El lavatorio de los pies. Significado y consecuencias.
Lavar los pies de los huéspedes o visitas, era una labor que debía realizar un sirviente de la casa cuando llegaba algún invitado. Nuestro Señor Jesucristo, como lo hubiera hecho el más humilde de los esclavos, tomó un lebrillo (vasija de barro más ancha por el borde que por el fondo, comúnmente llamado lavatorio; se quitó su manto y tomando una toalla comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Pedro, confundido, sin poder entender realmente tal acto, resistió esta actitud de su Maestro, no era posible que Jesús realizara una tarea propia de un esclavo. Pero era necesario que Jesús, Dios hecho hombre, les mostrara tan vital enseñanza.
En más de una ocasión este pasaje bíblico se ha prestado para diversas interpretaciones y no menos debates;… sin embargo, más que la humildad, el Señor nos está enseñando la práctica del servicio. El Señor dijo: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,. Vosotros también hagáis” (Juan 13:15) No hay dudas que como discípulos del Maestro, debemos estar también dispuestos a servir; …servir de cualquier forma que glorifique a Dios..
El Señor dijo: “Me llamáis Maestro”; pues bien, quienes lo reconocemos así como Maestro, nos estamos colocando en el lugar del discípulo, y como tales, debemos estar de acuerdo en que el servicio humilde es característico de Cristo y por lo tanto, también debe ser el nuestro.
Pedro no comprendía todavía, que para ser líder, necesitaba ser siervo; como le dijo el Señor, “lo entendió después”. Para aquellos que están sobre otros, es difícil servir a los que están bajo su dirección o autoridad; pero el Señor dijo: “Debéis lavar los pies los unos a los otros” (vers. 14); pues el servicio debe ser no solo a algunos, sino;… despojándonos de “puestos”, “nombres”, “títulos”, “categorías” etc., debemos servirnos los unos a los otros. (“lavarnos los pies los unos a los otros”)
Nuestro Señor Jesucristo no lavó los pies de sus discípulos con el solo propósito de promover entre ellos la amabilidad o el servicio humilde; sino también para dejarnos conscientes de una enseñanza mucho mayor, y por cierto, más necesaria aún.
Para entender esto, lo que tampoco Pedro podía entender todavía (“Lo que yo hago, tu no entiendes ahora; más lo entenderás después” vers. 7); debemos remitirnos a lo que era el Tabernáculo en el tiempo de Moisés.
La “fuente de bronce” estaba ubicada entre el altar de bronce y el Tabernáculo, ésta, no servía para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella. Dios lo estableció como estatuto perpetuo: “También se lavarán las manos y los pies, y no morirán. Y lo tendrán por estatuto perpetuo” (Exodo 30:21), de modo que Aarón y sus hijos (como sacerdote) debían lavar allí sus pies cada vez que entraban al tabernáculo o al altar para ministrar (ofrecer sacrificio)
La necesidad del mandato de lavarse los pies era un acto de purificación, el sacerdote no podía entrar al Santuario, si no se lavaba o purificaba antes sus pies. El sacerdote antes de entrar o presentarse ante Dios, debía lavarse de cualquier contaminación, tanto de sus manos, (actitudes incorrectas provocadas voluntaria o involuntariamente) como de los pies (consecuencias de la contaminación adquirida en ocasiones involuntariamente al “andar” sobre esta tierra); literalmente en la misma forma que al andar podemos ensuciar nuestros pies o calzados, así también en un sentido espiritual, ensuciamos nuestra condición espiritual.
El acto ceremonial de lavarse los pies en la Fuente de bronce, permitía que el sacerdote pudiera entrar a gozar de la presencia y comunión con Dios; para luego, oficiar con libertad por sí mismo y por todo el pueblo.
El lavado de pies era un requisito indispensable, es decir, si el sacerdote no se lavaba los pies, no podía entrar al Santuario. Como esa ordenanza fue dada como estatuto perpetuo, es necesario que así sea, pero ahora, en el “Santuario divino o celestial”; se practica como el Señor Jesucristo dejó establecido la lavar los pies a sus discípulos. Así como el Bautismo es continuidad de la circuncisión;… el reposo del Señor, lo es del día sábado;… la cena del Señor lo es de la pascua, etc. Así también el lavado de pies, es la continuidad de la ceremonia de lavarse en la Fuente de bronce.
Volvamos a nuestro Maestro;… sabiendo él, que le quedaba poco tiempo para morir en la cruz; enseñó a sus discípulos esta vital necesidad; lavarse los pies; cuando Pedro no quiso aceptar que el Señor le lavara los pies, él le respondió: “Si no te lavares, no tendrás parte conmigo” (vers. 8), semejantemente a como el sacerdote no podía entrar a oficiar a Dios sin antes lavarse los pies; ahora el creyente no puede entrar ante la presencia de Dios, gozar de la comunión y armonía con Dios, si antes no se lavare de contaminaciones que haya podido adquirir en el “camino”.
Hasta ese momento; antes de morir; el Señor Jesús había estado con sus discípulos; toda relación con Dios, había sido a través de su persona para los discípulos; pero ahora que el no estaría ya más con ellos; les correspondería a ellos, individualmente, relacionarse con Dios, y por tanto, debían aprender a lavarse antes de entrar a la presencia de Dios. Ahora, con la muerte de Jesús, quedaría el camino abierto al “Santuario celestial”; y les correspondería a ellos entrar a una relación directa y personal con Dios; por lo tanto, era necesario que ellos; cuales sacerdotes; aprendieran la necesidad del lavado de pies para entrar a la presencia de Dios y realizar también el oficio del sacerdocio a favor de la Iglesia de Cristo.
Cuando Pedro escucho de su Maestro que “Si no te lavaba no tendría parte con él”, a pesar de no entender el significado de aquel acto del Maestro (“Lo que yo hago, tu no entiendes ahora, más lo entenderás después” vers. 7), le pidió: “Señor, no solo mis pies, más aún las manos y la cabeza”; Jesús le responde: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, más está todo limpio” (vers. 10).
Aquel que fue “lavado” por la Sangre de Jesucristo (todo su ser), no es necesario repetir lo que fue hecho una vez y para siempre; pero acontece a veces, que a causa de la naturaleza (carne) que está en el creyente lavado, ha faltado, ha pecado, ha manchado sus pies en el camino; … pero no se trata de ser convertido de nuevo (crucificando de nuevo a Cristo), sino se trata ahora de que sus pies sean lavados, tantas veces como sea necesario hacerlo, y aún cada vez que necesitemos allegarnos a Dios; debemos pedir al Señor que nos lave (nuestros pies) con su Sangre , de toda contaminación, para poder “tener parte con el”; … para entrar al “Santuario” y adorarle, pedirle e interceder.
El Señor Jesucristo es quien lava nuestros pies; solamente su sangre limpia toda contaminación de carne y de espíritu, de pecado en nosotros; es un acto que solo le corresponde a él. Al decir: “Debéis lavar los pies los unos a los otros” (vers. 14) no quiere decir que tengamos nosotros la facultad de limpiarnos de pecados los unos a los otros; no, (más que “a quien remitiereis los pecados o retuviereis”, que es tema aparte), sino que es aquí, donde entra nuestra parte: el “servir unos a otros” (“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”) … el instruir a nuestros hermanos de la necesidad de lavarnos los pies, de que nadie minimice las faltas que en ocasiones llevamos, y con las cuales no podemos acercarnos a Dios, sin antes habernos arrepentido;… de instruir en cuanto a la gran diferencia de “contaminarse o ensuciarse” los pies mientras caminamos peregrinando sobre este mundo;… y la de pecar voluntariamente.. que es hacer lo malo, vivir en pecado y por tanto en abierta oposición a Dios y sin temor o arrepentimiento;… y es en éste caso, que se aplica el “ya no queda ofrenda por el pecado” (Heb. 10:26 Heb. 6:4-6)
Instruir en estas cosas, enseñar de la eficacia del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo para ser restaurado; recordando siempre, sin embargo, que todos los recursos divinos están; a nuestra disposición para no ceder al pecado, como está escrito: “estas cosas os escribo para que no pequéis (1 Juan 2:1) ; ayudar a nuestros hermanos que cayeren en falta, servirles en beneficio del reino de Dios; honrara nuestros hermanos;… esa es nuestra parte del mandato “lavaos los unos a los otros”.
La “Fuente de bronce”, había sido construida con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del Tabernáculo (Ex. 38:8) Aún lo que es objeto de vanidad, debe ser considerado y dejado antes de entrar a la presencia de Dios; lo que ha sido preferentemente en la mujer motivo de debilidad (la vanidad) debe ser considerado una “contaminación” de la cual es necesario limpiarse y apartarse –aunque el oficio del sacerdocio es exclusivo del varón- la mujer debe presentarse a Dios “en ornato agradable, … porque así se ataviaban las santas mujeres que esperaban en Dios” (1 Pedro 3:5)
La práctica literal del lavado de pies como se hacía en el Antiguo testamento, se puede hacer ocasionalmente cuando Dios nos concede la oportunidad. En el tiempo de los apóstoles se practicaba con las visitas, misioneros, huéspedes, peregrinos etc. Las viudas debían contar con la experiencia de “haber lavado los pies de los santos” (1 Tim. 5:10) El lavado de pies físicamente, es una experiencia maravillosa; que solo puede valorizar quien la haya vivido; sentir la presencia del Señor en los momentos que se está lavando los pies de algún creyente, es lo menos que se habrá de experimentar. Ojalá todo cristiano viva esta experiencia a lo menos una vez en su vida.
El lavado de pies de los “santos” (espiritualmente) tiene un sentido muy cierto: solo un creyente que ha experimentado la obra de Dios dentro de su corazón, que ha nacido de nuevo, y que por lo tanto es “santo”; puede lavarse los pies; esto es un privilegio y una restauradora experiencia reservada solo a los santos; quien no ha sido partícipe de la obra de Dios, antes tiene que “lavarse todo” en la Sangre del Cordero de Dios.
Pretender gozar de lo que está reservado exclusivamente para los santos, es una falacia y un engaño del corazón.
Reunir hombres; mendigos, pordioseros, pobres etc. etc. (como lo hace cierta religión) para lavarles los pies, haciendo alarde de “humildad”; es más bien para satisfacer la necesidad de “ser vistos”, ya que el lavado de pies físicamente, es la experiencia de una ocasión fortuita (sin haberla provocado) y no un acto o show preparado a propósito y con gente que lo más probable, nunca han experimentado el perdón de sus pecados ni el oficio de la Sangre de Cristo; por lo tanto mal podrían acceder a un privilegio dado a los santos, y mucho menos tendrán lugar de “lavarse los pies” si PREVIAMENTE la sangre de nuestro Señor Jesucristo no les ha “lavado todo el cuerpo: “quien está limpio, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”.
Fuente: Parroquia San Vicente de Paul
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