jueves, 1 de marzo de 2018

Mensaje de conversión

Señales




En varias apariciones la Santísima Virgen ha prometido señales que dejará en el mundo, en los lugares de sus manifestaciones, para que la gente se convierta. Pero también nos dice María que trabajemos ya desde ahora en nuestra conversión personal, porque cuando lleguen esas señales ya quedará muy poco tiempo a nuestra disposición para convertirnos.

Así que no perdamos tiempo ni esperemos esas señales pasivamente, porque, además, no sabemos si llegaremos a ver dichas señales. ¿Quién nos garantiza que no moriremos pronto, antes de ver alguna señal del cielo? Y sabemos que siempre debemos estar preparados, es decir, en gracia de Dios, para partir hacia la eternidad, porque en el momento de la muerte tenemos lo que se llama el juicio particular, donde somos juzgados por Jesucristo Juez, y allí se decide nuestro destino eterno.

Seamos prudentes como las cinco vírgenes de la parábola, y no como las vírgenes necias, sino hagamos acopio del aceite para nuestras lámparas, es decir, practiquemos alguna devoción que tenga promesas de vida eterna, para asegurarnos nuestra muerte en gracia de Dios, porque cuando llegue el momento, el caos reinante no nos dejará tiempo y modo de convertirnos. Ahora que todo está en relativa paz aún, no desperdiciemos este precioso tiempo de gracia y preparación que el Cielo nos regala a través de María, para acercarnos a Dios definitivamente.

sábado, 24 de febrero de 2018

CONSAGRACIÓN DE LOS HIJOS AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

Consagración de los hijos al Inmaculado Corazón de María

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POR LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

-ACTO DE CONTRICCIÓN: ¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

- CREDO: Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros lo hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Creo en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro. Amen.
- Rezamos un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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ACTO DE CONSAGRACIÓN

Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, yo te ofrezco enteramente a tu Inmaculado Corazón a mi hijo .......... y te consagro su cuerpo y su alma, sus  pensamientos y sus acciones.

Tú que eres la Madre de Cristo y que conoces perfectamente los rasgos de Su corazón, de su mente y su carácter, te pido que lo moldees, formes y le enseñes a ser como Él, para que así sea imagen viviente de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. 

Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre éste mi hijo ...........  el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Que viva en la virtud de la castidad según su estado y que la modestia y el pudor, impidan que entre en él toda impureza, irrespeto o manipulación del cuerpo.

Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de los pecadores y ancla firme de salvación, a Ti quiero hoy consagrarte mi hijo ........ En estos tiempos de gran batalla espiritual, de la lucha entre la oscuridad y la luz, entre la verdad y la mentira, entre los valores familiares auténticos y la permisividad destructiva, te pido lo recibas en tu Corazón, lo refugies en tu manto virginal, lo defiendas con tus brazos maternales y lo lleves por el camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús.

Madre Santísima, al consagrar mi hijo ..........  a tu Corazón Inmaculado te imploro a ti que eres Omnipotencia Suplicante que te  reconozca como Madre y Maestra. Que te abra su corazón para que el fruto de esta consagración le permita alcanzar la plenitud de comunión con el Corazón de Cristo. 

Oh Madre, a través de la consagración de mi hijo ............ , te entrego y encomiendo su vida, sus alegrías, sus luchas, sus sufrimientos, sus triunfos, todo lo que es, todo lo que sueña, todo lo que posee, todo lo que siente. Lo encomiendo a tu cuidado maternal, a tu intercesión y a tu guía, para que seas la Estrella que lo lleva en camino seguro y perfecto, al Corazón de Cristo. Por lo tanto, con confianza en tu promesa, de que al final tu Inmaculado Corazón triunfará,  consagro mi hijo ...... a Tu Corazón como medio seguro para que viva consagrado al Corazón de Jesús.

Tú que eres nuestra Madre espiritual, ayúdalo a crecer en la vida de la gracia, a vivir plenamente injertado en la vida divina que recibió en el Bautismo. Llévalo de la mano por caminos de santidad y no permitas que caiga en pecado mortal o que desperdicie las gracias ganada por Cristo en el sacrifico de la Cruz. 

Tú que eres Maestra de las almas, enséñale a ser dócil como Tú, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad que nos enseña tu Hijo a través de la Iglesia y su Magisterio.

Tú que eres Mediadora de las gracias, sé el canal seguro por el cual  reciba las gracias de conversión, de luz, de discernimiento, de fidelidad, de sabiduría, de santidad y de unión que provienen del Sagrado  Corazón de Cristo. 

Tú que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa siempre puesta en mi hijo ....... , y aunque no perciba sus propias necesidades, acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que le hace falta.

Tú que estás singularmente asociada al Sacrificio Redentor de Cristo, guarda a este tu hijo .......  , en la fidelidad ante la Cruz. Que en los momentos de sufrimiento, no busque su propio bienestar, sino acompañar a los que sufren. Que en los momentos de aridez y desolación se mantenga fiel al compromiso adquirido ante Dios en el Bautismo y que los dolores, soledades, sacrificios y luchas sepa vivirlos con aceptación en unión a tu Hijo Crucificado.

Que ame al prójimo como Cristo nos enseñó! Ayúdalo a vivir siempre cristianamente y envuélvelo en tu ternura. Que tu Corazón Inmaculado reine en su corazón para que así Jesucristo sea amado, escuchado, consolado y obedecido en su alma, pensamientos, sentimientos, emociones y acciones. Líbralo de todo mal y peligro de alma y cuerpo, y guárdalo guardes dentro de Tu Corazón Inmaculado. 

Que su casa interior, como la tuya de Nazaret, llegue a ser un oasis de paz y felicidad por:
  -  el cumplimiento de la voluntad de Dios,
  -  la práctica de la caridad,
  -  y el abandona a la Divina Providencia.

Dígnate, Madre nuestra, transformar su corazón y nuestro hogar en un pequeño cielo, consagrados todos a tu Corazón Inmaculado. 

Corazón Inmaculado de María, ¡sálvanos!

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jueves, 22 de febrero de 2018

El árbol de la Cruz

El árbol de la cruz

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Una vez una persona andaba buscando al Señor. Le habían hablado de una invitación que hacía a todos para llegar hasta su Reino, donde dicen que tenía reservada una morada para cada uno de sus amigos, y él también tenía ganas de ser amigo del Señor. ¿Por qué no? Si otros lo habían logrado, ¿qué le impedía a él llegar a ser uno de ellos?

Averiguando acerca del paradero, se enteró de que el Señor se había ido monte adentro con un hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos, lo que necesitaría para el viaje y se marchó a buscarlo. Los golpes del hacha lo fueron guiando hasta una isleta. Atravesó el bosque tratando de acercarse al lugar de donde provenían los golpes. Al fin llegó y se encontró con el mismísimo Señor que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos, antes de partir hacia su casa, a fin de disponer un lugar para cada uno.

-¿ Qué estás haciendo? -le preguntó el joven al Señor.

-Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz con la que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en mi Reino.

-¿Puedo ser yo también uno de tus amigos? -volvió a preguntar el muchacho-

-¡Claro que sí! -le dijo Jesús-. Es lo que estaba esperando que me pidieras. Si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar también tu cruz y seguir mis huellas. Yo tengo que adelantarme para ir a prepararles un lugar.

-¿Cuál es mi cruz, Señor?

-Esta que acabo de hacer. Sabiendo que venías y viendo que los obstáculos no te detenían, me dispuse a preparártela especialmente y con cariño para ti.

La verdad que muy, muy preparada no estaba. Se trataba prácticamente de dos troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación ni arreglos. Las ramas de los troncos habían sido cortadas de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada, y sobre todo muy mal terminada. El joven al verla pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en preparársela. Pero como quería realmente entrar en el Reino, se decidió a cargarla sobre sus hombros, comenzando el largo camino, con la mirada en las huellas del Maestro. Y cargó la incómoda cruz. Hizo también su aparición el diablo, es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones, y en aquella circunstancia no fue diferente, porque donde anda Dios, acude el diablo.

Desde atrás le pegó el grito al joven que ya se había puesto en camino.

-¡Olvidaste algo! Extrañado por aquella llamada, miró hacia atrás y vio al diablo muy comedido, que se acercaba sonriente con el hacha en la mano para entregársela.

-Pero ¿cómo? ¿ También tengo que llevarme el hacha? - preguntó molesto el muchacho.

-No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente. Pero creo es conveniente que te la lleves por lo que pueda pasar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada un hacha tan bonita.

La propuesta le pareció tan razonable, que sin pensar demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino. Duro camino, por varios motivos. Primero, y sobre todo, por la soledad. Él creía que lo haría con la visible compañía del Maestro. Pero resulta que se había ido, dejando solo sus huellas.

Siempre la cruz encierra la soledad, y a veces la ausencia que más duele en este camino es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como si nos hubiera abandonado.

El camino también era duro por otros motivos. En realidad no había camino. Simplemente eran huellas por el monte. Hacía frío en aquel invierno y la cruz era pesada. Sobre todo, era molesta por su falta de terminación. Parecía como que las salientes se empeñaran en engancharse por todas partes a fin de retenerlo. Y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el camino.

Una noche particularmente fría y llena de soledad, se detuvo a descansar en un descampado. Depositó la cruz en el suelo, a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Quizá el Maligno -que lo seguía a escondidas- ayudó un poco arrimándole la idea mediante el brillo del instrumento.

Lo cierto es que el joven se puso a arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue quitando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortadas, que tantos disgustos le estaban proporcionando en el camino. Y consiguió dos cosas.

Primero, mejorar el madero. Y segundo, consiguió reunir un montoncito de leña que le vino como mandado a pedir para prepararse una hoguera con el que calentar sus manos ateridas. Y así esa noche durmió tranquilo.

A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche a noche su cruz fue mejorada, pulida por el trabajo que en ella iba realizando.

Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera necesaria para hacer fuego cada noche.

Casi se sintió agradecido al demonio porque le había hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía el trabajo sobre su cruz.

Estaba satisfecho con la tarea, y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte. La cruz tenía ahora un tamaño razonable y un peso mucho menor. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros. Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano como un estandarte para así identificarse ante los demás como seguidor del crucificado. Y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta tal punto que llegaría al Reino con la cruz colgada de una cadenita al cuello como un adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.

Y de este modo consiguió su meta, es decir, sus metas. Porque para cuando llegó a las murallas del Reino, se dio cuenta de que gracias a su trabajo, estaba descansado y además podía presentar una cruz muy bonita, que ciertamente quedaría como recuerdo en la Casa del Padre.

Pero no todo fue tan sencillo. Resulta que la puerta de entrada al Reino estaba colocada en lo alto de la muralla. Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como una ventana a un altura imposible de alcanzar.

Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándolo a entrar.

-Pero, ¿cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.

-Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella utilizándola como escalera -le respondió Jesús-. Yo te dejé a propósito los nudos para que te sirviera. Además tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta la entrada.

En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida habia tenido sentido y que de verdad el Señor la había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida, y recortada, le parecía ahora un juguete inútil. Era muy bonita pero no le servía para entrar. El diablo, astuto como siempre, había resultado mal consejero y peor amigo.

Pero, el Señor es bondadoso y compasivo. No podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra oportunidad.

-Vuelve sobre tus pasos. Seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no puede más, y ha quedado aplastado bajo su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera tú le posibilitarás que logre hacer su camino y llegue. Y él te ayudará a ti a que puedas entrar...

domingo, 11 de febrero de 2018

Festividad de Notre Dame de Lourdes

Oraciones a Nuestra Señora de Lourdes

"Yo soy la Inmaculada Concepción"

La Virgen María se apareció 18 veces a Bernadette Soubirous, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858, en la gruta de Massabielle de Lourdes, cerca del río Gave.

Nuestra Señora de Lourdes que aparece a Bernadette en la mitad del siglo XIX, cuando la incredulidad y el materialismo dominados por todas partes (1858), la Virgen Inmaculada de Lourdes quiso hacer un signo evangélico. En unos años, irían a verla todos aquellos que buscaban perdón, sanando la mente y el cuerpo; los pobres vendrían a escuchar las Buenas Nuevas. Desde entonces, gracias al desarrollo de los medios de comunicación, la gruta de Massabielle se ha convertido en un lugar de reunión favorito para los cristianos de todas las naciones que están experimentando la caridad vivida entre hermanos y sellar su unidad en la Eucaristía. María, en quien la Iglesia reconoce la imagen de la ciudad santa, es honrada en las orillas del río Gave por una inmensa multitud que prefigura la nueva Jerusalén misma.

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Oración a Nuestra Señora de Lourdes:
"María, te mostraste a Bernadette en el hueco de la roca. En el frío y la sombra del invierno trajiste la calidez de la presencia, la luz y la belleza. ¡En el hueco de nuestras vidas oscuras, en el vacío del mundo donde el mal es poderoso, trae esperanza, restaura la confianza! Tú, que eres la Inmaculada Concepción, ayuda a los pecadores que somos. Danos la humildad de la conversión, el coraje de la penitencia. Enséñanos a orar por todos los hombres. Guíanos a las fuentes de la vida real. Haznos peregrinos caminando en tu Iglesia. Agudiza en nosotros el hambre de la Eucaristía, el pan del camino, el pan de la vida. En ti, María, el Espíritu Santo realiza maravillas: por su poder, él te ha colocado con el Padre, en la gloria de tu Hijo, vivo para siempre. Mira con ternura las miserias de nuestros cuerpos y nuestros corazones. Brilla para todos, como una luz suave, al paso de la muerte. Con Bernadette, te rezamos, María, en la sencillez de los niños. Permítenos entrar, como ella, en el espíritu de las Bienaventuranzas. Entonces, de aquí en adelante, comenzaremos a conocer la alegría del Reino y cantar con ella: "¡Magnificat! ¡Gloria a ti, Virgen María, feliz sierva del Señor, Madre de Dios, hogar del Espíritu Santo! Amen» 

Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros! 
Santa Bernadette, ruega por nosotros! 


Oración a Nuestra Señora de Lourdes por Juan Pablo II: 
"¡Ave María, mujer de fe, primera entre los discípulos! Virgen, Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre cuenta de la esperanza que hay en nosotros, confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre. Enséñanos a construir el mundo desde adentro: en la profundidad del silencio y la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad irremplazable de la Cruz. Santa María, Madre de los creyentes, Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros. Que así sea !" 


Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros! 
Santa Bernadette, ruega por nosotros! 

martes, 6 de febrero de 2018

Siempre estamos en las manos de Dios

 

Siempre estamos en las manos de Dios...

Las misericordias del Señor con cada persona a lo largo de la vida pesarán en su juicio: quien las aprovechó para el bien, recibirá la recompensa; quien las desperdició, se encontrará con la justicia, ambas salidas de las manos divinas y eternas.

Narra el Evangelio que estando Jesús de camino a Jerusalén, poco antes de su Pasión, envió a dos de sus discípulos para que se adelantaran y consiguieran posada. Se encontraban en la región de Samaria, cuyos habitantes nutrían un exacerbado odio contra los judíos y, por este motivo, no quisieron darles hospedaje al divino Redentor y a sus Apóstoles.
Indignados ante tal rechazo, Santiago y Juan se dirigieron al Maestro y le preguntaron: “ ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?’. Él se volvió y les regañó, y dijo: ‘No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos’ ” (Lc 9, 54-56). Con tal respuesta el Salvador ponía de relieve cuán grande es la misericordia de Dios, que no se venga de quien se niega a acogerlo, sino que espera con paciencia que se arrepienta.
Sin embargo, si analizamos las relaciones del Creador con los hombres a lo largo de la Historia, nos encontramos también con numerosos episodios en los que Él castiga con firmeza al pecador. Sin salirnos del Nuevo Testamento, pensemos en la cólera con que Jesús expulsó a los mercaderes del Templo (cf. Mt 21, 12-17; Mc 11, 15-19; Lc 19, 45-48; Jn 2, 13-17).
En nuestros días, cuesta comprender la conjugación entre misericordia y justicia. Consideramos que quien practica la primera no puede jamás castigar, y quien posee la segunda está imposibilitado de perdonar. Nos olvidamos de que ambas son atributos de Dios, en quien todas las virtudes se armonizan de modo admirable.
Las dos le pertenecen como los brazos al cuerpo. Bien por la misericordia o bien por la justicia siempre estamos en sus manos. Y, a menudo, manifiesta su bondad castigando a los pecadores para purificarlos aún en esta vida y concederles, misericordiosamente, la salvación eterna...

Tipos de justicia: conmutativa y distributiva

Para que entendamos mejor la esencia de este sublime equilibrio es importante que ajustemos nuestros conceptos a la doctrina de la Iglesia, empezando por recordar en qué consiste la justicia.
El Catecismo la define como la “constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido”.1 Cuando este dar se aplica a Dios, lo llamamos virtud de la religión; cuando se aplica a los hombres, recibe propiamente el nombre de justicia.
Santo Tomás2 la divide en dos clases. La primera, llamada justicia conmutativa, regula las relaciones en las que se da y se recibe algo a cambio. Se verifica, por ejemplo, cuando alguien hace una compra y paga un precio adecuado al valor de la mercancía entregada por el vendedor.
El segundo tipo se aplica a una clase de relación diferente. Es la denominada justicia distributiva, por la cual “el que manda o administra da a cada uno según su dignidad”,3 es decir, hace que sus subordinados reciban lo que es justo según la posición y méritos de cada uno. La correcta organización de una familia o de cualquier grupo depende de ella.
La justicia conmutativa no puede atañer las relaciones entre Dios y los hombres, pues “¿quién le ha dado [al Señor] primero para tener derecho a la recompensa?” (Rom 11, 35). No obstante, es posible encontrar numerosos reflejos de justicia distributiva en el orden puesto por Dios en el universo. Dionisio Areopagita así lo recuerda, cuando afirma que “la justicia divina es realmente justicia en cuanto que da a cada uno lo que le corresponde, según sus méritos, y preserva la naturaleza de cada cosa en orden y potencia propios”.4

Dios es justo al rebosar de misericordia

Conociendo cómo opera entre los hombres la justicia, cabe ahora considerarla en cuanto atributo de Dios. Elevándonos, así, a un plano muchísimo más alto, relacionado con la propia esencia divina.
“Dios es justicia y crea justicia”,5 afirma el Papa Benedicto XVI. Todos sus actos están de alguna forma marcados por ella. “Cuando castigas a los malos, es justicia, pues conviene a lo que merecieron; cuando los perdonas, también es justicia, no por sus méritos, sino por tu bondad”,6 proclama San Anselmo.
Aquí se ve claramente que la justicia en Dios no tiene sólo un carácter punitivo para con el mal practicado. Cuando Él usa la misericordia para perdonar está haciendo también justicia, sólo que en este caso, para con su bondad infinita, tan bien reflejada en las palabras que le dirigió a Moisés cuando pasó ante él proclamando: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes” (Ex 34, 6-7).
En una de las más bellas parábolas del divino Maestro vemos al buen pastor yendo atrás de la oveja perdida y dejando solas a las otras noventa y nueve de su rebaño. Al explicarla a sus oyentes, Jesús concluye: “Os digo que así también habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 7). También en la parábola del hijo pródigo asistimos a su regreso a casa, arrepentido por haber despilfarrado los bienes paternos, y encontramos esta escena: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos” (Lc 15, 20).
Estos pasajes son una perfecta imagen de cómo Dios, por no tener jamás connivencia con el mal, es justo consigo al rebosar de misericordia para con el que se arrepiente y pide perdón.

El Señor actúa con bondad incluso en el castigo

Sin embargo, el que se obstina en el insulto a Dios y, por tanto, en el mal, muere impenitente y entra en la eternidad en estado de pecado mortal, pasa a merecer un castigo eterno. En este caso, el Creador del universo no puede perdonar, porque no sería justo para con el Bien eterno, que es Él. De ahí la necesidad de que creara el inferno,7 ese mar de fuego, donde “será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 8, 12), tantas veces evocado en el Evangelio.
Fundándose en Santo Tomás, el P. Garrigou-Lagrange explica al respecto que “Dios, como soberano legislador, rector y juez de vivos y muertos, se debe a sí mismo el agregar a sus leyes una sanción eficaz”.8 Y presenta las razones por las cuales ésta ha de ser eterna: el hecho de que el castigo no tenga fin sirve para “manifestar los derechos imprescriptibles de Dios a ser amado sobre todas las cosas, para hacer conocer el esplendor de su infinita justicia”.9
Con todo, incluso en esa monumental obra de justicia divina hay rasgos evidentes del Dios compasivo y bondadoso. Es lo que dice el propio Doctor Angélico: “en los condenados aparece la misericordia no porque les quite totalmente el castigo, sino porque se lo alivia, ya que no los castiga como merecen”.10
En la secuencia del tema, el P. Garrigou-Lagrange continúa: “Dios, que es bueno y misericordioso, no se complace en los sufrimientos de los condenados, sino en su infinita bondad, que merece ser preferida a todo bien creado, y los elegidos contemplan el resplandor de la justicia suprema, dando gracias a Dios por haberlos salvado. [...] Dios ama, ante todo, su infinita bondad; ahora bien, siendo ésta esencialmente comunicativa, constituye el principio de la misericordia, y en la medida en que tiene un derecho imprescriptible a ser amada sobre todas las cosas, constituye el principio de la justicia”.11

Antes de desatar su ira, Dios llama a la conversión

De un modo o de otro, alcanzando pueblos enteros con proclamaciones proféticas o hablándole a alguien en concreto en lo más íntimo de su corazón, Dios nunca deja de hacer numerosos llamamientos a la conversión. No se complace “en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta y viva” (Ez 33, 11) y, por este motivo, nos invita a entrar “por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos” (Mt 7, 13).
La Sagrada Escritura está repleta de hermosos episodios en ese sentido. Por citar algunos, tomemos el anuncio del castigo hecho por Elías a Ajab y la alegría manifestada por Dios al contemplar al rey impío haciendo penitencia (cf. 1 Re 21, 21-29). O el cambio de los planes divinos ante la contrición de los habitantes de Nínive, tras la predicación de Jonás: “Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó” (Jon 3, 10).
Cuando los hombres permanecen indiferentes al llamamiento divino, su justicia hace que caiga sobre ellos el castigo. No obstante, cuando se arrepienten, Dios como que también hace lo mismo. Esta actitud no significa que los criterios divinos son susceptibles de cambio. La humanización de las acciones divinas es sólo un recurso literario usado para hacérnoslas más comprensibles.
La ira divina, explica San Agustín, no es “una turbación del ánimo, sino el juicio por el que castiga el pecado. Su pensamiento y su reflexión es la razón inmutable de las cosas mudables. Porque Dios, que tiene sobre todos los seres un sentir tan estable como cierta es su experiencia, no se arrepiente de sus obras como el hombre”.12

Fátima: misericordia y justicia para nuestros tiempos

Ahora bien, si en el Antiguo Testamento Dios se sirvió de los profetas para alertar a los pueblos antes de ejercer su acción justiciera, en los últimos siglos lo ha hecho a través de María Santísima.
Antes de convertirse en Madre de Dios, imploraba “que viniera Aquel que podría hacer brillar nuevamente la justicia sobre la faz de la tierra, que se levantara el Sol divino de todas las virtudes, para que disipara por todo el mundo las tinieblas de la impiedad y del vicio”.13 Ahora es por medio de Ella que Jesús nos anuncia la proximidad del Reino de María, previsto por San Luis Grignion de Montfort,14 y los castigos que deben venir si los hombres no se convierten.
Ya hemos cruzado el umbral del año 2018. Atrás quedó el centenario de las advertencias hechas por Ella a la humanidad en Cova da Iria. Y así como todas las profecías que marcaron la Historia suscitaron reacciones opuestas, de igual modo ocurre hoy con el mensaje de Fátima: el que tiene fe se alegra y se llena de esperanza; el que no cree intenta negar su autenticidad y la importancia que tiene para la vida de la Iglesia. “Pero todos tienen bien presente que las profecías de la Santísima Virgen se realizarán”,15 escribe nuestro fundador, Mons. João.
Después de tan larga espera se podría preguntar: ¿cuándo se dará eso? 
El día y la hora forman parte de los arcanos de Dios. Él le dio a la Virgen Santísima, nuestra Madre de Misericordia, el poder de parar su brazo justiciero sobre el mundo hasta que estén preparadas todas las almas que deberán abrirse a sus palabras. Sólo Ella sabe cuál es el momento oportuno para tocar en lo hondo del corazón del hombre contemporáneo, para que, finalmente, se cumpla su gran promesa: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.16
Mientras ese momento no llega, nos cabe a nosotros abrir nuestras almas a nuestra Madre de Bondad, instrumento de la misericordia divina, Medianera universal de todas las gracias. Y no nos olvidemos de que las misericordias que el Señor dispensa a cada hombre a lo largo de la vida pesarán en el día de su juicio: quien las aprovechó para el bien, recibirá una misericordia mayor, la recompensa eterna; quien las desperdició, se encontrará con la justicia, pues siempre estamos en las manos de Dios. 
  
 Hna. Mariella Emily Abreu Antunes, EP

Fuente: publicado en la revista "Heraldos del Evangleio", No. 175, Febrero 2018. Pags. 22-25

jueves, 1 de febrero de 2018

Comunión a divorciados vueltos a casar o en situación de adulterio: NO


El matrimonio y el divorcio
Mateo 5, 27-30 / Mateo 5, 31-32 / Marcos 9, 43-47; Marcos 10, 1-12 / Lucas 16, 18

19:1 Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. 
19:2 Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos.
19:3 Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?"
19:4 Él respondió: "¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; (Génesis 1, 27 Génesis 2, 24 Génesis 5, 2 Marcos 10, 6-8 1 Corintios 6, 16 Efesios 5, 31) 
19:5 y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne?
19:6 De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
19:7 Le replicaron: "Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?"(Deuteronomio 24, 1 Mateo 5, 31 Marcos 10, 4)
19:8 Él les dijo: "Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. 
19:9 Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio".