viernes, 4 de marzo de 2016

Frutos del sacramento de la Confesión


Diez frutos de la confesión frecuente

Es nuestra manera de “lavarle los pies” al Señor con nuestro arrepentimiento, y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora.


Por: P. Eduardo Volpacchio | Fuente: Catholic.net 


Meditación de Lc 7, 36-50
Lucas  7: 36 - 50

36Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa.
37Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume,
38y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
39Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»
40Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» El dijo: «Di, maestro.»
41Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.
42Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?»
43Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» El le dijo: «Has juzgado bien»,
44y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.
45No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.
46No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume.
47Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.»
48Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.»
49Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?»
50Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»

Jesús en casa de Simón. Una mujer convertida (pecadora dice San Lucas, en realidad una ex-pecadora y, por cierto, muy arrepentida) llora a sus pies. No creo que quisiera lavar los pies del Señor, sino simplemente besarlos mil veces, sin querer ni poder contener las lágrimas. El arrepentimiento de amor. Llora sus pecados, llora de amor.

Simón no se da cuenta de lo que está pasando.

Y piensa que es Jesús el que no se da cuenta.

A Simón le desilusiona que Jesús no se dé cuenta de que es una pecadora.

Y él no se da cuenta de que ya no lo es más.


Qué curioso somos los hombres: pensamos que Dios no se da cuenta, cuando los que no nos damos cuenta somos nosotros.

Jesús lo trae a la realidad con una parábola acerca de dos deudores insolventes. ¿Quién amará más? El perdón y el amor. A quién ama más, se le perdona más. A quien se le perdona más, ama más. Una simple regla de proporciones directas. A quien se le perdona menos ama menos. Una ley del amor.

Mandándonos el primer mandamiento el crecimiento del amor, nos interesa mucho esta ley de proporciones del amor.

Jesús no dice que a quien se le perdonan cosas más graves, ama más. No, no es cuestión de dedicarnos a pecar a bestia, para llegar a amar más.

Simplemente al que se le perdona mucho, ama mucho.

Llamativamente, Jesús reclama a Simón una serie de desatenciones: lavado de pies, beso, unción con perfume… ninguna de ellas representa un pecado, ni siquiera venial. Pero Jesús no lo deja pasar porque son faltas de amor. ¿No tendrá acaso Simón que pedir perdón por ellas?

El que ama mucho, se le perdona mucho. ¿Por qué? Porque su amor le lleva a descubrir muchas pequeñas cosas que duelen. Duelen porque ama. Y, porque duelen, ve la necesidad de pedir perdón. Y porque lo pide, se le perdonan. Porque se le perdonan, ama más. ¡Un círculo virtuoso! Descubrir desamor, dolerse, pedir perdón, ser perdonado; entonces amar más, y con más amor se descubrir el desamor...

Amar significa hacer feliz a la persona amada, y esto incluye necesariamente querer “ahorrarle” hasta las pequeñas molestias de nuestros defectos que no acabamos de poder evitar... Y, como no acabamos de poder evitarlos, en cuanto nos damos cuenta, pedimos perdón, para entrar así gozosamente de nuevo en este círculo virtuoso de amor.


Sentido de la confesión frecuente

¿Qué tiene que ver la confesión con todo esto?

Es nuestra manera de “lavarle los pies” al Señor con nuestro arrepentimiento, y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora.

A quien se le perdona mucho, ama mucho. Queremos que el Señor nos perdone todos nuestros pecados y también las faltas de amor e imperfecciones que “no llegan” a la categoría de pecado. Porque amamos mucho y queremos amar más todavía.

La Iglesia siempre ha recomendado la práctica de la confesión frecuente (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,  1458).

¿Por qué? ¿Para qué? No porque sea necesario para comulgar –obviamente si estamos en gracia-. Y tampoco porque tengamos miedo al infierno. Sino como delicadeza de amor.

No porque seamos escrupulosos, y veamos en todo pecados gravísimos. Sabemos que el pecado grave es grave; en cambio el venial, es venial; y las imperfecciones, simples faltas de amor. Pero, el amor hace que también nos duelan las faltas pequeñas, sabiendo que son pequeñas.

Para crecer en delicadeza de conciencia. Para crecer en el amor.

Hay quienes, por más que buscan, no encuentran pecados en su vida. Otros, en cambio se duelen, de fallarle al Señor en cosas pequeñas. Es cuestión de amor.

La confesión no existe sólo para perdonar pecados graves, es un medio excelente de santificación: divino. El lugar de encuentro con la Misericordia infinita de Dios. Y nos interesa mucho vernos inundados por ella. Purificados por la gracia. Santificados por su amor.

Enséñame Señor a Perdonar

Diez frutos de la confesión frecuente

1. Por el hecho de ser un sacramento, su principal efecto es aumentarnos gracia santificante, es decir, la participación de la vida divina en nuestra alma. Y junto con al gracia, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y los dones del Espíritu Santo.


2. Este encuentro con la misericordia infinita de Dios va purificando cada vez más nuestra alma. La confesión va remitiendo de parte de la pena temporal debida por nuestros pecados.


3. Con los consejos y aclaraciones que nos dan, ayuda a formar la propia conciencia.


4. La confesión supone varios actos de humildad: hacer examen de conciencia, sinceridad al acusarse de los pecados, superar la vergüenza, obediencia al cumplir la penitencia. Por eso nos hace crecer en esta virtud.


5. Nos permite reconocer mis faltas pequeñas concretas y pedir perdón por ellas. ¿Qué críticas hice hace tres meses? No lo recuerdo. ¿Distracciones u omisiones voluntarias en la oración? ¿Discusiones, ironías faltas de caridad, etc.? En concreto, no me acuerdo. Sé, en general, que debo haber fallado en esas cosas... pero en concreto, sería imposible acordarse. De mis faltas más “gordas” puedo acordarme, pero no de las más comunes, de las que entonces no me arrepentiría por olvido. Más allá que la confesión me perdone también las faltas que sin culpa propia no puedo confesar por olvido, y que Dios nos perdona mucho más de lo que somos capaces de darnos cuenta, sacaríamos mucho más provecho para nuestras almas si las tuviéramos en cuenta.


6. Lo dicho en el número anterior, explica que nos haga crecer en conocimiento propio: la confesión frecuente lleva consigo el examen habitual de nuestra vida. Puedo conocer mejor en qué tengo que mejorar, qué defectos tengo que superar, etc.


7. Nos ayuda a luchar por ser santos. Todos tenemos experiencia de nuestra poca “autonomía de vuelo” y de hecho, nos esforzamos especialmente por mejorar en los períodos de tiempo cercanos a la confesión. Con el paso del tiempo con facilidad vamos aflojando en ese empeño. La explicación es que la confesión nos da una gracia específica para luchar en las cosas en que nos confesamos: Dios no sólo nos perdona, sino que de alguna manera se compromete en ayudarnos a superar esa dificultad. Así la confesión frecuente se convierte en un “arma” indispensable en el camino de la santidad.


8. Recibir la misericordia divina, nos impulsa a ser también nosotros misericordiosos con los demás.


9. Si procuramos confesarnos habitualmente con el mismo confesor, nos conocerá mejor, lo que permitirá que sus consejos sean más personales según las necesidades de nuestra alma.


10. Nos llena de alegría y paz interior.


¿Cada cuanto sería bueno que me confiese?

En general no hay reglas fijas. El único punto de referencia es la obligación que nos señala la Iglesia de hacerlo al menos una vez al año (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1457).

Dependerá de las necesidades de cada alma y de la facilidad que se tenga para encontrar un confesor.

Quien está en pecado mortal, debería confesarse cuanto antes para recuperar la gracia, y así tener la gracia santificante vivificando su vida, al Espíritu Santo habitando en su alma, y también para poder volver a comulgar.


Quien no tiene pecados mortales, dependerá de sus expectativas de santidad: cuanto más santo quiera ser, más se confesará (obviamente dentro de ciertos límites, en principio no hace falta hacerlo más de una vez por semana).


A un cristiano practicante, que quiere evitar el pecado y vivir cerca de Dios, le aconsejaría que lo haga al menos una vez por mes.


A un cristiano que quisiera cultivar su vida interior, le aconsejaría hacerlo cada quince días –o incluso semanalmente-, para así poder también tener una guía para su alma. Basta recordar que una de las condiciones para ganar indulgencias es la confesión dentro de la semana en que se ha realizado la acción indulgenciada.
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domingo, 21 de febrero de 2016

CUANDO EL OCULTISMO NO JUEGA: Las consecuencias ignoradas del juego de la Copa, la Ouija y similares

Muchos testimonios coinciden en relacionar la actividad demoníaca 
con haber participado en juegos o adivinaciones con uija 


El último fin de semana de marzo de 2014 Guillermo Ortea contó su experiencia personal ante numerosos jóvenes y padres de familia en Barcelona y Gerona, advirtiendo de los peligros de las prácticas espiritistas. 

Él mismo cuenta que hasta quince años después de sus juegos con la ouija no se dio cuenta de que sufría de una influencia demoníaca que afectaba a todos los ámbitos de su vida, hasta llevarle al límite de la desesperación tanto a él como a sus familiares. Ahora da sus testimonio para advertir a los jóvenes que estas prácticas espiritistas no son ningún juego inofensivo.

Guillermo Ortea llevaba una vida aparentemente normal. Casado y padre de cuatro hijos, nada hacía suponer que los problemas que acontecían en su vida y que poco a poco iban minando a la familia, podían tener un origen diabólico, camuflado en lo que parecía un sencillo e inofensivo juego de adolescentes: la tabla ouija. 

 Guillermo, eres una persona de oración. En tu casa, a día de hoy, no pasa el día que tu esposa y tú no recéis juntos el rosario. ¿Has sido siempre así?


-No, ni de lejos. Esto es muy reciente. He pasado 35 años de mi vida no teniendo nada presente a Dios. O al menos, muy poco. La familia de la que vengo, en la que soy hijo único, no ha tenido en la fe un referente vital. Tal vez sí cultural, pero no vivencial, como ahora.

-¿Cual es la diferencia entre esa fe cultural y una fe vivencial?

-Rezar con el corazón. Eso marca la diferencia. Una cosa es hacerlo por costumbre, por cultura, por tradición, incluso por obligación, y otra es tener una relación viva, diaria, con Cristo. Tener presente a Dios en todas las cosas de tu vida, no solo los domingos. Para mí, el sentimiento religioso no existió nunca, ni al hacer la Primera Comunión ni nada. Eso empezó a cambiar hace apenas dos años, estando ya casado y teniendo cuanto hijos. Lo aprendí, o mejor dicho, lo recibí, en una peregrinación a Medjugorje.

-¿Antes de esa peregrinación, ibas a a Misa con tu mujer o te confesabas?


-Iba a Misa los domingos porque mi mujer se empeñaba, y a mí me salía más barato ir que pelearme con ella, pero era el primero en salir de la iglesia, nunca me enteraba de nada y lo que dices de confesarme, desde los tiempos del colegio fue algo que no hice salvo para alguno de los bautizos de mis hijos, que también viví de forma cultural. Me hubiese dado lo mismo bautizarlos cristianamente que bautizarlos por el rito hindú.

-¿Fuiste entonces a un colegio religioso?


-Sí, y curiosamente ahí se originaron mis problemas. Fuí a un colegio católico, muy conocido en Barcelona. Mis padres, que no eran personas religiosas, me llevaron ahí con 13 años para ver si me centraba. A esa edad yo ya me distraía demasiado con las chicas y con otras cosas y querían algo más estricto para mí.

-¿Por qué dices que tal vez ahí empezaron tus problemas?

-Porque fue en una de las convivencias para chicos que se organizaban en el colegio donde mi grupo de amigos y yo hicimos el idiota, pero prefiero contártelo más tarde, es importante seguir un orden.

-De acuerdo, tú mismo.


-Cuando mi mujer y yo nos casamos estábamos muy enamorados. Ahora creo que lo estamos más, pero el camino ha sido muy doloroso. Yo diría que incluso hemos llegado al borde, al límite de la separación, lo cual para mí creo que hubiese sido fatal. Me hubiese desesperado y posiblemente no estaría aquí contándote mi vida.

-¿Por qué llegasteis a esa situación?


-Por mi comportamiento inmaduro e ilógico, absurdo en muchísimas cuestiones sin importancia del día a día, y en otras muchas que sí que la tenían. Yo no estaba centrado en mi vida, en atender a mi mujer y mis hijos y siempre estaba distraído con cualquier cosa que me apeteciese a mí. 

»Esto poco a poco te va separando de la familia, huyes de tus responsabilidades, y llegamos un poco al límite cuando nació nuestra cuarta hija, porque nació con una enfermedad severa, lo que que te exige mucho más, y yo sin embargo, empecé a dar mucho menos. Me escondía.

-¿Cómo salisteis adelante?

-Mis suegros percibieron que estábamos llegando a una situación límite. Ellos ya vieron que sus rezos se estaban agotando sin que se remediase nada en nosotros y nos ofrecieron, como recurso de emergencia, ir a Medjugorje.

-¿Qué pensaste tú cuando te lo ofrecieron?

-Yo dije a mi mujer: “Perdona, pero yo no voy a dedicar mis vacaciones a estar en un convento ni nada así. No me da la gana, no me fastidies. ¿A qué voy a ir a Medjugorje? ¿Pero eso qué es?”.

- ¿Cómo es que fuiste, entonces?

-Por respeto a mis suegros. Ellos estaban preocupados, y son unas personas que nos quieren mucho. A su hija por supuesto, pero yo sé que a mí también me quieren mucho, y ya que me ofrecían algo por ayudarme, me sabía mal despreciarles. Acepté ir con mi hija Elena. Si Dios existía, que me lo demostrase curándola a ella.

-¿Qué pasó en Medjugorje?

-La pregunta sería mejor qué no pasó en Medjugorje, pero bueno, voy a tratar de resumir aquel segundo día allí.

-Adelante.

-Mi mujer se quiso confesar y fuimos hacia la parroquia. Cuando salió del confesionario fuimos dentro de la iglesia para oír Misa. Esto era durante el Festival de Jóvenes de Medjugorje y el día anterior habíamos oído Misa en la explanada, pero ese día decidimos quedarnos allí dentro, atrás del todo. 

»De repente entró una monja en la iglesia, una señora muy delgadita, con el pelo grisáceo, con una rebeca azul, una camisa grisácea y una falda larga de tubo, también azul. Tendría unos cincuenta años y su cara era muy dulce. Transmitía mucha paz. Se sentó al lado de Elenita y empezó a jugar con ella. La peque se quiso sentar en ella. Yo lo intenté evitar pero esta señora dijo que no pasaba nada, y así estuvieron toda la Misa. Había cierta comunicación entre ellas y a Elenita se le notaba estar a gusto a su lado. 

»Cuando llegó el momento de ir a comulgar, la monja, en italiano, sin venir a cuento, nos dice: “Vuestra hija no está enferma”. Yo me quedé como aturdido, porque se me juntaron demasiados pensamientos en la cabeza. Primero, quien eres tú para decirme a mí que mi hija no está enferma. Pero al mismo tiempo hubo sorpresa, porque ella no tenía por qué saber que mi hija tiene lo que tiene, ya que no se le nota a no ser que le de un episodio de epilepsia, que no fue el caso.

»Cuando pude reaccionar, le dije: “Mire señora, sí que lo está”. Pero insistió: “No, no está enferma. La niña tiene un bloqueo. Hay algo oculto que la bloquea”. Yo empecé a pensar que la mitad de aquel pueblo estaba loco. Se me hizo un nudo en la cabeza, de verdad. Me sentó mal, pero al mismo tiempo pensaba muy rápido sobre por qué esta señora nos decía esto. Entonces ella insistió: “Vuestra hija está sana. He rezado por ella durante la Misa y he percibido algo que no me gusta. Cuando volváis a casa llevadla a vuestro párroco y que haga una oración de liberación por ella. En un futuro, sanará. Creedme, que sé de lo que hablo”. Entonces, cambió el semblante, se pudo seria y nos preguntó a mi mujer y a mí:”¿Habéis hecho algún tipo de magia, espiritismo o habéis jugado con la güija o algo así?”.

-¿Os sentisteis incómodos?

-¡Por supuesto! Nos hizo preguntas fuera de lugar. Yo pensé que había sido un error ir a ese sitio. Yo no estaba preparado para ese episodio, pero no fue nada con lo que vino a continuación.

-¿Qué fue?

-Comulgamos y en cuanto nos dieron la bendición nos marchamos. Sabes que en la iglesia de Medjugorje hay un espacio entre la puerta del templo y la puerta de la calle, donde están colocadas las pilas de agua bendita y las revistas de la parroquia. Tal vez tardas cinco segundos en atravesarlo.

-Sí, así es.

-En ese tramo, en ese lugar, a mí se me abren unos recuerdos en mi cabeza que yo tenía absolutamente olvidados, y de repente veo con toda claridad una serie de imágenes, como en flashes en mi cabeza, de mi época del colegio, con unos trece años, haciendo espiritismo con una güija.

-¿Puedes describir con detalle lo que viste?

-Perfectamente. Fueron unos recuerdos muy nítidos, que me vinieron de golpe, y que yo no había recordado jamás en mi vida, desde no sé cuando. Estaba yo con un grupo de compañeros del colegio, en una de sus casas de convivencias, alrededor de una güija que habíamos fabricado nosotros. Recuerdo que lo hicimos porque nos aburríamos, y no fue una sola vez, sino más veces. Era algo en cierta manera habitual. Pero sí que recuerdo que la primera vez fue en una de esas convivencias. De hecho, recuerdo las caras de las personas que estábamos allí.

-¿Qué recuerdas en cuanto a sensaciones?

-Recuerdo el morbo por lo desconocido, por lo prohibido, la curiosidad del adolescente ante lo peligroso. Recuerdo que aquel vaso se movió, pero yo ya no sabría decirte si lo movía yo o si se movía solo, y no te puedo dar muchos más detalles. Al mismo tiempo que esto se me revela en la cabeza, me acuerdo de algo que me asustó, y es verme a mí mismo haciendo güija, yo solo en mi casa, con una tabla que me fabriqué después yo mismo. Se me ponen ahora los pelos de punta.

-Guillermo, de todo esto que me cuentas, ¿no te acordabas de nada?

-Cero. Jamás. Nunca. Algo pasó alguna vez que me hizo olvidarlo todo. Y de repente, lo veo tan nítido como cualquier recuerdo de cosas que he hecho esta mañana. Fue un recuerdo que aglutinaba todas las veces que había hecho aquello, que no fueron dos o tres, fueron muchas, con relativa frecuencia, de manera muy inocente, por curiosidad, por pasar el rato, sin ninguna intención extraña. No sé, supongo que cuando eres adolescente buscas divertirte de cualquier manera y nunca nadie nos advirtió del peligro que eso conllevaba. No sabíamos ni de lejos lo serio que es este problema.

-¿Recuerdas cuando dejaste de hacer aquello?

-Yo hice güija con frecuencia los años que fui alumno de este colegio, que fue entre los trece y los dieciocho. No volví a hacerlo más y ni siquiera me acordé. Es como si me hubiesen cortado esos recuerdos de golpe al mismo tiempo que el interés por hacerlo. Pasó algo que me cortó la conciencia de haberlo hecho, pero no sé qué fue. No me volví a acordar hasta ese día en Medjugorje, en el momento en que salgo de esa iglesia.

-¿Cómo reaccionaste?

-Me puse literalmente malo. Me entró un sudor muy frío, se me aceleró el corazón y me temblaron las piernas. No es una forma de hablar, sino que literalmente casi me caigo. Salí de allí en estado de shock. Tuve que sentarme porque justo a continuación de recordar todo eso, tomé conciencia enseguida de que a mí me pasaba algo que tenía que ver con aquello, que los comportamientos tan extraños que he tenido siempre con mi familia, vienen de aquello. 

»Que hay muchas cosas que he hecho muy mal y que yo no sabía por qué las hacía, cosas que me descentraban de lo que realmente era importante en mi vida. Tomé conciencia de que había algo en mí como que me gobernaba más que yo, haciéndome tomar decisiones erróneas y haciendo que me comportara de manera equivocada. Entonces me di cuenta, allí sentado en la puerta de la parroquia, y sentí algo así como que Dios, o la Virgen, o quien fuese, como que me decía: “Guillermo, no es tu hija quien necesita ayuda, sino tú. Déjala a ella que está muy bien cuidada y ocúpate de arreglar lo tuyo”.

-¿Qué es "lo tuyo"?

-Yo he tenido algún tipo de influencia diabólica en algún grado. No creo que haya sido una posesión, pero sí he vivido bajo la influencia severa del Demonio durante años. En Medjugorje, gracias a Dios, la Virgen empezó a poner orden en mi desordenada vida, empezando por darme a conocer cual era mi problema, y el de mi familia. A partir de Medjugorje he ido conociendo verdades de nuestra fe, tan desconocidas incluso para los católicos en el seno de la Iglesia, que al principio te descuadran, pero que luego son muy ordinarias.

-¿A qué tipo de verdades te refieres?

-Hay muchas cosas que pensamos que no son verdad, y que sí que lo son. Por ejemplo, los dones del Espíritu Santo, esos de los que habla San Pablo. No son una manera bonita de hablar. Existen y si te abres a Él y le invocas con fe, se te dan. Son cosas que no se ven, como lo que nos pasó con esta religiosa en la iglesia.

-¿Dormiste aquella noche?

-¿Cómo voy a dormir? Es imposible. No pegué ojo. El cuerpo se resiente de tantos impactos en un solo día. Es como que se tiene que adaptar a las realidades del espíritu.

-¿Como estabas el día siguiente?

-El día siguiente mi estado era flotar.

-¿A qué te refieres?

-A que yo voy flotando. De repente la vida me pareció tan maravillosa, que parecía que mi cuerpo me pesaba poco. No se qué me pasaba, pero vi la vida como un don precioso, y empecé a rezar.

-Bueno, ya habías rezado un poco los días de antes.

-Yo no había rezado en mi vida. Ahí me di cuenta de lo que era rezar. En Medjugorje la oración te brota a raudales, no lo puedes parar. Es como respirar, una presencia de Dios constante, casi tangible. Como no sabes muy bien qué hacer con ese deseo, pues yo empecé a rezar rosarios, y no se cuantos pude rezar ese día. Fue maravilloso rezar sin esfuerzo. A mí siempre me había costado tanto, y de repente yo rezaba con la misma facilidad con la que das pasos al andar. Así pasé el resto de días en Medjugorje, flotando, rezando y feliz. Conociendo una felicidad nueva. Y así, volvimos a Barcelona.

-¿Qué reflexiones haces una vez que llegas a casa?

-Poco a poco fue pasando el tiempo y de una manera nítida me doy cuenta de que quien necesita ayuda de Dios no es Elenita. Ella es un ángel que nos ha enviado Dios, a la que Dios quiere mucho tal y como es, y que quien más bien necesita un milagro, soy yo. Me doy cuenta también de que nosotros no vivíamos la fe como debíamos vivirla. Al regresar a Barcelona comenzamos a vivir la fe desde una postura apostólica y evangelizadora en la que yo no me reconocía. O al menos, no me ubicaba para nada sabiendo como era apenas unos días antes. La vida te da la vuelta.


-¿Sabrías decirme qué diferencia ves tú, desde tu perspectiva de cristiano que deja la fe y luego es converso, la diferencia entre rezar y orar?

-Creo que rezar es recitar unas oraciones y orar es ponerse en presencia de Dios. Compartir con Dios tu vida familiar. Eso es lo que empezamos a hacer a la vuelta de Medjugorje. Metimos a Dios en casa. Desde la vuelta de Medjugorje la vida en casa ha cambiado. Ante cualquier tesitura, nuestra actitud, la de mi mujer y la mía, es otra. Es diferente, y es que de verdad yo siento que a mí me han cambiado. 

-¿Cómo afrontasteis el tema de tus sesiones de güija?

-Empezamos a hacer oraciones de liberación. No exorcismos, pues es diferente, y el exorcismo requiere de una liturgia especial oficiada por un exorcista, pero sí pequeñas oraciones en las que implorábamos a Dios mi liberación, o la de aquellos que la necesitaran en mi familia. Entonces mi suegra me recomendó hacer un retiro, unos ejercicios espirituales dirigidos por el padre Ghislain Roy, un sacerdote canadiense que sabe de esto.

-¿A qué te refieres con lo de que ese padre Ghislain sabe de esto?

-El padre Ghislain es un sacerdote canadiense que posee una serie de dones que se han manifestado a lo largo de su vida sacerdotal, cosas extrañas incluso para la inmensa mayoría de los católicos, pero que están todas ellas descritas en la Palabra. Una de estas cosas es el descanso en el Espíritu. Al menos así lo llaman los que participan de la espiritualidad de la Renovación Carismática, gente muy abierta a las manifestaciones del Espíritu Santo.

-¿Qué es un descanso en el Espíritu?

-Pues yo no te se explicar realmente lo que es, pero yo viví un descanso de unos treinta minutos.

-No sé si eso es mucho o poco...

-Pues es una barbaridad. No suelen durar más de unos diez minutos, como mucho.

-¿Puedes relatar lo que viviste?

-Claro, no es nada raro, aunque ya sé que para muchos lo parece. Verás. El sacerdote te impone las manos y ora por ti. Entonces, Dios obra en ti de una manera sensible a los sentidos. Tal es así que te caes al suelo. Tu cuerpo se debilita y sin perder la consciencia, vives una experiencia en la que sin dejar de estar en la Tierra, tu espíritu, tu alma, saborea de alguna manera a Dios.

-¿Es algo parecido a lo que santa Teresa llamaba un arrobamiento?

-No lo sé. Podría ser.

-¿Dices que esto es normal?

-Sí. Lo anormal es que los sacerdotes no crean el poder del que disponen por el Orden Sacerdotal. Los sacerdotes tienen mucho poder. Si me apuras, y sin comparar lo que una y otra cosa son, pero más raro es lo que sucede en la transubstanciación, que un pedazo de pan se convierte en Cristo, y a todo el mundo le parece normal. Supongo que será cuestión de costumbres o educación, pero esto es así.

-De acuerdo. Sigue con tu descanso.

-Cuando el padre Ghislain me impuso sus manos y oró en silencio, yo caí hacia atrás. Entré en un estado en el que como te he dicho, no llegas a estar inconsciente, pero al mismo tiempo recibes una percepción más amplia de las cosas. No se queda en la percepción física de los sentidos, sino que va un poco más allá. Los trasciende y ves cosas que pasan en tu interior, en tu alma.

-Suena a rollo esotérico.

-Esotérico y demoniaco fue la güija. Esto es de Dios. Yo lo llamaría místico. Nuestra historia como católicos está repleta de experiencias místicas en las vidas de los santos, por las que precisamente les hicieron la vida imposible, y luego ya ves. Son manifestaciones de Dios a través de sus elegidos. En este caso, a través de este sacerdote. 

-¿Cómo acabó esta experiencia?

-Yo estaba tumbado y empecé a ver como empezaban a salir hacia fuera de mí unas manchas negras, como nubarrones, que se iban hacia una luz que había encima de mí. Allí se disolvían. Yo esto lo veía mientras vivía una sensación de mucha calma, de mucho bienestar. Me pregunté que sería todo aquello, y lo interpreté como que era porquería o algo así que había en mí. Así un buen rato hasta que aquello dejó de salir e hice un ademán como de levantarme, pero el padre me lo impidió y me dijo: “No te levantes aún. Quédate ahí y deja que el Señor llegue a ti”. Me volví atrás y en unos tres segundos comenzó una segunda oleada. Ahí tuve una conciencia mucho más clara de que el Señor me estaba limpiando, así que esta vez me dejé hacer a conciencia. Llegó un momento que me encontraba tan bien, que tenía tal sensación de paz y de alegría al mismo tiempo, que yo pensé: “Señor, déjame ver a la Virgen. ¿Puedo verla ya?”. Pero no la vi. Creo que lo que yo viví es una antesala del Cielo, pero no me morí. Aquello acabó, me levanté y me marché.

-Dice la Palabra que cosas sorprendentes veremos si tenemos fe.

-En ese retiro se ven estas cosas. En Medjugorje también. Creo que en este retiro yo quedé liberado de lo que a mí me pasase, que llevaba arrastrando desde mi adolescencia, cuando al jugar con la güija abrí la puerta a la parte oscura de nuestra realidad trascendente, y luego, en verdad, nunca se la abrí a la parte buena, y ahí quedé atrapado. Jugar con la güija es como meter una bala en el tambor de una pistola y dejar espacios libres. Puede que no pase nada, o puede que sí. Si pasa tendrá conceciencias fatales.

-Una vez que ha pasado tanto tiempo, ¿qué recuerdas de Medjugorje? ¿Qué dirías si un desconocido te preguntases qué es lo que te sorprendió de allí, fuera de tu experiencia tan íntima?

-Que allí no te cuesta nada ponerte en presencia de Dios. Es como un cielo terrenal. Ambas realidades se solapan. Allí no te cuesta nada rezar ni ir a Misa.Cuando digo nada, es nada. Allí tu ser desea rezar, desea ir a Misa. Allí tu ser toma conciencia sensible al cuerpo de tu neecsidad de Dios. Yo esto no lo había visto nunca antes, ni nadie me lo había explicado. Allí pasa algo.

-¿Qué?

-Allí pasa lo que la Virgen quiere que te pase, y lo que tú la dejes hacer. Allí tú llegas y de primeras no pasa nada, pero en un momento dado, cuando quieres darte cuenta, es como si hubiese un parón en el tiempo, en el que entras y como que todas tus inquietudes, tus angustias, se quedan a un lado temporalmente, como congeladas. Así te da tiempo a detenerte en lo realmente importante en tu vida, que es dónde está Dios. Te da tiempo así a conocerle, un poquito, y cuando todo recobra su velocidad normal, tú ya has cambiado. 

»De hecho, una vez que regresas a casa, puede ser muy duro, porque regresas a una realidad repleta de cruz, y allí como que se ha quedado un poco a parte. Vuelves a la realidad limitada temporal de la que de alguna manera has salido por un tiempo. Pero es muy importante dejarte hacer, ponerte esos días en manos de Dios con el corazón abierto. Con confianza. Allí no hay cruz. Allí hay alegría. Allí no hay gente con mal humor, ni malas caras. En Medjugorje se crea una comunidad brutal entre miles de personas que solo desean el bien, un bien que conocen y que reconocen que viene de Dios, y conocen la manera de importarlo a sus vidas. Allí la vida no cuesta.

-¿Te sigue siendo fácil rezar?

-Sí, me es mucho más fácil que antes de ir a Medjugorje. Ya te dije que para mí, ir a Misa, era una tortura. Y orar, hablar con Dios, con Cristo... ahora es tan normal... Es como si hubiera conocido a un amigo nuevo, con el que más te gusta estar, con el que más te gusta compartir. Un amigo divino que está a la altura de los hombres. Es brutal.

-Ahora que le conoces y que le quieres dar a conocer, ¿quien dirías que es Dios?

-Dios es amor. Un amor enorme con el que puedes hablar y nunca pone mala cara.

-Guillermo, quiero hacer una reflexión contigo en este momento. Tú estudiaste en un colegio católico y te dedicabas a jugar con la güija. En España, algo se ha hecho muy mal para que habiendo tenido tan fácil la evangelización, haya tanta gente tan alejada de la Iglesia. ¿qué hemos hecho tan mal?

-Yo creo que nos han contado mal a Dios, lo hemos explicado mal. Durante muchos años no se ha contado bien cómo ni quien es Dios. La imagen que a mí me vendieron de Dios era falsa. Si me lo hubiesen presentado bien, tal vez no habría necesitado ir a Medjugorje, pero me lo contaron mal.

-¿Por qué? Quiero decir, que no sería con mala intención.

-Claro que no. Sencillamente se ha explicado mal a Dios porque no se le conocía. Si no conoces a Cristo no puedes presentarle. Necesitas vivir una experiencia que se llama encuentro personal con Cristo, en el que estáis solos tú y Él, sin nadie más que te contamine ni te distorsione, ni a favor ni en contra. Si le conoces ahí, ya podrás vivir tu experiencia de fe, no la que te contaron otros. Yo ya le he conocido, y con todo lo pecador que llego a ser, doy testimonio de Cristo, porque le he conocido.

-¿Por qué das testimonio?

-Yo doy mi testimonio porque la Virgen pide en Medjugorje que demos testimonio absoluto, y yo tengo una deuda muy grande. Me tomo muy en serio eso de encontrarme delante de Dios y que su primera pregunta sea: “Después de todo esto, ¿qué has hecho? ¿A quien se los has contado? ¿A tu familia y ya está? ¿Yo te enseño el cielo y tu lo metes en una lata?”. La Virgen dice en Medjugorje: “Yo busco apóstoles de hoy que transmitan la luz de Dios”. Lo que nos viene a decir esto es que ella busca gente dispuesta, que ella necesita reclutar gente que se ofrezca, porque somos muy duros y cuando consigue tocar el corazón de uno solo de nosotros, porque se ofrece, necesita que lo cuente.

-¿Cómo está Elena?

-Elena está mucho mejor. No curada, pero mucho mejor. Voy a contarte algo de ella. Cuando mi mujer se quedó embarazada, no la aceptamos bien. Era la cuarta y cayó como un jarro de agua fría. ¡Dios mío, qué error! No entraba en nuestros planes, rompía la carrera profesional de mi mujer. Hubo un rebote importante. Ahora sabemos que ella ha sido el ángel que nos ha enviado Dios para poder conocerle. Es el ángel que nos ha dado Dios para que mi familia siga unida y para llevarnos a Medjugorje. Elenita no necesitaba nada. Ella es así y Dios la quiere así y la quería así porque sabía que lo que mas necesitábamos nosotros era a Elenita, así. Él lo ha querido. Que ella se cura, fantástico. Que no se cura, fantástico también. Ella está cumpliendo en la tierra su misión, que es querernos desde su enfermedad y dejarse querer por nosotros.


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jueves, 18 de febrero de 2016

El poder sanador del Perdón

El perdón de las ofensas
(Mateo cap. 18:21,22)

18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?"
18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete."


Sobre el Perdón

Decide operar en Amor, no en un Amor emocional, sino en el Amor sobrenatural de Jesús. Que amó hasta a sus enemigos y los protegió de sí mismos.



[Ejemplo de los soldados y de Pilato: “Ninguna autoridad tienes sobre mi, sino te fuere dada de arriba…” Jn. 19.11],



AMOR REAL

Perdonar es Señal de que has entrado a operar en el Nivel de Amor Real. Cuando eres real en tu Amor no te importa dar extra. El Amor en acción te separa del espíritu de muerte.



LA DONCELLA Y EL REY

Un Príncipe soltero decidió casarse. Muchas doncellas trataron de conquistarlo pero ninguna pudo ganárselo porque era muy exigente. Finalmente una bella joven le dijo: “Soy capaz de hacer lo que ninguna otra mujer haría.

Durante 100 días, permaneceré frente al Palacio, sin comida, agua, techo ni cobijas. Si cumplo esta hazaña merezco ser la reina”. El Príncipe dijo me parece justo.

Después de 20 días el Príncipe se asomó para ver cómo le iba a su futura prometida y desde lejos mostró aprobación con una sonrisa: “Eres tan cumplidora como valiente”. 

Pasaron otros 30 días y el soberano se sorprendió al ver que la doncella había bajado de peso, así que para animarla elevó una copa de vino que tenía en la mano y expresó su apoyo: “¡Muy bien, bravo!”. 

Al cabo de 90 días, el rey miró por la ventana y notó que la mujer estaba demacrada, esquelética y su cabello era un matojo de greñas alborotadas. Al verla tan decaída, alzó la mano derecha y levantó el pulgar animándola a continuar: “Excelente, seguid adelante, buena mujer”. 

Todo el mundo en el pueblo estaba emocionado porque parecía que la damisela iba a cumplir su promesa y pronto tendrían reina. 

Después de 99 días y 23 horas la mujer estaba sumamente pálida y era obvio que estaba muy enferma. De repente, sucedió algo inesperado. Casi sin fuerzas se levantó y se fue del palacio. Nadie podía creer lo que sucedía. 

Cuando llego a la casa, su padre le preguntó angustiado: "¿Hija mía, por qué renunciaste solo faltaban unos minutos para convertirte en reina?"

A lo que ella respondió: “Soporté las peores calamidades, hubo ocasiones en las que sentía morirme de hambre y frío. Esperé 99 días a que el Príncipe se compadeciera y me liberara de esa tortura, sin embargo lo único que hizo fue alentarme a continuar con mi sufrimiento, demostrándome su desconsideración y egoísmo. Una persona así, no merece mi amor”.
El Padre, de la doncella le pregunto: “Serias capaz de perdonarlo…?”. La joven contesto: “Jamás, ni en esta, ni en la otra vida”. Eclesiastés 9:1-3 

A todo esto me dediqué de lleno, y en todo esto comprobé que los justos y los sabios, y sus obras, están en las manos de Dios; que el hombre nada sabe del amor ni del odio, aunque los tenga ante sus ojos.

Enseñanza: Para la mayoría de la gente es más fácil sufrir que perdonar.

Mantente operando en Amor Incondicional, seriamente. Ese es tu poder. EL amor, no hace nada indebido, no busca lo suyo. Cambia lo feo en maravilloso.

REVELACIÓN
EL PERDON, no es olvidar, porque nadie olvida. Ni agachar la cabeza y decir: “Ya paso y seguir siendo humillado”. O minimizar las cosas. NO.

PERDÓN, es renunciar al derecho de venganza que teníamos por lo que se nos hizo. Es renunciar a la Justicia Propia. Y entregarle a Dios ese derecho. No es minimizar, no es decir al ofensor “¡Ay, qué bueno eres!”. No.

Perdón es: Me dañaste, me lastimaste, cuando te comportaste así, no fuiste una buena persona… pero, voluntariamente, renuncio a mi derecho de venganza y de restitución.

El Perdón es el Primer Milagro Sobrenatural que Dios nos regala para ver cómo lo manejamos. Después de este Milagro del Perdón Sobrenatural podrás calmar las tormentas, caminar donde otros se hunden, multiplicar y producir provisión donde no hay.

Perdonar, es despertar la Naturaleza de Dios en Ti.

"Es que no puedo".
Decídelo.
Y veras que sí puedes.
Hasta que no tomes la decisión de Perdonar, Dios no tiene nada que decir, ni nada sobrenatural que hacer contigo.



En la Biblia TODOS los HOMBRES y MUJERES que perdonaron., eran fuertes, valientes. [Abraham, Jacob, José, Sara, Ana, Abigail, David…Jesús].



Porque para ejercer Poder hay que tener fuerza de voluntad, de carácter y de espíritu. 



El Perdón, no es emocional, es Altamente divino.

El Perdón es una señal de madurez espiritual y madurez psicológica.

El Perdón es un costo que se paga para obtener paz interior. 

Mediante el Perdón, Soltamos las emociones de Ira, Miedo, Venganza y las ganas de “sacarte la piedra”.



POR QUÉ SIGUE DOLIENDO

A veces perdonamos y la herida sigue doliendo. No es porque no hemos perdonado, es porque la cicatrización de las heridas profundas, sana de adentro hacia afuera. Y son más lentas que las superficiales. El Perdón está hecho, pero la cicatrización se da poco a poco.



El Perdón, nunca perderá vigencia. Siempre será un arma divina que tenemos para ser sanados y hacernos poderosos. 


SUCEDEN MUCHAS COSAS…
A nivel emocional, espiritual y aun físico. El Perdón te coloca por encima de la autoridad de tu ofensor.

“Bendecid a quienes os maldicen”. Cuando maldigo al que me maldice, me pongo en el mismo nivel espiritual que el y me hago esclavo de el. Pero cuando lo bendigo, me elevo sobre él. Nada me toca porque estoy arriba de mi ofensor.

El Perdón en un tipo de bendición, de “bien-decir”. Cuando perdonamos mostramos la fuerza  de nuestro ser espiritual.

ILUSTRACIÓN:
En la Alemania dividida, la Alemania Oriental, llenó cientos de camiones de toneladas de basura y se la echó del lado de la Alemania Occidental, para demostrar su odio, amargura, por los alemanes de Occidente.

Días después, los Alemanes de Occidente llenaron cientos de camiones, con sabanas, frazadas, alimentos, fueron y los descargaron en la otra Alemania resentida. Pero en el Cargamento, incluyeron un cartel que decía: “CADA UNO DA DE LO QUE TIENE ADENTRO”.

El ofensor te venció con su ofensa una vez. Pero te vence dos veces cuando te niegas a perdonarlo. 

Cuando lo perdonas, lo derrotas para siempre.

DESATA A LAS PERSONAS
Cuando no perdono a alguien que me ha lastimado, a nivel espiritual, lo que sucede es que ato a esa persona a mi pie. Ahora camino con ella, voy a todos lados con ella, está atada a mí. Y si son muchos, los llevo a todos atados a mí mismo. Aunque nadie los ve, aunque nadie se de cuenta, camino con todos ellos. Llevo algunos atados a mis pies, otros a mis manos, otros a mi cuello.

Hebreos 12:1. “…despojémonos de todo peso…”.
Es una verdad universal. El PESO tienes que sacártelo de encima. De lo contrario, te cansas, te agotas, te sientes pesado, no avanzas.
Tienes que desatar. Cuando desatas, la persona ya no te controla, ya no te maneja, ya no te manipula.
“Perdón significa: Soltar a alguien…renunciar a mi derecho de arrastrarlo por la vida”.
Hebreos 12:15 “…Mira bien…que brotando alguna raíz de amargura…”

Las heridas no resueltas pueden tener una (raíz), o sea una vida interior propia Donde nadie ve. Aunque lo más grave de todo es que se deja de alcanzar la Gracia de Dios.

Cuando nos llenamos de resentimiento nos alejamos del piso de la gracia, nuestro fundamento. Nos autodescalificamos al perdernos Sus Gracias. Eso es literalmente una 'desgracia'.

[Historia de Filemón]. Pablo le dice -v. 22- "perdónalo". 
Sí. Los hombres y mujeres de Dios podemos hacer milagros y el Perdón es uno de ellos. Porque Perdonar es Milagroso.  Cuando perdonamos genuinamente soltamos a esa persona que nos lastimó; no esperamos nada de ella, ni siquiera disculpas, nada.  Sólo lo hacemos.

EL PERDÓN ALEJA DEL VINCULO TOXICO
Algo que ayuda a perdonar es que el que nos lastimó soltó su veneno sobre nosotros, su propia frustración, su propio dolor. Cuando no lo perdonamos, estamos reteniendo esa sustancia tóxica en nuestro sistema y terminamos intoxicados, envenenados.

Perdónalo, Suéltalo y aléjate. 

Si te siguen maltratando, aléjate. Si es tu pareja, busca ayuda.

EL PERDÓN tiene una herencia: La Paz y la Serenidad de Dios.

martes, 16 de febrero de 2016

Francisco de Fátima

Francisco de Fátima
un contemplativo del orden sacral del universo

1908 – 2008. El centenario del nacimiento del bienaventurado pastorcito de Fátima es una ocasión propicia para resaltar las virtudes de Francisco en cuanto místico consolador de Dios.

Tomás Agustín Correa

En mayo de 1946, la hermana Lucía, entonces religiosa dorotea, estuvo en Fátima para identificar los lugares históricos de las apariciones del ángel (1916) y de la Santísima Virgen (1917). En el sitio de los Valinhos (donde tuvo lugar la cuarta aparición de Nuestra Señora, en agosto) había un grupo de personas esperándola, entre ellas Tío Marto, el padre de Francisco y Jacinta. Éste, al verla, dijo con mucha alegría:
— ¡Qué linda moza te has vuelto! ¡Sí que valió la pena que vinieras al mundo! ¿Te acordarás de mi Jacinta y de mi Francisco?
— ¡Pero, tío, cómo no me voy a acordar!
— ¡Si estuviesen vivos, serían como tú!
— ¿Serían como yo? ¡Serían mejores que yo! Nuestro Señor, en esto, se equivocó. ¡Debía haber dejado acá a uno de ellos, y me dejó a mí! 1
Es difícil comparar las gracias
La hermana Lucía siempre tributó gran reconocimiento por las virtudes de sus primos Francisco y Jacinta, que Nuestra Señora llevó al Cielo, respectivamente el 4 de abril de 1919 y el 20 de febrero de 1920. La principal vidente recién comparecería delante de Dios el día 13 de febrero del 2005, cuando sus primos ya habían sido beatificados por Juan Pablo II durante su tercera peregrinación a Fátima, el 13 de mayo del año 2000.
Al conmemorarse el día 11 de junio de este año el centenario del nacimiento del Beato Francisco de Fátima (1908-2008), nada más justo que Tesoros de la Fe consagre un artículo resaltando las cualidades de alma y las gracias especialísimas con que fue favorecido este privilegiado del Cielo, ¡de quien la hermana Lucía señalaba que había tomado enteramente en serio el Mensaje de Nuestra Señora, y que habría sido mejor que ella!
No nos cabe deslindar cuál de las gracias concedidas a uno y a otro de los videntes fue mayor; y menos aún si la correspondencia a la gracia fue mayor en uno que en otro; nos cabe tan sólo describirlas, para que tomemos a los bienaventurados videntes como referencia, y así nuestra correspondencia personal al Mensaje de Fátima sea la mayor posible, según los designios de la Providencia para cada uno de nosotros.
Vidente inmerecidamente olvidado
Las personas que están al corriente de la historia de las apariciones de Fátima —y suponemos que el lector esté entre en esas condiciones— sabe que la Hna. Lucía veía, oía y hablaba con la Santísima Virgen; Jacinta veía y oía; Francisco veía, no obstante no oía ni hablaba. Por eso, tomaba conocimiento de lo que Nuestra Señora decía a través de las otras dos videntes.
Aquí se nota desde luego que la Santísima Virgen estableció una jerarquía entre ellos. Ese hecho llevó a que muchos colocasen la figura de Francisco un tanto de lado, como el menos favorecido de los videntes. Pero ese olvido es inmerecido, pues no considera que el favor de estar allí y ver a Nuestra Señora ya indica un privilegio altísimo, al cual Francisco correspondió admirablemente, como veremos en seguida.
Contemplación sacral de las obras de Dios
El P. Fernando Leite S.J. escribió un bello libro 2 sobre el Beato Francisco. En él dice el sacerdote jesuita:
“Esta pequeñita alma de poeta [Francisco], este carácter bondadoso, este corazón sensible, este contemplativo en embrión amaba todas las cosas. Comprendía que todas son obras de Dios, que después de crearlas las contempló con una mirada complaciente y vio que «todas eran muy buenas» (Gen. 1,31). Él vivía el pensamiento expresado por Cristo a Santa Catalina de Siena: «Yo quiero que tú seas enamorada de todas las cosas, porque todas son buenas, perfectas y dignas de ser amadas, pues todas, excepto el pecado, brotan de la fuente de mi bondad»”.3
Numerosos son los maestros de la doctrina católica que muestran cómo la contemplación de las cosas creadas eleva hasta Dios, porque todas ellas contienen en sí un reflejo de las perfecciones divinas, que la mirada humana percibe y el alma admira, y así es conducida a Dios. Se puede hablar aquí de una contemplación sacral del orden del universo.
Así, por ejemplo, los pequeños videntes se referían a las estrellas como las lámparas de los ángeles, a la Luna como la lámpara de Nuestra Señora, y al Sol como la lámpara de Nuestro Señor. En sus Memorias, la hermana Lucía menciona el hecho:
Francisco “iba con nosotras a la vieja era a jugar mientras esperábamos que Nuestra Señora y los ángeles encendieran sus lámparas. Se animaba también a contarlas, pero nada le encantaba tanto como la bonita salida y puesta del Sol. Mientras pudiera divisar alguno de sus rayos, no investigaba si ya había alguna lámpara encendida.
— «Ninguna lámpara es tan bonita como la de Nuestro Señor», decía él a Jacinta que prefería la de Nuestra Señora porque, decía ella, «no hace daño a los ojos».
Y entusiasmado seguía con la vista todos los rayos que, reflejándose en los cristales de las casas de las aldeas vecinas, o en las gotas de agua esparcidas en los árboles o arbustos de la sierra, los hacían brillar como otras tantas estrellas, a su modo de ver, mil veces más bonitas que las de los ángeles”.4
Por eso, el retrato espiritual que de él traza el P. Fernando Leite es perfecto:
“Francisco se nos presenta como una de esas almas interiores, muy sensibles, de índole contemplativa, que no gustan del bullicio, más amigas de pensar que de hablar, más propensas a oír que a manifestarse, más propensas a estar quietas que a moverse. En casa y dentro de un círculo restringido se sienten bien y son hasta expansivas. Fuera de sus amigos o del ambiente familiar, se cierran discretamente a todo lo que no les interesa, detestando los grandes apretujamientos y las exterioridades. Más tarde [después que comenzaron las apariciones de la Santísima Virgen], veremos a Franciscoaislarse en los montes para meditar y contemplarsosegadamente o huir a la iglesia a fin de estar solo con Jesús.5
En esta última frase, el P. Leite se refiere al tiempo —después de las apariciones— en que Francisco acompañaba a Lucía hasta la escuela, donde ésta iba a aprender a escribir, conforme la orden de la Santísima Virgen. Decía él a su prima: “Mira, ve tú, yo me quedo aquí en la iglesia con Jesús escondido. No vale la pena que vaya a la escuela porque de aquí a poco me voy al Cielo. Al salir, me llamas”.6
Gracias místicas del más elevado grado
El P. Joaquín María Alonso C.M.F. —sacerdote claretiano que, por designación del obispo de Leiría, trabajó desde 1966 hasta su muerte, en diciembre de 1981, en la edición crítica de los documentos referentes a las apariciones de Fátima— concuerda fundamentalmente con el P. Leite. Y va más allá.
Tratando de remediar el olvido inmerecido al que fue relegado Francisco, le consagra un capítulo especial en su obra póstuma poco divulgada, pero preciosa, titulada Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fátima. El título del capítulo ya lo dice todo: Francisco, el extático contemplativo.7
El P. Alonso opina que la percepción mística de Francisco era del más alto grado y, por eso, “la propia visión del infierno no lo impresionó tanto, ciertamente porque contempló el misterio de la iniquidad a la luz superior de la contemplación mística.8
Continúa el P. Alonso: “La percepción mística de Francisco estaba toda subordinada al fenómeno que Lucía llama el reflejo”,9 que se daba durante las apariciones, en el cual los videntes se veían como que sumergidos en Dios, y que provocó el siguiente comentario de Francisco: “Esta gente se queda tan contenta sólo porque les decimos que Nuestra Señora mandó rezar el rosario y que fueses a la escuela. ¡Qué sería si supiesen lo que Ella nos mostró en Dios, en su Inmaculado Corazón, en esa luz tan grande! Pero eso es secreto, no se cuenta. Es mejor que nadie lo sepa”.10 La hermana Lucía explica: “Lo que más le impresionaba y absorbía era Dios, la Santísima Trinidad en aquella luz inmensa que nos penetraba en lo más íntimo del alma”.11
Así, “todo nos lleva a la conclusión —comenta el P. Alonso— de que la percepción mística de Francisco era de la más alta calidad entre las gracias místicas. Los efectos, que Lucía llamaba íntimos, producidos en los videntes por las apariciones, en Francisco se producían por simple visión intelectual. De ahí su inefabilidad”.12
De donde la osada afirmación del P. Alonso, de que las “visiones intelectuales altísimas”, concedidas a Francisco, fueron “mucho más perfectas místicamente que las que experimentaron Jacinta y Lucía”.13
Si bien que no precisamos necesariamente concordar con esa valoración de las gracias concedidas a los videntes, ella en todo caso indica que Francisco no fue un participante apagado delaffaire Fátima, sino un protagonista con un papel muy especial, que el P. Alonso se complace en desmenuzar en seguida.
La prioridad de Francisco: consolar a Jesús
Observa el P. Alonso 14“Lucía resaltó bien las diferencias entre la espiritualidad de Francisco y la de Jacinta, en lo que se refiere a la comprensión mística, inteligencia, carácter, etc., y sobre todo en lo que se refiere a la práctica de la reparación, diciendo: «Mientras Jacinta parecía preocupada con el único pensamiento de convertir a los pecadores y librar a las almas del infierno, él sólo parecía pensar en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que estaban tan tristes» 15.”
Sor Lucía narra también la siguiente conversación:
“Un día le pregunté:
— Francisco, ¿qué te gusta más, consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que no vayan más almas al infierno?
— Me gusta más consolar a Nuestro Señor. ¿No te diste cuenta cómo Nuestra Señora, todavía en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no ofendieran más a Nuestro Señor que ya estaba muy ofendido? Yo querría consolar a Nuestro Señor y después convertir a los pecadores para que no le ofendan más”.16
Le era tan clara la prioridad espiritual de consolar a Dios, que a todo propósito la explicitaba. La hermana Lucía cuenta que, cuando ya estaba enfermo, ella “entraba con Jacinta a su cuarto y nos dijo:
— Hoy hablen poco que me duele mucho la cabeza.
— No te olvides de ofrecerlo por los pecadores, le dijo Jacinta.
— Sí, pero lo ofrezco primero para consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora; y después lo ofrezco por los pecadores y por el Santo Padre”.17
Aún en las vísperas de morir, Francisco le dijo a Lucía:
Tumba de Francisco
— “Estoy muy mal; me falta poco para ir al Cielo.
— Ve, pero no te olvides allí de pedir mucho por los pecadores, por el Santo Padre, por mí y por Jacinta.
— Sí, pediré; pero mira, prefiero que pidas esas cosas a Jacinta, porque yo tengo miedo de que se me olvide en cuanto vea a Nuestro Señor. Sobre todo quiero consolarle a Él”.18
De donde concluye el P. Alonso:
“La contribución de Francisco al Mensaje de Fátima no se da principalmente en el orden apologético. [...] Su importancia proviene de su experiencia inefable de la consolación de Dios, del carácter absolutamente original de su espiritualidad «teocéntrica»; es decir, dirigida primero y antes que todo a restituir a Dios la gloria perdida por el pecado, y sólo después a la salvación de las almas. Esta lección es importante en tiempos en que una actitud horizontalista está haciendo perder el equilibrio, en favor de un antropocentrismo fuera de órbita. Y ahí está la verdadera contribución espiritual de Francisco. Será necesario, por lo tanto, no solamente sacarlo del olvido en que fue mantenido, sino también darle la importancia primordial que tiene, en el interior del Mensaje de Fátima”.19
“Qué luz tan bonita, allí, junto a nuestra ventana”
Ciertamente por eso fue premiado con una visión celestial poco antes de morir. Narra el P. Fernando Leite S.J.:
“Muy temprano, el 4 de abril de 1919, Francisco exclamó:
— «¡Oh madre, qué luz tan bonita, allí, junto a nuestra ventana!»
Y después de algunos minutos de dulce arrobo:
— «Ahora ya no veo».
Poco tiempo después, su rostro se iluminó con una sonrisa angelical y hacia las diez horas de la mañana sin agonía, sin una contracción, sin un gemido, expiró dulcemente”.20
Es lícito suponer que fue el propio Dios —que es luz infinitamente bella— que así se manifestó en el postrero momento al confidente de la Virgen.
Los santos son especiales intercesores de las gracias afines a su escuela espiritual: pidamos al beato Francisco de Fátima que nos obtenga una participación de su deseo jamás desmentido, de consolar a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen. Consolación que daremos a Dios aceptando valientemente todos los sufrimientos y disgustos que provengan de nuestra oposición valerosa a este mundo de nuestros días, ¡que se levanta orgullosamente —pero, al final, en vano— contra todos los mandamientos de la ley de Dios!     
Notas.-
1. Cf. Sebastião Martins dos ReisLa vidente de Fátima dialoga y responde sobre las apariciones, Editorial Franciscana, Braga, 1970, p. 123.
2. P. Fernando Leite  S.J.Francisco de Fátima, Editorial A. O., Braga, 4ª ed., 1986, 168 pp.
3. Carta de Santa Catalina de Siena a una abadesa, apud Fray Enrique Fernández  O.P.Una Madre Santa de nuestro tiempo, Editorial Fides, Salamanca, 2ª ed., p. 218; P. Leite, op. cit., pp. 17-18.
4. IV Memoria, pp. 99-100 — nuestras citaciones de las Memorias de la Hermana Lucía son extraídas de la obra del P. Antonio María Martins  S.J.El futuro de España en los documentos de Fátima, Madrid, 1989.
5. P. Leite, op. cit., p. 21.
6. IV Memoria, p. 115.
7. P. Joaquín María Alonso  C.M.F.Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fátima, Arias Montano, Madrid, 1990, pp. 113-129.
8. P. Alonso, op. cit., p. 122.
9. P. Alonso, op. cit., p. 123.
10. IV Memoria, p. 106.
11. Idem, p. 107.
12. P. Alonso, op. cit., p. 121.
13. P. Alonso, op. cit., p. 127.
14. P. Alonso, op. cit., p. 126.
15. IV Memoria, p. 116.
16. Idem, p. 115.
17. Idem, p. 116.
18. Idem, p. 122.
19. P. Alonso, op. cit., pp. 128-129.
20. P. Leite, op. cit., p. 154.

Fuente: http://www.fatima.org.pe/