"Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).
Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.
La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.
Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".
Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."
El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.
Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).
Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.
El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:
"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".
"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre" (Mt 24,30). La cruz es el símbolo del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.
Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la cruz. Desaparece de las casas de los vivos y de las tumbas de los muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del cristianismo San Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz: "Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo" (Flp 3, 18).
Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz, sino que era un palo; para muchos el Cristo de la cruz es un Cristo impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz. La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran el poder de Cristo para cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino hacia la luz.
Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la cruz, "comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho... ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le tomó aparte y se puso a reprenderle: '¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!' Pero Él dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás!¡...porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres!" (Mt 16, 21-23).
Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por eso quiso apartarlo del camino que lleva a la cruz, pero Cristo le enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de Satanás.
Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo, humilde y obediente, lo venció en ella "humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz", y así transformo la cruz en victoria: "...por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 8-9).
Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu padre?
¡Por supuesto que no!
1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.
2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestros pecados, el castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos sido curados". (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?
3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).
Nos enseña quiénes somos
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.
Nos recuerda el Amor Divino
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee: Gálatas 2, 20.
Signo de nuestra reconciliación
La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.
La señal del cristiano
Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus milagros. Pero Él no se deja engañar, (Jn 6, 64); por eso advirtió: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 7, 13).
Objeción: La Biblia dice: "Maldito el que cuelga del madero...".
Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados éramos nosotros, pero Cristo, el Bendito, al bañar con su sangre la cruz, la convirtió en camino de salvación.
El ver la cruz con fe nos salva
Jesús dijo: "como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente, los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.
Fuerza de Dios
"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.
Síntesis del Evangelio
San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 23-24).
Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24
Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).
Nos situamos en este día de jueves santo: celebramos el día del Amor fraterno que quedará reflejado en la celebración en el gesto del ofertorio. También es el día de servicio, como veremos en el lavatorio de los pies. Es un día lleno de contenido, como lo son todos los de la Semana Santa pero es ciertamente el día que tenemos, por eso quiero llamarlo el día del Amén.
Decir «amén» es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. Por eso, expresado en forma conjunta o grupal en el ámbito de un servicio divino u oficio religioso también significa ‘estar de acuerdo’ con lo expresado en tal ocasión.
Para el cristiano decir amén es confirmar y comprometerse, es responder a la pregunta de Dios de manera positiva y resuelta.
Para llegar a ese Amén pronunciado por Jesús con su vida entera, y de manera más expresa con su “hágase tu Voluntad y no la mía” en Getsemaní, hemos de hacer un camino, un camino que pasa ineludiblemente por el camino de la oración.
¿Hacia dónde mira Jesús a lo largo de su vida? ¿A quién mira desde niño? Nuestra mirada ha de ser como la de Jesús, claramente como la de él. Solo así podremos hacer que nuestro discipulado sea tan auténtico que emanemos entrega y respuesta.
Jesús mira al Padre, siempre. Desde niño lo encontramos “ocupado en las cosas de su Padre”, cuando su madre le busca responde de manera adulta: “¿por qué me buscabais? No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). La primera vez que se sabe buscado está ocupado en la oración. Más adelante, en Getsemaní, cuando los soldados le buscan, otra vez, también está ocupado en la oración. Su vida oculta en el silencio de Nazaret, desapercibido, fecundó su corazón dócil a la mirada contemplativa, esa que desnuda corazones y remueve espíritus. Jesús ve el corazón humano porque primero ha entrado en el nivel más profundo del suyo propio y se ha hecho uno con Dios. Solo así pudo Cristo amar hasta el extremo, solo así pudo vencer las tentaciones del poder, de la soberbia, la ambición y del éxito. Solo así pudo morir gritando en una cruz. Sencillamente porque pronunció un amén que había sido tatuado en el alma.
Este Jesús que nos apasiona pero al que nos cuesta decir que sí, por si nos pide caminos que no deseamos seguir, era profundamente libre y profundamente claro. Para poder darse a los demás, era necesario darse primero al Padre, por eso buscaba tiempos largos de oración. Los sarmientos solo pueden dar fruto si fluye de ellos la fuerza de la vida (Jn. 15,1-5). En los tres años de vida pública Jesús, además de sanar, enseñar y tratar con fariseos, se reservaba muchos tiempos de soledad y silencio para dedicarlos a la oración, y así procuraba enseñarles a sus discípulos. Acudía a descampados, montañas, también al templo o a la sinagoga. En cuanto podía buscaba espacios para entrar en lo secreto. Y así les enseñaba a sus discípulos. Tras un tiempo de misión les dice:
“Venid vosotros a solas a un lugar deserto a descansar un poco” (Mc6,30-31), como queriendo bajarles los humos, “mirad al Padre, mirad al Padre!”
La oración, esa relación íntima y personal con su Padre es lo que hace de Jesús un hombre auténtico, un hombre libre, un hombre creyente. En la oración no busca solucionar problemas, solventar dificultades, no, busca encontrarse con su Padre, solo. Lo demás vendrá por añadidura.
Es su mirada dirigida a Dios la que permite que Jesús, en Getsemaní, no se dé la media vuelta y rechace lo que viene. Podía haber dicho hasta aquí, si muero, si sigo lo que me pides ¿qué harán estos sin mí?, tantos enfermos, tanta gente necesitada…
Pero no, una vez más, Jesús mira a su Padre:”Amén, que se haga lo que tú quieres. Confío”. En los momentos más duros el maestro se vuelve discípulo de nuevo y grita en la oración, no discierne con la cabeza, no hace una lista de pros y contras. Vuelve su corazón al corazón de su Padre buscando latir al mismo ritmo para poder seguir adelante. Solo ahí está la fuerza y la esperanza.
Por eso, ahora, hoy,… ¿hacia dónde dirijo mi mirada en este jueves santo?, ¿hacia quién la dirijo habitualmente? En los momentos duros de la vida, o en los que te sientes más bendecido, ¿hacia dónde se dirige tu alma?
¿Es Jesús el único Señor de tu historia?
Quienes seguimos a Cristo, tú también, estamos llamados a desnudar nuestra alma ante la mirada tierna de Dios. No pierdas tiempo exponiendo todas tus limitaciones todos tus errores. Jesús murió (mañana lo viviremos de nuevo) con los brazos extendidos para acoger todo eso. Suelta tus cobardías e incertidumbres. Levántate, camina de nuevo hacia él, hazlo mil veces, todos los días. Levántate pronunciando amén.
Para no dar vueltas sobre ti mismo necesitas tener tiempos encuentros largos en silencio con Dios. No tengas miedo, no esperes intuiciones mágicas o respuestas urgentes. Jesús trabaja en tu interior a su ritmo, dale tiempo, espérale, póstrate ante él como en Getsemaní, ten paciencia, está construyendo en ti un alma hermosa. Pero… pronuncia Amén.
A veces la oración es sencillamente un tiempo de espera. Lo sembrado dará fruto, pero tan importante es el tiempo de la siembra como el de la espera en el silencio y la oscuridad. Cuando parece que no hay nada, como en Getsemaní, algo se está gestando. Pronuncia Amén.
No podemos seguir a Jesús si no somos personas orantes. Recuerda esto: eres lo que rezas.
Repito, Jesús no habría podido traspasar el momento de Getsemaní y los acontecimientos posteriores si su vida no hubiera estado enraizada en Dios. En esa noche de absoluta oscuridad, cuando Jesús no ve nada es cuando vuelve con mayor intensidad su mirada hacia su padre buscando compañía y consuelo (“si me acuesto en el abismo allí te encuentro”, dice el salmista). En ese momento de profunda debilidad Jesús es más él mismo, y se produce el milagro del encuentro absoluto entre el Padre y el Hijo. Y pronuncia Amén.
No estamos exentos de esa vivencia nosotros, siempre y cuando la fuente de toda nuestra vida sea Dios.
Seguimos a un Hombre que, en los estertores de la muerte, su última acción es rezar con el pecho abierto a la humanidad:”Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? El contesto: Id a casa de Fulano y decidle: “El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Ellos consternados se pusieron a preguntarle uno tras otro: ¿Soy yo acaso, Señor? El respondió: El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: ¡Soy yo acaso, Maestro? El respondió: Así es.
Van tres días donde vamos escuchando en el Evangelio, además de la vida de Jesucristo, a otro personaje en común: Estamos escuchando acerca de Judas. ¿Porque la liturgia de la Iglesia antes de comenzar a celebrar los misterios centrales de nuestra fe nos habla tanto de la vida de este personaje de triste memoria?
En primer lugar, es importante señalar que Judas no estaba predestinado a traicionar al Señor, por si acaso este no era su llamado. Su llamado era ser apóstol, Jesús lo escogió para una misión de bien. Es más, el Señor vio en él probablemente muchas cosas buenas. Él estaba en la capacidad de responderle al Señor, de ser santo. Sin embargo, traiciona a Jesús porque quiere. Haciendo una opción clara, libre y explicita por el mal.
Y aunque no nos guste aceptarlo, en algo quizás nos podríamos estar pareciendo a él. El día de hoy tenemos que contrastarnos porque el problema de Judas es que se sintió defraudado por Jesús: el Señor no respondió a sus expectativas. Se había hecho otra idea del Señor. Estaba dispuesto a seguirlo, parece que sí, pero siempre y cuando sea un Dios ajustado a su medida. ¿No nos hemos sentidos nosotros a veces defraudados por el Señor porque las cosas no son como habíamos pensado? ¿Porque el camino se ha hecho más estrecho de lo que quizá habíamos calculado? ¿O porque las pruebas son más largas de lo que pensábamos?
Hoy recordemos que hay que seguir a Jesús de manera incondicional. Recordemos que, al igual que Judas, Jesús nos ha llamado a nosotros. A estas alturas de la vida quizá hayamos visto muchas de las maravillas que Jesús ha obrado en nuestras vidas, pero aun así quizás no le creemos del todo. Todavía dudamos de él.
También nosotros podemos traicionar, quizá no sea de una manera tan escandalosa como la de Judas pero podemos caer en la desgracia de cambiar a Jesús por otros caminos, que podrían parecer más eficaces, menos difíciles y más aceptables a los ojos del mundo. Porque la traición de Judas está en que habiendo conocido la verdad, escogió otros caminos. Algo de esto también nos puede pasar a nosotros de una manera muy sutil. También y con mucha razón podemos preguntarle a Jesús: ¿Seré yo acaso Señor? Mientras estamos haciendo fila también para recibir la eucaristía oír: El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar. Algo de eso también podríamos tener nosotros
Así pues, acerquémonos a Jesús. Él sólo quiere darnos su misericordia, como decíamos ayer, frente a la traición Jesús lo llama amigo. “¿Amigo, con un beso entregas al hijo del hombre?”. Le dice amigo para que entienda que su amistad es incondicional. Que él está dispuesto a entregarle todo para que no se desesperance. Siempre hay una luz, pero estaba tan metido este pobre hombre en su visión personal de Dios, que no cabía en ella un Dios misericordioso.
Vivamos bien esta semana santa entonces. Y recordemos en estos días que Dios ya lo ha hecho todo para que nos acerquemos a Él. Nos ha amado, nos ha perdonado. Y todo esto porque nos quiere demostrar su amor de amigo fiel.
La Pasión de Jesús. El martes acude al Templo por el camino tantas veces recorrido.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
El día de las grandes controversias
La noche del lunes fue como la del domingo: enseñanzas a los discípulos y mucha oración. Jesús está en máxima tensión. El ambiente de paz de Betania ayuda a relajar los espíritus, pero Jesús no cede en su lucha y necesita rezar.
El martes acude al Templo por el camino tantas veces recorrido. Los rostros de los que le acompañan están serios; ya no hay vítores de los acampados alrededor de Jerusalén, ni en la misma ciudad. Pero muchos quieren oír y ver al Maestro, al Hijo de David, al que resucitó a Lázaro, al que se ha proclamado Hijo del Padre eterno. Este día todos los grupos que se oponen a Jesús se van a unir y emplear sus armas dialécticas para destruirle. "Siguieron observando y le enviaron espías que simulaban ser justos para cogerle en alguna palabra y entregarlo al poder y jurisdicción del gobernador"(Lc). Muchas cosas van a quedar claras en este día y mucha va a ser la luz para los de mente y corazón abiertos.
El pago del tributo al César
Los fariseos se habían enfrentado con Jesús tanto el domingo como el lunes y estaban avergonzados. Ahora van a enviar discípulos camuflados para cogerle en una palabra comprometida; le preparan una pregunta que creen sin solución, o mejor, con todas las soluciones posibles negativas para Jesús: es la cuestión de la relación de la esfera religiosa con la autoridad política, gran tema de todos los tiempos y que tantos problemas ha llevado consigo. Acuden con retorcimiento mental, con adulación y falsedad y acompañados de los herodianos, que eran partidarios del poder de los romanos y de Herodes.
La cuestión se plantea así: "Entonces los fariseos se retiraron y tuvieron consejo para ver cómo podían cazarle en alguna palabra. Y le enviaron sus discípulos, junto a los herodianos, a preguntarle: Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios, y que no te dejas llevar de nadie, pues no haces acepción de personas"(Mt). La suavidad de las palabras esconde la malicia. Ciertamente Jesús es veraz, pero a ellos no les interesa la verdad, sino atraparle y entregarlo como prisionero. Por eso plantean la cuestión que les parece insoluble. "Dinos, por tanto, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no?". El tema aparente es sólo el del impuesto, pero detrás lleva mucha más carga. Si responde que no se pague tributo al Cesar se hace reo de rebelión y puede ser tomado preso por los herodianos o los romanos. Si dice que se pague el tributo se hace colaboracionista, y acepta el yugo gentil sobre el pueblo elegido, algo intolerable para muchos. No parece haber más salidas. El nivel más profundo del tema es el de la relación de lo religioso y lo político. ¿Tiene que regirse el pueblo por las leyes de Dios y ser gobernando por los sacerdotes? ¿O acaso debe tomar la dirección de lo religioso el poder político? En la historia se han dado las dos soluciones con malos frutos casi siempre. Ciertamente la cuestión es compleja.
Jesús no rehuye el problema del momento, ni el más profundo, y va a dar una solución que recorrerá la historia a partir de entonces. "Conociendo Jesús su malicia, respondió: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda del tributo. Y ellos le mostraron un denario. Jesús les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"(Mt). La solución sorprende a todos. Toda autoridad viene de Dios, pues la sociedad necesita de la autoridad para no caer en el caos y en la anarquía. Se debe obedecer a esa autoridad en sus mandatos justos y en las leyes que no sean inmorales; pero lo político es autónomo de lo religioso. Por tanto es lícito pagarle el tributo al César que lo necesita para su función, pero siempre dando a Dios todo el corazón que es lo suyo propio. "Al oírlo se quedaron admirados y dejándole se marcharon"(Mt). "Y no pudieron acusarle por sus palabras ante el pueblo y, admirados de su respuesta se callaron"(Lc). Los siglos siguientes contemplan esta respuesta como un giro importante en una cuestión difícil, y casi nunca bien resuelta.
El primer mandamiento de la ley
En el movimiento de los grupos surge una pregunta de uno que ha quedado cautivado por las palabras del Señor. "Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?"(Mc). Muchos eran los preceptos que se atribuían a la Ley. Unidos los de la sagrada Escritura y los de las diversas tradiciones rabínicas eran más de seiscientos. Su cumplimiento parecía imposible para los hombres de buena voluntad. Por otra parte parecía difícil, si no imposible, ordenarlos según su importancia. La luz de las palabras de Jesús ante las cuestiones anteriores ilumina el alma del escriba de buena voluntad, y sin consultarlo con otros, se lanza a preguntar con auténtico deseo de saber, no para atacar al Señor con astucias.
Jesús respondió con palabras conocidas por todos los israelitas, con palabras del “shemá Israel” que recitaban todos los días tres veces.
Jesús descubre el pecado de los fariseos y los escribas
El ambiente es tenso y expectante. Jesús vive con intensidad el momento. Quiere dejar algo muy importante a los que le escuchan. No se trata sólo de sus discusiones con los escribas, los fariseos y los saduceos. Se trata de denunciar la raíz del pecado en los corazones de los hombres. Sólo cuando se descubre el rostro de la soberbia, se puede vencer y vivir la vida de amor tantas veces anunciada, pero siempre lejana. Por eso Jesús manda que se reúnan los más posibles, también sus enemigos. Cuando, de pronto, Jesús eleva la voz para ser oído por todos, y con fuerza expresa de modo fuerte verdades que pueden doler, pero que pueden curar. Va denunciar el pecado interno de los escribas y de los fariseos que es actuar "para ser vistos", no guiados por el amor. La soberbia espiritual lleva al engreimiento ante la propia perfección y su primer fruto es hacer las cosas para ser alabados por los hombres. La gloria y el amor de Dios se desdibujan, la humildad se hace imposible y, en una pendiente difícil de controlar, se deslizan una serie de abusos cada vez más notorios. No denuncia Jesús la doctrina de los escribas y fariseos pues dice "haced lo que dicen" sino las motivaciones de sus corazones. Sus palabras, sus gritos más bien, van a resonar en el templo como latigazos que intentan convertir a los duros de corazón. La cólera de Dios se hace manifiesta como en el Sinaí.
El ataque inicial es contra los escribas
"Guardaos de los escribas, que les gusta pasear con vestidos lujosos y que los saluden en las plazas, y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; que devoran las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones. Estos recibirán un juicio más severo"(Mc).
Después reúne en su crítica a fariseos y escribas; es decir, a los que presumen de cumplir la ley, tanto si son doctos como si no lo son. "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no hagáis según sus obras, pues dicen pero no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Apetecen los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas, y que la gente les llame Rabí. Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar Rabí, porque sólo uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Tampoco os hagáis llamar doctores, porque vuestro Doctor es uno sólo: Cristo. El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce a sí mismo será humillado, y el que se humille a sí mismo será ensalzado"(Mt)
No niega la autoridad de unos y de otros; desvela el fondo de sus intenciones que se manifiesta en vanidades que alcanzan el ridículo. El amor verdadero es humilde, y busca servir más que servirse. La humildad no tiene fuerzas para decir que es humilde, pues sería orgullo espiritual, pero se advierte en que sirve a todos; entonces Dios da gloria en lo más íntimo del alma y cuando conviene en lo exterior, pues ya nada puede hacer daño al que nada busca en las vanidades humanas.
Invectivas contra los escribas y fariseos
Hasta este momento el Señor se ha dirigido a discípulos suyos para que corrijan la soberbia que corrompe hasta lo religioso si entra en el alma. Los escribas y fariseos se agitan molestos. No aceptan la corrección. Murmuran. Jesús los mira con indignación; sus ojos llamean, el tono de su voz se eleva, golpea aquellas almas para que se les abran los ojos. El látigo de su lengua se agita en el aire, golpea las conciencias, y surgen otros siete ayes parecidos a los que en un pequeño grupo ya había dicho Jesús. Pero ahora la denuncia va a ser dicha en público y en el Templo de Dios. La justicia se hace voz que denuncia.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres! Porque ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que entrarían"(Mt)
La palabra hipócritas llena el ambiente. Hombres de dos caras y de sentimientos retorcidos. Y ataca la actitud de cerrar el reino de los cielos a los humildes. Ni entran, ni dejan entrar. Han perdido la llave de la salvación al perder el sentido del amor que todo lo ilumina. Los cumplimientos externos no bastan si falta esa actitud del corazón, de la voluntad y de la mente.
"Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que vais dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, una vez convertido, le hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros"(Mt).
El proselitismo para acercar almas a Dios es bueno, y se debe vivir con celo. Pero una vez dentro ¿que se les da? lo mismo que ellos viven. Su celo es movido por falta de rectitud de intención y los que entran se encuentran con desorientación y con pecado. De poco valió el proselitismo.
"Ay de vosotros, guías de ciegos!, que decís: El jurar por el Templo no es nada; pero si uno jura por el oro del Templo, queda obligado. ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más: el oro o el Templo que santifica al oro? Y el jurar por el altar no es nada; pero si uno jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿Qué es más: la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? Por tanto, quien ha jurado por el altar, jura por él y por todo lo que hay sobre él. Y quien ha jurado por el Templo, jura por él y por Aquel que en él habita. Y quien ha jurado por el Cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que en él está sentado"(Mt).
Pervierten el sentido de lo sagrado. Usan a Dios y abusan de su santo nombre. Por eso son ciegos que no ven que la santidad del juramento la da Dios mismo con su grandeza y poder.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, pero habéis abandonado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad. estas últimas había que hacer, sin omitir aquéllas. ¡Guías de ciegos!, que coláis un mosquito y os tragáis un camello"(Mt).
Cuidan cosas pequeñas e insignificantes, y descuidan las grandes. Bueno es cuidar lo mínimo, pero a condición de que lo grande sea tratado con esmero y delicadeza. Esa es la verdadera piedad.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro quedan llenos de carroña e inmundicia. Fariseo ciego, limpia primero el interior de la copa, para que luego llegue a estar limpio también el exterior"(Mt).
Las apariencias pueden llevara pensar en que son santos y perfectos. Pero a Dios nadie le puede engañar. Los malos deseos y los pensamientos desbordados es lo que deben cuidar, después vendrá lo exterior como fruto que nace de buena raíz.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre. Así también vosotros por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e indignidad"(Mt).
La imagen del sepulcro blanqueado ha cristalizado como señal de la hipocresía, la verdad y la sinceridad ante Dios puede llevar a superar esa corrupción.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis las tumbas de los justos, y decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así, pues, atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. Y vosotros, colmad la medida de vuestros padres"(Mt).
Esta es la denuncia fundamental. Jesús revela lo que en aquellos momentos está en sus corazones: el odio hasta la muerte contra toda justicia. Quieren matar al inocente, porque no aman a Dios. Son hijos de Caín que odia al inocente Abel porque sus obras eran malas y la vida del justo es un reproche inocente. Jesús advierte su irritación, pero no cede.
"¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podréis escapar de la condenación del infierno? Por eso he aquí que voy a enviar a vuestros profetas, sabios y escribas; a unos mataréis y crucificaréis, y a otros los flagelaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que matasteis entre el Templo y el altar. En verdad os digo: todo esto caerá sobre esta generación"(Mt).
El enfrentamiento cada vez es más total. Jesús quiere enderezar a aquellos hombres de su conducta desviada con la fuerza del profeta. Pero lo que consigue es que su odio llegue al máximo y pongan todos los medios para matarle.
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él en la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando) Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. Una muchedumbre de Judíos se enteró de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Durante estos días que comenzamos la Semana Santa vamos a ir escuchando en la Primera Lectura los cuatro cánticos del siervo sufriente.
Son profecías que nos van anunciando quién es el Señor y nos van describiendo también cómo es su corazón, qué hay en el corazón del Señor y nos van a evidenciar el día de hoy una de las características más importantes del Señor, su misericordia.
Jesús no ha venido a condenar, sino ha venido a salvar lo que estaba perdido. Dice la Primera Lectura: “no quebrará la caña resquebrajada, la mecha humeante no la apagará”. Y es que Jesús no ha venido a condenar al pecador, no ha venido a señalar al que se ha caído. Más bien ha venido a perdonar.
La mecha que ya está casi por apagarse, no ha venido a terminar de extinguirla. Sino por el contrario, ha venido a darle esperanza y a encenderla nuevamente con su misericordia. La caña resquebrajada no ha venido a terminar de romperla apoyando su peso sobre ella, sino ha venido a curarla.
Jesús con su misericordia ha venido a traernos la esperanza, a enseñarnos que podemos confiar en Él. Por eso dice el salmo que hemos leído hoy: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”.
Eso es lo que María ha experimentado el día de hoy en el Evangelio que hemos leído. Ha experimentado el amor, la misericordia y la condescendencia de Dios.
Hace muy pocos días, Jesús acaba de resucitar a su hermano Lázaro y en muestra de gratitud invitan a Jesús a su casa a cenar y María realiza un gesto realmente hermoso. Unge con un perfume carísimo los pies del Señor. “Un valor de trescientos denarios”, dice Judas.
Es decir, esto era el salario de todo un año debido a un obrero y digo que es bellísimo porque expresa lo grande e infinita que es la misericordia de Dios. Realmente vemos que no tiene precio.
Cuando alguien ha experimentado la grandeza de su amor, descubre que es una medida que sobrepasa todo lo humano. Probablemente en la memoria de María resonaban las palabras del salmista: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
No hay medida, ¿cómo podré pagárselo al Señor? Humanamente no hay medida que sea suficiente. Su misericordia es infinita. En esta Semana Santa tengamos como María también un corazón agradecido. Que la gratitud a Dios inflame el amor de nuestro corazón.
Ofrezcámosle también al Señor el buen perfume de nuestras obras buenas, de nuestra caridad, de nuestra misericordia y que este amor inunde también con su fragancia toda la habitación a todas las personas que están con nosotros.
Más de 60 santuarios de todo el mundo se han unido
El lema de Mater Fátima es ¡Haz sonreír a María!, recuerda el padre Ramírez, pues en Fátima “es ella quien convoca al mundo entero a rezar”. Las intenciones de oración, plasmadas una en cada misterio del Rosario que se rezará, son el final del aborto, la conversión de los pecadores, la reparación a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, la conversión de Rusia y de los países que padecen los errores que difundió por el mundo y, por último, por las almas del purgatorio.
El padre Héctor Ramírez es el coordinador internacional de la inIciativa Mater Fátima.
Ya es inminente la celebración, el próximo jueves 4 de abril, a las 20.00 horas según el reloj portugués, de la vigilia de oración mundial por la paz Mater Fátima, que organiza la parroquia de Fátima, situada a unos centenares de metros del Santuario de Fátima. Se cumple ese día el centenario de la partida al cielo, a los 10 años de edad, de San Francisco Marto, uno de los tres videntes junto a Jacinta y Lucia. La vigilia consistirá en una Adoración al Santísimo, el rezo del Santo Rosario y una Consagración al Corazón Inmaculado de María.
En el momento de redactarse estas líneas -porque el número sigue creciendo- son 58 los santuarios de todo el mundo que se han adherido a la iniciativa, en el sentido de que la reproducirán en sus respectivos templos al mismo tiempo que en el emplazamiento original. Del mismo modo lo harán cientos de parroquias.
El Pilar de Zaragoza, la catedral de Santiago de Compostela o el Rocío onubense, en España; Nuestra Señora de Lourdes, en Francia; San Giovanni Rotondo, en Italia; Guadalupe, en México; la Divina Misericordia, en Polonia; Nuestra Señora de Luján, en Argentina; Chiquinquirá, en Colombia… son solo algunos de los que ya han confirmado su participación. (Ver abajo el listado completo.)
En declaraciones a Cari Filii News, el padre Héctor Ramírez, coordinador mundial de la iniciativa, recuerda las formas de adherirse a la iniciativa, para lo cual “todavía hay tiempo”, afirma. Primera, pedir a la propia parroquia que se adhiere y convoque la vigilia en su propio templo el jueves a las ocho de la tarde (hora de Portugal). Segunda, conectar con las cadenas de radio (como Radio María) o televisión (como Angelus TV) que lo van a retransmitir, o bien buscar esa transmisión en streaming a través de internet, en el propio portal de Mater Fátima. Y tercera, de forma espiritual, individualmente o en familia (o en los conventos, para lo cual también han recibido numerosas adhesiones), con esa hora de oración ofrecida por dicha causa.
El lema de Mater Fátima es ¡Haz sonreír a María!, recuerda el padre Ramírez, pues en Fátima “es ella quien convoca al mundo entero a rezar”. Las intenciones de oración, plasmadas una en cada misterio del Rosario que se rezará, son el final del aborto, la conversión de los pecadores, la reparación a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, la conversión de Rusia y de los países que padecen los errores que difundió por el mundo y, por último, por las almas del purgatorio.
Treinta y cinco mil personas están colaborando en todo el mundo, de forma voluntaria, para esta una hora de oración que también ha recibido aportaciones de bienhechores, sobre todo para pagar la señal de radio, televisión y streaming y ofrecerla así gratuitamente a todo aquel que quiera engancharse a ella.
Ésta es la entrevista al padre Héctor Ramírez, y debajo el listado completo de los santuarios adheridos hasta el momento a Mater Fátima.
SANTUARIOS UNIDOS A MATER FÁTIMA (a fecha 29 de marzo de 2019)
Portugal:
1.- Parroquia de Fátima y los Pastorcitos, Fátima.
Israel:
1.-Basílica de la Anunciación, Nazaret.
España:
1.-Catedral Basílica de la Virgen del Pilar, Zaragoza.
2.-Catedral de Santiago Compostela. Cerrada por obras, delegada representación en los cinco conventos de clausura y diversas parroquias de Santiago de Compostela.
3.- Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, Cerro de los Ángeles.
4.- Santuario de la Gran Promesa, Valladolid.
5.- Santuario de Covadonga, Asturias.
6.- Santuario de Nuestra Señora, Torreciudad, Huesca.
7.- Santuario de Nuestra Señora del Rocío, Almonte, Huelva.
8.- Santuario de Guadalupe, Cáceres.
9.- Santuario de Nuestra Señora de la Oliva, Cadiz.
10.- Santuario Nuestra Señora de El Amparo, Tenerife, Islas Canarias.
11.- Santuario de Nuestra Señora de Araceli, Corella.
12.- Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, Ávila.
Dentro de Clausura del Monasterio de La Encarnación Ávila (Hnas. Carmelitas)
13.- Santuario en Clausura de La Virgen de la Clemencia.
Francia:
1.- Santuario de Nuestra Señora, Lourdes.
Italia:
1.- Santuario de San Giovanni Rotondo, Padre Pío.
2.- Santuario de San Miguel Arcángel en Monte Sant’Angelo, Foggia.
3.- Santuario de Santa Rita, Cascia.
4.- Santuario della Pieve di Chiampo – Grotta di Lourdes del Beato Claudio Granzotto – Chiampo (VI).
5.- Santuario della Madonna Salute degli Infermi Scaldaferro (VI).
6.- Santuario Santa Maria di Monte Berico – Vicenza.
Reino Unido:
1.- Sanctuary of Divine Mercy.
2.- Church of the Sacred Heart Morriston, Swansea. Diócesis de Menevia – Gales
Polonia:
1.- Santuario de la Divina Misericordia, Plock.
2.- Santuario de Niepokalanow.
Bélgica:
1.- Santuario Nuestra Señora de Beauraing, Beauraing.
República Checa:
1.- Santuario del Niño Jesús, Praga.
Nicaragua:
1.- Santuario, Basílica de la Purísima Concepción, El Viejo, Chinandega.
2.- Santuario Arquidiocesano Nuestra Señora de Lourdes, Managua.
3.- Santuario Diocesano Nuestra Señora de Cuapa, Chontales.
Venezuela:
1.- Santuario de la Divina Pastora, Salom Yaracuy.
México:
1.- Santuario de Nuestra Señora, Guadalupe.
2.- Basílica de Zapopan.
3.- Santuario de Jesús de Nazareth, Atotonilco, Guanajuato.
4.- Catedral Basílica, Durango.
5.- Santuario de la Quinta aparición de la Virgen de Guadalupe, Cuautitlan.
Argentina: 1.- Santuario de Nuestra Señora de Luján. 2.- Santuario de Cura Brochero en Córdoba. 3.- Santuario de la Virgen del Rosario, San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires.
El Salvador:
1.- Santuario de Nuestra Señora de la Paz, San Miguel.
Colombia:
1.- Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
2.- Santuario del Divino Niño Jesús, Bogotá.
3.- Santuario de Nuestra Señora de Fátima, Cali.
4.- Santuario de la Divina Misericordia, Bogotá.
Puerto Rico:
1.- Santuario de Nuestra Señora de Fátima, Guánica.
2.- Santuario Insular de San Judas Tadeo, Ponce.
3.- Santuario de Schoenstatt, Juan Diaz.
Costa Rica:
1.- Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, Cartago.
Brasil:
1.- Santuario réplica de la Capelinha de las Apariciones de Fátima, Río de Janeiro.
Paraguay:
1.- Catedral Metropolitana, Asunción.
Guatemala:
1.- Catedral Metropolitana, ciudad de Guatemala.
Perú:
1.- Santuario Arquidiocesano de Nuestro Señor de la Divina Misericordia.
Panamá:
1.- Santuario Nacional del Corazón de María, Obarrio.
Santo Domingo:
1.- Catedral del Santiago Apóstol, Santiago de los Caballeros.
2.- Santuario Arquidiocesano de la Virgen de la Altagracia.
La fiesta de la Anunciación a María es también, e indisolublemente, la fiesta de la Encarnación del Verbo de Dios. Es éste el acontecimiento que hace girar los siglos. El comienzo de nuestra salvación. Dios ha entrado en la historia humana.
El escenario
Con motivo de esta fiesta, podemos realizar un viaje espiritual al lugar de la Anunciación de María y Encarnación del Hijo de Dios. Cuando llegamos a Nazaret, lo primero que nos llama la atención es la cúpula que corona la basílica de la Anunciación. Con razón ha sitio comparada al cáliz de un in-menso lirio invertido.
Al acercarnos a la basílica todo nos habla de María. Las do-cenas de brillantes mosaicos, que rodean el atrio a modo de claustro, dedicados a las vírgenes patronas de diversos países. Los bajorrelieves que adornan las fachadas del templo. Y una vez en el interior, las pinturas, las vidrieras, los mosaicos y, sobre todo, la letra "M" que se repite una y otra vez en lo alto de los techos y cíe las bóvedas. Todo respira un profundo ambiente que invita al recogimiento y a la oración, que se acentúa, sobre todo, en la cripta.
Precisamente en ese plano inferior se encuentra el lugar más importante de todo el conjunto basilical: restos de un antiguo baptisterio, el basamento que marca el perímetro de la iglesia bizantina y, finalmente, la cueva de la Anunciación. He aquí uno de los lugares más atrayentes para el cristiano que, paradójicamente, se nos presenta revestido de una asombrosa sencillez y pobreza. Una inscripción grabada sobre el mármol del frontal del altar nos recuerda: Aquí el Verbo de Dios se hizo carne».
Nunca deberíamos olvidar la centralidad de este mensaje tan escueto como fundamental para nuestra fe. La fiesta de la Anunciación a María es también, e indisolublemente, la fiesta de la Encarnación del Verbo de Dios. Es éste el acontecimiento que hace girar los siglos. El comienzo de nuestra salvación. Dios ha entrado en la historia humana. Por medio de la Anunciación a María, Dios se ha hecho hombre para que los hombres podamos participar en la naturaleza divina. La luz ha venido a irrumpir en el mundo de las tinieblas.
Como escribía el papa San León Magno en una carta que la Iglesia lee en este día: «El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad cíe la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla».
Siglos más tarde, en un delicioso sermón predicado en la fiesta de la Anunciación, se preguntaba San Juan de Ávila cómo habría de llamar a este día. Sus mismas preguntas, por retóricas que sean, constituyen ya el esbozo para una excelente y profunda catequesis:
'Si le llamamos día del remedio del mundo, eslo; si día de redempción de captivos, eslo; si le llamamos día de desposorios, eslo; si día de dar grandes limosnas, eslo también. El que supo la misericordia, aquél sea el que nos dé a entender el día que es hoy y nos dé a entender cuán grande sea la gracia que hoy recibió el mundo, y la ponga en nuestros corazones, para que la conozcamos.»
Una vida entera no nos bastaría para contemplar la magnitud de este misterio que ha cambiado la suerte de la historia humana.
Ante el misterio
En la cueva de Nazaret algunos peregrinos antiguos deja-ron sus graffiti como señal de su visita a un lugar que muy pronto debieron de considerar como venerable. Los expertos han logrado descifrar uno de ellos que aquí interesa recordar: «¡aire», es decir: «alégrate», «Dios te salve», «Ave», Esas palabras del ángel se han convertido en saludo y oración para los cristianos: Ave María, la llena de gracia, el Señor está contigo. En ti y por ti Dios se nos ha hecho Enmanuel, «Dios con nosotros».
Los antiguos padres de la Iglesia gustaron de comparar a María con Eva. Es bien conocido el texto de San Ireneo en el que afirma que 'el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María». Otros, como San Jerónimo o San Juan Crisóstomo, repitieron una y otra vez que si »la muerte vino por Eva, la vida nos vino por María».
La cueva de la Anunciación, en Nazaret, está cerrada por una verja que parece querer evocar la zarza ardiente en la que Dios se mostró a Moisés. Y con razón, puesto que aquí Dios se hace presente y salvador para siempre. En el sermón mencionado al comienzo, San Juan de Ávila compara la encarnación del Señor con el episodio de la manifestación de Dios a Moisés en la zarza que ardía en el desierto. En ambos casos, Dios daba muestras de interesarse por la suerte humana. Pero si en un caso seguía siendo Dios «sin que le costase nada», en el otro se comprometía hasta el fin, asumiendo la suerte del hombre:
«Hombres, no es ya razón tener el corazón de piedra, sino de carne, pues el Verbo de Dios es hecho carne por nosotros hombres y por nuestra salud. Dios encarnó y fue hecho hombre. Acullá se queda en la zarza, y no tocan a él; acá desciende de los cielos y queda hecho hombre.»
En aquel mismo siglo, San Juan de la Cruz plasmaba en un romance, sencillo y profundo a la vez, su alta contemplación de este misterio:
«Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se decía y enviolo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra, en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María. Y el que tenía sólo Padre, ya también Madre tenía, aunque no corno cualquiera que de varón concebía, que de las entrañas de ella él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios y de el hombre se decía.»
El Concilio Vaticano II ha dedicado al misterio de la Anunciación de María unas hermosas y profundas consideraciones que podemos recordar en la celebración de esta fiesta. En ellas se subraya especialmente la libre cooperación de María con el designio salvador de Dios:
«El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la Encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyese a la vida (...). La Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia" (cf. Le 1, 28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su I-lijo, sirviendo al misterio de la Redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente» (LG 56).
Esta contemplación del misterio de la Encarnación ha alimentado la espiritualidad cíe los cristianos y ha orientado su presencia activa en el mundo. La Iglesia, imitando de lejos al Verbo de Dios, trata cíe encarnarse en las realidades de este mundo con el fin de renovarlo con la gracia de su Señor.
En un día como éste, el cristiano encuentra especial sentido a la recitación de una antigua antífona mariana titulada Alma Redemptoris Mater:
Madre del Redentor, virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse.
Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.
Recibe el saludo del ángel Gabriel,
y ten piedad de nosotros, pecadores.»
José Román Flecha Andrés. Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director), Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA. Fuente: dominicos.org
De San José únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el Evangelio. Su más grande honor es que Dios le confió sus dos más preciosos tesoros: Jesús y María. San Mateo nos dice que era descendiente de la familia de David.
Una muy antigua tradición dice que l9 de Marzo sucedió la muerte de nuestro santo y el paso de su alma de la tierra al cielo.
Los santos que más han propagado la devoción a San José han sido: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al santo Patriarca. Pero sobre todo, la que más propagó su devoción fue Santa Teresa, que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que ya era considerada incurable. Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: "Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo". Hacia el final de su vida, la mística fundadora decía: "Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir". Y es de notar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.
San Mateo narra que San José se había comprometido en ceremonia pública a casarse con la Virgen María. Pero que luego al darse cuenta de que Ella estaba esperando un hijo sin haber vivido juntos los dos, y no entendiendo aquel misterio, en vez de denunciarla como infiel, dispuso abandonarla en secreto e irse a otro pueblo a vivir. Y dice el evangelio que su determinación de no denunciarla, se debió a que "José era un hombre justo", un verdadero santo. Este es un enorme elogio que le hace la Sagrada Escritura. En la Biblia, "ser justo" es lo mejor que un hombre puede ser.
Nuestro santo tuvo unos sueños muy impresionantes, en los cuales recibió importantísimos mensajes del cielo.
En su primer sueño, en Nazaret, un ángel le contó que el hijo que iba a tener María era obra del Espíritu Santo y que podía casarse tranquilamente con Ella, que era totalmente fiel. Tranquilizando con ese mensaje, José celebró sus bodas. La leyenda cuenta que doce jóvenes pretendían casarse con María, y que cada uno llevaba en su mano un bastón de madera muy seca. Y que en el momento en que María debía escoger entre los 12, he aquí que el bastón que José llevaba milagrosamente floreció. Por eso pintan a este santo con un bastón florecido en su mano.
En su segundo sueño en Belén, un ángel le comunicó que Herodes buscaba al Niño Jesús para matarlo, y que debía salir huyendo a Egipto. José se levantó a medianoche y con María y el Niño se fue hacia Egipto.
En su tercer sueño en Egipto, el ángel le comunicó que ya había muerto Herodes y que podían volver a Israel. Entonces José, su esposa y el Niño volvieron a Nazaret.
La Iglesia Católica venera mucho los cinco grandes dolores o penas que tuvo este santo, pero a cada dolor o sufrimiento le corresponde una inmensa alegría que Nuestro Señor le envió.
El primer dolor: Ver nacer al Niño Jesús en una pobrísima cueva en Belén, y no lograr conseguir ni siquiera una casita pobre para el nacimiento. A este dolor correspondió la alegría de ver y oír a los ángeles pastores llegar a adorar al Divino Niño, y luego recibir la visita de los Magos de oriente con oro, incienso y mirra.
El segundo dolor: El día de la Presentación del Niño en el Templo, al oír al profeta Simeón anunciar que Jesús sería causa de división y que muchos irían en su contra y que por esa causa, un puñal de dolor atravesaría el corazón de María. A este sufrimiento correspondió la alegría de oír al profeta anunciar que Jesús sería la luz que iluminaría a todas las naciones, y la gloria del pueblo de Israel.
El tercer dolor: La huida a Egipto. Tener que huir por entre esos desiertos a 40 grados de temperatura, y sin sombras ni agua, y con el Niño recién nacido. A este sufrimiento le correspondió la alegría de ser muy bien recibido por sus paisanos en Egipto y el gozo de ver crecer tan santo y hermoso al Divino Niño.
El cuarto dolor: La pérdida del Niño Jesús en el Templo y la angustia de estar buscándolo por tres días. A este sufrimiento le siguió la alegría de encontrarlo sano y salvo y de tenerlo en sus casa hasta los 30 años y verlo crecer en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.
El quinto dolor: La separación de Jesús y de María al llegarle la hora de morir. Pero a este sufrimiento le siguió la alegría, la paz y el consuelo de morir acompañado de los dos seres más santos de la tierra. Por eso invocamos a San José como Patrono de la Buena Muerte, porque tuvo la muerte más dichosa que un ser humano pueda desear: acompañado y consolado por Jesús y María.
San José, el santo del Silencio.
Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. No es que haya sido uno de esos seres que no hablaban nada, pero seguramente fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: "Sean pocas tus palabras". Quizás Dios ha permitido que de tan grande amigo del Señor no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros en silencio. "San José, Patrono de la Vida interior, enséñanos a orar, a sufrir y a callar".
Un dato curioso: Desde que el Papa Pío Nono declaró en 1870 a San José como Patrono Universal de la Iglesia, todos los Pontífices que ha tenido la Iglesia Católica desde esa fecha, han sido santos. Buen regalo de San José.
Santa Teresa repetía: "Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como San José lo trató tan sumamente bien a El en esta tierra, El le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca".
"Yo no conozco persona que le haya rezado con fe y perseverancia a San José, y que no se haya vuelto más virtuosa y más progresista en santidad".