lunes, 7 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 5 y 6

 


MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 5 y 6
Capítulo 5. EFICACIA DE LA INVOCACIÓN DEL PADRE 
POR MEDIO DEL HIJO

Yo te invoco, Dios mío. Te invoco a ti, porque estás cerca de todos los que te invocan, y te invocan con verdad, porque eres la misma Verdad. Enséñame, te lo ruego, oh santa Verdad, a invocar tu clemencia, ya invocarte a ti en ti mismo, y porque no sé cómo debe hacerse esto, por eso te pido humildemente que me lo enseñes, oh Verdad bienaventurada. Sin ti, en efecto, la sabiduría no es más que locura, y conocerte constituye la más perfecta ciencia. Instrúyeme, oh Sabiduría divina, y enséñame tu ley. Pues creo con certeza que será feliz el instruido por ti, y aquel a quien hayas enseñado tu ley. Mi deseo es invocarte, mas quiero hacerlo en la verdad misma. Pero ¿qué es invocar a la verdad en la misma verdad, sino invocar al Padre en el Hijo? Tu palabra, oh Padre santo, es la verdad misma, y la verdad es el principio de tu palabra. Porque el principio de tu palabra está en el Verbo, que ya existía en el principio y antes del comienzo de todas las cosas, y en ese principio te adoro a ti, sumo Principio. En ese Verbo de verdad, te invoco a ti, oh Verdad, Verdad perfecta, y te pido que en la misma verdad me dirijas y me instruyas. ¿Qué hay más dulce que invocar al Padre en el nombre de su Hijo único? ¿Qué hay más capaz de conmoverme que rogarle por la memoria de su divino Hijo? Para calmar la ira del rey nada mejor que invocar su clemencia en nombre del hijo querido. De ese modo los criminales son liberados de la prisión, y los esclavos de los grilletes. De ese modo los condenados a muerte no sólo se libran de la pena capital, sino que incluso son objeto de especiales favores, al ser dominada la cólera de los príncipes por la ternura que ellos sienten por el hijo querido. Así también los amos perdonan a sus esclavos culpables gracias a la intercesión de sus hijos, objetos de su ternura. También yo, oh Padre omnipotente, te ruego por el amor de tu Hijo, omnipotente como tú mismo, que saques mi alma de la prisión donde gime, para que pueda alabar tu santo nombre 15. Líbrame de las cadenas del pecado, pues te lo pido por tu Hijo que es igual a ti desde toda la eternidad. Que la intercesión de tu divino Hijo, sentado a tu derecha, atraiga tu clemencia sobre mí, que merezco la muerte, y me conceda la vida. ¿Pues, qué intercesor más poderoso podría yo invocar para moverte a compasión 16 que aquel, que con su divina sangre nos redimió del pecado, el Redentor divino que está sentado a, tu derecha y que te suplica sin cesar por nosotros? 17 Ese es mi abogado ante Dios y ante el Padre. Ese es el soberano Pontífice, que no tiene necesidad de sangre ajena para expiar sus faltas, sino que brilla con la gloria de su propia sangre derramada por nuestros pecados, Esta es la víctima sagrada que es siempre agradable y perfecta, ofrecida y aceptada en olor de suavidad. Este es el Cordero sin mancha, que enmudeció delante, de sus trasquiladores, y que herido a bofetadas, escupido, lleno de afrentas nunca abrió su boca 18. Este es quien, libre de todo pecado, se dignó cargar con los míos, y con sus sufrimientos sanó mis enfermedades 19.

Capítulo 6. SE PRESENTA AL PADRE LA PASIÓN DE SU DIVINO HIJO

Mira, oh Padre piadoso, a tu Hijo piadosísimo que por mí padeció tantas indignidades. Mira, Rey clementísimo, quién es, el que padece, y acuérdate benignamente de por quién padece. Oh Señor mío, ¿no es acaso aquel Hijo amado, a quien, a pesar de su inocencia, entregaste a la muerte para redimir a un indigno esclavo?, ¿no fue el mismo autor de la vida quien como oveja fue llevado al matadero 20, y obedeciéndote hasta la muerte 21 no temió sufrir un género de muerte cruelísima? Señor, tú que preparas la salvación de todos, recuerda que aquel a quien hiciste partícipe de las enfermedades de nuestra naturaleza es el mismo Hijo que tú engendraste de tu misma sustancia. Sin embargo, ese divino Hijo, Dios como tú, habiendo tomado la naturaleza humana, subió al patíbulo de la cruz y en la carne de que se había dignado revestir, sufrió los más atroces suplicios. Señor Dios mío, vuelve los ojos de tu majestad a la obra inefable de tu piedad. Mira a tu Hijo muy amado con el cuerpo tendido sobre la cruz; mira sus manos inocentes de las que emana la sangre, y perdona los crímenes que cometieron mis manos. Considera su costado inerte, cruelmente atravesado por la lanza, y renueva mi vida en aquella sagrada linfa que de allí procedió. Mira sus pies atravesados por los clavos, esos pies que no sólo no pisaron la senda del pecado 22, sino que caminaron siempre en tu ley; afirma mis pies en tus caminos, concédeme benignamente que tenga odio a todos los caminos de la iniquidad. Dígnate, Dios de misericordia, apartar de mí la vía de la iniquidad, y haz que escoja solamente el camino de la verdad. Te suplico, Rey de los santos, por el Santo de todos los santos, y por mi divino Redentor, no permitas que me aparte nunca de tus santos mandamientos, a fin de que pueda unirme espiritualmente con quien no se desdeñó vestirse de mi carne humana. ¿No ves, Padre piadoso, a tu Hijo amado, con la cabeza inclinada sobre el pecho, sufriendo una muerte tan preciosa y meritoria? Mira, Creador mansísimo, la santa humanidad de tu Hijo, objeto de tu amor, y compadécete de la debilidad de tu criatura enferma. Su cuerpo está desnudo, su costado ensangrentado, sus entrañas tensas y resecas, sus bellos ojos están apagados, su rostro real está pálido. Sus brazos rígidos por el sufrimiento, sus rodillas penden como el mármol, sus pies atravesados por clavos están manando sangre.

Mira, Padre glorioso, los miembros desgarrados de tu Hijo amado y acuérdate misericordiosamente de cuál es mi pobre sustancia humana. Considera los dolores del Dios hecho Hombre, y remedia la miseria del hombre que tú has creado. Mira el suplicio del Redentor, y perdona los delitos del hombre redimido. Este es al que tú, Dios mío, heriste por causa de los pecados de tu pueblo, aunque el mismo era el Hijo amado en quien te habías complacido 23. Éste es el Hijo inocente, en el cual no había ningún engaño y que, sin embargo, fue contado entre los malvados 24.

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