Querido Dios:
La creación
agoniza ante una humanidad ciega de odios, perversiones y egos en pugna. El
peso de tu brazo, suspendido sobre un mundo que supo ser hermoso, lo alcanza
hoy desfigurado por los crímenes de tus amadas creaturas, a las que sin
embargo, no dejás de abrazar.
Pienso en
cuánto te herimos, en tu gravísima ofensa, en tus sagrarios abandonados al
llanto de los ángeles, en mi propia discapacidad para sostenerme en tu Amor...
Y quisiera consolarte. Darte alivio, que te resulte confortable mi corazón
cuando te comulgo. Pero no permanezco ni
un minuto en tu Gracia por mí misma. Solo en Vos alcanzo pureza. Y casi
siempre ¡me tenés que primerear, Señor!
Si bien no
hay impotencia en tu dolor, ya que un
soplo tuyo acabaría en un instante con tanta rebeldía y maldad y "habrá un
cielo nuevo y una tierra nueva" (Apocalipsis 21, 1), Vos, Señor mío, Rey
mío, Padre mío, prodigándote en la locura del amor más extremo, te convertiste
en el último holocausto. El decisivo. Un holocausto firmado con sangre de
linaje celestial.
En la mayor
de las soledades marchaste a la cruz por nuestra causa “Vino a los suyos, y los
suyos no lo recibieron” (Juan 1,11), fuiste traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras
iniquidades. Y aunque por tus llagas
hemos sido sanados (Isaías 53,5), lejos de solidarizarnos, nos escondimos de Vos. Desde entonces
escapamos caóticamente hacia adelante con la mochila repleta de culpas y de
cruces, con tal de eludir tu Santa Cruz.
Sin tenernos
en cuenta ese pecado, abatiéndose tu cuerpo en el fragor de la mayor crueldad,
Vos solo hablaste para suplicar al Eterno un perdón incomprensible hacia tus
asesinos, bajo la absurda excusa de que no sabíamos lo que hacíamos (“Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (-Lucas 23,34-).
Sabíamos,
Señor. Sabíamos muy bien lo que hacíamos.
Sin embargo,
nadie, nunca, ningún ser humano antes o después de Vos se pronunció en tus
términos sobre los alcances del despojo, del perdón y de la Caridad.
Aun así, no pasa
nada con tu filosofía de vida.
Verás, Señor:
seguirte a tu manera (¿acaso hay otra?) resulta complicado y
agotador. Tu Evangelio es de enorme Caridad, Perdón y Misericordia, sí. Pero es
una caridad demencial, una clase de Perdón delirante (perdonar hasta setenta
veces siete -Mateo 18, 22-, o sea infinitamente) y una
Misericordia sustentada en un fanatismo absoluto ya que siempre se la
encontrará, pase lo que pase, hasta que llegues con tu Justicia.
No, Dios.
No voy a ir contra toda corriente lógica. No me pondré contra el mundo que me trata bonito, en tanto no me pronuncie por Vos.
No, Dios.
No voy a ir contra toda corriente lógica. No me pondré contra el mundo que me trata bonito, en tanto no me pronuncie por Vos.
Es decir, dar
la otra mejilla cuando ya me pegaron en la primera, amar a los que me hacen
daño y rezar por ellos, bendecir a los que me maldicen, hacer el bien a los que
me odian (Lucas 6,27-30), domesticar
mi corazón para que no recuerde ningún mal y no olvide ningún bien, no acopiar
bienes materiales en esta tierra donde la polilla los corroe porque estamos de
paso, dar a todos los que me pidan algo… No, gracias. Es desquiciante, ¿te
das cuenta?
Ya sé, Vos
nunca dejaste plantado a nadie.
Pero no, Señor. No me presentaré ante tu Cruz para decirte “sí, acepto”; “Sí, te sigo”. “Sí, renuncio a mí". Lo lamento, no te pedí que te sacrificaras, no me digas que fue por mí.
Pero no, Señor. No me presentaré ante tu Cruz para decirte “sí, acepto”; “Sí, te sigo”. “Sí, renuncio a mí". Lo lamento, no te pedí que te sacrificaras, no me digas que fue por mí.
Tal vez
alguna vez me lo piense, pero a poco que lo hago, caigo en la locura. La Cruz
es una locura. De Amor, es cierto. Pero, ¿qué puedo hacer?
Sin embargo, siento tus pisadas junto a las mías. ¿Qué querés de mí, por qué no me dejás en paz?
Sin embargo, siento tus pisadas junto a las mías. ¿Qué querés de mí, por qué no me dejás en paz?
¿Qué te
entregue mi vida? ¿Qué te ceda mis heridas, mis partes oscuras, soberbias y maldades? ¿Por qué lo haría? ¿También mis hijos, mi perro, mi pasado, presente y
futuro? Estás loco, Señor. Mucho más que yo, que sí que lo estoy hace rato porque ya no puedo más.
Te propongo
un ensayo: te ofrezco por un tiempo mis sueños, todo lo que
soy, todas mis
miserias y anhelos, desde mi concepción. Y me gustaría ver cómo te arreglás con semejante fardo.
¿Qué si no sé qué cosa? ¡Ah, eso!
¿Qué si no sé qué cosa? ¡Ah, eso!
“Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera» (Mateo 11, 28-30).
¿Vos pelearás
mis batallas, cargándote el peso que me toca?
¿Es una especie de endoso?
Entonces, ¡que así sea, Señor!, con tal de experimentar la suavidad de tu yugo y la ligereza de tu carga. Y de hallar descanso para mi alma.
¡Ah!, pero tendré que pastorear mi corazón para volverlo manso y humilde como el tuyo. Ni idea de cómo…
¿Vos también te ocuparás de eso?
En pocas palabras, ¿me domesticarás como el Principito al zorro, por el crisol del amor?
No tengo objeciones, mi Dios. ¿Cómo podría tenerlas, bajo condiciones tan favorables?
¿Es una especie de endoso?
Entonces, ¡que así sea, Señor!, con tal de experimentar la suavidad de tu yugo y la ligereza de tu carga. Y de hallar descanso para mi alma.
¡Ah!, pero tendré que pastorear mi corazón para volverlo manso y humilde como el tuyo. Ni idea de cómo…
¿Vos también te ocuparás de eso?
En pocas palabras, ¿me domesticarás como el Principito al zorro, por el crisol del amor?
No tengo objeciones, mi Dios. ¿Cómo podría tenerlas, bajo condiciones tan favorables?
¡Ay, Señor!
Pero yo estuve en tu holocausto. Participé activamente, querido Dios.
Escuché claramente en Getsemaní cuando instruiste a los apóstoles: “Velad y orad para no caer en tentación”.
Escuché claramente en Getsemaní cuando instruiste a los apóstoles: “Velad y orad para no caer en tentación”.
Transido de aflicción te alejaste como a un tiro de piedra y rezaste, rostro en tierra, sumido en una angustia mortal. Lágrimas y sudor corrieron por tu cuerpo rompiendo en gotas de sangre que empaparon el suelo.
Vos insistías. A medida que arreciaba tu agonía, más urgente se volvía tu súplica al Padre Celestial para que, de ser posible, alejara de Vos ese cáliz, pero que no se hiciera tu voluntad, sino la Suya. Enseguida bajó un ángel del cielo a confortarte. (Lucas22, 40-44).
Le habías dicho a Pedro que sentías una tristeza de muerte.
Tu persistencia en la plegaria más triste de todos los tiempos me dejó estupefacta.
Tu persistencia en la plegaria más triste de todos los tiempos me dejó estupefacta.
Pude ver el
enjambre de maldades del género humano, a lo largo y a lo ancho, clavarse en tu
cuerpo; presencié cómo te atravesó el dolor por aquellas almas que de todos modos se perderían, tornando inútil para ellas tu inminente matanza, provocando esa mortaja de sangre en que se habían convertido tu sudor y tu llanto.
El sopor del
Maligno se coló en los corazones de tus apóstoles y no lograron permanecer
despiertos a causa de la tristeza.
Yo también dormía, mi dulcísimo Jesús, pero por indiferencia. (Solo mucho tiempo después comprendí el inmenso poder reparador de la penitencia y la oración).
Yo también dormía, mi dulcísimo Jesús, pero por indiferencia. (Solo mucho tiempo después comprendí el inmenso poder reparador de la penitencia y la oración).
Enseguida
llegó Judas a entregarte. Los tuyos se dispersaron. Yo me posicioné en el bando
de los que iban a llevar a cabo la más grande traición jamás consumada. Así
estaba de endurecido mi corazón.
Ya en el
Pretorio, después de lavarme las manos junto con Pilatos, fui a la columna de
tu flagelación y até las tuyas con mis gravísimas faltas. Entre horrorizada e
incrédula vi cómo se ensañaron sobre tu cuerpo todos los pecados de la carne,
desde Adán hasta el final de los tiempos, destrozando tus músculos y tejidos.
Los soldados,
borrachos de maldad, se divertían con Vos; clavaron en tu sagrada cabeza una
corona de brutales espinas en la que se albergaba, con gran desparpajo, un
mugriento conglomerado de pensamientos de iniquidad, perversión, injusticia y
crímenes, también de toda la humanidad. Vos callabas. Las almas, esas almas por las que
tu locura de amor se inmolaba, se burlaron con descaro. Yo no estuve ajena,
Señor. También me mofé. Hubo muchas espinas mías en tu sádica coronación. Más
de las que pueden soportar mis recuerdos.
Fue entonces
que tu Madre reparó en mi presencia. El agobio de sus lágrimas cayó sobre mi aridez y Ella recogió el vaso abstruso
de mi alma. A raíz de mi corazón entumecido por tantos pecados -que yo pregonaba que no eran tales-
apenas lo percibí.
La Babel en
que se había convertido el gentío alrededor de tu bestial martirio por las
calles de Jerusalén era insoportable. Vos te alejabas con la cruz al hombro
fuera de los muros de la ciudad hacia tu último ocaso. Corrí para alcanzarte. Fue fácil, el camino al Gólgota era cuesta arriba y tus pasos tan patéticos
como lentos. Cuando caíste, exhausto por el peso de la cruz sobre tu espalda
lacerada, aproveché para sentarme en el madero, ultrajando así tu padecimiento.
No me importó, total ya eras hombre muerto.
De este modo,
con la conciencia desligada, llegué sin molestias al escenario final. Ni tu
exasperante agonía ni el estrés de tu suplicio me movieron a compasión. Allí me
puse híper activa y aporté clavos, martillazos, indiferencia y cinismo, en
exceso, Señor.
Por el contrario, me desesperó que te arrancaran la ropa pegada a tus escalofriantes heridas. Eso me dolió con un dolor sorpresivo, aunque insuficiente. También me golpeó la exhibición de tu sangrienta desnudez. Pero enseguida dejé ese atisbo de sentimiento para participar del reparto de tu ropa y del sorteo infame de tu manto.
Por el contrario, me desesperó que te arrancaran la ropa pegada a tus escalofriantes heridas. Eso me dolió con un dolor sorpresivo, aunque insuficiente. También me golpeó la exhibición de tu sangrienta desnudez. Pero enseguida dejé ese atisbo de sentimiento para participar del reparto de tu ropa y del sorteo infame de tu manto.
Vos te quedaste
cubierto de sangre y agua por todo abrigo. Yo te evitaba, no quería verte.
Entre Vos y yo se desplegaban dos realidades paralelas según la magnitud de mi
ego, huérfano de piedad. Pero Vos sí que me miraste, querido Dios. Me miraste a
los ojos y me llamaste por mi nombre, incluso. Entonces sentí miedo y fui a
entretenerme con las cosas del mundo. Esas que aportan justificación y olvido.
"PENSAD EN LA PASIÓN DE JESÚS"
Ya te había
marginado de mi vida, cuando un sábado leí un mensaje de tu Madre: “Debéis
sacrificaros más. Pensad en la Pasión de Jesús” (parte del segundo mensaje de la Santísima Virgen María enGarabandal, el 18 de junio de 1965).
Bien claro nos lo dijiste: "Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno" (Mateo 5, 37). Nadie quiere enterarse de esto. Yo tampoco quería.
¡Pensad en la
Pasión de Jesús!
Justo en lo que
no quería pensar. Justo lo que me perturbaba por escandaloso y demoledor.
Instintivamente
repudié esas palabras. Sin embargo, instintivamente también, me dije: “podrías
rezar un Rosario”. Andaría por
el décimo Ave María del primer misterio Gozoso, cuando aquellas lágrimas de tu
Madre permearon mi espíritu amurallado. Me vi frente a su Corazón Inmaculado y
mi realidad se tambaleó como un beodo. Quedé sobrecogida y recordé, con la
mirada perdida en los flecos de tu sangre, cuánto la había amado en mi niñez,
cuando mi corazón era inocente y puro. Ese mismo que ahora tronaba enloquecido
saltándose del pecho y que dolía como si un puñal lo retuviera. Sorpresivamente
me encontré empapada en lágrimas torrentosas. Un calor fuerte me abrasó por
dentro y lloré amargamente muchas horas en el regazo de tu Madre, Señor, que
también es mi Madre.
Ella, María,
la llena de Gracia, tomó mi arrepentimiento, mi dolor y mis miserias y los
transformó en oleadas de bendiciones y consuelos extraordinarios. Sucedió en
una tarde, en unas horas y en un día que eran de Ella. En esas pocas horas,
cuatro o cinco, Ella me dio a luz, sanó mis heridas y simplemente, ya no fui la
misma persona, a partir de esas horas y de ese día.
Pero antes de
esto, cuando me entretuve con las cosas del mundo, trajiné caminos de extravío
y perdición. Aunque estimé, entonces, que por fin era feliz. ¿Paz? Bueno, no.
La vida está llena de conflictos.
Dijo la
Santísima Virgen en La Salette que “la verdadera fe se ha extinguido y la falsa luz alumbra al
mundo” (Aparición de laSantísima Virgen el 19 de septiembre de 1846 en La Salette-Fallavaux, Francia,a los pastorcitos Maximino y Melania). Una atractiva y depravada luz,
una luz bella. Luzbel.
La falsa luz
resulta irresistible. Nos envuelve con dedos de terciopelo, pero oscuros, el
alma y nos sumerge en una irrealidad creíble, confortable, que en verdad no es
más que una calle sin salida de sueños rotos.
Me volví
irreverente y arrogante, no te necesitaba. Desde este lugar sobra decirte que
ya casi nadie habla de Vos, ¿sabés? Y los que lo hacen son tildados de
retrógrados, fanáticos, o son blanco de comentarios como: "Y bueno, se
aferró a la fe, ¡pobre!"
En orden al
asunto de tu Pasión, con el tiempo se convirtió en leyenda. Una leyenda sobre
la cual no valía la pena volver, ni revisar, ni nada que abriera la posibilidad
de tornarla actual.
Dos
mil años después (O cómo te crucifiqué)
En la escuela
de mis hijos, ¡otra vez el crucificado! No lo digo por Cristo, nunca abominaría
de Él, no. Pero, ¿qué tiene que ver la cruz? Es traumática. ¡Ojalá los chicos
no le presten atención! ¿Qué clase de desquiciados replican esta imagen
morbosa por todas partes? Y ojo que yo
creo en Dios. Pero el crucificado es un espectáculo denso. Sí, ya sabemos,
conocemos la historia hasta el hartazgo (¿la conocemos...?). Pero paremos la
mano con la cruz. ¡A quién se le ocurre!
A vos, Señor.
La ocurrencia es toda tuya. El resultado es todo mío. Y la ganancia también.
Porque transité tu Vía Dolorosa sentada en el madero que llagó tu Santo Hombro.
Yo no sufrí un rasguño. Mi peso lo cargaste con mis circunstancias, maldades, omisiones y
enfermedades.
Ya en el Gólgota, me uní a los soldados y fariseos: "¡Eh,
vos! Vos, que decís que sos el Hijo de Dios, ¿qué estás esperando para hacer un
milagro más y bajar de allí? ¿O fueron puros trucos del demonio para los
desesperados?". En realidad no me interesaba conocer la respuesta. Me fui
a seguir con mi vida, decidida a olvidar ese espectáculo vergonzante. No quise entender.
Sinceramente,
me aburría escuchar de Vos. Y si me insistían un poquito, me sacaban de quicio.
La falsa luz... Es tan cálida y placentera que la defendía con uñas y dientes.
¡No me la quiten! "nadie cede gratuitamente los espacios ganados".
(¡Y yo defendiendo tan mortal cautiverio!). Que se arrodillen ante tu cruz los
fanáticos, los fundamentalistas y los ignorantes. Pero que se callen la boca,
que celebren sus trasnochados ritos detrás de puertas bien cerradas. Me daban
pena y rabia. Más rabia que pena. Menos mal que me salí de ese abominable hecho
perdido en la noche de los tiempos; hoy un formidable anzuelo para los débiles
de mente, los reprimidos y los frustrados. Chiflados con pretensiones de
conquistas post mortem. ¿Quién en su
sano juicio les podría dar crédito?
¡Sacramentos!
Otra extravagancia. Otra atadura al eficaz recurso de la culpa que garantiza
una adicción enfermiza y grave. El culto a la razón es el mejor detente. Si voy
a inclinarme ante un dios, que sea mi raciocinio. Voltaire, Diderot: ¡Marchons! Yo hago que suceda. No soy
títere de entidades improbables. Es tan claro el asunto. Tan evidente. Los
veo cuando salen de eso que llaman Misa. Hay que estar muy fuera de eje, muy
atormentado o desahuciado para creer todo lo que te dicen que sucede en la
Misa. En forma invisible, obvio.
Por suerte a
mí no me agarran. Sí creo en que algo nos generó, digamos. A mi manera, desde
ya. ¿Qué si hay cielo, resurrección, reencarnación, o nada? Ni idea. Nadie
volvió para contarlo.
Bueno, no. ¡Vos sí que volviste, Señor!
Pero, ¿quién
abonaría tal cosa? Pueden ser inventos de la iglesia. Con tanto poder, ¿cómo no
defender sus propias fábulas? En esta época, lo que no es visible no existe.
(¿Seguro? ¿No dijo Saint Exupéry en “El Principito” que “lo esencial es
invisible a los ojos”? Y si Dios es lo
esencial, el autor lo tenía claro: “Porque Tú eres, Señor, la común medida de
uno y otro. Eres el nudo esencial de actos diversos” - Final de “Ciudadela”, de A. de Saint Exupéry).
Es así,
Señor. Pasaste de moda, el intelecto que nos regalaste desacreditó tanto tu
persona como tu historia. Ni hablar de tu supuesta divinidad. Solo los niños,
un tiempo breve en la primera infancia a veces te invocan, quizás porque aún
recuerdan que fueron soñados en tu Corazón (Salmo 139:13,15) (Gálatas 1:15). Pero llegado el uso
de razón y su cultivo, chau, Dios.
No es nada
personal, pero mirá, nos avergüenzan tus signos, Jesús.
Adornamos orgullosos nuestros espacios más
íntimos -o nos vestimos- con símbolos, talismanes e imágenes de los que
desconocemos su historia y significado y que suelen provenir de prácticas
ocultistas de tiempos remotos.
Menos a Vos,
Señor, recurrimos a cualquier cosa o persona cuando estamos en apuros.
Recorremos chamanes, tarotistas, videntes, médiums, adivinos, magos,
hechiceros, yoguis, astrólogos, gurúes y toda clase de mancias a fin de
solucionar nuestros problemas. Así, metemos al mismísimo Satanás en casa y en
nuestro cuerpo. Después no nos explicamos por qué nos suceden y se nos replican
ciertos raros infortunios. A tu Santa Cruz la sacamos por lo menos de nuestra vista,
en el mejor de los casos. O la mezclamos con las cosas del Diablo, poniendo
ataduras a tu Señorío. Le decimos que No a tu Cruz que es nuestro pasaporte al
Cielo para la eternidad, ¡ay, si seremos necios! “Multiplican sus dolores lo
que siguen en pos de extraños dioses” (Salmo 16,4).
Acá estamos
para pasarla lo mejor posible sin perjudicar a nadie, nosotros somos dios. A
nuestra manera, ya que estamos, también tenemos poderes propios, Señor. ¿O no
viste la New Age de cuyos ingredientes ignoramos todo, empezando por sus
orígenes? Especialmente ignoramos su condena expresa por Vos cuando nos mandás “no
practicar encantamiento ni astrología, ni hacernos tatuajes, ni dirigirnos a
los nigromantes, ni consultar a los adivinos, haciéndonos impuros por su causa” (Levítico 19, 27-31). No obstante lo tragamos completo
con una ingenuidad casi mística, solo porque es una moda que enaltece nuestro
ego. Y porque da resultado, claro. Ya se sabe que Satanás es tu mona, te imita
en todo y es capaz hasta de sanaciones, aunque después pagaremos un precio
brutal por otro lado, ya que “es homicida desde el principio” (Juan 8, 44). En la Sagrada
Biblia está todo clarito, clarito. (Deuteronomio 18, 9-14). Pero casi nadie la toma en serio.
Nada más
seductor que el atractivo centrifugado de la Nueva Era junto con tus Verdades,
de cuya ecuación se obtiene un batido demoníaco preciosamente enmascarado y
gustoso, mucho más digerible que seguirte solo a través de tu irritante
Evangelio, Señor y, por eso mismo, más tentador: nos coloca en la errónea y
fatal idea de que igual estamos con Vos. O peor, de que somos como Vos. Cuando
en realidad estamos contra Vos y por tanto, sirviendo al que “vino a robar,
matar y destruir” (Juan 10, 10), en ese orden.
Pecamos
contra Vos con los bienes de tu Creación, colocándolos por encima tuyo con
prescindencia de Vos, Señor. ¡Qué loco! Muy descarado está Satán en esta época
donde todo va peor que nunca, patas arriba, pese a las vibraciones energéticas que
ostentamos en términos de mantras que ni idea de donde vienen. Pese a la conciencia
cósmica del universo, novísima suerte de anti creencia, invocación y bendición
atea con tal de no nombrarte a Vos, Dios, creador del Universo y de la Tierra,
sobre la que tus pies descansan como su
escabel (Isaías 66,1). Debiera ser al revés, si esas cosas
provinieran de Vos, ¿no? Ya que lo que no viene de Vos, “en quien los demonios
creen y tiemblan” (Santiago 2,19), viene del demonio.
Bien claro nos lo dijiste: "Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno" (Mateo 5, 37). Nadie quiere enterarse de esto. Yo tampoco quería.
Fuerte es la
arremetida de Lucifer y muy tenaz nuestra flojera para replantearnos nada, con
tal de evitar traerte al escenario, Dios. Obstinados, impenitentes, vamos
contra Vos comandados por lobos que ya no se toman la molestia de camuflarse de
corderos.
Desdeñando
tus muchos y cada vez más urgentes avisos, insistimos en que al fin y al cabo
no somos malos. Nada más no te necesitamos, Señor. No a un Dios que nos ponga
mandamientos y nos cuide.
Vos quedate allá en tus comarcas celestiales y dejame acá abajo en mi paz. No en tu paz, que mirá si me cuesta algo raro.
Vos quedate allá en tus comarcas celestiales y dejame acá abajo en mi paz. No en tu paz, que mirá si me cuesta algo raro.
Yo sí creo en Vos. A mi manera. Así que
conformate, escuchame cuando te pido algo. Y hasta la próxima. No abomino de
vos, sino de la historia que me encajaron tus consagrados y los que se la pasan
en tus templos. Y de lo que califican de "pecado". Mirá, me saca de
quicio la sola palabreja. Significa ir contra vos, dicen. "Ir contra Dios,
voluntariamente".
Sin embargo no siento que voy en tu contra por no concurrir a la iglesia, por ejemplo (aunque estás vivo en el Sagrario). Por el contrario dejé atrás un peso, un formalismo que no me sirve. El mundo se volvió más ancho y complaciente, estoy relajada y estimo que las cosas que que vienen de Vos no pueden ponerme en tu contra solo por disfrutarlas al margen de tus mandamientos.
Poco a poco mis límites interiores ceden y soy más flexible e inclusiva. Me libré de doctrinas piadosas y arcaicas; extirpé de mi camino abstenciones supuestamente ofensivas a Vos.
Al fin, llegué a la equívoca conclusión de que muchas cosas me las enseñaron mal, solo porque así justifico mi estilo de vida. (“Ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella”: Mateo 7,13).
Sin embargo no siento que voy en tu contra por no concurrir a la iglesia, por ejemplo (aunque estás vivo en el Sagrario). Por el contrario dejé atrás un peso, un formalismo que no me sirve. El mundo se volvió más ancho y complaciente, estoy relajada y estimo que las cosas que que vienen de Vos no pueden ponerme en tu contra solo por disfrutarlas al margen de tus mandamientos.
Poco a poco mis límites interiores ceden y soy más flexible e inclusiva. Me libré de doctrinas piadosas y arcaicas; extirpé de mi camino abstenciones supuestamente ofensivas a Vos.
Al fin, llegué a la equívoca conclusión de que muchas cosas me las enseñaron mal, solo porque así justifico mi estilo de vida. (“Ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella”: Mateo 7,13).
Olvidé que
Vos, Señor, no te mudás. Sos el que Sos. (Éxodo 3, 14).
¿Los diez
mandamientos? ¿El famoso Decálogo?: 1) Amarás al Señor, tu Dios, por sobre
todas las cosas y no tendrás otros dioses aparte de Mí. 2) No dirás el nombre
de Dios en vano; 3) Santificarás las fiestas; 4) Honra a tu padre y a tu madre
para que tus días sean alargados sobre la tierra que el Señor tu Dios te da; 5)
No matarás; 6) No cometerás adulterio; 7) No robarás; 8) No darás falso
testimonio contra tu prójimo; 9) No consentirás pensamientos ni deseos impuros;
10) No codiciarás los bienes ajenos (Éxodo 20, 3-17). Son prehistoria. Otra sociedad, otros mandatos,
tabúes, nada que ver con la actualidad. Debieran interpretarse simbólicamente.
Rescato no matar y no robar como pilares morales de todos los tiempos. El resto
es pasado, no encajan, Señor, con la vida de hoy.
“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos
a los otros así como yo los he amado” (Juan 13,34).
Así, de pronto
he abolido tu Nueva Alianza sellada y firmada con tu Sangre preciosa en mi
beneficio, otorgándome rango de heredera tuya. He rechazado ese rango y me
aprovecho de tu herencia, mientras pretendo negar que es tu Aliento el que nos
sostiene y mueve el Universo.
Tampoco soy
más feliz ni tengo más paz.
Hay niños sin padres originales juntos, en cada casa. Hay muchas casas, pero pocos hogares. Porque si sigo solo mis sentimientos no estoy yendo hacia el amor sino hacia el placer. Que suele ser el altar donde se sacrifica el amor, empezando por nuestros hijos.
A veces incluso solemos matarlos antes de nacer, si nos importuna su llegada. Ni los animales lo hacen. Por cada aborto se multiplican los espíritus luciféricos. “La sed de sangre del demonio no se ha apagado con la muerte del Hijo de Dios en el Calvario. Su odio al Hijo de Dios se extiende a los nuevos hijos de Dios y a las que pueden ponerlos en el mundo, las mujeres encintas (Padre José Mª Montiu de Nuix). Cada aborto es una ofrenda a los demonios de las vidas soñadas y programadas por Vos. Es el peor crimen contra Vos, Dios, apunta derecho a tu Corazón. Sin embargo esta matanza de los inocentes se encuentra hoy amparada por regímenes legales.
Hay niños sin padres originales juntos, en cada casa. Hay muchas casas, pero pocos hogares. Porque si sigo solo mis sentimientos no estoy yendo hacia el amor sino hacia el placer. Que suele ser el altar donde se sacrifica el amor, empezando por nuestros hijos.
A veces incluso solemos matarlos antes de nacer, si nos importuna su llegada. Ni los animales lo hacen. Por cada aborto se multiplican los espíritus luciféricos. “La sed de sangre del demonio no se ha apagado con la muerte del Hijo de Dios en el Calvario. Su odio al Hijo de Dios se extiende a los nuevos hijos de Dios y a las que pueden ponerlos en el mundo, las mujeres encintas (Padre José Mª Montiu de Nuix). Cada aborto es una ofrenda a los demonios de las vidas soñadas y programadas por Vos. Es el peor crimen contra Vos, Dios, apunta derecho a tu Corazón. Sin embargo esta matanza de los inocentes se encuentra hoy amparada por regímenes legales.
Tal vez el
amor sea cuestión de responsabilidad, de voluntad, a fin de evitar los daños
colaterales, se me ocurre. Entonces descubro que deviene positivo no ceder a
los impulsos. Porque el amor es tender un puente hacia el otro, no para
conquistarlo, sino para ser uno con él en Vos, Señor: “Y si alguien puede
prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos
no se rompe fácilmente”. (Eclesiastés4,12).
En cuanto al
mandamiento “no cometerás adulterio”, ya lo advertiste: cuando me uno a otro a
través del sexo, aunque sea circunstancialmente, me estoy fusionando con toda
su historia y no tendré el control de los resultados de tales uniones. Bien
claro dejaste que evitemos la fornicación, que “cualquier otro pecado cometido
por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio
cuerpo. ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita
en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen,
sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en
sus cuerpos” (1ra. Corintios 6, 13-20).
Pero no me interesa saber, me es suficiente con ese placer pasajero aunque ofrende mi cuerpo a los espíritus inmundos. ¡Qué baratos le resultamos a Satanás! “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Oseas 4, 6). Así, esas historias ajenas pasarán a gravitar en mi vida con sus tormentos y cautiverios, me guste o no, ya que decretaste que los dos serán una sola carne (Génesis 2,24). Prescindiendo del tercer cordel, o sea de Vos, fácilmente seremos derribados.
Pero no me interesa saber, me es suficiente con ese placer pasajero aunque ofrende mi cuerpo a los espíritus inmundos. ¡Qué baratos le resultamos a Satanás! “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Oseas 4, 6). Así, esas historias ajenas pasarán a gravitar en mi vida con sus tormentos y cautiverios, me guste o no, ya que decretaste que los dos serán una sola carne (Génesis 2,24). Prescindiendo del tercer cordel, o sea de Vos, fácilmente seremos derribados.
En fin,
Señor, el asunto es que tarde o temprano nos alcanzará el caos que sembramos y
entonces clamaremos tu auxilio. O peor, te culparemos por los males que supimos
conseguir.
Admiro tu
paciencia, ¿sabés, Dios?
Dijo también la
Santísima Virgen en La Salette que “Ya no hay almas generosas ni persona digna
de ofrecer la víctima sin mancha al Eterno, en favor del mundo”.
Es que está
todo tan pervertido, Señor, que ni siquiera nos percatamos de lo esencial. Nada
es malo, todo vale y da igual. Esto es patente de reciente brillo legal, como
la ideología de género que apunta a tus planes primordiales, en cuanto has
dicho “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen
de Dios le creó, y los creó hombre y mujer.” (Génesis 1,26-27); solo en el hombre y en la mujer la
diferencia sexual lleva en sí la imagen y la semejanza de Dios.
O la
eutanasia, la eugenesia, el aborto… ¿Sabemos realmente a quién nos conducen estas
novedades? Al gran acusador de sus hermanos (Apocalipsis 12, 9-10). Van directo contra tu Voluntad, contra tus planes específicos de
vida, Señor, de la que sos exclusivo Autor. (1ra. Corintios 6, 9-11).
Nos rebelamos
contra Vos temeraria y groseramente. Con el agravante de que en el rumbo de la
ideología de género robamos la inocencia a los niños sin inmutarnos. La
violación a la pureza primigenia e íntima de los pequeños, indefensos ante tan
letales doctrinas, también goza de legalidad jurídica.
“Después dijo
Jesús a sus discípulos: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de
aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de
moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Por lo tanto, ¡tengan cuidado!” (Lucas 17, 1-3).
Terrible
amonestación la tuya, Señor.
Igual marchamos contra Vos sin miramientos, en una novedosa y más perversa crucifixión. “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7, 16). Hay que quitarte del medio, a Vos, que sos Dios. A Vos, que si retirases tu aliento fenecería toda forma de vida conocida.
Igual marchamos contra Vos sin miramientos, en una novedosa y más perversa crucifixión. “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7, 16). Hay que quitarte del medio, a Vos, que sos Dios. A Vos, que si retirases tu aliento fenecería toda forma de vida conocida.
Avanzamos
despejándole el terreno a los espíritus malignos, a su príncipe Satanás que
posee el control y derecho legal sobre estas infamias y lo usará para llevarse
las almas que adhirieron a ellas. Peleará con contundencia a la hora de la
muerte con gran posibilidad de ganar la pulseada ya que, a diferencia de
nosotros, conoce muy bien las Escrituras.
No te
dejaremos alternativa ante las elecciones que efectuamos en vida, Señor, a
sabiendas de que íbamos contra tus preceptos más sagrados. Salvo que en algún
momento, antes de la muerte, volvamos el corazón a Vos, a tu manera, querido
Dios.
Por mucho
menos sucumbieron bajo tu santa ira Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 1-26). Pero no nos interesa conocer
esa historia. Lo que no nos conviene lo negamos. Enseguida lo rotulamos como “leyenda”. Y a otra cosa.
Cuando nos queramos acordar ya estaremos bien encadenados y con el alma perdida,
vendida al acusador infernal.
Pero no importa, total su mayor logro es hacernos creer que no existe. Yo estaba convencida. Y pagué cara mi pertinaz ignorancia.
Pero no importa, total su mayor logro es hacernos creer que no existe. Yo estaba convencida. Y pagué cara mi pertinaz ignorancia.
“La familia
que reza unida, permanece unida”. Suena milagroso. Una familia unida. La última
que recuerdo es la que supieron formar mis padres.
Claro que
“Todos los pecados del mundo entero, desde el principio de los tiempos hasta el
fin de los tiempos, juntos, no son nada más que una gota de agua en el mar de
la Misericordia de Dios, si me arrepiento de corazón” (Santa María Faustina Kowalska).
Es decir que si, desde la demolición de mi arrepentimiento, imploro tu Misericordia, Vos, Señor, mi Dios, revertirás todo mal y me darás una vida nueva. Al fin y al cabo, viniste por mí: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (Lucas 5, 32). Porque grande es tu fidelidad y siempre cumplís tus promesas. Porque no hay nada imposible para Vos.
Además es manifiesta tu amnesia respecto de los pecados confesados y perdonados. Simplemente, dejaron de existir.
Es decir que si, desde la demolición de mi arrepentimiento, imploro tu Misericordia, Vos, Señor, mi Dios, revertirás todo mal y me darás una vida nueva. Al fin y al cabo, viniste por mí: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (Lucas 5, 32). Porque grande es tu fidelidad y siempre cumplís tus promesas. Porque no hay nada imposible para Vos.
Además es manifiesta tu amnesia respecto de los pecados confesados y perdonados. Simplemente, dejaron de existir.
También en La
Salette expresó la Virgen que estás muy ofendido por la deserción de nosotros,
tus hijos, en cuanto a santificar los días consagrados a Vos. Y que esa
deserción pesará mucho en el juicio particular.
Es que
entretenidos como estamos en el prisma de la falsa luz, tu sed de almas nos
tiene sin cuidado, Señor.
“Tengo sed”,
repetís desde la Cruz. Y te alcanzamos el vinagre de nuestros pecados con tal
de callarte.
Sin embargo Vos, Señor de la Paciencia, conociendo que también tenemos sed, nos esperás, desbordado de compasión.
Sin embargo Vos, Señor de la Paciencia, conociendo que también tenemos sed, nos esperás, desbordado de compasión.
¡Seguro que
necesitamos de coloquios con Vos, Padre!
Así, si cada
seis días de alternar por el mundo obedezco tu tercer mandamiento y el domingo
lo dedico a estar con Vos, a escucharte y a contarte mis cosas, en fin, a pasar
con Vos un rato de intimidad, necesariamente voy a desacelerar. Tu
paz y algo tuyo voy a llevarme en ese milagro llamado Misa en la que Vos sos el
Sumo Sacerdote, el Altar del Sacrificio y la Víctima propiciatoria, a la vez y
en el mismo instante.
Porque Tu Palabra no vuelve sin dar fruto (Isaías 55,11). Empezaré a gozar por adelantado de esa cita nuestra, a esperarla, a desear tus ternuras más seguidas. Todos los días, de ser posible. Tal como hacías con nuestros primeros padres, antes que se rompiera el vínculo divino con Vos, antes que sobreviniera la muerte. Por entonces Vos paseabas y conversabas con tus hijos y ellos disfrutaban de esos encuentros al abrigo de una Creación que por cierto, es hermosa; no hay artista que haya podido arrimarse ni un poco a su belleza e inteligente armonía.
Porque Tu Palabra no vuelve sin dar fruto (Isaías 55,11). Empezaré a gozar por adelantado de esa cita nuestra, a esperarla, a desear tus ternuras más seguidas. Todos los días, de ser posible. Tal como hacías con nuestros primeros padres, antes que se rompiera el vínculo divino con Vos, antes que sobreviniera la muerte. Por entonces Vos paseabas y conversabas con tus hijos y ellos disfrutaban de esos encuentros al abrigo de una Creación que por cierto, es hermosa; no hay artista que haya podido arrimarse ni un poco a su belleza e inteligente armonía.
Si dos que te
sienten así se unen, difícilmente se separen porque serán como una soga de tres
cuerdas. ¿Es por eso que prometiste también que cuando dos o más se reunieran
en tu Nombre, estarías en medio de ellos? (Mateo 18, 20).
Pero antes
debo optar por Vos libremente y sin reservas. Porque viniste por mí, por los
pecadores, amándonos tal como somos, aunque aborreciendo el pecado. En cuanto
volvemos el rostro a Vos, de inmediato nos abandonan los harapos de la
indigencia espiritual, Vos mismo te encargás del vestuario de los que
te buscan de corazón. Porque de lo único que no sos capaz, querido Dios, es de
odiar.
Ante la
intimidad así afirmada con Vos, en Vos y por Vos, tus otros mandamientos caerán de maduro. No digo que seremos santos por propia iniciativa –solo Vos
podés hacernos santos- pero sí que correré a pedirte perdón de rodillas, Señor
mío, cada vez que te falte. Y lo haré a
tu manera -en Confesión- no a la mía, porque sería un martillazo más en tu santa carne y ya
no quiero tener nada más que ver con tu martirio y tu muerte atroz.
Solo deseo abrazarte y decirte que “Sí, acepto mi cruz. Sí, quiero seguirte. Sí, renuncio a mí”. Aborrezco mi rebeldía y llevarte la contra; deseo ser obediente. Obediente a Vos como una niña "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mateo 18,3).
Solo deseo abrazarte y decirte que “Sí, acepto mi cruz. Sí, quiero seguirte. Sí, renuncio a mí”. Aborrezco mi rebeldía y llevarte la contra; deseo ser obediente. Obediente a Vos como una niña "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mateo 18,3).
Claro que sola no llego ni hasta la esquina, dependo enteramente de tu Santa Voluntad, mi
Dios. Sin embargo, algo inesperado sucedió en medio de este insólito proceso,
Señor. Me enamoré perdidamente de Vos.
Ingresé a tu
Amor y su puerta selló mi entendimiento tal como lo conocía.
Debí reaprender mi vida bajo tu Luz, Camino y Vida porque “nadie va al Padre sino por Vos” (Juan 14, 6).
Debí desaprender lo viejo mediante disoluciones terminantes y dolorosas.
Hube de renunciar a secuencias de estafa. Había comprado quimeras, fuegos fatuos e intrigas cuya malicia no se detecta en la impureza. Intrigas que me traspasaron invadiendo corazones muy queridos por mí.
Mas esta clase de renuncia es carnada de cuchillas recelosas; blanco de comerciantes invisibles en la clandestinidad de las tinieblas donde desespera el lazo del cazador. También es piedra que lastima, pero solo al principio. Después es roca que refunda, piedra angular, casa que permanece.
Debí reaprender mi vida bajo tu Luz, Camino y Vida porque “nadie va al Padre sino por Vos” (Juan 14, 6).
Debí desaprender lo viejo mediante disoluciones terminantes y dolorosas.
Hube de renunciar a secuencias de estafa. Había comprado quimeras, fuegos fatuos e intrigas cuya malicia no se detecta en la impureza. Intrigas que me traspasaron invadiendo corazones muy queridos por mí.
Mas esta clase de renuncia es carnada de cuchillas recelosas; blanco de comerciantes invisibles en la clandestinidad de las tinieblas donde desespera el lazo del cazador. También es piedra que lastima, pero solo al principio. Después es roca que refunda, piedra angular, casa que permanece.
Yo me
pronuncio públicamente por Vos, querido Dios “Al que me reconozca abiertamente
ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo” (Mateo 10, 32).
No quiero vegetar debajo de una mesa con tu luz, “no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa” (Mateo 5, 15).
Ojalá a través de este indigno y malogrado instrumento puedas dar a conocer tu Palabra, contagiar tu Amor y la fe. Que todos te reconozcan y doblen sus rodillas. “Porque al nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2, 10).
No quiero vegetar debajo de una mesa con tu luz, “no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa” (Mateo 5, 15).
Ojalá a través de este indigno y malogrado instrumento puedas dar a conocer tu Palabra, contagiar tu Amor y la fe. Que todos te reconozcan y doblen sus rodillas. “Porque al nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2, 10).
Los
resultados con arreglo a seguirte a mi manera devinieron en un desastre. Fue
pura rebeldía, fue ponerme por encima de Vos y gritarte: “¡No te serviré!”. Como lo hizo el ángel rebelde antes de caer como un rayo del Cielo (“¡Cómo
has caído del cielo, oh lucero de la mañana, hijo de la aurora! Has sido
derribado por tierra, tú que debilitabas a las naciones” Isaías 14, 12).
¡Ah, no! Mi casa y yo te serviremos, Señor. Te dejo el control de mi vida. Tomalo, por favor, querido Dios.
¡Ah, no! Mi casa y yo te serviremos, Señor. Te dejo el control de mi vida. Tomalo, por favor, querido Dios.
Me opuse a
tus cosas por enojo en principio -así entra Lucifer en la vida, ladinamente,
por las heridas emocionales no sanadas, por la falta de perdón- y después, por
el puro placer de desobedecerte, Por la violencia que la soberbia ejercía en mí
sutilmente, con el Diablo al timón, hasta llegar a encadenarme en
pecados cada vez más graves. Y aunque ya me perdonaste, ¡hay que ver cómo pesan, Señor! No se me escapa que
a quien mucho se le ha perdonado, mucho habrá de reparar.
Ya no quiero
darte la espalda, querido Dios, ni a las cosas que vienen de Vos, porque ¡te amo! Y porque son
para mi propio bien. Ese bien que con mi orgullo y raciocinio no supe conseguir
ni siquiera un poco. Sembré y coseché, desde que te di la espalda,
calamidades y males al por mayor. Te los entrego, Señor. Los dejo a los pies de
tu Santa Cruz para que dispongas de ellos según tu voluntad. Te agradezco
infinitamente que no me hayas quitado la vida antes de conocer tu Amor, porque iba a perderme de tenerte por la eternidad. Además, Satanás vendría a recogerme. Así de sencillo. Vos lo dijiste. (Lucas 13, 23 28) Aunque te solemos separar de algunas de las cosas que nos trasmitiste, solo porque no nos convienen, nos parece demasiado fuertes, drásticas. Mejor es re crearnos un Dios a nuestra manera. Que ya no sos Vos, claro. Tal mi caso.
Tus
sacramentos, tan criticados por mí, fueron sin embargo en las horas amargas, el
más eficiente escudo contra los planes destructores del adversario. Esos mismos
que les negué a mis allegados, por obstinación maligna, ya que no puedo alegar
desconocimiento en mi defensa. Me dediqué a poner en duda todas y cada una de
tus verdades. Así me fue. Generé la mayor amargura en la que estoy
crucificada. Aunque con Vos como solícito y delicado Cirineo del Santo
Abandono.
Ay, Jesús
dulcísimo, cuánta basura te traigo en mi regreso.
¿No te dije, “Gracias, Señor?”
¿No?
Pues no me va a alcanzar lo que me quede de vida, aunque viva añísimos, para reparar tanto error ni para decirte suficientes “gracias, Señor, mi Dios”. Gracias también por los Sacramentos instituidos por Vos, en verdad constituyen una formidable defensa contra los ataques de los espíritus infernales.
¿No te dije, “Gracias, Señor?”
¿No?
Pues no me va a alcanzar lo que me quede de vida, aunque viva añísimos, para reparar tanto error ni para decirte suficientes “gracias, Señor, mi Dios”. Gracias también por los Sacramentos instituidos por Vos, en verdad constituyen una formidable defensa contra los ataques de los espíritus infernales.
Vos, Señor,
lo primero que me regalaste fue otra mirada sobre mí misma. Me diste una vida
nueva nacida de tu Santo Espíritu, y no de la carne.
Sentí el viento pero no supe de dónde venía ni a dónde iba. Ahora comprendo ese pasaje de la Biblia que con gran ternura le explicaste a Nicodemo (Juan 3, 3-8). También entiendo las parábolas del Tesoro y de la Perla (Mateo 13,44-46). ¡Es justo mi historia de encuentro con Vos!
Sentí el viento pero no supe de dónde venía ni a dónde iba. Ahora comprendo ese pasaje de la Biblia que con gran ternura le explicaste a Nicodemo (Juan 3, 3-8). También entiendo las parábolas del Tesoro y de la Perla (Mateo 13,44-46). ¡Es justo mi historia de encuentro con Vos!
Y pensar que
unos días antes de volverme hacia Vos y gozar de tu amorosa
intimidad, pronuncié mis últimas palabras en tu contra: “Jesús y yo, nada que
ver”. Espero que te hayas reído de mi estupidez y no llorado, querido Dios. Porque tu semilla ya estaba plantada en mi alma.
Cuando María, a cuyo corazón está firmemente atado el mío, abrió las
compuertas, entraste en mi vida con la fuerza de un tsunami. Nada ni nadie te
detuvo. Me abrazaste y me perdonaste antes que yo dijera: “perdoname”.
Me pusiste ropa nueva y me acogiste en tu casa, que es tu corazón, donde por fin pude descansar al abrigo de tu calidez y dormir dulcemente, sin sobresaltos, en tu pecho.
La sensación fue justamente la de que regresé a casa.
Me pusiste ropa nueva y me acogiste en tu casa, que es tu corazón, donde por fin pude descansar al abrigo de tu calidez y dormir dulcemente, sin sobresaltos, en tu pecho.
La sensación fue justamente la de que regresé a casa.
Lástima que
Satanás, cuando advierte que nos va a perder, se encarga de que pequemos con
enorme saña a fin de que después la conciencia nos remuerda. Y que la amargura de
ese recuerdo, ya en tus brazos, nos ensombrezca el alma. Pero no debemos
discutir con las tentaciones sino escondernos de inmediato en tu Corazón
Misericordioso. (Diario la
Divina Misericordia en mi alma, Sor María Faustina Kowaslka, Numeral 1.760).
Porque Vos también te cargaste estas cosas en la Cruz.
Hoy no
consigo entender cómo pude estar tan ciega durante tanto tiempo, tan obstinada
en la persistencia de una maraña de errores regidos por la vanidad y
sentimentalismos presentados en lindos envoltorios por el Maligno, bajo el
disfraz de ángel de luz, cuyo precio es enorme. Desparramé esos errores
por todas partes como un cáncer agresivo, en las personas que más quería y
quiero. Esa es la especialidad de Lucifer, el último zarpazo: nos hace sus
sirvientes, nos envía hipnotizados como zombies a perder a otras almas en
quimeras que deleitan, tal como el veneno fatal se enmascara en el más irresistible
y exquisito dulce, hasta formar legiones. Porque el Mal nunca anda solo, la
complicidad anestesia las conciencias. ("Mi nombre es Legión, porque somos
muchos". Marcos 5, 9).
Ahora te
encargo, Señor mío y Dios mío, a todas esas personas y te suplico: “Jesús, Hijo
de David, ¡tené piedad de ellas! Jesús, sánalas. Jesús, sálvalas, Jesús,
libéralas. Si Vos lo hacés, ellas quedarán verdaderamente liberadas. Jesús,
¡tené piedad de nosotros. Tené piedad del mundo entero”.
Servite de
mí, Señor. Según tu Palabra se haga en mí tu santa voluntad, Señor, mi Dios, mi
Amor Eterno.
Servite de mí
en la Caridad, por sobre todo otro don, Señor. Así te lo pido. (1ra. Corintios 13, 1-13).
Porque, si después del regalo de esta milagrosa restauración no soy capaz de verte en cada uno de mis hermanos cualquiera sea; si no soy capaz de colocar mi corazón en el suelo, ese suelo regado por tu sangre preciosísima, para que los pasos de los demás transcurran en un ligero vuelo hacia el conocimiento de tu Amor, entonces te habré crucificado de nuevo. Y eso ya no lo resistiría.
Espero en Vos, en el don previo de la Fe, en que me vacíes de todo lo que no viene de Vos y me llenes de tu Amor a fin de que mi servicio sea tal que Vos vivas en mí y no yo. (Gálatas 2, 20).
Porque, si después del regalo de esta milagrosa restauración no soy capaz de verte en cada uno de mis hermanos cualquiera sea; si no soy capaz de colocar mi corazón en el suelo, ese suelo regado por tu sangre preciosísima, para que los pasos de los demás transcurran en un ligero vuelo hacia el conocimiento de tu Amor, entonces te habré crucificado de nuevo. Y eso ya no lo resistiría.
Espero en Vos, en el don previo de la Fe, en que me vacíes de todo lo que no viene de Vos y me llenes de tu Amor a fin de que mi servicio sea tal que Vos vivas en mí y no yo. (Gálatas 2, 20).
Jesús, vos
que sos carpintero, tomá la nudosa madera de mi alma y librala de impurezas. Dale
forma, la que quieras. Nivelá, lijá, cortá, pegá, lustrá, hasta que te quede
una talla recién nacida a tu Gracia.
Epílogo
I
Ya sé, mi
dulce Amor, que veré milagros y frutos impensados. Como una de las veces que
regresé al Gólgota a fin de menguar tu martirio. Entonces, encontrándote en la
piedra de la Unción todavía con la corona de espinas, quise inhibir ese dolor
postrero. Metí despacio la mano en ella para sacar las espinas suavemente, con el
propósito de besar las llagas que te dejaron. Pero en vez de sangre ¡mis dedos
quedaron empapados de miel! De las llagas de las espinas, de entre la espinas,
¡solo extraje miel! No conseguí quitarlas porque me colmaste de tanta dulzura
mientras mis ojos iban atónitos de tu Santa Faz a mis dedos llenos de tu miel. Tan grande es el misterio de tu Amor. Solo sé
que ya no puedo moverme muy lejos de tu Pasión.
Comprendo que
el combate más trascendente recién empieza. Que es escarpado el camino que
lleva a tus vergeles. Que esta lucha finaliza en el último minuto del último
día y que entonces ganará en intensidad. La diferencia es que no estoy sola,
Vos estás conmigo. Y, una vez en la cima, las glorias de Tu Edén serán
inimaginables, ya que nadie vio ni oyó y
ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman (1ra. Corintios, 2, 9).
Vos me
esperás, como en Emaús, cálido y atento. Y yo, siempre ignorante, arrebatada
por una tierna corazonada, te diré: “Quédate conmigo, porque está atardeciendo,
y el día ya ha declinado” (Lucas24, 29). Me esperás en la tierra de la que mana leche y miel (Levítico 20, 24), donde el
lobo descansará junto al cordero y un niño los pastoreará (Isaías 11,6) y no habrá más
lágrimas ni rechinar de dientes. La muerte será un recuerdo vencido (Apocalipsis 21,4). Ya no
veremos como a través de un espejo sino que te veremos cara a cara (1ª. Corintios 13,12), mi Dios,
mi Amor eterno, mi Completud, mi tierno Autor.
La Nueva
Alianza brillará así en la tierra como en el cielo.
Pero ahora mismo, no sé cómo, su amoroso Sumo Sacerdote se alojó con sus delicias en mi corazón. Solo temo, Jesús mío, que no sea lo suficiente suave para que en él reclines tu cabeza, tan malherida por mis iniquidades. ¡Lo siento mucho, querido Dios!
Pero ahora mismo, no sé cómo, su amoroso Sumo Sacerdote se alojó con sus delicias en mi corazón. Solo temo, Jesús mío, que no sea lo suficiente suave para que en él reclines tu cabeza, tan malherida por mis iniquidades. ¡Lo siento mucho, querido Dios!
Te amo mucho,
Dios. Me gusta decirte Dios.
Tengo a Dios. ¡Quién lo hubiera dicho!
Epílogo
II
Egoísta,
soberbio, presuntuoso, impaciente, imprudente, narcisista, intolerante, yo fui
todo eso y mucho más. Y todavía lo soy “como lo somos todos; pero ninguno está
solo, nunca, ni siquiera en la desesperación o en la oscuridad. Dios está con
nosotros. Dios es más hermano que ningún hermano, más amigo que cualquier
amigo, más amante que ningún amante”. (San Agustín).
Señor, no
permitas que jamás me separe de Vos. No permitas que caiga en pecado mortal. No
permitas que muera en pecado mortal. Esta petición la hago extensiva a todas las personas que pude perjudicar durante el largo tiempo en el que
te di la espalda.
Del Rosario
Alma
de Cristo, santifícame.
Cuerpo
de Cristo, sálvame.
Sangre
de Cristo, embriágame.
Agua
del costado de Cristo, lávame.
Pasión
de Cristo, confórtame.
¡Oh,
mi buen Jesús, óyeme!
Dentro
de tus llagas, escóndeme.
No
permitas que me aparte de Ti.
Del
maligno enemigo, defiéndeme.
En
la hora de mi muerte, llámame.
Y
mándame ir a Ti.
Para
que con tus santos te alabe.
Por
los siglos de los siglos.
AmEn.
¡Bravo! Felicito a la autora. Hay momentos sublimes, poéticos, de una gran belleza y amor a Dios, que transitas de forma suave; otros resultan casi hirientes, sin duda por ver reflejado nuestra propia miseria, nuestra propia seducción por el mundo, nuestra propia forma de amar a Cristo, pero a nuestra manera... nuestra propia rebeldía a quien lo dio todo por nosotros. En algunos puntos me ha emocionado, pues parecía recorrer un camino conocido.
ResponderEliminarCon tu permiso, lo comparto.
Qué Dios te bendiga.
Muchas gracias, querida amiga. Aunque que me feliciten por este texto me resulta agridulce, doloroso. Hubiera preferido no tener que escribirlo nunca. Por supuesto que entiendo el sentido de tus palabras reconfortantes, mucho, por cierto. Lo único que espero es que su lectura sirva a muchos para no llegar tan lejos. Aunque a Jesús no hay abismos que se le resistan, no nos hace falta conocerlos. Gracias de nuevo. Que Dios te bendiga también, copiosamente.
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