domingo, 13 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia divina - Capítulos 15 y 16

 



MEDITACIONES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Libro único
Capítulos 15 y 16
Capítulo 15. LA BONDAD INFINITA DE DIOS EN NUESTRA REDENCIÓN

¡Oh inmensa piedad, oh inestimable caridad! Para liberar al siervo entregaste al Hijo. Dios se hizo hombre, para que el hombre que estaba perdido fuera liberado del poder de los demonios. Cuánto debía amar a los hombres tu Hijo y nuestro Dios, cuando, en su infinita caridad, no contento con haberse rebajado hasta tomar nuestra humanidad en el seno de la bienaventurada Virgen María, quiso además padecer el suplicio de la cruz, y derramar su sangre por nosotros y por nuestra salvación. Vino el Dios piadoso, vino con gran piedad y bondad, vino a buscar y a salvar a los que habían perecido 42. Buscó la oveja perdida, la buscó y la encontró, y la llevó sobre sus hombros al redil del rebaño, el que era piadoso Señor y pastor realmente manso. ¡Oh caridad y piedad! ¿Quién oyó contar tales cosas?, ¿quién no se pasmará de tal amor y de tal misericordia?, ¿quién no se admirará y quién no se alegrará? Por la inmensa caridad con la que nos amaste, enviaste a tu Hijo en una carne semejante a la de los pecadores 43, para condenar el pecado en esa misma carne de pecado, a fin de que por medio de él nos convirtiéramos en justos. Pues él es el verdadero Cordero, el cordero inmaculado que quitó los pecados del mundo, que muriendo destruyó nuestra muerte, y resurgiendo nos devolvió la vida.

Pero, ¿cómo te podremos pagar, Dios nuestro, por tantos y tan grandes beneficios de tu misericordia?, ¿qué alabanzas y qué acciones de gracia podremos ofrecerte? Aunque tuviéramos la ciencia y el poder de los ángeles bienaventurados, todavía seríamos incapaces de corresponder a la grandeza de tu bondad y tu amor para con nosotros. Aunque todos los miembros de nuestro cuerpo se convirtieran en otras tantas lenguas, nuestra debilidad no bastaría para celebrar las alabanzas que tú mereces. La inestimable caridad manifestada en tu clemencia y bondad para con nosotros, a pesar de nuestra indignidad, es superior a toda ciencia humana. Pues tu divino Hijo no tomó la naturaleza de los ángeles, sino la de la raza de Abrahán, al hacerse semejante a nosotros, excepto en el pecado.

Así pues, tomando la naturaleza humana y no la angélica y glorificándola con la divina aureola de su resurrección y de su inmortalidad, la elevó sobre todos los cielos, sobre todos los coros de los ángeles, de los querubines y de los serafines, y la colocó con El a su derecha. Esa naturaleza humana así divinizada es el objeto constante de las alabanzas de los ángeles. La adoran las Dominaciones, y ante el Dios hecho Hombre se inclinan y tiemblan todas las Potencias y todas las Virtudes del cielo. En esto consisten, pues, toda mi esperanza y toda mi confianza, porque cada uno de nosotros es en cierto modo una parte de la carne y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y donde reina una parte de mí mismo, tengo fe en que yo también reinaré algún día, así como creo que yo mismo seré glorificado, donde mi carne es glorificada. Donde mi sangre domina, cierto que yo también dominaré. Aunque soy un pecador, confío en participar de esta comunión de gracia. Mis pecados me excluyen, pero la unión de mi sustancia con Jesús reclama ese beneficio. Mis faltas me hacen indigno, pero la comunión de mi naturaleza me hace superar esa indignidad. Pues no es tan cruel el Señor que se olvide del hombre, y no se acuerde de aquel que lleva en sí mismo. Ciertamente el Señor nuestro Dios es manso y muy benigno y ama su propia carne, sus miembros y sus entrañas en el mismo Dios y Señor Nuestro Jesucristo, que es dulcísimo, benignísimo y clementísimo, y en el cual o con el cual ya hemos resucitado, ya hemos subido al cielo, y ya estamos sentados en la celeste morada. El, que tomó nuestra carne, nos ama, y de él proceden la nobleza y las prerrogativas de nuestra sangre. Nosotros somos sus miembros y somos su carne. Y él es finalmente nuestra cabeza, que anima todo el cuerpo, según lo que está escrito: hueso de mis huesos, y carne de mi carne, y serán dos en una sola carne (Gn 2,23.25). El Apóstol nos explica que nadie tiene jamás odio a su carne, sino que la cuida y la quiere; éste es un gran misterio, quiero decir un gran misterio en Cristo y en su Iglesia 44.

Capítulo 16. ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS

Doy gracias con mis labios, con mi corazón, y con todas mis fuerzas, a tu infinita misericordia, oh Señor Dios mío, por todas las misericordias, con las cuales te dignaste ayudar a salvarnos de la perdición por el mismo Hijo tuyo, nuestro Salvador y Redentor, quien murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación 45, y que ahora vive sin fin sentado a tu derecha, e intercediendo por nosotros 46, y se compadece a la vez contigo, porque es Dios como tú, nacido de ti, su Padre divino coeterno y consustancial en todo, y por tanto poderoso eternamente para salvarnos. Aunque su ser humano es inferior a ti, recibió de ti todo poder en el cielo y en la tierra 47 de suerte que ante el nombre de Jesús toda rodilla deba doblarse, no sólo en el cielo y en la tierra, sino también en los infiernos, y toda lengua deba confesar que Jesucristo nuestro Señor está en tu gloria, oh Dios Padre omnipotente 48.El mismo fue constituido por ti juez de vivos y de muertos; pero tú no juzgas a nadie, sino que todo tu juicio lo diste a tu Hijo 49, en cuyo pecho están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia 50. Porque El es testigo y juez; juez y testigo 51, a quien no podrá escapar ninguna conciencia pecadora, porque todas las cosas están desnudas y abiertas ante tus ojos 52. Ciertamente el mismo que fue juzgado inicuamente juzgará todo el orbe de la tierra con justicia, ya los pueblos con equidad 53.

Bendigo, pues, tu santo nombre, y te glorifico con todo mi corazón, oh Señor omnipotente y misericordioso, por esa unión tan admirable e inefable de nuestra humanidad con tu divinidad en una sola y misma persona, ordenada a que en ella Dios no fuera cosa distinta del hombre, sino que una sola y misma persona fuera a la vez Dios-Hombre, y Hombre-Dios. Aunque por un efecto admirable de tu bondad el Verbo se hizo carne, sin embargo ninguna de esas dos naturalezas se transformó en otra sustancia, de modo que no se agregó una cuarta persona al misterio de la Trinidad. Hay unidad, pero no confusión en la naturaleza del Verbo, que es Dios, y del hombre verdadero. Lo que el Salvador tomó de nosotros no se convirtió en Dios y lo que no había sido no pudo convertirse en lo que por sí mismo existe siempre. ¡Oh admirable misterio! ¡Oh inefable comercio! ¡Oh grandeza maravillosa de la divina bondad! Éramos siervos indignos, y he aquí que nos convertimos en hijos de Dios, y en herederos de su reino y coherederos del mismo Jesucristo. ¿De dónde pudo venirnos tanto bien, y cómo pudimos merecerlo? 54

¡Oh clementísimo Dios Padre, te ruego por esta tu inestimable piedad, bondad y caridad, que nos hagas dignos de las muchas y grandes promesas del mismo Hijo tuyo y Señor nuestro Jesucristo! Haz que brille en nuestro favor tu gran poder, y confirma lo que ya has obrado en nosotros. Acaba lo que has comenzado, para que podamos merecer y obtener la plenitud de tus gracias y de tu amor. Que por obra del Espíritu Santo podamos comprender, honrar y venerar dignamente este inefable misterio de caridad, que se manifestó en la carne, fue justificado en el espíritu, se mostró a los ángeles, fue predicado a las naciones, fue creído por el universo y recibido en la gloria 55.

Fuente: https://www.augustinus.it/spagnolo/attribuiti_05/index2.htm

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