Maravillosa lección en los orígenes de Lourdes
Un misterioso designio envuelve a los lugares que Dios reserva para grandes acontecimientos futuros. Lourdes es uno de ellos. Pocos recuerdan que en el siglo VIII había allí una ciudadela mahometana que tenía por emir a un tal Mirat, feroz seguidor de Mahoma.
El año 778, Carlomagno, rey de los francos, sitió la fortaleza. El sarraceno se resistió, y en pleno asedio envió de regalo al gran Carlos una enorme trucha, prueba de su capacidad para soportar el sitio. Según la leyenda, un águila gigante dejó caer al pez en la plaza del castillo.
Ciudadela de Lourdes
En vista del pez, y apremiado por otros frentes de batalla, Carlos decidió levantar el sitio. Pero Turpin, el combativo arzobispo de Puy-en-Velay, se presentó con mitra y báculo episcopal, armado de coraza y espada, ante el orgulloso Mirat. Lo increpó por su engaño y lo intimó a que se rindiera. El sarraceno respondió que había jurado por Alá jamás entregar sus armas a otro combatiente.
El ingenioso arzobispo le propuso, entonces, capitular a los pies de una bella dama llena de bondad, reina del Cielo, a quien hasta el gran Carlos obedecía: la Santísima Virgen. Y el milagro moral se operó: el musulmán se hizo cristiano. Fue bautizado como Lorus, de donde proviene el nombre Lourdes. Entregó sus armas en el santuario de Nuestra Señora de Puy-en-Velay y dedicó el resto de su vida al comando de la fortaleza; uno de los primeros feudos personales de la Santísima Virgen.
En recuerdo del hecho, hoy el blasón de la ciudad de Lourdes ostenta un águila negra con una trucha plateada en el pico.
Una maravillosa lección para nuestra época amenazada por el Islam.
Fuente: http://www.fatima.org.pe
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