lunes, 5 de mayo de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 37 y 38


 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único

Capítulos 37 y 38


Capítulo 37. ORACIÓN A JESUCRISTO PARA OBTENER LA GRACIA DE VERLO

Señor Jesús, Señor piadoso, Jesús bueno, que te dignaste morir para redimirnos de nuestros pecados, y que resucitaste para nuestra justificación; te ruego por tu gloriosa resurrección que me resucites del sepulcro de todos los vicios y pecados, y que me concedas participar diariamente en la misma resurrección, o liberación de mis pecados, para que así sea digno de participar verdaderamente en tu resurrección gloriosa. ¡Jesús dulcísimo y benignísimo, amantísimo y queridísimo, el más precioso y deseable, el más amable y el más bello; tú subiste a los cielos con triunfo y con gloria, estás sentado a la derecha del Padre! Rey todopoderoso, lleva mi alma al cielo, atráela con el suave olor de tus perfumes, y haz que ayudada y sostenida por ti nunca desfallezca en su peregrinar sobre la tierra. Los labios resecos de mi alma tienen sed de ti; llévala al torrente de tus delicias para que goce de una saciedad eterna. Llévala hacia ti, fuente viva, para que apague su sed, en la medida de lo posible, en las aguas que producen vida y salvación eterna. Pues tú mismo dijiste con tu santa y bendita boca: Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beba 134. ¡Oh fuente de vida, concede a mi alma sedienta beber siempre de ti, para que según tu promesa santa y veraz fluyan aguas vivas del centro de mi corazón! 135 Fuente de vida, llena mi mente con el torrente de tus delicias, y embriaga mi corazón con la sobria ebriedad de tu amor, a fin de que olvidado de las cosas vanas y terrenas, solamente te recuerde a ti, según lo que está escrito: Me acordé de Dios y mi alma se llenó de alegría  136.

Concédeme el Espíritu Santo, significado en aquellas aguas que prometiste dar a los que tuvieran sed. Que mi único objetivo y mi único deseo consistan en llegar a esa morada celestial, donde nos dice la fe que tú mismo ascendiste cuarenta días después de tu resurrección, a fin de que mientras mi cuerpo está todavía sujeto a la miseria presente, mi espíritu esté todo entero contigo en pensamientos y en deseos, y mi corazón esté junto a ti, mi único tesoro, único deseable, único incomparable, único digno de mi más ardiente amor. En el inmenso diluvio de esta vida, donde somos constantemente combatidos por las tempestades que nos rodean por todas partes, no encontramos ningún puerto seguro, ni ningún lugar elevado donde la paloma pueda posarse sin miedo. En ninguna parte hay paz segura ni reposo tranquilo, sino que en todas partes hay guerras y litigios y enemigos; fuera de nosotros sólo hay combates, y dentro de nosotros temores.

Como por la parte del alma pertenecemos al cielo, y por la del cuerpo a la tierra, nuestro cuerpo corruptible hace sentir su peso sobre nuestra alma. Y mi alma que no siente mucho afecto por mi cuerpo, del que es compañera, languidece y cae agotada de fatiga en los caminos donde se encuentra extraviada. Las vanidades del mundo donde vive la han llenado de heridas. Tiene hambre y sed, y yo nada puedo ofrecerle, porque yo mismo soy pobre y estoy obligado a mendigar mi propio alimento. Pero tú, Señor, Dios mío, eres la fuente inagotable de todos los bienes, y distribuyes con generosidad los alimentos de la patria celestial; concede, pues, a mi alma fatigada el alimento que necesita, devuélvela al buen camino y cura sus heridas. He aquí que está delante de la puerta, y llama con insistencia: ábrela con mano misericordiosa, te lo ruego por las entrañas de tu misericordia, que te hizo descender del cielo a la tierra; mándala que entre y se acerque a ti, repose en ti, se alimente de ti, oh pan celestial de vida y de salvación, a fin de que este alimento divino le devuelva su vigor y su fuerza y pueda así elevarse hasta el cielo, y desde el fondo de este valle de lágrimas sea llevada por las alas de sus piadosos deseos hasta los gozos eternos del paraíso.

Te ruego, Señor, que des a mi espíritu alas como de águila, a fin de que pueda alzar el vuelo y llegar, sin pararse, hasta tu espléndida morada y hasta la mansión de tu gloria. Que allí, en tus abundantes pastos y junto a las aguas abundosas, saboree en la mesa de los ciudadanos de la patria celestial los alimentos reservados para tus elegidos. ¡Oh Dios mío, descanse en ti mi corazón, que es como un ancho mar agitado por las tempestades! Tú que imperaste a los vientos y el mar, e hiciste surgir una gran tranquilidad 137, ven y camina sobre el oleaje de mi corazón, para que todo en mí se vuelva tranquilo y sereno, de modo que yo te pueda poseer como a mi único bien, y contemplarte como la luz de mis ojos, sin turbación y sin oscuridad. Que mi alma, oh Dios mío, liberada de los tumultuosos pensamientos de este siglo, se acoja a la sombra de tus alas y encuentre a tu lado un lugar de refrigerio y de paz, donde exultante de alegría clame con el profeta: En la paz de mi Dios dormiré y descansaré 138. Que mi alma, oh Dios mío, se duerma, y que en ese sueño pierda la memoria de todo lo que está debajo del cielo, y solamente se despierte para pensar en ti, según lo que está escrito: Yo duermo, y mi corazón vela 139. El alma sólo puede tener paz y seguridad, oh Dios mío, bajo las alas de tu protección. Que permanezca siempre en ti, y que sea calentada por tu divino fuego. Haz que se eleve sobre sí misma, que te contemple y que cante tus alabanzas con transportes de júbilo. Que estos deleitosos dones tuyos constituyan mi consuelo en las tormentas de esta vida, hasta que llegue a ti, que eres la paz verdadera, y donde no hay arcos, ni escudos, ni espadas, ni guerras, sino solamente suma y verdadera seguridad, tranquilidad segura, seguridad tranquila, felicidad alegre, eternidad feliz y bienaventuranza eterna, y visión bienaventurada de ti, y alabanza tuya por los siglos de los siglos. Así sea.

Oh Cristo Señor, poder y sabiduría del Padre, que pones en las nubes tu morada, y que caminas sobre las alas de los vientos, que haces de tus ángeles espíritus y ministros tuyos del fuego abrasador, te ruego y te suplico insistentemente que me concedas las ágiles plumas de la fe y las veloces alas de las virtudes, con las que pueda elevarme a la contemplación de las cosas celestiales y eternas. Se una, te lo suplico, mi alma a ti, y me reciba tu mano derecha. Me eleve sobre las cimas más altas de la tierra, y me nutra con los alimentos de la herencia celestial, por los que suspiro día y noche durante mi triste exilio sobre esta tierra, en el que mis miembros mortales quitan a mi alma todo su vigor y fuerza.

Dios mío, líbrame de las tinieblas y del peso de esta carne terrestre. Detén a mi alma errante, que se aparta sin cesar del único camino que conduce a ti. Concédele la gracia de elevarse hasta tu celeste morada, para que iluminada por los rayos de tu luz divina desprecie las cosas terrestres, aspire a las cosas del cielo, odie el pecado y ame la justicia. Pues ¿qué hay más grande y más dulce, en medio de las tinieblas y de las amarguras de esta vida, que suspirar sin cesar por las delicias infinitas de la bienaventuranza eterna, y preocuparse únicamente de los medios para llegar allí donde ciertamente podremos disfrutar de los gozos eternos?

¡Oh Dios dulcísimo y benignísimo, amantísimo y queridísimo, el más precioso y el más deseable, el más amable y hermoso!, ¿cuándo llegaré a verte? ¿Cuándo apareceré ante tu presencia? ¿Cuándo me saciaré de tu belleza? ¿Cuándo me sacarás de esta cárcel tenebrosa, para bendecir y confesar tu nombre, sin tener que arrepentirme de mis faltas? ¿Cuándo llegaré a tu magnífica y maravillosa morada, en cuyos tabernáculos los justos celebran sin cesar tu gloria con cánticos de gozo y de triunfo? Bienaventurados los que habitan en tu casa, Señor, porque te alabarán por los siglos de los siglos 140. Felices y realmente felices los que tú has elegido, y que ya tienen parte en esa herencia celestial, Tus santos, oh Dios, florecen ante tus ojos como los lirios. Están llenos de la abundancia que reina en tu morada, y beben del torrente de tus delicias 141, porque tú eres, oh Señor, la única fuente de vida. Ven ya la luz en tu luz, hasta el punto de que ellos mismos convertidos en luz, que de ti solo recibe su resplandor, brillan como soles en tu presencia. ¡Cuán admirables, cuán hermosos y deliciosos son los tabernáculos de tu mansión! Mi alma, aunque manchada por el pecado, sólo desea llegar hasta allí, porque yo, oh Señor, he amado siempre la belleza de tu casa y el lugar en que reside tu gloria 142. Sólo te pido una cosa, Señor: habitar en tu casa todos los días de mi vida 143.

Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así mi alma tiene deseo de ti, Dios mío. ¿Cuándo llegaré y cuándo apareceré ante ti, y cuándo veré a mi Dios, del que tiene sed mi alma? 144 ¿Cuándo le veré en la tierra de los vivientes? Pues en esta tierra de muertos no puede ser visto con los ojos mortales. ¿Qué haré, miserable de mí, oprimido por las cadenas de mi mortalidad; qué haré? Mientras vivimos en el cuerpo peregrinamos lejos de Dios 145. Pues no tenemos aquí abajo una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad futura, ya que nuestro derecho de ciudadanía está en los cielos 146. ¡Ay de mí, que mi peregrinación se ha prolongado, y habité con los habitantes de Cedar, y mi alma vivió como extranjera durante largos años!  147¿Quién me diera alas como de paloma, para volar y descansar? 148 Pues para mí nada hay tan dulce como vivir con mi Dios, y es bueno para mí estar unido a Dios 149.

Concédeme, Señor, que mientras viva en este cuerpo frágil, esté unido a ti, según está escrito: Quien está unido a Dios, forma un espíritu con él 150. Concédeme alas para que yo pueda elevarme hasta ti, y contemplarte sin cesar, y como nada hay feliz sobre la tierra, conserva mi alma cerca de ti para que no se hunda en el abismo de este valle de tinieblas. Haz que la sombra de tierra no se interponga entre ella y tú, quitándole la vista de tu sol de justicia, y haz que no la rodeen las tinieblas impidiéndole elevar su mirada a las cosas de arriba.

Mi deseo más ardiente consiste en llegar a ese feliz estado de paz, de gozo y de luz eterna. Sostén mi corazón con tu mano, oh Señor, porque sin tu ayuda no podrá elevarse a lo que está por encima de ella. Tengo prisa de llegar a tu feliz mansión, donde reinan eternamente la paz y una tranquilidad inalterable. Sé tú el apoyo y la dirección de mi espíritu y gobiérnalo según tu voluntad, a fin de que dirigido por ti se eleve a la región de la abundancia, donde alimentas eternamente a Israel con tu santa verdad, y para que al menos con el pensamiento veloz pueda yo llegar hasta ti, suprema sabiduría que preside todas las cosas, y que todo lo conoce y gobierna.

Pero son muchas las cosas que impiden a mi alma volar hacia ti. Oh Señor, acalla todos los ruidos que surgen en mí, y haz callar a mi misma alma. Que mi alma se eleve sobre todo lo creado, y que se eleve sobre sí misma para llegar hasta ti. Haz que en ti solo, oh Creador, fije mi alma los ojos de su fe; y que tú solo seas en adelante el objeto de sus aspiraciones, pensamientos y meditaciones; que te tenga siempre presente ante los ojos y en el fondo de su corazón, como su verdadero y sumo bien y como su gozo interminable. Sin duda que hay muchas contemplaciones de las que un alma devota puede maravillosamente nutrirse, pero no hay ninguna en la que mi alma encuentre tanto sosiego y tanto gozo como en contemplarte a ti solo como único objeto de sus pensamientos. ¡Cuán grande es la abundancia de tu dulzura, oh Señor 151, y cuán maravillosamente inspiras a los corazones de los que te aman! ¡Qué admirable la suavidad de tu amor, del que disfrutan los que fuera de ti nada aman, nada buscan y nada desean pensar! ¡Bienaventurados los corazones de los que tú eres la única esperanza, y cuya única ocupación consiste en dirigirte sus plegarias a ti! Feliz quien en la soledad del silencio vela sobre sí constantemente día y noche, a fin de poder, viviendo todavía en este frágil cuerpo, pregustar tus inefables dulzuras.

Te ruego por las saludables heridas recibidas en la cruz por nuestra salvación y de las que manó la sangre preciosa que nos redimió, que bendigas también mi alma pecadora, por la que te dignaste morir; bendícela con un dardo inflamado y omnipotente de tu inmensa caridad. Porque la palabra del Señor es viva y eficaz y más penetrante que una espada de dos filos 152. ¡Oh flecha escogida entre todas, oh espada agudísima que puedes atravesar con tu poder el duro escudo del corazón humano, atraviesa mi corazón con el dardo de tu amor, para que te diga mi alma: Me has herido con tu amor, de modo que de esa herida de amor manen abundantes lágrimas día y noche!

Atraviesa, Señor, atraviesa mi alma endurecida con el dardo más poderoso de tu amor; atraviésala hasta lo más íntimo de su ser, para que mi cabeza y mis ojos se conviertan en una fuente inagotable de lágrimas. Que el ardiente deseo de contemplar tu belleza les haga derramar lágrimas día y noche, sin que nunca, en esta vida presente, pueda gustar el menor consuelo, hasta el día en que sea digno de verte en tu celestial morada, oh amado y divino esposo, mi Dios y mi Señor; que allí a la vista de tu gloria y de la belleza infinita de tu rostro lleno de dulzura y majestad, pueda adorarte humildemente con todos los elegidos que te aman, y gritar con ellos, lleno de júbilo y de exultación: Lo que deseaba ya lo veo, lo que esperaba ya lo tengo, lo que anhelaba ya lo poseo. Ya estoy unido para siempre en el cielo con aquel a quien amé con todas mis fuerzas viviendo sobre la tierra, y a quien había entregado todo el amor de mi corazón. A quien me adherí con todo mi amor, a ese mismo lo alabo, lo bendigo y lo adoro, pues él es el Dios omnipotente que vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea.

Capítulo 38. PLEGARIA EN LA AFLICCIÓN

Ten piedad de mí, Señor: compadécete misericordiosamente; compadécete de este miserabilísimo pecador que tantas cosas indignas ha hecho y tantos males ha merecido padecer, que ha pecado asiduamente, y diariamente ha sido castigado por ti. Considerando lo mucho que he pecado, encuentro que el castigo sufrido es bien ligero en comparación con lo grave de mis faltas. Tú, Señor, eres justo, y todos tus juicios son únicamente justicia y verdad. Justo y recto eres tú, Señor Dios nuestro, y en ti no hay iniquidad. No hay ni injusticia ni crueldad en los castigos que tú infliges a los pecadores, oh Dios omnipotente y misericordioso. Cuando todavía no existíamos, nos sacaste de la nada por tu omnipotencia, y cuando estábamos perdidos por nuestras faltas nos salvaste de la perdición por un admirable efecto de tu benevolencia y de tu caridad. Lo sé y estoy cierto de que no se debe atribuir al azar todo lo que turba y agita nuestra vida, sino que tú solo, oh Señor, eres quien dispones y gobiernas todas las cosas según tus impenetrables designios. Tú solo tienes cuidado de todas las cosas, y cuidas especialmente de tus siervos que han puesto toda su esperanza en tu misericordia. Por eso te ruego y te su plica insistentemente que no me trates según la gravedad de mis pecados, por los que merecí tu ira, sino según la grandeza de tu misericordia, que es superior a todos los pecados del mundo. Tú, Señor, que infliges externamente el castigo, concédeme siempre una indeficiente paciencia interior, a fin de que mi boca no cese nunca de alabarte. Ten piedad de mí, Señor, ten piedad de mí, y ayúdame en todo lo que sabes que es útil a mi cuerpo y a mi alma. Tú que sabes todas las cosas, tú que todo lo puedes, y tú que vives por los siglos de los siglos. Así sea.

Fuente:

Novena a Nuestra Señora de Fátima

 


 

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[Estampa de Nuestra Señora de Fátima con los pastorcitos]

OFRECIMIENTO PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.

¡Oh santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Yo os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes con que El es ofendido; y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón e intercesión del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pecadores.

  

ORACIÓN PREPARATORIA

Oh santísima Virgen María, Reina del Rosario y Madre de misericordia, que te dignaste manifestar en Fátima la ternura de vuestro Inmaculado Corazón trayéndonos mensajes de salvación y de paz. Confiados en vuestra misericordia maternal y agradecidos a las bondades de vuestro amantísimo Corazón, venimos a vuestras plantas para rendiros el tributo de nuestra veneración y amor. Concédenos las gracias que necesitamos para cumplir fielmente vuestro mensaje de amor, y la que os pedimos en esta Novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honra vuestra y provecho de nuestras almas. Así sea.

Rezar la oración del día correspondiente:

DÍAS
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9

ORACIÓN FINAL

¡Oh Dios, cuyo Unigénito, con su vida, muerte y resurrección, nos mereció el premio de la salvación eterna! Os suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que nos enseñan y alcancemos el premio que prometen. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.


DÍA PRIMERO [Ir al principio de esta página]
Penitencia y reparación



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, Madre de los pobres pecadores!, que apareciendo en Fátima, dejaste transparentar en vuestro rostro celestial una leve sombra de tristeza para indicar el dolor que os causan los pecados de los hombres y que con maternal compasión exhortaste a no afligir más a vuestro Hijo con la culpa y a reparar los pecados con la mortificación y la penitencia. Dadnos la gracia de un sincero dolor de los pecados cometidos y la resolución generosa de reparar con obras de penitencia y mortificación todas las ofensas que se infieren a vuestro Divino Hijo y a vuestro Corazón Inmaculado.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA SEGUNDO [Ir al principio de esta página]
Santidad de vida



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, Madre de la divina gracia, que vestida de nívea blancura te apareciste a unos pastorcitos sencillos e inocentes, enseñándonos así cuánto debemos amar y procurar la inocencia del alma, y que pediste por medio de ellos la enmienda de las costumbres y la santidad de una vida cristiana perfecta. Concédenos misericordiosamente la gracia de saber apreciar la dignidad de nuestra condición de cristianos y de llevar una vida en todo conforme a las promesas bautismales.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA TERCERO [Ir al principio de esta página]
Amor a la oración



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, vaso insigne de devoción!, que te apareciste en Fátima teniendo pendiente de vuestras manos el santo Rosario, y que insistentemente repetías: «Orad, orad mucho», para alejar por medio de la oración los males que nos amenazan. Concédenos el don y el espíritu de oración, la gracia de ser fieles en el cumplimiento del gran precepto de orar, haciéndolo todos los días, para así poder observar bien los santos mandamientos, vencer las tentaciones y llegar al conocimiento y amor de Jesucristo en esta vida y a la unión feliz con Él en la otra.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA CUARTO [Ir al principio de esta página]
Amor a la Iglesia



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, Reina de la Iglesia!, que exhortaste a los pastorcitos de Fátima a rogar por el Papa, e infundiste en sus almas sencillas una gran veneración y amor hacia él, como Vicario de vuestro Hijo y su representante en la tierra. Infunde también a nosotros el espíritu de veneración y docilidad hacia la autoridad del Romano Pontífice, de adhesión inquebrantable a sus enseñanzas, y en él y con él un gran amor y respeto a todos los ministros de la santa Iglesia, por medio de los cuales participamos la vida de la gracia en los sacramentos.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA QUINTO [Ir al principio de esta página]
María, salud de los enfermos



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, salud de los enfermos y consoladora de los afligidos!, que movida por el ruego de los pastorcitos, obraste ya curaciones en vuestras apariciones en Fátima, y habéis convertido este lugar, santificado por vuestra presencia, en oficina de vuestras misericordias maternales en favor de todos los afligidos. A vuestro Corazón maternal acudimos llenos de filial confianza, mostrando las enfermedades de nuestras almas y las aflicciones y dolencias todas de nuestra vida. Echad sobre ellas una mirada de compasión y remediadlas con la ternura de vuestras manos, para que así podamos serviros y amaros con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA SEXTO [Ir al principio de esta página]
María, refugio de los pecadores



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, refugio de los pecadores!, que enseñaste a los pastorcitos de Fátima a rogar incesantemente al Señor para que esos desgraciados no caigan en las penas eternas del infierno, y que manifestaste a uno de los tres que los pecados de la carne son los que más almas arrastran a aquellas terribles llamas. Infundid en nuestras almas un gran horror al pecado y el temor santo de la justicia divina, y al mismo tiempo despertad en ellas la compasión por la suerte de los pobres pecadores y un santo celo para trabajar con nuestras oraciones, ejemplos y palabras por su conversión.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA SÉPTIMO [Ir al principio de esta página]
María, alivio de las almas del purgatorio



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, Reina del purgatorio!, que enseñaste a los pastorcitos de Fátima a rogar a Dios por las almas del purgatorio, especialmente por las más abandonadas. Encomendamos a la inagotable ternura de vuestro maternal Corazón todas las almas que padecen en aquel lugar de purificación, en particular las de todos nuestros allegados y familiares y las más abandonadas y necesitadas; alíviales sus penas y llévalas pronto a la región de la luz y de la paz, para cantar allí perpetuamente vuestras misericordias.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA OCTAVO [Ir al principio de esta página]
María, Reina del Rosario



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María!, que en vuestra última aparición te diste a conocer como la Reina del Santísimo Rosario, y en todas ellas recomendaste el rezo de esta devoción como el remedio más seguro y eficaz para todos los males y calamidades que nos afligen, tanto del alma como del cuerpo, así públicas como privadas. Infundid en nuestras almas una profunda estima de los misterios de nuestra Redención que se conmemoran en el rezo del Rosario, para así vivir siempre de sus frutos. Concédenos la gracia de ser siempre fieles a la práctica de rezarlo diariamente para honraros a Vos, acompañando vuestros gozos, dolores y glorias, y así merecer vuestra maternal protección y asistencia en todos los momentos de la vida, pero especialmente en la hora de la muerte.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA NOVENO [Ir al principio de esta página]
El Inmaculado Corazón de María



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ORACIÓN DE ESTE DÍA
¡Oh santísima Virgen María, Madre nuestra dulcísima!, que escogiste a los pastorcitos de Fátima para mostrar al mundo las ternuras de vuestro Corazón misericordioso, y les propusiste la devoción al mismo como el medio con el cual Dios quiere dar la paz al mundo, como el camino para llevar las almas a Dios, y como una prenda suprema de salvación. Haced, ¡oh Corazón de la más tierna de las madres!, que sepamos comprender vuestro mensaje de amor y de misericordia, que lo abracemos con filial adhesión y que lo practiquemos siempre con fervor; y así sea vuestro Corazón nuestro refugio, nuestro consuelo y el camino que nos conduzca al amor y a la unión con vuestro Hijo Jesús
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Meditar y rezar la oración final.


1. El autor es Gregorio Martínez de Antoñana, C.M.F.


1. Oraciones | 2. Oraciones de Fátima | 3. Novena | 4. Triduo

 
Fuente: Devocionario.com




sábado, 3 de mayo de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 35 y 36

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 35 y 36
Capítulo 35. FERVIENTE PLEGARIA A JESUCRISTO

¡Oh Jesús, redención 

nuestra, amor y deseo, Dios de Dios, ven en ayuda de tu servidor! A ti te invoco, y a ti clamo con gran voz desde el fondo de mi corazón. Te invoco con todo el ardor de mi alma. Penetra en mi alma y hazla digna de ti, a fin de poseerla pura y sin mancha; porque al Señor, que es la misma pureza, se debe una morada tan pura como él mismo. Santifícame, pues soy un vaso que tú mismo hiciste; limpia mi corazón de todo mal, y llénalo con tu gracia, y haz que se conserve siempre así, para que siempre y por toda la eternidad sea un templo digno de ti.

¡Oh Jesús dulcísimo, benignísimo, amantísimo, queridísimo, preciosísimo; tú eres más dulce que la miel, más blanco que la leche y que la nieve, más suave que el néctar, más precioso que las piedras preciosas y que el oro, y eres más querido para mí que todas las riquezas de la tierra y que todos los honores del mundo! ¿Qué digo, mi Dios, mi única esperanza, y mi inmensa misericordia? ¿Qué digo yo, dulzura divina, que nunca engaña, y en la cual únicamente se encuentran la felicidad y la seguridad? ¿Qué digo cuando digo tales cosas? Digo lo que puedo, pero no digo lo que debo. ¡Ojalá pudiera decir las cosas que cantan en sus himnos los coros de los ángeles! ¡Cuán a gusto me derramaría yo totalmente en tales alabanzas! ¡Con cuánta devoción cantaría en el seno de tu Iglesia triunfante esas celestes y melodiosas canciones a la alabanza y a la gloria de tu nombre! Pero ya que no puedo hacerlo, ¿deberé guardar silencio? Pero, ¡ay de los que callan cuando hay que hablar de ti, que haces hablar a los mudos, y que haces elocuentes las lenguas de los niños más pequeños! ¡Ay de los que no hablan de ti, porque los mismos que hablan son mudos cuando celebran tus alabanzas!

¿Quién podrá alabarte dignamente, oh inefable poder y sabiduría del Padre? Verbo encarnado, que todo lo puedes, y a quien nada es desconocido, aunque no puedo encontrar palabras suficientes para explicar lo que eres tú, te alabaré, sin embargo, según lo permite mi debilidad, hasta que me concedas la gracia de llegar a tu divina morada, donde podré finalmente celebrar tu gloria como tú lo mereces y como yo lo debo hacer.

Por eso te suplico humildemente que atiendas menos a lo que yo digo que a lo que yo quisiera decir, porque mi ardiente deseo es hablar de ti como conviene a tu grandeza, ya que a ti se debe toda alabanza, todo cántico de amor y todo honor. Pero tú, oh Señor, que conoces los pensamientos más secretos de mi corazón, sabes muy bien que eres para mí más querido, más agradable y más precioso, no solamente que la tierra y todo lo contenido en ella, sino también más que el cielo y todo lo que está en él. Pues te amo más que al cielo y a la tierra, y más que a todas las cosas que en ellos se contienen; aún más, solamente por amor de tu nombre, que nunca pasa, pueden ser amadas las cosas perecederas. Yo te amo, Dios mío, con gran amor, y todavía deseo amarte más. Concédeme amarte todo lo que quiero y lo que debo, a fin de que tú seas el único objeto de mis pensamientos y meditaciones, para que todo el día sólo piense en ti, y piense también en ti durante el sueño nocturno; que mi espíritu se entretenga siempre contigo, y mi mente hable contigo, y que mi corazón sea iluminado por la luz de tu santa visión. Sé mi guía que me haga progresar en la virtud, y merecer ver finalmente en Sión al Dios de los dioses 120al que ahora sólo veo en enigma y como en un espejo, y al que entonces podré contemplar cara a cara y conocerlo como él me conoce a mí 121Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios 122Felices los que habitan en tu casa, Señor, pues te alabarán por los siglos de los siglos 123.

Te ruego, pues, Señor, por todas tus misericordias, por las que nos libraste de la muerte eterna, ablanda mi corazón, más duro que la piedra y que el hierro, con tu sacratísima y poderosa unción. Purifica mi alma con el sincero dolor de haberte ofendido, a fin de que pueda ofrecerme cada hora como una víctima viviente. Haz que mi corazón esté siempre arrepentido y humillado delante de ti, con abundancia de lágrimas. Haz que deseándote solamente a ti, esté como muerto al mundo, y que la grandeza de tu amor hacia mí, y el temor saludable de tu nombre santo, me haga olvidar todas las cosas frágiles y perecederas de la tierra. De modo que las cosas temporales no me causen en adelante dolor ni alegría, ni temor, ni amor; y de manera que ni la prosperidad me corrompa, ni la adversidad me deprima. Y como tu amor perfecto es fuerte como la muerte, haz que el ardor y la dulzura inefable de ese amor, se apoderen totalmente de mi alma y la separen de todo afecto por las cosas terrenas, a fin de que sólo se una a ti y tú seas el objeto único de sus pensamientos, y como su más dulce alimento. Descienda, Señor, descienda, te suplico, a mi corazón tu olor suavísimo. Haz que penetre en el tu amor más dulce que la miel, como un maravilloso e inefable perfume que eleve todos mis deseos hacia las cosas celestiales, y que haga derramar a mi corazón lágrimas abundantes, que salten, como un agua saludable, hasta la vida eterna. Pues tú, Señor, eres inmenso, y sin medida debes ser amado y alabado por los que redimiste con tu preciosa sangre, oh amador benignísimo de los hombres.

Señor clementísimo, y juez justísimo a quien el Padre concedió todo el poder de juzgar 124, según los designios impenetrables de tu sabiduría y de tu justicia, tú permites, como bueno y justo, que los hijos de este siglo, es decir, los hijos de la noche y de las tinieblas, deseen, amen y busquen los bienes y los honores perecederos de la tierra con más ardor que te amamos a ti tus servidores, creados y redimidos por ti. Si entre los hombres los que están unidos por una amistad perfecta apenas pueden soportar la ausencia del otro; si la esposa tiene tal afecto a su marido que, en la grandeza de su amor, no tiene alegría ni reposo cuando está ausente la persona amada, cuya separación le produce una continua tristeza, ¿con qué afecto y diligencia debemos amarte a ti, Señor, nuestro único y verdadero Dios, el divino y maravilloso esposo de nuestra alma, unida a ti por los vínculos de la justicia, de la fe y de la misericordia, a ti que nos amaste y salvaste sufriendo por nosotros tantos y tan crueles suplicios?

Aunque las cosas de aquí abajo tengan también sus deleites y atractivos, sin embargo no deleitan ni atraen del mismo modo que tú, Dios nuestro. Pues en ti se deleita el justo, porque tu amor es suave y tranquilo, y los corazones por él poseídos los llena de dulzura, suavidad y serenidad. Por el contrario, el amor del mundo y de la carne es un amor lleno de ansiedad y de turbación, que no permite vivir tranquilas a las almas donde penetra, solicitándolas continuamente con sospechas, turbaciones y temores de toda clase. Tú eres, pues, el único deleite de los justos, y con razón, pues en ti reina un gran reposo y una vida imperturbable. Quien entra en ti, oh buen Señor, entra en el gozo de su Señor, y ya no sentirá ningún temor, sino que se sentirá óptimamente en el ser óptimo, diciendo: Este es el lugar de mi reposo por los siglos de los siglos; aquí habitaré porque lo he elegido 125, y también: El Señor es mi Pastor, y nada me faltará, pues me ha colocado en un lugar de abundantes pastos 126.

¡Oh dulce Cristo y buen Jesús, te ruego que llenes siempre mi corazón con tu amor inextinguible y con tu continuo recuerdo, de modo que, como llama viva, arda totalmente en la dulzura de tu amor, y que este nunca sea extinguido en mí por las aguas impetuosas del mal! Haz, dulcísimo Señor, que te ame solamente a ti, y que mi alma te desee solamente a ti, y sea así librado del peso de los deseos carnales y de la grave carga de las concupiscencias terrenas, que la asedian y oprimen, a fin de que, libre de todos los obstáculos, pueda yo correr detrás del aroma de tus celestes perfumes, hasta que, guiado por tu gracia, merezca llegar cuanto antes hasta ti, y gozar sin sentirme nunca saciado de la contemplación de tu belleza. Pues no caben a la vez en el mismo pecho esos dos amores, de los cuales uno es bueno y otro malo, uno dulce y otro amargo. Y por eso si alguno ama otro objeto distinto de ti, oh Dios mío, no tiene verdadero amor hacia ti. ¡Oh amor de dulzura, oh dulcedumbre de amor, amor exento de toda pena y lleno siempre de deleite, amor puro y sincero que permanece por los siglos de los siglos, amor que siempre ardes y nunca te apagas; oh dulce Cristo, oh buen Jesús, Dios mío, mi amor; enciéndeme totalmente con tu fuego, con tu amor, con tu suavidad y tu delectación, con tu gozo y exultación, con tu deleite y tu deseo, con ese deseo que es santo y bueno, casto y puro, tranquilo y seguro! Haz que lleno totalmente de la dulzura de tu amor, y abrasado totalmente en tu divino fuego, te ame, oh Señor mío, con todas las fuerzas de mi corazón y con todo lo que hay de más íntimo en mí. Concédeme que a ti solo te tenga en el corazón, en los labios y delante de mis ojos, ahora y en todos los lugares, de modo que no quede ningún espacio en mí para otros amores extraños. Escucha mi voz, Dios mío; escucha mi voz, única luz de mis ojos, escucha lo que te pido, y haz que te lo pida de modo que me oigas. Piadoso y clemente Señor, que mis pecados no te hagan inexorable para mí, sino que tu infinita bondad reciba las súplicas de tu siervo. Cumple mis votos y mis deseos, te lo pido por el nombre y por la intercesión de tu gloriosa Madre, mi protectora ante ti, juntamente con todos los santos. Así sea.

Capítulo 36. ORACIÓN A CRISTO PARA PEDIR EL DON DE LÁGRIMAS

Señor Jesús, Verbo del Padre, que viniste al mundo para salvar a los pecadores, te suplico por las entrañas de tu misericordia que te dignes purificar mi vida, mi conducta y mis costumbres; haz que desaparezca de mí todo lo que pueda desagradarte o dañarme, y dame a conocer lo que a ti te agrada y a mí me beneficia. ¿Quién, fuera de ti, puede hacer puro a quien fue concebido en la impureza? Tú eres el Dios omnipotente y de piedad infinita, que justificas a los impíos y vivificas a los muertos, y cambias a los pecadores para que dejen de serlo. Quita, pues, de mí todo lo que pueda desagradarte, porque ninguna de mis imperfecciones puede escapar a tu mirada. Extiende la mano de tu misericordia para quitar de mi corazón todo lo que puede ofender a tu mirada. Tú conoces, Señor, mi salud y mi enfermedad; te suplico que conserves aquélla, y que cures ésta. Sáname, oh Señor, y seré verdaderamente sano; sálvame y seré verdaderamente salvado. Pues sólo a ti pertenece curar a los que están enfermos, y conservar sanos a los que ya has curado. Tú puedes, con un solo acto de tu voluntad, enderezar lo que está caído, y alzar de las ruinas lo que se había derrumbado. Pues si te dignas esparcir la buena semilla en el campo de mi corazón, es menester que antes la mano de tu piedad arranque las espinas de mis vicios.

¡Oh Jesús dulcísimo, benignísimo, amantísimo y queridísimo, preciosísimo, el más deseable, el más digno de amor y el más bello de todos: te ruego que extiendas sobre mi corazón la abundancia de tu dulzura y de tu amor, a fin de que desaparezcan de mí todos los pensamientos y deseos terrestres y terrenales, y tú seas el único objeto de mi amor, y solamente tú estés siempre en mis labios y en mi corazón! Graba con tu dedo en mi corazón el dulce recuerdo de tu nombre melifluo de modo que no seas borrado por ningún olvido. Escribe en las tablas de mi corazón tus deseos y tus justificaciones, a fin de que tenga siempre y en todas partes ante mis ojos tu bondad infinita y tus santos mandamientos. Abrasa mi alma con el fuego divino que tú hiciste descender sobre la tierra, para que se extendiera y encendiera más y más 127. De ese modo, derramando lágrimas, podré ofrecerte todos los días el sacrificio de un espíritu contrito y de un corazón roto por el arrepentimiento. ¡Dulce Cristo y buen Jesús, responde a mis más férvidos deseos y a mis votos más ardientes, encendiendo en mi alma el fuego de tu casto y santo amor, y que ese fuego se apodere de mi ser y me posea enteramente! Que cual signo de mi amor hacia ti, torrentes de lágrimas fluyan sin cesar de mis ojos, y que sean además un testimonio de tu amor hacia mí. Que sean como un lenguaje proveniente de mi alma, con el que te diga cuánto te amo, pues es la grandeza de tu amor hacia mí lo que las hace fluir.

Me acuerdo, oh piadoso Señor, de aquella piadosa mujer, que fue a tu templo a pediros un hijo, y de la cual dice la Escritura que después de tantas plegarias y de tantas lágrimas derramadas para obtener dicha gracia, los rasgos de su rostro no se alteraron 128. Pero, recordando tan gran virtud, y tan gran constancia, y considerando mi debilidad y bajeza, me siento abrumado de dolor y de confusión. Si esa mujer, para obtener un hijo, lanzó tantos suspiros y derramó tantas lágrimas, ¿cuánto más deberá suspirar quien busca a Dios, quien ama a Dios y quien desea llegar hasta él? ¿Cuánto más deberá gemir y llorar día y noche quien quiere tener a Jesucristo como solo y único objeto de su amor? Lo admirable sería que sus lágrimas no constituyeran día y noche el único alimento de su alma. Mira, pues, oh Señor, y compadécete de mí, porque se han multiplicado los dolores de mi corazón. Concédeme tu consuelo celestial, y no desprecies el alma pecadora, por la que tú mismo sufriste la muerte. Que tu amor haga derramar a mi alma lágrimas que puedan romper las cadenas que atan al pecado, y la llenen de tu gozo celeste, a fin de que si no merezco ocupar en tu reino un puesto igual al de los verdaderos y perfectos monjes, cuyos ejemplos no puedo imitar, sí pueda al menos ocupar un humilde lugar entre las santas mujeres.

Me viene también a la mente la admirable devoción de otra mujer, que te buscaba con piadoso amor yacente en el sepulcro, y que alejados los discípulos de la tumba, ella no se alejaba, sino que estaba allí sentada, triste y apenada, y derramaba continuamente muchas lágrimas 129. Y toda bañada de lágrimas se levantaba para buscarte más y más, y no apartaba su mirada de tu sepulcro, con la esperanza de ver al que buscaba con ardiente deseo. Había visto varias veces tu tumba, pero esto no era suficiente para quien tanto te amaba, pues el mérito del bien obrar exige la perseverancia. Como nadie te había amado tanto como ella, y ella misma amando lloraba, y llorando buscaba, y buscando perseveraba. Y por eso fue la primera en merecer encontrarte, verte y hablarte. Y además de esto fue la primera en anunciar a los mismos discípulos tu gloriosa resurrección, obedeciendo a tu precepto y a tu clemente amonestación: Vete y di a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán 130. Así pues, si una mujer, cuya fe no era todavía perfecta, porque te buscaba entre los muertos a ti que estabas lleno de vida, derramó tantas lágrimas y con tal perseverancia, ¿con cuánta mayor perseverancia en el dolor y en las lágrimas deberá buscarte un alma que cree en ti y que confiesa claramente que tú eres su Redentor, sentado en lo más alto del cielo y dotado de poder y dominio sobre el universo entero? ¿Cuáles deberán ser los gemidos y las lágrimas de esa alma que te ama sinceramente, y cuyo único deseo es contemplar tu rostro?

¡Único refugio y única esperanza de los miserables, que nunca imploran en vano tu misericordia! Todas las veces que tú eres el objeto de mis pensamientos, de mis palabras, de mis escritos, de mis conversaciones, de mis recuerdos, y siempre que me presento ante ti para ofrecerte un sacrificio de alabanza o para dirigirte mis plegarias, concédeme la gracia, te lo pido por tu santo nombre, de que pueda derramar dulces y abundantes lágrimas, y de que esas lágrimas sean el único alimento de mi alma durante el día y durante la noche. Pues tú mismo, Rey de la gloria, y Maestro de todas las virtudes, nos enseñaste de palabra y con el ejemplo a gemir y a llorar, cuando nos dijiste: Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados 131. Tú lloraste a tu amigo difunto 132 y derramaste lágrimas ante la ruina futura de la ciudad de Jerusalén 133. Te ruego, oh buen Jesús, por tus santas lágrimas y por tu misericordia, con las que te dignaste remediar maravillosamente nuestra perdición, que me concedas la gracia de las lágrimas deseada y pedida fervientemente por mi alma, porque es una gracia que sólo puedo obtener por un don de tu bondad. Por tu Santo Espíritu, que ablanda los corazones más duros de los pecadores y les hace compungirse hasta derramar lágrimas, te pido que me concedas la gracia de las lágrimas, como se la concediste a mis padres, cuyos ejemplos debo imitar, para que llore sobre mí durante toda mi vida, como ellos lloraron sobre sí mismos día y noche. Por los méritos y las plegarias de los que te agradaron y te sirvieron con fidelidad, ten piedad del más indigno y del más miserable de tus servidores, y concédeme, te lo suplico, la gracia de tus lágrimas. Que esté totalmente bañado en lágrimas, y que ellas constituyan día y noche el único alimento de mi alma. Que mi arrepentimiento sea un fuego ardiente que haga de mí un holocausto digno de ser ofrecido a ti. Y que mi corazón sea como un altar donde yo me inmole enteramente, y que el olor de ese sacrificio te sea agradable a ti, oh Dios mío. Haz que mis ojos derramen torrentes de lágrimas que purifiquen esa víctima de toda mancha.

Aunque, con el auxilio de tu gracia, me he ofrecido enteramente a ti, sin embargo, a causa de mi debilidad, todavía sigo ofendiéndote con demasiada frecuencia. Concédeme, pues, Señor, el don de las lágrimas, don que jamás desearé y pediré en demasía, oh Dios bendito y amable, y que esas lágrimas sean testimonio de amor hacia ti, y testimonio de gratitud por tu misericordia. Prepara para tu siervo ese banquete celestial, al que yo pueda asistir continuamente y en el que pueda saciar todas mis necesidades. Concédeme también, según tu piedad y bondad, ese cáliz tuyo de saciedad y de gloria, a fin de que pueda apagar en él mi sed, y olvidándome de todas las miserias y vanidades del mundo, tú seas el único objeto de mis pensamientos, y el único amor de mi corazón y de mi alma. Escucha, Dios mío, escucha, oh luz de mis ojos, y oye lo que te pido, y concédeme que te lo pida de modo que me oigas. Piadoso y bondadoso Señor, que el exceso de mis pecados no te haga inexorable para mí, sino que tu divina bondad acoja favorablemente las súplicas de tu siervo. Cumple mis votos y mis deseos por las plegarias y por los méritos de la gloriosa Virgen María, Nuestra Señora, y por la intercesión de todos los santos. Así sea.

Fuente: Agustinus.it

Devoción de la Comunión de los cinco primeros sábados de mes dada en Fátima

 

Apariciones Posteriores y Mensajes de Nuestra Señora
a Sor Lucía
Según el relato de Sor Lucía
Recopilado por SCTJM



"Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón"


Lucia es la mayor de los videntes. Entró en la vida religiosa con las hermanas Doroteas, con las que vivió en Pontevedra antes de entrar en la clausura Carmelita en Coimbra, Portugal donde vivío hasta la fecha de su muerte, 13 de Febrero de 2005.

Durante su vida religiosa, recibe apariciones en las cuales la Virgen Santísima le revela:

La petición de los Cinco Primeros Sábados de Reparación
La visión de la Trinidad con la petición de la consagración de Rusia

Cinco primeros sábados de reparación

Trasfondo histórico

Los Sábados son tradicionalmente dedicados a la Virgen. Desde muy antiguo la Santa Iglesia, a considerado el sábado un día dedicado a intensificar la devoción Cristiana a la Santísima Virgen, Madre de Dios y nuestra amantísima Madre. Mucha gente consagraba el primer sábado del mes a la Virgen por esta intención y para reparar por las blasfemias y ultrajes en contra de ella por parte de los pecadores y de los falsos maestros.

El Papa SanPío X el 12 de Julio de 1905 emitió un decreto en el que alababa esta práctica y ofrecía indulgencias por ella. Ese mismo año en el mes de Noviembre el Santo Padre nuevamente bendijo e indulgenció la práctica tradicional de los Hijos del Corazón de María y la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María, para dedicar los primeros sábados de cada mes a esta devoción con el propósito de hacer reparación al I.C. de María.

La Virgen pide los Cinco Primeros Sábados de Reparación. La Virgen le dijo que "con el fin de prevenir la guerra, vendré para pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados de mes". La promesa hecha por Nuestra Señora a Lucia en Julio 13, 1917 de que habría una manifestación futura concerniente a la práctica de los Cinco Primeros Sábados fue cumplida el 10 de diciembre de 1925.

Lucía era postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España cuando tiene una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. La Sta. Virgen puso su mano sobre el hombro de Lucía, mientras en la otra sostenía su corazón rodeado de espinas. El niño le dijo: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Esta cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas."

Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía: "Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tu, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"

 

Los elementos principales de los 5 primeros sábados de reparación son:

1-confesión. Es esencial en el camino del arrepentimiento y la conversión.
2-Eucaristía: Recibir la Santa Comunión. El primer fruto de esta devoción es el culto a la Santa Eucaristía en sus tres aspectos: sacrificio, comunión y adoración. Acompañar al Santísimo Sacramento por quince minutos.
3-rezo del Rosario con dos aspectos: oración y meditación. Se rezan cinco misterios con la meditacion de los misterios.
La oración vocal del Rosario tiene siempre en su base un acto de meditación interior en los misterios de la vida, sufrimiento y gloria de nuestro Señor y de la Stma. Virgen. La jaculatoria que la Virgen pide que recemos después de cada misterio: "Oh mi Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Conduce todas las almas al cielo especialmente la
s que mas necesitan de tu misericordia".

Estas almas son las de los pecadores por quienes rezamos por su conversión y salvación eterna. Estos pecadores pueden ser los que están mas obstinados en su pecado sin arrepentirse, aquellos que están, sin saberlo, al borde de la muerte y están en pecado mortal. Finalmente, aquellos que por circunstancia de lugar, están lejos de la posibilidad de conseguir un sacerdote y recibir los sacramentos incluso en sus últimos momentos. Por estas pobres almas, las que están en mas necesidad de la misericordia de Dios, deben ser derramadas las eficaces oraciones de las almas cristianas, intercediendo por ellos, haciendo reparación, uniéndose en meditación con el corazón de María, Madre y Refugio de los pecadores.

Promesa de Salvación Aquellos que practiquen esta devoción de los cinco primeros sábados , Nuestra Señora prometió: "Yo os asistiré a la hora de vuestra muerte con las gracias necesarias de salvación". Ella no promete la salvación eterna, sino las gracias necesarias para la salvación. Hay muchos testimonios de almas que son especialmente devotas del Corazón de María, que reciben un conocimiento del cielo que la hora de su partida esta cerca. No es precisamente un anuncio de la muerte, pero si una nueva y gentil preocupación por recibir con mas dignidad los sacramentos, con una intención mas pura en todas sus acciones y se intensifica la caridad y la dedicación al apostolado. El Corazón de María va perfeccionando las almas de sus hijos hasta llegar a su encuentro decisivo con su Divino Salvador.

 

Espíritu de Reparación

Todos estos actos de la devoción, deben hacerse con la intención de reparar las ofensas cometidas en contra del Inmaculado Corazón de María. Aquellos que la ofenden cometen una ofensa doble: ofenden a su Divino Hijo, y ponen en peligro su salvación. Esta reparación hace énfasis en nuestra responsabilidad hacia los pecadores que no oran y no hacen reparación por sus pecados.

Esta devoción nos presenta una responsabilidad social y nos recuerda de que para ir a Dios debemos amar a nuestros semejantes y tratar de salvar sus almas. También nos enseña una forma excelente de hacerlo, a través del espíritu de reparación al I.C. de María. Hay quienes se preocupan de que se les puede olvidar en cada uno de los cinco sábados ofrecer por la intención de reparación. Pero esto se puede evitar haciendo la resolución de ofrecer esta reparación desde el primer sábado que se empieza.. "Dios mío yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, y no te aman" (el ángel a los pastorcitos de Fátima)

¿Por qué 5 Sábados? Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación: "Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:

1-Blasfemias contra su Inmaculada Concepción.

2-Contra su virginidad,

3-Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.

4-Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.

5-Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.

"He aquí hija mía, por que ante este Inmaculado Corazón ultrajado, se movió mi misericordia a pedir esta pequeña reparación, y, en atención a Ella, a conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre. En cuanto a ti procura incesantemente con tus oraciones y sacrificios moverme a misericordia para con esas almas".

También es importante establecer un tiempo fijo para la devoción, en este caso los primeros cinco sábados de mes. Esto nos ayudará a establecer un hábito. La misma Iglesia lleva nuestra vida espiritual por ciclos litúrgicos: cuaresma, adviento...

 

Importancia de esta devoción

En febrero de 1926 se le apareció el Niño Jesús preguntándole si había difundido la devoción a su Santísima Madre. Lucía le contó las dificultades que tenía en llevar a cabo esta misión. Jesús le respondió que con su gracia bastaba.

En Fátima, la Virgen misma desea recomendar esta devoción, especificando "cinco primeros sábados consecutivos" enriqueciendo esta práctica con la promesa de salvación. En la última instancia, es Dios quien es ofendido por cada pecado. Por esta razón, es Dios también quien es el objeto último de cada acto de reparación de los cristianos. Nosotros no podemos comprender propiamente el mensaje celestial dado en Fátima en este punto esencial de reparación si no lo hacemos reparando directamente al Inmaculado Corazón de María. Es nuestro Señor mismo quien nos dice: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Esta cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas".

La predestinación de María en su Maternidad Divina, su colaboración activa en toda la obra de redención, su misión de ser madre espiritual de toda la Iglesia y de cada persona redimida por la preciosa sangre de Cristo, constituye una de las leyes básicas de la divina providencia para la aplicación efectiva de la redención en cada alma. Por lo tanto, la devoción a su Inmaculado Corazón debe ser intensificada y extendida. Consecuentemente quien ofenda a nuestra Madre, ya sea por blasfemia, por negación de su grandeza en su misión de corredención, o por tratar de despreciar la devoción a Nuestra Señora en la Iglesia o en las almas, al mismo tiempo ofende a Dios y a su providencia.

Un cristiano que comprende cuan vil son este tipo de ofensas trata de hacer reparación intensificando su amor filial y su disponibilidad a servir y trabajar arduamente para que el Reino del Corazón de María se establezca. Así responde el amor. Ambos aspectos de la reparación cristiana: primero directamente a Dios y subordinadamente al corazón de María, son manifestaciones complementarias de una misma realidad y un mismo espíritu.

 

Frutos de esta devoción

En toda verdadera devoción a nuestra Señora (y la devoción a su Inmaculado Corazón es expresión perfecta de la verdadera devoción) hay siempre una invitación efectiva a regresar los corazones a Cristo Salvador. Cuando se trata de aquellos que han perdido la gracia, es una llamada a la conversión, a la vida de gracia y a la salvación eterna. Cuando se trata de almas que viven en la gracia de Dios, la verdadera devoción a María, les da un fuerte impulso por avanzar por la vía de santidad y crea en ellos un espíritu de apostolado cristiano. Esta es una ley constante en la vitalidad de la Iglesia. Ya sean Instituciones Marianas, Santuarios Marianos, movimientos y peregrinaciones Marianas, siempre han sido una llamada irresistible desde el corazón maternal de María, a un regreso de estas almas a Cristo. La práctica de los cinco primeros sábados en reparación, corresponde a este nuevo capitulo de la santificación para aquellos que desean escalar la montaña del amor y de la santidad.

 

Visión de la Trinidad y petición de la consagración de Rusia

En Junio del 1929, Lucía estaba ya con las religiosas, Hijas Doroteas, y describe esta aparición así:

Pontevedra"...de repente toda la Capilla del convento se alumbro de una luz sobrenatural, y una Cruz de luz apareció sobre el altar, llegando hasta el techo. En la claridad de la parte superior se podía ver la cara de un hombre y su cuerpo hasta la cintura. En el pecho había una paloma de luz, y clavado en la Cruz había el cuerpo de otro hombre. Por encima de la cintura, suspendidos en el aire, podía ver un cáliz y una gran Hostia, en la cual caían gotas de sangre del rostro de Jesús crucificado y de la llaga de su costado. Estas gotas, escurriendo en la Hostia, caían en el cáliz. Debajo del brazo derecho de la cruz estaba Nuestra Señora. Era Nuestra Señora de Fátima, con su corazón Inmaculado en su mano izquierda, sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas y llamas. Debajo del brazo izquierdo de la Cruz, grandes letras, como si fuesen de agua cristalina, que corrían sobre el Altar formando estas palabras: "Gracia y Misericordia".

Nos dice Lucía:` entendí que era el Misterio de la Sta. Trinidad que se me enseñó, y yo recibí luces acerca de este misterio, que no se me permite revelar". La Virgen le dijo: "Ha venido el momento en que Dios pide al Santo Padre que en unión con todos los obispos del mundo haga la consagración de Rusia a mi Corazón, prometiendo salvarla por este medio". Prevenía la difusión de sus errores y se adelantaba su conversión."

 

Consagración de Rusia por los Santos Padres

Dic.1940 -Lucía recibe permiso para escribir al Santo Padre Pío XII, pidiéndole esta consagración.
Oct. 1942 -Papa Pío XII consagra al mundo con mención especial de Rusia.
Julio 1952 -Consagración especial solo de Rusia. -1965 -Papa Pablo VI también consagra a Rusia.
1982 -Papa Juan Pablo II consagra el mundo al Corazón Inmaculado.
1984 -Papa Juan Pablo II, Roma, ante la imagen de la Virgen, consagra el mundo colegialmente (con los obispos). Según Lucía, esta consagración fue conforme a los deseos de la Virgen.
2000 -Año Jubilar, El Papa Juan Pablo II consagra colegialmente (con los obispos) el mundo y el III milenio al Inmaculado Corazón el 8 de Octubre, durante el jubileo de los obispos. En la víspera el Papa guía la oración de un rosario mundial. Sor Lucia es televisada llevando uno de los misterios desde su convento.

La Virgen acepta la consagración La hermana Lucia ha dicho a varias personas que la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, hecha por el Papa Juan Pablo II en 1984, aunque no mencionó explícitamente a Rusia, fue aceptada por la Virgen. Lucia ha dicho esto a cardenales, obispos, a un ex-presidente de Filipinas, a Howard Dee, embajador de esa nación en el Vaticano, al Dr. Fred Zugibe de New York quien es experto en la Crucifixión. Cuando un obispo le preguntó a Lucia como ella sabe que la consagración fue aceptada, ella indicó que la Virgen aun se comunica con ella.

Almas víctimas del mensaje de Fátima: Las almas víctimas llevan con heroico amor grandes sufrimientos a favor de las intenciones de la Virgen. Las mas conocidas son la Beata Alejandrina Da Costa y Aminda, alma muy especial que se ofrece por el triunfo del Inmaculado Corazón. Vive 50 años de total parálisis orando desde su cama en un pequeño cuarto de Fátima para que el mensaje de Nuestra Señora sea acogido, especialment por los jóvenes. Tuvimos el gran don de conocerla personalmente, y de que ella nos considerara: "mi amigiña" (mi amigita). Arminda, después de grandes sufrimientos y de ser despojada de su mayor anhelo, morir en Fátima, fue a la Casa del Padre en Enero del 2001.

 

 

“la victoria si llega llegará por medio de María”. Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, la victoria, si llega,
será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella, porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo futuro estén unidas a Ella”
(B. Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza, página 236)

Fuente: Corazones.org