martes, 16 de febrero de 2016

Francisco de Fátima

Francisco de Fátima
un contemplativo del orden sacral del universo

1908 – 2008. El centenario del nacimiento del bienaventurado pastorcito de Fátima es una ocasión propicia para resaltar las virtudes de Francisco en cuanto místico consolador de Dios.

Tomás Agustín Correa

En mayo de 1946, la hermana Lucía, entonces religiosa dorotea, estuvo en Fátima para identificar los lugares históricos de las apariciones del ángel (1916) y de la Santísima Virgen (1917). En el sitio de los Valinhos (donde tuvo lugar la cuarta aparición de Nuestra Señora, en agosto) había un grupo de personas esperándola, entre ellas Tío Marto, el padre de Francisco y Jacinta. Éste, al verla, dijo con mucha alegría:
— ¡Qué linda moza te has vuelto! ¡Sí que valió la pena que vinieras al mundo! ¿Te acordarás de mi Jacinta y de mi Francisco?
— ¡Pero, tío, cómo no me voy a acordar!
— ¡Si estuviesen vivos, serían como tú!
— ¿Serían como yo? ¡Serían mejores que yo! Nuestro Señor, en esto, se equivocó. ¡Debía haber dejado acá a uno de ellos, y me dejó a mí! 1
Es difícil comparar las gracias
La hermana Lucía siempre tributó gran reconocimiento por las virtudes de sus primos Francisco y Jacinta, que Nuestra Señora llevó al Cielo, respectivamente el 4 de abril de 1919 y el 20 de febrero de 1920. La principal vidente recién comparecería delante de Dios el día 13 de febrero del 2005, cuando sus primos ya habían sido beatificados por Juan Pablo II durante su tercera peregrinación a Fátima, el 13 de mayo del año 2000.
Al conmemorarse el día 11 de junio de este año el centenario del nacimiento del Beato Francisco de Fátima (1908-2008), nada más justo que Tesoros de la Fe consagre un artículo resaltando las cualidades de alma y las gracias especialísimas con que fue favorecido este privilegiado del Cielo, ¡de quien la hermana Lucía señalaba que había tomado enteramente en serio el Mensaje de Nuestra Señora, y que habría sido mejor que ella!
No nos cabe deslindar cuál de las gracias concedidas a uno y a otro de los videntes fue mayor; y menos aún si la correspondencia a la gracia fue mayor en uno que en otro; nos cabe tan sólo describirlas, para que tomemos a los bienaventurados videntes como referencia, y así nuestra correspondencia personal al Mensaje de Fátima sea la mayor posible, según los designios de la Providencia para cada uno de nosotros.
Vidente inmerecidamente olvidado
Las personas que están al corriente de la historia de las apariciones de Fátima —y suponemos que el lector esté entre en esas condiciones— sabe que la Hna. Lucía veía, oía y hablaba con la Santísima Virgen; Jacinta veía y oía; Francisco veía, no obstante no oía ni hablaba. Por eso, tomaba conocimiento de lo que Nuestra Señora decía a través de las otras dos videntes.
Aquí se nota desde luego que la Santísima Virgen estableció una jerarquía entre ellos. Ese hecho llevó a que muchos colocasen la figura de Francisco un tanto de lado, como el menos favorecido de los videntes. Pero ese olvido es inmerecido, pues no considera que el favor de estar allí y ver a Nuestra Señora ya indica un privilegio altísimo, al cual Francisco correspondió admirablemente, como veremos en seguida.
Contemplación sacral de las obras de Dios
El P. Fernando Leite S.J. escribió un bello libro 2 sobre el Beato Francisco. En él dice el sacerdote jesuita:
“Esta pequeñita alma de poeta [Francisco], este carácter bondadoso, este corazón sensible, este contemplativo en embrión amaba todas las cosas. Comprendía que todas son obras de Dios, que después de crearlas las contempló con una mirada complaciente y vio que «todas eran muy buenas» (Gen. 1,31). Él vivía el pensamiento expresado por Cristo a Santa Catalina de Siena: «Yo quiero que tú seas enamorada de todas las cosas, porque todas son buenas, perfectas y dignas de ser amadas, pues todas, excepto el pecado, brotan de la fuente de mi bondad»”.3
Numerosos son los maestros de la doctrina católica que muestran cómo la contemplación de las cosas creadas eleva hasta Dios, porque todas ellas contienen en sí un reflejo de las perfecciones divinas, que la mirada humana percibe y el alma admira, y así es conducida a Dios. Se puede hablar aquí de una contemplación sacral del orden del universo.
Así, por ejemplo, los pequeños videntes se referían a las estrellas como las lámparas de los ángeles, a la Luna como la lámpara de Nuestra Señora, y al Sol como la lámpara de Nuestro Señor. En sus Memorias, la hermana Lucía menciona el hecho:
Francisco “iba con nosotras a la vieja era a jugar mientras esperábamos que Nuestra Señora y los ángeles encendieran sus lámparas. Se animaba también a contarlas, pero nada le encantaba tanto como la bonita salida y puesta del Sol. Mientras pudiera divisar alguno de sus rayos, no investigaba si ya había alguna lámpara encendida.
— «Ninguna lámpara es tan bonita como la de Nuestro Señor», decía él a Jacinta que prefería la de Nuestra Señora porque, decía ella, «no hace daño a los ojos».
Y entusiasmado seguía con la vista todos los rayos que, reflejándose en los cristales de las casas de las aldeas vecinas, o en las gotas de agua esparcidas en los árboles o arbustos de la sierra, los hacían brillar como otras tantas estrellas, a su modo de ver, mil veces más bonitas que las de los ángeles”.4
Por eso, el retrato espiritual que de él traza el P. Fernando Leite es perfecto:
“Francisco se nos presenta como una de esas almas interiores, muy sensibles, de índole contemplativa, que no gustan del bullicio, más amigas de pensar que de hablar, más propensas a oír que a manifestarse, más propensas a estar quietas que a moverse. En casa y dentro de un círculo restringido se sienten bien y son hasta expansivas. Fuera de sus amigos o del ambiente familiar, se cierran discretamente a todo lo que no les interesa, detestando los grandes apretujamientos y las exterioridades. Más tarde [después que comenzaron las apariciones de la Santísima Virgen], veremos a Franciscoaislarse en los montes para meditar y contemplarsosegadamente o huir a la iglesia a fin de estar solo con Jesús.5
En esta última frase, el P. Leite se refiere al tiempo —después de las apariciones— en que Francisco acompañaba a Lucía hasta la escuela, donde ésta iba a aprender a escribir, conforme la orden de la Santísima Virgen. Decía él a su prima: “Mira, ve tú, yo me quedo aquí en la iglesia con Jesús escondido. No vale la pena que vaya a la escuela porque de aquí a poco me voy al Cielo. Al salir, me llamas”.6
Gracias místicas del más elevado grado
El P. Joaquín María Alonso C.M.F. —sacerdote claretiano que, por designación del obispo de Leiría, trabajó desde 1966 hasta su muerte, en diciembre de 1981, en la edición crítica de los documentos referentes a las apariciones de Fátima— concuerda fundamentalmente con el P. Leite. Y va más allá.
Tratando de remediar el olvido inmerecido al que fue relegado Francisco, le consagra un capítulo especial en su obra póstuma poco divulgada, pero preciosa, titulada Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fátima. El título del capítulo ya lo dice todo: Francisco, el extático contemplativo.7
El P. Alonso opina que la percepción mística de Francisco era del más alto grado y, por eso, “la propia visión del infierno no lo impresionó tanto, ciertamente porque contempló el misterio de la iniquidad a la luz superior de la contemplación mística.8
Continúa el P. Alonso: “La percepción mística de Francisco estaba toda subordinada al fenómeno que Lucía llama el reflejo”,9 que se daba durante las apariciones, en el cual los videntes se veían como que sumergidos en Dios, y que provocó el siguiente comentario de Francisco: “Esta gente se queda tan contenta sólo porque les decimos que Nuestra Señora mandó rezar el rosario y que fueses a la escuela. ¡Qué sería si supiesen lo que Ella nos mostró en Dios, en su Inmaculado Corazón, en esa luz tan grande! Pero eso es secreto, no se cuenta. Es mejor que nadie lo sepa”.10 La hermana Lucía explica: “Lo que más le impresionaba y absorbía era Dios, la Santísima Trinidad en aquella luz inmensa que nos penetraba en lo más íntimo del alma”.11
Así, “todo nos lleva a la conclusión —comenta el P. Alonso— de que la percepción mística de Francisco era de la más alta calidad entre las gracias místicas. Los efectos, que Lucía llamaba íntimos, producidos en los videntes por las apariciones, en Francisco se producían por simple visión intelectual. De ahí su inefabilidad”.12
De donde la osada afirmación del P. Alonso, de que las “visiones intelectuales altísimas”, concedidas a Francisco, fueron “mucho más perfectas místicamente que las que experimentaron Jacinta y Lucía”.13
Si bien que no precisamos necesariamente concordar con esa valoración de las gracias concedidas a los videntes, ella en todo caso indica que Francisco no fue un participante apagado delaffaire Fátima, sino un protagonista con un papel muy especial, que el P. Alonso se complace en desmenuzar en seguida.
La prioridad de Francisco: consolar a Jesús
Observa el P. Alonso 14“Lucía resaltó bien las diferencias entre la espiritualidad de Francisco y la de Jacinta, en lo que se refiere a la comprensión mística, inteligencia, carácter, etc., y sobre todo en lo que se refiere a la práctica de la reparación, diciendo: «Mientras Jacinta parecía preocupada con el único pensamiento de convertir a los pecadores y librar a las almas del infierno, él sólo parecía pensar en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que estaban tan tristes» 15.”
Sor Lucía narra también la siguiente conversación:
“Un día le pregunté:
— Francisco, ¿qué te gusta más, consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que no vayan más almas al infierno?
— Me gusta más consolar a Nuestro Señor. ¿No te diste cuenta cómo Nuestra Señora, todavía en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no ofendieran más a Nuestro Señor que ya estaba muy ofendido? Yo querría consolar a Nuestro Señor y después convertir a los pecadores para que no le ofendan más”.16
Le era tan clara la prioridad espiritual de consolar a Dios, que a todo propósito la explicitaba. La hermana Lucía cuenta que, cuando ya estaba enfermo, ella “entraba con Jacinta a su cuarto y nos dijo:
— Hoy hablen poco que me duele mucho la cabeza.
— No te olvides de ofrecerlo por los pecadores, le dijo Jacinta.
— Sí, pero lo ofrezco primero para consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora; y después lo ofrezco por los pecadores y por el Santo Padre”.17
Aún en las vísperas de morir, Francisco le dijo a Lucía:
Tumba de Francisco
— “Estoy muy mal; me falta poco para ir al Cielo.
— Ve, pero no te olvides allí de pedir mucho por los pecadores, por el Santo Padre, por mí y por Jacinta.
— Sí, pediré; pero mira, prefiero que pidas esas cosas a Jacinta, porque yo tengo miedo de que se me olvide en cuanto vea a Nuestro Señor. Sobre todo quiero consolarle a Él”.18
De donde concluye el P. Alonso:
“La contribución de Francisco al Mensaje de Fátima no se da principalmente en el orden apologético. [...] Su importancia proviene de su experiencia inefable de la consolación de Dios, del carácter absolutamente original de su espiritualidad «teocéntrica»; es decir, dirigida primero y antes que todo a restituir a Dios la gloria perdida por el pecado, y sólo después a la salvación de las almas. Esta lección es importante en tiempos en que una actitud horizontalista está haciendo perder el equilibrio, en favor de un antropocentrismo fuera de órbita. Y ahí está la verdadera contribución espiritual de Francisco. Será necesario, por lo tanto, no solamente sacarlo del olvido en que fue mantenido, sino también darle la importancia primordial que tiene, en el interior del Mensaje de Fátima”.19
“Qué luz tan bonita, allí, junto a nuestra ventana”
Ciertamente por eso fue premiado con una visión celestial poco antes de morir. Narra el P. Fernando Leite S.J.:
“Muy temprano, el 4 de abril de 1919, Francisco exclamó:
— «¡Oh madre, qué luz tan bonita, allí, junto a nuestra ventana!»
Y después de algunos minutos de dulce arrobo:
— «Ahora ya no veo».
Poco tiempo después, su rostro se iluminó con una sonrisa angelical y hacia las diez horas de la mañana sin agonía, sin una contracción, sin un gemido, expiró dulcemente”.20
Es lícito suponer que fue el propio Dios —que es luz infinitamente bella— que así se manifestó en el postrero momento al confidente de la Virgen.
Los santos son especiales intercesores de las gracias afines a su escuela espiritual: pidamos al beato Francisco de Fátima que nos obtenga una participación de su deseo jamás desmentido, de consolar a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen. Consolación que daremos a Dios aceptando valientemente todos los sufrimientos y disgustos que provengan de nuestra oposición valerosa a este mundo de nuestros días, ¡que se levanta orgullosamente —pero, al final, en vano— contra todos los mandamientos de la ley de Dios!     
Notas.-
1. Cf. Sebastião Martins dos ReisLa vidente de Fátima dialoga y responde sobre las apariciones, Editorial Franciscana, Braga, 1970, p. 123.
2. P. Fernando Leite  S.J.Francisco de Fátima, Editorial A. O., Braga, 4ª ed., 1986, 168 pp.
3. Carta de Santa Catalina de Siena a una abadesa, apud Fray Enrique Fernández  O.P.Una Madre Santa de nuestro tiempo, Editorial Fides, Salamanca, 2ª ed., p. 218; P. Leite, op. cit., pp. 17-18.
4. IV Memoria, pp. 99-100 — nuestras citaciones de las Memorias de la Hermana Lucía son extraídas de la obra del P. Antonio María Martins  S.J.El futuro de España en los documentos de Fátima, Madrid, 1989.
5. P. Leite, op. cit., p. 21.
6. IV Memoria, p. 115.
7. P. Joaquín María Alonso  C.M.F.Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fátima, Arias Montano, Madrid, 1990, pp. 113-129.
8. P. Alonso, op. cit., p. 122.
9. P. Alonso, op. cit., p. 123.
10. IV Memoria, p. 106.
11. Idem, p. 107.
12. P. Alonso, op. cit., p. 121.
13. P. Alonso, op. cit., p. 127.
14. P. Alonso, op. cit., p. 126.
15. IV Memoria, p. 116.
16. Idem, p. 115.
17. Idem, p. 116.
18. Idem, p. 122.
19. P. Alonso, op. cit., pp. 128-129.
20. P. Leite, op. cit., p. 154.

Fuente: http://www.fatima.org.pe/

jueves, 11 de febrero de 2016

Los orígenes de Lourdes

Maravillosa lección en los orígenes de Lourdes

Novena y Medalla de la Salud de la Virgen de Lourdes
Un misterioso designio envuelve a los lugares que Dios reserva para grandes acontecimientos futuros. Lourdes es uno de ellos. Pocos recuerdan que en el siglo VIII había allí una ciudadela mahometana que tenía por emir a un tal Mirat, feroz seguidor de Mahoma. 

El año 778, Carlomagno, rey de los francos, sitió la fortaleza. El sarraceno se resistió, y en pleno asedio envió de regalo al gran Carlos una enorme trucha, prueba de su capacidad para soportar el sitio. Según la leyenda, un águila gigante dejó caer al pez en la plaza del castillo



Pida aquí la Novena y la Medalla de la Salud 
Ciudadela de Lourdes


En vista del pez, y apremiado por otros frentes de batalla, Carlos decidió levantar el sitio. Pero Turpin, el combativo arzobispo de Puy-en-Velay, se presentó con mitra y báculo episcopal, armado de coraza y espada, ante el orgulloso Mirat. Lo increpó por su engaño y lo intimó a que se rindiera. El sarraceno respondió que había jurado por Alá jamás entregar sus armas a otro combatiente. 

Pida aquí la Novena y la Medalla de la Salud
El ingenioso arzobispo le propuso, entonces, capitular a los pies de una bella dama llena de bondad, reina del Cielo, a quien hasta el gran Carlos obedecía: la Santísima Virgen. Y el milagro moral se operó: el musulmán se hizo cristiano. Fue bautizado como Lorus, de donde proviene el nombre Lourdes. Entregó sus armas en el santuario de Nuestra Señora de Puy-en-Velay y dedicó el resto de su vida al comando de la fortaleza; uno de los primeros feudos personales de la Santísima Virgen. 


En recuerdo del hecho, hoy el blasón de la ciudad de Lourdes ostenta un águila negra con una trucha plateada en el pico. 

Una maravillosa lección para nuestra época amenazada por el Islam

Fuente: http://www.fatima.org.pe

miércoles, 10 de febrero de 2016

Pecados contra el Espíritu Santo


LOS IMPERDONABLES PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU
 SANTO Y LA MISERICORDIA DE DIOS

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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1. AL QUE LA DIGA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO, NO SE LE PERDONARÁ

En los Evangelio Sinópticos, es decir Marcos, Mateo y Lucas, se nos dice que hay un pecado y blasfemia que no tendrá perdón nunca, ni en este mundo ni en el otro, ¿cuál es este pecado tan grave y que hay de verdad que nunca podrá ser perdonado?

Evangelio de san Marcos: “Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno”  (Marcos 3,28-29)

Evangelio de san Mateo: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”. (Mateo 12, 30-32)

Evangelio de san Lucas: “A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará”. (Lucas 12, 10)

Estas sentencias, corresponden a una respuesta del Señor a los fariseos, y el punto es si es para atemorizarlos o exhortarlos a que no se blasfeme contra el Espíritu Santo, dada la gravedad que está implícita en esta falta. Porque por otra parte, sabemos que nuestro Padre Dios perdona nuestros pecados, así lo afirma el Hijo: “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”, (Mt 6,14) y más adelante nos dice Jesús: “Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados”  (Mt 9, 6). Entonces porque esta obstinación de los Evangelios Sinópticos?,  o porque al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro?. La respuesta no parece tan sencilla, en especial para aquellos que no poseemos un estudio teológico tan afinado. Lo que queda claro, -como lo propone San Agustín, sermones, 71- es que el Señor nos pide, no mostrarnos rebelde al don del Espíritu Santo, por cuyo don se opera el perdón de los pecados.

2. REFLEXION DEL TEXTO BIBLICO

Se lo denomina “blasfemia” (Mt-Lc) o “pecado” (Mc) contra el Espíritu. Añadiéndose por los tres sinópticos que no será perdonado. ¿Por qué esto? ¿Cuál es su naturaleza? Está acusada en el contexto mismo, en el versículo de Mateo 12,24: “Mas los fariseos, al oírlo, dijeron: Este no expulsa los demonios más que por Belcebú, Príncipe de los demonios”.  Ante la expulsión de un demonio por Jesús, los fariseos atribuían este poder del Señor al Príncipe de los demonios, es decir al diablo; atribuían el bien al mal; atribuían la acción de Dios por facultad y obra del Espíritu Santo a una a acción satánica. En estas condiciones, el pecado contra el Espíritu Santo, es imperdonable por su misma naturaleza, aunque no en absoluto, pues Dios puede cambiar el corazón del hombre que por un instante piense y luego llevarlo por caminos  de rectitud y a una condición de perdón. Así nos relata Lucas en los Hechos de los Apóstoles, donde muchos que fueron fariseos, se convirtieron después de la resurrección de Cristo, y el mismo Pedro dice: “pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre”  (Hechos 10,28)

En muchos casos la redacción en la Biblia expresa con extremismo algunas sentencias, como la de Mateo: “pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”, que en cualquier caso significa nunca, pero por otra parte el mismo Mateo, igual como lo expresa Lucas, dice previamente; “Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará”. Esta contraposición no está en el Evangelio de Marcos. Entonces cual es la diferencia entre el pecado contra el Hijo del hombre en contraposición al del Espíritu Santo? El primero un pecado de ignorancia; el otro, de malicia y desprecio a Dios.

Antonio Royo Marín, O.P., en su Libro Teología Moral para Seglares (BAC), nos aclara sobre este pecado: “Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen con refinada malicia y desprecio formal de los dones sobrenaturales que nos retraerían directamente del pecado. Se llaman contra el Espíritu Santo porque son como blasfemias contra esa divina persona, a la que se le atribuye nuestra santificación”.

Cristo calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo la calumnia de los fariseos de que obraba sus milagros por virtud de Belcebú (Mt. 12,24-32). Era un pecado de refinadísima malicia, contra la misma luz, que trataba de destruir en su raíz los motivos de credibilidad en el Mesías.

3. NÚMERO (CANTIDAD) Y DESCRIPCIÓN DE LOS PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

En realidad, los pecados contra el Espíritu Santo no pueden reducirse a un número fijo y determinado. Todos aquellos que reúnan las características que acabamos de señalar, pueden ser calificados como pecados contra el Espíritu Santo. Pero los grandes teólogos medievales suelen enumerar los seis más importantes, la desesperación, la presunción, la impugnación, la envidia del provecho espiritual del prójimo,  la obstinación en el pecado y  la impenitencia deliberada, que se detalla a continuación:

La desesperación. Entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.

La presunción. Que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.

La impugnación de la verdad conocida. No por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.

La envidia del provecho espiritual del prójimo. Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él -no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo- (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

La obstinación en el pecado. Rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de “duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo” (Hech 7,51).

La impenitencia deliberada. Por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. “Si a la hora de la muerte—decía un infeliz apóstata—pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando”.

4. "CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS"

Es doctrina de fe, es lo que se nos ha enseñado y a lo cual estamos convencidos de esto, es en el poder de la Iglesia para perdonar todos los pecados, así es que rezamos en nuestra profesión de fe: “creo en el perdón de los pecados”. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

La Iglesia: “ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado” (San Agustín, Sermón 214, 11).

Destaca nuestro Catecismo Católico: “No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no pueda contar con la esperanza cierta de perdón" (Catecismo Romano, 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22)” CIC 982.

“Dice san Agustín: “Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don” (San Agustín, Sermón 213, 8, 8).

5. ENTONCES, ¿ES ABSOLUTAMENTE IMPERDONABLE ESTE PECADO?

Un aspecto que me parece importante reflexionar, es sobre los convertidos y, los paganos que por no conocer o no tener claridad, o empujados por otros, ofendieron al Espíritu Santo, los mismos judíos que sabían del Espíritu Santo, pero negaron la presciencia de éste en Cristo,  o en la misma Iglesia, o los que niegan que el Espíritu Santo sea la tercera persona de la Trinidad, pero luego al estar en conocimiento de la verdad, ¿acaso, deben estos ser abandonados y considerados como no tienen la posibilidad de salvación?, como dice el Señor: “no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. (Mt 13, 15)

Entonces, ¿es absolutamente imperdonable este pecado? A pesar de que en el Evangelio se nos dice que: “al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”. (Mt 12, 30-32), no hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay, ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo. Como lo expresa Lucas: “Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados”  (Hechos 3,19). Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones y sin arrepentirse, se le perdone su pecado. Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle.

6. LA CONVERSIÓN Y VUELTA A DIOS NO ES IMPOSIBLE

El caso peor, es el hecho del pecador que no desea arrepentirse de haber blasfemado, entonces morirá obstinado en su pecado. Sin embargo, la conversión y vuelta a Dios de hombres malos no es absolutamente imposible, quizá para los hombres sí, pero la Misericordia de Dios siempre será un atractivo, esto es un misterio que solo lo podemos reconocer en nuestros propios corazones. Recordemos que Dios le habló a Caín al corazón, en un dialogo cariñoso e íntimo,  (Génesis 4, 6-7). En efecto, conforme al relato del Génesis, Dios se comporta como un Padre amoroso e invita a Caín a cambiar sus sentimientos y le anima a levantar el rostro abatido, y para eso solo debe obrar bien. Este es un gran detalle que se pone en los labios de Dios, que nos invita a oír la voz de la conciencia del hombre, esta es la voz de Dios que nos susurra y que nos advierte que no debemos actuar mal, es la voz que nos invita a tomar siempre un buen camino. Lo triste es que Caín no quiso oír la voz de Dios, reflejada en la de su conciencia, que le prevenía contra el pecado o crimen, y se decide a lo peor.

Hemos sido creados por Dios, por tanto la amistad con Él se encuentra en nuestro corazón, y lo mejor que podemos tener, es la maravillosa oportunidad de dialogar con toda confianza con El, y si le hemos ofendido, confiar en su misericordia. El Concilio Vaticano II nos lo dice con toda certeza: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador" (GS 19,1).

En uno de sus aforismos, la Beata Carmelita Isabel de la Trinidad nos dice: “Vivamos con Dios como con un amigo, tengamos una fe viva para estar en todo unidos a Dios” (H, 576).

Al Señor de la misericordia, que hizo todo los creado con su palabra, le pedimos que al juzgar, tengamos en cuenta su bondad y, al ser juzgados, confiemos es misericordia. (Cfr. Sabiduría 12,22)

El Señor nos bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Fuentes:
www.caminando-con-jesus.org
Biblia de Jerusalén
Catecismo Católico
Diccionario Teológico Ravasi
Antonio Royo Marín, O.P., en su Libro Teología Moral para Seglares    (BAC), pagina 267

domingo, 7 de febrero de 2016

jueves, 4 de febrero de 2016

Fátima: "La Santísima Virgen está muy triste porque nadie presta atenció a su mensaje..."

 

El Padre Agustín Fuentes era un sacerdote mejicano que se estaba preparando para convertirse en el postulador de las causas para la beatificación de Francisco y de Jacinta,  En efecto, tuvo el privilegio de hablar con todo detalle con la vidente de Fátima el 26 de diciembre de 1957. Anteriormente se había reunido con ella el 10 de agosto de 1955.

Después de su regreso a Méjico, el 22 de mayo de 1958 dio una conferencia en la casa matriz de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón y de Nuestra Señora de Guada­lupe. Durante esta conferencia, relató las palabras de Sor Lucía. El resumen de esta conferencia fue publicado, señala el Padre Alonso, “con toda garantía de autenticidad y con la debida aprobación episcopal, incluyendo la del Obispo de Leiria.” El Padre Fuentes dejó en claro (p.503) que este fue un mensaje recibido “de los propios labios de la vidente principal”. Aquí están los extractos del texto original español, citado por el Padre Alonso: 


La conversación de sor Lucía con el P. Fuentes (26 de diciembre de 1957)

Yo deseo solamente contar a ustedes de la última conversación que tuve con Sor Lucía el 26 de diciembre del año pasado. Me reuní con ella en su convento. Estaba muy tris­te, muy pálida y demacrada. Me dijo:

“Nadie ha prestado ninguna atención” 

“Padre, la Santísima Virgen está muy triste porque nadie ha prestado ninguna atención a Su mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos continúan su camino, pero sin dar ninguna importancia a Su Mensaje. Los malos, no viendo realmente caer el castigo de Dios sobre ellos, con­tinúan su vida de pecado sin atender siquiera el mensaje. Pero créame Padre, Dios castigará al mundo y eso será de una manera terrible. El castigo del Cielo es inminente.”

El secreto no revelado

“Padre, ¿cuanto tiempo hay antes de que llegue 1960? Será muy triste para todos, ninguna persona se alegrará de nada si antes el mundo no reza y hace penitencia. No puedo dar ningún otro detalle, porque esto es todavía un secreto. De acuerdo a la voluntad de la Santísima Virgen, solo al Santo Padre y al Obispo de Leiria les está permitido cono­cer el secreto, pero ellos han elegido no saberlo, para no ser influenciados.

“Es la tercera parte del Mensaje de Nuestra Señora, la que permanecerá secreta hasta 1960.” (p.504)

Rusia, el instrumento de castigo de Dios

“Dígales Padre, que muchas veces la Santísima Virgen dijo a mis primos Francisco y Jacinta, tanto como a mi, que muchas naciones desaparecerán de la faz de la tierra. Ella dijo que Rusia será el instrumento de castigo elegido por el Cielo para castigar al mundo entero si antes nosotros no obtenemos la conversión de esa pobre nación...” 

La batalla decisiva  entre María y Satán: la apostasía de las almas consagradas y de los sacerdotes

“Sor Lucía también me dijo: Padre, el demonio está obstinado en emprender una batalla decisiva contra la San­tísima Virgen. Y el diablo sabe que es lo que más ofende a Dios, y lo que ganará para él en el más corto plazo de tiempo el mayor número de almas. Así, el diablo hace todo lo posible para vencer a las almas consagradas a Dios, por­que de esa forma, logrará dejar abandonadas de sus guías las almas de los fieles; con ésto se apoderará de ellas aún más fácilmente.” 

“Lo que aflige al Inmaculado Corazón de María y al Corazón de Jesús es la caída de las almas religiosas y sa­cerdotales. El diablo sabe que los religiosos y sacerdotes que apostatan de su hermosa vocación, arrastran numerosas almas al infierno... El diablo quiere tomar posesión de las almas consagradas. Trata de corromperlas, para adormecer las almas de los laicos y llevarlas así a la impenitencia final. El emplea todos los trucos, yendo incluso tan lejos como para sugerir demorar la entrada en la vida religiosa. Resultado de esto es la esterilidad de la vida interior, y entre los laicos, frialdad (falta de entusiasmo) en la re­nuncia a los placeres y a la dedicación total de si mismos a Dios.” (p.505) 

Lo que santificó a Jacinta y a Francisco

“Dígales también Padre, que mis primos Francisco y Jacinta se sacrificaron, porque en todas las apariciones de la Santísima Virgen María, siempre La vieron muy triste. Ella nunca nos sonrió. Esta tristeza, esta angustia que notamos en Ella, penetró nuestras almas. Esta tristeza es causada por las ofensas contra Dios y los castigos que ame­nazan a los pecadores. Y así, nosotros, niños, no supimos que pensar, excepto inventar diversos medios de rezar y hacer sacrificios. (...)

“La otra cosa que santificó a estos niños fue ver la visión del Infierno.”

La misión de sor Lucía

“Padre, es por ello que mi misión no es indicar al mundo los castigos materiales que ciertamente vendrán si el mundo no reza y hace penitencia antes. ¡No! Mi misión es indicar a todos el peligro inminente en que estamos de per­der nuestras almas por toda la eternidad si permanecemos obstinados en el pecado.”

La urgencia de la conversión 

“Sor Lucía me dijo también: No debemos esperar un lla­mado al mundo que venga de Roma, de parte del Santo Padre, para hacer penitencia. Ni debemos esperar que el llamado a penitencia venga de los Obispos de nuestras diócesis, ni de las congregaciones religiosas. ¡No! Nuestro Señor ya ha usado muy a menudo estos medios y el mundo no ha prestado atención. Por eso ahora es necesario a cada uno de nosotros comenzar a reformarnos espiritualmente. Cada persona debe, no solamente salvar su propia alma, sino también todas las almas que Dios ha puesto en su camino...”

“El diablo hace cuanto está en su poder para distraer­nos y quitarnos el amor por la oración; seremos salvados juntos o seremos condenados juntos.” (p.506)

Los últimos tiempos 

“Padre, la Santísima Virgen no me dijo que estamos en los últimos tiempos del mundo, pero Ella me lo hizo com­prender por tres razones; La primera razón es porque Ella me dijo que el Diablo está empeñado en una batalla decisiva contra la Virgen. Y una batalla decisiva es la batalla fi­nal, donde un bando será victorioso y el otro sufrirá la derrota. Por lo tanto, de ahora en adelante debemos elegir los bandos. O estamos con Dios o estamos con el diablo. No hay otra posibilidad.”

Los últimos remedios

“La segunda razón es porque Ella dijo a mis primos y a mi misma, que Dios está dando los dos últimos remedios al Mundo. Estos son: el Santo Rosario y la Devoción al Inmaculado Corazón de María. Estos son los dos últimos remedios, lo cual significa que no habrá otros.”

El pecado contra el Espíritu Santo

“La tercera razón es porque en los planes de la Divina Providencia, Dios siempre antes de castigar al Mundo, agota todos los otros remedios. Entonces, cuando ve que el Mundo no presta aten­ción a pesar de todo, como decimos en nuestra imperfecta manera de hablar, El nos ofrece con una cierta inquietud el último medio de salvación, Su Santísima Madre. Y es con una cierta inquietud, porque si nosotros despreciamos y recha­zamos estos últimos medios, no tendremos ningún otro perdón del Cielo, porque habremos cometido un pecado que el Evan­gelio llama "el pecado contra el Espíritu Santo". Este pe­cado consiste en rechazar abiertamente, con todo conoci­miento y consentimiento, la salvación que El ofrece. Recor­demos que Jesucristo es un muy buen Hijo, y que El no per­mite que ofendamos y despreciemos a Su Santísima Madre. Debemos tener en cuenta, que a través de muchos siglos de la historia de la Iglesia, los obvios testimonios demues­tran, "por los castigos terribles que han acontecido a aquellos que han atacado el honor de Su Santísima Madre", como Nuestro Señor (p.507) Jesucristo siempre ha defendido el honor de Su Madre.”

Oración, sacrificio y el Santo Rosario

“ Sor Lucía me dijo: los dos medios para salvar al Mun­do son la oración y el sacrificio.

“Respecto al Santo Rosario, Sor Lucía dijo: Mire Pa­dre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en los que vivimos, ha dado una nueva eficacia al rezo del Rosa­rio, hasta tal punto, que no hay problema, ni cuestión por difícil que sea, tanto temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras fami­lias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o incluso de la vida de los pueblos y de las nacio­nes, que no pueda ser resuelto por el Rosario. No hay pro­blema, le digo, ni asunto por difícil que sea, que nosotros no podamos resolverlo con el rezo del Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos. Nos santificaremos. Consola­remos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas.”



Capítulo X, tomo III de "Toute la Vérité sur Fatima", por Fr. Michel de la Sainte Trinité. Traducción nuestra de la versión inglesa.

martes, 2 de febrero de 2016

Mensaje de la Santísima Virgen en Medjugorje del 2 de febrero de 2016

Jacinta Marto, la admirable vidente de Fátima

La santidad de Jacinta, la admirable vidente de Fátima



Jacinta era una niña cuando la Santísima Virgen apareció en Fátima. Entra en la Historia a los siete años, precisamente a la edad que habitualmente se acostumbra señalar como la del comienzo de la vida consciente y de la razón. ¿En qué medida una criatura de esa edad es capaz de practicar la virtud? ¿Y de practicarla de modo heroico?

Atilio Faoro

La historia de la espiritualidad católica tiene ejemplos sorprendentes de santidad a corta edad: Santa María Goretti, martirizada a los once años con plena conciencia de lo que hacía; Santo Domingo Savio, que murió a los quince años.
Jacinta Marto —y su hermano Francisco— fueron beatificados el día 13 de mayo del 2000 en el Santuario de Fátima, por S. S. Juan Pablo II, después de un riguroso proceso canónico en Roma. ¿Cuál es el secreto de la santidad de Jacinta? El tema además de actual es altamente oportuno, al conmemorarse este mes el centenario del nacimiento de la más pequeña de los tres videntes.
*     *     *
Jamás se verá en aquel sitio cosa igual: 70 mil personas, venidas de todos los rincones de Portugal, están reunidas, bajo la lluvia, en el lugar denominado Cova da Iría. ¿Qué ocurrió?
Es el día 13 de octubre de 1917. A duras penas, los tres pastorcitos intentan atravesar la multitud rumbo a sus humildes casas en Aljustrel. La menor de los niños —nuestra Jacinta— es conducida a través de atajos por un soldado, que la protege de las manifestaciones de entusiasmo de personas que desean verla y dirigirle la palabra. Miles de preguntas, pedidos de oración e intercesiones. Conversiones, lágrimas de alegría...
Los pequeños —Lucía, Francisco y Jacinta— no prestan atención a la multitud reunida, la cual ha presenciado el milagro del Sol al final de la última aparición. Sus mentes están tomadas por la sublimidad y por el esplendor del extraordinario hecho sobrenatural que hace poco acaban de contemplar. La Señora del Cielo, con quien hablaron en seis ocasiones, acababa de realizar el milagro prometido...
Desapego con relación a las alabanzas de los hombres
Jacinta Marto, con apenas siete años de edad, está dotada de una marcada seriedad. La frente fruncida indica profunda preocupación. Los ojos, que aún reflejan maravillosamente el brillo de lo que habían contemplado, están contraídos pero calmados, revelando un alma inclinada al recogimiento.

¿Qué decir de esta fisonomía? Tal vez Jacinta se esté acordando de los penosos caminos recorridos anteriormente en medio del desprecio, de los improperios y hasta de los golpes de aquellos que ahora están en medio de la multitud. No, la alegría del momento no la impresiona, ella conoce bien la inconstancia del espíritu humano. Su voluntad está puesta en Dios, en el cumplimiento de la voluntad divina, de tal modo que, después de las apariciones, llevó verdaderamente la vida de una gran santa. La Congregación para la Causa de los Santos constató: su voluntad era enteramente sumisa a la de Dios. ¡Cómo sería útil, particularmente para nuestros días, conocer la vida de esta niña!
El camino de la santidad
En el espacio de tiempo que va de los siete a los diez años, en que soportó heroicamente el fardo de la enfermedad que la llevaría a la muerte, Jacinta surcó el camino de la santidad. A una edad tan precoz conoció profundamente la realidad de la vida. Su existencia fue corta, aunque repleta de acontecimientos extraordinarios e incluso fascinantes. Describirla superaría los límites de este artículo. Tendremos pues que ceñirnos a los trazos distintivos de su alma, a algunas escenas de su vida y mencionar algunos testimonios.
Esta niña recorrió el camino de la santidad de tal forma, que sus padres y parientes llegaron a exclamar respecto a ella y a los otros dos videntes: “Es un misterio que no se logra comprender. Son niños como otros cualesquiera. Sin embargo, ¡se percibe en ellos un algo de extraordinario!” Sí, ¿qué había de extraordinario en esas criaturas que las personas (¡hasta hoy!) no consiguen entender?
¿Quién fue Jacinta Marto? La menor de una numerosa prole, nació el 11 de marzo de 1910. De naturaleza dulce, era una niña como las demás. Jugaba, cantaba, tenía sus defectos mayores o menores, su temperamento y, naturalmente, sus preferencias... hasta el 13 de mayo de 1917.
Oración y sacrificios rescatan a los pecadores
Después de aquel día, Jacinta emprendió un profundo cambio interior, una conversión de vida como Nuestra Señora había pedido. Las palabras de María Santísima impregnaron de modo indeleble su alma y pasaron a ser el contenido, el ideal de su vida. Más aún, colocó ese ideal en práctica.

“¡Haced penitencia por los pecadores! Muchas almas se van al infierno porque nadie reza y se sacrifica por ellas” — Tales palabras encontraron honda resonancia en Jacinta. ¡Con qué inquebrantable voluntad hacía penitencia! Aquí mencionaré algunos ejemplos de esta precoz y gran santa. No vacilaba en ayunar frecuentemente un día entero, sin comer o beber nada, entregando alegremente su pan a los niños pobres. Otros días, comía justamente aquello que más detestaba. Llevaba como penitencia una gruesa cuerda alrededor de la cintura. ¡Nada, ningún sacrificio le parecía demasiado grande, si se trataba de la salvación de las almas!
El pecado y el cielo en su espiritualidad
De hecho, se puede decir que la espiritualidad de Jacinta se fundaba en los pedidos formulados por la Santísima Virgen. Contiene dos aspectos importantes: 1) un claro concepto del pecado; y, 2) una noción muy definida de la belleza sobrenatural del cielo. Exactamente dos puntos con relación a los cuales nuestra época está inmensamente distante.
No se habla más de pecado. Esta palabra está siendo omitida en muchas catequesis y proscrita del pensamiento de las personas. Junto con eso, ¡necesariamente también está siendo eliminada la idea del propio Dios!Pues, ¿a quién ofende más el pecado, sino a la honra divina? 
Estrechamente relacionado con este pensamiento viene el segundo punto: la noción clara de la belleza sobrenatural del cielo. Cuanto más intensamente un alma tenga esa noción de lo sobrenatural celestial, tanto más fácil será su correspondencia a los llamados de la Madre de Dios. Jacinta es un ejemplo concreto arrebatador de tal correspondencia. El mensaje de su vida nos convida a reconocer esos aspectos del mensaje de la Santísima Virgen y hacer de ellos el eje orientador de nuestras vidas.
Sus enormes penitencias salvaron a muchas almas
Profundamente impresionada por la visión del infierno y por el misterio de la eternidad, Jacinta no escatimó ningún sacrificio orientado a la conversión de los pecadores. En su enfermedad —una tuberculosis que la llevó a la muerte— ofrecía principalmente sus dolores: “Sí, yo sufro, no obstante ofrezco todo por los pecadores, para desagraviar al Inmaculado Corazón de María. Jesús, ahora puedes convertir muchos pecadores porque este sacrificio es muy grande”.
El R. P. Luis Fischer, gran apóstol de Fátima, examina el cuerpo de Jacinta durante su primera exhumación, el 12 de setiembre de 1935. El rostro de la vidente fue encontrado incorrupto.

Todos los que conocieron a Jacinta sentían cierto respeto por ella. Lucía, su prima, escribe: “Jacinta era también aquella [de los tres niños] a quien, me parece, la Santísima Virgen dio la mayor plenitud de gracias y conocimiento de Dios y de la virtud. Ella parecía reflejar en todo la presencia de Dios”.
Hasta en su dolorosa enfermedad se mostraba siempre paciente, sin ningún reclamo, enteramente desprendida. Conducta que no correspondía a su carácter natural. ¿Qué hacía posible en esta niña la práctica de tal fortaleza y manifestar semejante comportamiento?
La propia Jacinta da respuesta a esa pregunta cuando exclamaba: “Gusto tanto de Nuestro Señor y de Nuestra Señora que nunca me canso de decir que los amo. ¡Cuando yo digo eso muchas veces, me parece que tengo una lumbre en el pecho, pero no me quema!” ¡Su ardiente amor a Jesús y María! Ése fue el amor que transformó a Jacinta y que hizo de ella una copia fiel de las virtudes de la Virgen Santísima.
Último sacrificio: con la muerte, el aislamiento
Tan heroica fue la muerte cuanto la vida de Jacinta, ocurrida en un hospital de Lisboa, completamente sola. Esto fue objeto de una de las últimas previsiones recibidas por Jacinta, directamente de la Santísima Virgen. ¡Con qué valentía conservó la niña este pensamiento! Dejémosla narrar esta profecía, confiada por ella a Lucía:
“Nuestra Señora me dijo que voy a Lisboa a otro hospital; que no te vuelvo a ver, ni a mis padres tampoco. Que después de sufrir mucho moriré sola. Pero que no tenga miedo, que Ella me irá a buscar para ir al cielo”.
La Madre de Dios anunció también el día y la hora en que había de morir. Cuatro días antes, la Santísima Virgen le retiró todos los dolores. Como nadie estuvo presente en ese grandioso momento, apenas podemos imaginar la escena. ¿Cómo habrá sido la recepción de este pequeño lirio en el cielo?
Las lápidas de Jacinta y Lucía en el Santuario de Fátima.

Delante de la Santísima Virgen, aquel rostro virginal no estará más contraído por el sufrimiento, sino resplandeciente en presencia de Aquel que fue el fundamento de su vida: “¡Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la lumbre que tengo acá dentro del pecho y que me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!”
De qué manera el conocimiento de la vida de Jacinta actúa sobre las almas, puede deducirse de las palabras del padre Luis Kondor S.V.D., actual vice-postulador de la causa de canonización de los hermanitos Marto: “Nunca en la Historia de la Iglesia dos niños fueron tan conocidos y estimados como Francisco y Jacinta. Ellos han traído a innumerables almas al camino de la perfección”.
Deseamos que la vida de Jacinta tenga una gran difusión ¡para la salvación de las almas y el próximo triunfo del Inmaculado Corazón de María!     

Analogía entre las acciones ejercidas por la Santísima Virgen sobre los pastorcitos de Fátima y la humanidad

Extractos de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira para socios y cooperadores de la TFP, el 13 de octubre de 1971. Sin revisión del autor.

La verdadera directora espiritual de Jacinta, Francisco y Lucía fue, esencialmente, la Santísima Virgen. La bondadosa Señora de la Cova da Iría tomó a su cargo la realización de esa obra maestra y, como no podía dejar de ser, la llevó a cabo con pleno éxito. De sus manos prodigiosas salieron tres ángeles revestidos de carne, pero que, al mismo tiempo, eran tres auténticos héroes. La materia prima era de una plasticidad admirable y de la Artista, ¿qué más se puede decir? En su escuela los tres serranitos dieron en breve tiempo pasos de gigantes en el camino de la perfección.

En ella se verificaron al pie de la letra las palabras de un gran devoto de María, San Luis María Grignion de Montfort. En la escuela de la Virgen, el alma progresa más en una semana que en un año fuera de ella. La pedagogía de la Madre de Dios no tiene comparación. En dos años la Virgen Santísima consiguió erguir a los dos hermanitos —Francisco y Jacinta— hasta las cumbres más elevadas de la santidad cristiana. El retrato que la mano segura de Lucía nos traza de Jacinta es revelador:
“Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traslucir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de personas de edad avanzada y de gran virtud. No le vi nunca aquella excesiva liviandad y el entusiasmo propios de las niñas por los adornos y bromas.
“No puedo decir que los otros niños corriesen hacia ella, como lo hacían hacia mí, eso tal vez porque la seriedad de su porte era demasiado superior a su edad. Si en su presencia algún niño, o incluso personas mayores, decían alguna cosa, o hacían cualquier acción menos conveniente, las reprendía diciendo: «No hagan eso que ofenden a Dios Nuestro Señor, y Él ya está tan ofendido»”.*

* Del libro del padre Demarchi, Era una Señora más brillante que el sol..., Seminario de las Misiones de Nuestra Señora de Fátima, Cova da Iría, 3ª edición.

Comentarios de Plinio Corrêa de Oliveira

Este trecho presenta una gracia señalada, porque él nos indica una porción de aspectos grandes y pequeños de la obra de la Santísima Virgen con relación a esos tres niños.
La obra de Nuestra Señora sobre el alma de los videntes, ¿no indicará la acción que Ella ejercerá en el futuro sobre la humanidad?
Pero nosotros debemos, ante todo, considerar el valor simbólico de la obra de María Santísima en los niños. Se equivocan aquellos que imaginan que tal obra es apenas sobre tres niños; es una obra que transformó suavemente esos niños, de un momento a otro, por el simple hecho de las reiteradas apariciones de la Señora de Fátima...
Aquí tenemos algo parecido al Secreto de María de que habla San Luis Grignion de Montfort, es decir, una de esas acciones profundas de la gracia en el alma, acciones que se desarrollan sin que la persona se dé cuenta; ella se va sintiendo cada vez más libre, cada vez más expedita para practicar el bien, y los defectos que la cohíben y la sujetan al mal se van disolviendo.
Y la persona crece en el amor de Dios, crece en el deseo de dedicarse, crece en oposición al pecado. Pero todo eso se da maravillosamente dentro del alma, de manera que ella no traba las grandes y metódicas batallas de la ascensión admirable al cielo, a la virtud, a la santidad de aquellos que luchan de acuerdo con el sistema clásico de la vida espiritual; sino que, la Santísima Virgen las cambia de un momento a otro.

Y si la obra de Nuestra Señora en Fátima, especialmente con estos dos niños llamados para el cielo, fue una obra así, bien podemos preguntarnos si esto no tiene un valor simbólico, y no indica cual será la acción de la Santísima Virgen sobre toda la humanidad, cuando Ella cumpla las promesas hechas en Fátima...
Y, por lo tanto, si nosotros no debemos ver en la santificación de esos niños un comienzo del Reino de María, como siendo el triunfo del Inmaculado Corazón sobre dos almas que fueron pregoneras de la gran revelación de Nuestra Señora, y que después ayudaron en el cielo —y aún ayudan, por sus sacrificios y oraciones en la tierra y después sus oraciones en el cielo— enormemente a las almas a aceptar el mensaje de Fátima.
Esta primera observación me parece que conduce directamente a lo siguiente: si ello es así, entonces Francisco y Jacinta son los intercesores naturales para pedir, para obtener de la Santísima Virgen que comience el Reino de María en nosotros desde ahora, por esa transformación misteriosa que es el Secreto de María.
Debemos, pues, pedir insistentemente —tanto a Jacinta como a Francisco— que comiencen a transformarnos, a concedernos los dones que ellos recibieron, y que ellos velen, especialmente por su oración en la Tierra, por aquellos que tienen la misión de predicar el mensaje de Fátima, de vivirlo, como sucede con nosotros.
A ese respecto, sería muy importante decir una palabra sobre la relación entre el mensaje de Fátima y la campaña de Fátima. Ya fue mil veces dicho entre nosotros, que nuestra vida espiritual crece en la medida en que tomamos en serio el hecho de que el mundo actual está en una decadencia lamentable y que se avecina su ruina. De que tal ruina representa la aplicación de los castigos previstos por la Virgen María en Fátima y que, en consecuencia, cuanto más nos coloquemos en esa perspectiva, tanto más nuestra vida espiritual se enfervoriza. Por el contrario, cuanto más nos apartamos de esa visión, tanto más nuestra vida espiritual decae...
Así, podemos, por intermedio de Francisco y Jacinta, decir a la Santísima Virgen: Venga a nosotros vuestro Reino, ¡pero venga, Señora, venga urgentemente a nosotros vuestro Reino!”     



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Fuente: http://www.fatima.org.pe/