MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulo 1.
ORACIÓN PARA EXTIRPARLOS VICIOS Y OBTENER LAS VIRTUDES
Señor Dios mío, haz que mi corazón te desee, y te busque deseándote, te encuentre buscándote, te ame encontrándote, y amándote sea redimido de mis males, y no recaiga en los pecados perdonados. Inspira, Dios mío, a mi corazón la penitencia, a mi espíritu la contrición, a mis ojos el torrente de las lágrimas, a mis manos la generosidad de la limosna. Señor, Rey mío, extingue en mí los deseos de la carne y enciende el fuego de tu amor. Redentor mío, expulsa de mí el espíritu de soberbia y concédeme propicio el tesoro de tu humildad. Salvador mío, aleja de mí el furor de la ira y otórgame benigno el sereno espíritu de la paciencia. Creador mío, arranca de mí el rencor del alma, y otórgame, Señor, la dulzura de un alma mansa. Concédeme, Padre clementísimo, una fe sólida, una esperanza bien ordenada, una caridad permanente. Señor, mi guía soberana, aleja de mí la vanidad, la inconstancia de la mente, la divagación del corazón, la ligereza del lenguaje, el orgullo de la vista, la glotonería del vientre, todo ultraje contra el prójimo, los pecados de detracción, el afán de la curiosidad malsana, el deseo de las riquezas, la usurpación de las dignidades, el apetito de vanagloria, el mal de la hipocresía, la vergüenza de la adulación, el desprecio de los pobres, la opresión de los débiles, el ardor de la avaricia, el orín de la envidia y la muerte de la blasfemia.
Líbrame, Creador mío, de toda temeridad, de la pertinacia, la inquietud, la ociosidad, la somnolencia y la pereza, la pesadez del espíritu, la ceguera del corazón, la obstinación en mis opiniones, la crueldad de las costumbres, la desobediencia a los preceptos del bien, y la resistencia a los buenos consejos. Aparta también de mí la intemperancia del lenguaje, todo lo que pueda violar los derechos de los pobres y de los débiles, toda calumnia contra los inocentes, toda negligencia contra mis súbditos, toda iniquidad contra mis domésticos, toda ingratitud contra mis amigos y toda dureza respecto de mi prójimo.
¡Oh Dios mío, misericordia mía, te pido por tu amado Hijo, que me concedas hacer obras de caridad y misericordia, compartir los dolores de los afligidos, socorrer las necesidades de los indigentes, ayudar a los desgraciados, volver al buen camino a los extraviados, consolar a los tristes, proteger a los oprimidos, tender la mano a los pobres, levantar a los abatidos, pagar a mis deudores, perdonar a los que me han ofendido, amar a quienes me odian, dar bien por mal, no despreciar a ninguno, sino honrar a todos, imitar a los buenos, desconfiar de los malvados, abrazar todas la virtudes y rechazar todos los vicios, ser paciente en la adversidad, moderado en la prosperidad, poner una guardia a mi boca y una barrera en torno a mis labios, pisotear los bienes terrenos y tener sed de los celestiales.
Capítulo 2. ALABANZA DE LA MISERICORDIA DIVINA
He aquí, Creador mío, que te he pedido muchas gracias cuando no merezco ninguna. Confieso, ¡ay de mí!, que no sólo no merezco los beneficios que te he pedido, sino que más bien merezco muchos y graves castigos. Pero me animan mucho los publicanos, las meretrices y los ladrones, que apenas liberados de las fauces del enemigo fueron recibidos en los brazos del Buen Pastor. Admirable eres, ¡oh Creador del universo!, en todas tus obras, pero eres todavía más maravilloso en las obras de tu inefable caridad. Por lo cual dijiste de ti mismo, por boca de uno de tus siervos: La misericordia de Dios está sobre todas sus obras 1, y en otro texto habla de una sola persona (David), pero confiamos en que se puede aplicar a todo el pueblo: No apartaré de él mi misericordia 2. En efecto, Señor, tú sólo desprecias, rechazas y odias a los que son tan insensatos que no te tienen ningún amor. En lugar de hacer sentir a quienes te ofendieron los efectos de tu ira, derramas sobre ellos tus beneficios cuando dejan de ofenderte. ¡Oh Dios mío, fuerza de mi salvación!, ¡cuán desgraciado soy por haberte ofendido! Hice el mal ante tus ojos, y atraje sobre mí la ira que yo había justamente merecido. Pequé, y soportaste mis faltas, pequé y todavía me sufres. Si hago penitencia, me perdonas; si me convierto a ti, me recibes; y si difiero mi conversión me aguardas pacientemente. Extraviado me devuelves al buen camino, combates mi resistencia, reanimas mi indiferencia, me abres tus brazos cuando retorno a ti, esclareces mi ignorancia, mitigas mis tristezas, me salvas de la perdición, me levantas cuando estoy caído, me concedes lo que te pido, te presentas a mí cuando te busco, me abres la puerta cuando te llamo.
Señor, Dios de mi salvación, no sé cómo excusarme ni cómo responder. No tengo ningún refugio ni ningún asilo fuera de ti. Tú me mostraste el camino de una vida santa, y tú me enseñaste a andar por él. Si abandonaba ese camino me amenazabas con las penas del infierno, y si lo seguía me prometías la gloria del paraíso. Ahora, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, hiere mis carnes con tu temor 3, a fin de que con ese temor saludable evite tus amenazas. Devuélveme la alegría de mi salvación, para que amándote recoja todo el fruto de tus promesas 4. Señor, Dios mío, mi fortaleza, mi sostén, mi refugio y mi libertador, inspírame lo que yo debo pensar de ti, enséñame las palabras con las que yo pueda invocarte, concédeme la gracia de realizar las obras con las que pueda agradarte. Sé, sé muy bien que el medio más seguro para apartar de nosotros tu cólera y tu desprecio es el sacrificio de un corazón contrito y humillado.
Enriquéceme, Dios mío y ayuda mía, con esos tesoros, y protégeme con ellos contra mi enemigo, apagando en mí el fuego de la concupiscencia y sirviéndome de refugio contra las pasiones y los deseos desordenados de mi corazón. Haz, Señor, mi fortaleza y mi salvación, que no pertenezca al número de los que creen un breve tiempo, y pierden la fe en el tiempo de la tentación 5. Cubre mi cabeza en el día del combate 6, y sé mi esperanza en el día de la aflicción, y mi salvación en el tiempo de la tribulación.
Capítulo 3. LA DESOBEDIENCIA IMPIDE QUE EL HOMBRE SEA OÍDO POR DIOS
Señor, mi luz y mi salvación, te he pedido las gracias que necesito; pero tiemblo al pedírtelas, porque me remuerde la conciencia y los secretos reproches de mi corazón se alzan contra mí. El temor que yo siento oscurece los dones de tu amor, y ese mismo temor turba el amor que yo siento por ti. Mi vida pasada me llena de espanto, pero tu misericordia infunde confianza a mi corazón. Tu divina bondad me exhorta y me anima, pero el mal que hay en mí frena los efectos de tu exhortación. Y para decir toda la verdad, los desórdenes pasados asedian mi memoria, como otros tantos fantasmas que reprimen la audacia de las almas presuntuosas.
Cuando uno es digno de odio, ¿con qué cara se atreverá a pedir gracias?, ¿no es temerario desear la gloria cuando uno merece el castigo? Injuria al juez quien le pide la recompensa antes de haber reparado el delito. Cuando uno es digno de suplicio constituye un insulto al rey solicitar su generosidad sin haberla merecido. Exacerba el suave afecto de su padre el hijo insensato que, después de haberlo ultrajado y sin haber mostrado ningún arrepentimiento, pretende disponer de su herencia. ¡Cuántos pecados he cometido yo contra ti, Padre mío! He merecido la muerte, y te pido la vida. Irrito a mi rey, y ahora desvergonzadamente pido su apoyo. Desprecié al juez, cuya ayuda ahora imploro temerariamente. Insolente me negué a oír a mi padre, y tengo ahora la presunción de considerarle como protector. ¡Ay de mí, cuán tarde vengo! ¡Ay de mí, qué tarde me apresuro! ¡Ay de mí, que corro tras las heridas estando todavía sano y pudiendo librarme de las saetas! No me preocupé por verlas de lejos, y ahora me angustia la muerte cercana. Añadiendo crímenes sobre crímenes, añadí también heridas sobre heridas. Con las faltas nuevas hice revivir las antiguas, y de ese modo enconé mis heridas apenas cicatrizadas, y las heridas curadas por la divina medicina, las abrió de nuevo mi frenético prurito. Semejantes a una piel ligera que recubría mis llagas y ocultaba la enfermedad que irrumpiendo destruyó esa piel, los pecados en que recaí destruyeron en mí los efectos de tu misericordia. Porque sé que está escrito: En cualquier día que peque el justo me olvidaré de todas sus justicias 7. Pero si un solo pecado del justo basta para destruir su justicia, ¿cuánto más quedará destruida la penitencia del pecador que recae en la iniquidad? Y yo, Señor, ¿cuántas veces he vuelto, como un perro a mis vómitos, y cuántas veces como el cerdo volví a revolcarme en el fango? 8
¡Me es imposible explicar y recordar a cuántos desgraciados que ignoraban el pecado les enseñé yo a pecar y a cuántos les aconsejé mal contra su voluntad; a cuántos infortunados impulsé al mal a pesar de su resistencia, y a cuántos con mi consentimiento moví a querer el mal! ¡Cuántos lazos o trampas tendí a los que caminaban por la vía del bien! Muchas veces encubrí y disfracé esas trampas para hacer caer en ellas a quien buscaba el buen camino. No tuve miedo a cometer esos crímenes, y ni siquiera temí olvidarlos. Pero tú, juez justo, los has marcado con tu sello, como la plata conservada en un saco. Tú has observado y contado todos mis pasos y todos mis senderos. Hasta ahora has guardado silencio. Has tenido paciencia, pero al fin hablarás, y yo miserable escucharé tu voz semejante a los gritos de la mujer parturienta 9.
Capítulo 4. EL TEMOR DEL JUICIO ÚLTIMO
Oh Señor, Dios de los dioses, que eres superior a toda malicia, sé que vendrás un día manifiestamente, y sé que no siempre guardarás silencio. Vendrá delante de ti un fuego devorador 10, y estallará en torno a ti una gran tempestad, cuando llames a los cielos superiores y a la tierra para juzgar a tu pueblo. Entonces todas las iniquidades serán puestas al descubierto en presencia de miles de pueblos. Delante de la milicia celestial de los ángeles serán desvelados todos los crímenes cometidos por mí con actos, pensamientos y palabras. Entonces, privado de todo apoyo y ayuda, tendré como jueces a todos los que caminaron por la senda del bien, senda por la que yo jamás caminé. Me acusarán y me confundirán todos los que me habían dado el ejemplo de una buena y santa vida. Darán testimonio contra mí, y me convencerán de mis pecados todos los que me habían dado buenos consejos y amonestaciones, y que por su justicia y por la santidad de sus obras eran como modelos que yo debía imitar. Señor Dios mío, no sé qué decir y no encuentro qué responder. Mi conciencia me atormenta como si estuviera yo ya presente en ese terrible juicio. Desde el fondo de mi corazón se elevan mil voces secretas que me atormentan: la avaricia y el orgullo me acusan, la envidia me consume, la concupiscencia me abrasa, la lujuria me hostiga, la gula me envilece, la ebriedad me embrutece, la detracción me hace herir a los demás, la ambición me inclina a suplantar a otros. Asimismo la rapacidad me atormenta, la discordia me destruye, la ira me perturba, la ligereza me rebaja, la pereza me oprime, la hipocresía me impulsa al fingimiento, la adulación me quebranta, la alabanza me enorgullece, la calumnia me apuñala.
¡Oh Señor que me has librado de mis enemigos iracundos, con los que viví desde los días de mi nacimiento, con los que trabajé, y a los que guardé fe! Todos a los que yo amé y alabé, se alzan ahora contra mí para acusarme y condenarme. Estos son los amigos a los que yo estuve unido, los maestros a los que obedecí y a los que me sometí como esclavo, los consejeros a los que escuché, con los que viví en la misma ciudad, los domésticos con los que yo envejecí. Ay de mí, Rey mío y Dios mío, qué largo es el tiempo de mi peregrinar. Ay de mí, luz mía, porque he habitado en las tiendas de Cedar 11. Si el santo profeta creía largo el tiempo de su peregrinar, con cuánta mayor razón puedo exclamar por mi parte: mi alma vivió por largos años en el exilio 12. Oh Dios, fortaleza mía, ningún viviente será justificado en tu presencia. Mi esperanza no está puesta en los hijos de los hombres. Ninguno de éstos será considerado justo por ti, si tu piedad no templa el rigor de tu juicio; y si tu misericordia no prevalece sobre la impiedad, a ninguno glorificarás como piadoso. Pues creo, oh salvación mía, que es tu benignidad la que me llama a la penitencia 13. Tú eres la torre de mi fortaleza, y tus labios divinos dijeron: nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió 14. Tú me has instruido y formado con tanta bondad, y por eso te pido desde lo más profundo de mi corazón, y con todas las fuerzas de mi espíritu, a ti Padre todopoderoso, y a tu Hijo dilectísimo, así como al serenísimo Paráclito, atráeme a ti, de modo que todo mi gozo consista en seguirte y en aspirar el olor de tus perfumes.
Capítulo 5. EFICACIA DE LA INVOCACIÓN DEL PADRE POR MEDIO DEL HIJO
Yo te invoco, Dios mío. Te invoco a ti, porque estás cerca de todos los que te invocan, y te invocan con verdad, porque eres la misma Verdad. Enséñame, te lo ruego, oh santa Verdad, a invocar tu clemencia, y a invocarte a ti en ti mismo, y porque no sé cómo debe hacerse esto, por eso te pido humildemente que me lo enseñes, oh Verdad bienaventurada. Sin ti, en efecto, la sabiduría no es más que locura y conocerte constituye la más perfecta ciencia. Instrúyeme, oh Sabiduría divina, y enséñame tu ley. Pues creo con certeza que será feliz el instruido por ti, y aquel a quien hayas enseñado tu ley. Mi deseo es invocarte, mas quiero hacerlo en la verdad misma. Pero, ¿qué es invocar a la verdad en la misma verdad, sino invocar al Padre en el Hijo? Tu palabra, oh Padre santo, es la verdad misma, y la verdad es el principio de tu palabra. Porque el principio de tu palabra está en el Verbo, que ya existía en el principio y antes del comienzo de todas las cosas, y en ese principio te adoro a ti, sumo Principio. En ese Verbo de verdad, te invoco a ti, oh Verdad, Verdad perfecta, y te pido que en la misma verdad me dirijas y me instruyas. ¿Qué hay más dulce que invocar al Padre en el nombre de su Hijo único? ¿Qué hay más capaz de conmoverle que rogarle por la memoria de su divino Hijo? Para calmar la ira del rey nada mejor que invocar su clemencia en nombre del hijo querido. De ese modo los criminales son liberados de la prisión, y los esclavos de los grilletes. De ese modo los condenados a muerte no sólo se libran de la pena capital, sino que incluso son objeto de especiales favores, al ser dominada la cólera de los príncipes por la ternura que ellos sienten por el hijo querido. Así también los amos perdonan a sus esclavos culpables gracias a la intercesión de sus hijos, objetos de su ternura. También yo, oh Padre omnipotente, te ruego por el amor de tu Hijo, omnipotente como tú mismo, que saques mi alma de la prisión donde gime, para que pueda alabar tu santo nombre 15. Líbrame de las cadenas del pecado, pues te lo pido por tu Hijo que es igual a ti desde toda la eternidad. Que la intercesión de tu divino Hijo, sentado a tu derecha, atraiga tu clemencia sobre mí, que merezco la muerte, y me conceda la vida. ¿Pues, qué intercesor más poderoso podría yo invocar para moverte a compasión 16 que aquel, que con su divina sangre nos redimió del pecado, el Redentor divino que está sentado a, tu derecha y que te suplica sin cesar por nosotros? 17 Ese es mi abogado ante Dios y ante el Padre. Ese es el soberano Pontífice, que no tiene necesidad de sangre ajena para expiar sus faltas, sino que brilla con la gloria de su propia sangre derramada por nuestros pecados, Esta es la víctima sagrada que es siempre agradable y perfecta, ofrecida y aceptada en olor de suavidad. Este es el Cordero sin mancha, que enmudeció delante, de sus trasquiladores, y que herido a bofetadas, escupido, lleno de afrentas nunca abrió su boca 18. Este es quien, libre de todo pecado, se dignó cargar con los míos, y con sus sufrimientos sanó mis enfermedades 19.
Fuente: Agustinus.it
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