miércoles, 16 de abril de 2025

San Agustín - Misericordia Divina - Capítulos 21 y 22

 



MEDITACIONES

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único
Capítulos 21 y 22
Capítulo 21. LAS MISERIAS Y EL TEDIO DE ESTA VIDA

Me produce mucho tedio, Señor, esta vida y este penoso peregrinar sobre la tierra. Pues esta vida es una vida miserable y caduca, una vida incierta y trabajosa, una vida inmunda y dominada por los malos. Es una vida donde reinan los soberbios, llena de calamidades y de errores, y que más que vida es una muerte que nos puede sorprender en cualquier momento, en las diversas formas en que nosotros estamos expuestos a diversos cambios. Pues, ¿se puede llamar verdadera vida la que nosotros pasamos en este cuerpo mortal, que los humores pueden inflamar, los dolores extenuar, los calores secar, los aires enfermar, los alimentos hinchar, los ayunos agotar, los placeres debilitar, la tristeza consumir, los cuidados oprimir, la seguridad entorpecer, la riqueza llenar de orgullo, la pobreza abatir, la juventud la hace temeraria, la vejez la encorva, la enfermedad la quiebra y la tristeza la deprime? Y a estos males sucede la muerte furiosa que da fin a todas las alegrías de esta miserable vida, que son como si nunca hubieran existido, una vez que han dejado de sentirse. Y, sin embargo, esta vida mortal, o mejor esta muerte viviente, aunque tan llena de amarguras, ¡a cuántos enreda con sus atractivos y a cuántos engaña con sus falsas promesas! A pesar de no ser en sí misma más que mentira y amargura, y a pesar de que no puede ser desconocida a los que la aman con tan gran ceguera, son muchos los que se dejan seducir por sus falsas dulzuras, y los que se embriagan en la copa de oro que ella les presenta para que beban. ¡Felices, aunque infinitamente escasos, los que evitan toda comunicación con ella, los que desprecian sus gozos para no perecer con la que tan cruelmente los engaña!

Capítulo 22. LA FELICIDAD DE LA VIDA ETERNA

Pero tú, ¡vida que Dios reserva a los que le aman, vida que es puente de vida, vida bienaventurada y segura, vida tranquila y hermosa, vida limpia y casta, vida santa y desconocedora de la muerte y de la tristeza, vida sin mancha y sin corrupción, sin dolor, sin ansiedad, sin perturbación, sin variación ni mutación; vida soberanamente bella y soberanamente noble, donde no hay enemigos que temer, ni incentivos de pecado que combatir, sino que lejos de todo temor reinan un amor perfecto y un día sempiterno; donde están todos animados por el mismo espíritu y ven a Dios cara a cara, con una visión divina que constituye para el alma un alimento que la sacia perfectamente! Todo mi agrado consiste en pensar en tu divina claridad, y cuanto más pienso en ti, más siento mi corazón lleno del deseo de disfrutar de tus bienes infinitos. Languidezco de amor por ti, y hacia ti se dirigen mis más ardientes aspiraciones, y tu solo recuerdo me llena de una inefable dulzura.

Por eso mi único gozo y mi único consuelo consisten en elevar hacia ti los ojos de mi alma, en dirigir hacia ti todos los movimientos de mi corazón y conformarlos totalmente a ti. Mi único deleite es oír hablar de ti, hablar yo mismo de ti, hacerte objeto de mis estudios y meditaciones, leer diariamente cosas referentes a tu felicidad y gloria, repasar en el fondo de mi alma todo lo que he leído, a fin de poder pasar de los ardores, los peligros y las penas de esta vida mortal y caduca, a esa morada de dulzuras, de alivio y de paz que sólo se encuentra en ti, durmiendo o por lo menos (como tu discípulo amado) inclinando mi cabeza fatigada sobre tu seno. Para disfrutar de esa gran felicidad recorro tus santas Escrituras como un jardín de delicias, y en el recojo como hierbas frescas y saludables tus divinos mandamientos. Mandamientos que yo medito y que constituyen mi alimento espiritual; y que (reunidos en mi memoria) deposito en el fondo de mi corazón, a fin de que habiendo saboreado tu inefable dulzura, me resulten más soportables los amargores de esta vida miserable.

¡Oh única vida soberanamente feliz, oh verdadera morada de la felicidad que no tiene fin y que carece de muerte; reino divino, sin sucesión de tiempos ni de edades; único reino alumbrado por un día que no conoce la noche y cuya duración no tiene término; reino donde los que combaten y vencen cantan eternamente en honor de Dios, juntamente con los coros angélicos, el cántico de los cánticos de Sión, y con la frente ceñida por una noble e inmortal corona! ¡Ojalá me sea concedido el perdón de mis pecados, y que liberado del peso de esta carne mortal pueda participar de tus gozos eternos y del reposo perpetuo que sólo se encuentra en ti! ¡Ojalá sea yo recibido en el recinto inmenso y glorioso de los muros de tu ciudad para recibir allí la corona de la vida de las mismas manos de mi Señor, para mezclar mi voz a la de los santos ángeles, para contemplar con esos espíritus bienaventurados el rostro hermoso de Cristo, para ser alumbrado por la luz suprema, inefable e infinita, y para que sin ningún temor a la muerte goce siempre del don de una perpetua incorrupción!

Fuente: Agustinus.it

No hay comentarios:

Publicar un comentario