viernes, 25 de marzo de 2016

Crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo


"El camino hacia el Calvario

Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, Romanos que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".

La crucifixión de Jesús

Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos". 

Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 

Injurias a Jesús crucificado

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!"

De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!" 

También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.

La muerte de Jesús

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;  y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías". Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".

Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. 

El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!"

Las mujeres que siguieron a Jesús

Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.  (Marcos 15:21-41)


El pueblo de Jerusalém, dirigido por sus sacerdotes, ancianos y gobernantes acababa de pedir a Pilato que condenase a muerte a un hombre inocente, nada más y nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios, y que soltase en su lugar a Barrabás, un activista político asesino. Y consiguieron lo que pidieron. Tristemente fue así y ahora vamos a ver cómo esta sentencia fue ejecutada.


Marcos, al igual que los otros evangelistas, nos presenta un relato sobrio de la crucifixión, sin entrar a describir la extrema crueldad de este método de ejecución. Aunque, por supuesto, la Escritura también se refiere al sufrimiento del Mesías, dejándonos un cuadro estremecedor, pero sin detenerse en cada tormento de una forma morbosa.

También tendremos que notar que todas las narraciones de la crucifixión de Jesús están llenas de alusiones y citas del Antiguo Testamento, con la intención de mostrarnos que todo cuanto estaba ocurriendo era llevado a cabo por "el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hch 2:23). De todos los textos citados, dos de ellos son de fundamental importancia porque sirven para arrojar luz sobre el acontecimiento de la Pasión. Estos son el Salmo 22 e Isaías 53. Recomendamos su lectura pausada y reflexiva.

"Y obligaron a uno que pasaba a que le llevase la cruz"

La última vez que vimos a Jesús estaba en el pretorio, es decir, en la residencia del gobernador romano en Jerusalén, y ahora iba a ser llevado hasta el Gólgota, un monte cercano a la ciudad, donde había de ser ejecutado.

En su recorrido tendría que pasar por algunas de las calles principales de la ciudad llevando la cruz en la que sería ejecutado. Esta era una costumbre que tenía el propósito de disuadir a los judíos de cualquier intención de rebelarse contra Roma.

Marcos nos dice que un hombre llamado Simón de Cirene fue entonces obligado a cargar con la cruz. Esto nos hace pensar en la debilidad física de Jesús en esos momentos. No sería de extrañar si tenemos en cuanta que desde la noche anterior, cuando había estado celebrando la cena pascual con sus discípulos, todo había ocurrido muy rápidamente y con mucha intensidad, sin que el Señor tuviera tiempo de descansar o de comer. Recordemos brevemente la secuencia de los acontecimientos: durante y después de la cena, Jesús estuvo enseñando ampliamente a sus discípulos, luego fue al huerto de Getsemaní donde oró con gran angustia y tristeza. Al cabo de un rato llegó Judas con mucha gente armada para detenerle y de allí le llevaron a casa del sumo sacerdote, donde fue interrogado a lo largo de la noche, hasta que se decidió su culpabilidad y entonces los alguaciles de los principales sacerdotes pasaron el resto de la noche burlándose de Jesús mientras lo custodiaban. Al amanecer fue llevado a Pilato para ser juzgado por él. Pero a lo largo de la mañana fue conducido también hasta Herodes, que además de interrogarlo también lo menospreció y escarneció con sus soldados. Luego fue remitido otra vez a Pilato, que en un intento de despertar la compasión de la gente hacia Jesús, lo hizo azotar brutalmente. Y cuando finalmente decidió condenarlo, lo entregó a sus soldados, que todavía tuvieron un rato para burlarse de él. Si tenemos en cuenta todo esto, no es de extrañar que en esos momentos Jesús estuviera realmente agotado y muy debilitado, al punto de no poder cargar con el peso de la cruz.

En cuanto a "Simón de Cirene" es muy poco lo que sabemos de él. Provenía de Cirene, una ciudad en el norte de África, pero desconocemos cuánto tiempo llevaba viviendo en Jerusalém. Sin embargo, resulta curioso la referencia a sus hijos, algo que no vemos habitualmente en la Biblia, donde lo normal es relacionar a la persona con su padre. Muchos han pensado que esto indica que los hijos, Alejandro y Rufo, eran creyentes conocidos por la primera comunidad cristiana de Roma, a donde Marcos dirigió inicialmente su evangelio, y asocian a Rufo con uno de los creyentes que Pablo conocía en esa ciudad (Ro 16:13). Sin embargo, no podemos dar a esto más crédito que el de una conjetura interesante.

Este Simón fue obligado a cargar la cruz, bueno, en realidad el madero transversal, pues la parte vertical solía estar ya en el lugar de la ejecución. Simón no podía negarse a hacerlo, porque los romanos tenían la facultad de requisar a cualquier hombre para que prestara un servicio como el de llevar una carga (Mt 5:41).

No sabemos cuáles serían los pensamientos de Simón en esos momentos. Por un lado, seguro que no le agradó que los romanos le obligaran a hacer esto, máxime porque un judío nunca se ofrecería a tocar una cruz, instrumento de maldición. Pero también por la vergüenza que pudiera sentir porque le pudieran confundir con el condenado.

En cualquier caso, este acontecimiento ha llegado a ser una buena ilustración para nosotros de lo que significa llevar la cruz.

"Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota"

"Gólgota" es una palabra aramea que significa "calavera". Tal vez derivaba el nombre de su forma. El sitio tradicional, aún apoyado por muchos, es donde hoy está la iglesia del Santo Sepulcro. Otros insisten en que es la colina llamada del Calvario de Gordon. 

Quizá lo más importante sea darnos cuenta de que el lugar estaba fuera de la ciudad. Al menos, esto fue en lo que se fijó el autor a los Hebreos cuando dijo:

(He 13:11-12) "Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta."

Este pasaje de Hebreos nos recuerda que la muerte de Cristo fue un sacrificio por el pecado de todo el pueblo. Para ello, el autor inspirado hace referencia al libro de Levítico, donde se nos explica que la ofrenda por el pecado era diferente a las otras porque el sacerdote la tenía que quemar fuera del campamento (Lv 4:13-21). Y vemos que Jesús fue el cumplimiento de esta ofrenda, puesto que él también sufrió fuera de la ciudad.

"Le dieron vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó"

Cuando llegaron al lugar en el que Jesús iba a ser crucificado, le ofrecieron vino mezclado con mirra, que servía como un estupefaciente para menguar en algo los dolores físicos, pero él no quiso beberlo, ya que tenía la firme intención de apurar aquella "copa" hasta las heces, agotando todo el sufrir y toda la muerte que correspondía a una humanidad perdida.

Y como veremos más adelante, el Señor permaneció consciente hasta el último momento cuando entregó su espíritu.

"Cuando le hubieron crucificado"

Eran tiempos difíciles, de muchas turbulencias y agitación en Palestina, por lo que eran muchos los condenados a ser crucificados. Seguramente estos soldados romanos ya tenían mucha experiencia en hacer su "trabajo", así que imaginamos que lo llevaron a cabo de forma rutinaria. Los evangelios no describen en detalle cómo era el proceso de la crucifixión, pero hay otros documentos de la época que nos permiten conocerlo.

En primer lugar, se humillaba al prisionero en público desnudándolo. Luego se colocaba la cruz en el suelo y se acostaba al reo de espaldas sobre ella; las manos eran atadas o clavadas a la vara horizontal de madera y los pies a la vara vertical. Sabemos que en el caso de Jesús tanto sus manos como sus pies fueron clavados (Jn 20:25) (Lc 24:39-40). La cruz se llevaba luego a una posición vertical, y se la dejaba caer en una cavidad previamente preparada en el terreno. Generalmente se agregaba un taco o un asiento rudimentario para sostener en parte el peso de la víctima, y evitar que los clavos desgarraran las manos cuando se levantara la cruz. Una vez levantada, la cruz no era muy alta, quedando los pies de la víctima separados del suelo por no más de medio metro, con lo que era posible la comunicación descrita en los evangelios entre Jesús y las demás personas que le rodeaban. Una vez crucificado, quedaba allí suspendido, expuesto en total impotencia al intenso sufrimiento físico, al escarnio público, al calor del día y al frío de la noche. La tortura podía prolongarse durante varios días hasta que el reo moría lentamente de hambre y de sed, llegando en muchas ocasiones al punto de dar señales de locura en medio del intenso sufrimiento o incluso perder el conocimiento.
No hemos de olvidar que este castigo fue inventado para hacer la muerte tan penosa y prolongada como el poder de la resistencia humana fuera capaz de soportar. Probablemente sea el método más cruel de ejecución jamás practicado, porque demora deliberadamente la muerte hasta haber infligido la máxima tortura posible.

"Repartieron entre sí sus vestidos"

Cuando los soldados terminaron de crucificar a Jesús, se sentaron y echaron suertes sobre los vestidos de Jesús. A nosotros nos resulta extraño que estos hombres pudieran tener a su lado a Jesús muriendo y al mismo tiempo estuvieran repartiéndose sus vestidos. Pero desgraciadamente, este ejemplo de indiferencia frente a la muerte de Jesús en la cruz, es muy común en nuestros días. ¡Cuántos no tienen interés en el hecho de que él muriera en la cruz por cada uno de nosotros y lo miran con absoluta indiferencia! ¡Son como estos embrutecidos soldados romanos, que lo único que les interesa son las cosas materiales! Pero en cualquier caso, ¡qué poco se llevaron de Cristo, sólo unas pocas prendas de ropa usada, cuando podrían haber obtenido la salvación eterna para sus almas!

Esta parece que era la costumbre romana, según la cual las ropas del ejecutado correspondían al pelotón de ejecución. Así desposeyeron a Jesús de lo único que le quedaba en el terreno material de este mundo. Pero al hacerlo, cumplieron con total exactitud otra profecía de la Escritura:

(Sal 22:18) "Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes."

"El título escrito de su causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS"

Marcos observa la costumbre que tenían los romanos de colocar la causa de la ejecución en la parte superior de la cruz. Pilato mandó que fuera escrita en tres idiomas: hebreo, griego y latín (Jn 19:20), de tal manera que todas las personas que pasaban por allí pudieran leerlo.

¿Por qué lo hizo? Bueno, en principio porque era la causa por la que los judíos habían entregado a Jesús ante Pilato y por la que éste le había mandado crucificar. Sin embargo, podemos pensar también que el gobernador romano estaba molesto porque los dirigentes judíos acababan de ganar una victoria sobre él al forzarle a crucificar a Jesús, sabiendo perfectamente que era inocente. Así que, muy probablemente, hizo escribir este título a modo de venganza personal, expresando así el cinismo de los judíos que acababan de crucificar a su propio rey. De este modo les estaba diciendo a los judíos que habían renunciado a sus esperanzas mesiánicas, lo que sin duda era cierto, y constituía un terrible suicidio nacional.

Por supuesto, los principales sacerdotes entendieron las intenciones de Pilato y rápidamente le reclamaron que quitara ese título, algo que el gobernador romano se negó a hacer (Jn 19:21-22).

En cualquier caso, no deja de ser paradójico que fuera una cruz el trono a donde Jesús fue levantado y desde donde ahora atrae a la humanidad (Jn 12:32). Pero siendo el nuestro un mundo pecador y rebelde contra Dios, no había otra forma de establecer su gobierno en esta tierra. No olvidemos que la cruz es el lugar donde los pecadores, enemigos de Dios, somos reconciliados con él. Y es también allí donde queda fuera de toda duda el amor que Dios tiene por la humanidad y que logra conquistar nuestros endurecidos corazones. La cruz es el punto de encuentro entre el hombre pecador y el Dios santo, y en cierto sentido, es el lugar desde donde Cristo reina en la actualidad en este mundo.

"Crucificaron también con él a dos ladrones"

En aquel día había también otros dos presos que fueron crucificados junto a Jesús. Marcos los describe como "ladrones", palabra que Juan utiliza para referirse a Barrabás en (Jn 18:40), así que tal vez debamos pensar que también eran combatientes de la resistencia contra el poder romano. En ese caso, Jesús fue colocado en medio de ellos porque fue considerado un delincuente de la misma clase.

Pero esta asociación no era nueva. Jesús había caracterizado todo su ministerio por su contacto permanente con los pecadores, al punto que los judíos le menospreciaban diciendo que era "amigo de publicanos y de pecadores". Aunque él justificó este contacto explicando que "los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos", por lo que nunca dejó de estar cerca de los pecadores hasta el fin. No era algo de lo que él se avergonzara, y de esta manera muchos llegaron a ver sus vidas totalmente restauradas. Incluso en la cruz, su cercanía a los pecadores dio fruto, puesto que según nos informa Lucas, finalmente uno de los dos ladrones que estaban crucificados con él, se arrepintió y le reconoció como Rey (Lc 23:40-43).

Y una vez más se cumplió otra parte de la Escritura:

(Is 53:12) "Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores."

"Y los que pasaban le injuriaban"

A pesar de todas las injusticias que Jesús había sufrido hasta ese momento, los judíos todavía no parecían estar satisfechos, así que fueron hasta el lugar donde había sido crucificado y no pararon de injuriarle. Marcos distingue tres grupos diferentes: "los que pasaban" (Mr 15:29), "los principales sacerdotes" (Mr 15:31), y "los que estaban crucificados con él" (Mr 15:32).

De esta manera se cumplió la profecía:

(Sal 22:7-8) "Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía."

Sin lugar a dudas, los dirigentes judíos miraban aquel espectáculo con profunda satisfacción. Habían logrado lo que pretendían. Jesús había sido crucificado, y de esta manera lograron que fuera totalmente desacreditado como Mesías, porque como decía la Ley: "Maldito todo el que es colgado en un madero" (Dt 21:23) (Ga 3:13).

Y aunque nos parece incompresible cómo alguien puede llegar a alegrarse de este modo en el sufrimiento y el dolor de otra persona, sin embargo, ellos no sólo lo hacían, sino que además le injuriaban diciéndole que todo eso le estaba ocurriendo porque Dios no le amaba. Esto tuvo que ser especialmente doloroso para Jesús.

Veamos cuáles eran estas injurias:

1. "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas"

Los que injuriaban a Jesús lo hacían tergiversando las palabras que él había dicho: "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas...". Se mofaban así del Señor, expresando su desprecio por él y haciéndole sentir una vez más su debilidad y abandono. Pero eran incapaces de comprender que justo en ese momento ellos mismos estaban cumpliendo lo que Jesús realmente había predicho: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2:19). Ellos estaban destruyendo el templo de su cuerpo al que Jesús había hecho referencia, y la resurrección sería el momento en el que Dios lo levantaría, librándole de la muerte y mostrando al mundo que era su Hijo, aunque esto ocurriría tres días después, no antes.

2. "Sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz"

Vemos que los judíos también le desafiaban para que descendiera de la cruz y se salvase a sí mismo. Esta era la misma tentación que el diablo ya había intentado antes: "Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares" (Mt 4:8-9). En aquella ocasión, igual que en esta, la sutil invitación era a evitar la cruz.

Ninguno de los presentes lograron entender que lo que le sujetaba a aquella cruz no era su impotencia, sino su obediencia y amor al Padre y a la humanidad. Si hubiera bajado de aquella cruz, no habría salvado a los pecadores. Pero una vez más él venció la tentación y demostró su poder no bajando de la cruz. No lo olvidemos, el diablo no ha cambiado y sigue proponiendo a los hombres la salvación sin la cruz.

3. "A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar"
Es curioso que aun en estos momentos sus enemigos reconocían que había salvado a otros, sin embargo, todos aquellos milagros habían dejado indiferente su duro corazón.

Ahora su planteamiento consistía en demostrar que si él no era capaz de salvarse a sí mismo, estaba descalificado para liberar a otros. ¿Cómo podía ser el Mesías enviado de Dios, el escogido, si no era capaz de impedir que sus enemigos le crucificasen? Claro está que ellos pensaban en términos políticos, pero esa nunca había sido la pretensión de Jesús.

Desde ese punto de vista, podría parecer que los gobernantes judíos tenían razón. Pero su problema era que no habían entendido que él era "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29). ¿Cómo podía un cordero salvar a otros sin morir? Así que, sin entenderlo y con la intención de insultarle, dijeron una gran verdad: no podía salvarse a sí mismo y a otros al mismo tiempo. Eligió sacrificarse a sí mismo con el fin de salvar al mundo.

4. "El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos"

Una vez más estaban fingiendo que estarían dispuestos a creer si vieran alguna señal (Mr 8:11), pero solamente era una tentación con el fin de hacerle bajar de la cruz. Paradójicamente, es precisamente porque Jesús no bajó de la cruz por lo que hoy creemos en él.

"También los que estaban crucificados con él le injuriaban"

Hasta sus compañeros de suplicio se unieron a la burla y el desprecio contra él. Podemos decir que Jesús se encontraba absolutamente solo en su dolor.

Lucas nos explica que uno de los ladrones "le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lc 23:39). A pesar de estar a las puertas de la muerte no tenía ningún temor de Dios. Tampoco sufría ningún remordimiento en su conciencia por los pecados cometidos. Sin confesión de su culpabilidad delante de Dios, sin ninguna expresión de arrepentimiento, sin ninguna petición de perdón divino, nada podía hacer el Señor por él. Y además, ¿qué sentido tendría en esas condiciones librarle de la cruz? Salvarle de un castigo temporal, que era consecuencia de sus crímenes, no serviría de nada si finalmente iba a sufrir un castigo eterno mucho más terrible.

Lucas nos dice que el otro ladrón que estaba siendo crucificado manifestó finalmente una actitud totalmente diferente, llegando incluso a reprender a su compañero. A éste Jesús le dio palabras muy consoladoras: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:40-43).

"A la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra"

Jesús había pasado ya tres horas en la cruz, y aun pasaría otras tres más antes de que expirara. Marcos nos dice que justo a la mitad, a la hora sexta (sobre las doce del mediodía), ocurrió algo asombroso: "hubo tinieblas sobre toda la tierra". Debemos entender esto como un fenómeno sobrenatural, puesto que a esa hora es cuando el sol brilla en toda su intensidad.

Se trataba de una intervención directa de Dios con el propósito de atraer la atención de la vasta muchedumbre que estaba reunida allí y que pedían una señal del cielo. Sin embargo, la señal que recibieron era muy diferente de la que ellos esperaban. Aunque, por supuesto, no les hizo cambiar su incredulidad.

Estas tinieblas expresaban la oscuridad espiritual que envolvía a Jesús en la cruz. En el simbolismo bíblico las tinieblas significan la separación de Dios (1 Jn 1:5). Las "tinieblas de afuera" eran una de las expresiones que Jesús usaba para referirse al infierno (Mt 8:12), por cuanto se trata de una exclusión total y absoluta de la luz de la presencia de Dios.

Hasta ese momento, Jesús había sido abandonado por todos los hombres, pero todavía podía decir: "Mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16:32). Pero al entrar dentro de esas densas tinieblas que cubrieron el Gólgota, el Hijo estuvo completamente solo, abandonado incluso por Dios mismo. Jesús mismo lo expresó así: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34).

Y nosotros también nos preguntamos por qué Jesús fue desamparado de ese modo, por qué las tinieblas le separaron de su Padre. Todo indicaba la solemnidad de este momento, cuando Dios mismo estaba juzgando el pecado de la humanidad y cargando su culpabilidad sobre su propio Hijo. Pablo lo expresó de esta manera:

(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él."

Si el resultado del pecado es la separación de Dios, al cargar con la culpabilidad de nuestros pecados en la cruz, Dios tuvo que apartarse de su Hijo y exponerlo a su ira y juicios divinos.

(Is 59:2) "Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír."

Las tinieblas nos enseñan la profunda gravedad del pecado a los ojos de Dios. Es como si hasta el mismo universo entendiera esto y se vistiera de luto, sumido en oscuridad, para no presenciar aquella escena tan dramática.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

De entre las tinieblas brotó este grito de desamparo de Jesús, que a su vez se hacía eco de una cita del Salmo 22 en la que se describían gráficamente los sufrimientos internos del Mesías en su agonía.

(Sal 22:1-2) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo."

Aquí se describe la ruptura entre el Padre y el Hijo, lo que constituye un misterio imposible de explicar. Cristo era Dios, y como tal no podía haber ruptura dentro de la Trinidad. Pero también era hombre, y en esa condición sí podría sufrir la separación con Dios. Sin embargo, él era un hombre perfecto, y por lo tanto, tampoco había ninguna razón para que esta ruptura se produjera.

Pero como ya hemos comentado anteriormente, la razón de esta separación la encontramos en el hecho de que él estaba en ese momento ocupando el lugar del pecador (2 Co 5:21). No quiere decir que se hizo pecador por nosotros, sino que se presentó como ofrenda por nuestro pecado. Difícilmente podemos imaginarnos lo que tuvo que significar para el Santo Hijo de Dios ser colocado bajo el peso de la culpa correspondiente al pecado del mundo.

Sin lugar a dudas, esta ruptura en la comunión entre el Padre y el Hijo fue el mayor dolor de la cruz. Por supuesto también sufrió por los terribles padecimientos físicos, y por el dolor que le produjo el hecho de ser abandonado por los suyos, pero nada de eso era comparable con la separación de su Padre. Para un alma tan sensible como la del Señor Jesucristo, este aislamiento debió significar una agonía extrema. Quizás nosotros no lo entendamos, puesto que desgraciadamente en muchos casos la ruptura de la comunión con Dios no la apreciamos como un problema muy grave. Pero para Cristo esta relación era vital.

Incluso podemos ver su dolor en la forma en la que se expresaba en su oración; por primera vez no usó la forma habitual con la que siempre oraba, tratando a Dios como su "Padre", sino que le escuchamos dirigirse a él con estas palabras: "Dios mío, Dios mío". Todo esto manifestaba que en esos momentos la relación fraternal que el Hijo había disfrutado con el Padre fue cambiada por una relación judicial, donde el Padre actuaba como el Juez divino, y el Hijo era quien se hacía cargo de pagar la culpabilidad del pecado de la humanidad.

Nos debe conmover el hecho de que Dios estuviera dispuesto a sufrir de tal manera para llegar a salvarnos. En el desamparo de su Hijo debemos ver el amor de Dios hacia el mundo pecador.

(Jn 3:16) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

Como explicaba el mismo Salmo 22, para que todos los fieles de todos los tiempos disfrutaran del auxilio divino en sus aflicciones, el mismo Hijo de Dios tuvo que ser desamparado:

(Sal 22:4-8) "En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía."

Podemos decir que en la cruz Jesús hizo suyo y se identificó con el grito angustiado del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Asumió así el clamor, el tormento, y todo el desamparo de la humanidad perdida y en tinieblas, para que ésta pudiera disfrutar de la luz de la presencia de Dios.

"Y algunos decían, al oírlo: Mirad, llama a Elías"

Los presentes no entendieron el sentido del grito de Jesús, y lo confundieron con una llamada al profeta Elías, puesto que en hebreo "Dios mío" suena de una forma parecida al nombre del profeta.

En cualquier caso, lo que queda claro es que aquellos que estaban presenciando la agonía de Jesús, no entendieron la gravedad e importancia de lo que estaba ocurriendo, y estaban dispuestos a hacer burla de cualquier detalle, algo que tristemente sigue ocurriendo en nuestros días.

¿Cómo pudieron pensar que Jesús estaba pidiendo ayuda al profeta Elías? Ellos sabían que Elías vendría antes que el Mesías, así que tal vez se estaban burlando de Jesús como si en sus aspiraciones mesiánicas estuviera reclamando la presencia de su precursor para que descendiera del cielo en el mismo carro de fuego en el que había partido y que le rescatara para demostrar que verdaderamente Jesús era el Mesías esperado. Lo cierto es que no sabemos qué era exactamente lo que querían decir, lo único seguro es que estaban ridiculizando y menospreciando una vez más a Jesús.

"Empapando una esponja en vinagre, le dio a beber"

Al comienzo de la crucifixión, los soldados habían ofrecido a Jesús vino mezclado con mirra, que era una bebida que servía para atenuar los insoportables dolores, pero él la rechazó puesto que había elegido asumir conscientemente todo el sufrimiento (Mr 15:23). Pero después de seis horas colgado en la cruz y bajo el sol abrasador del mediodía, Jesús gritó: "Tengo sed" (Jn 19:28). Fue entonces cuando le ofrecieron un vino agriado, muy común entre los pobres, que también se podía considerar vinagre y que se tenía como una bebida para calmar la sed.

Aquí nos encontramos de nuevo con esa compenetración exacta entre la profecía bíblica y los acontecimientos históricos. En esta ocasión es una escritura del Salmo 69 la que se cumple:

(Sal 69:20-21) 
"El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre."

"Mas Jesús, dando una gran voz, expiró"

Marcos no explica lo que Jesús dijo cuando dio esta "gran voz", pero podemos verlo en los otros evangelistas:

(Lc 23:46) "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró."

(Jn 19:30) "Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu."

Ya hemos explicado que la muerte sobrevenía a los crucificados por el agotamiento producido por la agonía prolongada, que en ocasiones podía llegar a durar días enteros. En esas condiciones no era normal que los ajusticiados pudieran dar una gran voz en el instante de morir. Así que esto fue algo que también impresionó al centurión romano que vigilaba la ejecución de Jesús (Mr 15:39).

De esto podemos sacar varias conclusiones. En primer lugar, no debemos entender esta "gran voz" como un lamento desgarrador de alguien que ha sido vencido, sino como la voz de triunfo de quien había consumado plenamente la Obra de la Redención. Y en segundo lugar, nos recuerda lo que Jesús había dicho anteriormente: "Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo" (Jn 10:18). En su caso no fue la muerte la que se acercó a él, sino que fue él mismo quien salió al encuentro de la muerte.

"Entonces el velo del templo se rasgó en dos"

Mientras aquel grito todavía resonaba en el corazón de todos los presentes, en ese preciso momento en el que parecía que los principales sacerdotes habían triunfado desgarrando la vida de Jesús y destrozando las esperanzas de sus seguidores, en el templo sucedió algo asombroso: el enorme velo que separaba a Dios en el interior del Lugar Santísimo, se rasgó de arriba abajo. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Qué significaba?

En primer lugar debemos notar que el velo se rasgó "de arriba abajo", lo que indica que fue una acción divina. Esta fue la primera respuesta del Padre a la oración de su Hijo y la primera consecuencia de su muerte.

Podemos imaginarnos el terror que se apoderaría de los sacerdotes que en aquel momento estuvieran oficiando en el templo. ¡Ver abierto el Lugar Santísimo al que sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año! Suponemos que los servicios quedarían parados inmediatamente hasta que el velo fuera restaurado nuevamente.

Es muy probable que pocas personas supieran esto en un primer momento, pero una noticia así rápidamente llegaría a circular ampliamente, ¿qué pensarían entonces de este hecho? ¿cómo lo interpretarían? ¿lo asociarían con la muerte de Jesús en la cruz y con los otros acontecimientos asombrosos que tuvieron lugar en aquel mismo día, como las tinieblas que cubrieron la tierra durante tres horas hasta la muerte de Jesús?

No sabemos cómo interpretaron ellos todos estos hechos, pero los primeros cristianos entendieron rápidamente su significado. Lo más evidente, como explica detalladamente el autor de Hebreos, es que el camino hasta el Lugar Santísimo, que hasta ese momento permanecía cerrado, había quedado abierto para todos por la muerte del Señor Jesucristo, y nunca más volvería a estar cerrado (He 10:19-22). Todos los hombres que lo deseen pueden ahora acercarse a Dios con confianza gracias a Cristo. Todas las barreras entre el hombre y Dios han desaparecido.

¡Todo esto es asombroso! Después de que la humanidad mató al Hijo de Dios, lo lógico habría sido que Dios hubiera tomado algún tipo de represalia contra ella. Con toda justicia podría habernos abandonado a nuestra suerte, nos podría haber dejado para que cosecháramos el fruto de nuestro mal obrar y que pereciéramos en nuestros pecados. Esto es lo que merecíamos. Pero en lugar de eso Dios rasgó el velo del templo, mostrándonos así que no estaba planeando la venganza, sino que en su infinito amor estaba abriendo su corazón para perdonar y recibir a todos los que lo deseen. Aquellos que en su odio crucificaron a Jesús, ahora se les da la bienvenida para que regresen a él, dándoles la posibilidad de arrepentirse. Sólo un corazón duro como una piedra, puede permanecer inconmovible ante un amor como este. De hecho, es más que amor. El nombre que la Biblia le da es "gracia", amor manifestado hacia el que no lo merece.

En otro sentido también podemos pensar que por medio de este velo rasgado, Dios estaba manifestando su abandono de aquel templo. ¿Cómo podría seguir dentro de aquel centro religioso que odiaba a su Hijo? Aquel lugar había dejado de contar con la presencia de Dios. Allí ya no quedaba nada de vida. Y puesto que había perdido definitivamente su razón de existir, no tardaría en ser destruido tal como Jesús había anunciado (Mr 13:1-2).

Y no sólo el templo desaparecería, también el sacerdocio levítico que estaba asociado a él perdería su razón de ser. Por un lado, el sumo sacerdote descendiente de Aarón sería sustituido a partir de ese momento por Cristo, nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, que intercede por nosotros en el cielo. La epístola a los Hebreos se encarga de explicar ampliamente la superioridad de Cristo en este sentido (He 6:19-8:13). Pero no sólo el sumo sacerdote sería sustituido, también todos los sacerdotes del orden levítico desaparecerían para dar lugar al sacerdocio universal de todo creyente:

(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable."

(Ap 1:6) "Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén."

Debemos señalar que este cambio se produjo paulatinamente. Al comienzo del libro de los Hechos vemos que los apóstoles y los primeros cristianos todavía se reunían en el templo, pero poco a poco se fueron distanciando de él debido a la persecución de los líderes religiosos de Israel contra los cristianos. Sin lugar a dudas, esta lenta transición fue algo muy sabio de parte de Dios, aunque finalmente el hecho de que el velo del templo se hubiera rasgado simbolizaba con claridad la abolición del antiguo pacto, y tarde o temprano tendría que desaparecer por completo, algo que ocurrió de forma definitiva en el año 70 d.C. cuando los romanos destruyeron el templo y la ciudad.

Pero además del templo y el sacerdocio, también los mismos sacrificios del orden levítico se habían acabado. Todos ellos eran símbolos y tipos que apuntaban al sacrificio que Cristo acababa de realizar, por lo tanto, ya no era necesario seguir ofreciéndolos.

Por último, es interesante que consideremos también la interpretación que el autor de Hebreos hace de este incidente. Veamos la cita:

(He 10:19-20) "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne..."

Nos está diciendo que debemos interpretar el velo del templo como una figura o símbolo del cuerpo humano de nuestro Señor Jesucristo. El velo en el templo escondía la presencia de Dios, aunque al mismo tiempo, por medio de vivos colores y querubines simbólicos, daba una idea del Dios que moraba al otro lado dentro del Lugar Santísimo. Y de la misma manera, podemos decir que en el Señor Jesucristo habitaba toda la plenitud de la deidad (Col 2:9), aunque de alguna manera quedaba velada por medio de su humanidad, aunque al mismo tiempo, su perfecta humanidad mostraba la belleza del Dios eterno. Ahora bien, ¿de qué manera la naturaleza humana de Jesús nos separa de Dios? El hecho es que su perfección pone en evidencia nuestras imperfecciones y pecados, que son precisamente el problema por el que estamos separados de Dios. Pero cuando en el Gólgota él se entregó por nuestros pecados, su sacrificio fue aceptado por Dios, debido a su santidad perfecta y al valor de su vida. A partir de ese momento, quedó abierto un "camino nuevo y vivo" a través de Cristo.

"El centurión dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

Marcos dirige ahora nuestra atención hacia otro de los personajes presentes en la crucifixión de Jesús: el centurión encargado de la cuadrilla de ejecución.

Suponemos que en un principio él no tuvo ningún interés en Jesús, sino que lo único que hacía era cumplir con su deber de manera rutinaria. Desconocemos cuánto sabía del conflicto que los principales sacerdotes tenían con Jesús, o de las cuestiones religiosas que les había llevado a acusarle ante Pilato. Y quizás él mismo había participado en las burlas que los soldados romanos habían hecho al Señor antes de llevarle para ser crucificado (Mr 15:16-20).

Pero lo cierto era que en aquella ejecución habían ocurrido cosas que no eran habituales, lo que tuvo que avivar el interés del centurión por saber algo más acerca de Jesús. Las densas tinieblas a la hora del mediodía, o la afluencia inusual de gente durante esa crucifixión, junto con los insultos que hacían y el dominio propio con el que Jesús los recibía, o las conversaciones de los otros ladrones con Jesús, y aun la forma en que murió exclamando a gran voz, imaginamos que todo esto no pudo dejar indiferente ni aun a este endurecido soldado.

Seguramente habría asistido a la crucifixión de peligrosos criminales, de ordinarios homicidas, revolucionarios políticos y un sinfín de gente diversa, pero en Jesús había visto una perfección moral que nunca antes había conocido en esas circunstancias cuando los seres humanos son puestos en la peor de las condiciones: cara a cara con la muerte.

Finalmente el centurión confesó que "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Surge la duda acerca de lo que realmente quiso decir. Lo más razonable es suponer que había visto en Jesús algo sobrenatural y divino. Que a pesar de la humillante muerte que había tenido, ese crucificado era mucho más de lo que la gente en general pensaba. Que se había cometido un funesto error al crucificar a alguien que era justo (Lc 23:47). Que Jesús no era lo que sus enfurecidos enemigos habían estado diciendo contra él durante toda la crucifixión. Aunque también pudiera ser cierto que en ese momento no llegara a entender el concepto de la plena divinidad de Cristo como nosotros, puesto probablemente él tendría una formación pagana.




"Había algunas mujeres mirando de lejos"

Jesús murió en la ausencia de sus discípulos y en el silencio del Padre. Sólo estaban allí, su María, su madre, María Madgalena  y Juan, el discípulo amado. Y desde lejos, unas mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, ayudándole con sus bienes y su trabajo. En estos momentos nada podían hacer por el Señor, pero seguían demostrando su amor y devoción con su simple presencia.

En cualquier caso, no podemos imaginarnos una escena más desgarradora. Parecía que una vez más habían ganado los de siempre, los poderosos, y que seguirían manteniendo sus privilegios como si nada hubiera pasado. Una vez más todas las esperanzas de un auténtico cambio en este mundo se habían desvanecido. Podemos ver esta desolación en los comentarios que más tarde hicieron los dos que iban camino de Emaús: "nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora..." (Lc 24:21).

Pero Marcos no nos introduce a estas mujeres aquí por casualidad. Ellas van a estar presentes a lo largo del próximo capítulo y serán el eslabón entre la muerte de Cristo y su resurrección. Ellas que habían seguido a Jesús a lo largo de su vida, lo harían también después de su muerte, llegando a ser los primeros testigos de su resurrección. Sin duda, un hermoso reconocimiento a la sensibilidad espiritual de las mujeres.

Pero era necesario que para que su testimonio fuera válido, estuvieran presentes en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, algo que el evangelista se propone demostrarnos a continuación (Mr 15:40) (Mr 15:47) (Mr 16:9).

¿Quiénes eran estas mujeres?

(Juan 19:25) "Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena."

María Magdalena, a quien el Señor había librado de posesión demoníaca (Lc 8:2).

María, madre de  Santiago llamado el menor y de José, bien conocidos en la iglesia primitiva.

Salomé, a quien quizá se le puede identificar como la esposa de Zebedeo (Mt 27:56) y madre de Santiago y Juan.

El rechazo a la cruz de Cristo

Nuestras consideraciones a lo largo de este estudio nos han dado una idea del por qué la crucifixión se veía con auténtico horror en el mundo antiguo. Por ejemplo, los romanos nunca la aplicarían a un ciudadano romano, sino sólo a los esclavos, extranjeros, o cualquiera que ellos consideraran indigno de ser tenido por persona. En cuanto a los judíos, ellos interpretaban que una persona que moría colgada en un madero estaba bajo la maldición de Dios (Dt 21:22-23).

Por estas razones, cuando Pablo predicaba que el Mesías de Dios había muerto en una cruz, inmediatamente despertaba las actitudes más despectivas.

(1 Co 1:23) "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura"

¿Cómo podría una persona en su sano juicio adorar a un hombre que había sido condenado como criminal, y sometido a la forma más humillante de ejecución? ¿Cómo podía el Mesías haber muerto sometido a la maldición de Dios?

Y el rechazo que la cruz despertaba en el mundo antiguo sigue siendo el mismo en nuestros días. Consideremos brevemente algunas de las razones.

1. Revela la gravedad de nuestros pecados

Si Cristo murió en la Cruz para pagar la culpa que nosotros merecíamos, y si Dios mismo no encontró ningún otro modo de perdonar con justicia al pecador, salvo ofreciendo a su propio Hijo como ofrenda por el pecado, entonces tenemos que admitir que nuestros pecados eran extremadamente horribles y nuestra condición ante Dios muy grave.

Evidentemente ningún hombre quiere verse de esta manera, y normalmente intentamos crear una imagen de nosotros mismos mucho más positiva. Esta es una de las razones por las que el hombre rechaza la cruz, ya que nos hace sentir vergüenza por lo que somos. Nos obliga a humillarnos y confesar que hemos pecado y que no merecemos otra cosa que el juicio. Nuestro orgullo se revela con fuerza contra esto.

2. Hiere nuestro orgullo

La cruz nos revela que la salvación provista por Cristo tiene que ser recibida como un regalo gratuito, sin que nosotros podamos pagarla o hacer algo para ganarla. Las últimas palabras de Cristo fueron "Consumado es" (Jn 19:30). Con esto declaró que ya no había nada más que se pudiera agregar. Esta es otra razón por la que las personas rechazan la cruz. Les parece inconcebible que no puedan ganarse su propia salvación, ni siquiera colaborar para obtenerla. Ante la cruz somos tratados como inválidos incapaces por nosotros mismos de salvarnos, y a nuestro soberbio ego no le gusta verse humillado de esta manera ante la cruz.

Hasta el día de hoy no hay nada que excluya a la gente del reino de Dios más que el orgullo. El evangelio nos desnuda totalmente (no tenemos vestiduras en las cuales presentarnos delante de Dios), y nos declara en bancarrota (no tenemos moneda alguna con la cual podamos comprar el favor del cielo).

3. Excluye cualquier otro medio de salvación

En el mundo antiguo donde el evangelio se predicó por primera vez, había muchas religiones politeístas, y muchos de los que escucharon hablar de Jesucristo se mostraron dispuestos a aceptarlo como una divinidad más a quien adorar entre otras muchas. Pero el problema surgió cuando los apóstoles y misioneros insistían es sostener la singularidad y el carácter único de Jesucristo y su obra en la cruz.

Por supuesto, los tiempos han cambiado, y todas aquellas antiguas divinidades paganas han quedado en el olvido, pero sin embargo, la gente sigue prefiriendo el pluralismo religioso, y cada vez se persigue más los comentarios despectivos hacia cualquier religión. Muchos abogan por la fórmula del ecumenismo y otros por el sincretismo religioso. En este ambiente, la exclusividad del evangelio de Jesucristo sigue despertando un fuerte rechazo.

Y no sólo por el hecho de que se predique que el Dios cristiano es el único verdadero, sino también porque se afirma que la obra realizada por su Hijo en la Cruz es el único medio de salvación para toda la humanidad.

(1 Ti 2:5-6) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos..."

Esta afirmación de exclusividad produce un fuerte rechazo. Muchos la consideran insoportablemente intolerante. No obstante, la afirmación de la verdad nos obliga a sostenerlo, por grande que sea la ofensa que ocasione.

Conclusión
Los cristianos no nos avergonzamos de presentar a Cristo crucificado. Pablo mismo lo expresó con rotundidad: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6:14). Nosotros sabemos que Jesús no merecía la maldición de Dios, sino que era nuestra propia maldición la que él estaba llevando sobre la cruz (Ga 3:13). Y es por esta razón que el recuerdo del amor de Dios expresado en la cruz nos constriñe para vivir diariamente para Cristo (2 Co 5:14-15).

Fuente: Escuela Bíblica 



jueves, 24 de marzo de 2016

La oración de Jesús en Getsemaní

 


" Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos. "Quédense aquí, mientras yo voy a orar". Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando". Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: "Abbá —Padre— todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".  Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil". Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar". (Marcos 14:32-42)




La historia de la agonía del Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní es uno de los pasajes más profundos y misteriosos de la Biblia. Contiene cosas que ningún hombre puede explicar satisfactoriamente. Al estudiarlo, bien se podrían repetir las palabras que Dios le dijo a Moisés cuando se le apareció en la zarza ardiendo: "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Ex 3:5). Sin lugar a dudas, el estudio de este pasaje nos debe llevar más bien a la adoración que al análisis.

Aquí veremos al Señor librando la batalla definitiva contra el pecado, pero por alguna razón, esta batalla se nos presenta en dos actos: Getsemaní y Gólgota. Esto nos lleva a preguntarnos ¿por qué fue necesario pasar por Getsemaní? ¿No se podía haber evitado un episodio tan doloroso de su vida? Pero a lo largo de estos estudios veremos que fue en Getsemaní donde el Señor tomó la decisión de ir a la Cruz, mientras que en el Calvario fue donde la materializó.

"Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní"

Como muchas otras noches, Jesús salió de la ciudad y fue a un olivar cercano que era conocido como "Getsemaní", que significaba "prensa de olivas", seguramente porque en él había habido o todavía había una prensa de olivas.

Allí el Señor solía juntarse con sus discípulos durante sus visitas a la capital, buscando apartarse de las multitudes que constantemente le presionaban y tener así un tiempo de enseñanza privada con ellos (Lc 22:39) (Jn 18:1-2). Por lo tanto, el lugar era bien conocido también por Judas, que como más tarde veremos, no tardó en acudir con una escuadrilla para arrestar a Jesús. Aunque no debemos olvidar que si encontraron allí a Jesús en aquella noche, fue porque en él no había ningún pensamiento de huida, a pesar de que conocía perfectamente todas las maquinaciones de Judas, como antes había expresado con toda claridad.

Pero en esta ocasión, aquel lugar donde Jesús había tenido tantas hermosas pláticas con sus discípulos, ahora se iba a convertir en el escenario de su terrible agonía antes de ir a la cruz.

"Sentaos aquí, entre tanto que yo oro"

¿Cómo iba a enfrentar Jesús este duro trance? En esto también apreciamos que Jesús era muy diferente a nosotros. Con frecuencia, cuando pasamos por problemas que nos agobian, o estamos rodeados de dificultades, pensamos que necesitamos un "respiro" y buscamos algún tipo de diversión que nos relaje. Algunos llegan incluso a cosas como el alcohol, las drogas, fiestas, pornografía y vicios similares, que lejos de traerles paz al corazón, no hacen sino aumentar sus problemas. Pero el Señor nos indicó que la solución pasaba por buscar a Dios en oración.

(Stg 5:13) "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración."
"Y tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan"

Parece que aunque Jesús oraba solo, sin embargo quería sentir la cercanía de algunos de sus discípulos, así que escogió a varios de ellos para que le acompañaran a cierta distancia. Estos tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, se convirtieron así en testigos de la terrible lucha que Jesús mantuvo en esa noche.

Algunos se han preguntado por qué escogió a estos tres. Lo cierto es que ésta era la tercera vez que lo hacía. Estos mismos discípulos habían sido los únicos testigos de la transfiguración del Señor (Mr 9:2) y también de la resurrección de la hija de Jairo (Mr 5:37-43). Resumiendo podríamos decir que estas tres experiencias espirituales tenían relación con tres momentos claves de la vida del Señor: su agonía, resurrección y gloria.

Por otro lado, también debemos recordar que Santiago y Juan habían pedido anteriormente al Señor el sentarse a su derecha y a su izquierda en su gloria, a lo que Jesús les había contestado que no sabían lo que pedían. De hecho, cuando les preguntó si podían beber del vaso que él bebía, ellos no dudaron en contestar que sí podían (Mr 10:35-39). Seguramente, cuando en el huerto de Getsemaní vieron la agonía de Jesús mientras oraba pidiendo que pasara de él aquella copa, ellos tuvieron que darse cuenta de que realmente no sabían lo que habían dicho.

"Y comenzó a entristecerse y a angustiarse"

Cuando Jesús se apartó para orar, el evangelista utiliza en el original dos palabras muy fuertes para indicarnos su intensa perturbación emocional ante la perspectiva que se le presentaba, y también su estado de extremo dolor y angustia. Lucas completa este cuadro diciéndonos que "estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lc 22:44).

Podríamos preguntarnos qué era lo que producía este estado en Jesús. Algunos han pensado que esta angustia era la reacción natural que todos los seres humanos sienten ante la proximidad de la muerte. Pero en el caso de Jesús, necesariamente tenemos que pensar que había mucho más que eso. Se trataba del estremecimiento de aquel que era la Vida misma al enfrentarse con todo el poder destructivo del mal, de todo aquello que se opone a la santidad de Dios, y que en ese momento se abatía directamente sobre él por cuanto había decidido presentarse como el Cordero de Dios que muere por el pecado de la humanidad.

Y por cuanto era el Hijo de Dios, podía ver con extrema claridad toda la suciedad del mal que venía sobre él. Y por supuesto, para su naturaleza completamente santa y pura, el tener que enfrentarse con el pecado de toda la humanidad, producía un dolor que es imposible expresar con palabras. En realidad, lo que estamos presenciando aquí es el choque frontal entre la Luz y las tinieblas, entre la Vida y la muerte. Los sufrimientos más dolorosos tuvieron que ser los de su alma santa e inocente cuando, con un conocimiento pleno de las consecuencias que este acto iba a tener, asumió cargar sobre sí el pecado de los hombres.

(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él".

"Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte"

Sólo podremos entender la causa de esta "tristeza mortal" de Jesús si nos damos cuenta de que no se trataba únicamente de la angustia ante la muerte que los seres humanos atravesamos al final de nuestros días. En su caso era una muerte diferente. El no moriría como consecuencia de sus propios pecados, ya que no los tenía, sino que él moriría en sustitución de los pecadores, cargando en ese momento la maldad de toda la humanidad.

Muchas veces nosotros sufrimos como consecuencia de alguno de nuestros pecados, y sabemos por experiencia lo doloroso que esto es, pero ¿qué sería para el Señor sufrir de forma "condensada" por todos los pecados de los hombres? No cabe duda que nunca nadie ha experimentado un dolor y amargura semejante. Y en esos momentos, su santa humanidad fue oprimida y agobiada hasta lo sumo.

Algunos han criticado a Jesús porque en esos momentos no asumió la actitud heroica que debería esperarse de él. Argumentan que otros hombres han afrontado la muerte con mucha más serenidad que él. Pero quienes así hablan, es evidente que no han entendido lo que implicaba la muerte para Jesús. Ya hemos hablado del terrible sufrimiento que tuvo que suponer para un Ser santo e inocente como Jesús el tener que cargar sobre sí la culpabilidad acumulada de toda la humanidad, pero había otro aspecto unido a éste, que todavía tenía que producirle mayor agonía, y era el hecho de que cuando fuera colgado en la cruz quedaría bajo la maldición de Dios, mientras toda la santa ira del Juez justo recaía sobre él.

(Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)."

De alguna manera inexplicable para nosotros, cuando llegó el momento de la cruz, la relación de Jesús con Dios sería interrumpida.

(Mr 15:34) "Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

No podemos imaginarnos lo que este hecho tuvo que haber significado para Jesús, cuando el mayor deleite de su vida era la comunión con su Padre celestial.

Cuando intentamos sondear en estos misterios, tenemos que reconocer que nunca podremos comprenderlos en toda su intensidad, y en la medida en que pobremente podemos entender algo, quedamos sobrecogidos ante la magnitud de los hechos.



Pero en cualquier caso, hay ciertas lecciones prácticas que sí que deberían quedar grabadas en nuestros corazones:

Primeramente, viendo la impresión que nuestros pecados produjeron en Jesús, esto nos debería llevar a ser mucho más sensibles y a tener siempre un temor reverente para no pecar más.

Y consideramos también que para que Jesús pudiera decir a sus discípulos que "no se turbe vuestro corazón" (Jn 14:1), él mismo tuvo que sufrir la angustia y la aflicción.

"Quedaos aquí y velad"

Cuando Jesús se apartó para orar, hizo un llamamiento a sus discípulos para que velaran. Esta no era la primera vez que les exhortaba a esto, puesto que cuando les había anunciado su segunda venida, ya les había dicho que permanecieran en esa actitud (Mr 13:33-37). Ahora vuelve a hacerlo, aunque con mayor urgencia debido a los acontecimientos que inmediatamente iban a ocurrir.

Nosotros también debemos recibir esta exhortación apremiante a velar. La somnolencia de los discípulos parece que ha alcanzado al cristianismo de nuestro tiempo. Y no lo olvidemos; dejar de velar abre la puerta al poder del mal en nuestras vidas.

Los efectos de esta somnolencia los podemos ver en el embotamiento del alma que pierde la sensibilidad frente al pecado en nuestras vidas y el poder del mal en el mundo. Nos deja anestesiados, ignorantes, indiferentes y tranquilos frente al mal que nos rodea, pensando que en el fondo, no es tan grave. Pero esta falta de sensibilidad, esta falta de vigilancia, tanto por lo que se refiere a la cercanía de la segunda venida de Cristo, como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el mundo al maligno.

"Yéndose un poco adelante, se postró en tierra"

Los discípulos quedaron a cierta distancia de Jesús, desde donde todavía podrían verle y oírle. El evangelista nos dice que el Señor cayó rostro en tierra. La postura que adoptó para orar expresaba su total sumisión a la voluntad de Dios.

En cualquier caso, la escena no deja de sorprendernos. Recordamos que unos días antes había descendido cabalgando desde ese mismo monte de los Olivos en procesión real, aclamado justamente como Rey (Mr 11:1-11). Sin embargo, ahora el contraste es total; el Rey está de rodillas, rostro en tierra, sufriendo una angustia indescriptible. ¿Por qué este cambio tan drástico de actitud? Para entenderlo, tenemos que recordar que cuando Jesús entró en Jerusalén se encontró con la capital en manos de rebeldes, y el mismo templo estaba infectado de ladrones. La pregunta entonces era ¿cómo podrían esas personas rebeldes ser salvados y restaurados a la obediencia y a la adoración a Dios? Evidentemente, no lo conseguiría montando sobre una cabalgadura real por las calles de Jerusalén. Nunca la pompa y la ceremonia han conseguido convertir a un rebelde en un santo. Si alguna vez él podría llevar a Jerusalén, Israel y el mundo a la obediencia a Dios, tendría que ser necesariamente porque él mismo comenzara por obedecer a Dios aquí mismo en la tierra. Así que el Rey se arrodilló, dispuesto a obedecer por amor a su Dios y también a toda la raza humana. No había otro camino.

(Ro 5:19) "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos."

"Y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora"

Una vez más, las Escrituras nos muestran a Jesús con total honestidad, y no se avergüenza de hacernos saber que cuando se enfrentó al precio de la obediencia, sus oraciones fueron acompañadas de clamor y lágrimas.

Desde ya, sus lágrimas no eran como en muchas ocasiones lo son las nuestras; una expresión infantil de frustración porque no logramos hacer lo que nos da la gana. Por el contrario, en su caso había un corazón absolutamente rendido y sumiso a Dios, y por esa razón, cuando pedía al Padre que pasase de él esa copa, siempre lo hacía bajo la condición de que fuese compatible con la voluntad divina.

Por supuesto, no se trataba de dos voluntades diferentes; por un lado la del Padre y por otro la del Hijo. El evangelista Juan recoge las palabras de Jesús que nos muestran que no había contraposición entre las dos voluntades:

(Jn 12:27-28) "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez."

En cuanto a su oración, Jesús preguntaba si había otra base justa sobre la cual Dios podría salvar a los pecadores sin que él tuviera que ir a la cruz. Aquí vemos todo el drama de nuestra redención. Y el silencio del cielo indicó que no había otro modo; el Santo Hijo de Dios debía morir por los pecadores.
Por supuesto, "aquella hora" a la que Jesús se refería, tenía que ver con el momento determinado desde la eternidad en el que se habría de resumir y concentrar toda la angustia, toda la pena, toda la muerte y cada una de las consecuencias que han surgido del pecado. Era la "hora" cuando Jesús, el Hombre representativo había de presentarse ante la justicia divina para satisfacer sus exigencias por medio del sacrificio de sí mismo en ofrenda por el pecado.

"Y decía: Abba, Padre"

Notemos que en su oración se dirige a Dios con la palabra "Abba", que inmediatamente es traducida por Marcos para sus lectores gentiles como "Padre".

La palabra "Abba" era usada por los niños para dirigirse a sus padres, e implicaba confianza, intimidad y reconocimiento de autoridad. Equivale a nuestro "papá".

Sin lugar a dudas, tuvo que sorprender a sus discípulos que se dirigiera a Dios de esta manera. Ellos nunca habían escuchado a ningún santo del Antiguo Testamento tratar así a Dios. En la forma de pensar de un judío habría sido irreverente y, por tanto, habría sido impensable que alguien pudiera llamar a Dios con una palabra tan familiar.

Pero al hacerlo, Jesús estaba revelando la naturaleza de su comunión con Dios. De hecho, siempre que vemos a Jesús orando en los evangelios, lo hizo de esta forma, salvo en una única ocasión. Esto tuvo lugar en la cruz, cuando allí clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34).

"Aparta de mí esta copa"

El acto de obediencia que el Hijo del Hombre se disponía a llevar a cabo, tendría un sabor inconmensurablemente amargo. Tenía el sabor de la muerte. El autor de Hebreos dice que él "gustó la muerte por todos" (He 2:9). Además, el Antiguo Testamento se había referido con frecuencia a esta "copa", que estaba reservada para los malos (Sal 11:6), y que contenía la indignación divina contra los impíos (Sal 75:8), su ira (Is 51:17) y su furor (Jer 25:15).

La muerte que él gustó no sólo tuvo que ver con experimentar la separación del alma del cuerpo, sino el abandono del Dios de justicia por haberse identificado con el pecado del mundo.

Es inimaginable, por lo tanto, que la Santidad encarnada pudiera recibir con agrado el pecado representado en esa copa, de ahí su petición: "aparta de mí esta copa". Pero por otro lado, dejaba también constancia de su absoluta devoción y amor a su Padre: "mas no lo que yo quiero, sino lo que tú".

No había ningún conflicto entre la voluntad del Padre y la del Hijo. El Hombre perfecto era también el Siervo obediente en todo, y aunque todo su santo Ser se alzase en contra de la perspectiva de la cruz, y su cuerpo sudase sangre en su agonía, él nunca dejaría de decir: "mas no lo que yo quiero, sino lo que tú". No podemos imaginar un grado de perfección más alto que el que aquí se nos presenta.

La interpretación que hace Hebreos de este pasaje:

(He 5:7-10) "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec."

En el contexto de esta cita, el autor de Hebreos está razonando acerca de lo imprescindible que es para los hombres pecadores tener un sumo sacerdote que interceda por ellos ante Dios. Por supuesto, aquellos que ocuparon esta posición en el Antiguo Testamento eran hombres débiles, y por eso, el autor nos va a decir que en el cumplimiento de los tiempos Dios constituyó a su propio Hijo como Sumo Sacerdote.

Pero el camino para que Cristo pudiera llegar a ser Sumo Sacerdote no fue sencillo. Primeramente tenía que ser hombre, pero él no lo era, así que fue necesario que se encarnase. Los más de treinta años que vivió entre los hombres le proporcionaron el conocimiento directo de nuestra situación, aprendiendo en su propia experiencia la fuerza de la tentación, la prueba y la aflicción. Y también tuvo que aprender a obedecer a Dios en un mundo caído y pecador como el nuestro. Por supuesto, él no tuvo que aprender a obedecer, él siempre lo había hecho en el cielo. Pero allí, obedecer la voluntad de Dios es fuente de gozo y felicidad. Lo que realmente tuvo que aprender es lo que cuesta obedecer a Dios en un mundo caído. Por eso, cuando el autor de Hebreos nos habla del perfeccionamiento de Cristo no se está refiriendo a su perfección moral, como si tuviera necesidad de ser corregido en cuanto a alguna imperfección en su carácter. Jesús siempre vivió sin pecado. Pero era necesario que padeciese a fin de ser perfeccionado para el sacerdocio.


Los sufrimientos de Cristo después de su encarnación fueron reales. El conoció auténticamente el hambre y el cansancio, sufrió el dolor de la deslealtad y la intolerancia, la incomprensión y la injusticia, la decepción de ver intereses creados en sus seguidores más cercanos y la traición o cobardía en otros. Sufrió la agonía indescriptible de la cruz, que de alguna manera nos queda reflejada en sus momentos de oración previos en Getsemaní. Y además le esperaba la separación de su Padre porque, al ser hecho pecado por nosotros, iba a ser abandonado y desamparado por él. Sin duda, esto no podemos llegar a entenderlo plenamente. A todo esto se sumaron las torturas de los soldados, la burla sarcástica de los judíos, la hiriente arrogancia de los sacerdotes y el abandono de los discípulos.

Cristo aprendió que la obediencia a Dios trae sufrimiento en un mundo caído. Nosotros ya lo hemos experimentado muchas veces. Cuando determinamos ser fieles al Señor y obedecerle, ¿cuál es la consecuencia? La oposición de los familiares y amigos ante lo que ellos perciben como "fanatismo religioso", el desprecio de los compañeros y amigos porque nos ven diferentes, y en el peor de los casos, la persecución política. Muchas veces la consecuencia de la fidelidad al Señor es la burla, la crítica, la oposición o el insulto.

Pero en medio de todas estas circunstancias, el Señor Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote, que nos entiende porque él mismo también ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, por lo cual es poderoso para ministrarnos como fiel Sumo Sacerdote. El ahora puede socorrernos en nuestro peregrinaje por la vida, en el cual muchas veces nuestra determinación de abrazar el camino de Dios nos involucrará en el sufrimiento y la persecución.

Y finalmente, el autor de Hebreos nos dice que "fue oído a causa de su temor reverente". A primera vista, la afirmación nos puede sorprender, porque los Evangelios parece que dicen lo contrario. El pedía al Padre: "Si es posible pase de mí esta copa". Y el Padre no intervino para impedir que la bebiese. Pero sus oraciones fueron respondidas. La noche de sufrimiento fue seguida por la mañana de la resurrección y de la vindicación que Dios hizo de su fe. No fue librado de padecer la muerte, sino que habiendo llegado a ella, fue sacado de sus garras por el glorioso triunfo de la resurrección. Y no olvidemos que de la misma manera, Dios no siempre contesta nuestras oraciones tal como pensamos que debería hacerlo.

"Vino luego y los halló durmiendo"

Después de un tiempo en oración, Jesús volvió a donde había dejado a sus discípulos y los encontró durmiendo. No fueron capaces de compartir con él nada de su infinito dolor.

Cada vez estaba más claro que en el camino a la cruz, Jesús iba a encontrarse absolutamente solo. Si sus más íntimos discípulos no podían acompañarle en oración ni siquiera una hora, ¿qué se podría esperar de ellos una vez que Jesús fuera arrestado y estuviera en manos de sus enemigos? El mismo Pedro, que tan vehementemente había protestado cuando Jesús les anunció que todos ellos le abandonarían en esa noche, no fue capaz de mantenerse despierto junto a Jesús orando con él por un poco de tiempo.

Todo esto era muy importante, porque no debemos olvidar que para encontrar victoria en la hora de la tentación o de la prueba, previamente necesitamos recibir poder mediante la oración. En este sentido estaba claro que los discípulos no entendían la gravedad de la situación que se avecinaba, y por lo tanto, tampoco se estaban preparando adecuadamente para enfrentarla. ¿Y qué diremos de nosotros mismos? ¿Cuántas veces no somos capaces de velar en oración ni siquiera una hora? ¿Qué puede esperar el Señor de nosotros?

La debilidad de la que el Señor les había hablado durante la cena, se empezaba a hacer evidente. Aquí vemos que el pecado ha dañado incluso a nuestros propios cuerpos, que en muchas ocasiones actúan como pesados lastres para nuestras almas.

"Velad y orad, para que no entréis en tentación"

La "tentación" a la que Jesús se refería, y para la que tendrían que estar preparados, consistía en negar y escandalizarse de Jesús una vez que fuera arrestado y crucificado. No es difícil imaginar el impacto que debió tener para ellos ver a su Maestro siendo objeto de las burlas de todos los hombres que se acercaban a él cuando estaba clavado en la vergonzosa cruz. Por eso, aunque los mismos discípulos no percibían la gravedad de la hora de prueba que iba a venir sobre ellos, el mismo Señor ya había orado por ellos, y en especial por Pedro, para que su fe no faltase (Lc 22:31-32).


Esta exhortación de Jesús a "velar y orar" debería estar presente constantemente en nuestros corazones como la única forma real de vencer las tentaciones. No nos engañemos; no hay ningún poder en nosotros mismos que nos haga inmunes a los ataques de Satanás. Por esta razón, cada cristiano debe estar permanentemente en un estado de vigilancia y oración desde el momento de su conversión hasta la hora de su muerte.

Pedro entendió finalmente la lección y él mismo exhortaba a esto en su carta:

(1 P 4:7) "Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración."
"El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil"

El Señor señaló que la razón por la que era imprescindible que mantuvieran esta actitud de vigilancia y oración, era porque dentro del cristiano hay dos naturalezas que son contrarias entre sí; el espíritu y la carne.

(Ga 5:16-17) "Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis."

Por un lado está la "carne", la vieja naturaleza caída, siempre inclinada al mal. Y por otro lado está el "espíritu", es decir, la nueva naturaleza que el Espíritu Santo ha dado a aquellos que creen en Cristo, y que siempre está dispuesta a hacer el bien que agrada a Dios.


Es importante ser conscientes de que después de la conversión, Dios no quita de nosotros la vieja naturaleza, ya que esto tendrá lugar en el momento cuando seamos arrebatados o muramos. Mientras tanto, la "carne" sigue luchando dentro de nosotros mismos con el fin de hacernos caer. Y no olvidemos que la carne no mejora con el tiempo, únicamente se adapta a las nuevas situaciones, y por lo tanto, no hay ningún creyente que haya llegado a un estado de santidad que ya no deba preocuparse de ella. Por el contrario, aquellos que realmente viven una vida consagrada al Señor son los que, conscientes del grave peligro que constantemente corren por su naturaleza caída, perseveran en "velar y orar".

"Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad"

El Señor interrumpió sus oraciones en tres ocasiones para ir a ver a sus discípulos, y en todas ellas los encontró durmiendo. Y aunque seguramente sentían cierta vergüenza por no estar orando tal como Jesús les había pedido, sin embargo, no lograban resistir el sueño y tampoco "sabían qué responderle".

Pero cuando Jesús regresó por tercera vez, ya no les animó a velar, sino que les dijo que durmieran y descansaran. No debemos ver en estas palabras una severa reprensión, sino más bien todo lo contrario. Podemos incluso imaginarnos al Señor sentándose a su lado mientras velaba sus sueños, como una madre que vigila tiernamente a sus pequeños mientras duermen. Sin duda es un cuadro conmovedor.

Los discípulos se habían rendido a la comodidad del sueño bajo el peso del cansancio y la tristeza (Lc 22:45). Aunque, por supuesto, esto no había alejado de ellos el mal, sino que simplemente les había hecho inconscientes de su existencia y les dejaba indefensos ante su embestida. Pero por otro lado, Cristo no se rindió ante nada, sino que en medio de su inmenso dolor afirmó positivamente su disposición de hacer la voluntad de Dios al precio que fuera, e incluso, velaba por sus discípulos con todo su amor y cuidado mientras ellos dormían.

"Basta, la hora ha venido"

Entendemos que entre la cariñosa invitación de Jesús a sus discípulos para que durmieran y recuperaran fuerzas, hasta este momento que se describe aquí, pasó un intervalo de tiempo no determinado. Pero finalmente llegó "la hora" en que Jesús iba a ser entregado en manos de pecadores.
Suponemos que el Señor escuchó el ruido de la compañía que, conducida por Judas, cruzaba el arroyo y subía la cuesta hacia el huerto, por lo que rápidamente despertó a sus discípulos para advertirles de la presencia del peligro.

Las frases entrecortadas que usa Jesús nos muestran su angustia ante la hora final, pero en ningún momento plantea una huída, sino que por el contrario dijo a sus discípulos "vamos", indicando de esta manera su disposición de ir en busca de los que venían a arrestarle.



Jueves Santo: La institución de la Eucaristía



Jesús celebra la Pascua rodeado de los suyos. Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la Majestad de Jesús, que sabe que morirá al día siguiente, y su gran amor y ternura por los hombres. 

Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus discípulos predilectos: Pedro y Juan. Los dos Apóstoles se esmeran en los preparativos. Pusieron un especial empeño en que todo estuviera perfectamente dispuesto. 

Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San Juan: los amó hasta el fin (Juan 13, 1). 

Hoy meditamos en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato con Él, en los actos de desagravio, en la caridad con los demás, en nuestro amor a la Eucaristía... 

Jesús realiza la institución de la Eucaristía, anticipa de forma sacramental –Lucas 22, 19-20: “mi Cuerpo entregado”... “mi Sangre derramada”– el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. 

Meditación y Reflexiones Cristianas: La última cena del SeñorJesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía (Lucas 22, 19; 1 Corintios 2, 24). Junto con la Sagrada Eucaristía instituye el sacerdocio ministerial. 

Jesús se queda con nosotros. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. Esta tarde-noche, cuando vayamos a adorarle en el Monumento, nos encontraremos con Él que nos ve y nos reconoce. Le contaremos lo que nos ilusiona y lo que nos preocupa y le agradeceremos su entrega amorosa. Jesús siempre nos espera en el Sagrario. 

Jesús habla a sus Apóstoles de su inminente partida, y es entonces cuando enuncia el Mandamiento Nuevo, proclamado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Juan 15, 12). 

Hoy, Jueves Santo, podemos preguntarnos si nos conocen como discípulos de Cristo porque vivimos con finura la caridad con los que nos rodean, mientras recordamos, cuando está tan próxima la Pasión del Señor, la entrega de María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. 

La inmensa caridad de María hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Juan 15, 13).

domingo, 20 de marzo de 2016

Domingo de Ramos: "El que persevere hasta el fin, se salvará"


Entrada triunfal en Jerusalém

Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde burrito (Lucas 19,28-40), como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 9,9). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de júbilo. 

Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. 

Hoy nos puede servir de jaculatoria repetir: Como un burrito soy ante Ti, Señor... como un burrito de carga, y siempre estaré contigo (J. Escrivá de Balaguer, citado por A. Vázquez de Prada). El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa misma ciudad, será clavado en la Cruz. 

Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en palabras... 

En nuestra vida tampoco ha quedado nada por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. 

Sin embargo, como Jerusalén, podemos aclamarlo y rechazarlo. Es el misterio de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. 

Hoy nos preguntamos: ¿Cómo estamos respondiendo a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente? 

Nosotros sabemos que aquella entrada triunfal fue muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto y cinco días más tarde el jubiloso ¡hosanna! se transformó en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! 

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. 

Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz. 

Nunca olvidemos que “... el que persevere hasta el fin, ése se salvará” (Mateo 10,22). Y no nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes.