra futura patria, para ver allí con San Juan, a esa turba magna, a esa muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de 12,000 inscritos en el Libro de la Vida, - con el cual se indica un número incalculable y perfecto, - y procedentes de Israel y de toda nación, pueblo y lengua, los cuales revestidos de blancas túnicas y con palmas en las manos, alaban sin cesar al Cordero sin mancilla. Cristo, la Virgen, los nueve coros de ángeles, los Apóstoles y Profetas, los Mártires con su propia sangre purpurados, los Confesores, radiantes con sus blancos vestidos, y los castos coros de Vírgenes forman ese majestuoso cortejo, integrado por todos cuantos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo. Entre esos millones de Justos a quienes hoy honramos y que fueron sencillos fieles de Jesús en la tierra, están muchos de los nuestros, parientes, amigos, miembros de nuestra familia parroquial, a los cuales van hoy dirigidos nuestros cultos. Ellos adoran ya al Rey de reyes y Corona de todos los Santos y seguramente nos alcanzarán abundantes misericordias de lo alto. 

Esta fiesta común ha de ser también la nuestra algún día, ya que por desgracia son muy contados los que tienen grandes ambiciones de ser santos, y de amontonar muchos tesoros en el cielo. Alegrémonos, pues, en el Señor, y al considerarnos todavía bogando en el mar revuelto, tendamos los brazos, llamemos a voces a los que vemos gozar ya de la tranquilidad del puerto, sin exposición a mareos ni tempestades. Ellos sabrán compadecerse de nosotros, habiendo pasado por harto más recias luchas y penalidades que las nuestras. Muy necios seríamos si pretendiéramos subir al cielo por otro camino que el que nos dejó allanado Cristo Jesús y sus Santos.


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Los Santos

La Sagrada Biblia llama "Santo" a aquello que está consagrado a Dios. La Iglesia Católica ha llamado "santos" a aquellos que se han dedicado a tratar de que su propia vida le sea lo más agradable posible a Nuestro Señor.



Hay unos que han sido "canonizados", o sea declarados oficialmente santos por el Sumo Pontífice, porque por su intercesión se han conseguido admirables milagros, y porque después de haber examinado minuciosamente sus escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio a los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha llegado a la conclusión de que practicaron las virtudes en grado heroico.

Para ser declarado "Santo" por la Iglesia Católica se necesita toda una serie de trámites rigurosos. Primero una exhaustiva averiguación con personas que lo conocieron, para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de muchos que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de Dios". Si por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus virtudes, fueron heroicas, se le declara "Venerable". Más tarde, si por su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable por medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente si se consigue un nuevo y maravillosos milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo declara "santo".

Para algunos santos este procedimiento de su canonización ha sido rapidísimo, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo duró 2 años. Poquísimos otros han sido declarados santos seis años después de su muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los trámites para su beatificación y canonización duran 30, 40,50 y hasta cien años o más. Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez para la beatificación o canonización, depende de que obtenga más o menos pronto los milagros requeridos.

Los santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.

La Santa Biblia afirma que al Cordero de Dios lo sigue una multitud incontable.

En el cielo están San Chofer de bus y Santa Lavandera de ropa. San Mensajero y Santa Secretaria. Santa Madre de familia y San Gerente de Empresa. San Obrero de construcción y San Agricultor. San Colegial y Santa Estudiante. Santa Viuda, Santa Solterona, Santa Niña y Santa Anciana. San Sacerdote, San Obispo, San Pontífice, San Limosnero, San Celador, Santa Cocinera, San Arrendatario y San Millonario, y muchos más que amaron a Dios y cumplieron sus deberes de cada día.

Señor Jesús: que cada uno de nosotros logremos formar también parte un día en el cielo para siempre del número de tus santos, de los que te alabaremos y te amaremos por los siglos de los siglos. Amén.



Esta es la voluntad de Dios: Que lleguemos a la santidad.

martes, 30 de octubre de 2018

Halloween: el mundo del Bien y del Mal: Padre Elías Cavero Domínguez

“SED SANTOS 
COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL
ES SANTO”

Oración
Padre Eterno, en el nombre de Jesús, permíteme comulgar espiritualmente todas las Hostias que han sido y serán robadas para ser profanadas en cualquier parte del mundo, en este día. Antes de que sean tocadas estas Hostias permíteme comulgar la esencia que hay en ellas, que es tu Cuerpo Sacratísimo y es tu Sangre bendita. Ven al refugio de mi corazón; deseo pedirte perdón, abrazarte, besarte y amarte para después depositarte en los brazos de tu Madre Santísima, a fin de que María desagravie, repare, adore y bendiga tu Corazón dolido por la ingratitud del hombre. Amen.  





Buenos días mis queridos hermanos,  ya cercanos a la fiesta de todos los Santos y ante la promoción que se hace a una fiesta ocultista y satánica: llamada halloween…

Con el fin de:

* Pedir a nuestro Señor que nos haga santos.
* Dar el honor que corresponde a una fiesta tan importante como la fiesta de todos los Santos.

* Reparar el dolor que se causa al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María; la participación de tantos en esa fiesta ocultista y satánica (halloween);  muchos por ignorancia,  otros intencionadamente...celebran en ése día al mal,  festejan el cumpleaños de Satanás, a las brujas y al horror.

* Nosotros a cambio celebraremos la víspera y el día de todos los santos y con nuestro rosario realizaremos una cadena de oración rezando el Santo Rosario que cubrirá todo el día 31 de octubre y el 1 de noviembre.



Pediremos a nuestro Señor que ponga los medios para que lleguemos a la santidad, celebraremos el Amor de Jesús y la vida de tantos seres humanos que alcanzaron la santidad como producto de caminar día a día buscando agradar y servir a Dios;  llegar a ser santos para cumplir su mandato: 

“SED SANTOS COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES SANTO”

(Mt 5, 48)


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