San Agustín
Una pasión por la Verdad
¿Quieres todavía encontrar a los buenos?
Sé bueno tú, y los encontrarás. (en. Ps. 47,9)
¿Qué respuesta daría San Agustín sobre tanta turbulencia de mundanidad en los consagrados de la Iglesia y qué pueden hacer los laicos para no hacer juicios equivocados ante el poder clerical y realmente unirnos y ayudar a sanear y sanarnos como cristianos fieles?
San Agustín nos comenta que la Iglesia, como nos dice el Evangelio, es el campo de Dios en el que hay un poco de todo, trigo y cizaña. Por desgracia a veces se ve más la cizaña que el trigo, pero esa es la realidad de la Iglesia mientras sea peregrina en esta tierra hacia la ciudad de Dios. Es lo que llamaba san Agustín la permixta ecclesia, la Iglesia mezclada en la que, como también comenta san Agustín, se nos invita a tener paciencia con los que todavía no son buenos, pues Dios tiene paciencia con ellos esperando su conversión. Se nos invitaría a rezar por ello para que Dios les haga ver sus errores y ellos se conviertan.
Finalmente, san Agustín señala que hay más santidad en la Iglesia de la que nosotros imaginamos, pero que a veces los malos cristianos y los malos frailes y los malos sacerdotes impiden ver los santos religiosos, frailes y sacerdotes. Y decía san Agustín: ¿Quieres todavía encontrar a los buenos? Sé bueno tú, y los encontrarás. (en. Ps. 47,9)
Así que si no podemos ver la santidad de la Iglesia,
es que todavía no somos santos…
Aurelius Augustinus (354 – 430) —más conocido como San Agustín o Agustín de Hipona — es, junto con San Jerónimo, San Gregorio y San Ambrosio, uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina.
Nació en Tagaste en el 354, al norte de África. Pese a haberse “torcido los caminos”, en contra de los consejos de su madre Santa Mónica, sufrió un proceso intenso de conversión interior. Durante varios meses se retiró a Casiciaco, cerca de Milán, para meditar. En el 387 fue bautizado. A los pocos años se ordenó sacerdote y posteriormente, en el 395, obispo de Hipona.
SU NIÑEZ
Agustín vino al mundo el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Esa población argelina se llama hoy Souk-Ahras. Aunque no fue bautizado de niño, Mónica le enseñó los rudimentos de la religión cristiana y, al ver cómo el hijo se separaba de ellos a medida que crecía, se entregó a la oración constante, dolorida y confiada. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el “hijo de las lágrimas de su madre”. Católica ferviente, dedicó toda su vida a la conversión de su hijo al Cristianismo.
De los doce años a los quince, entre 366 y 369, cursa en Madaura, hoy Mdaourouch, estudios de secundaria. Sobresale entre los condiscípulos. Siente gran afición a la poesía. Aprende pasajes enteros de los principales autores que se estudiaban en la escuela: Terencio, Plauto, Séneca, Salustio, Horacio, Puleyo, Cicerón y, sobre todo, el gran poeta Virgilio.
Los amigos de Patricio le aconsejaron enviar a su hijo Cartago, capital política y universitaria del norte de África. Para esto hacía falta un dinero del que los padres de Agustín no disponían. Por eso, a los dieciséis años, de 369 a 370, los estudios de Agustín se ven bruscamente interrumpidos, en espera de una ayuda económica, y se queda en Tagaste.
Agustín, en vez de hacer algo serio durante aquel año, pierde el tiempo con sus compañeros. No ha recibido el bautismo ni la instrucción religiosa que en aquellos meses habrían podido quizá ayudarle a evitar el mal. Pese a los consejos de su madre, Agustín emprende “los torcidos caminos por los que caminan los que vuelven a Dios la espalda y no el rostro”. Se siente feliz en aquellas vacaciones inesperadas y experimenta los primeros atractivos de la amistad y del amor. Un año después, en 370, marchará a Cartago gracias la generosidad de Romaniano, rico mecenas de Tagaste y amigo de su familia. Por entonces, hacia 371, murió su padre, católico ahora. Entre los 16 y los 30 años de edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, nombre latino que significa “regalo de Dios”.
HORTENSIUS, UNA LECTURA DECISIVA
Agustín contaba casi veinte años cuando se encontró con los grandes libros de la filosofía. Un buen día cayó en sus manos una obra del famoso orador y filósofo romano Cicerón, que el joven leyó con admiración: Hortensius. Por desgracia no ha llegado hasta nosotros; sin embargo, gracias a Agustín podemos leer hoy varias páginas de ese escrito, al que tanto debe.
Esta obra extraordinaria le descubrió el campo de las realidades invisibles y le despertó el gusto y la afición por la búsqueda de la sabiduría y de la verdad. A partir de esa lectura, Agustín comenzó a caminar conscientemente hacia Dios, verdad suprema.
Poco después, Agustín empieza a leer las Sagradas Escrituras, que no comprende, algunos de cuyos contenidos le horrorizan y encuentra escritas con estilo pobre. Decepcionado por su primer encuentro con la Biblia, tantea en otra parte el camino hacia la verdad.
En fatigosa búsqueda tenaz de solución al problema de la verdad –¿puede el hombre conocerla? ¿cómo distinguirla del error?–, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra, sin hallar en ninguna una respuesta que calme su inquietud insobornable. Finalmente, frecuenta el maniqueísmo, pues sopone que esta interpretación de la realidad le suministrará la explicación racional, sistemática, de todo y orientación moral para su vida. Siguió esta doctrina varios años y la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Decepcionado por este encuentro tan deseado, concluyó que la verdad es inalcalzable. De su corazón se apoderó el excepticismo.
Al tiempo que estudia cuanto cae en sus manos, Agustín se siente subyugado por los libros de astrología. Aunque el cristianismo era la religión principal del imperio, las “ciencias ocultas” estaban de moda por todas partes. Terminados en 373 sus estudios superiores en Cartago, Agustín regresa a Tagaste, donde enseñó gramática un año, hasta 374. Su madre descubre, desilusionada, que su hijo está muy vinculado a los maniqueos. De 374 a 383 fue profesor de retórica en Cartago y escribió Sobre lo bello y apto, obra de que no disponemos.
MILÁN, CUNA DE CONVERSIÓN
Un buen día, sin prevenir a nadie y tratando a toda costa de que su madre no sospechara nada del viaje, Agustín se embarca hacia Italia, donde iba a encontrar la solución a sus problemas intelectuales y una respuesta satisfactoria a sus dudas religiosas. En Roma enseñó entre 383 y 384. Un día se entera de que en Milán están buscando un profesor de retórica.
Cuando Agustín llegó a Milán en 384, ya no creía en las doctrinas maniqueas, aunque tampoco estaba cerca del cristianismo. Las críticas de los maniqueos contra la Biblia le parecían irrefutables. Agustín va a librar la batalla decisiva, en que la gracia de Dios saldrá victoriosa.
Los sermones de Ambrosio, obispo de la ciudad, los relatos de Simpliciano, presbítero milanés muy cultivado intelectualmente, y el ejemplo de los compañeros de su amigo Ponticiano han ido calando muy profundamente en el corazón de Agustín. En 385 Mónica llega a Milán. Durante la primavera de 386 lee algunos “libros de los platónicos” y en julio escritos de san Pablo.
En agosto de 386 encuentra en casa el volumen de las Cartas de san Pablo, abre el libro y las primeras frases que saltan a sus ojos son éstas:
«No en comilonas ni en embriagueces,
no en lechos ni en liviandades,
no en contiendas ni en emulaciones,
sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo
y no cuidéis de la carne con demasiados deseos». Rm 13, 13.
no en lechos ni en liviandades,
no en contiendas ni en emulaciones,
sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo
y no cuidéis de la carne con demasiados deseos». Rm 13, 13.
Agustín no quiso leer más. Aquellas palabras de San Pablo fueron las que, de una vez para siempre, “como si una gran luz de seguridad se hubiera infundido en su corazón, hicieron que desaparecieran para siempre todas las tinieblas de sus dudas”.
Agustín, que cumplirá 32 años en noviembre, acaba de vivir el día más importante de su vida. Antes de su conversión, había pensado fundar una especie de fraternidad en vida común con algunos amigos y discípulos, deseosos, como él, de profundizar en las cuestiones fundamentales de la filosofía. Una vez convertido, Agustín lleva a cabo aquella idea, pero inspirada ahora en la primera comunidad cristiana de Jerusalén.
VIDA MONACAL Y EPISCOPAL
Agustín se consagra al estudio formal y metódico del Cristianismo. Renuncia a su cátedra y con su madre y unos compañeros se retira a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación, durante el otoño de 386. El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, lo bautiza en Milán el santo obispo Ambrosio, durante la vigilia pascual. Ya bautizado, regresa a África en 388; pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, en agosto de 387.
Para satisfacer las necesidades pastorales de Valerio, obispo de Hipona, en el año 391, durante una celebración litúrgica, la feligresía le elige para ordenarse sacerdote.
Con lágrimas en los ojos aceptó esta brusca elección, a la que al principio se opuso con gritos y lágrimas. Algo parecido le sucedió al ser consagrado obispo en 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que transformó en monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín fue enorme y variada. Predica a tiempo completo y en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van contra la ortodoxia cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrenta a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos…
Los días de su enfermedad última fueron para Agustín una buena ocasión para repasar su vida y dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, al tiempo que pedía perdón a los hermanos y a Dios.
Después de cuarenta años de lucha en pro de la Iglesia, Agustín entraba en agonía, para ser recibido con júbilo en la ciudad santa de Dios. El 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de Mónica, Agustín, el obispo de Hipona, dormía en la paz del Señor. Contaba a la sazón 75 años, 10 meses y 15 días.
FRASES DE SAN AGUSTÍN
La obra de San Agustín abarca prácticamente toda la fe cristiana, sus virtudes y valores. Estas frases, tomadas de las obras del Padre de la Iglesia, pretende pesumir de forma sencilla todo el pensamiento agustiniano
Amor – Caridad
“Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado” (C 13,9,10)
“Si se enfría nuestro amor, se entumece nuestra acción” (CS 85,24).
“El que se pasa al lado de Cristo, pasa del temor al amor y comienza a poder cumplir con el amor lo que con el temor no podía” (S 32,8).
“Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial…” (CD 14,28).
Amistad
“No hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tu aglutinas entre si por medio de la caridad” (C 4,4,7).
“Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque sólo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse” (C 4,9,14).
Apostolado
“Esparce el Evangelio; lo que concebiste en el corazón, dispérsalo con la boca. Crean los pueblos al oírte; pululen las naciones…” (S 116,7).
“No me permite callar la caridad de Cristo, para quien deseo conquistar a todos los hombres, en cuanto depende de mi voluntad” (Ca 105,1.1).
“Seguid, pues, vuestra carrera y perseverad corriendo hasta la meta; y con el ejemplo de vuestra vida y con la palabra de vuestra exhortación arrastrad en vuestra carrera a cuantos podáis” (BV 23,28).
Comunidad
“Somos, en efecto, todos a la vez y cada uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar en la concordia de todos y en cada uno en particular” (CD 10,3,2).
“Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad”(S 101,7).
“Dado que hablamos del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más ligeros, esperad a los más lentos y caminad todos a la par” (S 101,9).
“La caridad, de la cual está escrito «que no busca sus propios intereses», se entiende de este modo: que antepone las cosas comunes a las propias, no las propias a las comunes” (R 5,2).
Confesión
“Cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que desagradarme a mí; y cuando soy piadoso, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirmelo a mí” (C10,2,2).
“La confesión es de dos clases: o de pecados o de alabanzas. Cuando nos va mal, confesamos en la tribulación nuestros pecados; cuando nos va bien, confesamos o tributamos alabanzas a Dios en el regocijo de la justicia. Nunca vivimos sin confesión” (CS 29,2,19).
“La confesión de tus pecados se debe a la gracia de Dios. Confiesa tu iniquidad, confiesa la gracia de Dios” (CS 66,6).
“Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia. Si tú te haces defensor de tu pecado, ¿cómo será Dios libertador? Para que Él sea libertador, sé tú acusador” (CS 68,1,19).
“Cuando en el pecado te acusas a ti, alabas al que sin pecado te hizo a ti” (S 68,3).
Conversión
“El hombre nuevo nace del viejo, porque la regeneración espiritual se inicia con el cambio de la vida terrestre y mundana” (CS 8,10).
“La conversión del corazón tiene que estar polarizada hacia Dios (AJ 28,11).
“Antes de llenar el vaso con el líquido bueno hay que derramar el malo” (AFe 1,13).
“»No tardes en convertirte al Señor». Estas palabras no son mías, pero son también mías; si las amo, son mías; amadlas, y serán vuestras”(S 339,7).
Corazón
“Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (C 1,1,1).
“Cuando nuestro corazón se levanta a Dios, se hace su altar” (CD 3,2).
“Cuando entras en tu aposento, entras en tu corazón. Bienaventurados los que se alegran cuando entran en su corazón y no encuentran allí nada malo” (CS 33,s.2,8).
“El frío de la caridad es el silencio del corazón, y el fuego del amor, el clamor del corazón” (CS 37,14).
“Pregunta a tu corazón; ve si posee la caridad. Si posee la caridad, posee la plenitud de la ley, y entonces ya habita Dios en ti, ya te hiciste trono de Dios” (CS 98,3).
“Volved. ¿Adónde? Al Señor. Es pronto todavía. Vuelve primero a tu corazón; como en un destierro andas errante fuera de ti. ¿Te ignoras a ti mismo y vas en busca de quien te creó?” (TEJ 18,10).
Cristo
“El que llama Padre nuestro a Dios, llama a Cristo hermano. Luego quien tiene a Dios por Padre y a Cristo por hermano, no tema en el día malo” (CS 48,1,8).
“Oyes orar al Maestro; aprende a orar; Oró para enseñarnos a orar, padeció para enseñarnos a padecer, resucitó para enseñarnos a esperar la resurrección”(CS 56,5).
“Temed al Cristo de arriba y sed benévolos con el Cristo de abajo. Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es pobre, y está en los pobres” (S 123,4).
“Tal es el camino: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Dios-Cristo es la patria adonde vamos; Cristo-hombre, el camino por donde vamos” (S 123,3).
“No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón” (TEJ 26,3).
“Cristo el Señor se humilló para que nosotros aprendiéramos a ser humildes” (S 272A).
Deseo
“No hay que aniquilar el deseo; hay que cambiar su objeto” (S 313A,2).
“Si quieres cambiar tu vida, cambia tus deseos” (S 345,7).
“Como ahora no podéis ver, sea vuestro ejercicio el deseo. Toda la vida del hombre cristiano es un santo deseo” (TCJ 4,6).
Dios
“Gracias a Ti, dulzura mía, esperanza mía y Dios mío, gracias a Ti por tus dones; pero guárdamelos Tú para mi. Así me guardarás también a mí y se aumentarán y perfeccionarán los que me diste, y yo seré contigo, porque Tú me diste que existiera” (C 1,20,31).
“Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz” (C 10,27,38).
“Dios es nuestra posesión y nosotros somos posesión de Dios” (CS 36,s.1,4).
“Vuelve, vuelve, prevaricador, al corazón; no se apreste tu alma a la lucha. Más potente que tú es Aquel a quien declaraste la guerra. Cuantas más grandes piedras lances al cielo, tanta más grande ruina se cernirá sobre ti. Entra más bien en tu corazón; conócete. Te desagrada Dios; avergüénzate; desagrádate a ti mismo. Nada bueno harías si El no fuese bueno y en nada me soportarías si El no fuese justo” (CS 70,1,14).
“Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza” (S 76,6).
“Todo lo que Dios obra en nosotros, lo obra sabiendo lo que hace; nadie es mejor que él, nadie más sabio, nadie más poderoso” (S 293D,5).
“Dios es tu todo: si tienes hambre, es tu pan; y si tienes sed, es tu agua; y si estás en la oscuridad, es tu luz, que permanece siempre incorruptible; y si estás desnudo, será tu vestido de inmortalidad, cuando todo lo que es corruptible se vista de incorruptibilidad y lo que es mortal se vista de inmortalidad” (TEJ 13,5).
Espíritu Santo
“Nadie cumple la ley sino por la gracia del Espíritu Santo” (S 8,17).
“Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad” (S 267,4).
“No es pequeña cosa la que nos enseña el Espíritu Santo. Nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a suspirar por la patria, y los gemidos son esos mismos suspiros” (TEJ 6,2).
Eucaristía
“Pienso en mi rescate, y lo como y bebo y distribuyo, y, pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que lo comen y son saciados” (C 10,43,70)
“Grandiosa es la mesa en la que los manjares son el mismo Señor de la mesa. Nadie se da a si mismo como manjar a los invitados; esto es lo que hace Cristo el Señor; él es quien invita, él la comida y la bebida” (S 329,1).
“Cuando nos entrega su cuerpo y su sangre, nos entrega su humildad” (CS 33,s.2,4).
“Cristo te muestra su mesa, es decir, a sí mismo. Acércate a esa mesa y sáciate. Sé pobre, y quedarás saciado” (S 332,2).
Felicidad
“La vida feliz es gozo de la verdad, porque este es gozo de ti, que eres la verdad” (C 10,23,33).
“La felicidad plena sólo se hallará en aquella vida donde ya nadie será siervo” (CD 4,33).
“Está ya claro cómo la satisfacción de todos los deseos es la felicidad, que no es una diosa, sino un don de Dios” (CD 5, pról.).
“No es lo mismo vivir que vivir felizmente” (C 13,4,5).
“La felicidad verdadera y segura en sumo grado la alcanzan, ante todo, los hombres de bien que honran a Dios, el único que la puede conceder” (CD 2,23,1).
“Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito” (CD 10,3,2).
Gracia
“Luego, si Dios obra en ti, obras bien por la gracia de Dios, no por tus fuerzas. Luego, si te alegras, teme también; no sea que lo que se dio al humilde se le quite al soberbio”(CS 65,5).
“Ayúdame para hacer lo que ordenas y dame lo que mandas” (CS 118,12,5).
“La gracia es la que hace a los santos” (S 145,3).
“La gracia precedió a tus merecimientos. No procede la gracia del mérito, sino el mérito de la gracia. Pues si la gracia procede del mérito, la compraste, no la recibiste gratuitamente” (S 169,3).
“Si la gracia no ayuda, no podemos tener ni piedad ni justicia, ni en nuestras obras ni en nuestra voluntad” (Ca 186,1.3).
Humildad
“Yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza” (C 7,18,24).
“La humildad levanta el corazón y la soberbia lo abate” (CD 14,13,1).
“Sé humilde ante tu Dios; humilde para que seas excelso con tu Dios glorificado. Si eres rociado con el hisopo, te limpiará la humildad de Cristo” (CS 50,12).
“La flaqueza que se da en la humildad es la mayor fortaleza” (CS 92,6).
“Es en la humildad donde se cumple la justicia”(S 52,1).
“¿Buscas escaleras para subir hasta El? Busca el madero de la humildad y ya llegaste” (S 70A,2).
“A todos agrada la altura, pero la humildad es el peldaño para alcanzarla” (S 96,3).
“La humildad del hombre es su confesión, y la mayor elevación de Dios es su misericordia” (TEJ 14,5).
“Toda la humildad consiste en que te conozcas” (TEJ 25,16)
“La simulación de la humildad es la mayor soberbia” (SV 43,44).
“La humildad es la más grande de las enseñanzas cristianas, pues por la humildad se conserva la caridad, y a ella ninguna otra cosa la corrompe más pronto que la soberbia” (ECG 15).
Iglesia
“La Iglesia se mantiene en pie con la oración para ser purificada por la confesión, y mientras vive aquí, así se mantiene” (S 181,7).
“También la Iglesia, hermanos, es la posada del viajero, donde se cura a los heridos durante esta vida mortal; pero allá arriba tiene reservada la posesión de la herencia” (TEJ 41,13).
“El redil de Cristo es la Iglesia católica. Quien quiera entrar en el redil, entre por la puerta, confiese al verdadero Cristo” (TEJ 45,5).
“Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica” (RM 5).
“La casa de Dios es la Iglesia; aún contiene malos, pero la belleza de la casa de Dios reside en los buenos; se halla en los santos” (CS 25,2,12).
“En el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo; y nadie sabe lo que será mañana” (S 73A,1).
“No nos retiremos de la Iglesia porque veamos que hay cizaña en ella. Únicamente hemos de esforzarnos en ser nosotros trigo” (Ca 108,3.10).
“Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia madre” (S 255A).
Interioridad
“Y, amonestado de aquí a volver a mí mismo, entré en mi interior guiado por ti; y púdelo hacer porque tú te hiciste mi ayuda. Entré y vi con el ojo de mi alma, como quiera que él fuese, sobre el mismo ojo de mi alma, sobre mi mente, una luz inconmutable…” (C 7,10,16).
“Levantémonos volviendo sobre nosotros mismos como el hijo menor del Evangelio, a fin de volver a Él, de quien nos habíamos apartado por el pecado” (CD 11,28).
“A cualquier parte que vaya me sigo. Tú, hombre, puedes huir a donde quieras, pero no fuera de tu conciencia. Entra en tu casa, descansa en tu lecho, penetra en lo interior; nada más interno puedes hallar a donde huir fuera de tu conciencia, si te remuerden tus pecados” (CS 30,2,s.1,8).
“Me volveré a mí; allí encontraré lo que he de inmolar. Entraré dentro de mí; en mi encontraré la inmolación de alabanza; sea tu altar mi conciencia” (CS 49,21).
“Dentro tendré la caridad; no estará en la superficie; en lo más íntimo del corazón estará lo que amo. Nada hay más interior que nuestra medula” (CS 65,20).
“Tú que me eres más interior que mis cosas más íntimas; tú dentro, en mi corazón…” (CS 118,22,6).
“En el hombre interior habita Cristo, y en el hombre interior serás renovado según la imagen de Dios; conoce en su imagen a su Creador” (TEJ 18,10).
“No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende…” (VR 39,72).
Libertad
“El albedrío de la voluntad es libre cuando no se somete a los vicios y a los pecados” (CD 14,11,1).
“No abuses, pues, de la libertad para pecar libremente, sino usa de ella para no pecar” (TEJ 41,8).
“Se acomodan a la libertad en cuanto se acomodan a la verdad” (Ca 101,2).
“La libertad vale para obrar bien, si Dios la ayuda, lo cual se realiza en la oración y en la confesión humildes” (Ca 157,2.5).
“La verdadera libertad consiste en la alegría del bien obrar, y es también piadosa servidumbre por la obediencia a la ley” (E 30,9).
“La ley de la libertad es la ley de la caridad, no la del temor” (NG 57,67).
Oración
“Gimamos ahora, roguemos ahora; el gemido es propio de los infelices; la súplica, de los indigentes. Pasará la súplica, seguirá la alabanza; pasará el llanto, seguirá el gozo” (CS 26,2,14).
“El gozo se da en el canto; el gemido, en la oración. Gime por las cosas presentes, canta por las futuras; ora sobre lo actual, canta sobre lo que esperas” (CS 29,2,16).
“Si el hombre desea tener lo que Dios le manda, ha de rogar a Dios que le dé lo que Él manda” (CS 118,4,2).
“Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios: perdonar al culpable su delito y dar al necesitado” (5 205,3).
“Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que se te pide, pues rogándote vivimos mejor y somos mejores: escúchame, porque voy tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los errores; con tu dirección entre dentro de mí para subir a ti. Así sea” (Sí 2,6,9).
“Muchas veces el afecto del que ruega supera el defecto de la oración” (TB 6,25,47).
Unidad
“La unidad de Cristo es fortísima; nadie la divida, nadie la destruya” (CS 97,3).
“Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, nada es” (S 88,21).
“La unidad es la forma de cualquier hermosura” (Ca 18,2).
“Nunca deben amarse las disensiones. Pero a veces nacen de la caridad o le sirven de prueba” (Ca 210,2).
“El amor a la unidad puede encubrir la multitud de los pecados” (TB 5,2,2).
“No pueden decir que tienen caridad quienes dividen la unidad” (TEJ 7,3).
“La armonía comienza por la unidad y es bella gracias a la igualdad y a la simetría y se une por el orden” (Mu 6,17,56).
Fuente: agustinosrecoletos.com
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